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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1846 Mensaje anual del Presidente Polk al Congreso de EU. (Fragmento).

Washington, diciembre 8 de 1846.

 

 

 

Conciudadanos del Senado y de la Cámara de Representantes:

Al reanudar nuestras labores en servicio del pueblo, es motivo de congratulación poder decir que no ha habido período en nuestra historia pasada en que todos los elementos de la prosperidad nacional se hayan encontrado en tan completo desarrollo. Desde vuestro último período de sesiones ningún acontecimiento aflictivo ha pesado sobre nuestra patria. La salubridad general ha prevalecido, la abundancia ha coronado las labores de los campesinos, y el trabajo en todas sus ramas está recibiendo una amplia recompensa, mientras que la educación, la ciencia y las artes están ensanchando rápidamente los medios de la felicidad social. El progreso de nuestro país en su carrera de grandeza, no solamente por el vasto ensanchamiento de nuestros límites territoriales y por el rápido aumento de nuestra población, sino por sus recursos y riqueza, y por la feliz condición de nuestro pueblo, carece de ejemplo en la historia de las naciones. Conforme se desarrollan la sabiduría, la fuerza y los beneficios de nuestras libres instituciones, cada día se agregan nuevos motivos de satisfacción y nuevos incentivos al patriotismo. Debemos nuestro devoto y sincero reconocimiento al Supremo Dispensador de todos los bienes, por los innumerables beneficios de que goza nuestra amada patria.

Es motivo de alta satisfacción saber que las relaciones de los Estados Unidos con las otras naciones son del carácter más amistoso, con una sola excepción. Sinceramente adicto a la política de paz, tempranamente adoptada y constantemente proseguida por este Gobierno, he deseado ansiosamente cultivar y fomentar la amistad y el comercio con todas las potencias extranjeras. El espíritu y los hábitos del pueblo americano son favorables para el mantenimiento de semejante armonía internacional. Al adherirme a esta sabia política, un deber preliminar y esencial consiste obviamente en proteger nuestros intereses nacionales contra cualquiera invasión y sacrificio, y librar de todo reproche a nuestro honor nacional. Estos deben mantenerse a todo trance. No admiten transacción o descuido, y deben ser protegidos escrupulosa y constantemente. En esa vigilante vindicación a veces serán ineludibles algunos conflictos con las potencias extranjeras. Pero tan escrupulosa ha sido nuestra adhesión a los dictados de justicia en todas nuestras relaciones exteriores que, aunque hemos adelantado constante y rápidamente en prosperidad y poder, no hemos dado justa causa de queja a ninguna nación y hemos gozado de los beneficios de la paz por más de treinta años. No podrá jamás inducírsenos a apartarnos voluntariamente de una política tan sagrada para la humanidad y tan saludable en sus efectos para nuestro sistema político.

La guerra existente con México no fue deseada ni provocada por los Estados Unidos. Por el contrario, se recurrió a todos los medios honorables para evitarla. Después de algunos años de sufrir por nuestra parte agravios cada vez más graves y nunca reparados, México, violando las estipulaciones solemnes de un Tratado y de todos los principios de justicia reconocidos por las naciones civilizadas, comenzó hostilidades, y así, por hechos suyos, nos obligó a hacer la guerra. Mucho tiempo antes de que nuestro Ejército avanzara hacia la margen izquierda del Río Grande, teníamos ya motivos suficientes de guerra contra México; y si los Estados Unidos hubieran acudido a ese extremo, habríamos puesto por testigo a todo el mundo civilizado de la justicia de nuestra causa.

Considero que es de mi deber presentar ante vosotros en la presente ocasión, un resumen de los agravios que hemos sufrido, de las causas que nos han conducido a la guerra, y de su desarrollo desde sus principios. Se hace esto más necesario a causa de los conceptos erróneos que han prevalecido hasta cierto punto respecto de su origen y de su verdadero carácter. Se ha querido hacer aparecer esta guerra como injusta y como innecesaria, y como una agresión de nuestra parte contra un enemigo débil y lisiado. Esas opiniones erróneas, aunque sostenidas por pocos, han circulado amplia y extensamente no sólo en el país, sino que se han esparcido por México y por todo el mundo. No habría podido imaginarse un medio más efectivo de alentar al enemigo y prolongar la guerra, que el de abogar por su causa y adherirse a ella dándoles así "ayuda y aliento". Es motivo de orgullo nacional y de regocijo que la mayor parte de nuestro pueblo no haya puesto semejantes obstáculos en el camino del Gobierno para proseguir la guerra con éxito, sino que se haya mostrado eminentemente patriótico y dispuesto a vindicar el honor y los intereses de su patria a costa de cualquier sacrificio. La presteza y la prontitud con que nuestras fuerzas voluntarias acudieron al campo al llamado de su patria, prueban no solamente su patriotismo, sino su profunda convicción de que nuestra causa es justa.

Los agravios que hemos sufrido de México casi desde que realizó su independencia y la paciente tolerancia con que los hemos soportado, no tienen paralelo en la historia de las naciones civilizadas modernas. (1) Hay razón para creer que, si estos agravios hubieran sido reclamados y rechazados desde un principio, la presente guerra se habría evitado. Sin embargo, un ultraje que se deja pasar con impunidad casi siempre incita a la perpetración de otro, hasta que al fin México pareció atribuir a debilidad o indecisión de nuestra parte una tolerancia que era hija de la magnanimidad y del sincero deseo de conservar las relaciones amistosas con una República hermana.

Apenas acababa México de conquistar su independencia, que los Estados Unidos fueron los primeros entre todas las naciones en reconocer, cuando comenzó el sistema de insultos y espoliaciones que desde entonces se ha proseguido. Nuestros ciudadanos, dedicados a un comercio legal, eran aprisionados, sus buques confiscados y nuestra bandera insultada en sus puertos. Si se necesitaba dinero, se acudía prontamente a la ocupación ilegal y a la confiscación de nuestros barcos mercantes y de sus cargamentos, y si para realizar esos propósitos era necesario aprisionar a los propietarios, capitanes y tripulaciones, así se hacía. Gobernantes iban y gobernantes venían en México en rápida sucesión, y sin embargo no había ningún cambio en este sistema de depredación. El Gobierno de los Estados Unidos hizo repetidas reclamaciones en favor de sus ciudadanos, pero éstas fueron contestadas mediante la perpetración de nuevos ultrajes. Las promesas de reparación hechas por México en las formas más solemnes se aplazaban o se eludían. Los archivos del Departamento de Estado contienen pruebas concluyentes de los numerosos actos ilegales perpetrados por México contra la propiedad y las personas de nuestros ciudadanos, y de los desenfrenados insultos a nuestro pabellón nacional. La intervención de nuestro Gobierno para obtener reparación se invocó una y otra vez en circunstancias que ninguna nación podía desatender. Se esperaba que estos ultrajes cesarían, y que México se vería refrenado por las leyes que regulan la conducta de las naciones civilizadas en sus relaciones mutuas, después de que se había celebrado entre las dos Repúblicas el Tratado de amistad, comercio y navegación de 5 de abril de 1831; pero esta esperanza pronto resultó ser vana. El sistema adoptado por México de coger y confiscar la propiedad de nuestros ciudadanos, de violar sus personas y de insultar nuestra bandera, que anteriormente había prevalecido, apenas si se suspendió por un breve período, aunque el Tratado definiera tan claramente los derechos y obligaciones de las respectivas partes, de modo que era imposible equivocarse o malinterpretarlo. En menos de siete años después de la conclusión de ese Tratado, nuestros agravios habían llegado a ser tan intolerables que en opinión del presidente Jackson no podían soportarse por más tiempo. En su mensaje al Congreso en febrero de 1837 los presentó a la consideración de aquel cuerpo y declaró que:

"El largo tiempo transcurrido desde que se cometieron algunos de esos agravios, las repetidas e inútiles peticiones de reparación, el injustificable carácter de algunos de los ultrajes contra la propiedad y las personas de nuestros ciudadanos, contra los funcionarios y contra la bandera de los Estados Unidos, sin contar los recientes insultos a este Gobierno y al pueblo por el último Ministro Extraordinario Mexicano, justificarían a los ojos de todas las naciones, la guerra inmediata."

Con un espíritu de bondad y de tolerancia, recomendaba sin embargo el presidente acudir a las represalias como un medio suave de obtener reparación. Declaraba que "la guerra no debería usarse como remedio contra los agravios cometidos, por las naciones justas y generosas que confían en su fuerza, si podía evitarse honrosamente"; y agregaba:

"Me ha ocurrido que teniendo en cuenta la actual situación embarazosa de ese país, podríamos obrar con sabiduría y moderación dando a México una oportunidad más de arrepentirse del pasado antes de hacemos justicia por nuestras propias manos. Para evitar toda equivocación de parte de México, así como para proteger nuestra reputación nacional contra cualquier reproche, debería dársele esta oportunidad con el deliberado propósito y con la franca intención de tomar inmediata satisfacción, si no podía obtenerse cuando se repitiera la demanda de reparación. Para este efecto recomiendo que se apruebe un Decreto autorizando represalias y el uso de las fuerzas navales de los Estados Unidos por el Ejecutivo contra México para hacerlas efectivas en caso de que el Gobierno Mexicano rehusara llegar a un arreglo amistoso de los asuntos controvertidos entre nosotros, cuando se le hiciera una nueva petición desde a bordo de alguno de nuestros barcos de guerra frente a la costa de México."

Los Comités de ambas Cámaras del Congreso, a quienes se turnó este mensaje del presidente, sostuvieron plenamente su punto de vista respecto al carácter de los agravios que habíamos sufrido por parte de México, y recomendaron que se hiciera otra petición de desagravio antes de autorizar la guerra de represalias. El Comité de Relaciones Exteriores del Senado en su informe dice:

"Después de semejante demanda, si el Gobierno Mexicano rehusare hacer pronta justicia, podríamos apelar a la opinión de todas las naciones para mostrarles no solamente la equidad y moderación con que habíamos obrado respecto a una República hermana, sino también la necesidad que en ese caso nos obligaría a procurar la reparación de nuestros agravios, por medio de una guerra en forma o por medio de represalias. El asunto se someterá entonces al Congreso al principio del próximo período de sesiones en una forma clara y precisa; y el Comité no puede dudar de que tales medidas se adopten inmediatamente hasta donde sea necesario para vindicar el honor del país y asegurar una amplia reparación a nuestros conciudadanos agraviados."

El Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes hizo una declaración similar. En su informe dice que:

"Están enteramente de acuerdo con el presidente en que existe suficiente causa para hacemos justicia por nuestra propia mano y cree que podríamos estar justificados ante la opinión de otras naciones al dar semejante paso. Pero están dispuestos a intentar otra demanda a la justicia del Gobierno Mexicano, hecha en la forma más solemne, antes de adoptar cualesquiera otros procedimientos."

No se cree que haya existido divergencia de opinión en el Congreso en aquella época. Los Departamentos Ejecutivo y Legislativo estuvieron de acuerdo; y sin embargo tal ha sido nuestra tolerancia y el deseo de conservar la paz con México, que los agravios de que nos hemos quejado y que dieron lugar a estos solemnes procedimientos, no solamente permanecen sin reparación hasta hoy, sino que desde entonces han venido acumulándose causas adicionales de queja de un carácter más grave. Poco tiempo después de estos procedimientos, se despachó a México un mensajero especial para hacer una petición final de reparación, la cual fue hecha el 20 de Julio de 1837. La contestación del Gobierno Mexicano está fechada el 29 del mismo mes, y contiene seguridades del "empeñoso deseo" del Gobierno Mexicano "de no demorar el momento del ajuste final y equitativo que habrá de terminar las dificultades existentes entre los dos gobiernos"; de que "no dejaría de hacer todo aquello que pudiera contribuir a la más rápida y equitativa definición de los problemas que tan seriamente han ocupado la atención del Gobierno Americano"; de que "el Gobierno Mexicano adoptaría como únicos guías de su conducta los más claros principios del Derecho Público, las sagradas obligaciones impuestas por el Derecho Internacional, y la fe religiosa de los Tratados", y que "se haría todo cuanto la razón y la justicia pudieran dictar respecto de cada caso". Se dieron además seguridades de que las resoluciones que el Gobierno Mexicano dictara en cada causa de queja por la cual se hubiera pedido reparación, se comunicaría al Gobierno de los Estados Unidos por conducto del Ministro Mexicano en Washington. Estas solemnes seguridades en respuesta a nuestra demanda de reparación fueron desatendidas. Al hacerlas, sin embargo [México] obtuvo nuevos aplazamientos. El Presidente Van Buren, en su Mensaje Anual al Congreso, de 5 de diciembre de 1837, manifiesta que "a pesar de que el mayor número de nuestras demandas de reparación" y de que “muchas de ellas que constituían casos graves de injuria personal, se han demorado durante varios años ante el Gobierno Mexicano, y algunas de las causas de queja nacional y aquellas del más ofensivo carácter, admitían contestaciones inmediatas sencillas y satisfactorias, apenas en los últimos días acaba de recibirse del Ministro Mexicano una comunicación en respuesta a nuestra última demanda hecha hace cinco años"; y que "no se ha dado u ofrecido satisfacción por ninguna de nuestras quejas de carácter público, y apenas uno solo de los casos de agravio personal ha sido decidido favorablemente, y solamente cuatro casos de esa naturaleza de los muchos que se habían presentado formalmente con presión y empeño, han sido resueltos por el Gobierno Mexicano". El Presidente Van Buren, creyendo que sería en vano hacer ningún otro intento para obtener reparación por los medios ordinarios al alcance del Ejecutivo, comunicaba esta opinión al Congreso en el Mensaje mencionado, en el cual decía:

"Después de un examen cuidadoso y atento de su contenido [de la correspondencia con el Gobierno Mexicano], y considerando el espíritu que revela el Gobierno Mexicano, considero un penoso deber de mi parte turnar el asunto, tal como ahora se encuentra, al Congreso, a quien corresponde decidir sobre el tiempo, el modo y la magnitud de la reparación."

Si los Estados Unidos hubieran adoptado en aquel tiempo medidas de apremio, haciéndose justicia por su propia mano, todas nuestras dificultades con México estarían probablemente resueltas desde hace mucho tiempo y la actual guerra se habría evitado. El único efecto que ha producido la magnitud y la moderación de parte nuestra es el de complicar estas dificultades y hacer más difícil un nuevo arreglo amistoso de ellas. No hay duda de que los Estados Unidos habrían acudido prontamente a esos medios de reparación si semejantes provocaciones se hubieran cometido por alguna de las naciones poderosas de Europa. El honor nacional y la conservación de nuestra reputación nacional en todo el mundo, así como nuestro propio respeto y la protección que debemos a nuestros ciudadanos, habrían hecho indispensable el acudir a ese recurso. La historia de las naciones civilizadas en los tiempos modernos no ha presentado un ejemplo de tantos ataques injustificados en un período tan corto contra el honor de su bandera y contra la propiedad y las personas de sus ciudadanos, como han tenido que soportar los Estados Unidos por parte de las autoridades y del pueblo mexicanos. Pero México era una República hermana del Continente Americano del Norte, que ocupa un territorio contiguo al nuestro y que estaba en una condición débil y perturbada, y estas consideraciones se supone que indujeron al Congreso a reprimirse todavía por algún tiempo.

En vez de hacemos Justicia por nuestra propia mano, se entró en nuevas negociaciones con hermosas promesas de parte de México, pero con el propósito real, que los acontecimientos han revelado, de posponer indefinidamente la reparación que hemos pedido y que tan justamente se nos debe. Estas negociaciones, después de más de un año de demoras, dieron por resultado la Convención de 11 de abril de 1839, "para el ajuste de las reclamaciones de los ciudadanos de los Estados Unidos de América contra el Gobierno de la República Mexicana". La comisión mixta creada por este Convenio para examinar y decidir estas reclamaciones no se organizó hasta el mes de agosto de 1840 y conforme a los términos del Convenio deberían terminar sus funciones a los 18 meses de esa fecha. Cuatro de los dieciocho meses se gastaron en discusiones preliminares sobre puntos frívolos y dilatorias suscitados por los comisionados mexicanos, y no fue sino hasta el mes de diciembre de 1840 cuando comenzó el examen de las reclamaciones de nuestros ciudadanos contra México. Quedaban únicamente catorce meses para examinar y decidir estos casos numerosos y complicados. En el mes de febrero de 1842 expiró el término de la Comisión, dejando muchas reclamaciones sin tramitar por falta de tiempo. Las reclamaciones que fueron resueltas favorablemente por la Comisión y por el tercero en discordia designado por el Convenio para decidir en caso de desacuerdo entre los comisionados mexicanos y americanos ascendían a $ 2.026,139.68. Estaban además pendientes ante el árbitro cuando expiró la Comisión, algunas reclamaciones adicionales que habían sido examinadas y falladas por los comisionados americanos, pero que no habían sido aceptadas por los comisionados mexicanos, por valor de $928,627.88, respecto de las cuales el árbitro no dictó resolución, alegando que había concluido su autoridad al terminar la Comisión Mixta. Además de estas reclamaciones había otras de ciudadanos americanos que ascendían a $ 3.333,837.05, que habían sido sometidas a la Comisión y sobre las cuales no había habido tiempo de resolver antes de su suspensión final.

La suma de $ 2.026,139.68 que había sido concedida a los reclamantes constituía una deuda líquida y cierta que México debía, respecto de la cual no podría haber disputa, y que México estaba obligado a pagar de acuerdo con los términos de la convención. Poco tiempo después de que se habían dictado esas decisiones finales, el Gobierno Mexicano pidió una espera para hacer el pago alegando que le sería embarazoso hacer ese pago en el plazo estipulado. Con el espíritu de bondadosa tolerancia hacia una República hermana de que México ha abusado tanto, los Estados Unidos accedieron prontamente a su petición. En consecuencia, se celebró un segundo Convenio entre los dos gobiernos el 30 de enero de 1843 que expresamente declaró que "este nuevo arreglo se ha hecho para comodidad de México". Conforme a los términos de este Convenio todos los intereses vencidos sobre los fallos en favor de los reclamantes a virtud del Convenio de 11 de Abril de 1839, deberían pagarse el 30 de abril de 1843, y el capital de dichos fallos y los intereses que se vayan venciendo sobre ellos se estipuló que deberían ser pagados "en cinco años en abonos iguales cada tres meses". A pesar de que este nuevo Convenio se había celebrado a petición de México y con el propósito de aliviar su situación, los reclamantes solamente han recibido los intereses vencidos el 30 de abril de 1843, y tres de los veinte abonos subsecuentes. Aunque el pago de la suma así liquidada y reconocida por México a nuestros ciudadanos como indemnización por actos confesados de agravio, estaba reconocido por el Tratado, obligación que siempre se considera sagrada por todas las naciones justas, sin embargo, México ha violado este solemne compromiso dejando de pagar y rehusando hacer el pago. Los dos abonos vencidos en abril y julio de 1844 conforme a las circunstancias peculiares relacionadas con ellos han sido asumidas por los Estados Unidos y pagadas a los reclamantes, pero todavía los debe México. Para remediar la situación de los reclamantes cuyos casos no habían sido resueltos por la Comisi6n Mixta conforme al Convenio de 11 de abril de 1839 se estipuló expresamente en el artículo sexto del Convenio de 30 de Enero de 1843 que:

"Se celebrará una nueva Convención para el arreglo de todas las reclamaciones del Gobierno y ciudadanos de los Estados Unidos contra la República Mexicana, que no fueron decididas por la última Comisión que se reunió en Washington' y de todas las reclamaciones del Gobierno Mexicano y sus ciudadanos contra los Estados Unidos."

