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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1848 Reflexiones acerca de la Guerra con los Estados Unidos. (fragmento)

José Ma. Roa Bárcena

La guerra nuestra con los Estados Unidos fue el doble resultado de la inexperiencia y del engreimiento de la propia capacidad, por una parte; y de la ambición que no halla freno en la justicia, y del abuso de la fuerza, por otra parte. La rebelión de Tejas, más debida a la emancipación de los esclavos en México que a la caída de la constitución federal de 1824, habría tenido lugar sin la una y sin la otra. Fue el resultado del plan de los Estados Unidos, calculado y ejecutado con calma y sangre fría verdaderamente sajonas, y que consistió en enviar a nacionales suyos a colonizar tierras entonces pertenecientes a España y luego nuestras, y en excitar los y ayudarlos a rebelarse contra México, rechazar todo ataque nuestro, erigirse en pueblo independiente, obtener como tal el reconocimiento de algunas naciones, e ingresar, al fin, en la Confederación norteamericana en calidad de uno de sus Estados.

¿Hay calumnia o simple inexactitud en esto? Véanse los extensos y luminosos informes del general D. Manuel de Mier y Terán, que obran en nuestros archivos, acerca de la situación y los peligros de Tejas y de nuestra frontera septentrional, mucho antes de la rebelión de los colonos; la iniciativa de nuestro ministro de Relaciones D. Lucas Alamán de 6 de abril de 1830; y, sobre todo, la nota del enviado norteamericano Wilson Shannon, del 14 de octubre de 1844, en que se dijo acerca de la medida de la agregación de Tejas a los Estados Unidos, pendiente en Washington en aquella sazón: "Ha sido una medida política largo tiempo alimentada y creída indispensable a su seguridad y bienestar (de los Estados Unidos); y, consiguientemente, ha sido un fin invariablemente seguido por todos los partidos, y la adquisición de su territorio (de Tejas) objeto de negociación de casi todas las administraciones en los veinte años últimos".

La rebelión de Tejas halló a México engreído con el brillante resultado de su guerra de independencia, y creyéndose capaz de toda alta empresa. Con la presunción y arrojo que dan los pocos años, envió a su ejército a través de inmensos desiertos y sin recursos hasta el Sabina, a escarmentar a los rebeldes, y en el aturdimiento de la primera derrota le hizo retroceder hasta el Bravo, como señalado así anticipadamente la zona toda que debíamos perder de aquel lado. Sus posteriores e inútiles alardes y preparativos de recobro de Tejas antes y durante el acto de la incorporación de dicho Estado a la Unión norteamericana, suministraron a ésta un pretexto para traernos la guerra en cuya virtud se adueñó, al cabo, de la zona que más allá del Bravo nos quedaba, así como de Nuevo México y la Alta California.

Batalla de Cerro Gordo

México que, para obrar con previsión y cordura, debió haber hecho en 1835 abandono de Tejas, ciñéndose a conservar y fortificar sus nuevas fronteras, debió en 1845 reconocer el hecho consumado de la independencia de aquella colonia y arreglar por la vía de las negociaciones sus propias diferencias y sus límites con los Estados Unidos. Imprudencia y locura fue no hacer lo uno ni lo otro; pero hay que convenir en que aquella juiciosa conducta no le habría evitado las nuevas pérdidas territoriales sufridas en 1848. También la zona entre el Bravo y el Nueces, también el Nuevo México y Alta California eran indispensables a la seguridad y el bienestar de los Estados Unidos, como lo demuestran su correspondencia diplomática: diversas alusiones de los men sajes del presidente Polk al congreso; la nota de Trist del 7 de septiembre de 1847 a los comisionados mexicanos; y, antes que todo y muy principalmente, las invasiones armadas en Nuevo México y la Alta Califor nia, todavía bajo un estado de paz entre ambos pueblos. Así, pues, el pretexto habría sido otro; pero la apropiación de tales territorios, la misma.

La guerra con los Estados Unidos nos halló en condiciones desventajosísimas a todas luces. A la inferioridad física de razas, uníamos la debilidad de nuestra organización social y política, la desmoralización, el cansancio y la pobreza resultantes de veinticinco años de guerra civil, y un ejército insuficiente en número, compuesto de gente forzada, con armas que en gran parte eran el desecho que nos vendió Inglaterra, sin medios de transporte, sin ambulancias ni depósitos. La federación, que en el pueblo enemigo fue el lazo con que Estados diferentes se unieron para formar uno, fue aquí la desmembración, del antiguo para construir Estados diversos; cambiamos nosotros, en sustancia, la unidad monetaria del peso por los centavos que había reducido a peso fuerte nuestro vecino. Uno de los efectos más deplorables de esta organización política, debilitada y complicada aún más por nuestra heterogeneidad de razas, se vio en la indiferencia y el egoísmo con que muchos Estados mientras otros, como San Luis Potosí, hicieron inauditos esfuerzos en la defensapudieron atrincherarse en su soberanía, negando recursos de sangre y dinero al gobierno federal, obligado a un tiempo mismo a hacer frente a la invasión extranjera, y a contener y reprimir las sublevaciones de los indios. En cuanto a nuestro ejército, su inferioridad y deficiencia se vie ron desde la campaña del otro lado del Bravo con la cual tuvo principio la guerra en 1846. Allí una masa de 3 a 4000 hombres a quien convenía por medio de un movimiento rápido e inesperado llevar a Taylor por sí mismo la noticia de su avance, tuvo que detenerse a pasar el río en dos lanchas; se vio quintada por la artillería del enemigo a quien no llegaban las balas de nuestros cañones, y hubo de abandonar en el campo de batalla sus heridos a la humanidad y conmiseración del vencedor, para retirarse en completo desorden a Matamoros y rehacerse, aumentarse y volver a ser vencida en Monterrey.

Por un momento se creyó que la suerte de las armas iba a sernos propicia. Con el ímpetu y la celeridad con que en 1829 acudía a las playas de Tampico a rechazar la invasión española, Santa Anna llegaba al país, establecía su cuartel general en San Luis, engrosaba y organizaba sus huestes y avanzaba con ellas hasta la Angostura al encuentro de Taylor. Ataca allí y hace retroceder de unas posiciones a otras al enemigo, le quita parte de su artillería, le hace consentir en su derrota: y, a última hora, falta el concurso de la caballería mexicana que debía avanzar del lado del Saltillo hasta Buenavista, se carece de municiones de boca en nuestro campo, y hay que levantarle, también con abandono de los heridos, emprendiendo hacia Aguanueva y San Luis una retirada desastrosa, que fue una verdadera derrota.

Taylor había quedado maltrecho e imposibilitado de emprender nue vas operaciones inmediatas; pero el enemigo era rico y poderoso y podía enviar aquí ejército tras ejército. Mientras el de Taylor se rehacía en la línea del Norte, y otras divisiones norteamericanas invadían y conquistaban a Nuevo México y las Californias, y habíamos perdido ya a Tampico, el ejército del mayor general Scott desembarcaba y establecía sus baterías contra Veracruz, y ocupaba esta arruinada y heroica plaza a fines de marzo de 1847. Los restos del único ejército nuestro, desamparando la línea de defensa contra Taylor, emprendían, harapientos y quemados por el fuego del sol y de los combates, una marcha de centenares de leguas hasta Cerro Gordo, donde, acompañados de algunas fuerzas de guardia nacional, defendieron y perdieron posiciones mal escogidas, y se desorganizaron y desbandaron, aunque no sin haber hecho muy costosa al enemigo su victoria.

La defensa del Valle de México constituyó el último y el más empeñoso de nuestros esfuerzos. Un nuevo ejército, relativamente numeroso, aunque compuesto de grandísima parte de gente novicia e indisciplinada, ocupó la línea de fortificaciones trazada y construida por Robles y algunos otros de nuestros más hábiles ingenieros. No obstante haberse desviado Scott del camino recto para evitar los fuegos del Peñón al aproximarse a la capital, el plan y las disposiciones todas de la defensa parecían asegurarnos el triunfo; pero nada logran la voluntad ni los medios humanos cuando les son adversos los designios providenciales. Un general entendido y valiente puesto a la cabeza de la división volante destinada a caer sobre la retaguardia del enemigo cuando atacara éste cualquiera de los puntos de nuestra línea, en su afán de batirse desobe dece las órdenes del general en jefe, altera y desbarata el plan todo de la defensa ocupando y fortificando posiciones él mismo, y provoca y da la batalla de Padierna; y Santa Anna, que con sus tropas disponibles debió haberle auxiliado en ella, ejerciendo así las funciones de la división de Valencia ya que se habían troncado los papeles, permaneció de simple espectador de la acción y la dejó perder, pudiendo y debiendo haberla ganado según las posibilidades y las reglas del arte militar.

Una página gloriosa entre tantos desastrosos sucesos dejó escrita la guardia nacional del Distrito en la defensa del convento de Churubusco. No sólo aquí, sino en Veracruz, Nuevo México, Californias, Chihuahua y Tabasco, se vio a los ciudadanos pacíficos tomar las armas, oponerse con ellas a la invasión extranjera, y batirse hasta consumir sus fuerzas y recursos todos.

