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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1846 El General D. Mariano Paredes y Arrigalla al abrir sesiones del Congreso extraordinario

Junio 6 de 1846

Ciudadanos Representantes de la Nación:

Después de los esfuerzos unánimes y felices de la República, para derrocar á un Gobierno que había anulado imprudentemente los títulos legales de su existencia, y habla pretendido alejar la esperanza de que la Nación continuara disponiendo de su suerte y proveyendo á sus necesidades por medio de sus Representantes, la Administración que crearon los acontecimientos y que era la expresión más genuina é inequívoca de la voluntad pública, comenzó su periodo bajo los mejores auspicios, con el apoyo de todas las creencias y con el sufragio quizá universal de todos los ciudadanos. Al cabo de tantos motines y revueltas que, sin objeto político ni filosófico, han empañado las glorias de nuestra Patria, la han empobrecido, desacreditado y destrozado, apareció un movimiento en que se proclamaban principios eminentemente sociales y la incolumidad de un pacto que acopiaba todos los gérmenes de vida, halagaba todas las aspiraciones y era la común enseña de los partidos. Mas por una fatalidad demasiado funesta, la unión de ellos fue temporal, se concretó a una necesidad urgente é imperiosa, y se separaron otra vez para introducir la confusión, para debilitar al Gobierno y para abandonarlo en sus compromisos. En un solo año se atacaron dos extremos: el de la confianza y el descrédito, todo sin límites.

Desde que fue indispensable para conquistar nuestra preciosa independencia de la Metrópoli, que se lanzara México al mar de las revoluciones, el prestigio de la autoridad fue decayendo, los resortes de la obediencia se relajaron, y apenas han podido sostenerse las cosas y los hombres que alternativamente levantaba y derribaba el efímero entusiasmo popular. La Administración del 6 de diciembre de 1844 fue rebajando rápidamente en la opinión, y cuando convenía que fuera más poderosa y más fuerte, delante de la crisis que amenazaba cayó en tal debilidad, que no le fue dado hacer frente á la situación, mantener su propio prestigio ni evitar que la vilipendiaran los genios inquietos que son la amenaza permanente de todas las instituciones y de todos los gobiernos. Ya no pudo dudarse de que la disolución de la sociedad amenazaba y de que si se entreveían revoluciones con opuestas tendencias, no producirían otro resultado que la anarquía, la desaparición de los flojos vínculos que han podido resistir á tan multiplicados combates. La República, en este nuevo conflicto, deseaba ardientemente un punto de reunión; que la fuerza física se presentara á robustecer la fuerza moral, y, en fin, que se le dejara explicar libremente su voluntad, constituirse conforme á sus exigencias y levantarse erguida á poner término á tantas angustias y desastres. Yo, pues, escuché la voz dolorida de la Patria, é inicié el movimiento político del 14 de Diciembre de 1845, en la ciudad de San Luís Potosí.

En ella acaudillaba yo seis mil valientes del Ejército, que mantenían la más severa disciplina, y que podían servir de firme sostén al orden público, la primera de las exigencias de la época. Por este accidente, y no porque yo me contemplara con la capacidad y con los elementos necesarios para tan ardua empresa, me resolví á acometerla con las intenciones más sanas, con un desinterés irreprochable, y sin otra mira y sin otro designio, que el de reintegrar á la Nación en la plenitud de los derechos que le han disputado con audacia los partidos y las facciones. He aquí la causa de que yo no invocara otro principio que el de la soberanía nacional, y cuando indiqué la conveniencia de que fuera representado por clases en este augusto Congreso, fue mi ánimo que se consideraran los interés existentes que no dejan de ser populares porque estén divididos, y que en realidad son los intereses de la sociedad en todas sus fisonomías. La Nación acogió bondadosamente mi plan, y, sin serias resistencias, obtuvo su complemento creándose un gobierno provisional que expidiera la prometida Ley de convocatoria. La Junta de Representantes me impuso el grave, el penoso deber de empuñar las riendas de la Administración pública; y confieso ante Dios y ante el pueblo que me escucha, que tomé sobre mi esta responsabilidad inmensa, porque había penetrado que no eran esperanzas sino dificultades, que no eran satisfacciones sino amarguras, las que acompañarían al mexicano que se resignara á ofrecerse como pronta víctima en las aras de su Patria.