De conformidad con esta estipulación se celebró un tercer Convenio firmado en la ciudad de México el 20 de noviembre de 1843 por los Plenipotenciarios de los dos gobiernos, en el cual se incluyó una disposición para determinar y pagar estas reclamaciones. En enero de 1844 este Convenio quedó ratificado por el Senado de los Estados Unidos con dos enmiendas, que eran manifiestamente de un carácter razonable. Al darse cuenta con las enmiendas propuestas al Gobierno de México se interpusieron las mismas evasivas, dificultades y demoras que por tanto tiempo han caracterizado la política de ese Gobierno, hacia los Estados Unidos. No está decidido todavía si sería o no de accederse a esas enmiendas, aunque repetidas veces se ha hecho presión para que se estudien. México ha violado de este modo dos veces la fe de los Tratados, rehusando llevar a efecto el artículo 69 de la Convención de enero de 1843 (2).

Tal es la historia de los agravios que hemos sufrido y pacientemente soportado de México a través de una larga serie de años. Lejos de obtenerse una satisfacción razonable de las injurias e insultos que habíamos sufrido, un considerable agravamiento de ellas consiste en el hecho de que, mientras los Estados Unidos; ansiosos de conservar una buena inteligencia con México, han estado constante pero vanamente empeñados en procurar la reparación de los agravios pasados-, han ocurrido constantemente nuevos atropellos que han contribuido a aumentar nuestros motivos de queja y a inflar el monto de nuestras demandas. Mientras los ciudadanos de los Estados Unidos habían emprendido un comercio legal con México bajo la garantía de un Tratado de "amistad, comercio y navegación", muchos de ellos han sufrido todos los perjuicios que habrían podido resultar de una guerra en forma. Este Tratado, en vez de proporcionar protección a nuestros ciudadanos, ha sido el medio de invitarlos a ir a los puertos de México con el fin de saquear su propiedad y privarlos de su libertad personal si se atrevían a invocar sus derechos, como ha sucedido en numerosos casos. SI el secuestro ilegal de la propiedad y la violación de la libertad personal de nuestros ciudadanos, sin hablar ya de los insultos a nuestra bandera, que han ocurrido en los puertos de México, hubieran tenido lugar en alta mar, hace tiempo que hubieran producido un estado de guerra entre las dos naciones. Al tolerar por tanto tiempo que México violara sus más solemnes obligaciones contractuales, que arrebatara a nuestros ciudadanos sus propiedades y aprisionara a sus personas sin proporcionarles ninguna reparación, hemos dejado de cumplir con uno de los principales y más altos deberes que todo Gobierno tiene respecto de sus ciudadanos, y la consecuencia ha sido que muchos de ellos se hayan visto reducidos a la bancarrota cuando antes se hallaban en un estado de afluencia. El orgulloso nombre de ciudadano americano, que debería proteger en todo el mundo a todos los que lo llevan contra todo insulto e injuria, no ha proporcionado esa protección a nuestros ciudadanos en México. Teníamos motivo bastante de guerra contra México mucho tiempo antes de que se rompieran las hostilidades; pero aún entonces nos abstuvimos de hacernos justicia por nuestra propia mano, hasta que México mismo se convirtió en agresor, invadiendo nuestro suelo en actitud hostil y derramando la sangre de nuestros ciudadanos.

Tales son las graves causas de queja de parte de los Estados Unidos contra México, causas que existían mucho tiempo antes de la anexión de Tejas a la Unión Americana; y sin embargo, animados por el amor a la paz y por una moderación magnánima, no adoptamos estas medidas de reparación que en tales circunstancias constituyen el recurso justificado de las naciones ofendidas.

La anexión de Tejas a los Estados Unidos no constituía una justa causa de ofensa para México. El pretexto de que sí lo fue, es totalmente inconsistente e irreconciliable con hechos perfectamente auténticos relacionados con la revolución por medio de la cual Tejas se hizo independiente de México. Para que esto se vea más claramente sería conveniente hacer referencia a las causas y a la historia de los principales acontecimientos de esa revolución.

Tejas constituía una porción de la antigua provincia de Luisiana, cedida a los Estados Unidos por Francia en el año de 1803. (3) En el año de 1819 por el Tratado de la Florida, los Estados Unidos cedieron a España toda la parte de la Luisiana comprendida dentro de los actuales límites de Tejas, (4) y México, por virtud de la revolución que lo separó de España y lo hizo una nación independiente, heredó los derechos de la madre patria sobre este territorio. En el año de 1824 México adoptó una Constitución Federal conforme a la cual la República Mexicana estaba compuesta de cierto número de Estados soberanos confederados en una Unión Federal semejante a la nuestra. Cada uno de estos Estados tenía su propio ejecutivo, su legislatura y su judicatura, y en todos sentidos, con excepción de la materia federal, era tan independiente del Gobierno General y de los demás Estados, como lo son Pensilvania o Virginia, conforme a nuestra Constitución (5): Tejas y Coahuila se unieron y formaron uno de estos Estados Mexicanos. La Constitución local que adoptaron y que fue aprobada por la Confederación Mexicana asentaba que eran "libres e independientes de los demás Estados Unidos Mexicanos y de cualquier otro poder o dominio" y proclamaba el gran principio de libertad humana de que "la soberanía del Estado reside original y esencialmente en la masa general de los individuos que lo componen". El pueblo de Tejas debía obediencia a su Gobierno conforme a esta Constitución, lo mismo que conforme a la Constitución Federal.

Algunos emigrantes de países extranjeros, inclusive los Estados Unidos, fueron invitados por las leyes de colonización del Estado y del Gobierno Federal a establecerse en Tejas. Se les ofrecieron condiciones ventajosas para inducirlos a abandonar su propio país y para hacerse ciudadanos mexicanos. (6) Esta invitación fue aceptada por muchos de nuestros ciudadanos en la creencia de que en su nueva patria estarían gobernados por leyes dictadas por representantes elegidos por ellos mismos y de que sus vidas, su libertad y su propiedad estarían protegidas por garantías constitucionales semejantes a las que existían en la República que habían abandonado. Bajo un Gobierno organizado así, continuaron viviendo hasta el año de 1835 en que estalló en la ciudad de México una rebelión militar que subvirtió las constituciones federal y del Estado y colocó a un dictador militar a la cabeza del Gobierno. Por un decreto arrollador de un Congreso dominado enteramente por la voluntad del dictador, quedaron abolidas las constituciones de los diversos Estados y éstos se convirtieron en meras dependencias del Gobierno Central. El pueblo de Tejas no estaba dispuesto a someterse a esta usurpación, y consideró como un alto deber resistir a semejante tiranía. Tejas quedó enteramente absuelto de toda subordinación al Gobierno Central de México desde el momento en que ese Gobierno había abolido su constitución local, y en su lugar había implantado un Gobierno Central arbitrario y despótico. Tales fueron las causas principales de la revolución tejana. El pueblo de Tejas resolvió inmediatamente resistir y levantarse en armas. En medio de estos importantes y acalorados acontecimientos, los tejanos no omitieron sin embargo asentar sus libertades sobre cimientos seguros y permanentes. Eligieron diputados a una Convención que en el mes de marzo de 1836 expidió una declaración formal en el sentido de que "sus relaciones políticas con la nación mexicana quedaban para siempre terminadas, y que el pueblo de Tejas constituye en lo sucesivo una República libre, soberana e independiente, y está plenamente investida de todos los derechos y atributos que propiamente corresponden a las naciones independientes". Adoptaron también para su Gobierno una constitución liberal republicana. Al mismo tiempo Santa Anna, el dictador de México, invadía a Tejas con un ejército numeroso con el propósito de someter a su pueblo y de imponer obediencia a su arbitrario y despótico gobierno. El 21 de abril de 1836 se encontró con los soldados ciudadanos de Tejas y en aquel día éstos obtuvieron la memorable victoria de San Jacinto, con la cual conquistaron su independencia. Considerando el número de tropas empeñadas en la contienda de uno y otro lado, la historia no registra una hazaña más brillante. Santa Anna mismo quedó entre los prisioneros.

En el mes de mayo de 1836 Santa Anna reconoció por un Tratado con las autoridades tejanas en la forma más solemne, "la entera, completa y perfecta independencia de la República de Tejas". Es verdad que era entonces un prisionero de guerra, pero también es igualmente cierto que no había podido reconquistar Tejas y que había sufrido una completa derrota; que su autoridad no había sido revocada y que por virtud de este Tratado obtuvo su libertad personal. Mediante esto se suspendieron las hostilidades y el Ejército que había invadido a Tejas bajo la jefatura de Santa Anna, regresó sin molestias a México, en cumplimiento de este arreglo.

Desde el día de la batalla de San Jacinto hasta el momento actual, México nunca ha tenido poder para reconquistar a Tejas. Según las palabras del Secretario de Estado de los Estados Unidos, (7) en un despacho a nuestro Ministro en México, de 8 de Julio de 1842:

"México habrá podido considerar y puede todavía considerar a Tejas como si en todo ese tiempo, desde 1835, hubiera sido y siguiera siendo todavía una provincia rebelde; pero el mundo se ha visto obligado a tomar un punto de vista diferente en el asunto. Desde la época de la batalla de San Jacinto en abril de 1836, hasta los momentos actuales, Tejas ha dado las mismas señales exteriores de independencia nacional que México mismo, y con mucha más estabilidad de su Gobierno. Siendo Tejas prácticamente libre e independiente, reconocido como una entidad política por las principales potencias del mundo, y no habiéndose posado ninguna planta enemiga dentro de su territorio durante seis o siete años, y habiéndose abstenido México mismo durante ese período de cualquier intento de restablecer su autoridad sobre aquel territorio, no deja de ser sorprendente ver ahora que el señor Bocanegra (Secretario de Relaciones Exteriores de México) se queje de que durante todo ese período de tiempo los ciudadanos de los Estados Unidos o su Gobierno hayan estado favoreciendo a los rebeldes de Tejas y proporcionándoles barcos, municiones y dinero, como si la guerra para la sumisión de la provincia de Tejas hubiera sido constantemente proseguida por México y que su éxito se hubiera debido a influencias exteriores."