Tras el primer armisticio, las hostilidades se renovaron con la batalla de Molino del Rey, en que el valiente Echeagaray y su 3° Ligero vieron la espalda al enemigo y le quitaron la artillería que se llevaba de nuestra línea. También esta función de armas, gloriosa para nosotros con todo y su pérdida, habría debido ganarse si hubiésemos tenido allí general en jefe, y si las divisiones de caballería atacaran en el momento oportuno.

Chapultepec y las garitas presenciaron actos de heroico valor de sus defensores y quedaron tintos en la sangre propia y ajena; mas fueron perdidos y dejaron dueño de la capital a Scott, y terminada virtualmente la resistencia de la República.

Se ha criticado a su caudillo el abandono del plan que tuvo algunos días después de la derrota de CerroGordo, de no volver a presentar grandes masas al enemigo, y de limitarse a cortarle toda comunicación con Veracruz, base de sus operaciones. Pero cuando se ha visto que en Padierna y el Molino del Rey debíamos haber triunfado, no hay conciencia para calificar de yerro completo el desistimiento de aquel plan. No se debe, por otra parte, desconocer que, tratándose de una nación poderosa y tenaz en sus designios, la derrota de los ejércitos de Taylor y Scott, más bien que una paz inmediata y ventajosa, habría podido determinar la venida de nuevas tropas, el empleo de medios más vigorosos y eficaces para la consecución de su objeto.

Tal fue nuestra campaña de 1846 a 1848, y en ella el ejército y la guardia nacional cumplieron su deber y dieron el espectáculo no común de rehacerse, presentarse ante el invasor y batirse con él a otro día de cada derrota, lo cual no hacen los cobardes. Ningún pueblo que no carezca de sentido moral vería con indiferencia en su anales defensas como las de Monterrey de Nuevo León, Veracruz y Churubusco; batallas como las de la Angostura y Molino del Rey; muertes como las de Vázquez, Azoños, Martínez de Castro, Frontera, Cano, León, Balderas y Xicotencatl. Y en cuanto al jefe principal, Santa Anna, no obstante sus errores y faltas, cuando la bruma de las pasiones y de los odios políticos haya desaparecido del todo, ¿quién podrá negar su valor, su actividad, su constancia, su entereza contra los repetidos golpes de una siempre adversa fortuna; la maravillosa energía con que estimulaba a todos a la defensa y sacaba recursos de la nada, e improvisaba y organizaba ejércitos, levantándose como Anteo, fuerte y animoso después de cada revés? ¿Qué no habría sido la defensa de México tras algunos años de paz interior, con ejército mejor organizado y armado, y bajo un sistema político que hubiera permitido al caudillo disponer libremente de todos los elementos de resistencia de la nación? Una palabra más sobre la campaña, y que será de justicia para el enemigo: su temperamento grave y flemático; su carencia de odio en una aventura acometida con el simple intento de medros territoriales; su disciplina, vigorosa y severa en los cuerpos de Línea, y que abrazaba a los Voluntarios con excepción de algunas fuerza volantes que fueron un verdadero azote; y, sobre todo, el noble y bondadoso carácter de Taylor y Scott, disminuyeron en lo posible los males de la guerra; y el segundo de los citados jefes, primero en el mando de las armas invasoras, fue, una vez terminada la campaña del Valle, el más sincero y poderoso de los amigos de la paz.

No sólo no fue ésta deshonrosa, sino que figurará en los anales diplomáticos de los pueblos hispanoamericanos como resultado de una ne gociación que sólo el patriotismo y la inteligencia de Peña y Peña y Couto pudieron resumir en las condiciones pactadas cuando estábamos enteramente a merced del vencedor. La paz, por otra parte, nos proporcionaba ocasión de aprovechar la experiencia adquirida, corrigiendo no pocos abusos, despertando del sueño de muchas ilusiones, poniendo coto a nuestros gastos, nivelando nuestro erario con los fondos de la indemnización, restableciendo el crédito público, y haciendo que un espíritu de unión y concordia sustituyera la irritación y el encono de nuestras pasiones políticas. La ocasión fue desaprovechada del todo. La discordia afirmó aquí su imperio en vez de perderle, y la serie de los años posteriores dejó señalada su marcha con ancho reguero de lágrimas y sangre, y nos acercó más y más al abismo de que nos debiéramos haber alejado.

Al hacerse la paz, no carecía de razón uno de sus más hábiles adversarios, D. Manuel Crescencio Rejón, cuando afirmaba que era sólo un aplazamiento de nuevas pérdidas territoriales. ¿Cuáles eran, efectivamente, entonces los puntos graves y trascendentales de la política norteamericana respecto de México? Su expansión territorial a nuestra costa y su influencia exclusiva en los destinos de los diversos Estados del continente americano: la absorción parcial y sucesiva de neutro país, y la práctica de la doctrina de Monroe.

Hemos visto que el convencimiento de la triste e ineludible suerte reservada a la República, dio ser aquí, en 1847, al grupo anexionista que juzgó preferible a tal suerte, o sea a la absorción parcial sucesiva, la formal incorporación de México en los Estados Unidos en virtud de un pacto solemne que nos hiciera participantes de todos los derechos y ventajas de sus propios ciudadanos. Por una parte la aversión a esta solución, que el deber de la propia conservación rechaza; y, por otra parte, aquel mismo convencimiento de la pérdida gradual e inevitable de México, reforzado a muy alto punto por los sucesos y el desenlace de la reciente guerra, y por las diarias publicaciones de la prensa norteamericana que nunca ha hecho misterio de los designios y esperanzas de lo que llama "destino manifiesto" de los Estados Unidos; así como por el carácter que había llegado a asumir la lucha entre nuestros bandos políticos, alguno de los cuales pedía ayuda y favor a varias cortes y compraba y armaba buques en la Habana, mientras otro suscribía el proyecto del tratado, MacLane y recibía auxilio efectivo de la marina norteamericana en las aguas de Veracruz, alarmaron más y más a nuestro pueblo; y una fracción suya no pequeña volvió a preguntarse lo que de algunos años atrás se había preguntado: si la influencia europea en América, tan rechazada y execrada de nuestro natural enemigo, sería el único elemento eficaz de resistencia a la ejecución de sus planes.

Esta idea, antigua de suyo, una grave complicación diplomática en México en 1861, y la rebelión de los estados del Sur en el pueblo vecino, rebelión que, naturalmente, le debilitaba y abstraía, hicieron creer en la conveniencia y oportunidad de establecer aquí, al amparo de la intervención de Inglaterra, Francia y España, no obstante las espinas, los peligros y hasta la repugnancia naturalísima de la injerencia de extraños en los asuntos propios, un gobierno que, ajeno a nuestros odios y rencillas, hiciera reinar la justicia y la paz, abriera y aprovechara nuestros todavía cegados veneros de riqueza, y agrupara y organizara las fuerzas vivas de México para salvar su nacionalidad que los partidos todos consideraban, no sólo amenazada, sino también casi perdida. Pero debemos creer que tampoco esta vez la voluntad de los hombres iba de acuerdo con los designios providenciales. La liga tripartita fue deshecha por la habilidad de Juárez y Doblado. El gobierno de Napoleón III, que acometió por su sola cuenta la empresa, vaciló en el momento decisivo; se abstuvo de reconocer en la Confederación del Sur el carácter de beligerante y, vencida ella, a una simple orden del secretario norteamericano de Estado Seward, retiró aquél de México sus tropas, cuya permanencia, por lo mal dirigidas, había sido más adversa que favorable a los fines con que vinieron. Entretanto, el príncipe, dotado de las más bellas y nobles cualidades de un héroe de los tiempos antiguos, pero que carecía de las raras condiciones de fundador de imperios y carecía del don de gobierno, luchaba y era vencido y recibía la muerte con el valor de los Hapsburgos, no inferior al de los generales nuestros que le defendieron en la epopeya sangrienta de Querétaro y le acom pañaron en el cadalso. El desenlace de este drama, acerca de cuyos actores no podrá fallar inapelablemente la historia sino después de consignar la solución del problema de la suerte futura de México, vino a significar la impotencia de Europa contra la Roma moderna que, nacida de unas cuantas colonias de peregrinos del antiguo continente, robustecida por la inmigración y el trabajo, regida y ennoblecida por hombres como Washing ton, enriquecida por su industria y comercio que no reconocen ya superior, y engreída con su desarrollo, su fuerza y sus victorias, ve con desdén a las naciones seculares con cuya sangre se ha formado y crece más y más todavía; extiende a todas partes sus innumerables brazos como un pólipo gigantesco, y aspira a "amarrar al remo de sus naves" los destinos de los demás pueblos americanos. Estos, a consecuencia de la misma catástrofe, quedaron limitados a sus propios recursos para la lucha; y a la vanguardia de tales pueblos se halla el nuestro.

