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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1846 Manifiesto del general José Mariano Salas a la Nación

24 de Diciembre de 1846

MANIFIESTO DEL GENERAL JOSE MARIANO DE SALAS, A LA NACION.

Si la noche del 6 de Agosto del presente año, al ocupar el Palacio Nacional, hubiese yo encontrado allí la legitimidad, un vestigio, un simulacro siquiera de autoridad emanada del pueblo, en dos días habría terminado la misión que me impuse como General en Jefe de las fuerzas que se pronunciaron por reivindicar los derechos de la Nación. Si por una suposición feliz, hubiesen sido ya nombrados los representantes de los Estados de la federación, y hubiesen estado residiendo en la capital, pero á quienes la tiranía no hubiese dejado reunir al derrocar aquella y dar á ellos las manos para subir al trono nacional,. deponiendo en sus gradas una autoridad de dos días, y sólo ejercida para proclamar la independencia y soberanía de la Nación, mis conciudadanos, sin discrepancia de uno solo, habrían reconocido que había hecho una obra meritoria y que había cumplido como buen mexicano. Mas no había nadie que con apariencia de legalidad pudiese tomar aquel título, cuándo puntualmente el sacudimiento de la Nación había tenido por objeto nombrar ella misma sus funcionarios, y cortar, si era posible, para de una vez, la abusiva serie de tantas usurpaciones: reconocer en nada á cualquiera de las autoridades que existían y entregar el mando á alguna de ellas, habría equivalido á desnaturalizar la santa insurrección del pueblo contra los que le vendían á sus enemigos y le negaban hasta sus derechos; habría equivalido á contrariar la revolución; habría sido cometer una traición más proditoria que las que habían causado su levantamiento, pues que era tomando su nombré y afectando defenderle: y no siendo, ni pudiendo ser su voluntad, exponerse á la, anarquía por falta de un. centro de unión, aquel sería su representante que tomase su bandera y lo condujese á la consumación de su obra. Opuesto, por carácter, á todo fausto y á investirme de la autoridad suprema, veía yo, además, que si aquel título era glorioso, era mucho más funesto. Yo habría querido que mi tarea hubiese estado reducida á las medidas y á los peligros que exigía el triunfo de las armas, porque jamás el descontento de la ambición no satisfecha, habría tratado de empañar en el gobernante la gloria del caudillo de una revolución tan popular como justa y necesaria. No fué así. Y cuando más era de preverse el porvenir; no cabía en lo posible impedir el curso de los acontecimientos.

Mi primera firma como gobernante, fué empleada en llamar á la Nación. No obstante que el trabajo era complexo, aunque no fuese más que para adaptar las nuevas circunstancias una ley varias veces alterada, y de que había el transcurso de veintitrés años, y no obstante la continua interrupción con las mil incidencias que son naturales en los momentos de caer un Gobierno y aparecer otro en su lugar, mucho más cuando no se trataba de una variación de personas, sino de un orden de cosas y un sistema totalmente contrario, el plan de la revolución fué observado, mi palabra fué cumplida, y la convocatoria fué expedida el día mismo que comenzó el Gobierno de la revolución.