En el mismo despacho el secretario de Estado afirma que:

"Desde 1837 los Estados Unidos han considerado a Tejas como una entidad independiente al igual que México, y por consiguiente el tráfico y comercio con los ciudadanos de un gobierno que estaba en guerra con México no puede considerarse como una intervención por medio de la cual se diera ayuda y socorro a los rebeldes mexicanos. Todas las observaciones del señor Bocanegra siguen la misma corriente, como si la independencia de Tejas no hubiera sido reconocida. Ha sido reconocida, en 1837, contra las observaciones y protestas de México y la mayor parte de los actos de alguna importancia de los que se queja el señor Bocanegra derivan necesariamente de ese reconocimiento. Él habla de Tejas como si fuese todavía una parte integrante del territorio de la República Mexicana, pero no puede dejar de comprender que los Estados Unidos no lo consideran así. La verdadera queja de México, por consiguiente, no es en substancia ni más ni menos que una queja contra el reconocimiento de la independencia de Tejas. Puede creerse demasiado tardía la repetición de esa queja y no parece justo limitarIa a los Estados Unidos, exceptuando a Inglaterra, Francia y Bélgica, a menos que los Estados Unidos, por haber sido los primeros que reconocieron la independencia de México, tengan que ser vituperados por poner el ejemplo para el reconocimiento de Tejas."

Y en seguida añadía:

"La Constitución, los Tratados Públicos y las Leyes obligan al presidente a considerar a Tejas como un Estado independiente y su territorio como no formando parte del territorio de México."

Tejas había sido un Estado independiente, con un Gobierno organizado, desafiando el poder de México para vencerlo o reconquistarlo, durante más de diez años antes de que México comenzara la actual guerra contra los Estados Unidos. Tejas había dado al mundo tales pruebas de su capacidad para mantener su existencia separada, como nación independiente, que había sido ya formalmente reconocido como tal, no solamente por los Estados Unidos, sino por varias de las principales potencias europeas. Estas potencias habían celebrado Tratados de amistad, comercio y navegación con Tejas. Habían recibido y autorizado a sus Ministros y a otros Agentes Diplomáticos en sus respectivas cortes y habían comisionado Ministros y Agentes Diplomáticos por su parte ante el Gobierno de Tejas. Si México, a pesar de esto, y no obstante su entera incapacidad para dominar o reconquistar a Tejas, rehusaba tercamente reconocerlo como nación independiente, no por eso dejaba de serIo.

México mismo había sido reconocido como nación independiente por los Estados Unidos y por otras naciones muchos años antes de que España, de quien era una colonia antes de la revolución, hubiera convenido en reconocerlo como tal; y sin embargo, México era en aquella época en opinión del mundo civilizado y de hecho, una potencia independiente a pesar de que España siguiera reclamándolo como colonia. Si España hubiese continuado hasta el período actual afirmando que México era una de sus colonias, en rebelión contra ella, esto no habría cambiado el hecho de la existencia independiente de éste. Tejas, en la época de su anexión a los Estados Unidos, tenía con respecto a México la misma relación que México había tenido con respecto a España durante muchos años antes de que España reconociera su independencia; con esta diferencia importante, de que antes de que la anexión de Tejas a los Estados Unidos se hubiera consumado, México mismo, por un acto formal de su Gobierno, había reconocido la independencia de Tejas como nación. Es cierto que en el acto del reconocimiento se mencionaba una condición, que México no tenía facultad para imponer -la de que Tejas no se anexara a ninguna otra potencia-, pero esto no podía invalidar de ningún modo el reconocimiento que México había hecho de su independencia efectiva. (8) Conforme a esta clara exposición de hechos, es absurdo de parte de México, alegar como pretexto para comenzar hostilidades contra los Estados Unidos, que Tejas era todavía una parte de su territorio.

Pero hay todavía quienes, concediendo que todo esto sea cierto, adopten la posición de que el verdadero límite occidental de Tejas es el Río Nueces en vez del Río Grande, y que por consiguiente, al marchar nuestro Ejército a la ribera oriental de este último río pasamos la línea de Tejas e invadimos el territorio de México. Una simple exposición de los hechos refuta concluyentemente semejante afirmación. Tejas, tal como fue cedida a los Estados Unidos por Francia en 1803, se ha considerado siempre como extendiéndose al Oeste hasta el Río Grande o Río Bravo. (9) Este hecho quedó comprobado por la autoridad de nuestros más eminentes estadistas en un período en que la cuestión se entendía tan bien, si no es que mejor, que en la actualidad. Durante la administración del señor Jefferson los señores Monroe y Pinckney que habían sido enviados en misión especial a Madrid, encargados entre otras cosas del ajuste de las fronteras entre los dos países, en una Nota dirigida al Ministro Español de Relaciones Exteriores con fecha 28 de Enero de 1805 afirman que los linderos de la Luisiana tal como ésta había sido cedida a los Estados Unidos por Francia, "son el Río Perdido al Oriente, y el Río Bravo al Poniente", y agregan que "los hechos y principios que justifican esta conclusión son tan satisfactorios para nuestro Gobierno, que lo convencen de que los Estados Unidos no tienen mejor derecho a la Isla de Nueva Orleans conforme a la mencionada cesión, que el que tendrían sobre toda la extensión de territorio que arriba se describe". (10). Hasta la conclusión del Tratado de la Florida en Febrero de 1819 por el cual este territorio fue cedido a España, los Estados Unidos afirmaron y mantuvieron sus derechos territoriales en esa extensión. En el mes de junio de 1818, durante la administración del señor Monroe, habiéndose recibido informes de que cierto número de extranjeros aventureros habían desembarcado en Galveston con el deliberado propósito de establecer una colonia en aquella comarca, el Gobierno de los Estados Unidos despachó un Mensajero con instrucciones del Secretario de Estado para que los amonestara a fin de que se retiraran si se les encontraba allí "o en algún otro lugar al norte del Río Bravo y dentro del territorio reclamado por los Estados Unidos” (11) El Mensajero recibió instrucciones para que si encontraba a los aventureros al norte de ese Río les hiciera saber "la sorpresa con que el Presidente había visto que hubieran tomado posesión sin autorización de los Estados Unidos de un lugar que se hallaba dentro de sus límites territoriales, y en el cual no podía efectuarse ningún establecimiento legal sin su consentimiento". El mensajero recibió también instrucciones para interpelarlos "para que declararan bajo qué autoridad nacional pretendían obrar" y para que les hiciera la debida advertencia de que "el lugar está dentro de los Estados Unidos, quienes no pueden tolerar un establecimiento permanente bajo cualquiera otra autoridad que no sea la suya". Todavía en 8 de Julio de 1842, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, en una Nota dirigida a nuestro Ministro en México, sostiene que por el Tratado de la Florida de 1819 el territorio que se extiende hacia el Oeste hasta el Río Grande quedó reconocido a España. En esta Nota manifiesta que:

"Por el Tratado de 22 de Febrero de 1819 entre los Estados Unidos y España se adoptó el Río Sabinas como línea divisoria entre las dos potencias. Hasta aquella época no se había efectuado una colonización considerable en Tejas; pero habiendo sido cedido a España por el Tratado el Territorio comprendido entre el Río Sabinas y el Río Grande, se hicieron peticiones de mercedes de terrenos a esa potencia [México], y tales concesiones o permisos de colonización fueron hechos por las autoridades españolas en favor de ciudadanos de los Estados Unidos que se proponían emigrar a Tejas en familias numerosas antes de la declaración de Independencia por México."

El territorio de Tejas, que fue cedido a España por el Tratado de la Florida en 1819 abarcaba toda la comarca que ahora reclama el Estado de Tejas entre el Río Nueces y el Río Grande. La República de Tejas siempre había reclamado este Río como su frontera occidental y en su Tratado con Santa Anna, en Mayo de 1836 lo reconoció como tal. En la Constitución que Tejas adoptó en Marzo de 1836 se delimitaron los distritos senatoriales y representativos que se extendían al oeste del Río Nueces. El Congreso de Tejas en 19 de Diciembre de 1836 aprobó "un Decreto para definir las fronteras de la República de Tejas" en el cual declaraba que su frontera corría a lo largo del Río Grande desde su boca hasta sus fuentes, y conforme a dicho Decreto extendió su "jurisdicción política y civil" sobre la comarca a lo largo de esa línea fronteriza. Durante un período de más de nueve años que corrió entre la adopción de su Constitución y su anexión como uno de los Estados de nuestra Unión, Tejas hizo valer y ejercitó muchos actos de soberanía y jurisdicción sobre el territorio y los habitantes del Poniente del Río Nueces. Tejas organizó y definió los límites de los condados que se extendían hasta el Río Grande; estableció cortes de justicia y extendió su sistema judicial sobre el territorio; estableció una aduana para cobrar derechos y también oficinas de correos y caminos en ese territorio; estableció una oficina de tierras y expidió numerosas concesiones de tierra dentro de sus límites; un Senador y un Representante residentes allí fueron electos ante el Congreso de la República y prestaron sus servicios como tales antes de que tuviera efecto el decreto de anexión. Tanto en el Congreso como en la Convención de Tejas, que dieron su asentimiento a los términos de la anexión a los Estados Unidos propuestos por nuestro Congreso, los representantes que residían al oeste del Río Nueces tomaron parte en el acto mismo de la anexión. Tal fue la República de Tejas, que por Decreto de nuestro Congreso de 29 de Diciembre de 1845 quedó admitida como uno de los Estados de nuestra Unión. Que el Congreso de los Estados Unidos entendió que el Estado de Tejas admitido en la Unión se extendía más allá del Nueces, quedó comprobado por el hecho de que el 31 de Diciembre de 1845, dos días después del Decreto de Admisión, aprobó una Ley "para establecer una colecturía en el Estado de Tejas", por virtud de la cual se creó un puerto de entrega en Corpus Christi, situado al Poniente del Río Nueces, siendo el mismo punto en que había estado situada la Aduana de Tejas conforme a las Leyes de aquella República, y ordenó que el Presidente nombrara un agrimensor para que recaudara el impuesto por ese Puerto, con la opinión y el consentimiento del Senado. Se nombró por consiguiente un agrimensor que fue confirmado por el Senado y que desde entonces ha estado desempeñando sus deberes. Todos estos actos de la República de Tejas y de nuestro Congreso fueron anteriores a las órdenes para el avance de nuestro Ejército a la margen oriental del Río Grande. Posteriormente el Congreso aprobó un Decreto "estableciendo unas rutas postales", que se extendían al poniente del Río Nueces. La comarca al occidente de ese Río constituye ahora parte de uno de los distritos congresionales de Tejas que está representado en la Cámara de Representantes. Los Senadores por ese Estado fueron escogidos por una Legislatura en la cual estaba representada la comarca situada al Poniente de ese Río.