Pero la forma y los medios del ataque han cambiado, al menos en cuanto a México. Dueños ya de costas vastísimas sobre ambos océanos y nuestro Golfo, con excelentes puertos en el Pacífico y una extensión de país tal que aun no la cubre ni la cubrirá en algunos años su prodigiosa marea humana, la tendencia actual de los Estados Unidos no es el aumento territorial que no les hace falta desde luego y que, más o menos directamente, acrecería la importancia material y política del Sur, vencido y quieto, pero vigilado y temido, y a quien el Norte no ha de proporcionar medios ni ocasiones de nuevo engrandecimiento. Nuestro vecino, sin renunciar a sus grandes planes tradicionales, busca hoy desahogo a la plétora de su riqueza monetaria, de su producción industrial y de su comercio; invierte sus capitales en México en asombrosas empresas ferrocarrileras cuyos primeros resultados naturales han de ser la inmigración norteamericana; la facilidad y hasta la necesidad para alimento de tales empresas, de trasladar aquí los artefactos y mercancías de aquel país; la desaparición virtual de nuestras mutuas fronteras; un cambio forzoso en nuestro sistema fiscal y hacendario; una situación dificultosa y crítica para la escasa industria nacional en la mayor parte de sus artes y oficios, y la radicación y el desarrollo en manos norteamericanas por efecto de la abundancia de capitales, del hábito y la disposición para el trabajo, y del infatigable espíritu de empresa y adelanto individual de los principales negocios del país en agricultura, minas, industria y comercio. Y, como si estos resultados naturales y próximos no fueran suficientes a su objeto, aspira, según sus periódicos, a anticiparlos celebrando con México un tratado de comercio sobre bases que excluirían toda concurrencia mercantil de otras naciones; sobre bases de una reciprocidad imposible entre pueblos de condiciones económicas tan dispares.

Memos aventajado algo, o más bien dicho, han disminuido para nosotros el peligro las nuevas miras inmediatas del coloso? A juicio aun de muchos liberales, el peligro era menor más lejano con las antiguas, como que se reducía a la pérdida parcial sucesiva de territorio, o sea a la restricción gradual de nuestras fronteras, sin los embarazos y complicaciones interiores que la reciente política del vecino puede y debe suscitar, y que todos prevemos, por más que la prudencia y el decoro se resistan a señalarlos nominalmente. Por otra parte, los medios de esa reciente política no han sido resistibles hasta aquí. No podíamos negar la entrada en nuestra tierra a las locomotoras del progreso humano. La situación geográfica de México y sus riquezas mismas aún no explotadas, ponen a la República en condiciones cuyo desarrollo natural traerá consigo a un mismo tiempo la grandeza y prosperidad material del país, y el debilitamiento y, acaso en último resultado, la desaparición de su actual nacionalidad y de las razas que hoy le pueblan. Si esta idea puede ser tenida por hija de un pesimismo absurdo, es innegable, cuando menos, que se preparan cambios y novedades cuyo sentido difícilmente se ha de desviar mucho del indicado. En todo caso, si hay, en realidad, peligro, debernos tratar de conjurarle o disminuirle.

Median en la actualidad circunstancias favorables a México y que deben ser aprovechadas ante todo. La paz pública, el desahogo rentístico, la organización militar, la seguridad individual y el aumento de los medios del trabajo y del bienestar material, son patentes. El gobierno, a quien no faltan, por cierto, ni inteligencia ni valor, ha podido vencer dificultades internacionales que no carecían de gravedad, y cuyo arreglo es altamente honorífico a la República. Por otra parte, el personal del gobierno de los Estados Unidos no nos es hoy adverso, como se acaba de ver en la solución de las delicadas cuestiones de mutua seguridad de fronteras y del arbitraje solicitado por Guatemala. Si desde luego se lograra evitar la celebración de un tratado de comercio como el que parece amenazarnos; y si enseguida, el desistimiento de añejas preocupaciones y la saludable modificación de las ideas políticas por efecto de la experiencia adquirida y el convencimiento del peligro na cional, permitieran a nuestros estadistas procurar el progreso moral cuya necesidad no puede serles desconocida, se lograría cegar las fuentes de error y corrupción que envenenan a las nuevas generaciones en quienes tiene que fincar la esperanza de México; se disminuirían hasta donde fuese posible los fatales efectos de la pérdida de la unidad religiosa, pérdida que constituye una nueva y no despreciable ventaja para nuestro adversario; con el cultivo y el libre desarrollo de sentimientos, ideas y aspiraciones que una filosofía sensualista y atea proscribe y ahoga, renacerían la virilidad y el patriotismo; y el pueblo que se halla, como he dicho, a la vanguardia de los latinos en el Nuevo Mundo, podría, en el momento supremo, formar en batalla ante el enemigo común, bajo la única bandera propia y tradicional de su raza; la bandera que hizo retirar de Roma a los bárbaros, que anegó en Lepanto el formidable el poder de la Media Luna, y que descubrió y civilizó la mayor parte de las regiones americanas; la bandera del Catolicismo. Todavía así, nuestra estatura sería la del pastorcillo de Israel ante Goliat; pero Dios, cuando cumple a sus justos e inescrutables designios, ampara al débil contra el fuerte; y, en todo caso, el último esfuerzo de la defensa no sería indigno del primero.

 

EL INVASOR EN MÉXICO

XXXII

Desmoralización en el ejército de ocupación. —Testimonios norte-americanos de ella. —La Asamblea Municipal. —Riña entre Scott y los demás jefes principales. —Destitución del primero.

Poco podría yo decir de la residencia de los norteamericanos en la capital de la república, que no fuera repetición de noticias consignadas en libros y periódicos contemporáneos y posteriores. Respecto de sus usos y costumbres y de lo que más llamaba en ellos nuestra atención, he escrito mis propias impresiones e ideas en el capítulo XX de estos apuntamientos. Me limitaré, pues, aquí a señalar lo más digno de mencionarse entre lo aún no mencionado, deteniéndome un tanto al hablar de la Asamblea Municipal formada bajo los auspicios e influencia del invasor; y al dar idea de los serios disgustos habidos entre Scott y los demás principales jefes enemigos, y que causaron la erección de un tribunal militar ante el cual uno y otros comparecieron, así como la destitución, de hecho, de Scott, del mando del ejército por él traído de uno en otro triunfo hasta el corazón del país.

Los días que siguieron a la entrada del invasor y á las hostilidades formales en las calles, fueron fecundos en temores, violencias y asesinatos. Los soldados enemigos que se alejaban aisladamente de sus cuarteles, caían bajo el puñal de nuestros léperos. Estos y los delincuentes entre los mismos invasores eran públicamente azotados sin misericordia en las picotas levantadas al Oriente de la Alameda y en la Plaza de Armas. Los oficiales, alojados de preferencia en las casas cuyos dueños ó inquilinos habían emigrado de la capital, las trataban como á país conquistado. Las calles más céntricas parecían por su desaseo muladares. Los contraguerrilleros poblanos, con el insulto en los labios, se creían árbitros de la suerte del vecindario, y en unión de los voluntarios se embriagaban, reñían y tomaban efectos en los puestos y tiendas sin pagarlos. Muebles y archivos de la Tesorería General y de algunas otras oficinas eran saqueados ó destruidos.

A remediar tal estado de cosas se enderezaron al par las disposiciones del cuartel general y del ayuntamiento. El primero puso en libertad á nuestros distinguidos generales Anaya y Rincón sin exigirles compromiso alguno: señaló plazo para que se presentaran los oficiales mexicanos que habían quedado aquí retraídos: mandó que la moneda de los Estados-Unidos fuera admitida por su justo valor en el comercio: facilitó la circulación de víveres y demás efectos, y hacia aplicar, generalmente con justicia, la ley marcial á los culpables. Ya he dicho que el ayuntamiento se encargó del manejo de las rentas del Distrito Federal, modificando la organización de ellas según la ley de las circunstancias. La expresada corporación previno desde el 18 de Setiembre que los jueces, la Aduana, el Correo y demás oficinas conservadas siguieran funcionando: organizó el servicio de rondas nocturnas además de su propia fuerza de policía: reglamentó y limitó en lo posible el expendio de licores: mejoró el servicio de los carros de la limpia: hizo recordar incesantemente por medio de bandos las principales disposiciones vigentes en el ramo de policía, modificándolas ó aumentándolas con arreglo á las necesidades del momento: con fecha 24 de Setiembre prorrogó los plazos de libranzas, vales, escrituras y demás documentos de pago vencidos en los días del asedio y siguientes; y, durante su período, ó sea hasta fines de Diciembre, no cejó ante el cuartel general en la defensa de los intereses del vecindario, ni en solicitar medidas de seguridad, ni en representar contra le pena de azotes, contra el despojo de particulares, contra los abusos y la institución misma de los alojados, y contra todo linaje de violencias y perjuicios. Mucha parte de sus pasos y afanes resultaba del todo estéril, como era preciso que sucediera, atendida la posición respectiva del invasor y de la ciudad. Así, por ejemplo, su fuerza de policía, destinada principalmente á reprimir riñas, robos y toda clase de desórdenes, era impotente y se veía en la necesidad de retirarse ante los soldados norte-americanos, que eran casi siempre los delincuentes. Con todo, las medidas constantes de la corporación, muchas veces apoyadas por Scott y el gobernador militar Quitman, y la severidad de las órdenes del cuartel general, hicieron disminuir los delitos y la inseguridad; y, por otra parte, las familias emigradas en los días del asedio fueron volviendo á sus hogares, y el movimiento mercantil adquirió creces con el aumento de población y los ríos de oro desatados por el invasor.