Yo comprendía, sin formarme ilusión alguna, que el desengaño de los partidos y el temor de que se desvaneciera su triste poderío, los convertiría contra un Gobierno que, resuelto á dar altas y severas lecciones de moralidad, estaba obligado á frustrar pretensiones aisladas, o á hacerlas identificar todas con el bien comunal. La lucha era tan obvia como prevista; pero esa lucha era una necesidad, así como el único propósito justificable era el de no consignar respetos más que á la voluntad de la Nación. En circunstancias semejantes á las presentes, en otros pueblos se ha apelado á una Magistratura discrecional; y en México, cuando los tiempos era menos difíciles, se escogitó este medio, que no tardo en convertirse en un escarmiento perentorio. Por esto, en las adiciones al plan de San Luís Potosí, que promoví en la capital, me apresuré á limitar el Poder, y á restaurar el de las leyes, sin otro ensanche que el requerido para preparar una guerra á que nos provocaba una nación vecina, tan injusta como emprendedora. Sin que las instituciones fueran un recurso, porque estuvieron reducidas á los elementos primitivos de una sociedad, el buen sentido de los mexicanos y la moralidad que mantiene la Nación fueron los fundamentos de mi creencia de que era posible discurrir, sin tropezar con ruinas, los días de transición. Mas los abusos de la libertad de publicar los pensamientos políticos, abusos que se reproducen invariablemente en las circunstancias más graves, y que desde el año de 1821 han minado á todos nuestros gobiernos, dieron origen á turbaciones, alarmas y desconfianzas, cuando mi característica buena fe me alentaba á esperar que ninguno recelara peligro ó menoscabo de los derechos augustos de la Nación, que he garantizado con mis juramentos solemnes, con los ejemplos de toda mi vida y con los antecedentes de ella, puros, aunque no gloriosos.

La libertad de la prensa no es un grave inconveniente social en los pueblos donde están formadas las costumbres políticas, y aun en ellos se pone un coto á las demasías, se defienden los principios tutelares de un gobierno, se salva de ataques á la religión y á la moral y no se tolera que los secretos de las conciencias se revelen por testigos pérfidos, ni que la calumnia derrame su ponzoña en el seno de las familias. De esta manera; la imprenta libre es el conductor de la civilización; es no menos útil á las naciones que á los gobiernos, y al paso que robustece á estos en la opinión, cuando lo merecen, no consiente que aquéllas seanvíc6mas de una arbitrariedad formulada ó encubierta. Mas en los países agitados por continuas revoluciones, la libertad ilimitada de la prensa es uno de los más ciertos escollos; y siendo el fin de la institución el bien de la sociedad, la atormenta ó la destruye, sin que puedan evitarlo los deseos más patrióticos de los mismos escritores. Esa franquicia debe, sin embargo, existir donde quiera que haya una Constitución libre, aunque con las modificaciones y restricciones que aconsejan la prudencia y el genio de cada pueblo; y penetrado yo de estas ideas, mi pensamiento dominante al encomendarle la dirección de los negocios fue el de que todos los mexicanos publicaran sin traba sus ideas acerca de la reorganización exigida y apetecida, dejando á la censura recíproca de las publicaciones, el correctivo de que siempre son dignos los extravíos.

Confieso y lamento que un designio tan liberal en si mismo, haya podido dar ocasión á choques vehementes y alarmantes, y á que los amigos del desorden aspiren á envolver á una administración que no- había consignado otro principio que el de la soberanía del pueblo, en cargos que no podían pertenecer más que á los autores de los abusos. Las Bases Orgánicas de la República Mexicana de 1843, cambiaron la legislación de la prensa prometiendo otra y un nuevo ensayo que no llegó á realizarse en el periodo en que funcionó el Congreso constitucional. De esta manera el Gobierno que ha velado por la tranquilidad pública en los días más azarosos de la Nación;-hubo de acercarse al extremo de la represión de la imprenta, porque habían fracasado sus primeras aspiraciones á favor de la imprenta expedita. Por esta causa se expidieron las circulares de 27 de Enero y 21 de Febrero y se pusieron en vigor los decretos de 4 y 11 de Septiembre de 1829, que en iguales circunstancias se vio comprometida á publicar una de las administraciones que más crédito han obtenido por sus principios liberales. Introducida la desunión, cuando más-acordes convenía que estuvieran para repeler la invasión de un enemigo extranjero y salvar nuestra combatida nacionalidad, dicté con pesar y amargura aquellas disposiciones que en su aplicación han sido templadas por la moderación y la filantropía del Gobierno. Yo recomiendo á la sabiduría del Congreso, el que excogite los medios más prontos y calificados para la marcha de la prensa, y para que sin atar al pensamiento, no se permita que ponga en riesgo ni la existencia de la sociedad, ni sus principios de organización, ni el honor sagrado de los ciudadanos. El desenfreno de la imprenta en el año anterior y en los meses que van corridos del presente, dan una clara lección contra los abusos, y recomiendan la necesidad de su remedio. La censura de los actos de la Administración es un derecho, pero no hay derechos para promover la sedición, ni para disolver la sociedad.

