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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1848 Mensaje anual del Presidente James K. Polk al Congreso de los Estados Unidos.

Washington, Diciembre 5 de 1848.

 

 

Conciudadanos del Senado y de la Cámara de Representantes:

Bajo la benigna providencia de Dios Todopoderoso, los representantes de los Estados y del pueblo se reúnen nuevamente para deliberar sobre el bien público. La gratitud de la Nación al Árbitro Soberano de Todos los Acontecimientos Humanos, debería ser proporcionada a las ilimitadas bendiciones de que gozamos.

Paz, abundancia y satisfacción reinan por todos nuestros confines, y nuestra amada patria presenta al mundo un sublime espectáculo moral.

(Sigue la parte relativa a las relaciones exteriores con los demás países del mundo.)

Con todos los gobiernos de este Continente nuestras relaciones, es de creerse, están ahora sobre un pie más amistoso y satisfactorio de lo que han estado en cualquiera otra época anterior.

Después del cambio de ratificaciones del Tratado de Paz con México, nuestras relaciones con el Gobierno de esa República han sido del más amistoso carácter. El Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en México ha sido recibido y reconocido por este Gobierno. Las amistosas relaciones entre los dos países, que habían estado suspendidas, se han restablecido rápidamente, y confío en que están destinadas a mantenerse por mucho tiempo. Las dos repúblicas, situadas ambas en el mismo Continente y con territorios comarcanos, tienen grandes motivos de simpatía y de interés para estrecharse juntamente en perpetua amistad.

Esta condición satisfactoria de nuestras relaciones exteriores hace innecesario que yo llame más específicamente vuestra atención sobre ellas.

Han sido propósito y deseo constantes de mi parte cultivar la paz y el comercio con todas las naciones. La tranquilidad del interior Y las relaciones pacíficas con el exterior, constituyen la verdadera política permanente de nuestra Patria. La guerra, el azote de las naciones, a veces se hace ineludible, pero siempre debe evitarse cuando esto pueda hacerse compatiblemente con los derechos y el honor de una nación.

Uno de los más importantes resultados de la guerra a que nos vimos forzados a entrar recientemente con una nación vecina, es la demostración que ha dado de lo que es la fuerza militar de nuestro país. Antes de la última guerra con México, las potencias europeas y otras, tenían una opinión imperfecta y errónea sobre nuestra fuerza física como nación y sobre nuestra capacidad para proseguir la guerra, especialmente una guerra emprendida fuera de nuestro propio país. Veían que nuestro ejército permanente en tiempo de paz no excedía de diez mil hombres. Acostumbrados ellos a mantener en tiempo de paz grandes ejércitos permanentes para la protección de los tronos contra sus propios súbditos, así como contra los enemigos extranjeros, no podían concebir que fuese posible que una nación, sin semejante ejército bien disciplinado y con larga experiencia, pudiese emprender una guerra con éxito. Tenían en poco a nuestra milicia y estaban muy lejos de considerarla como una fuerza activa, como no fuese para operaciones temporales defensivas cuando se viera invadido nuestro propio suelo. Los acontecimientos de la pasada guerra con México no solamente los han desengañado, sino que han hecho desaparecer las opiniones erróneas que prevalecían hasta cierto punto aun entre una porción de nuestros propios compatriotas. Esa guerra ha demostrado que al romperse hostilidades no previstas y para las cuales no se habían hecho preparativos previos, puede ponerse en pie de guerra en un corto plazo un ejército voluntario de soldados ciudadanos, igual a las tropas veteranas, y por su número a la altura de cualquier emergencia. A diferencia de lo que hubiera ocurrido en cualquier otro país, no nos vimos en la necesidad de recurrir a la leva o al servicio forzoso. Por el contrario, fue tal el número de voluntarios que patrióticamente ofrecieron sus servicios que la principal dificultad consistía en hacer la se1ección y en determinar quiénes deberían quedar decepcionados y obligados a permanecer en sus casas. Nuestros soldados ciudadanos son distintos de los reclutados en cualesquiera otros países. Están reclutados indistintamente en todas las profesiones y ocupaciones -agricultores, abogados, médicos, comerciantes, manufactureros, mecánicos y trabajadores-, y esto no solamente los oficiales, sino aún los soldados de filas. Nuestros soldados ciudadanos son distintos de los de cualquiera otro país en todos sentidos. Están armados y han estado habituados desde su juventud a manejar y usar las armas de fuego, y una gran proporción de ellos, especialmente en el Oeste y en los Estados de más reciente población, son expertos tiradores. Son hombres que tienen una reputación que conservar en su hogar, por medio de su buena conducta en el servicio. Son inteligentes y conservan una personalidad que no se encuentra en las filas de ningún otro ejército. En el campo de batalla el soldado raso, lo mismo que el oficial, lucha no solamente por su país, sino por la gloria y por la preeminencia entre sus conciudadanos al volver a la vida civil.