La llegada de nuevos refuerzos militares, compuestos en su mayor parte de voluntarios, vino á hacer perder lo ganado en materia de orden y seguridad relativos; y el desaseo, los vicios, los delitos y el malestar general progresaron terriblemente. Entre los diversos casos de robo por individuos del ejército, llamaron la atención el de una botica de la calle del Tompiate, en pleno día, y el asalto de la casa del súbdito español D. Manuel Fernández Puertas en la calle de la Palma: asalto dado por oficiales de regulares y de voluntarios, y de que fue víctima el dependiente D. Manuel Zorrilla, mortalmente herido en la defensa. El despojo de particulares en las calles más céntricas y aun de día, era frecuente; y recuerdo que en uno de estos lances, aunque no tal vez á manos de extranjeros, perdió su reloj y salió herido el respetable D. Francisco Manuel Sánchez de Tagle, lustre de nuestras letras y á la sazón director del Monte de Piedad, muriendo pocos días después de resultas del daño que allí recibió. Aunque se había organizado una compañía dramática que trabajaba en el teatro de Nuevo-México, y establecieron salones de baile en la calle del Coliseo y en el callejón de Betlemitas, el centro de los pasatiempos y también de los vicios de la sociedad militar norteamericana era el hotel de la Bella-Unión, donde había cantinas, mesas de juego, bailes y orgías, y templos destinados al culto de la Venus más callejera y desarrapada. Aquí se forjaron algunos de los robos y crímenes que más aterrorizaban al vecindario, y que alarmaban al mismo Scott haciéndole desesperar de su remedio.

Con efecto, este general decía en comunicación reservada del 25 de diciembre á su gobierno:

"Con excesivo trabajo había yo traído á los antiguos regimientos, así de Voluntarios como de Regulares, favorecido por nuestras largas pero necesarias detenciones en Veracruz, Jalapa y Puebla, á altos grados de disciplina, instrucción y economía.

Tan intolerable labor en el cuartel general tiene que renovarse continuamente, ó todo el crédito de este ejército por su conducta moral, así como por su valor y sus proezas, se perderá por completo á la llegada de nuevos refuerzos; y no hay esperanza de traer á buen sendero á las guarniciones y á los destacamentos distantes, que no pueden ser gobernados por ningún código escrito de órdenes é instrucciones enviadas desde lejos. No intento acusar á los refuerzos, en lo general, de falta de valor, patriotismo ó carácter moral; muy distante estoy de ello; pero entre todas las nuevas fuerzas, cualquiera que sea su denominación, hay siempre un tanto por ciento de perdidos, suficiente, si falta la disciplina, á desacreditar á la masa toda, y lo que es infinitamente peor, al país que los emplea. Esta calamidad principalmente, me agobia más y más cada día."

Comentando el historiador norte-americano Ripley, en sentido desfavorable á Scott, el anterior párrafo, dice:

"Nada hay más desmoralizador para un cuerpo de ejército que la ocupación inactiva de una capital grande y rica, y generalmente se necesita de los más rigurosos reglamentos, obligatorios al par al vecindario y á las tropas, para evitar la perpetración de delitos. Así sucedió en México, donde las faltas y los robos cometidos durante los primeros días de la ocupación, carecieron de importancia, y, en comparación de los comunes entre los mismos mexicanos, eran insignificantes del todo; pero con el período de inactividad se aumentó la repetición de tales delitos. Podemos hallar terrible causa de ellos en los vicios abiertamente permitidos por el gobernador y el general en jefe.

"Invariablemente, siempre que se tolera, sigue el tren de un ejército infinito número de toda clase de vagabundos; y de ningún modo era pequeño su guarismo en el tren del ejército americano. Tahúres de todas condiciones, desde el más decente en apariencia hasta el más ordinario, había allí; y una compañía compuesta de ellos en gran parte, fue organizada para el servicio militar en el curso de las operaciones del Valle. Tales hombres —como la compañía de espías ó exploradores nativos, formada de las heces de las cárceles de Puebla y mandada por un criminal del país— eran independientes y recibían instrucciones del inspector general del ejército. Muy poco se sabe de sus servicios militares; pero poco después de la ocupación de la capital empezaron á trabajar en sus propios negocios; lo cual, ciertamente, había tenido lugar en todas las poblaciones en que el alto de las tropas duró lo suficiente para la práctica de cualquiera medida de disciplina moral. Antes de la entrada en México el juego no había sido permitido por las autoridades militares norte-americanas, y hasta le prohibieron positivamente en muchos casos; pero, á despecho de la prohibición, había medrado, y progresó algún tiempo después de la ocupación de México. No hubo medidas rigurosas contra los empresarios ó banqueros que hacían su negocio, y desde el mes de noviembre se les abrió de par en par la puerta, otorgando licencias el general Smith al precio de mil pesos mensuales por cada mesa. La presteza y facilidad con que este impuesto fue pagado, así como el número de licencias de tiempo en tiempo concedidas, acusan la extensión y la tolerancia que obtuvo el vicio. Oficiales y soldados en gran número dependían de los diferentes garitos, variados en categoría como los talentos y capitales de los empresarios. Instrumento más eficaz de destrucción de cuanto pueda parecerse á la moralidad, ya sea respecto del antiguo ejército, ó ya de los refuerzos, apenas habría sido dable imaginarle. Produjo, efectivamente, sus resultados, y produjo algo como el estado de cosas tan temido por el general en jefe. De esta misma causa, así legalmente permitida y sancionada, se derivó poco tiempo después un suceso que ciertamente desacreditó al ejército, y, lo que fue infinitamente peor, al país que le empleaba. Aludo á una tentativa de robo hecha por un oficial del ejército regular, tres oficiales de los Voluntarios de Pensylvania y una banda organizada de soldados y empleados del departamento del cuartel-maestre. El suceso está todavía tan vivo en la memoria del ejército, y es de temerse que en la de otros, que no necesita de más señas”1. "Evidentemente Ripley en estas últimas líneas se refiere al asalto dado á la casa de Fernández Puertas. En cuanto á los garitos, algunos meses después decía el presidente de la Asamblea Municipal en un documento público: "Obtuve la supresión de un gran número de garitos establecidos en el corazón de la ciudad, de donde provenían los alborotos, trastornos y expropiaciones que sufrían vecinos y transeúntes: limitándose las casas de juego de suerte y azar á solo doce, en virtud de una patente por la que pagaban mil pesos mensuales al gobernador americano."2 Debo agregar que este ingreso se aplicaba á los gastos de la administración municipal.

La prensa del enemigo se componía de "La Estrella Americana", periódico que desde Jalapa, después de la batalla de Cerro-Gordo, empezó á publicar un tal Peoples, y que al mismo tiempo que daba á luz las órdenes y disposiciones militares, hacia cruda guerra á Santa-Anna y á nuestro ejército, y abogaba por la celebración de la paz. Posteriormente Tobey y Reid3 fundaron y redactaron aquí el "Norte-americano", en que eran más ó menos abiertamente insinuadas las ventajas de la agregación de México á los Estados-Unidos. Tales periódicos, juzgados muy desfavorablemente por Ripley, no sólo lastimaban á cada paso el amor propio nacional, sino que por medio de comentarios imprudentes y apasionados exacerbaron las diferencias y rencillas sobrevenidas entre Scott y otros jefes. La prensa del país estaba aquí representada casi exclusivamente por el "Monitor", que no se mostraba tibio ni pusilánime en la defensa de México y del espíritu de nacionalidad: hubo alguna que otra hoja insignificante en que se maltrataba y calumniaba á personas más ó menos notables; y meses después aparecieron el "Eco del Comercio", periódico de D. Manuel Payno en que se abogaba por la paz, y en que hizo sus primeras armas el distinguido escritor D. Anselmo de la Portilla; y "La Patria", periódico de tendencias monarquistas.

Aproximándose el fin del año de 1847, se convino entre el cuartel general y el ayuntamiento en que habría elecciones para renovar la corporación municipal. Gozaba la existente de gran prestigio en la ciudad por la abnegación y energía con que se portó ante el invasor, obteniendo á su entrada garantías para el vecindario, y por el empeño y eficacia con que siguió manejando los ramos dejados y puestos posteriormente á su cargo: no es, pues, de extrañarse que hubiera aquí un partido numeroso, aunque inactivo, en favor de la reelección de estos concejales. Por otra parte, como después de todo, por la naturaleza de las circunstancias y de las cosas, tenían que reglamentar y hacer cumplir órdenes del invasor y que acudir á él constantemente con las quejas de los vecinos y la pretensión de disposiciones no siempre obtenidas, acabando por disgustarle, y como, además, era imposible remediar muchos de los males de la situación, hubo quienes tacharan al ayuntamiento de tibio en la defensa de los intereses públicos, ó de servil ejecutor de las voluntades del extranjero, ó de imprudente ó poco medido en sus relaciones con el cuartel general, en cuya última opinión parecía abundar éste; y se había formado otro bando opuesto á la reelección y decidido á impedirla y á llenar a los puestos municipales con personas más aptas en concepto suyo, y que, perteneciendo á la comunión liberal, pudieran poner en práctica en el Distrito Federal algunos de sus principios al arrimo de las circunstancias excepcionales del mismo Distrito y de las simpatías presupuestas en el invasor mismo para tal caso. Formaban este bando individuos pertenecientes casi en su totalidad al partido puro.

La ley vigente para las elecciones de ayuntamiento era la de 14 de julio de 1830. Pero el gobierno nacional establecido en Querétaro expidió con fecha 26 de noviembre de 1847 un decreto prohibiendo todo género de elecciones en los puntos ocupados por el enemigo. Fácilmente se comprende que dicho decreto no había podido ser publicado aquí en forma, ni podría surtir sus efectos sin la aquiescencia del ejército de ocupación.

