8 de Enero de 1848
Discurso del Presidente provisional de la República, á sus conciudadanos, al volver á encargarse de la Presidencia.
Mexicanos: en la más tremenda situación en que jamás se haya visto la República, me hallo de nuevo en la necesidad de ejercer provisionalmente el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, como Ministro decano y Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Los mismos títulos que legitimaron mi primera Administración provisional, me autorizan. ahora para ejercer por poco tiempo la Presidencia de la República. La Constitución me llama á un puesto rodeado actualmente de dificultades y peligros, y Dios sabe cuán vivamente deseo bajar de él, cuando haya cumplido el sagrado deber de reunir al Congreso Nacional, deponiendo en sus manos la autoridad que pasajeramente ejerzo. La Representación Nacional se reunirá á pesar de todos los obstáculos y dificultades que actualmente presentan para su instalación las formidables circunstancias á que ha llegado la República, porque todos esos obstáculos los allanarán el patriotismo de los representantes de la Nación, y el empeño y buena fe con que el Gobierno va á acelerar á toda costa la reunión de las Cámaras. Imposible es que haya uno solo de los Señores Representantes de la República, que recibiendo del Erario los recursos necesarios para su viaje y residencia en esta ciudad, se rehuse á concurrir al Congreso y abandone á su patria en estos días de conflicto, en estos días de infortunio que hemos alcanzado. Imposible es también que los gobiernos de los Estados se nieguen á cooperar con todos sus esfuerzos á la instalación de un Congreso, en cuya sabiduría están ahora depositadas todas las esperanzas de los pueblos.
Mexicanos: el cuadro que presenta la República es verdaderamente horrible, y el corazón se despedaza al contemplarlo. Algunos de los Estados y Territorios de la Federación están invadidos; nuestros puertos bloqueados y el contrabando aniquila por todas partes las rentas públicas. Otros Estados, libres aún de la invasión, se preparan para resistir á ella, sacrificándolo todo á la dignidad y buen nombre de la República. En las fronteras los bárbaros devastan el país. En algunos Estados fronterizos se traman sordamente proyectos de agregación á Norte América. En la capital, donde flamea el pabellón americano, se maquina traidoramente contra la nacionalidad del país. Allí, algunos mexicanos, á quienes la posteridad llenará de execración, se disputan el Poder, se usurpan la autoridad municipal, se apoderan de los escasos recursos de la desdichada ciudad, y buscan apoyo para sus crímenes en la fuerza del invasor. En medio de tan extraordinarias y tristes circunstancias, el Gobierno, por su parte, debe evitar á toda costa la ocupación militar de los Estados que aun no han sido invadidos, y la evitará aun cuando para ello sea necesario perder por mucho tiempo toda esperanza de paz y prolongar in-definidamente una guerra que la Nación ha sostenido años ha sin fortuna, pero á costa de grandes esfuerzos y cruentos sacrificios, que calificará la imparcialidad de las naciones. Solo, y sin apoyo de ninguna otra potencia, México ha combatido en esta guerra, en la que entró la Nación con inferioridad de medios y recursos con respecto á su enemigo, pero con el apoyo de una justicia incontestable. El Gobierno conoce, pues, y llenará cumplidamente sus deberes para con los Estados aun no invadidos. Pero debe atender también á los intereses de los Estados y poblaciones que sufren actualmente la calculada opresión de los invasores. El Gobierno no puede abandonar esas poblaciones á su triste destino, no puede ver con indiferencia los atroces sufrimientos de que por tanto tiempo han sido víctimas, no puede olvidar que están expuestas á las represalias del enemigo.
Cada día que se prolongan los padecimientos de esas poblaciones, es nuevo tormento para mi corazón; cada nueva calamidad que el invasor hace pesar sobre ellas, exacerba mi dolor y aviva en mi alma el deseo de poner un término á una situación tan lamentable. La paz sería este término; yo estaré siempre dispuesto á hacer la paz, aunque sea con grandes sacrificios; pero lo estoy igualmente á que continúe la guerra, si para hacer la paz se han de imponer condiciones ruinosas para el país, ó si se ha de exigir á México el sacrificio de su honor, el sacrificio de su dignidad como Nación, que yo debo sostener á toda costa.
Mexicanos: Ni la paz ni la guerra pueden hacerse con buen éxito, sin la unión de todos los esfuerzos, sin el sacrificio de todas las ambiciones, sin la concordia de todos los corazones que aman á su país. La Patria de Morelos, de Hidalgo y de Iturbide, puede perecer con gloria, si la guerra se prolonga y si la fortuna nos es ingrata todavía en las batallas; pero ¡ por Dios que no ! perezca en la anarquía; que no muera la República devastada por el vandalismo del invasor, y despedazada por la discordia; que los representantes del pueblo vengan á salvarla; yo los llamo á nombre de la Patria moribunda; yo los conjuro por el honor de su país, por los sagrados intereses de esta nación desdichada, por la gloria de nuestros antepasados, y por el porvenir de nuestros hijos; los conjuro por nuestra religión y por nuestras creencias, por cuanto hay de más amado en nuestro corazón, para que vengan á decidir de la suerte de México, de la suerte de un pueblo que nos ha honrado con su elección en los días solemnes de desventura, porque nunca es más honroso servir á la Patria, como cuando el peligro es grande, tremendas las dificultades de la situación, heroicos los esfuerzos que ella demanda, y los sacrificios que el amor de la Patria hace necesarios.
Jefes, Oficiales y Soldados del Ejército: sé muy bien por cuántos medios se trabaja en seduciros para una traición que sería un golpe mortal para la República; pero sé también que vosotros no queréis ser ya instrumentos ciegos de las facciones ni derramar vuestra sangre para elevar á los ambiciosos opresores de vuestra Patria. Me entrego, pues, confiadamente á vuestra lealtad, á vuestro valor y patriotismo. No me distraerá ya de las penosas tareas de la Administración el pensamiento de las sediciones y revueltas, y me ocupará sólo el peligro común del país y la necesidad de salvar á toda costa la nacionalidad de México. Entretanto, vuestra suerte y bienestar serán uno de los más preferentes objetos del Gobierno.
Compatriotas: Encargándome del Gobierno provisional de la República, he cumplido con mi deber y mi conciencia está tranquila. Cumplid ahora vosotros con la obligación de apoyar á un Gobierno que aspira á hacer el bien, que quiere ser recto, justo, tolerante con las opiniones, económico, y sobre todo, legal, porque no tiene otro título que el de la Constitución. Si las facciones la destrozan, consumarán la ruina de la Patria.
Querétaro, Enero 8 de 1848.- Manuel de la Peña y Peña.
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