La guerra con México ha demostrado no solamente la habilidad del gobierno para organizar un ejército numeroso mediante un llamamiento repentino a las armas, sino también para proveerlo de todas las municiones y abastecimientos necesarios con prontitud, oportunidad y facilidad, y para dirigir sus operaciones con eficacia. La fuerza de nuestras instituciones no solamente se ha demostrado en el valor y la destreza de nuestras tropas ocupadas en el servicio activo en campaña, sino también en la organización de aquellas ramas del Ejecutivo que estuvieron encargadas de la dirección general y de la conducción de la guerra.

Por grande que sea el encomio que se haga de los oficiales y hombres que pelearon en el campo de batalla, sería injusto escatimar el elogio a que tienen derecho aquellos oficiales que por necesidad tuvieron que quedarse estacionados en sus hogares, y que estuvieron encargados de la labor de abastecer al ejército en tiempo y lugar apropiados, de toda clase de municiones de guerra y otras provisiones tan necesarias para hacerlo eficiente. El mérito de esta clase de oficiales es tanto mayor cuanto se debe considerar que ningún ejército en los tiempos antiguos o modernos, estuvo mejor atendido y abastecido que nuestro ejército en México. Operando en país enemigo, alejado a 2,000 millas de la sede del Gobierno Federal, con sus diferentes cuerpos diseminados en una vasta extensión de territorio a cientos y aun miles de millas aparte unos de otros, solamente la incansable vigilancia y la extraordinaria energía de estos oficiales, pudieron haberlos puesto en aptitud de abastecer al Ejército en todos los puntos y en la estación adecuada, de todo lo que se requería para el más eficaz de los servicios.

Es apenas un acto de justicia declarar que los oficiales encargados de las diferentes oficinas ejecutivas, bajo la mirada inmediata y la vigilancia del Secretario de la Guerra, desempeñaron sus respectivos deberes con habilidad, energía y eficacia. Poca gloria han cosechado de la guerra por no haber estado personalmente expuestos a sus peligros en campaña como sus compañeros de armas; pero sin su previsión, su ayuda eficaz y su cooperación, los que estaban en el campo no habrían sido provistos de los amplios arbitrios que tuvieron a su disposición, para conquistar para sí mismos y para su patria, los inmarcesibles honores que han obtenido para ambos.

Cuando se consideran todos estos hechos, deja de ser asunto de tanto asombro en el exterior, cómo fue que nuestro notable ejército en México, tanto los regulares como los voluntarios, hubieran salido victoriosos en todas las batallas, a pesar de las terribles ventajas que obraran en su contra.

La guerra con México ha desarrollado así plenamente la capacidad de los gobiernos republicanos para emprender con éxito una guerra extranjera, justa y necesaria, con todo el vigor que habitualmente se atribuye a las formas más arbitrarias de gobierno. Ha sido costumbre en los escritores sobre derecho público imputar a las repúblicas una falta de unidad y de concentración de propósito, y de vigor en la ejecución, que generalmente se cree que pertenecen solamente a las formas monárquicas y aristocráticas; y este rasgo de carácter del gobierno popular ha tenido que desplegarse más particularmente en la conducción de una guerra que se lleve a cabo en territorio enemigo. La guerra con la Gran Bretaña en 1812 estuvo en su mayor parte confinada dentro de nuestras propias fronteras y arrojó poca luz a este respecto; pero la guerra que acabamos de terminar por una paz honrosa, pone de relieve, fuera de toda duda, que un gobierno representativo y popular está a la altura de cualquiera emergencia que pudiera ocurrir en los asuntos de una nación.

La guerra con México ha desarrollado en la forma más sorprendente y conspicua otro rasgo de nuestras instituciones. Consiste este en que, sin costo para el gobierno ni peligro para nuestra libertad, tenemos virtualmente en el seno de nuestra sociedad de hombres libres, disponible para una guerra justa y necesaria, un ejército permanente de dos millones de soldados, ciudadanos armados como los que hicieron la campaña de México.

Pero nuestra fuerza militar no consiste solamente en nuestra capacidad para extensas y victoriosas operaciones en tierra. La Marina es un arma importante en la defensa nacional. Si los servicios de la Marina no fueron tan brillantes como los del Ejército, en la última guerra con México, fue porque no tenía enemigo al frente en su propio elemento. Mientras el ejército tuvo oportunidad de prestar más relevantes servicios, la Marina participó ampliamente en la conducción de la guerra. Ambas ramas del servicio cumplieron íntegramente con su deber hacia la patria. Merecen los más altos elogios por sus hábiles y valiosos servicios los oficiales y hombres de marina, que obrando, ya independientemente, ya en cooperación con nuestras tropas, lograron la conquista de las Californias, la toma de Veracruz y la ocupación de otras importantes posesiones en las costas del Golfo y del Pacífico.

Su vigilancia, energía y habilidad prestaron los más efectivos servicios al privar al enemigo de municiones de guerra y otros abastecimientos, mientras que lograban entrada segura de abundantes provisiones para nuestro propio ejército. Nuestro extenso comercio en ninguna parte fue interrumpido y esta inmunidad contra los males de la guerra, la patria la debe a la Marina.