Al verme, con ese carácter, preví cuán funestas debían serme las consecuencias, por una tan larga como lamentable experiencia, en que constantemente hemos visto organizarse con la misma fecha la reacción de los vencidos, esperando su ocasión, y preparándola con el descrédito del caudillo, á los ojos mismos de los suyos. Estos, á su vez, concurren á maldecirle, si no le arrancan los ascensos, la influencia y el poder que fueron á conquistar con la revolución, pues que éstas se hallaban, por decirlo así, reglamentadas, y se habían convertido en un medio seguro y legal de hacer carrera. Teniendo que hacer violencia á mi corazón, naturalmente propenso á obrar el bien que pueda, aun cuando no se pida con razón, y apareciendo como todos los caudillos de la revolución, en el ejercicio de la autoridad suprema, cuando, á diferencia de éllos, no era esa autoridad lo que yo me había propuesto conquistar, deseaba con ansia encontrar á quién dársela. Antes de que supiese en la Capital la partida de la Habana del General que la revolución había llamado para que se pusiese á su frente, mandé una comisión de dos Magistrados de la Suprema Corte de Justicia y un General de División, á que le recibiesen en su desembarque, llevando entre sus instrucciones, como una de las más principales, la de persuadirle á que subiese sin detención ninguna á la Capital á encargarse del Gobierno: públicas fueron estas instrucciones y las comunicaciones escritas que llevaron. En el entretanto, no quise ejercer el Poder más que para las providencias estrictamente necesarias, y ni siquiera organizar Ministerio, sino comunicar aquéllas y hacer el despacho ordinario con los Oficiales Mayores. Este despacho y aquellas providencias, tenían por objeto hacer variar de rumbo á las brigadas, que la Administración derrocada había destinado á sofocar los aislados y heroicos esfuerzos de los patriotas de Guadalajara: poner en movimiento aquéllas y todas las demás fuerzas de que pudiese disponer la República, dirigiéndolas de todas partes á la frontera, abandonada por esa misma Administración á un puñado de valientes, abandonados también, y proveer á sus necesidades para subsistir y para obrar: dar vigor á la revolución de la Capital: relacionar á los pueblos de la República entre sí y con el Gobierno que se hallaba á la cabeza de toda, para impedir la reacción, para reducir á los que, amando sus principios, temían que se abusase de élla, ó eran capaces, ó de extraviar su marcha, ó de impedir se consumase su triunfo. El buen sentido, de lo que entonces se podía llamar ejército, y la esperanza del que había de presidir en la marcha del nuevo sistema, por las garantías que les prestaban individuos suyos, que lo invocaron en la Capital, facilitaron al Gobierno la reunión de ese ejército y el pueblo, é hicieron que después de ésta no hubiese ya resistencias, combinadas ni parciales, en ningún punto de la República, y contribuyeron al buen éxito de las medidas, sin embargo necesarias. Este fué el sólo uso que hice del Poder en los primeros días de Agosto, con la condición que me impuse de no proveer un sólo empleo, ni conceder gracias ni recompensas, así porque la revolución que yo había tenido la gloria de dirigir, no se pareciese á todas las que se habían hecho hasta entonces con ese fin, poniendo á los males públicos por pretexto, y en esto era yo el primero que daba el ejemplo, rehusando aún lo que la ley señala al que ocupa la plaza que yo he ocupado, como con la mira de rodear de prestigio y dar más ocasiones de reconciliarse las voluntades al jefe, llamado del destierro por la Nación, siendo él á quien se debiesen las gracias, si algunas eran de hacerse.

Sabido es que el Sr. Santa Anna se detuvo en el Estado de Veracruz más tiempo del que se esperaba, y que volvió á la comisión, encargada de acompañarle, con varios encargos, entre otros, con el de persuadir la necesidad de organizar desde luego el Gobierno Supremo y con las más vivas instancias para que así se hiciese. Por entonces, acordándome de lo sucedido en los años anteriores, teniendo presentes las justas quejas de los pueblos por los gobiernos arbitrarios con el título de povisionales, fué mi primer cuidado darles la mejor de las garantías, restableciendo el vigor de la Constitución Federal de 1824, al buscar una regla para mis operaciones y una prenda á mis conciudadanos de la restitución práctica de sus derechos. Ejercí por mí mismo algunas de las funciones que los pueblos, no organizados todavía, no podían ejercer, como el nombramiento de los gobernadores de los Estados; y las personas en quienes recayeron estos nombramientos, fueron una nueva garantía, pues que los más de ellos han sido confirmados popularmente después.

Me reservé también aquellas facultades, cuyo ejercicio era necesario en el Ejecutivo, por las circunstancias extraordinarias en que se hallaba la República, para la consecución de mejoras en la sociedad, por las que ansiaban los hombres pensadores, para ponernos desde luego en el camino de los pueblos cultos, y que debiendo estar ya en práctica en nuestro país, no se han iniciado siquiera, ya por las revoluciones, que no ha dirigido el bien de la comunidad, ya por la pugna de las ideas nuevas con las máximas de nuestra educación; ya, en fin, porque se retardarían todavía indefinidamente á esperarlas de la ocasión oportuna y de la lentitud inevitable en los Congresos.

Al verme definitivamente investido con el carácter de Jefe del Estado, fué también norma imprescindible de la conducta que me prescribí á mí mismo, no hacer sentir el peso de esa autoridad á nadie, y obligar, con bienes públicos positivos, á los enemigos del. régimen liberal, á confesar, que no puede darse sociedad bien gobernada, ni gobierno verdaderamente fuerte, sino en el goce de la más amplia libertad posible, en el respeto á los derechos del más desvalido, del más absurdo en sus opiniones, en la seguridad y en el contento de todos. Ni aun quise rodearme del brillo por que tantos han suspirado, sino que con principios prácticamente republicanos, y los más acomodados á mi convencimiento y á mi carácter, sin por eso degradar una dignidad que no era mía, sino de mi patria, busqué la respetabilidad del puesto en mis propios actos, más bien que en una muchas veces ridícula ostentación. Mis puertas estuvieron abiertas para todos, y mis horas de escucharles fueron todas.

