28 de Enero de 1847
ANTONIO LOPEZ DE SANTA ANNA, GENERAL DE DIVISION, BENEMERITO DE LA PATRIA Y PRESIDENTE INTERINO DE LA REPÚBLICA, A LOS MEXICANOS.
¡Compatriotas! Consiguiente á las solemnes promesas que había hecho desde que volví al seno de la patria en Agosto del año último, decidido enteramente á respetar la voluntad nacional, cualquiera que ella fuese, había dedicado toda mi atención á la defensa del país, á sostener su independencia amenazada, á restituir á nuestras armas su antiguo brillo, mancillado con los últimos reveses, y exterminar al enemigo que ha pretendido.y pretende borrar á México del catálogo de las naciones. Ampliamente satisfecho con el honor de exponer mi vida por la patria, y tal vez no sin esperanza de adquirir renombre inmortal, afianzando para siempre su gloria, colocándola en el puesto prominente que debe ocupar entre los pueblos civilizados, de esta parte del globo, vine á tomar el mando del Ejército, en aquellos días de amargura y sobresalto en que parecía, no sin razón, más difícil la defensa del territorio, quebrantada como lo estaba la moral del soldado y perdido casi todo el material de guerra que poseíamos. Bien conocía lo arduo y peligroso de la empresa; los riesgos y compromisos de todo género que me esperaban, de resultas de la anterior discordia, y que apenas quedaban en pie unos cuantos cuerpos, que conservaban todavía algún resto de instrucción y disciplina: que se hallaba exhausto el Erario Nacional, extinguidos todos los recursos ordinarios, amortiguado el espíritu público y cansados todos de las funestas repetidas revueltas que se han sucedido sin cesar en el largo período de más de veinticinco años; pero estaba resuelto á sacrificarme por mi patria, y sin vacilar eché sobre mis hombros una responsabilidad inmensa. Cercado de dificultades como había previsto, y luchado con mil y mil obstáculos, sin que me fuera dado vencerlos, y ni aun hacer para lograrlo. todo aquello que como mexicano, y General amante de su país y de su honor me parecía conveniente y necesario, me aflijía profundamente considerándome como el centro de todas las esperanzas, y temblaba al contemplar cuán ligados andaban con mis destinos los de la patria que me es tan querida. Una sola falta de mi patria podía hundirla para siempre en el abismo de la ignominia; y era tan fácil de cometerse como difícil de repararse atendida la escasez absoluta de los medios necesarios para resistir á un enemigo que en todo nos aventaja, menos en el valor y decisión para afrontar el peligro. Solamente el Supremo Gobierno era sabedor de mis congojas y temores, cuidando yo de darle parte de todo, poniéndole continuamente á la vista el cuadro lastimoso de las penalidades que sufría el Ejército, y suplicándole, sin cesar, que arbitrase recursos con que cubrir las muchas y muy urgentes atenciones que me rodeaban; pero evitaba dar publicidad á mis frecuentes y casi diarias comunicaciones, temeroso de que se interpretara siniestramente mis palabras, y más aún de que conociendo por ellas el enemigo lo angustiado y difícil de nuestra situación, cobrase más ánimo y se arrojara á mayores empresas. Instalado el Supremo Congreso extraordinario, tuve cuidado de elevar á su conocimiento una sencilla relación de mi conducta, manifestándole á la vez la necesidad de recursos para la guerra, si ésta debía de proseguirse como parecía natural. Creía yo merecer con una tan hidalga conducta la estimación de todos mis conciudadanos, quienes por lo mismo que no debieran ignorar la verdad de las cosas, no podrían menos de apreciar en todo su valor lo que pudiera haber de noble y de grande en mi tranquila resignación: mas por desgracia he visto que me equivoqué, y que lejos de concederme compasión, si ya no elogios, se me prodigan denuestos y vituperios. Se me acusa de apatía y de inacción; se supone que veo con fría indiferencia los males de la Patria; y aun ha pasado á tanto el exceso de algunos, que se han atrevido á presentarme como un traidor á los ojos de todo el mundo. ¡oh dolor! ¡Yo que he derramado mi sangre por la Patria, como no lo han hecho sin duda mis calumniadores! ¡Yo que he encanecido sirviendo con constancia y lealtad á la Nación! ¡Yo, con honrosas cicatrices y mutilado en el campo de batalla! Yo... Faltábame este ultrajé, y ya se me infiere. ¡Mexicanos! Los que así se producen son los traidores, porque infaman y desacreditan á la Patria. Podré haber errado, habré cometido mil faltas en mi vida publica: pero mi corazón siempre ha sido de mi país, y en la gloria y prosperidad de éste he cifrado la mía. No, yo no puedo ser un traidor.