Un alto elogio merecen también los oficiales de las diversas Oficinas Ejecutivas, de los astilleros y de los establecimientos militares conectados con el servicio, todo bajo la inmediata dirección del Secretario de la Marina, por la laboriosidad, previsión y energía con que todo fue encaminado para dar eficiencia a esa rama del Servicio. La misma vigilancia existió para dirigir las operaciones de la Marina que para las del Ejército. Hubo concierto en la acción y en los propósitos entre las cabezas de las dos armas del servicio.

Por virtud de las órdenes que se expedían de tiempo en tiempo, nuestros barcos de guerra en el Pacífico y en el Golfo de México se estacionaban a tiempo en las posiciones adecuadas para cooperar eficazmente con el Ejército. Por este medio fue posible emplear el poder combinado de las dos armas para hacer presión sobre el enemigo.

Los grandes resultados que se han desarrollado y dado a luz por esta guerra, serán de inconmensurable importancia en el progreso futuro de nuestra patria. Tenderán poderosamente a preservarnos contra colisiones extranjeras, y nos pondrán en posibilidad de proseguir sin interrupción nuestra cara política de "paz con todas las naciones, y alianzas intrincadas con ninguna".

Ocupando como estamos una posición más dominante entre todas las naciones que en cualquier otro período anterior, nuestros deberes y nuestras responsabilidades para con nosotros mismos y para con la posteridad, han crecido proporcionalmente. Esto se verá con más claridad cuando consideremos el vasto aumento que recientemente han tenido nuestras posesiones territoriales, y su gran importancia y valor.

En menos de cuatro años ha quedado consumada la anexión de Tejas a la Unión, han quedado ajustados todos los conflictos respecto al título del territorio de Oregón al Sur del Grado 49 de latitud Norte que es todo lo que insistieron en obtener mis predecesores, y se han adquirido por virtud de un tratado Nuevo México y la Alta California. El área de todos estos diversos territorios, de acuerdo con un informe cuidadosamente preparado por el Comisionado de la Oficina General de Tierras, tomado de las más auténticas informaciones que poseo, y el cual se adjunta al presente, contiene 1.193,06 1 millas cuadradas, o sean 763.559,040 acres; mientras que el área de los restantes 29 Estados y el territorio que no está todavía organizado en Estados al oriente de las Montañas Rocallosas, contiene 2.059,513 millas cuadradas o sean 1,318.126,058 acres. Estos cálculos demuestran que los territorios recientemente adquiridos y sobre los cuales se extiende ahora nuestra jurisdicción exclusiva y nuestro dominio, constituyen una comarca de más de la mitad de la extensión que poseían los Estados Unidos antes de su adquisición. Si se excluye a Oregón de ese cálculo, quedarán todavía dentro de los límites de Tejas, Nuevo México y California, 851,598 millas cuadradas (1) o sean 545.012.720 acres, que es un aumento de más de una tercera parte de todo el territorio que poseían los Estados Unidos antes de la adquisición y, Oregón inclusive, es casi una extensión de territorio tan grande como toda Europa, excluyendo solamente a Rusia.

El Misisipi, que anteriormente era la frontera de nuestro país, es ahora solamente el centro. Con el aumento de las recientes adquisiciones, se calcula que los Estados Unidos han llegado a ser casi medición topográfica de la costa, estima en el informe que se acompaña, que la extensión de las costas marinas de Tejas y del Golfo de México excede de 400 millas; la costa de la Alta California en el Pacífico pasa de 970 millas, y la de Oregón, incluyendo los estrechos de Fuca, excede de 650 millas, y la extensión total, tanto en el Pacífico como en el Golfo de México es de 2,020 millas. La extensión total de la costa del Atlántico, desde los límites del norte de los Estados Unidos, dando vuelta a los cabos de Florida hasta el Sabinas en la línea oriental de Tejas, se estima que es de 3,100 millas; así es que el aumento de costas, incluyendo Oregón, es casi dos terceras partes de lo que teníamos antes, y excluyendo Oregón, es de 1,370 millas (2) que es casi la mitad de la extensión de costa que poseíamos antes de estas adquisiciones.

Tenemos ahora tres grandes frentes marítimos, en el Atlántico, en el Golfo de México y en el Pacífico, haciendo en total una extensión de costa que excede de 5,000 millas. Esta es la extensión de la costa marítima de los Estados Unidos sin incluir las bahías, estrechos y pequeñas irregularidades de la costa principal y de las islas marítimas. Si se incluyen éstos, la longitud de la línea de costa marítima según la calcula el Superintendente del Servicio Topográfico costanero en su informe, sería de 33,063 millas.

