Nueva Orleáns, 28 de febrero de 1855.
Melchor Ocampo y Ponciano Arriaga:
Los que suscribimos, deseosos de cooperar al triunfo de la guerra que han emprendido nuestros compatriotas para destruir la ominosa dominación del general Santa Anna, hemos acordado unánimemente trasladarnos al campo de la revolución para allí prestar los servicios que estén a nuestro alcance para el logro de tan sagrado objeto.
Poco o nada vale ciertamente cada uno de nosotros en lo particular; pero nuestros esfuerzos reunidos podrán servir de algún peso en la balanza en que hoy se pesan los destinos del desgraciado México.
Ese peso se aumentará más, el esfuerzo será más eficaz si hombres influyentes por su capacidad, por sus servicios, por su integridad y por su acrisolado patriotismo se asocian a nuestra empresa.
Ustedes pertenecen a esos hombres. Ustedes también, como nosotros, sufren la cruel persecución que el opresor de México hace a todos los hombres honrados. Justo es, pues, que les participemos nuestra resolución que, no lo dudamos un momento, harán suya, uniendo su suerte a la nuestra, a la de nuestros hermanos, que exponen su vida en el campo de batalla, a la de la madre patria que, contando con la lealtad de sus nobles hijos, llora y gime y pide socorro contra el verdugo condecorado que la oprime y la deshonra.
Aparte de esas consideraciones, existe también la de nuestro propio honor, la de nuestra propia dignidad. Ustedes saben que el general Santa Anna, juzgándonos por su propio pecho, nos ha cerrado de nuevo las puertas de la patria que ofrece abrirnos a condición de que nos humillemos a jurarle obediencia y a sancionar con nuestro juramento la injusticia que ha hecho pesar sobre nosotros y sobre nuestras desgraciadas familias y los demás actos criminales y atentatorios de su administración.
Acostumbrado a imponer su caprichosa voluntad a seres envilecidos que se filian en los partidos por especulación, cree encontrar en nosotros, con el amago del destierro perpetuo, una sumisión que para nosotros no hay fuerza, no hay pena bastante que nos obligue a reconocer como legal y justa su arbitraria e inmoral administración.
Nuestra personal cooperación al esfuerzo nacional, nuestra presencia en los campos sagrados donde tremola ya el estandarte de la libertad, será la mejor contestación que debemos dar al insulto que se nos hace.
Esta conducta convencería al general Santa Anna y probará a amigos y enemigos que respetamos nuestra dignidad de hombres libres y que, antes de nuestras comodidades personales, deseamos el triunfo de la democracia y de la libertad de nuestro país.
No queremos alargar más esta carta exponiendo otros motivos de la revolución que les comunicamos. Ustedes los conocen mejor que nosotros y por tanto concluimos manifestándoles que quedamos esperando su anuencia para que de acuerdo con ustedes fijemos el día de nuestra marcha.
(Benito Juárez)
Fuente:Juárez. Semblanza y Correspondencia. Fondo de Cultura Económica.
México. Primera edición, 1997.
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