Sin embargo, yo no podría ya callar cuando se me hacen cargos tan tremendos, cuando tan graves y tan odiosas acusaciones se me dirigen por algunos periódicos de la Capital; el silencio se traduciría como falta de respuesta, como un reconocimiento de la culpa. Voy, pues, á hablar, ya que así lo exigen mi honor tan atrozmente vulnerado, el honor del país que se mancillaría con los crímenes de sus hombres públicos, y el del Ejército que está á mis órdenes, el cual difícilmente escaparía de la fea nota de complicidad, en la inacción ó perfidia de su jefe. Si para vindicarme tengo necesidad de revelar alguna cosa, que yo más que nadie habría deseado que permaneciese oculta., me excusará esa misma necesidad en que me han puesto mis enemigos; suya será la culpa, pues me provocan, no mía, que no hago más que repeler sus malignos ataques.
Y con todo, si yo no atendiera en la presente ocasión más que á las voces del honor ofendido, si otra causa más poderosa todavía no me moviera, acaso proseguiría como hasta ahora, guardando el más profundo silencio, que no ignoro que las más veces haya heroísmo enelsufrimientoy en la resignación. Pero debo hablar, cuando no para vindicarme, para evitar que se cometan errores, que traerían muy funestas consecuencias. Porque á fuerza de censurar lo que se llamó apatía ó inacción mía y del Ejército, de ponderar con suspicaz malicia mis supuestas faltas, y de repetirse diariamente semejantes acusaciones, se extravía la opinión del pueblo, apartándole la atención de ahí en donde más debiera fijarla. Se le señala como verdadera causa de sus padecimientos, lo que no es tal vez sino efecto de élla, y de esto ha de resultar necesariamente que no acierte con el remedio que debiera aplicarse. Siempre el error produce males gravísimos; pero en materia de Estado son mayores que en cualquiera otro, aunque no sea por otra razón, sino porque son más los que experimentan sus efectos. Nuestra situación es crítica y delicada por demás; invadidos por un enemigo poderoso que ocupa ya la mitad de nuestro suelo, no podemos menos de sostener la guerra á que tan sin razón se nos ha provocado; pues sólo así y sosteniéndola con ardimiento, es como podremos salvar la independencia, y con élla el decoro nacional. Para nosotros no hay medio: ó triunfamos ó sucumbimos con gloria. La paz en el estado á que han venido las cosas; nos llenaría de ignominia, puesto que no podría menos de ser dictada por el acero victorioso del invasor. En tan graves circunstancias, en medio de un peligro como el que.vamos corriendo, yo no debo permitir que la Nación ignore lo que tanto le importa saber, para buscar los medios de salvarse, la verdadera causa de esa inacción de que se. me acusa; los hechos que voy á referir dirán si ha sido voluntaria. ó, forzosa, si yo he cumplido. con aquello que pudiera exigir mi patria de mi corazón, y quién deberá responder de las desgracias que acaso puedan sobrevenir al noble pueblo mexicano. Nada exageraré, y menos es mi intento elogiarme á mí propio.