Nuestra autoridad civil expidió convocatoria y mandó formar padrones y repartir boletas señalando los días 5 y 12 de Diciembre para las elecciones primarias y secundarias; todo con arreglo á la expresada ley de 14 de Julio de 1830. Pero la misma autoridad con fecha l9 de Diciembre acordó suspenderlas en virtud del decreto dado en Querétaro el 26 de Noviembre, y que probablemente hasta entonces llegaba á conocimiento suyo; y aunque esta causa de la suspensión, que debe haber sido la verdadera, fue comunicada confidencialmente al gobernador militar Smith, la providencia pública de suspensión no la alegó, ni se fundó sino en el temor de desórdenes posibles. No obstante tal providencia, los individuos del bando que se había formado y que aspiraba á nombrar nueva corporación municipal, se reunieron el 5 de Diciembre en diversos cuarteles de la ciudad, y sin las formalidades legales efectuaron elecciones primarias. "Siéndonos imposible —dice Suarez Iriarte en su "Defensa", pág. 11— depositar nuestros votos en las urnas de los comisionados municipales, porque habían sido retiradas por un mero hecho, levantamos un acta que firmaron centenares de personas en cada uno de los cuarteles de la ciudad, y produjeron el número de 117 electores secundarios."

Con fecha 10 de diciembre, el gobernador militar Smith declaró nulo cualquier decreto del gobierno mexicano que impidiera á los ciudadanos el uso de sus derechos: y declaró asimismo que los habitantes de México podían efectuar sus elecciones municipales sin interrupción alguna.

A otro día el ayuntamiento, en vista de la anterior disposición militar y salvando sus propias protestas hechas al ser ocupada la ciudad, acordó que se hicieran las elecciones los domingos 19 y 26 de Diciembre, á fin de que se pudiera cumplir con los requisitos de empadronamiento del vecindario y distribución de boletas prevenidos en la ley de 14 de Julio de 1830. La parte reglamentaria de este acuerdo apareció con fecha 13 de diciembre.

El 12, sin embargo, los electores ilegalmente nombrados por el bando opuesto se reunieron al son de músicas en el edificio de la Universidad, naturalmente sin asistencia de la autoridad política que debería presidirlos; y bajo la presidencia del Lie. D. Francisco Suarez Iriarte, protestaron contra la oposición del gobernador civil ó alcalde municipal Reyes Veramendi y del ayuntamiento, y dieron principio á las elecciones secundarias, terminadas el 19, al mismo tiempo que se celebraban las primarias nuevamente dispuestas por la corporación municipal.

El expresado alcalde ó gobernador Reyes Veramendi había pedido al juez 2- de lo criminal Olmedo, la formación de causa á los individuos que procedieron á hacer elecciones primarias en contravención del decreto ó ley que prohibía ó suspendía las elecciones; individuos que, en concepto del mismo alcalde, debían ser tenidos por autores de un motín popular. El juez, fundándose en que la ley no había sido aquí debidamente publicada y, en tal virtud, no regia en México; en que tampoco había sido publicado el acuerdo del ayuntamiento previniendo su observancia, y en que no había habido desórdenes en dichas elecciones primarias según las averiguaciones practicadas, falló con fecha 13 de diciembre no haber lugar al procedimiento.

La corporación municipal citó el 20 á los electores secundarios nombrados la víspera con arreglo á sus disposiciones, para que se instalaran el 22 en el edificio de la Universidad.

Así las cosas; es decir, hechas las elecciones primarias nuevamente dispuestas por el ayuntamiento, y nombrada ya por sus contrarios nueva corporación, la existente representó una vez más al gobernador militar contra la ocupación y el despojo de casas particulares por individuos del ejército, é hizo publicar su comunicación en el "Monitor" del día 20. El general Smith, en carta oficial del 23, dijo al ayuntamiento que su representación era altamente ofensiva por su tono y lenguaje; que la publicación de ella había sido inoportuna; y que, en consecuencia, la corporación debía recoger tal documento y dar satisfacción por su conducta impropia, en el mismo "Monitor". "Reunido el ayuntamiento —dice Suarez Marte en su "Defensa", pág. 14— acordó rehusarse á la pretensión del gobernador americano, quien, á consecuencia, disolvió el ayuntamiento por su nota del 24... Con la misma fecha nos pasó el gobernador americano carta oficial en que nos dice que, no pudiendo la ciudad quedar sin autoridades locales, y siendo nosotros los electos por la municipalidad, sobre cuyo punto había una decisión judicial mexicana, tomáramos en el acto posesión de nuestros cargos, etc." Es de advertir que el fallo de Olmedo se limitaba á no haber lugar al procedimiento pedido contra los electores, y de ningún modo abrazaba ni podía abrazar la validez ó nulidad de las elecciones primarias. Quien declaró tal validez contra todo asomo de razón y verdad, fue el gobernador militar Smith, sentando que "cualquiera falta de las formalidades prescritas, no fue culpa de los electores, sino del ayuntamiento mismo, que prohibió y se opuso de todas las maneras posibles á que se hicieran las elecciones legales".

El propio Smith agregaba en su orden del 27 de diciembre, á que pertenece mi última cita:

"Considerando que el juez de lo criminal ante quien fueron acusados los electores de obrar ilegalmente, ha decidido que sus actos fueron legales, son éstos válidos por consecuencia, y las personas elegidas son los miembros legítimos del ayuntamiento, por la decisión formal de un tribunal mexicano que aplica las leyes de su propio país: y las autoridades americanas reconocen por tal motivo como ayuntamiento de la ciudad de México, á las personas siguientes, electas según la ley:

"Alcaldes: lº, Lie. Francisco Suarez Iriarte; 2º, Antonio Garay; 3º, Tiburcio Cañas; 4º, Anselmo Zurutuza; 5º, Miguel Lerdo; 6º, Lic. Agustín Jáuregui; 7º, Ramón Aguilera; 8º, Lic. Justo Pastor Macedo. Regidores: lº, José María Arteaga; 2º, Adolfo Hegewish; 3º, Lic. Manuel García Rejón; 4º, Federico Hube; 5º, Juan Palacios; 6º, Teodoro Ducoing; 7º, Cayetano Salazar; 8º, Enrique Griffon; 9º, Joaquín Ruiz; 10º, Pedro Van-der-Linden; llº, Jacinto Pérez; 12º, Marcos Torices. Síndicos: Lie. Miguel Buenrostro y Lie. Ignacio Nieva”4.

Terminaba la citada orden de Smith prohibiendo proceder en lo sucesivo á las elecciones dispuestas por el último ayuntamiento, y respecto de las cuales se recordará que ya estaban nombrados los electores primarios.

Tal fue, según los documentos contemporáneos que tengo á la vista, el origen de la Asamblea Municipal, electa indudablemente sin las formalidades prescritas en la ley de 14 de Julio de 1830, y contra lo prevenido en el decreto del gobierno nacional fecha 26 de Noviembre de 1847; y declarada bien electa y puesta al frente de la administración del Distrito Federal por el invasor5.

De las ideas y miras que presidieron en tal elección y que debían realizar los electos, nos dan noticia las "Instrucciones otorgadas por la junta general de electores á los representantes de la ciudad y Distrito de México"; instrucciones que bajo el número 12 se publicaron entre los documentos de la "Defensa" de Suarez Iriarte, y que llevan la fecha de 17 de Diciembre.

En la introducción del documento á que me contraigo, se compara la invasión de México por los norte-americanos con la de Persia por los ejércitos de Alejandro, "vencedores por doquiera que se presentaban, sin embargo de su reducida fuerza numérica, comparada con la población de los dilatados países que invadían"; se indica la seguridad con que son realizados á la larga los proyectos políticos de los pueblos activos é industriosos, contando como elemento pasivo á los inertes é ignorantes entregados á la molicie y á los vicios: se habla de la formación de los Estados-Unidos y de la alarma que en ellos se nota siempre que alguna nación europea pretende intervenir en los negocios de las repúblicas hispano-americanas; y se dice que esta alarma y el nombre mismo de Estados-Unidos de América, muestran, en unión de otros antecedentes, el designio de abarcar todo el continente de Colón bajo un sistema político. Con referencia á la invasión, se supone que no hubo contra ella defensa alguna. Se agrega que, ocupada la capital de México, su ayuntamiento se ocupó exclusivamente en las rentas abandonadas por el gobierno: que, llegado el período legal de su renovación, quiso el personal del mismo cuerpo perpetuarse en el puesto; pero que hubo ciudadanos bastante enérgicos para reclamar el ejercicio de sus funciones electorales, lo cual produjo una declaración formal de la autoridad americana, de que los mexicanos estábamos en el pleno goce de nuestros derechos políticos. Después de hacer notar que la resistencia á la arbitrariedad del ayuntamiento produjo este resultado, y que se nos restituía al rango de ciudadanos por una autoridad extraña, pero justa é ilustrada, decían los autores de las instrucciones:

"La situación verdaderamente anómala en que vino á quedar colocado este Distrito, le pone en la necesidad de atender á su propia existencia por cuantos medios le fueren posibles, sin consultar á más leyes que las de la propia conservación. El peligro común une á todos sus habitantes, cualquiera que sea su origen, para tomar parte en su salvación; y en conflicto tan grave como en el que ha venido á caer por antiguos errores, abusos y vicios de las clases que no se han querido corregir oportunamente, es indispensable entrar con valor en la vía de las reformas, si se quiere eficazmente que esta sociedad se constituya y que cesen para siempre las agitaciones que la han conducido al miserable estado en que se encuentra. La futura Asamblea Municipal está destinada á ser el arca de este precioso depósito, y al confiárselo el pueblo, le pide en garantía el desempeño de las instrucciones siguientes."