En vista de todos estos hechos, es difícil concebir con qué fundamento puede mantenerse que al ocupar la comarca al oeste del Río Nueces con nuestro Ejército, con miras solamente a su seguridad y defensa, estábamos invadiendo el territorio de México. Pero habría sido todavía más difícil justificar al Ejecutivo, cuyo deber es vigilar por el fiel cumplimiento de las leyes tanto del Congreso de Tejas como de los Estados Unidos, si frente a estos procedimientos hubiera asumido la responsabilidad de entregar a México el territorio al oeste del Río Nueces o de rehusarse a proteger y defender este territorio y sus habitantes, inclusive Corpus Christi, lo mismo que el resto de Tejas, contra la inminente invasión mexicana. (12)

Pero México mismo nunca ha apoyado la guerra que nos hace sobre el fundamento de que nuestro Ejército ocupe el territorio intermedio entre el Río Nueces y el Río Grande. (13) Se obstinó en seguir en su infundada pretensión de que Tejas no era de hecho un Estado independiente, sino una provincia rebelde, y su propósito, declaró, al comenzar una guerra con los Estados Unidos, era reconquistar a Tejas y restaurar la autoridad mexicana sobre todo el territorio, no solamente hasta el Río Nueces, sino hasta el Río Sabinas. En vista de las abiertas amenazas de México para este efecto, creí de mi deber, como medida de precaución y defensa, ordenar a nuestro Ejército que ocupara una posición en nuestra frontera como puesto militar desde el cual nuestras tropas pudieran resistir y repeler mejor cualquier intento de invasión que México pretendiera hacer. Nuestro Ejército había ocupado una posición en Corpus Christi, al Oeste del Río Nueces, desde Agosto de 1845 sin queja de ninguna parte. Si el Río Nueces debiera considerarse como la verdadera frontera occidental de Tejas, esa frontera había sido traspuesta por nuestro Ejército muchos meses antes de que avanzara hasta la ribera oriental del Río Grande. En mi mensaje anual de Diciembre último, informé al Congreso que a invitación del Congreso y de la Convención de Tejas había yo creído conveniente que se situara una fuerte escuadra frente a las costas de México y que se concentrara una fuerza militar suficiente en la frontera occidental de Tejas para proteger y defender a sus habitantes contra la amenaza de invasión de México. En ese Mensaje informé al Congreso que desde el momento en que los términos de anexión ofrecidos por los Estados Unidos habían sido aceptados por Tejas, este último se había convertido hasta tal punto en parte de nuestro propio país, que nos ponía en el deber de proporcionarle dicha protección y defensa y que para ese efecto nuestra escuadra había recibido órdenes de estacionarse en el Golfo y nuestro Ejército de tomar una "posición entre el Río Nueces y el del Norte" o Río Grande, para repeler cualquiera invasión del territorio tejano que pudiera intentarse por las fuerzas mexicanas.

Se consideró conveniente expedir estas órdenes porque poco tiempo después de que el Presidente de Tejas, en Abril de 1845, había expedido su proclama para reunir el Congreso de esa República con el propósito de someter a ese Cuerpo los términos de anexión propuestos por los Estados Unidos, el Gobierno de México había hecho serias amenazas de invadir el territorio tejano. Esas amenazas se hicieron más imponentes conforme apareció más claro que el pueblo de Tejas decidiría aceptar los términos de la anexión, y finalmente asumieron un carácter tan formidable que indujeron tanto al Congreso como a la Convención de Tejas a pedir que los Estados Unidos enviaran una fuerza militar a su territorio con el propósito de protegerlo y defenderlo contra la invasión con que se le amenazaba. Habría sido una violación de la buena fe hacia el pueblo de Tejas rehusarse a proporcionar la ayuda que deseaban contra una invasión inminente, a la cual se habían visto expuestos por su libre determinación de anexarse a nuestra Unión en cumplimiento del ofrecimiento hecho a ellos por la resolución conjunta de nuestro Congreso. De acuerdo con esta petición se ordenó que una parte del Ejército avanzara sobre Tejas. Corpus Christi fue la posición elegida por el General Taylor, quien acampó en ese lugar en Agosto de 1845, Y el Ejército permaneció en esa posición hasta el 11 de Marzo de 1846, cuando se movió hacia el Oeste, llegando a la ribera oriental del Río Grande, frente a Matamoros el 28 de ese mes. Este movimiento fue hecho en acatamiento a las órdenes del Ministerio de la Guerra expedidas el 13 de Enero de 1846. Antes de que estas órdenes fuesen expedidas, se había recibido ya en el Departamento de Estado el despacho de nuestro Ministro en México que transmitía el dictamen del Consejo de Gobierno de México aconsejando que no fuera recibido, así como el despacho de nuestro Cónsul residente en la ciudad de México; el primero llevaba fecha 17 y el último 18 de Diciembre de 1845, copias de los cuales fueron anexas a mi Mensaje al Congreso de 11 de Mayo último. Estas comunicaciones hicieron muy probable, si no es que absolutamente cierto, que nuestro Ministro no sería recibido por el Gobierno del General Herrera. Se supo también que muy pocas esperanzas había de que se obtuviera un resultado diferente del General Paredes, en caso de que el movimiento revolucionario que había comenzado pudiera tener éxito. Los partidarios de Paredes, como lo afirma nuestro Ministro en el despacho mencionado, alentaban la más feroz hostilidad contra los Estados Unidos, denunciaban las negociaciones propuestas como una traición y abiertamente invitaban a las tropas y al pueblo a derrocar el Gobierno de Herrera por la fuerza. La reconquista de Tejas y la guerra con los Estados Unidos eran una amenaza abierta. Estas eran las circunstancias existentes cuando creí conveniente ordenar al Ejército al mando del General Taylor que avanzara hasta la frontera occidental de Tejas y ocupara una posición en el Río Grande o cerca de él.

Los temores de invasión mexicana proyectada, han quedado después plenamente justificados por los acontecimientos. La determinación de México de comenzar hostilidades contra los Estados Unidos, fue después clara a juzgar por el tenor de la Nota del Ministro Mexicano de Relaciones Exteriores a nuestro Ministro, fechada el 12 de Marzo de 1846. Para entonces Paredes había derrocado el Gobierno, y su Ministro, después de referirse a la resolución sobre la anexión de Tejas, que había sido adoptada por nuestro Congreso en Marzo de 1845, continuaba declarando que:

"Un hecho tal, o para hablar con más exactitud, un acto tan notable de usurpación hacía imperiosa la necesidad de que México por su propio honor lo repeliese con la debida firmeza y dignidad. El Supremo Gobierno había declarado de antemano que miraría semejante acto como un casus belli; y consiguiente a esta declaración las negociaciones estaban por su propia naturaleza concluidas, y era la guerra el único recurso del Gobierno Mexicano."

Aparece también que el 4 de Abril siguiente, el General Paredes, por conducto de su Ministro de la Guerra, expidió órdenes al General mexicano con mando de fuerzas en la frontera de Tejas para que "atacara" nuestro Ejército "por todos los medios que la guerra permite". A esto se había comprometido el General Paredes con el Ejército y con el pueblo de México durante la revolución militar que lo había llevado al poder. El 18 de Abril de 1846 el General Paredes dirigió una carta al Comandante de la frontera, en que le decía "a estas fechas supongo que estará usted, a la cabeza de ese valiente Ejército, o luchando ya, o preparándose para las operaciones de una campaña", y "suponiendo que esté usted ya en el teatro de las operaciones y con todas sus fuerzas reunidas, es indispensable que comiencen las hostilidades tomando usted la iniciativa contra el enemigo".

El movimiento de nuestro Ejército al Río Grande fue hecho por el General en Jefe con positivas órdenes de abstenerse de todo acto de agresión hacia México o hacia los ciudadanos mexicanos, y de considerar las relaciones entre los dos países como pacíficas, a menos que México declarase la guerra o cometiese actos de hostilidad reveladores de un estado de guerra; y estas órdenes fueron ejecutadas fielmente. (14) Estando ocupando esta posición en la ribera oriente del Río Grande, dentro de los límites de Tejas que acababa de ser admitido como uno de los Estados de nuestra Unión, el Comandante General de las fuerzas mexicanas que en cumplimiento de las órdenes de su Gobierno había reunido un gran Ejército en la ribera opuesta del Río Grande, cruzó el Río, invadió nuestro territorio y comenzó hostilidades atacando a nuestras fuerzas. Así fue como después de las injurias que habíamos recibido y soportado de México, y después de que insultantemente había rechazado un Ministro que le habíamos enviado con una misión de paz, y a quien se había comprometido solemnemente a recibir, México consumó su larga serie de ultrajes contra nuestra patria comenzando una guerra ofensiva y derramando la sangre de nuestros ciudadanos en nuestro propio suelo.