Poco tiempo había transcurrido desde mi ausencia de la República, cuando nuestros pérfidos vecinos creyeron llegado el momento de consumar sus antiguos inicuos proyectos, arrebatándonos por la fuerza el fértil y vasto territorio, de Texas. Redujeron á hechos lo que hasta entonces habían sido amenazas, y un cuerpo de ejército americano profanó con su odiosa presencia núestras. playas, y un pabellón extranjero ondeó sobre nuestras campiñas con mengua del honor y de la independencia del país... ¿Cómo es que no volaron los mexicanos á exterminarlos, y á lavar con su sangre el ultraje que se les hacía? ¡Oh! ¿Cuán recordaba yo, en mis destierros aquellos días de eterna memoria, que al frente de mis intrépidos compañeros de armas corrí al Pánuco en defensa de la libertad que peligraba? Apenas las huestes del Rey de España habían fijado el pie en tierra, cuando rotas, deshechas como si fueran humo sus locas esperanzas. de reconquistarnos, pudo México entonar su canto de triunfo, anunciando á los reyes y pueblos de la tierra que era libre y soberano, y que nunca jamás consentiría en la.ígnominia de la esclavitud. ¿Cómo pues ahora tanta lentitud, tanto abandono al mirar los nuevos conquistadores? ¿Eran acaso éllos más terribles, más emprendedores y aguerridos que los antiguos? ¿Se había extinguido por. ventura en los pechos de los hijos de México aquel fuego sagrado, que arrancándolos del hogar doméstico los había llevado al combate mil y mil veces,.y obligado á arrostrar la muerte en las batallas y en los cadalsos por sacudir sus pesadas cadenas? No: sin duda que no eran esas las.causas de aquella inexplicable apatía: no era el temor á los invasores, no era degradación lo que contenía sus fogosos impulsos: ellos habrían volado á vengar el ultraje con el mismo ardor, con la misma fe con que se precipitaron sobre las falanges españolas en 1829, y losque en poco más de un mes triunfaron de la cnnstancia y tenacidad proverbial de los hijos de Iberia, con sólo su vista habrían tenido bastante para exterminar la horda de aventureros que contra ellos lanzaba el vecino gobierno, tan. ambicioso cómo falto de sinceridad y buena fe. Pero no hubo quien quisiera hallarlos á la pelea.: la discordia agitaba sus teas incendiarias sobre nuestra tierra infeliz, y la ambición ahogaba la voz del patriotismo: engañada una parte del Ejército que había de sostener la independencia y la integridad del territorio, volvió desde el camino á conquistar para su jefe la Silla de la Presidencia, dejando al invasor el paso libre hacia los Estados limítrofes. Siguiéronse las aciagas.jornadas de los 8 y 9 de Mayo, y Palo Alto. y la Resaca vieron por primera vez desde la independencia contrastado y vencido el valor. indómito de los soldados de Iturbide.
En tan grave conflicto se encontraba la Patria, y dió un grito de indignación contra los que ineptos ó traidores la habían conducido hasta el borde del abismo: ella, acordándose tal vez de que nunca me había mostrado yo indiferente á. sus desgracias, me llamó, proclamándome por su caudillo. Su voz llegó á donde triste y proscripto lamentaba los fatales destinos que habían cabido á la tierra preciosa, cuna de los Hidalgos y Morelos, de los Guerreros y Matamoros; y en vano querría yo ahora pintar la conmoción que al escucharla experimenté. Me veía rehabilitado de improviso, como por encanto; á los ojos del mundo todo que había presenciado mi caída: pero ni esa consideración, ni menos todavía los atractivos del Poder que se me ofrecía, tenían parte en el placer que me inundaba. ¡ No, Conciudadanos! Yo os lo juro, lo único á que atendí entonces, lo que en aquellos momentos colmó los deseos más ardientes de mi corazón, fué el alto honor que se me confería, llamándome á exponer mi vida por la patria, y colocándome al mismo tiempo al frente del Ejército que había de combatir por la mejor y más justa de las causas, por el honor y la independencia de la Nación. ¿Cómo podría yo tener otros sentimientos'? ¡Ni á qué más podría aspirar el hombre más ambicioso ! El imperio del mundo que se me hubiera ofrecido en tan deliciosos instantes, nada me habría parecido en comparación del peligroso puesto á que me llamaban mis conciudadanos para defenderlos de la invasión. Aceleré cuanto pude mi venida, temeroso de no hallarme presente en el día del conflicto, aun exponiéndome á ser capturado por los enemigos: y mi primer acto fué obsequiar la voluntad de los pueblos, sometiéndome á