Sería difícil calcular el valor de estos inmensos aumentos a nuestras posesiones territoriales. (3). Tejas, contigua a la frontera occidental de Luisiana, abarcando dentro de sus límites una parte de las aguas navegables tributarias del Missisipi y una extensa costa marítima, no habría podido permanecer en manos de una potencia extranjera sin poner en peligro la paz de nuestra frontera del Suroeste. Sus productos, en la vecindad de los tributarios del Misisipi, tendrían que haber buscado mercado por medio de estas vías fluviales que corren a través de nuestro territorio, y el peligro de irritaciones y conflictos de intereses, entre Tejas como estado extranjero y nosotros, habría sido inminente, mientras que las dificultades en las relaciones comerciales entre esos dos países, habrían tenido que ser constantes e inevitables. Si Tejas hubiera caído en manos o bajo la influencia y dominio de una fuerte potencia extranjera marítima o militar, como pudo haber sido, estos peligros habrían sido todavía mayores. Se han evitado mediante pacífica y voluntaria anexión a los Estados Unidos. Tejas, por su posición era una parte natural y casi indispensable de nuestro territorio.

Afortunadamente ha sido devuelta a nuestra patria y ahora constituye uno de los Estados de nuestra Confederación, "sobre igual pie que los Estados originales". La salubridad de su clima, la fertilidad de su suelo, adaptado especialmente a la producción de algunos de nuestros valiosos artículos de consumo, y sus ventajas comerciales, tienen que hacerla pronto uno de nuestros más populosos Estados. Nuevo México, aunque situado en el interior y sin costa marítima, se sabe que contiene mucha tierra fértil, que abunda en ricas minas de metales preciosos y que es capaz de sostener a una gran población. Por su posición es el territorio inmediato y conexo entre nuestros establecimientos y nuestras posesiones en Tejas, y los de la costa del Pacífico.

La Alta California, independientemente de la vasta riqueza mineral recientemente desarrollada ahí, tiene hoy día en cuanto a su valor e importancia, la misma relación que tenía Luisiana con el resto de la Unión, cuando ese hermoso territorio fue adquirido de Francia hace 4-5 años. Extendiéndose a lo largo del Pacífico en casi logrados de latitud, e incluyendo los únicos puertos seguros y amplios que hay en esa costa en muchos cientos de millas, con un clima templado y una extensa tierra adentro de suelo fértil, es difícil estimar su riqueza mientras no se haya puesto bajo el régimen de nuestras leyes y no se hayan desarrollado ampliamente sus recursos. Por su posición debe dominar el rico comercio de China, de Asia, de las Islas del Pacífico y de la parte occidental de México y de la América Central, de los países suramericanos, y de las posesiones rusas que colindan con ese Océano. Indudablemente que un gran emporio surgirá rápidamente en la costa Californiana que estará destinado a rivalizar en importancia con Nueva Orleans misma. El pósito del vasto comercio que debe existir en el Pacífico, quedará probablemente en algún punto de la bahía de San Francisco y ocupará la misma relación respecto a la Costa Occidental de ese Océano que Nueva Orleans representa con respecto al Valle del Misisipi y al Golfo de México. A este pósito acudirán numerosos barcos veleros con sus cargamentos para traficar, repararse y obtener provisiones. Esto por sí solo contribuirá considerablemente a edificar una ciudad que pronto será el centro de un gran comercio que crecerá rápidamente. Situado en un puerto seguro y suficientemente amplio para todos los navíos, y para toda la Marina del mundo, y pudiendo disponer de excelentes maderas para la construcción de barcos que pasean los Estados Unidos, tiene que llegar a ser nuestro gran emporio naval del Occidente.

Se sabía que existían minas de metales preciosos en una considerable extensión de California, en la época de su adquisición. Descubrimientos recientes hacen probable que estas minas sean mucho más extensas y valiosas de lo que se había creído. Los relatos de la abundancia de oro en esa región son de un carácter tan extraordinario, que difícilmente serían de creerse, si no estuvieran corroborados por relatos auténticos de los empleados del Servicio Público, que han visitado el distrito minero y que han obtenido los hechos que detallan por observación personal. No queriendo dar crédito a los rumores que circulaban en cuanto a la cantidad de oro, el Comandante en Jefe de nuestras fuerzas en California visitó el distrito minero en Julio último, con el propósito de obtener informes fidedignos sobre el asunto. Su dictamen al Departamento de la Guerra, como resultado del examen que practicó, y de los hechos que obtuvo en el lugar, se presenta al Congreso como anexo.

Cuando visitó la comarca, había como cuatro mil personas ocupadas en recoger oro, y existe razón para creer que el número de personas empleadas en esa tarea ha aumentado desde entones. Las exploraciones ya hechas justifican la creencia de que la existencia es muy grande, y de que se encuentra oro en varios lugares en un extenso distrito de la región. Informes recibidos de nuestros funcionarios de la Marina y otras fuentes, aunque no tan completos y tan detallados, confirman el relato del Comandante de nuestra fuerza militar en California. Aparece también de estos informes, que existen minas de azogue en la proximidad de la región del oro. Una de ellas está trabajándose ahora, y se cree que es una de las más productivas del mundo.