Los Estados Unidos nunca trataron de adquirir Tejas por conquista. Por el contrario, desde muy al principio, después de que el pueblo de Tejas había realizado su independencia, éste trataba de anexarse a los Estados Unidos. En una elección general que se verificó en Septiembre de 1836 se decidieron por una gran unanimidad en favor de la anexión, y en Noviembre siguiente, el Congreso de la República autorizó el nombramiento de un Ministro que trajera su petición a este Gobierno. Este Gobierno, sin embargo, habiendo permanecido neutral entre Tejas y México durante la guerra entre ambos, rehusó acceder a las proposiciones hechas por Tejas, considerando que era una deuda de honor hacia nuestro país y hacia nuestra limpia fama entre las naciones de la tierra, no consentir en esa anexión en esa temprana época, hasta que no quedase patente ante el Mundo entero que la reconquista de Tejas por México era imposible. El 12 de Abril de 1844, después de que habían transcurrido más de siete años desde que Tejas había conquistado su independencia, se celebró un Tratado para la anexión de esa República a los Estados Unidos, el cual fue rechazado por el Senado. Finalmente, el 1º Marzo de 1845 el Congreso aprobó una resolución conjunta para la anexión de Tejas a los Estados Unidos bajo ciertas condiciones preliminares a las cuales se le pedía su asentimiento. Las solemnidades que caracterizaron las deliberaciones y la conducta del Gobierno y del pueblo de Tejas sobre las cuestiones profundamente interesantes suscitadas por estas resoluciones, son bien conocidas para todo el Mundo. El Congreso, el Ejecutivo y el pueblo de Tejas, en una Convención elegida para ese efecto, aceptaron por gran unanimidad los términos propuestos de la anexión y así consumó por su parte el gran acto de devolver a nuestra Unión Federal un vasto territorio que había sido cedido a España (?) por el Tratado de la Florida más de un cuarto de siglo antes.

Después de que la resolución para la anexión de Tejas a los Estados Unidos había sido aprobada por nuestro Congreso, el Ministro Mexicano en Washington dirigió una Nota al Secretario de Estado con fecha 6 de Marzo de 1845,(15) protestando contra dicha resolución como "un acto de agresión, el más injusto de cuantos se hayan registrado en los anales de la historia moderna, o sea, el de despojar a una nación amiga como México, de una porción considerable de su territorio", y protestando contra la resolución de la anexión por considerarla un acto "por medio del cual la provincia de Tejas, una porción integrante del territorio mexicano es recibida y admitida en la Unión Americana", y anunció que como consecuencia de esto su misión en los Estados Unidos había terminado y pedía sus pasaportes, los cuales le fueron otorgados. El Ministro Mexicano tomó esta determinación bajo el absurdo pretexto invocado por México (siendo así que éste debía su propia independencia a una revolución afortunada), de que la República de Tejas continuaba siendo, a pesar de todo lo que había pasado, una provincia de México.

He empleado todos los esfuerzos honorables para evitar la guerra que siguió, pero todos resultaron vanos. Todas nuestras intenciones de conservar la paz se han encontrado con el insulto y la resistencia de parte de México. Mis esfuerzos encaminados a este fin comenzaron con la Nota del Secretario de Estado de 10 de Marzo de 1845 en respuesta a la del Ministro Mexicano. (16) Sin pretender reabrir una discusión que ya había quedado agotada, ni querer probar de nuevo lo que sabía ya todo el mundo, que Tejas había realizado su independencia desde hace mucho tiempo, el Secretario de Estado manifestó la pena de este Gobierno por que México se hubiera sentido ofendido por la resolución de anexión aprobada por el Congreso, y dio seguridades de que "nuestros más empeñosos esfuerzos estarían encaminados a obtener un arreglo amistoso de toda causa de queja entre los dos Gobiernos, y a cultivar las relaciones más cordiales y amistosas entre las Repúblicas hermanas". Que he obrado dentro del espíritu de estas seguridades, aparecerá por los acontecimientos que después han ocurrido. No obstante que México había suspendido abruptamente toda relación diplomática con los Estados Unidos, y debería por consiguiente haber sido el primero en pedir su reanudación, sin embargo, hice a un lado toda etiqueta y aproveché la primera oportunidad favorable "para cerciorarme de si el Gobierno Mexicano estaría dispuesto a recibir un enviado de los Estados Unidos revestido de plenos poderes para arreglar todas las cuestiones en disputa entre los dos Gobiernos". En Septiembre de 1845 creí llegado el momento propicio para hacer esa insinuación. Tejas, por la voluntad entusiasta y casi unánime de su pueblo, se había declarado en favor de la anexión; México mismo había Convenido en reconocer la independencia de Tejas bajo una condición, es cierto, que no tenía derecho a imponer, y no tenía fuerza para hacer cumplir. La última y más lejana esperanza de México, si es que podía tener alguna, la de que Tejas volviera otra vez a ser una de sus provincias, debía ser abandonada.

El Cónsul de los Estados Unidos en la ciudad de México recibió por consiguiente instrucciones del Departamento de Estado, con fecha 15 de Septiembre de 1845, para hacer una exploración cerca del Gobierno Mexicano. La investigación se hizo. Y el 15 de Octubre de 1845 el Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Mexicano, en una Nota dirigida a nuestro Cónsul, dio una contestación favorable, exigiendo al mismo tiempo que nuestra fuerza naval fuese retirada de Veracruz mientras estaban pendientes las negociaciones. Al recibo de esta Nota nuestra fuerza naval fue retirada prontamente de Veracruz. Se nombró inmediatamente un Ministro que salió para México. Todo presentaba un aspecto prometedor de un arreglo rápido y pacífico de todas nuestras dificultades.

En la fecha de mi Mensaje Anual al Congreso en Diciembre último (1845) no había duda de que el Ministro sería recibido por el Gobierno Mexicano y se abrigaba la esperanza de que todo motivo de desavenencia entre los dos países quedaría rápidamente removido. En la confiada esperanza de que tal sería el resultado de esa misión, informé al Congreso de que me abstenía yo en esos momentos de "recomendar medidas ulteriores para la reparación de los agravios e injurias que durante tanto tiempo habíamos soportado y que habría sido conveniente tomar, si no se hubieran entablado las negociaciones de arreglo". Con gran sorpresa y pena de mi parte el Gobierno Mexicano, a la llegada de nuestro Ministro a México, rehusó recibirlo y admitirlo, aunque solemnemente se había comprometido a hacerlo. Cuando llegó a Veracruz, el 30 de Noviembre de 1845, encontró que el aspecto de los negocios públicos había sufrido un cambio desfavorable. El Gobierno del General Herrera, que era entonces Presidente de la República, estaba tambaleándose y próximo a caer. El General Paredes, un caudillo militar, había manifestado su determinación de derrocar al Gobierno de Herrera por medio de una revolución militar, y uno de los principales medios que empleó para llevar a cabo su propósito y hacer odioso el Gobierno de Herrera a los ojos del Ejército y del pueblo de México, fue condenar ruidosamente su determinación de recibir un Ministro de paz de los Estados Unidos, alegando que la intención de Herrera al tratar con Estados Unidos era desmembrar el territorio de México, cediéndole el Departamento de Tejas. El Gobierno de Herrera se creía que estaba bien dispuesto a hacer un arreglo pacífico de las dificultades existentes, pero alarmado probablemente, y temeroso por su propia seguridad, con objeto de alejar el peligro de la revolución encabezada por Paredes, violó un solemne compromiso y rehusó recibir o admitir a nuestro Ministro; y esto a pesar de que sabía que estaba investido de plenos poderes para arreglar todas las cuestiones en disputa entre los dos gobiernos. Entre los frívolos pretextos para este rechazo el principal era que nuestro Ministro no había ido en misión especial limitada a la cuestión de Tejas solamente, dejando todos los ultrajes a nuestra bandera y a nuestros ciudadanos sin reparación. (17)

El Gobierno Mexicano sabía bien que tanto nuestro honor nacional como la protección debida a nuestros ciudadanos requerían imperativamente que las dos cuestiones de fronteras y de indemnización se trataran juntamente, como que estaban ligadas inseparablemente, y debería haber visto que este camino era el mejor para poner a Estados Unidos en aptitud de extender a México la justicia más liberal. El 30 de Diciembre de 1845 el General Herrera renunció a la Presidencia, y abandonó el gobierno en manos del General Paredes sin luchar. Así fue como se efectuó una revolución únicamente por el Ejército mandado por Paredes, y como el Supremo Poder de México pasó a manos de un usurpador militar que se sabía era agriamente hostil a los Estados Unidos.

Aunque el proyecto de un ajuste pacífico con el nuevo Gobierno tenía pocas probabilidades de éxito debido a la hostilidad de su Jefe hacia los Estados Unidos, sin embargo, resuelto como estaba yo a que no se dejara nada sin intentar de nuestra parte para restablecer las relaciones amistosas entre los dos países, nuestro Ministro recibió instrucciones de presentar sus credenciales al nuevo Gobierno y pidió que se le aceptara con el carácter diplomático con que había sido comisionado. El Ministro cumplió con estas instrucciones en su Nota de 11 de Marzo de 1846, dirigida al Ministro Mexicano de Relaciones Exteriores, pero su petición fue insultantemente rechazada por dicho Ministro en su contestación del día 12 del mismo mes.(18) No le quedaba más alternativa a nuestro Ministro que pedir sus pasaportes y regresar a Estados Unidos.

Así fue como se presentó al mundo civilizado el espectáculo extraordinario de un gobierno que con violación de su propia y explícita promesa, rechazó por dos veces a un Ministro de paz investido de plenos poderes para arreglar todas las diferencias existentes entre los dos países de una manera justa y honorable para ambos. No tengo conocimiento de que la historia moderna presente un caso paralelo en el cual en tiempo de paz una nación haya rehusado aun oír proposiciones de la otra para terminar las dificultades existentes entre ambas.

Muy pocas esperanzas de arreglar nuestras dificultades o de conservar la paz con México podían abrigarse, aun para época remota, mientras el Presidente Paredes permaneciera a la cabeza del Gobierno. Este había adquirido el Poder Supremo por medio de una revolución militar y bajo las más solemnes promesas de hacer la guerra contra los Estados Unidos y reconquistar a Tejas, a quien consideraba como una provincia insurrecta de México. Había denunciado como reos de traición a todos los mexicanos que consideraban que Tejas no formaba ya parte del territorio de México y que fuesen simpatizadores de la causa de la paz. La duración de la guerra que pretendía hacer contra Estados Unidos era indefinida, porque el fin que se proponía de reconquistar a Tejas era irrealizable.