ella enteramente, restituyendo á todo su vigor aquellas antiguas instituciones por las que habían suspirado y combatido más de doce años. Resuelto á no reasumir el Poder que con instancia se me ofrecía, no bien sentí algún alivio de las agudas dolencias que me ocasionaba mi antigua herida, cuando me puse en camino para la Capital de la República, no á recibir los inciensos y parabienes del triunfo, sino á promover de paso con todas mis fuerzas las medidas de hacer frente al enemigo, activando la marcha de las que habían de salir para el Interior á su encuentro: nada me quedó de hacer de cuanto me sugirió el más ardiente patriotismo. Rehusando en Méxíco de nuevo la Presidencia que con instancia volvió á ofrecérseme, me dediqué á reunir y á organizar el mayor número posible de tropas, y á vencer los obstáculos que para su pronta marcha presentaba la increible falta de recursos. Angustiábaseme el corazón al ver que el tiempo volaba, que el ejército invasor traía sus pendones victoriosos hacia el centro de la República, que sólamente un corto número de nuestras tropas se conservaba para contenerle en la débil plaza de Monterrey, que no era posible á causa de la distancia socorrerlas, que podían ser vencidas por la superioridad del número y del material de guerra del enemigo, y que el orgullo de éste crecería con el nuevo triunfo, menguando en pro porción nuestras ya escasas medidas de defensa. Mas para que se conozca todo lo penoso de la situación, bastará consignar aquí el hecho de que habiéndose organizado no sin muchos afanes una brigada, dada la orden para que marchara al Interior, formó con este objeto en la gran plaza de México'por tres días consecutivos, y otros tantos hubo de retirarse á los cuarteles por falta del dinero necesario para salir. ¡Podrá darse una situación más angustiada y comprometida que la mía, llamado á conducir á la pelea un ejército falto y desprovisto de cuanto el arte y la prudencia exigen para disputar la victoria? ¿Qué General se vió nunca tan atribulado? ¿Quién habría querido exponerse al peligro cierto de perder su reputación, tomando sobre sí los azares de una campaña, para la que todo faltaba, y enajenándose tal vez para siempre el aprecio de sus conciudadanos! Puede ser, y lo digo con demasiada confianza, que otro hubiera desmayado viendo tantas y tamañas dificultades; pero yo tengo fe en los destinos de mi patria, una fe viva, ardiente, que no se debilita ni debilitará jamás, sean cual se quieran las circunstancias y contradicciones; y arrostrándolo todo con un ánimo de que puedo honrarme, salí al encuentro del enemigo, emprendiendo mi marcha con un puñado de veteranos para esa ciudad, á la que llegué en principios de Octubre, aunque sin municiones, porque no hubo bagajes que las condujeran y llegaron después de un mes.
Las mismas escaseces y aun mayores que en México, la misma falta de todo han seguido desvirtuando aquí cuantas disposiciones he juzgado necesarias para la defensa del país. Luchando sin cesar y haciendo esfuerzos que superan á todo lo que pueda decirse, he logrado el reunir y formar un numeroso ejército, el mayor sin duda que ha tenido México desde que se hizo nación independiente y soberana. Faltaba artillería, y se ha improvisado una maestranza y fundición: faltaban proyectiles, en términos que en principios de Noviembre no había más que unas cuantas cargas de municiones: y hoy tenemos un tren considerable. Reapelado el patriotismo de todas las clases, de todas las personas: todo lo he puesto en movimiento para obtener los más prontos auxilios. Amenazada esta plaza de la próxima invasión del enemigo, dispuse y he activado su fortificación, que se prosigue con ahinco bajo la dirección del hábil director general de ingenieros. Más de catorce mil reclutas desnudos, he vestido y armado: se han comprado más de diez mil caballos; y. se han construído monturas. Se ha procurado y se procura incesantemente que el soldado adquiera el grado de instrucción y disciplinó que tan indispensable es en el campo de batalla, y se le inspira aquel entusiasmo noble, aquel ardimiento con que se asegura la victoria al llegar á las manos con el enemigo. El Ejército, en fin, se ha organizado y se encuentra situado por divisiones y brigadas en diferentes puntos, según lo requiere la posesión del enemigo, y lo permiten las circunstancias del país. Todo está disponible, todo pronto para acudir al paraje á donde la gloria y el honor nos llaman.