Como el objeto político de la revolución de San Luís Potosí, no fue causar trastornos, sino más bien extirpar las causas de todos ellos, me afané para que las autoridades de los Departamentos continuaran en el ejercicio libre de sus funciones, sin hacer entrar en cuenta sus opiniones anteriores, ni aun su más abierta oposición á los principios recientemente proclamados. Era mi deseo que no faltara á los pueblos una administración legitima por sus antecedentes y producto de un pacto universalmente reconocido; y así buscaba yo, no menos el mantenimiento del orden constitucional, que evitar el asomo posible de la dictadura, si desaparecía el orden de cosas preexistente y llegaba a ser necesario valerse de recursos extraordinarios para que la Nación no se encontrara abandonada á los estragos de la anarquía. Felizmente se prestaron las autoridades, en su mayor parte, á coadyuvar á miras tan patrióticas y desinteresadas; y para los Departamentos donde se tropezó con una resistencia inesperada, dicté el decreto de 13 de Mayo para la organización de sus gobiernos en uso de la facultad establecida en el art. 4º de las adiciones al plan de San Luís, y conforme al espíritu de la 17a. de las del Congreso en las Bases Orgánicas de la República. Una autoridad suprema reconocida en el desconcierto momentáneo de los Poderes constitucionales, está facultada y obligada á proveer á las necesidades perentorias de la Nación, é indudable es que el mayor de los males seria que los pueblos carecieran dé gobierno, de representantes y de agentes de los principios conservadores.

La conveniencia de preparar á la Nación para la guerra, recomendaba más la adopción de la medida cuyos buenos resultados se han palpado incesantemente.

Mi empeño más constante y eficaz ha sido, que mientras el Congreso nacional dictaba las suspiradas leyes para nuestra reorganización política, se conservara en lo posible la situación normal, á fin de que no se alterara la serie de garantías que han renovado nuestros pactos sucesivos aunque inconstantes, y á fin de que se mantuvieran en pie ciertos elementos de orden y de arreglo, que preceden o se presuponen en cualquiera organización que se intente. Así que, me limité, para reprimir los desórdenes y enfrenar á los inquietos de todas épocas, á recomendar el cumplimiento del decreto del Congreso general de 21 de Diciembre del año anterior, y de la circular de 24 del mismo mes y año; y en atención también á que estas disposiciones se derivan de las Bases Orgánicas en que se previó la urgencia de atender á las circunstancias extraordinarias que podían envolver á la Nación y que tantas veces la han envuelto. Mi política, sin embargo, ha sido filosófica y ha sido humana; y se ha limitado á evitar que los ciudadanos extraviados causaran la ruina de la Nación, sin proyectar jamás el sufrimiento de ellos aunque fuera merecido.