Las 2a, 3a, 4a, 6a y 1- de tales instrucciones se refieren á la supresión de aduanas y monopolios; al establecimiento de contribuciones directas; á la formación de un registro para la policía; á la institución de jurados; á la extinción de todo fuero en lo criminal y en lo civil; á la intervención de la Asamblea en que las exacciones del invasor se realizaran con los menores sacrificios posibles de parte del pueblo; á que todos los arbitrios municipales fueran legalmente rematados, y a la publicidad de los actos de la misma corporación.

La 1ª decía textualmente:

"El Distrito tiene todos los elementos para formar un cuerpo político perfecto: necesita una organización social adaptada al siglo en que vivimos, y que su administración sea sencilla y poco dispendiosa."

La 5a decía:

"La Asamblea extraordinaria que ahora se va á instalar, tiene que encontrarse en posiciones bien difíciles en las cuestiones políticas que se agiten sobre la suerte de la nación. No es remoto llegue el momento solemne de que á las autoridades se les anuncie se salve quien pueda. Para este triste caso, pero posible, salven los representantes de México la independencia de su administración interior, y que la nueva confederación en que entrare le proporcione respetabilidad en el exterior, paz, orden, prosperidad y libertad de pensamiento y conciencia en el interior."

Tales fueron las instrucciones, y su claridad haría impertinente cualquier comentario.

Entre los actos de la Asamblea —que erigió de hecho el Distrito Federal en Estado y le agregó algunos pueblos del Estado de México— hubo tres principalmente en que la opinión pública creyó ver continuadas y practicadas las miras é ideas de las instrucciones. Dichos actos fueron: la resistencia opuesta á que D. Manuel Gómez Pedraza, nombrado por el gobierno de Querétaro director del Monte de Piedad, entrara á desempeñar su empleo; la prevención contenida en una nueva ley de policía, de que los desertores del enemigo fueran aprehendidos y entregados al mismo; por último, el convite dado al general Scott y á otros jefes norte-americanos en el Desierto de los Carmelitas.

El caso de Gómez Pedraza, por la importancia de la persona y del puesto, fue el más ruidoso de los análogos, y se le dio la significación de que la Asamblea hacia abstracción cabal del gobierno mexicano, negándose á obedecer aun aquellas de sus disposiciones que por su naturaleza no debían tropezar con el veto del enemigo. Nada hubo, por lo menos, en los actos de dicha corporación —como nada había habido en las instrucciones— que explícita ó implícitamente acusara la conciencia de que existía en el país un centro de autoridad que los ciudadanos debían acatar y obedecer, siquiera en la medida de lo posible.

La prevención relativa á desertores del enemigo constaba en el siguiente artículo, 4- del reglamento de 16 de Febrero de 1848 para la organización de la fuerza de policía rural: "Son obligaciones de los guardas de policía rural, aprehender á todas las personas sospechosas que, solas ó acompañadas, inermes ó armadas, aparecieren por los poblados, poniéndolas en el acto á disposición del alcalde le de la municipalidad; perseguir todas las gavillas que con cualquiera denominación se presentaren, auxiliándose mutuamente los de un poblado ó hacienda con los de otros; aprehender á los desertores del ejército americano para el simple efecto de remitirlos a sus jefes; y, últimamente, prestar todos los auxilios que la autoridad pública les exigiera". Se consideró como una crueldad en lo moral, y como una acción verdaderamente antipatriótica condenar á horribles castigos á los individuos que abandonaban las filas del enemigo casi siempre para pasarse á las nuestras; y cooperar de esta manera á conservarle su fuerza y á impedir los medros de la nuestra; bien que á este último respecto sea justo recordar, que en la fecha de la expedición del reglamento era ya un hecho la celebración del tratado de paz.

El convite del Desierto fue el más ruidoso de los actos de que hablo. Suarez Iriarte en su "Defensa", pág. 44, lo explica recordando la costumbre de que el ayuntamiento practicara una visita anual á las aguas potables "con muy poco provecho del ramo y con bastante recreación de los concejales, consumiéndose sumas considerables en dos ó tres días de recreo á que concurre un crecido número de visitas"; y la coincidencia de que, á solicitud de la Asamblea, se practicaba por los ingenieros topógrafos del ejército norte-americano una nivelación sobre el Valle para reconocer la altura de las aguas y consultar su repartición y aprovechamiento, y el modo de impedir las inundaciones de la ciudad. "En el día, agrega, en que se iba á verificar el reconocimiento de las aguas potables, estuve muy lejos de creer que cometía un crimen al presentar un obsequio á nombre de la ciudad al que le había proporcionado una obra6 que, llevada al cabo, podrá ser de inmensos resultados para los habitantes de esta población. Con este paso la ciudad manifestaba que sus sentimientos eran nobles; que discernía los beneficios de los agravios; que si era desgraciada, no había sido envilecida; y se captaba al mismo tiempo la benevolencia de un hombre poderoso que tenía entre sus manos la vida de un compatriota condenado á muerte en los tribunales americanos. Me pareció imposible que el general Scott derramara la sangre de un mexicano en la misma ciudad que acababa de acreditarle cuánto sabía apreciar la generosidad de un servicio. En efecto, el general Scott se conmovió, prodigó bendiciones al pueblo de México, manifestó que sus ardientes deseos eran por la paz y la buena armonía entre su nación y la nuestra; y por no faltar expresamente á las formalidades de los juicios, suspendió indefinidamente la ejecución de Luz Vega, que así se llamaba el reo, sin que hubiera llegado á tener efecto. Este acontecimiento que, lejos de pretenderse ocultar, se hizo con toda la publicidad de un acto que no merecerá reprobación luego que sea bien juzgado, se interpretó y glosó con estudio y malicia por unos, y con extremo candor é ignorancia por otros, hasta asegurar que se habían gastado sumas inmensas y se había acordado en aquella reunión la destrucción del culto y la anexión de la república mexicana á la del Norte."

Esto dice el presidente de la Asamblea acerca del convite del Desierto, y agregaré que en aquellos días se aseguró generalmente que en tal convite se había brindado por la anexión de México á los Estados-Unidos. Profunda fue la indignación que la noticia de tal hecho, real ó supuesto, causó en todo el país; y personas notables del partido puro se apresuraron á rechazar en los periódicos los cargos que se le hacían con motivo de lo acaecido en el Desierto, negando toda participación en las ideas y los actos de quienes se agrupaban en torno del invasor, y anatematizando con frases durísimas su conducta. En cuanto á los brindis, si los hubo, no será temerario suponer que, cuando menos, hayan ido de acuerdo con las "Instrucciones", lo cual sería ya bastante grave por sí solo.

Para acabar con lo relativo al nombramiento, el carácter y los actos de la Asamblea Municipal, tengo que adelantarme á este período y decir, que al ajustarse poco después el armisticio consiguiente al tratado de paz, el gobierno mexicano pidió y obtuvo la reposición del antiguo ayuntamiento de la capital. Ya el presidente Peña y Peña había dicho en Querétaro á la nación: "En la capital, donde flamea el pabellón americano, se maquina traidoramente contra la nacionalidad del país: allí algunos mexicanos á quienes la posteridad llenará de execración, se disputan el poder, usurpan la autoridad municipal, se apoderan de los escasos recursos de la desdichada ciudad, y buscan apoyo para sus crímenes en la fuerza del invasor." Al terminar la ocupación norte-americana, el gobierno expidió orden de prisión contra D. Francisco Suárez Iriarte; y éste acudió á la cámara de diputados quejándose de tal providencia, y pidiendo que le juzgara el gran jurado, por tratarse de hechos de una época en que tenía el mismo Suárez el carácter de diputado. Con tal motivo el ministro de Relaciones interiores y exteriores D. Mariano Otero, con fecha 8 de Agosto de 1848, á nombre del gobierno presentó acusación formal contra el repetido Suárez Iriarte ante la cámara, fundándola principalmente en los hechos y documentos aquí citados. La defensa del acusado, hábilmente escrita por cierto, y que deben leer cuantos quieran imponerse pormenorizadamente de estos sucesos y fijar su juicio acerca de ellos, lleva la fecha de 21 de marzo de 1850: después de pronunciada, la cámara de diputados, erigida en gran jurado, declaró por 48 votos contra 27, haber lugar á formación de causa. Abrióse ésta, y durmió indefinidamente, por influencias del ejecutivo según entonces se creyó. Suárez Iriarte estuvo preso algunos meses en la Diputación, y en seguida, con motivo de sus enfermedades, se le permitió trasladarse á su hacienda de la Huerta, donde falleció algún tiempo después. Era hombre de innegable capacidad.