¿Por qué, pues, esa detención en San Luis, dice esa parte hostil de la prensa? ¿Por qué, cuando el General enemigo recorre libremente y no con muy gruesas divisiones los Estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, no se le sale al encuentro, ni se le estorba sus operaciones? Si el Ejército está allí bajo un pie respetable, si tiene la instrucción y disciplina conveniente, ¿en qué se detiene el General en Jefe que no avanza sobre el enemigo, le abate y le arroja.del país? ¡Conciudadanos! Escuchadme sin prevención, y creed que nadie más que yo desea que luzca el día de gloria para la patria, de confusión y horror para sus injustos enemigos: pero por, desgracia tan vivos como son mis deseos, son grandes las dificultades que. se me ofrecen para realizarlos.
Á mi llegada á esta capital no era el Ejército lo que es hoy, según. se comprenderá por mi relato: desde entonces se ha aumentado en más de tres cuartas.partes de su fuerza. Yo no encontré aquí, ni había en otro punto, depósito de hombres, caballos, ni vestuario: me fué forzoso empezar desde traer la fuerza de los Estados y llenar los cuadros. El soldado no se improvisa, y todo el mundo sabe que la Ordenanza exige cuatro meses lo menos de instrucción, para que pueda hacer el servicio ordinario de una plaza en tiempo de paz: ¿Habría sido, pues, prudente, que por huís. de la nota de inacción hubiera tomado la iniciativa y presentádome en el campo con un ejército bisoño en casi su totalidad, compuesto de hombres acabados de sacar de entre las ocupaciones domésticas'! ¿No se me podía haber acusado después con más fundado motivo de haber expuesto á un peligro evidente el honor de las armas y la libertad del país, y aun habiendo cometido la imprudencia de operar con hombres y no con soldados'? ¿No debía preparar las municiones, reunir y recomponer el armamento, traer de todos puntos la artillería, y, en fin, acopiar todos los materiales de guerra?
Medítese esto imparcialmente, y después júzguese si merezco algún reproche. Formado así este Ejército, se ha conseguido por el empeño de los dignos Jefes de los Cuerpos, que los reclutas manejen el arma con desembarazo, que sepan hacer fuego y que se presenten con cierto aire de marcialidad que casi los confunde con los veteranos. Pero la completa instrucción que deben tener, es obra del tiempo y de los combates, porque no hay mejor escuela que el campo de batalla, y esa no he podido todavía proporcionársela, puede ser que no tarde mucho, y entonces se verá que no se ha perdido el tiempo, como se quiere decir. Pero no basta para asegurar la victoria á nuestras armas, que el Ejército que me honro de mandar, sea numeroso y disciplinado; no basta que se halle poseído del mayor entusiasmo por vengar los ultrajes que se han inferido á la Nación: esto es mucho ya, es verdad, pero no es todo lo que se necesita. Llenos de fuego y ansiosos de gloria los intrépidos republicanos del Ejército de los Alpes, nada habrían hecho, si en vez de encontrar las bellas y fértiles campiñas de la Italia, se les hubieran ofrecido áridos desiertos que atravesar en medio de la desnudez horrorosa en que se encontraban. No se les dió socorro por lo pronto, pero su joven General desde las nevadas cumbres de los Alpes les señalaba las ricas ciudades que serían presa de su valor, y ellos veían con avidez y con asombro los magníficos palacios á donde podía conducirlos la victoria. Ellos iban á conquistar un país extraño en donde todo se apropiarían, y nada les haría falta. ¿Es esa por ventura la perspectiva que se ofrece al soldado mexicano? Tiene que caminar en su propio país, y está obligado á respetar las casas y bienes de sus conciudadanos, que cabalmente se prometen de él, y aguardan, amparo y protección. No es un país enemigo por donde ha de transitar el Ejército, en donde haga suyo todo lo que encuentre, y con ello, satisfaga las más apremiadoras necesidades. Y