Washington, abril 29 de 1848.
Al Senado y a la Cámara de Representantes de los EE. UU.:
Someto a la consideración del Congreso varias comunicaciones recibidas en el Departamento de Estado del señor Justo Sierra, Comisionado de Yucatán, así como también una comunicación del Gobernador de ese Estado, exponiendo las condiciones de extremo sufrimiento a que su país se ha visto reducido por una insurrección de los indios, dentro de sus fronteras, y pidiendo la ayuda de los Estados Unidos. Estas comunicaciones presentan un ejemplo de sufrimiento y miseria humanos que no puede menos de despertar la compasión de todas las naciones civilizadas. Por éstas y por otras fuentes de información aparece que los indios de Yucatán están llevando a cabo una guerra de exterminio contra la raza blanca. En esta guerra civil no perdonan ni edad ni sexo, pues matan indistintamente a cuantos caen en sus manos. Los habitantes, poseídos de pánico y desprovistos de armas, huyen de sus salvajes perseguidores hacia la costa y su expulsión del país o su exterminio parece inevitable, a menos que puedan obtener ayuda del exterior. En estas condiciones, y por conducto de sus autoridades constituidas, han implorado la ayuda de este Gobierno para salvarse de la destrucción, ofreciendo, para el caso de que ésta se les otorgue, transferir "el dominio y la soberanía de la Península" a los Estados Unidos. Iguales llamamientos de socorro y protección se han hecho a los Gobiernos Español e Inglés.
No es mi propósito recomendar la adopción de cualquiera medida con el fin de adquirir "el dominio y la soberanía" de Yucatán, y sin embargo, de acuerdo con nuestra política establecida, no podemos permitir que se transfiera este "dominio y soberanía" ya sea a España o a la Gran Bretaña, o a cualquiera otra potencia europea. En el lenguaje del presidente Monroe, en su Mensaje de diciembre de 1823: "Deberíamos considerar cualquier intento de parte de ellos de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad".
En mi Mensaje Anual de diciembre de 1845 declaré:
"Hace cerca de un cuarto de siglo que se anunció claramente al mundo en el mensaje anual de uno de mis predecesores el principio de que: 'Los continentes americanos por la libre e independiente condición que han adoptado y mantenido, no podrán considerarse en lo sucesivo como objeto de futuras colonizaciones, de parte de ninguna potencia europea. Este principio se aplicará con mucha mayor fuerza si cualquiera potencia europea intenta establecer una nueva colonia en la América del Norte. En las circunstancias existentes del mundo, la presente se considera una ocasión propicia para reiterar y reafirmar el principio adoptado por el señor Monroe, para declarar mi cordial acuerdo con su sabiduría y sana política. La reafirmación de este principio con referencia especial a la América del Norte constituye hoy la promulgación de una política que ninguna potencia europea creemos se encontrará dispuesta a resistir. Los derechos existentes de las naciones europeas serán respetados; pero conviene a nuestra seguridad y a nuestro interés, que la protección efectiva de nuestras leyes se extienda sobre todos nuestros límites territoriales y que se anuncie claramente al mundo como política adoptada por nosotros, que ninguna colonia europea o ningún dominio futuro se plantará o establecerá con nuestro consentimiento en ninguna parte del continente americano".
Nuestra propia seguridad requiere que la política adoptada y en esos términos anunciada sea la que guíe nuestra conducta, y esto se aplica con gran fuerza a la Península de Yucatán. Esta se halla situada en el Golfo de México en el Continente Norteamericano y por su proximidad a Cuba, a los cabos de la Florida, a Nueva Orleans, y en suma a toda nuestra costa suroeste, sería peligroso para nuestra paz y seguridad que se convirtiera en una colonia de cualquiera nación europea.
Tenemos ahora informes auténticos de que, si la ayuda que se pide a los Estados Unidos no se concede, esa ayuda se obtendrá probablemente de alguna potencia europea que en lo sucesivo quisiera hacer valer una pretensión al "dominio y soberanía" de Yucatán.
Nuestras relaciones con Yucatán son de un carácter peculiar como se verá por la Nota del Secretario de Estado a su Comisionado, fechada el 24 de diciembre último, copia de la cual se acompaña. Yucatán nunca ha declarado su independencia y lo consideramos como un estado de la República Mexicana. Por esta razón nunca hemos recibido oficialmente a su Comisionado; pero aun siendo éste el caso, hemos reconocido a Yucatán hasta cierto punto como neutral en nuestra guerra con México. Si tuviéramos tropas de sobra para este propósito, parecería conveniente, mientras continúa la guerra con México, ocupar y retener la posesión militar de su territorio y defender a los habitantes blancos contra las incursiones de los indios, del mismo modo que hemos empleado nuestras tropas en otros Estados de la República Mexicana que se hallan en nuestro poder para repeler los ataques de los salvajes contra los habitantes que han mantenido su neutralidad en la guerra. Pero desgraciadamente no podemos en estos momentos sin serio peligro, retirar nuestras fuerzas de otras partes del territorio mexicano que ahora ocupamos, para enviarlas a Yucatán. Todo lo que puede hacerse en las actuales circunstancias es emplear nuestras fuerzas navales en el Golfo, las que no se requieran en otros puntos, para prestarles ayuda; pero no es de esperarse que esto les proporcione una protección adecuada, puesto que las operaciones de estas fuerzas navales necesariamente tienen que limitarse a la costa.
He considerado conveniente comunicar la información contenida en la correspondencia anexa, y confío en que la sabiduría del Congreso adoptará las medidas que a su juicio puedan ser convenientes para impedir que Yucatán se convierta en colonia de alguna potencia europea, lo cual en ningún caso podrán permitirlo los Estados Unidos, y al mismo tiempo para salvar a la raza blanca del exterminio o la expulsión de su propio territorio.
James K. Polk.
Carlos R. Menéndez. Historia del infame y vergonzoso comercio de indios vendidos a los esclavistas de Cuba por los políticos yucatecos, desde 1848 hasta 1861. Justificación de la revolución indígena de 1847. Documentos irrefutables que lo comprueban. Mérida, Yuc., México. Talleres Gráficos de “La Revista de Yucatán”. 1923. 408 págs. pp. 379-382.
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