Anuncio al Congreso nacional, con un sentimiento tan doloroso como profundo, que en los días de mi administración se han turbado el orden y tranquilidad pública en el Sur del Departamento de México, y en parte de los de Puebla y Oaxaca; en los Departamentos de Sinaloa y Sonora, y recientemente en el de Jalisco. En el Sur de México, y en sus puntos de contacto con el de Oaxaca, Puebla, Michoacán Y Jalisco, existen gérmenes antiguos y venenosos de desorden que se desarrollan y crecen en todas las convulsiones que agitan á la República. Allí no han comenzado á existir los beneficios de la civilización, y será el pensamiento más previsivo y filantrópico apresurarse á introducirlos para que no crezcan y se propaguen tantos elementos de perdición allí reunidos. Servirá siempre de padrón de ignominia para los disidentes de ese territorio, el haberse apoderado de los buques destinados á conducir una expedición á Californias, y de los cuantiosos auxilios que la administración anterior tema preparados; ese crimen horroroso y parricida se ha consumado en Mazatlán, por los militares destinados á cubrir aquella península, que las tropas de los Estados Unidos comenzaron á invadir. ¿Cómo podrá nunca justificarse que esas tropas desconocieron al Gobierno, en los momentos en que recibieron sus órdenes y recursos para embarcarse á donde las llamaba el deber sagrado de defender la integridad del territorio nacional? Los Estados Unidos de América han contado entre sus recursos los disturbios que quizá han promovido, y se han regocijado con la idea de que un gobierno resuelto y firme contra sus agresiones, no pudiera sostenerse por el ataque simultáneo de todas las facciones. No reflexionan los que promueven ahora asonadas que dañan directamente á su patria, que combaten su existencia y que la dejan á merced del enemigo que de tiempo atrás ha fomentado la desunión de los mexicanos, barrenado: sus gobiernos y desconcertado enteramente á la sociedad en sus principios, en sus máximas y en su administración. El Gobierno ha contenido los progresos de la revolución del Sur, ha dispuesto la marcha de tropas numerosas y fieles á la capital del Departamento de Jalisco, y no dejará sin castigo el motín puramente militar de Sinaloa. Las ocurrencias de Sonora son enteramente locales, y espera el Gobierno que aquellos sencillos habitantes se decidan por las ventajas- de un gobierno imparcial y justo que ponga á cubierto las garantías en cuya conservación se hallan tan interesados. Cuando es tan urgente conducir nuestras tropas regulares á la Frontera y á los puntos amenazados, las combinaciones más oportunas se frustran, porque las facciones alteran aquí y allá el reposo, Y se hace preciso restablecerlo para que exista un gobierno que pueda atender á la defensa de la Patria, contra un enemigo que se pregona ya vencedor de los mexicanos. Tan penoso como obligatorio es que la Nación conozca todos sus peligros para que sé redima de ellos, con sólo querer; con sólo que emplee sus inmensos recursos. La historia de la juvenil existencia de la República, encierra muchas páginas de gloria, y no la vilipendiaremos con el olvido de que nos arrastra el destino á sufrir grandes sacrificios, para vindicar grandes intereses.

Insensiblemente he venido á ocuparme de la circunstancia más grave de la situación presente. Al tomar la actual administración las riendas del gobierno, se encontró con el compromiso contraído por la anterior, de recibir un Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos, para tratar de la cuestión de Texas. Firmemente resuelto el Gobierno á sostener á todo trance la mas justa de las causas y á no dejar arrebatar á la Nación aquella porción de su territorio, hacía sus preparativos para la guerra; pero al mismo tiempo, deseoso de economizar la sangre de los mexicanos, si esto podía obtenerse sin menoscabo del buen nombre de la República, y por negociaciones dignas y decorosas, se propuso oír cuáles eran las que dicho Ministro proponía al gobierno. Pero, como era de temerse de la política falsa de los Estados Unidos, desde la presentación de aquél se notó la mala fe con que procedían, habiendo nombrado al Sr. John Slidell, no como Ministro ad hoc para tratar un negocio especial, sino como un Ministro residente, cual si las relaciones entre los dos países no hubieran sufrido alteración alguna. El gobierno, por medio de diversas notas, le notificó de la manera más terminante su irrevocable resolución de no recibirlo sino con carácter puramente especial, por cuyo motivo pidió y se le enviaron inmediatamente pasaportes para salir del territorio nacional. Esto ha servido de pretexto para que dichos Estados acusen á la República de ser la primera en mostrarse hostil y en provocarlos á una lucha, como si las hostilidades sólo reconocieran por origen negarse á entrar en negociaciones en que el dolo se advierte de manifiesto, y cuando se usa de las armas no ya para defender sólo á Texas, sino á los demás departamentos fronterizos, invadidos por tropas de aquel gobierno.