dado que eso fuera, ¡hay alguno que no conozca el terreno que desde aquí media las posiciones que ocupa el enemigo? Desierto casi todo, no ofrece, no ya abrigo contra la intemperie, pero ni la agua suficiente en algunos parajes para los hombres y los caballos: si nos hemos de poner en marcha, si hemos de avanzar, es preciso allegar víveres y situar convenientemente los depósitos, en donde estenuado por el hambre y la fatiga, el soldado encuentre lo que haya menester para vivir: sin eso, imposible parece que el Ejército emprenda la marcha. Y tse ha hecho algo, se ha tomado con respecto á un asunto tan principal alguna providencia, á pesar de mis continuas reclamaciones? Doloroso es decirlo, mexicanos, pero no puedo por más tiempo callarlo; nada se ha hecho, nada se ha dispuesto; y lo que es peor, no veo que se trate de hacer algo para remediar esas faltas. Por una fatalidad que pesa sobre el Ejército, al mismo tiempo que se le exige que vaya á derramar su sangre en defensa de la patria á lejanos terrenos, se le tiene desnudo y entregado á la más espantosa miseria, hasta el grado de faltarle hace ya más de veinticinco días con que satisfacer el rancho que se saca por lo mismo fiado. Los heroicos defensores de.Monterrey, heridos y mutilados por lasbalas enemigas, ó enfermos por las penalidades de la campaña, yacen poco menos que abandonados, sin abrigo, sin más auxilio casi que los que la caridad y el patriotismo les ministran, sin que sea dado hacerles más llevaderas sus penalidades, á pesar del celo del Cuerpo Médico Militar.
No hay en esto, conciudadanos, exageración; yo invoco el testimonio de las autoridades de este Estado, y el de los habitantes todos de San Luis Potosí: desde el 25 del pasado Diciembre apenas se ha podido socorrer á la tropa con dos días de paga que más habría servido para cubrir compromisos pasados, que para satisfacer las necesidades presentes. De 400,000 pesos que importó el presupuesto mensual, no se recibieron de México en todo Diciembre más de $175,000 y nada por el presente mes: y para ayudar á cubrir en parte las urgencias, tuve que empeñar mi crédito personal por la cantidad de veinte mil que se me prestaron con hipoteca de mis bienes, los que fueron luego remitidos á la división de observación situada en Tula. € Puede emprender en medio de tanta miseria el Ejército algún movimiento! Lejos, muy lejos estoy de insinuar que el valor del soldado mexicano depende de la subsistencia que el país le debe: pero se.ofrecen dificultades que nos es imposible superar aunque se nos supusiese dotados del más heroico esfuerzo. Yo creo, como dice un General español, contemporáneo, de no poca nombradía y experiencia: "que no se puede hacer fuego sin cartuchos; combatir en te".rrenos ó situaciones que obliguen á abandonar en el campo los heridos por no tener ni "adónde, ni en qué transportarlos; racionar las tropas cuando no hay raciones; pagarlas "cuando no hay dinero, y. no hay remedio, añade: sin comer no marchan, ni combaten "los soldados, por buena que sea su voluntad, grande la capacidad de los jefes y apre"miadoras las excitaciones del Gobierno.
Esa es, como acaba de pintarse, la situación de este Ejército, valiente; entusiasmado, y sufrido como ninguno del mundo, que se sacrificará con sus jefes por el honor nacional: lo. desea; y si pide socorros, más que por satisfacer sus necesidades, lo hace por aproximarse al enemigo, por reivindicar su buen nombre y con él la.gloria y la libertad de la Nación á que pertenece. No es ya la justicia la que origina sus reclamaciones, no: lo que pide es que se le facilite campo para mostrar hasta dónde llega el amor á su país. Me es grato consignarlo así en esta ocasión solemne, para que el mundo todo se penetre de los loables y nobles. sentimientos que distinguen y hacen tan recomendable al soldado mexicano, digno por ello de la consideración y aprecio de sus conciudadanos.