Además hay buenas razones para creer, juzgando en conjunto su conducta, que tenía la intención de convertir la República de México en una monarquía y de llamar al trono a un príncipe extranjero europeo. Como medio preparatorio para este fin había destruido durante su corto gobierno la libertad de la prensa, tolerando únicamente aquellos periódicos que abiertamente sostenían el establecimiento de una monarquía. Para mejor lograr el éxito de sus designios esenciales, había convocado por medio de un decreto arbitrario a un Congreso que no sería electo por la libre voluntad del pueblo, sino escogido de tal manera que resultara subordinado a su voluntad, dándole un absoluto control sobre sus deliberaciones.

En estas circunstancias se creyó que cualquier revolución en México que se basara en la oposición a los proyectos ambiciosos de Paredes tendería a ayudar a la causa de la paz y a impedir cualquier intento de interferencia europea en los asuntos del Continente Norteamericano, propósitos ambos de gran interés para los Estados Unidos. Cualquiera intervención extranjera que se intentara habría tenido que ser repelida por los Estados Unidos. Mis opiniones sobre esa materia fueron comunicadas al Congreso en mi último Mensaje Anual. En todo caso estaba seguro de que cualquier cambio en el Gobierno de México que privara a Paredes del poder, no podría empeorar la situación para los Estados Unidos, sino que por el contrario sería probable que ese cambio mejorara la situación. Este era el estado de los negocios cuando el Congreso, el 13 de Mayo último, reconoció la existencia de la guerra que había sido comenzada por el Gobierno de Paredes, y era cuestión de gran importancia, con miras a un rápido ajuste de nuestras dificultades y a la restauración de una paz honorable, que Paredes no siguiera en el poder en México.

Antes de esa época había ya síntomas de una revolución en México, favorecida según se creía por el partido más liberal y especialmente por aquellos que se oponían a la intervención extranjera y a la forma monárquica del gobierno. Santa Anna estaba entonces en el destierro en La Habana por haber sido derrocado y desterrado de su país por una revolución que ocurrió en Diciembre de 1844; pero se sabía que tenía todavía un partido considerable a su favor en México. Se sabía bien igualmente, que por más estrecha vigilancia que nuestra escuadra hubiera ejercido no habría impedido que Santa Anna desembarcase en alguna parte de la extensa costa del Golfo de México, si deseaba volver a su país. Había manifestado abiertamente un entero cambio de política y había expresado su pena por haber subvertido la Constitución Federal de 1824, confesando ahora que estaba en favor de su restauración. Había declarado públicamente en términos enérgicos su oposición al establecimiento de una monarquía y de una intervención europea en los asuntos de su país. Los informes a este respecto se habían recibido de fuentes que se creían fidedignas en la época del reconocimiento de la existencia de la guerra por el Congreso, y por esos informes quedaron después confirmados al recibirse el despacho de nuestro Cónsul en la ciudad de México con los documentos anexos que acompaño al presente Informe. Además era razonable suponer que Santa Anna se daba cuenta de las ruinosas consecuencias para México de una guerra con los Estados Unidos y que su interés estaba en favor de la paz.

En estas circunstancias y por estas consideraciones, se creyó conveniente no estorbar su regreso a México si intentaba efectuarlo. Nuestro propósito era la restauración de la paz y con ese objeto no había razón para que nosotros fuésemos partidarios de Paredes y ayudásemos a éste por medio de nuestro bloqueo e impedir el regreso de su rival a México. Por el contrario, se creía que las divisiones intestinas que la sagacidad común podía prever como fruto del regreso de Santa Anna a México y su disputa con Paredes, tenderían fuertemente a producir una disposición en ambos partidos para restaurar y conservar la paz con los Estados Unidos. Paredes era un soldado de profesión y un monarquista por principio. Acababa de tener éxito en una revolución militar por medio de la cual había conquistado el poder. Era enemigo jurado de los Estados Unidos y había envuelto a su país en la guerra existente. Santa Anna había sido expulsado del poder por el Ejército. Se sabía que estaba en abierta hostilidad con Paredes y públicamente se había declarado contra la intervención extranjera y contra la restauración de la monarquía en México. En vista de estos hechos y circunstancias, cuando se dieron órdenes al Comandante de nuestras fuerzas navales en el Golfo el día 13 de Mayo último, el mismo día en que se reconoció la existencia de la guerra por el Congreso, para que se estableciera un bloqueo en las costas de México, recibió instrucciones de no estorbar el paso de Santa Anna a México, si éste intentaba regresar.

En los primeros días de Agosto siguiente tuvo lugar una revolución en México por medio de la cual Paredes fue derrocado, y desde entonces ha estado desterrado del país, encontrándose ahora en el exilio. Poco tiempo después regresó Santa Anna [a México]. Queda todavía por verse si su regreso resulta favorable a un arreglo pacífico de las dificultades existentes, siendo patente su interés de no insistir en la prosecución de una guerra comenzada por Paredes para realizar un propósito tan absurdo como es la reconquista de Tejas hasta el Río Sabinas. Si Paredes hubiera permanecido en el poder, es moralmente seguro que cualquier arreglo pacífico habría sido imposible.

Al comenzarse las hostilidades por México contra los Estados Unidos, se suscitó inmediatamente un espíritu de indignación en todo el país. El Congreso respondió rápidamente a las esperanzas de la patria y por decreto de 13 de Mayo último se reconoció el hecho de que la guerra existía por actos de México entre los Estados Unidos y aquella República, y otorgó los medios necesarios para su vigorosa prosecución. Estando envueltos en una guerra comenzada por México, por cuya justicia de parte nuestra podríamos apelar confiadamente al mundo entero, resolví proseguirla con el mayor vigor. Consecuentemente los puertos de México en el Golfo y en el Pacífico han quedado sujetos a bloqueo y su territorio fue invadido en varios puntos importantes. Los informes del Departamento de la Guerra y de la Marina enterarán a ustedes con mayor detalle de las medidas adoptadas en esta emergencia a que ha quedado expuesto nuestro país y de los resultados satisfactorios que se han obtenido.

Las diversas columnas del Ejército han cumplido con su deber en condiciones desventajosas con la habilidad y el valor más distinguidos. Las victorias de Palo Alto y Resaca de la Palma y de Monterrey, obtenidas contra un número muy superior y contra las más notorias ventajas de parte del enemigo, fueron brillantes en su ejecución y dan derecho a nuestros bravos oficiales y soldados a la gratitud de su patria. La nación deplora la pérdida de los valientes oficiales y hombres que han caído valerosamente vindicando y defendiendo el honor y los derechos de su patria.

Es motivo de orgullo y satisfacción que nuestros soldados, ciudadanos voluntarios que tan pronto respondieron al llamado de su patria, con una experiencia de la disciplina en campaña de unas cuantas semanas apenas, hayan tomado parte en la dura batalla de Monterrey con una constancia y valor igual al de las tropas veteranas, haciéndose dignos de la más alta admiración. Las privaciones de largas caminatas a través de la campiña enemiga y del desierto fueron soportadas sin murmurar. Por medio de movimientos rápidos la provincia de Nuevo México, con su capital Santa Fe, ha sido capturada sin derramamiento de sangre. La Marina ha cooperado con el Ejército y prestado importantes servicios, que si no han sido tan brillantes es porque el enemigo no tiene fuerza que oponerles en su propio elemento y a causa de las defensas que la naturaleza ha interpuesto en las dificultades de la navegación de la Costa Mexicana. Nuestra escuadra del Pacífico con la cooperación de un valiente oficial del Ejército y una pequeña fuerza rápidamente reclutada en aquella lejana comarca, ha tomado posesión sin derramamiento de sangre de las Californias, y la bandera americana ha quedado enarbolada en todos los puntos importantes de esa provincia.

Felicito a ustedes por el éxito que han tenido nuestras operaciones militares y navales. En menos de siete meses después de que México comenzó las hostilidades en una época elegida por él, hemos tomado posesión de muchos de sus principales puertos, hemos rechazado y perseguido a su Ejército invasor y hemos tomado posesión militar de las provincias mexicanas de Nuevo México, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y las Californias, territorio más extenso de lo que abarcaban originalmente los trece Estados de la Unión, habitado por una población considerable y en su mayor parte alejada más de mil millas de los puntos donde habíamos tenido que reclutar nuestras fuerzas y comenzar nuestros movimientos.

Gracias al bloqueo, el comercio de importación y de exportación del enemigo ha quedado cortado. El pueblo americano puede estar muy orgulloso de la energía y del valor de nuestros soldados y oficiales regulares y voluntarios. Los acontecimientos de estos cuantos meses proporcionan una prueba satisfactoria de que nuestra patria, en cualquier emergencia, puede confiar para el mantenimiento de su honor y para la defensa de sus derechos, en una fuerza efectiva lista en cualquier tiempo para cambiar voluntariamente las comodidades del hogar por los peligros y privaciones del campo, y aunque esa fuerza pueda considerarse por el momento costosa, a la larga es económica, puesto que la habilidad para mantenerla aleja la necesidad de crear un gran ejército permanente en tiempo de paz, y prueba que nuestro pueblo ama sus instituciones y está siempre listo para defenderlas y protegerlas.

Mientras la guerra iba en camino de una vigorosa y afortunada prosecución, estando yo deseoso de detener sus males, y considerando que después de las brillantes victorias de nuestras armas de 8 y 9 de Mayo último, el honor nacional no podía verse comprometido por este paso, se hizo otro ofrecimiento a México por instrucciones mías el 27 de Julio último para terminar las hostilidades por medio de una paz justa y honorable para ambos países.

El 31 de Agosto siguiente, el Gobierno Mexicano rehusó aceptar esta insinuación amistosa y dejó su decisión a cargo del Congreso Mexicano que debería reunirse en principios del presente mes. Remito al Congreso con el presente una copia de la carta del Secretario de Estado proponiendo volver a abrir negociaciones, de la contestación del Gobierno Mexicano, y de la respuesta del Secretario de Estado. (19).