No admitido el Ministro americano, porque lo repugnaba la dignidad de la Nación, en circunstancias de que un ejército de los Estados Unidos marchaba sobre Río Bravo del Norte, cuando nuestros puertos de ambos mares se hallaban amenazados por sus escuadras, cuando algunas de sus tropas pisaron el suelo de California, me vi. obligado en 21 de Marzo á declarar solemnemente que no siendo compatible la paz con el mantenimiento de las prerrogativas é independencia de la Nación, seria defendido su territorio mientras que el Congreso nacional, en el conflicto en que nos hallamos, se ocupaba de decretar la guerra á los Estados Unidos. Su ejército que por algún tiempo fijó su cuartel general en Corpus Christi, se adelantó al frontón de Santa Isabel, y vino después á situarse frente á Matamoros en la margen izquierda del Río Bravo. Después de haber reunido más de cinco mil hombres en la frontera, previne al General en Jefe de nuestra división que hostilizara al enemigo, y él resolvió pasar al Río, situándose entre el Frontón y el punto fortificado de Paso Real. En el día 8 se empeñó una sangrienta acción entre las fuerzas beligerantes en que nuestras tropas dieron muestras de su valor, y aunque con alguna pérdida, se guardó nuestro campo y se salvó el honor de nuestro ejército. Al siguiente día el General en Jefe retrocedió á buscar otra posición donde volvió á trabarse la pelea, y esta fue enteramente desgraciada para la República. La División repasó el río, y el General en Jefe, que conservaba todavía, según sus comunicaciones cuatro mil hombres de tropa de línea, sin los auxiliares evacuó de improviso la ciudad de Matamoros, contra las órdenes terminantes del Gobierno, que había considerado la importancia de mantener esta plaza para las ulteriores operaciones, y para que allí se recibieran los recursos que había destinado. Una conducta tan inesperada por parte del General en jefe, me ha obligado á destituirlo, y aprevenirle que se presente en esta Capital á responder de su conducta en Consejo de Guerra de Oficiales Generales, conforme á la Ordenanza del Ejército. El Gobierno que tanto se afecta por los reveses de una causa sagrada, trabaja incisamente por repararlos, y cuenta para ello con el poder de la Nación y con la asistencia del Congreso que por un designio especial de la Providencia se ha reunido solemnemente en este día.

La escuadrilla de los Estados Unidos ha comenzado á bloquear los puertos de Tampico, de Tamaulipas y de Veracruz, y muchas probabilidades hay de que va á tronar sobre esas hermosas ciudades el cañón enemigo. Ha llegado, pues, el caso de que sean llamados á la defensa de la Patria todos sus hijos; de que el Congreso nacional decrete la guerra á esa nación que se engaña tanto si llega á persuadirse de que un revés pueda extinguir el valor, dominar la constancia y el heroísmo de que nuestros compatriotas dieron tan señaladas pruebas. Como ciudadano. Y como soldado, estoy dispuesto á todos los sacrificios, y los valientes del ejército, ayudados por este pueblo magnánimo, defenderán conmigo los santos derechos de la Patria.

Ella apetece con ardor y con justicia, que se mantengan para siempre las instituciones republicanas, y estos deseos que apoya el Gobierno con vehemencia, los ha conocido por todos los órganos acreditados de la opinión pública. Si diereis al pueblo instituciones que garanticen los principios del sistema representativo, popular y republicano, y los combináis con el orden á que aspira la Nación, después, de tantos contratiempos habréis satisfecho todas sus necesidades y adquiriréis perennes títulos á la gratitud de los mexicanos. Apresuraos á señalarles un punto de reunión, y á procurar que sacrificando todos, no solamente sus intereses, sino hasta sus opiniones, concentren sus votos y agoten todos sus esfuerzos para defender á la Patria de sus pérfidos invasores. Yo os protesto de nuevo la más ciega obediencia á vuestras resoluciones.

En el Ejército se han hecho notables mejoras; se aumenta su fuerza, y crecerá hasta donde las necesidades públicas lo exijan. Como mi primer compromiso en San Luís Potosí, fue el de preparar la defensa de la Nación, á este respecto se han encaminado todos mis conatos cuanto lo han permitido los módicos y escasos recursos de nuestra Hacienda.

El estado de ella representa fielmente en sus gobiernos el de su poder, y es sencible asegurar que la situación de la nuestra ha venido á ser muy triste y lamentable por una serie de desgracias y de desórdenes malamente reprimidos por la falta de resorte en la administración pública.

Completamente exhausto nuestro Erario, empeñadas de antemano todas las rentas, y reducido el Gobierno al sistema ruinoso y vergonzoso de contratos, que no eran útiles más que para pasar un día sin que bastasen para cubrir las atenciones más indispensables, sobrevino la urgencia gravísima de reforzar el Ejército, y de atender sin demora á su existencia, comprometida en las operaciones contra el enemigo extranjero.