Inútiles han sido hasta hoy cuantas diligencias he hecho, cuantos pasos he dado para que se remitan los fondos necesarios. Notas sobre notas, casi diariamente, exposiciones repetidas de la espantosa miseria que sufren estas beneméritas tropas, súplicas, todo lo he empleado: los resultados de todo, estériles promesas y remotas esperanzas que temo no se realicen, ó que lleguen cuando ya no hay remedio. Creo que con esto habré llenado mis deberes, porque á mí no me toca proponer los medios de proporcionar los recursos que se necesitan, y únicamente diré, que si como pienso y creo que quiere la Nación, se ha de llevar adelante la guerra, es preciso que se tenga muy presente que de nada sirven esos pequeños auxilios que de cuando en cuando se remiten, porque si alcanzan á cubrir las necesidades del día, no nos son suficientes para fundar un cálculo ni basar remotas operaciones; que un Ejército en campaña gasta más que en guarnición, en tiempo de paz. Con atención á esto, y muy particularmente á lo que reclama el honor de la Nación, burlada en sus pactos, despreciada y escarnecida,nor el Gabinete y pueblo de la República vecina, es como en mi concepto se ha de pensar el arbitrarse los recursos, porque la cuestión es de ser ó no ser: y si los que pueden hacerlo, no se prestan á auxiliar al Ejército, único apoyo que hoy tiene la patria, se exponen á perderlo todo con la independencia, y legar á la posteridad un nombre de ignominia.
Compatriotas ! Yo habría omitido el presente al presentaros un cuadro como el que acabo de trazar, que sé que ha de cubrir de amargura vuestros corazones: pero me encuentro precisado á daros parte de cuanto ocurre: ocultároslo sería un crimen. Yo no acuso á. nadie, ni contra nadie me dirijo: pero no puedo consentir en que padezcan el honor del Ejército y el mío, cuando en ninguna época de nuestra historia se ha hecho más acreedor aquél por sus virtudes y sufrimiento, á la estima de todos los mexicanos. Rechazamos pues con indignación los cargos que algunos ignorantes ó malvados nos formulan de falta de actividad, de valor y patriotismo. No: el Ejército y sus jefes arden por rechazar la agresión ó por morir en la demanda, legando á las venideras generaciones un alto ejemplo que imitar: si no han cumplido ya su generosa promesa, otros, como veís, no ellos, sonlos culpables.
Por lo que á mí toca, repetiré por última vez, mexicanos, que tengo presente, que la Nación me llamó para defenderla en la presente lucha, para libertarla y restituirla su honor y gloria, ó para perecer con ella: esto es cuanto deseo, y no quiero ni pretendo más. Pero si por mi desgracia no se diese crédito á mis palabras, si contra lo que es de esperarse alguno me creyese todavía capaz de faltar á ella, y á lo que debo á mi nombre, yo contestaré con los hechos. Dígaseme si se quiere, que entregue el mando del Ejército y lo cumpliré, aunque me sea costoso perder la más bella ocasión que se me haya podido ofrecer para adquirir un nombre inmortal: porque cuando se trata de mi patria, de su felicidad y gloria, nada hay, nada que me sea difícil. Yo me retiraré, si se cree útil, no á reasumir el poder que se me ha conferido hace bien pocos días, pues ya he dicho más de una vez, y públicamente, que no apetezco mas empleos ni otros honores que el de salvar 4 mi patria en la actual guerra con los Estados Unidos, y que logrado que sea, me retiraré al hogar doméstico, de donde no habrá poder humano que me arranque para volver á la vida pública: me retiraré al seno de mi familia á disfrutar de algún reposo, después de una existencia tan azarosa y agitada como lo ha sido la mía. Y si todavía no se juzgase bastante esa mi abnegación, si mi presencia en el suelo que me vió nacer se estima peligrosa, iré á buscar en tierra extranjera un asilo para mis últimos días, desde donde haré sin cesar votos por la felicidad y engrandecimiento de mi patria. Distante, muy distante está de mí toda otra ambición menos noble y lejítima: porque desengañado de lo que valen el poder y las distinciones, sólo ha quedado para mí un verdadero placer, el de merecer y conservar el aprecio y estimación de mis conciudadanos.
Cuartel General de San Luis Potosí, Enero 28 de 1847.Antonio López de Santa Anna.
El General López de Santa—Anna, había sido electo el 6 de diciembre de 1846 Presidente Interino; el Congreso le permitió tomar el mando del Ejército por lo que el vicepresidente Gómez Farías, ejerció el Poder Ejecutivo, desde el 24 de diciembre de 1846 hasta el 21 de Marzo de 1847.
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