Acercóse el General Santa-Anna, y á más de mis comunicaciones oficiales, diputé acerca de su persona, otra comisión, para que en el día de su entrada en la capital se encargase del mando supremo. Sabida es su respuesta, que le hace tanto honor, y que le abrió los brazos de los habitantes de la capital. Sin embargo, insistí personalmente, y tanto por mi calidad de soldado como por las amarguras que ya había experimentado en los días que llevaba en el Gobierno, traté de persuadirle de la conveniencia de que otra persona se encargase de él, y á mí me cumpliese su palabra de llevarme á la campaña como su segundo.

Todo fué en vano, y yo ví venir sobre mí los compromisos de todo género, que debían ser inevitables, en los intereses heridos por el cambio, en los creados por la revolución, y en la diversidad de pareceres, acerca de los puntos generales y de actos administrativos que afectaban á la política, en la que no opinaban uniformes los mismos liberales, fautores dé la revolución. Yo me propuse seguir ras inspiracio nes de mi corazón, como conformes también á mis ideas, y no sólo he realizado cuanto formaba el programa de la revolución, sino que he dado más á la Nación de lo que había pedido ella misma. Si el curso que hoy tome la política y el mayor bien adquirido por ella para los pueblos, demostraren que fué extraviado el camino que he seguido, yo seré el primero eii felicitar á mi patria, sin que por eso haya derecho de calificar mi extravío de otra manera que como una opinión, que en las aplicaciones de los principios divide á los mexicanos y á sus representantes, disputándose todos, á su vez, la mayor lealtad en sus sentimientos patrióticos, y la mayor sanidad en su sentir. Como jefe del Ejecutivo, á mí me tocaba la dirección de la política, y ésta no se ha traicionado en un solo acto. Se me han querido hacer inculpaciones en este sentido; yo respondo con el Congreso Nacional reunido: con la convocatoria para reunirlo: con mis decretos repetidos para apresurar su reunión: con la restitución de su soberanía á los Estados diversos de la República, en cuya posesión están: con la restitución más amplia á todo ciudadano de escribir y publicar sus pensamientos: con la declaración á todo ciudadano de armarse y formar cuerpo de Guardia nacional, para sostener las libertades públicas: con la autorización á los Estados y á los particulares para comprar armas del extranjero y la libre entrada de ellas sin pagar derechos. Las armas que no se han dado á algunos cuerpos de la capital y á los de los Estados, por lo que en algunos de ellos se ha tenido una injusta queja, no quedan en los almacenes del Gobierno; y sí las tienen los batallones del Distrito, ó son de su propiedad particular, ó han sido puestas en servicio de cuenta de sus fondos, ó á expensas de los ciudadanos, habiendo ayudado el Gobierno mismo al armamento de la guardia con todo el de que ha podido disponer. Además, esos batallones no cuestan nada al Erario, y á ellos se debe la seguridad individual y la tranquilidad públicas de que goza la capital.

De los actos administrativos se ha dado cuenta al Congreso Nacional en las memorias de los respectivos ramos del despacho. En esta parte quise seguir, y observé en cuanto me fué posible, la regla de economizar las gracias y los empleos; y aseguro que la más sana política, como la más estricta justicia, han dictado los. muy pocos que se han conferido por mi espontánea voluntad, por más que hubiese querido contentar á todos; aun el que ha tocado más cerca á mi persona, por estarlo la persona agraciada, no tuvo lugar sino por el empeño que tomó en ello el hijo querido de nuestra patria, venciendo mi obstinada resistencia; y ni esa plaza era una creación, ni era el despojo de nadie.

