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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1850 Doctrinas Disolventes. El Universal.

Mayo 1º de 1850

 

Cuando alguna vez hemos escrito contra las tendencias del socialismo y comunismo, más bien lo hemos hecho para manifestar los delirios de la época y prevenir en su contra los ánimos de los mexicanos, que por temor de que tales absurdos encontraran sectarios en el país. Hemos notado, en efecto, que algunos escritores públicos han pretendido dar a conocer, y propagar entre nosotros, las doctrinas del moderno socialismo: tal fue la intención de un periódico que durante algunos meses salió a luz en Guadalajara (1); tales parecieron las miras de los que en esta capital fundaron y defendieron una sociedad que ya acabó; y no parecen ser otras las ideas de algunos periódicos que todavía existen, y que claman por una nueva distribución de la propiedad, al paso que predican la anarquía de las conciencias, como la última perfección a que aspiran las sociedades.(2)

Creímos que todos estos amagos y todas estas tentativas no eran más que el parto de algunas imaginaciones delirantes, los aislados e impotentes esfuerzos de algunos visionarios, que sin la menor esperanza de lograr su objeto, únicamente aspiraban a hacerse célebres por medio de la originalidad. Varias razones teníamos para pensar así, y estas razones, que alguna vez hemos apuntado por incidencia, no podían ocultarse a los mismos propugnadores de tan extravagantes doctrinas. Parécenos que las grandes privaciones y las miserias de las clases proletarias, la superabundancia de brazos y la escasez de recursos, la necesidad de trabajo y la ingratitud o la carestía de la tierra, son las causas que han dado al socialismo numerosos sectarios en algunos pueblos de Europa; siendo de advertir que han sido precisos muchos años de inmoralidad y relajación, muchos años de profundo malestar y de quebranto, para que grandes masas de hombres civilizados abandonaran los principios eternos de la justicia y los imprescindibles sentimientos de la misma naturaleza, para abrazar unos sistemas, que lo destruyen todo en el orden religioso, en el social, en el moral y en el político.

Un suceso, que aunque insignificante en si mismo, puede sin embargo ser de fatales trascendencias, ha venido a revelarnos que la predicación de estas doctrinas disolventes ha empezado ya a producir entre nosotros sus amargos frutos. En otra parte de nuestro periódico publicamos hoy el párrafo de una carta de Guadalajara, (3) en el cual se refieren los pormenores de un tumulto verificado ahí por los operarios de una fábrica de rebozos; y esa relación es en estremo alarmante, porque ella indica que los enemigos de la tranquilidad pública han logrado infiltrar el veneno de sus doctrinas en el corazón de nuestros pacíficos trabajadores.

Algo de esto indicamos al hablar de la sociedad de artesanos establecida últimamente en Guadalajara; y aunque no nos atrevemos a echar inmediatamente la culpa de aquel escandaloso acontecimiento a los fundadores de la tal asociación, es muy de notarse que haya tenido lugar un motín de esta especie en la ciudad donde empezó a publicarse El Socialista, donde se han dejado verter alarmantes especies contra los ricos y los propietarios, donde se ha fundado una sociedad basada en los principios del socialismo y donde se ha visto a ciertos hombre ilusos y obcecados, esplicar al pueblo, si bien con cierto disimulo, las deplorables máximas de aquel sistema.

Es muy triste que la capital de Jalisco, la segunda ciudad de la República por su riqueza, por su comercio, por su industria, por su ilustración, se haya dejado engañar antes que ninguna otra de nuestras poblaciones, por las utopías insensatas de unos cuantos visionarios. Y decimos esto, no porque toda aquella hermosa ciudad esté alucinada con las ideas de los nuevos regeneradores, sino porque le está muy mal, siendo como es, la población más importante del país, después de México, haber consentido que en su seno se dieran a la multitud tan perniciosas lecciones. Creemos que sus autoridades son responsables, hasta cierto punto, de los males que ha causado hasta ahora, y de los que aun pueden sobrevenir; y si por menos precio de las mismas doctrinas desorganizadoras dejaron de tomar contra ellas las providencias que eran necesarias, no dudamos que a la vista de ese fatal resultado. se mostrarán más solícitas para adoptar los correctivos indispensables, castigando severamente a los perturbadores.

A pesar de este hecho, que debe ciertamente llamar la atención del gobierno general y del de Jalisco, todavía no consideramos como una cosa indispensable, el combatir seria y formalmente las ideas de socialismo y comunismo, que asoman la cabeza en la República, y de cuyos resultados ha dado triste muestra el tumulto de Guadalajara. Basta el sentido común, basta la simple razón, con tal que no esté enferma, para conocer que aquellos sistemas no solo producirían la total ruina del orden social, sino que su adopción haría indefectiblemente que el mundo retrocediese a la barbarie. Pretender destruir todos los principios, todas las ideas, todos los sentimientos que hasta ahora han guiado en su marcha a las sociedades humanas; querer desterrar del mundo la religión, la propiedad, la familia; aniquilar todos los cimientos en que descansa el orden social, para dar a los pueblos una organización nueva, basada en una pasión innoble, en el egoísmo: es una locura, es un desatino que salta a los ojos de cualquiera.