Los efectos producidos por el descubrimiento de estos ricos depósitos minerales, y el éxito que han tenido los trabajos de los que han acudido a ellos, han producido un cambio sorprendente en el estado de los negocios de California. La mano de obra tiene precio exorbitante y todas las otras ocupaciones, que no sean las de buscar los metales preciosos, han sido abandonadas. Casi toda la población masculina de la comarca se ha ido a los distritos del oro. Los barcos que llegan a la costa son abandonados por sus tripulaciones, y sus viajes se suspenden por falta de marineros.

Nuestro Comandante en Jefe tiene temores de que los soldados no puedan seguir en el servicio público sin un considerable aumento de su paga. Las deserciones en su Comandancia se han hecho frecuentes, y recomienda que se recompense a aquellos que resistan la fuerte tentación y permanezcan fieles.

Esta abundancia de oro y la busca de él, siempre creciente, ha causado en California un alza sin precedente en el precio de todo lo necesario para la vida. Con el fin de que podamos aprovechar rápida y plenamente la riqueza no explotada de estas minas, se cree de gran importancia que en el presente periodo de sesiones se autorice el establecimiento de una casa de moneda de los Estados Unidos en California. Entre otras notables ventajas que podrían resultar de semejante establecimiento, estaría la de que el oro alcanzaría su valor a la par en ese territorio. Una casa de acuñación de los Estados Unidos en el gran emporio comercial de la costa occidental, convertiría en moneda nuestra no solamente el oro procedente de nuestras propias minas, sino también las barras y las especies metálicas que nuestro comercio pudiera traer de toda la costa occidental de las Américas del Centro y del Sur. La costa occidental de América, y la comarca interior adyacente, abarca las más ricas y mejores minas de México, Nueva Granada, Centro América, Chile y Perú. Las barras y especies metálicas extraídas de esos países, y especialmente de la parte occidental de México y Perú, en un valor de muchos millones de dólares, se desvían anualmente y son transportadas por los barcos de la Gran Bretaña a sus propios puertos, para ser reacuñadas o empleadas en el sostenimiento de su Banco Nacional, contribuyendo así al aumento de su capacidad para dominar la mayor parte del comercio del mundo. Si se estableciera una casa de moneda en el gran centro comercial de esa costa, una gran cantidad de barras y de especies metálicas afluirían ahí para ser reacuñadas y pasarían luego a Nueva Orleans, Nueva York y otras ciudades del Atlántico. El monto de nuestra moneda constitucional aumentaría considerablemente en el interior, mientras que su circulación en el exterior se vería fomentada. Nuestros comerciantes que trafican en China y en la costa occidental de América, saben muy bien que se resienten grandes molestias y pérdidas por el hecho de que nuestras monedas no corran a la par en aquéllos países.

Las potencias de Europa muy retiradas de la costa occidental de América por el Océano Atlántico que se interpone, y por la pesada y peligrosa navegación alrededor del Cabo Meridional del Continente de América, nunca pueden competir ventajosamente con los Estados Unidos en el rico y extenso comercio que se abre ante nosotros, a un costo mucho menor, en virtud de la adquisición de California.

La vasta importancia y las ventajas comerciales de California, hasta ahora han permanecido sin desarrollo alguno por el gobierno del país del cual formaban parte. Ahora que esta hermosa provincia es parte de nuestro país, todos los Estados de la Unión, algunos más inmediata y más directamente que otros, están profundamente interesados en el rápido desarrollo de su riqueza y de sus recursos. Ninguna sección de nuestro país está más interesada, o será más beneficiada, que los intereses comerciales navieros y manufactureros de los Estados del Oriente. Nuestros intereses de plantaciones y granjas en todas las partes de la Unión se verán considerablemente beneficiados por ello. Conforme nuestro comercio y navegación crezcan y se extiendan, nuestras exportaciones de productos agrícolas y manufactureros aumentarán, y en los nuevos mercados que se abran no podrían dejar de obtener precios ventajosos y remuneradores.

La adquisición de California y Nuevo México, la determinación de la frontera de Oregón y la anexión de Tejas, extendida hasta el Río Grande, son resultados que, combinados uno con otro, son de la mayor importancia y harán aumentar la fuerza y la riqueza de la nación, más de lo que ha sido desde la adopción de la Constitución.

