Palacio del Gobierno Nacional de México, agosto 4 de 1846
MANIFIESTO DEL VICEPRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, EN EJERCICIO DEL PODER EJECUTIVO, A LA NACIÓN MEXICANA.
Llamado por la elección libre del Congreso extraordinario á ejercer el mando supremo de la República, era preciso que me arredrara á la vista de mi pequeñez y de los grandes obstáculos que oponía á la marcha del Gobierno la situación política del país. Invadido éste por el enemigo extranjero; despedazado interiormente por la guerra civil y las exageraciones de los partidos; agotados sus recursos por la revolución de 35 años; sin leyes fundamentales fijas y permanentes, y amortiguado el espíritu público por la desconfianza de casi todas las clases, no creía posible dar un paso que no me expusiese á cometer errores de trascendencia funesta. Este recelo y el deseo de volver á Veracruz á defender personalmente la independencia é integridad del territorio nacional, me obligaron á renunciar un puesto que jamás he ambicionado. El Congreso no tuvo á bien acoger este acto de desprendimiento patriótico; y estrechado á cumplirlas obligaciones de Primer Magistrado de la República, era preciso decidirme á escoger un camino que expeditase en lo posible la marcha de la Administración, y libertase á la Patria de un resultado fatal y vergonzoso.
El nombramiento del Ministerio recayó desde luego en personas cuya reputación se ha conservado sin mancha: se adoptaron como bases de conducta, los principios de justicia, moralidad y economía: y convencido el Gobierno de que el respeto de la confianza y unión de los mexicanos es la primera necesidad de la Nación, trabajó en satisfacerla, adoptando una política justa, franca y conforme á los deseos de los hombres juiciosos y moderados. Inició al Congreso el que llenase su augusta misión, declarando ser la ley fundamental de la República, la contenida en las bases orgánicas, sancionadas y planteadas ya por la Nación, y que procediese inmediatamente á elegir los Poderes Constitucionales, á fin de que se instalase, según ellas previenen, en principios del año entrante. Hizo más: dio varias autorizaciones, no para sostener la idea de tal ó cual facción ó partido, no para causar males á la sociedad ni á sus individuos, sino para organizar una policía de seguridad en las poblaciones y caminos, para aprehender y castigar con prontitud á los malhechores, para dar reglamentos de colonización, adecuados á las circunstancias del país, para usar de indulgencia, olvidando extravíos de opinión, y, finalmente, para dar protección y fomento á nuestra industria agrícola y fabril.
Esta reunión de pensamientos puestos en ejecución, traería la ventaja de poner término á los temores y sospechas qué se han engendrado por las cuestiones suscitadas sobre formas de gobierno; de afirmar entre nosotros el principio seguro, que consagra la permanencia de la ley fundamental; de impedir el mal ejemplo, así como las divisiones y trastornos que causaría la discusión de otra cualquiera, en circunstancias de agitación y penuria; de proporcionar en las mismas bases los medios de mejorarlas en calma y tranquilidad, según lo exigieran la experiencia y las necesidades de los pueblos; de acreditar prácticamente la pureza de intención y miras patrióticas del Gobierno; de reunir, en fin, á todos los mexicanos bajo de un estandarte nacional para que, abandonando cuestiones abstractas, convirtiesen su atención sobre los verdaderos intereses de la Patria, se reanimase su espíritu y volasen á defenderla contra la injusta agresión del enemigo extranjero.
Poseído de estas ideas y ocupado de los preparativos para la marcha del Ejército á la frontera del Norte, mi corazón alentaba la esperanza de que se salvarían muy pronto la integridad del territorio, el honor y dignidad de la República. Mas la Providencia quiere probar todavía en la aflicción á este pueblo sufrido y virtuoso. Cuando estaba todo dispuesto para realizar la expedición destinada al Norte; cuando ya estaba en camino considerable número de las tropas fieles que la componían, y cuando se daba la orden de marcha á la última brigada que debía salir al mando del General en Jefe, una parte de ésta se ha rebelado en la capital contra las leyes, ha desconocido á los Poderes Supremos, y ha desconcertado la defensa exterior de la República, proclamando un plan que carece hasta de la recomendación de tener un objeto político. El que hoy se tiene es únicamente el de restituir al Poder al General Santa-Anna, y aunque el partido de ese hombre ha llamado en su auxilio a otro no menos destructor, este será después burlado en sus esperanzas, se le condenará aún al desprecio, y sufrirá comó otras veces, el yugo que se le quería imponer.
El Gobierno Supremo ha debido reprobar, y reprueba solemnemente, esa rebelión escandalosa; y al verificarlo, cree igualmente de su deber instruir á la Nación de lo ocurrido, para que pronuncie un fallo de justicia. Protesta ante Dios y los hombres, que sus designios han sido única y exclusivamente reconciliar los ánimos divididos, restablecer la paz en el interior, y resucitar el entusiasmo de 1821, para vindicar en nuestros puertos y fronteras el honor del nombre mexicano. La nueva Administración, de tres días que llevaba instalada, no ha tenido ni el tiempo bastante para dar motivo á la revolución: todos son pretextos de parte de los sublevados; y ellos y sus colaboradores, cargarán con el anatema y la execración nacional cuando se sientan los resultados.
¡Mexicanos! El que os habla es un veterano de la Independencia, que muchas veces ha expuesto la vida por vosotros; despertad de ese letargo que degrada vuestro carácter noble y valeroso. Llegue, por fin, el día en que cese para siempre entre nosotros el influjo de los malvados; y sólo así se consolidará vuestra nacionalidad, disfrutaréis de la paz y sosiego, y tendréis leyes, libertad, orden y patria.
Palacio del Gobierno Nacional de México, á 4 de Agosto de 1846.—Nicolás Bravo.
República Mexicana. Informes y manifiestos de los poderes Ejecutivo y Legislativo de 1821 a 1904. México, Imprenta del Gobierno Federal. 1905. Tomo III, pp. 288-290.
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