En tan aflictivas circunstancias, el Gobierno, aunque íntimamente penetrado de lo que importa el leal cumplimiento de los compromisos contraídos por la Nación para con sus acreedores, y de que el crédito es la primera necesidad de los Gobiernos, y la fe de sus promesas el resorte más grande de su poder, se vio obligado a tomar la medida extrema de suspender los pagos provisionalmente, medida justificada por la necesidad de acudir á salvar a la Nación, cuya ruina sería la de sus mismos acreedores.

El decreto de 2 de Mayo que suspendió provisionalmente los pagos; el de 7 del mismo, que redujo la percepción de sueldos á las tres cuartas partes por el término de un año; las circulares en que se han pedido auxilios a los gobiernos departamentales y al venerable clero, y otras medidas administrativas y de economía que se han dictado, es lo único que el Gobierno ha podido hacer de pronto en tan angustiadas circunstancias para cubrir aquellas atenciones que no admitían espera.

Para lo de adelante, la Representación nacional creará sin duda los recursos cuantiosos que exige el estado de guerra en que se encuentra la República, o dará al Gobierno que debe instalarse la facultad de decretarlos, porque la medida de nuestro poder contra los enemigos de la Patria, será la de los recursos de que pueda disponer el Erario. Bloqueando nuestros puertos el enemigo, se propone debilitar nuestra Hacienda para disminuir nuestras fuerzas: organizando nosotros los recursos inmensos que puede dar el país, será frustrada aquella mira tan hostil.

En las grandes crisis nacen los grandes pensamientos y se realizan los problemas de existencia y de progreso de las sociedades. Todo lo podrá una voluntad firme e ilustrada, la pureza y la constancia; y cuando la paz y el orden renazcan, podrá hallar, en las medidas decretadas durante el conflicto de la guerra, las sólidas bases de la Hacienda, que son el orden, las economías, la moralidad y el crédito.

En el ramo de Justicia se han despachado con actividad los asuntos ordinarios que de él dependen. Se han visitado algunos de los Tribunales de la Criminal, y a los juzgados de Hacienda y demás tribunales de la República se dirigieron excitativas que produjeron los mejores resultados; y, además, se aclararon algunas leyes de acuerdo con el Consejo de Gobierno. Establecida por el plan de San Luís la independencia del Poder Judicial, el Gobierno se ha reducido al círculo legal que trazaron las Bases Orgánicas.

Me complazco en asegurar que las relaciones amistosas y comerciales con las demás potencias, tanto de Europa como de América, siguen bajo un pie satisfactorio, y el Gobierno actual desde su establecimiento ha procurado con empeño cultivarlas sin crear obstáculos para su desarrollo y fomento, y antes bien, ha removido muchos de los que ya existían contrarios a tan laudable propósito.

Una de las primeras atribuciones del Congreso nacional, es crear un Gobierno que rija los destinos de la República en el período en que ha de formarse su Constitución; y a este Gobierno es indispensable revestirlo de facultades iguales a las exigencias inmensas de las circunstancias, sin perjuicio de establecer la responsabilidad legal que es la garantía de las naciones cuando se habilita y expedita el ejercicio del Poder. El Congreso nacional medirá con prudencia las ampliaciones que son tan necesarias a la autoridad suprema del Ejecutivo.

Hoy termina mi misión y las obligaciones que me impuse en San Luís Potosí. Acabo de explicar con pureza y sencillez los motivos invariables de mi conducta; sírveme de consuelo el poder colocar aliado de mis faltas Y de mis errores, intenciones rectas y una decisión llena de fortaleza por el bien de la Patria. Al Congreso Nacional cumple abrir hoy una nueva era de esperanzas para la Nación, extinguir los gérmenes de sus continuos padecimientos, robustecerla, sobre todo, en la lucha en que se han empeñado los más grandes intereses de un pueblo, su existencia y su honor. El Congreso trabajará asiduamente para la conciliación de los ánimos y voluntades; restablecerá la concordia entre los azares de la guerra, y recomendará a los mexicanos la máxima salvadora de que la unión los hará invencibles en estos días comprometidos de prueba y aflicción.
¡Representantes de la Nación! Sus augustos destinos se hallan desde este momento en vuestras manos. Dije.