Pero para obtener estos grandes resultados es preciso que no solamente California, sino también Nuevo México, se someta a un régimen de gobierno debidamente organizado. Las condiciones existentes en California y en la parte de Nuevo México que se halla al poniente del Río Grande, y fuera de los límites de Tejas, requiere imperiosamente que el Congreso, en su presente período de sesiones, organice ahí gobiernos territoriales. Al verificarse el cambio de ratificaciones del Tratado de Paz con México el día 30 de mayo último, los gobiernos temporales que se habían establecido en Nuevo México y California por nuestros comandantes militares y navales en virtud del derecho de la guerra, cesaron de derivar su fuerza obligatoria de esa fuente de autoridad, y habiendo sido cedidos esos territorios a los Estados Unidos, dejaron de existir el gobierno y la soberanía sobre ellos bajo la autoridad de México. Impresionado por la necesidad de establecer gobiernos territoriales sobre esos territorios, recomendé el punto a la favorable consideración del Congreso el día 6 de julio último, en mi Mensaje en que comunique el Tratado de Paz ratificado, y pedí que se tomara alguna medida en ese período de sesiones. El Congreso entró en receso sin dictar disposición alguna para aquellos gobiernos. Los habitantes, por la trasmisión de su país, han adquirido el derecho al beneficio de nuestras leyes y nuestra Constitución, y sin embargo, quedaron abandonados sin ningún gobierno legalmente organizado.

Desde aquella época, las muy limitadas facultades que posee el ejecutivo se han ejercitado para preservarlos y protegerlos de las inevitables consecuencias de un estado de anarquía. El único gobierno que quedó era el que se estableció por la autoridad militar durante la guerra. Considerando que este era un gobierno de facto y que por el consentimiento presunto de los habitantes podría continuar durante algún tiempo, se les aconsejó que se conformaran y sometieran a él durante un corto período de tiempo, mientras el Congreso volvía a reunirse y podía legislar sobre la materia. Las opiniones que sostiene el Ejecutivo sobre este punto, se contienen en una comunicación del Secretario de Estado fechada el 7 de octubre último, que fue enviada para su publicación a California y Nuevo México, de la cual se acompaña una copia con el presente. La pequeña fuerza militar del ejército regular que estaba prestando sus servicios dentro de los límites de los territorios adquiridos al concluir la guerra, tuvo que retenerse ahí, y se han enviado algunas fuerzas adicionales para la protección de los habitantes y para preservar y asegurar los derechos y los intereses de los Estados Unidos.

No se ha recaudado ni ha podido recaudarse ningún impuesto en los puertos de California, porque el Congreso no ha querido autorizar el establecimiento de aduanas, o el nombramiento de empleados para ese efecto.

El Secretario del Tesoro, en una carta-Circular dirigida a los recaudadores de impuestos el día 7 de octubre, copia de la cual se acompaña, ejercita todas las facultades de que estaba investido conforme a la ley.

En acatamiento al decreto de 14 de agosto último, que extiende el beneficio de nuestras leyes postales al pueblo de California, el Director General de Correos ha nombrado dos agentes que han salido uno para California y otro para Oregón, con facultades para hacer los arreglos necesarios a fin de llevar a cabo las disposiciones de dicho decreto.

La línea de vapores correos que mensualmente hace el servicio de Panamá a Astoria, ha sido requerida "para que haga escala y entregue y tome correspondencia en San Diego, Monterrey, y San Francisco". Estos vapores-correos conectados por el Itsmo de Panamá con la línea de vapores del Atlántico entre Nueva York y Chagres, establecerán una comunicación postal regular con California.

Es solemne deber nuestro proveer con la menor demora posible al establecimiento de gobiernos territoriales organizados legalmente en Nuevo México y California. Las causas del fracaso para hacer esto en el último período de sesiones del Congreso, son bien conocidas y son de lamentarse profundamente. Con las perspectivas que se presentan de una prosperidad creciente y de una grandeza nacional proveniente de la adquisición de estas ricas y extensas posesiones territoriales, sería irracional desatender o abandonar estas ventajas, a causa de la agitación de una cuestión doméstica que data desde la existencia de nuestro Gobierno mismo, poniendo en peligro por luchas internas, divisiones geográficas y disputas acaloradas por la supremacía política o por cualquiera otra causa, la armonía de la gloriosa unión de nuestros Estados Confederados; esa Unión que nos une como un solo pueblo, y que durante sesenta años ha sido nuestro escudo y protección contra toda clase de peligros. A los ojos del mundo y de la posteridad, cuán triviales e insignificantes aparecerán nuestras divisiones internas y nuestras disputas, comparadas con la conservación de esta Unión de los Estados en todo su vigor y con sus incontables bendiciones. Ningún patriota debería fomentar y excitar las divisiones geográficas y partidistas. Nadie que ame a su patria debería poner deliberadamente en peligro el valor de la Unión. Las futuras generaciones mirarán con asombro la locura de semejante conducta. Otras naciones en la actualidad, la mirarían con sorpresa, y algunas de ellas, las que desean mantener y perpetuar tronos y principios monárquicos o aristocráticos, la mirarán con entusiasmo y con deleite, porque verán en ella los elementos de facción que esperan que ultimadamente subviertan nuestro sistema. Presentamos el grande ejemplo de una república próspera y libre que se gobierna por sí misma, y que conquista la admiración y provoca la emulación de todos los amantes de la libertad en el mundo entero. Cuán solemne es por consiguiente el deber, y cuán impresionante el llamado que se nos hace a nosotros y a todos los componentes de nuestra patria, para cultivar un espíritu patriótico de armonía, de confraternidad, de conciliación y de concesión mutua en la administración del incomparable sistema de gobierno, formado por nuestros padres en medio de dificultades casi insuperables, y que nos ha sido trasmitido con el mandato solemne de que gozáramos de sus beneficios y los transmitiéramos sin alteración a los que vengan después de nosotros.