Tanto se ha abusado en tiempos posteriores de la acusación de infidencia, que el escritor que no presume de historiador, sino de simple narrador, y que sabe hasta dónde ciegan las pasiones políticas y cómo influyen los sucesos y las impresiones del momento en los actos de la vida pública, se limita en casos como éste á agrupar los datos y antecedentes todos con la mayor fidelidad posible, para que otros, con pleno conocimiento de causa, pronuncien un fallo que él no se ha impuesto la obligación de dar. Además de todo lo ya sentado, el que se constituya juez debería tener presentes dos circunstancias, una de cargo y otra de abono, respecto de los miembros mexicanos de la Asamblea Municipal. Voy á dar idea de ellas.

La circunstancia de cargo se deriva de la tendencia del gobierno de los Estados-Unidos, durante la guerra, á procurar y patrocinar aquí la formación de un gobierno adicto á aquel pueblo, ó, por lo menos, dispuesto á ajustar la paz con las ventajas que el vencedor se proponía obtener. Tal tendencia, indicada desde el manifiesto de Scott en Jalapa, se mostró sin rodeos en el discurso del presidente Polk á las cámaras norte-americanas en Diciembre de 1847, cuando dicho funcionario señaló como conveniente que los jefes del ejército de ocupación en México alentaran y protegieran á los amigos de la paz en el establecimiento de un gobierno así. La agrupación, las tendencias y los actos de los electores y electos de la Asamblea pueden y, acaso, deben haber sido considerados por el invasor como el principio de la realización de aquellas miras políticas suyas, en días en que aún no contaba con toda seguridad con que celebrara la paz el gobierno mexicano existente; y han podido, al par, influir en el ánimo de este mismo gobierno para decidirle á entrar en pláticas con el enemigo, por mucho que desde antes se inclinara á ello, como es notorio.

La circunstancia de abono ó data no consta en los escritos y documentos de aquel tiempo, sino en la tradición oral de las personas que trataron con alguna intimidad á los munícipes á quienes me refiero. Los hombres más notables de este grupo, á un celo fanático por la práctica de sus principios progresistas, unían el profundo convencimiento de la pérdida irremisible de la autonomía de México; y á su absorción parcial y sucesiva, que iría acabando hasta con las razas, errónea, pero sinceramente, juzgaban preferible la anexión en masa y bajo condiciones que aseguraran la conservación de esas mismas razas y el ejercicio de sus derechos civiles y políticos en el seno de la Confederación norte-americana7.

La primera de estas circunstancias fue señalada por Otero en la acusación; pero no era posible que la segunda lo fuese por Suárez Iriarte en la defensa.

Curioso es notar, de paso, que así los anexionistas de 1847 como los aceptantes de la intervención europea en 1861, partieron de la propia idea de que México iba á ser víctima del "Destino manifiesto" de los Estados-Unidos; y que éstos, que negaron á Europa el derecho de procurar y proteger aquí el establecimiento de un gobierno en la segunda de dichas épocas, habían creído tener el derecho de hacer otro tanto ellos mismos en la primera.
 
No me falta respecto de la Asamblea Municipal sino mencionar algunos de sus servicios á la ciudad, y de los sucesos más notables de su tiempo.

Procedió la expresada corporación al registro ó empadronamiento; expedito la administración de justicia; obtuvo del gobernador militar una visita oficial diaria para que oyese las quejas del vecindario: obtuvo igualmente el acuartelamiento de los soldados á la hora de retreta; que del cuerpo de Rifleros, que era el más moralizado entonces, se destinaran en cinco puntos de la capital destacamentos para impedir riñas y desórdenes, y sostener á la autoridad municipal; que se redujera á doce el número de las casas de juego; que no se volviera á aplicar en público la pena de azotes; que los acusados tuvieran la garantía del jurado, que las contribuciones no se impusieran sobre el capital, sino sobre la renta. Ya expuse incidentalmente que también creó una fuerza de policía rural para la seguridad de campos y poblados fuera de la capital, y que á sus pasos y diligencias fueron debidos el reconocimiento de los lagos y el proyecto del teniente de ingenieros M. L. Smith para impedir las inundaciones, acerca de lo cual dice Suárez Iriarte en su "Defensa", página 44: "Solicité del general Scott que sus ingenieros topográficos prestasen este interesante servicio á la ciudad, y con la mejor voluntad apetecible se prestó en el acto, facilitando diariamente tropa al oficial especialmente encargado del trabajo, quien recorrió todos los lagos, desde el de Chalco y Xochimilco hasta el de San Cristóbal y Zumpango, incluyendo el desagüe de Huehuetoca; cuyo informe con su correspondiente perfil, la indicación de todas las obras que eran de efectuarse y sus presupuestos para la desecación de los lagos y construcción de canales de irrigación y navegación, se verán en el documento número 16; sin que yo sepa ni haga memoria de que municipalidad alguna haya proporcionado trabajos tan importantes sobre aguas en beneficio de la ciudad.8"

El invasor, que en los días de elección del nuevo ayuntamiento de México se había mostrado tan celoso de la conservación de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos, redujo pocos días después á prisión á todo el ayuntamiento de Guadalupe por el simple hecho de haber sido despojado de armas y caballo un soldado norte-americano en dicha villa. Para que recobraran su libertad los munícipes fueron necesarios el empeño y los pasos de Suárez Iriarte, quien utilizó también su influjo en favor del Lic. D. Mariano Otero, preso por atribuírsele que había pronunciado en público discursos subversivos contra el ejército de los Estados-Unidos. Daré punto á estas reminiscencias agregando que al terminar el año de 1847, el cuartel general impuso "al Estado y ciudad de México" una contribución de 668 332 pesos; que para cubrirla y hacer frente á los gastos de administración, la Asamblea decretó, á su turno, una contribución de 6% sobre rentas; y que en Febrero siguiente, como apremiaba el invasor para el pago del bimestre vencido y de otro que exigía adelantado, la misma corporación municipal recurrió provisionalmente á la imposición y exacción de cuotas determinadas de los vecinos más notables en cada ramo.

Paso ya á hablar de los disgustos y el formal rompimiento habidos entre el comandante en jefe Scott por una parte, y los mayores generales Worth, Píllow y Quitman y el teniente coronel de artillería Duncan por la otra.

Creo haber hecho notar incidentalmente que en los partes oficiales de los jefes de división acerca de las acciones de guerra habidas en el Valle de México, cada jefe solía hablar de las operaciones militares como si él mismo hubiera formado el plan y sido el ejecutor único de todas ellas. Desde luego se comprenderá que si esto era ocasionado á desagrados y rivalidades entre los mismos jefes de división, tampoco podía dejar contento y satisfecho al caudillo principal Scott, cuyo carácter de comandante del ejército y cuyas funciones directivas eran, de hecho, desconocidos. Ripley dice, á su vez, que en los partes de Scott aparecían como ejecutados en cumplimiento de sus órdenes, hechos que en los partes de sus subordinados eran atribuidos á la casualidad ó á la inspiración de éstos: que aquel reclamaba como exclusivamente suyas medidas de la mayor importancia para asegurar el triunfo, mientras las versiones de los demás acerca del autor de tales medidas eran del todo opuestas: que la contradicción se hizo más notable en los partes de Worth, Pillow y Quitman; siendo Twiggs el único de los mayores generales con quien Scott no tuvo que disputar sobre la materia; y que á muy poco de la ocupación de la capital, se echó de ver que el repetido Scott estaba resuelto á insistir en apropiarse la gloria principal de todas las operaciones.

El disgusto y el rompimiento con Worth, quien desde Puebla había tenido sus diferencias con Scott, provinieron de haber como censurado el segundo en su parte relativo á las operaciones de la toma de la capital, la pretensión ó el deseo de Worth de ser el primero que entrara en ella. Worth no admitió las explicaciones que se le dieron, y toda relación personal quedó cortada entre los dos.

En octubre mediaron cartas entre Scott y Pillow, pretendiendo aquél varias modificaciones en los partes oficiales de éste que, entre otras cosas, hacían aparecer á Scott casi del todo extraño á las operaciones de 13 de setiembre contra Chapultepec. Pillow se mostró deferente respecto de algunos puntos; pero insistió en lo que había sentado acerca de otros, particularmente en lo relativo á la acción de Padierna. No satisfecho Scott, dio punto á la correspondencia privada y le pasó una nota oficial exigiéndole las rectificaciones que creía debidas.

La diferencia con Quitman provino de que Scott había dicho en su parte oficial que aquel jefe, que solo tenía orden de avanzar el 13 de Setiembre sobre la garita de Belem para llamar por este punto la atención de los defensores de la ciudad mientras Worth atacaba la garita de San Cosme, se apresuró á atacar y tomar el primero de los expresados puntos. Quitman no estaba de acuerdo respecto de la limitación de la orden por él recibida, y aunque trató de esto en términos corteses con Scott, aprovechó la primera oportunidad de regresar á los Estados-Unidos á pretexto de falta de salud, ó de que era inadecuado á su graduación el mando puesto aquí á cargo suyo. Lo curioso del caso fue que, mientras Quitman se disgustó por lo expuesto, el disgusto de Worth se fundaba también en que Scott en su parte había reconocido en Quitman la gloria de haber sido el primero que ocupara posiciones en la ciudad.

"Si alguna prueba —dice Ripley— se hubiera necesitado para demostrar lo incoherente de muchas de las operaciones del ejército americano, las disputas del general en jefe con tres de los generales de división, habrían bastado en el particular. Que sobre puntos de menos valía hubiera habido discrepancia, nada tendría de raro; mas, cuando las diferencias eran tantas y de tamaño bulto, las reclamaciones de los generales subordinados deben haber sido fundadas."