En todo lo relativo á la Administración ordinaria y de las facultades del Ejecutivo, me propuse también que ella fuese conforme, cuanto posible, con los deseos del ilustre General Santa–Anna, así porque en ello creía obsequiar las miras de la Nación, que le llamó, como porque siendo el que había de dirigir la guerra que la Nación sos tiene justamente contra los pérfidos Estados Unidos, debía el Gobierno, ante todo, facilitarse los medios de hacerla con vigor y seguridades de buen éxito. Esta guerra era y es la atención preferente de la República, una necesidad del país, tanto, que con este fin reclamó la Nación sus derechos é hizo una revolución por reivindicarlos, á efecto de que un Gobierno nombrado libremente por ella y fuerte con ella, dispusiese de todos recursos de que ella puede disponer: llamó para hacerla al que había peleado en la independencia, en. el Pánuco, contra los franceses, y en Texas: mi existencia política era precaria, y la autoridad que ejercía era un encargo, dividiéndose hasta hoy los políticos del país en opinar por quién: la Representación de la Nación, en fin, estaba para reunirse. Estas fueron mis razones para la conducta que me prescribí en esa parte, sacrificando más de una vez á lo que creí un fin público preferente, la opinión del hombre particular y las reglas de una autoridad no discutida. Los Ministros mismos fueron nombrados obsequiando las indicaciones del caudillo, sobre todo en el ramo de Hacienda, por el que habían de dictarse las providencias necesarias para proporcionarle los recursos. Tres individuos han servicio éste último en el corto período de mi Administración. Conforme á la Constitución de 1824, invocada por mí y mandada ahora observar por el Congreso Nacional, á ellos toca responder de sus actos, á mí tocaba descansar en la reputación que han gozado por su pericia y por su fe; y aunque no cabe en lo humano, la venida al Gobierno, ni al mundo, de un invididuo igualmente versado en todos los ramos de la Administración de un pueblo, que son los que entre nosotros están encargados á cuatro Secretarías, públicas han sido las manifestaciones de algo de lo que se ha hecho sin mi acuerdo ó sin mi voto.

El día de la reunión del Congreso Nacional, que no pudo ser anterior al señalado por la Convocatoria, por más esfuerzos que al efecto hizo el Gobierno, ha sido el primer día de contento que ha sentido mi pecho, después del triunfo de la revolución. Yo alcé mi corazón al cielo en acción de gracias por haber amanecido, en fin, el día suspirarlo; y al deponer la autoridad de que me hallaba investido por la revolución, en el seno de aquel augusto cuerpo, no hice una formal renuncia ó abandono del manado, cediendo á las instancias que se me hicieron por toda clase de ciudadanos, para que siquiera esperara la marcha que emprendía la Representación Nacional y la manifestación en esta parte de su soberana voluntad. Ya lo ha hecho; y al entregar á los dignos ciudadanos, designados por ella, las riendas de un Gobierno en que los sinsabores los he contado como los instantes, he creído de mi deber manifestar á mis conciudadanos los principios que me han guiado, desde que me puse al frente de la más santa de las revoluciones; la que detuvo en medio de su audaz y rápida carrera al funesto partido, coetáneo de la independencia y enemigo de ella.

Corto ha sido mi período, y nada he hecho, si se compara con lo que merece una nación grande y generosa; pero jamás, ningún congreso, ni ninguna de sus administraciones ha dado tantos é iguales pasos hacia la civilización, en igual período, ó á lo menos, ella no ha sido burlada esta vez como tantas otras: ella está representada en sus diputados: en posesión de sus instituciones tan suspiradas: está armada, y en el goce de tanta libertad, cuanta no tuvo en el tiempo mismo que aquellas la regían. Tiene al frente del enemigo al caudillo que deseaba, y un Ejército cual jamás ha reunido ni aun en su lucha por la independencia Partidario de la democracia pacífica, he hecho alcanzarse estos bienes y ponernos en el camino de los pueblos cultos, sin consentir se apoderase de la administración pública ningún partido verdaderamente tal, es decir, ninguna de las minorías; consultando, sin embargo, á toda clase de individuos para buscar el acierto: sin herir los derechos de nadie, sin que nadie haya sido perseguido. Lo he hecho, sin aspirar á que mi condición, como particular, mejorase en ningún sentido, ni aun en lo que pudiera serlo legalmente; acaso será peor si he tenido la desgracia de enajenarme la voluntad de ainguno de mis conciudadanos; á lo menos, salgo del Palacio de los primeros Magistrados de la República, sin que ninguno de los actos que allí he dictado, manchara mis manos al firmarlo; sobre todo, sin ningún remordimiento. Y si al estado que guarda la República á mi salida del Gobierno, he tenido la dicha de contribuir en algo, no pido á mis conciudadanos otra recompensa, que la de que no sea mi nombre maldecido, así como á los que entran dignamente á regirla, y á quienes yo seré el primero en acatar, no pido otra que un lugar en las filas de los que han de combatir contra los enemigos de la Nación que me dió el ser.

México, 24 de Diciembre de 1846.—J.. Mariano de Salas.