En vista de los altos deberes y responsabilidades que tenemos para con nosotros mismos y para con la humanidad, espero que ustedes puedan, en su actual período de sesiones, aproximarse al arreglo de la única cuestión doméstica que amenaza seriamente, o que ha amenazado jamás, perturbar la armonía y el funcionamiento satisfactorio de nuestro sistema.

Las posesiones inmensamente valiosas de Nuevo México y California están ya habitadas por una población considerable. Atraídos por su gran fertilidad, por su riqueza mineral, por sus ventajas comerciales, y por la salubridad de su clima, gran número de emigrantes de los antiguos Estados están ya preparándose para establecer nuevos hogares en estas seductoras regiones. ¿Podrían las desemejanzas de las instituciones domésticas en los diferentes Estados impedirnos proporcionarles gobiernos adecuados? Estas instituciones existían al adoptarse la Constitución, pero los obstáculos que se interponían fueron vencidos con ese espíritu de conciliación que ahora invoco. En un conflicto de opiniones o de intereses, real o imaginario, entre las diferentes secciones de nuestro país, nadie puede exigir justamente todo lo que podría desear obtener.

Dentro del verdadero espíritu de nuestras instituciones, cada quien debería conceder algo al otro.

Nuestro valiente ejército en la guerra con México, por cuyo patriotismo y por cuyas hazañas sin paralelo obtuvimos estas posesiones como indemnización por nuestras justas demandas contra México, estaba compuesto de ciudadanos que no pertenecían exclusivamente a un Estado o a determinada sección de nuestra Unión. Eran hombres de los Estados esclavistas y de los no esclavistas, del Norte y del Sur, del Este y del Oeste. Eran todos compañeros de armas y conciudadanos de la misma patria, empeñados en la misma causa común. Cuando hacían la guerra eran hermanos y amigos, y compartían al igual unos con otros las labores, los peligros y los sufrimientos comunes. Ahora que su labor ha concluido, cuando la paz ha quedado restablecida y cuando vuelven de nuevo a sus hogares y se despojan del uniforme de guerra y vuelven a tomar su lugar en la sociedad y a reasumir sus ocupaciones en la vida civil, seguramente debería prevalecer entre ellos un espíritu de armonía y de condescendencia, y una consideración igual para los derechos de todos y de todas las secciones de la Unión, con el fin de establecer gobiernos para los territorios adquiridos, que son fruto de su esfuerzo común, Todo el pueblo de los Estados Unidos, y de cada uno de los Estados, contribuyeron a sufragar los gastos de esa guerra, y no sería justo que alguna sección pretendiera excluir a otra de la participación en el territorio adquirido. Esto no estaría de acuerdo con el justo sistema de gobierno que adoptaron los autores de la Constitución.

Es de creerse que la cuestión de si puede existir, o de si existirá la esclavitud en alguna porción del territorio adquirido, es más bien abstracta que práctica, aunque se dejara a elección de los Estados esclavistas mismos. Por la naturaleza del clima y de las producciones es un hecho cierto que en la mayor parte del territorio no podría existir nunca la esclavitud; y en el resto, las probabilidades son de que no llegará a existir. Pero sea lo que fuere, no puede desatenderse una cuestión que implica un principio de igualdad de derechos de cada uno de los Estados, como copartícipes iguales en la Confederación.

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(Siguen otras partes del Mensaje que se refieren al problema de la esclavitud, en el territorio recientemente adquirido y al fomento de la riqueza de California y Oregón.)

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Las aprehensiones que algunos de nuestros estadistas tenían en los principios del gobierno, de que nuestro sistema fuera incapaz de funcionar con suficiente energía y éxito sobre grandes extensiones de territorio y que si esto se intentara caería hecho pedazos por su propia debilidad, han quedado disipadas por nuestra experiencia. Por virtud de la división del poder entre los Estados y el Gobierno Federal, éste último se ha visto que puede operar con igual energía en los extremos como en el centro. Es tan eficaz en el más remoto de los 30 Estados que ahora componen la Unión, como lo era en los trece Estados que formaron nuestra Constitución. A la verdad, es de dudarse que si nuestra población actual se hubiera visto confinada dentro de los límites de los primitivos trece Estados las tendencias de centralización y consolidación no hubieran sido tales que hubieran invadido los derechos esenciales reservados a los Estados y hubieran hecho del Gobierno Federal una cosa totalmente diferente prácticamente, de lo que es en teoría y de lo que se pensó que fuera por sus fundadores. Lejos de mantener estas aprehensiones acerca de nuestro territorio, se tiene confiadamente la creencia de que cada nuevo estado da fuerza y una garantía adicional a la conservación de la Unión misma.

