Washington, 23 de mayo de 1848.
Al H. James Buchanan, Secretario de Estado.
Aunque sea por última vez permítame Ud., hacer llegar a oídos del Gobierno y pueblo de los Estados Unidos, la suplicante voz de Yucatán que padece ya no sólo el cuchillo sangriento de los bárbaros, sino el horrible influjo del hambre, que comienza a hacer estragos entre los infelices que han escapado del furor de sus asesinos. Dirijo la presente nota, en cumplimiento de órdenes expresas que acabo de recibir con data de primero de mayo corriente.
Señor: en efecto, el Gobierno de Yucatán se había sometido a todas las condiciones de un tratado de paz con los bárbaros, en el cual, por librar de su exterminio a las ricas e importantes ciudades de Tekax y Izamal, únicas barreras que contenían a aquellos malvados próximos a caer sobre la Capital, el Gobierno consintió en firmar todos los sacrificios exigidos por los indios, hasta el sacrificio del principio republicano, tan querido por el pueblo yucateco. Y esto se hizo no porque se tuviera la menor fe y confianza en la traidora y felónica conducta de una raza a la cual se quiere llamar civilizada, sin más título que el que le dio nuestra absurda política llamándola a participar en derechos que no puede comprender, ni es posible que comprenda jamás, según la brutal estupidez con que hoy ha resistido, sino por lograr un momento de respiro y ver si era posible, en fin, obtener el auxilio que con tanto encarecimiento he solicitado en nombre de lo más santo que puede mover a un pueblo cristiano.
Pero, Señor, ni aun momentáneamente pudo obtenerse ventaja ninguna de tan apreciados servicios de los salvajes. Enorgullecidos con este nuevo y decisivo triunfo, violaron la paz el mismo día de haberse concluido y despreciado el pacto que ellos mismos dictaron a su placer, se han lanzado de nuevo en la carrera del exterminio y destrucción con un furor siempre creciente. Los mismo importantes pueblos de Iturbide y Zibalchen fueron destruidos a los tres días de firmar la paz; las ciudades de Izamal y Tekax, deben haber sufrido ya la misma suerte; y en tal caso, el peligro de la capital es inmediatísimo. No me detengo a hacer comentarios sobre esta traidora e infame conducta, porque no encuentro epítetos bastante enérgicos para calificarla.
Por tanto, la situación de Yucatán, lejos de haber mejorado, ha tornado un aspecto verdaderamente desesperante. Y para mayor desgracia, el Capitán General de la Isla de Cuba se ha negado ya a proporcionarnos ningún nuevo recurso por razones de alta política. El señor Ministro puede concebir muy bien cuáles serán esas razones.
El hambre y la miseria junto con el pánico que reina están a punto de producir las más espantosas consecuencias entre la raza blanca misma. Desarmado y ambiento, el pueblo yucateco, sin la protección de Dios y de este pueblo poderoso, va a perecer de un modo desconocido en la historia, y esto tan sólo porque no se comprenden sus males ni se le puede juzgar sobre datos firmes y seguros, sino sobre aserciones vagas y ligeras.
En cumplimiento, pues, de las nuevas órdenes que acabo de recibir, vuelvo a implorar el acuerdo generoso de los Estados Unidos. Armas, Señor, armas y municiones en primer lugar; dinero para aplacar el hambre y. cubrir la desnudez de nuestras tropas, y algunos regimientos armados para repeler a los salvajes que nos asesinan, nos roban y nos destruyen todas las riquezas del país. Vuelvo a implorar respetuosamente estos auxilios, que son los únicos que pueden salvar a aquel infortunadísimo pueblo que jamás ha sido cobarde en verdad, pero que un sin número de causas que no es del caso alegar hoy sin traer a la memoria penosos recuerdos, han postrado en la humillación y en el desaliento.
Me apresuro a transmitir al señor, Buchanan estas nuevas súplicas del Gobierno de Yucatán: Y por mi parte le ruego encarecidamente que las transmita al Presidente de los Estados Unidos, para que se sirva hacer de ellas el uso que tenga a bien.
Renuevo al señor Buchanan todo el profundo respeto y consideración con que soy su muy obediente servidor.-
J. S.
La minuta original de esta comunicación, está en poder de Héctor Pérez Martínez.
Justo Sierra O'Reilly. Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos. Prólogo y notas de Héctor Pérez Martínez. México. Antigua Librería Robredo, 1938. Documento número 30. pp. 103 a 105. Doc. número 36, pp. 116-118.
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