En Octubre y Noviembre llegaron aquí periódicos de Nueva-Orleans y de Tampico en que se habían publicado ó reproducido dos cartas de oficiales del ejército elogiando á Pillow y á Worth por la conducta del primero en las acciones del 19 y 20 de Agosto, y porque á las demostraciones é instancias del segundo se había debido, según el corresponsal, el cambio de plan de Scott para el ataque de las fortificaciones de la ciudad; el cual, como recordará el lector, el comandante en jefe se inclinaba al principio á efectuar por Mexicalcingo. Estas apreciaciones dieron por resultado la expedición de una orden del cuartel general recordando á los oficiales la prohibición de escribir respecto de operaciones militares cartas que pudieran ser publicadas antes de trascurrido un mes de la terminación de la campaña. Parece que en la misma orden eran calificadas de escandalosas é infames aquellas cartas, y se indicaba como autores ó instigadores suyos á los generales Pillow y Worth, señalándolos á la indignación del ejército. Ambos jefes pidieron explicaciones, y en la respuesta se les dijo que no había prueba legal de que fuesen ellos autores de las repetidas cartas. Entonces el teniente coronel Duncan declaró ser suya la reproducida en el periódico de Tampico, y haber sido escrita sin instigación, ni aprobación ni conocimiento de Worth, quien vino así á quedar fuera de cuadro en este asunto. Duncan fue inmediatamente arrestado.

Entretanto, Pillow tenía pendiente otra cuestión con Scott, por haberle éste atribuido, en ausencia suya y en presencia de otros oficiales, el intento de apropiarse personalmente dos obuses pequeños de Chapultepec. El asunto fue á una especie de consejo de guerra á solicitud de Pillow: el fallo del consejo contenía un error de hecho, y basaba en él varias conclusiones aprobadas en seguida por Scott. Pillow exigía que la materia volviera á la revisión del mismo consejo, y, habiéndose negado á ello el comandante en jefe, el quejoso apeló á la secretaría de Guerra en Washington, y con motivo de los términos en que hablaba de Scott en su escrito de apelación, fue arrestado aquí el 21 de noviembre.

Worth, por su parte, no habiendo obtenido satisfacción del agravio que se le infirió en la orden del cuartel general de que acabo de hablar, apeló igualmente á la secretaría de Guerra, anunciando los cargos que se proponía dirigir al general Scott; lo cual motivó también su arresto á fines de Noviembre.

Los escritos de apelación de Worth y Pillow llegaron á Washington al mismo tiempo que las acusaciones de Scott contra dichos generales y Duncan, y los duplicados de cartas anteriores del mismo comandante en jefe, no recibidas á su tiempo, y en que se quejaba en términos irrespetuosos de la conducta del gobierno hacia él, y pedía licencia para separarse temporalmente del mando del ejército. Hasta el 13 de Febrero siguiente (1848) acordó el ejecutivo de los Estados-Unidos que no podía reconocer en Scott el derecho de acusar á Worth de irrespetuoso en los términos de su escrito de apelación ni de sujetarle por ello á juicio, mientras los cargos legalmente hechos á Scott por Worth no fueran examinados; ordenando, en consecuencia, que se procediera á tomar en consideración estos últimos antes que las quejas del general en jefe: en cuanto á los cargos de Scott contra Pillow9 y el teniente coronel Duncan, debían ser también vistos desde luego por un tribunal que se instituiría para conocer de todo este asunto y que, después de examinar, como he dicho, las acusaciones de Worth contra Scott, examinaría las de éste contra aquél. En virtud del mismo acuerdo del ejecutivo, para facilitar los procedimientos, Scott debía dejar el mando del ejército, haciendo uso de la licencia que desde Puebla había pedido con fecha 4 de Junio; y los generales Worth y Pillow y el teniente coronel Duncan debían ser puestos en libertad.

A consecuencia de las órdenes é instrucciones relativas recibidas en México, Scott entregó al general Butler el mando del ejército el 18 de Febrero. El tribunal ó corte militar se reunió al principio en Puebla, y á poco se trasladó á México, donde empezó á funcionar el 16 de Marzo10. Antes de esta última fecha mediaron inútiles tentativas para que las partes desistieran de su respectiva acción. Con motivo de las decisiones tomadas en Washington, Worth retiró sus cargos y Scott se negó á proceder contra él; y manifestó que desistiría de toda demanda contra Duncan si éste rectificaba los errores contenidos en la carta de que se había declarado autor: no obstante la negativa de dicho oficial, Scott retiró, de hecho, los cargos que le concernían. En el caso de Pillow, al mismo tiempo que confirmaba y esforzaba Scott sus propios cargos contra tal jefe, se negaba á continuar el procedimiento ante el tribunal si expresamente no se le ordenaba lo contrario. Pillow combatió las razones en que se fundaba tal pretensión, y Scott rebatió lo dicho por su contrario; pero, comprendiendo que habría que aguardar las decisiones de Washington acerca de la acción de las partes, consintió en llevar adelante el negocio, y con ello tuvieron principio los procedimientos de la corte, seguidos en México hasta el 21 de Abril en que los aplazó, declarando que volvería á reunirse en los Estados-Unidos. Continuó, en efecto, sus sesiones en Nueva-Orleans, Louisville, Frederich y Washington, y las cerró definitivamente dando su fallo el lº de Julio de 1849.

En dicho fallo, según los extractos y noticias que contiene la obra de Ripley (tomo II, pág. 630) aparecieron como no sustanciados la mayor parte de los cargos contra Pillow, y lo único que puede considerarse adverso á este jefe, se halla en los dos siguientes párrafos:

"Examinando todo el caso, se verá que los puntos en que la conducta del general Pillow ha sido desaprobada por la Corte, son: su pretensión en ciertos pasajes del documento número 111 y en su parte oficial de las batallas de Contreras y Churubusco, á mayor grado de participación que el fundado en las pruebas ó que le corresponde, en el mérito de los movimientos relativos á la batalla de Contreras; y también el lenguaje arriba señalado en que se refiere á tal pretensión en una carta al general Scott.

"Pero, como los movimientos dispuestos por el general Pillow en Contreras el 19 fueron enfáticamente aprobados por el general Scott en su oportunidad; y como la conducta del general Pillow en la brillante serie de operaciones llevada á tan victorioso desenlace por el general Scott en el Valle de México, resulta, por los diversos partes oficiales del último y por otros testimonios, haber sido altamente meritoria; por ésta y otras consideraciones, la Corte opina que el interés del servicio público no exige nuevos procedimientos contra el general Pillow en el caso."

Raro se hará á quienes hayan leído con alguna atención este libro, que la desaprobación judicial de las pretensiones de Pillow á que se refiere el primero de los dos párrafos preinsertos, no abrazara las que exhibió el mismo Pillow respecto de las operaciones en Chapultepec. En su parte oficial de éstas, no solo hizo abstracción casi completa de Scott, sino agravio notorio á Quitman, á cuya columna se debió la toma de todas las obras bajas al Sur y al Oriente del castillo12.

El historiador á quien he citado, agrega que en el curso del juicio, Scott no pudo probar la responsabilidad de Pillow respecto de las cartas atribuidas á él ó á los de su círculo; y que sí quedó demostrada la responsabilidad de Scott en cuanto á cartas y artículos escritos con autorización suya, en que se le prodigaban elogios y eran más ó menos duramente criticados los demás jefes. También agrega que los incidentes y el resultado de tal juicio desprestigiaron á Scott é hicieron naufragar su candidatura, que el partido whig había propuesto para la presidencia de los Estados-Unidos y que, como es sabido, cedió más tarde el puesto á la de Taylor.

Curioso es el hecho de que con pocos días de diferencia desaparecían del escenario en México los dos principales actores: Santa-Anna, el caudillo nuestro en la defensa, y Scott, el más caracterizado de los invasores. Pero, cuanto era lógico la expatriación de Santa-Anna una vez agotados los elementos defensivos y ajustada la paz, era extraña y chocante la desaparición del segundo en los momentos en que los Estados-Unidos recogían en la forma de un tratado ventajosísimo para ellos, el fruto de las victorias de Scott, y también de sus pasos é intrigas á que, según próximamente veremos, se debió en mucha parte la celebración del tratado de Guadalupe Hidalgo.

En México la destitución de Scott y su plena sumisión á un tribunal militar, fueron consideradas por muchos como prueba práctica del vigor y la excelencia de las instituciones republicanas; sin reflexionar que en la pendencia entre el general en jefe y los jefes de divisiones, lo probable y natural era que la mayoría del ejército opinara en favor de los segundos: que éstos, de consiguiente, contaban con el apoyo material que debía faltar al primero; y que ni el gobierno de los Estados-Unidos podía, en interés de la conservación de sus tropas en México, disponer sino lo que dispuso, ni Scott sin empeorar su situación podía resistir la entrega del mando. Acaso lo que el resultado final de este incidente viene demostrando una vez más, es la ingratitud tradicional de los pueblos —repúblicas ó monarquías— hacia los hombres que mayores servicios les han prestado.
 

 

Tomado de: Roa Bárcena José María. Recuerdos de la Invasión Norteamericana (1846-1848). México. CONACULTA. [Cien de México]. Vol. II, pp. 675-699.