Conforme a las disposiciones del artículo 13 del Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo con la República de México y del Decreto de Julio 29 de 1848, las reclamaciones de nuestros ciudadanos que habían sido "ya liquidadas y resueltas contra la República Mexicana", y que montaban con intereses a $ 2.023,823.51, han quedado liquidadas y pagadas, quedando por pagarse de estas reclamaciones $ 74,192.26.

No habiendo dictado el Congreso en su último período de sesiones una medida para cumplir con el artículo 15 del Tratado, conforme al cual los Estados Unidos se encargarían de dar satisfacción a las “reclamaciones no liquidadas” de nuestros ciudadanos contra México "una suma que no excede de tres millones y un cuarto de dólares”, el asunto se recomienda nuevamente a vuestra favorable consideración.

El cambio de ratificaciones del Tratado con México tuvo lugar el 30 de Mayo de 1848. Dentro del año siguiente a esa fecha, tienen que reunirse los respectivos comisionados y topógrafos de cada uno de los gobiernos "en el Puerto de San Diego, y proceder a trazar y marcar la línea divisoria en todo su curso hasta la boca del Río Bravo del Norte". Se verá por esta disposición, que el período dentro del cual deberán reunirse un comisionado y un topógrafo de cada uno de los respectivos gobiernos en San Diego, expirará el 30 de Mayo de 1849. El Congreso, al clausurar su último período de sesiones, hizo una asignación para cubrir "los gastos del trazo y demarcación de la línea divisoria" entre los dos países, pero no fijó el monto de los salarios que deberían pagarse al comisionado y al topógrafo que se nombraran de parte de los Estados Unidos. Es de desearse que la compensación que deben recibir éstos esté determinada por ley y no quede abandonada como hasta ahora a la discreción del Ejecutivo.

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(Siguen otras partes del Mensaje ajenas a las relaciones con México.)

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Del monto de las contribuciones militares recaudadas en México se aplicó la suma de $ 769,650 al pago del primer abono que debería hacerse conforme al tratado con México. Otra suma más de $ 346,369.30 ha sido entregada a la Tesorería, y algunos saldos no gastados se encuentran todavía en manos de los empleados pagadores y de otros que estuvieron encargados de la recaudación de esos dineros. Después de proclamada la paz no se hicieron más desembolsos con cargo a los fondos no gastados provenientes de esta fuente. Los saldos disponibles se ordenó que se entregaran en la Tesorería, y las reclamaciones individuales contra ese fondo permanecerán sin pagarse hasta que el Congreso autorice su ajuste y su pago. Estas reclamaciones no son considerables ni en número ni en su cuantía. (4)

Durante el período en que he administrado el Departamento Ejecutivo del Gobierno, han surgido grandes e importantes cuestiones de orden público, tanto internacionales como domésticas, sobre las cuales era mi deber tomar alguna determinación. Puede decirse en verdad, que a mi administración le ha tocado vivir en tiempos de grandes acontecimientos, y he sentido muy gravemente el peso de las altas responsabilidades que sobre mí han recaído. Sin otro objeto que el bien público, la fama duradera y la prosperidad permanente de mi Patria, he obrado conforme a las convicciones de mi mejor criterio. El juicio imparcial de la opinión pública ilustrada presente y futura, determinará hasta qué punto la política que he mantenido y las medidas que de tiempo en tiempo he recomendado, hayan hecho avanzar o retardar la prosperidad pública nacional, y elevar o deprimir la estima de nuestra reputación nacional en el exterior.

Invocando las bendiciones del Todo Poderoso sobre vuestras determinaciones en este importante período de sesiones, tengo la ardiente esperanza de que con un espíritu de armonía y concordia, podáis alcanzar sabios resultados que redunden en bien de la felicidad, del honor y de la gloria de nuestra amada Patria.

James K. Polk

 

Traducción y notas de Luis Cabrera.

1. Aproximadamente 2.204,617 km. cuadrados; algo más de la superficie total que quedó a México 2. 2,200 kms.

3. Léase con atención este capítulo en que se ve con claridad que el valor económico y político del territorio conquistado excedía con mucho a cuanto los EE. UU. pudieran pretender que México les debía. Los tres millones que importaban las reclamaciones por daños, los quince millones pagados por la cesión y todos los gastos de la guerra, eran nada en comparación con lo que obtuvieron los EE. UU.; todo lo cual, en términos eufemísticos, pudiera llamarse "un buen negocio".

4. No se trata de hacer cuentas, a un siglo de distancia, de lo que nos costó la guerra; pero bueno es hacer constar que la obligación contraída por EE. UU. de pagamos quince millones de dólares, fue cumplida, en parte, con el dinero que las fuerzas americanas habían recaudado o quitado a México. Esto es lo que en la jerga mexicana se llama "una sopa de nuestro propio chocolate".

Fuente: Messages and Papers of the Presidents.