Pues esto es lo que intentan los socialistas y comunistas: en lugar de la religión, de la ley, de la autoridad, ponen como único vínculo de su estravagante organización social, una fraternidad ilusoria, que en sustancia no es otra cosa que un sórdido y bajo egoísmo. Solo los que se ven dominados por esta pasión, podían aceptar la vergüenza de quitar a la religión su prestigio, a la ley sus fueros, y sus derechos al trabajo. Porque es preciso tener presente, que cuando hablan de distribuir bien la propiedad, de organizar convenientemente el trabajo, quitan a éste sus derechos: vedlos si no, como claman incesantemente contra los ricos; como si el trabajo de los ricos no fuera tan sagrado como el de los otros, o como si su riqueza no fuera el fruto de ese mismo trabajo.

Desengáñense los que se alucinan con esas utopías: los intentos de los que quieren realizarlas, son ridículos y al mismo tiempo atroces. Ridículos, porque pretenden hacer de la tierra un paraíso y de los hombres una dichosa familia, empleando para ello los medios más a propósito para que el mundo sea un caos, y cada uno de los hombres un enemigo implacable de sus semejantes. Atroces, porque arrojando en medio de los pueblos el venenoso cebo de una felicidad imposible, los hacen correr en pos de una quimera, hasta que dan en el abismo. Estamos viendo lo que pasa en la culta Europa, los arroyos de sangre que han corrido, los crímenes que se han perpetrado, los enormes atentados que manchan su civilización; y todas esas guerras, toda esa inquietud, todos esos padecimientos que hoy afligen al viejo mundo, se los debe a los modernos regeneradores, que intentan reemplazar con una pasión villana, los eternos principios religiosos y sociales, que han sido hasta ahora el apoyo de la paz del mundo, y que lo serán también en el porvenir.

La historia de las últimas revoluciones de Europa, es una lección tremenda que nosotros debemos aprovechar, si queremos libertamos de sufrir las mismas angustias. ¿Qué han hecho allá los socialistas y comunistas? Nada más que agitar a los pueblos, sembrar odios y promover venganzas; destruir los más bellos monumentos de la civilización, quemar las bibliotecas, y perseguir al saber y a la virtud; todo en nombre de la libertad, todo en nombre de la igualdad, todo en nombre del progreso humanitario.

Si el pueblo mexicano quiere no contagiarse con esas doctrinas, fije los ojos en la historia de que hablamos, y en ella encontrará un hecho que debe llamar la atención, porque es la sentencia de muerte de los falsos reformadores. Cuando se consumó en Francia la revolución de Febrero, y se proclamó la República, los primeros que subieron al poder, fueron varios de los que habían adulado al pueblo con bellas utopías sobre la organización del trabajo, y otros puntos que tanto cacarea el moderno socialismo. Los operarios abandonaban sus talleres, y acudían a millares a decir a Luís Blanc: "esta es la hora; pon en práctica tus hermosas teorías." ¿Y qué hizo el ministro de las grandes concepciones humanitarias? NADA. En su silla ministerial debió conocer que es una locura hacer concebir al pueblo esperanzas que no se fundan en el trabajo constante y en la aplicación. Se dirá que Luís Blanc no es socialista... ¡Oh! esperemos a que M. Prudhon, el gefe de ellos, suba al poder; y cuando ponga en práctica su programa, reducido a que no haya religión, ni ley, ni autoridad de ninguna clase, entonces veremos las maravillas del socialismo. Entonces tendrá la sociedad una cosa, que para nuestro Monitor Republicano es la felicidad suprema. y para todos los demás hombres es la última desdicha: tendrá LA ANARQUIA.

1. EI Socialista. También en Guadalajara, por aquella época se editó La Armonía Social.

2. Referencia a El Monitor Republicano.

3. En la página 4 de El Universal, decían lo siguiente: "De una carta de Guadalajara, fecha 19 de abril próximo pasado... Voy a poner a Uds. al tanto de una ocurrencia que antes de ayer a las 6 de la tarde hubo en la fábrica de rebozos de Tarel. Este es un establecimiento perteneciente a tres señores franceses, en el que se ocupa de 400 a 500 almas entre chicos y grandes. En dicho establecimiento hay oficiales mexicanos que ganan desde diez reales hasta dos pesos diarios, al paso que otros ganan medio real; los primeros ocupaban dos días para hacer un rebozo hace poco tiempo: hoy lo hacen en uno: una parte de éstos y los más pesados ocupan un día y horas hasta medio día. Este adelanto es debido a la nueva maquinaria que han puesto los dueños del establecimiento: el lunes próximo pasado hicieron presente los dueños del establecimiento a los artesanos que iban a rebajar los sueldos a los maestros, para en parte mejorar la suerte de las gentes que ganaban sueldos muy miserables ... En este estado apareció a caballo el comandante del resguardo de esta aduana D. Ignacio Bernal, acompañado de otro a caballo, éste exclamó (Habló Bernal): "Pueblo soberano, ¿cómo te dejas atropellar? A las armas ciudadanos, mueran estos gringos." El pueblo respondía diciendo: "Mueran los gringos y los ricos, fuego al establecimiento". Los gritos se repetían: "Vivan los artesanos de Guadalajara, que están sostenidos por hombres de importancia que están a su cabeza". . No se entienda por lo dicho que yo quiero decir que la plebe fue movida por ninguna persona: pero si el gobierno no toma parte activa en este negocio los furrieristas nos van a traer mil males". Valadez, ob. cit., en la p. 478, hace una síntesis de la carta publicada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: García Cantú Gastón. El Pensamiento de la reacción mexicana. Antología. México. Lecturas Universitarias. UNAM. 1986. 456 pp.