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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1846 El General en Jefe del Ejército Libertador Republicano, en ejercicio del supremo poder ejecutivo, a la Nación. José Mariano de Salas.

México, agosto 6 de 1846

EL GENERAL EN JEFE DEL EJERCITO LIBERTADOR REPUBLICANO, EN EJERCICIO DEL SUPREMO PODER EJECUTIVO, A LA NACIÓN.

¡Conciudadanos! Colocado al frente del movimiento que felizmente se consumó en la madrugada de hoy, me creo en la estrecha obligación de daros cuenta de mi conducta, de los movimientos que me decidieron á obrar, y del fin á que se ha dirigido la revolución. Desde que en 1835 fue destruida la Constitución Federal, abandonado el sendero de la ley nos arrojamos sin tino á la tortuosa senda de la arbitrariedad, y caminando á la aventura, sin un faro que nos guiase, hemos tocado al borde de un abismo espantoso, en que está á punto de hundirse nuestra infortunada patria.

Á un sistema ha seguido otro sistema, á una constitución otra constitución, á unas personas otras personas; pero ni los primeros se han levantado sobre bases sólidas, ni las segundas han sentido el sello de la legitimidad, ni las últimas han escapado al funesto contagio del espíritu de partido. Así han imperado siempre las facciones, nunca el pueblo: así han triunfado los hombres, no los principios; así, en fin, hemos tenido mil revueltas, pero ninguna revolución. De aquí ha venido el completo olvido de las leyes, el desorden horrible de la Hacienda, la dilapidación de los fondos públicos, el devorador agiotaje, la desmoralización del Ejército, el completo desconcierto de la Administración, el descrédito en el exterior, la desmembración del territorio, y el riesgo inmenso á que se halla expuesta nuestra nacionalidad. No es esta ocasión de sacar á plaza, uno por uno, todos los hechos que nos han traído al estado presente, ni menos de culpar á un partido y defender á otro; porque sobre no ser de provecho alguno semejante examen, su resultado no nos daría más que la confirmación de una verdad que todos confesamos en nuestra conciencia; á saber: que todos los partidos han contribuido á la obra de la desgracia pública, y que vencedores unos y vencidos otros, todos hemos sido víctimas, porque las sociedades que formamos, lo han sido siempre; porque siempre ha triunfado una facción y no un principio.

Pero la última revuelta, audaz é imprudente cual ninguna de las que le precedieron, no se contentó como éstas, con la variación del personal del Gobierno y con la ampliación ó restricción de los principios sociales, sino que alzando el ánimo á más altos planes, intentó destruir completamente la organización de la sociedad. Desconociendo de todo punto el carácter, las costumbres, y hasta los vicios de la Nación, quiso, sin hacer caso del tiempo transcurrido desde la Independencia, volver á establecer en México una forma de Gobierno que carece de todos los fundamentos que en Europa le sirven de base. La facción que tal quería, encontró por desgracia el más completo apoyo en el Gobierno de Enero, á cuya sombra desplegó su bandera, y sin guardar ninguna consideración, comenzó á desarrollar y sostener los principios monárquicos, ajando con viles calumnias á nuestros hombres, desvirtuando con la superchería ó el sarcasmo nuestras cosas; y deduciendo de tales antecedentes la consecuencia de que los males del país provenían del sistema republicano, se atrevió á ofrecernos como único remedio la erección de un trono extranjero. Como medio eficaz para llegar al fin, dictó la convocatoria de un Congreso que venía á representar á lo que se quiere llamar aristocracia, y de cuyos senos excluyó con desdén y baldón al pueblo, que en concepto de esos hombres sólo ha nacido para obedecer.

En vano el Gobierno, al instalar el Congreso, quiso retroceder de tan errada senda; en vano el cambio del Jefe del Estado se intentó presentar como una era nueva; en vano el Gabinete de 1º de Agosto pretendió, con su iniciativa del 3, poner un dique al torrente de la opinión que se desbordaba ya contra la Administración oligárquica. En la madrugada del día 4, la Ciudadela dio la voz de muerte, y dos días bastaron para triunfar. Yo, que hoy os dirijo la palabra, veía desde antes el cúmulo inmenso de los males públicos, y no hallé otro remedio que apelar franca y lealmente á la fuente de todo Poder, convocando á la Nación conforme á la ley que sirvió en 1823 para formar el Congreso Constituyente, llamando, además, como General en Jefe, al Excelentísimo Señor Don Antonio López de Santa-Anna, porque su incuestionable prestigio en el Ejército era la mejor garantía de la unión de esta benemérita clase con el pueblo, y porque su decisión por los principios republicanos le hacen el más firme apoyo de ese sistema contra los pérfidos planes del partido monarquista.

Hoy comienzo á cumplir con el anunciado programa, publicando la convocatoria de 1823, sin otras variaciones que las que exige la diversidad de épocas y nombres, ni más adiciones que las que se comprenden en los tres últimos artículos, y cuya necesidad es notoria. Venga, pues, la Nación á constituirse con absoluta libertad, y entren los partidos enhorabuena en la lucha legal, en la lucha que forma la esencia del sistema representativo. No será ya la oligarquía ni el poder de un hombre el que decida de nuestra futura suerte: si el resultado de las elecciones desagrada á una facción, no tendrá derecho de quejarse, porque ha sido invitada á obrar, y la constitución que se forme será indudablemente legítima.

Entretanto, es indispensable la cesación de los pactos anteriores, porque todos tienen ó la nota de nulidad, ó la repugnancia de una parte de la sociedad; pero las leyes comunes vigentes, y las que el Gobierno Provisional se propone publicar, llenarán de alguna manera ese vacío que exige la situación. Nuestra alianza con las naciones extranjeras no se alterará en nada, porque fiel á los tratados, el Gobierno guardará á los dignos Representantes de los pueblos amigos, así como á sus ciudadanos, todos los fueros y consideraciones que el deber y la armonía exigen. La religión que profesamos nada tiene que temer; la propiedad será respetada, las garantías individuales guardadas. Franqueza, lealtad, probidad y decisión absoluta por los principios republicanos, son las bases de mi conducta: sólo os pido, compatriotas, confianza en mis intenciones, y eficaz ayuda para sostener la guerra á que el honor y el deber nos obligan. Nuestros soldados, defendiendo en la frontera la independencia nacional, y el pueblo afirmando por medio de sus Representantes la libertad civil, y organizando definitivamente la República, harán que el movimiento del día 4 de Agosto de 1846, no sea una revuelta, sino una revolución.

México, Agosto 6 de 1846.—José Mariano de Salas.

 

 

República Mexicana. Informes y manifiestos de los poderes Ejecutivo y Legislativo de 1821 a 1904. México, Imprenta del Gobierno Federal. 1905. Tomo III, pp. 290-292.