La guerra se continuará con vigor como el mejor medio de conseguir la paz. Se espera que la decisión del Congreso Mexicano a quien fue turnada nuestra última proposición dé por resultado una paz rápida y honrosa. Con la experiencia que tenemos sin embargo de la conducta irracional de las autoridades mexicanas, es prudente no aflojar en la energía de nuestras operaciones militares hasta que pueda conocerse el resultado. Con este fin se considera importante mantener la posesión militar de todas las provincias que han sido tomadas hasta que se concluya y se ratifique por los dos países un Tratado definitivo de paz.

La guerra no se ha hecho con propósito de conquista, pero habiendo sido comenzada por México, se ha llevado a territorio enemigo y se proseguirá vigorosamente allí con objeto de obtener una paz honrosa, y conseguir por lo tanto una amplia indemnización de los gastos de la guerra, así como para nuestros ciudadanos, que mucho han sufrido y que tienen grandes reclamaciones pecuniarias contra México.

Conforme al Derecho Internacional un país conquistado está sujeto a que lo gobierne el conquistador durante su ocupación militar y hasta que haya un Tratado de Paz o se retire voluntariamente el ocupante. Quedando necesariamente desplazado el antiguo gobierno civil, es un derecho y un deber del conquistador asegurar lo conquistado, y proveer al mantenimiento del orden civil y de los derechos de los habitantes. Este derecho ha sido ejercitado y este deber cumplido por nuestros comandantes militares y navales por medio del establecimiento de gobiernos temporales en algunas de las provincias conquistadas de México, asimilándolos hasta donde eso es práctico, a las libres instituciones de nuestro país. En las provincias de Nuevo México y de las Californias, muy poca resistencia es de temerse de parte de sus habitantes al gobierno temporal que se ha establecido por la necesidad del caso y de acuerdo con las leyes de la guerra. Puede ser conveniente atender a la seguridad de estas importantes conquistas haciendo una provisión adecuada de dinero con el propósito de erigir fortificaciones y de sufragar los gastos necesariamente incidentales al mantenimiento de nuestra posesión y de nuestra autoridad. (20)

Ya para terminar vuestro último período de sesiones, por motivos que comuniqué al Congreso, creí importante como medida para obtener una paz rápida con México que se autorizara y se pusiera en poder del Ejecutivo una suma de dinero a semejanza de lo que se había hecho en dos ocasiones anteriores durante la administración del Presidente Jefferson.

El 26 de Febrero de 1803 se autorizó el gasto de dos millones de dólares que se pusieron a disposición del Presidente. El objeto es bien conocido. Se pensaba en aquel tiempo adquirir la Luisiana, de Francia, y había el propósito de aplicar ese dinero como parte del pago que tuviera que hacerse por ese territorio. En 13 de Febrero de 1806 la misma suma se autorizó de un modo semejante con objeto de comprar a España Las Floridas. Estas autorizaciones se hicieron para facilitar las negociaciones y como medio de poner al Presidente en aptitud de cumplir los importantes propósitos que tenía en perspectiva. Aunque no llegó a ser necesario que el Presidente usara de esas autorizaciones, sin embargo habría podido surgir un estado de cosas en el cual hubiera sido altamente importante para él utilizarlas, y la conveniencia de conceder las autorizaciones no puede ponerse en duda. Se cree que la medida recomendada en vuestro último período de sesiones obtenga la aprobación de una franca mayoría en ambas Cámaras del Congreso. A la verdad, bajo diferentes formas, fue aprobado en cada Cámara un proyecto de ley dando la autorización de los dos millones y es muy de sentirse que no se haya llegado a convertir en ley. Las razones que me indujeron a recomendar la medida en aquella época, subsisten todavía, y nuevamente someto el punto a vuestra consideración y recomiendo la importancia de que se obre rápidamente en el asunto. Si la autorización se otorga y no se necesita, el dinero quedará en la Tesorería; si se cree conveniente disponer de él en todo o en parte, se dará cuenta de lo gastado como de cualquier otro gasto público.

Inmediatamente después de que el Congreso hubo reconocido la existencia de la guerra con México, mi intención se encaminó al peligro de que pudieran armarse corsarios en los puertos de Cuba y Puerto Rico para pillar el comercio de los Estados Unidos, y llamé especialmente la atención del Gobierno Español sobre el artículo 14 de nuestro Tratado con esa potencia de fecha 27 de Octubre de 1795, conforme al cual los ciudadanos y súbditos de una y otra nación que aceptaran comisiones o patentes de corso para operar como corsarios contra el otro, "serían castigados como piratas".

Tengo el placer de informar a ustedes que he recibido seguridades del Gobierno Español de que este artículo del Tratado será fielmente cumplido por su parte. Para este efecto se transmitieron inmediatamente órdenes de aquel Gobierno a las autoridades de Cuba y Puerto Rico para que ejercieran extrema vigilancia a fin de prevenir cualesquiera intentos de armar corsarios en aquellas islas contra los Estados Unidos. Dada la buena fe de España estoy plenamente satisfecho de que este Tratado será cumplido tanto en su espíritu como en su letra, mientras que los Estados Unidos, por su parte, cumplirán fielmente con todas las obligaciones que a ellos les impone.

Se han recibido recientemente informes en el Departamento de Estado de que el Gobierno Mexicano ha enviado a La Habana patentes de corso en blanco y certificados de naturalización en blanco firmados por el General Salas, actual jefe del Gobierno Mexicano. Hay también motivos para temer que documentos semejantes se hayan remitido a otras partes del Mundo. Con el presente se acompañan copias de esos documentos traducidos.

Como los requisitos que se requieren por la costumbre de las naciones civilizadas para comisionar corsarios y reglamentar su conducta no parece que se hayan observado, y como las patentes están en blanco para llenarse con los nombres de ciudadanos y súbditos de todas las naciones que estén dispuestos a comprarlas, el procedimiento en su conjunto sólo puede interpretarse como una invitación a todos los piratas de la tierra que estén dispuestos a pagar por el privilegio de emprender cruzadas contra el comercio americano.

A nuestros tribunales de justicia tocará decidir si en semejantes circunstancias estas patentes mexicanas de corso y represalias protegerán contra las penas de la piratería a quienes las acepten, cometiendo piraterías en alta mar bajo su autoridad.

Si los certificados de naturalización así expedidos tienen por objeto escudar a los súbditos españoles contra la responsabilidad y el castigo de los piratas conforme a nuestro Tratado con España, seguramente que resultarán inútiles. Semejante subterfugio no sería más que una maniobra ineficaz para burlar las disposiciones de un Tratado solemne.

Recomiendo al Congreso que provea inmediatamente por medio de una ley a la expedición de patentes de corso y represalias contra los barcos que lleven bandera mexicana. Es verdad que hay muy pocos barcos mercantes de México en alta mar, y por consiguiente, no es probable que se apresten corsarios americanos en caso de que una ley conceda autorización para hacer esta clase de guerra. Sin embargo, es seguro que tales corsarios prestarían buenos servicios a los intereses comerciales del país, recapturando nuestros barcos mercantes, si alguno hubiere sido apresado por barcos que naveguen con bandera mexicana, y capturando los barcos corsarios mismos. Se procurará valerse de todos los medios adecuados para la protección de nuestro comercio.

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(Siguen aquí otras partes del Mensaje relativas a problemas exteriores e interiores de los Estados Unidos, ajenas a la cuestión mexicana.)

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Transmito a ustedes el informe del Secretario de la Marina que contiene una opinión satisfactoria sobre las operaciones del Departamento a su cargo durante el año pasado. Es satisfactorio percibir que mientras la guerra con México ha hecho necesario emplear un número inusitado de nuestros barcos armados en sus costas, la protección que se debe a nuestro comercio en los otros ámbitos del mundo no ha resultado insuficiente. No se escatimarán medios de dar eficiencia al servicio naval en la prosecución de la guerra; y me siento feliz al saber que los oficiales y los hombres desean empeñosamente consagrarse al servicio de su país en cualquier empresa por difícil que sea en su ejecución.

Recomiendo a vuestra favorable consideración la proposición de agregar a cada una de nuestras escuadras en el extranjero, un barco de vapor en buenas condiciones y como cosa que demanda especial atención, el establecimiento en Panzacola de los medios necesarios para reparar y reacondicionar los barcos de la Marina que deben emplearse en el Golfo de México.

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Con plena confianza en la sabiduría y patriotismo de vuestras deliberaciones, considero de mi deber, como es mi más profundo deseo, cooperar con vosotros en todos los esfuerzos constitucionales para promover el bienestar y sostener el honor de nuestra patria común.

James K. Polk

 

Traducción y notas de Luis Cabrera.

1. Esta parte del mensaje fue escrita con la mira principal de refutar la poderosa corriente de opinión pública americana adversa a la guerra con México, por lo cual es de considerarse como el documento más importante en defensa de la política del Gobierno de Polk con respecto a México.

2. Partiendo de esta premisa. absurda, no es de sorprender que todas las conclusiones resulten falsas. Tejas nunca fue parte de la Luisiana.

3. El tratado de 1819 no era una cesión de Estados Unidos a Nueva España, sino la determinación de los límites entre la Luisiana, que habla sido de Francia y la parte del territorio que siempre habla sido de España.

4. En teoría solamente.

5. La causa de la emigración americana hacia Tejas no estuvo en la atracción de las leyes mexicanas, sino en el empuje expansionista

6. Una de las enmiendas "de carácter manifiestamente razonable" que proponía el Gobierno de los Estados Unidos era suprimir toda referencia a las reclamaciones que el Gobierno y los ciudadanos de México tuvieron contra los Estados Unidos, dejando solamente como materia del Convenio las reclamaciones de los Estados Unidos contra México.

7. Vuelve a insistirse en el absurdo de que Tejas era parte de la Luisiana y de que el Tratado de la Florida tuvo por objeto ceder a EE. UU. una parte de la Luisiana.

8. Las meras pretensiones o puntos de vista de los negociadores americanos se aducen aquí como prueba de que la frontera de la Luisiana llegaba hasta el Río Bravo, y se invoca la autoridad de los estadistas americanos para demostrar el punto de vista de! mismo Gobierno Americano.

9. En aquella época no estaba resuelta la cuestión de límites entre los Estados Unidos y Nueva España; pero en 1819 quedó fijado el Río Sabinas como límite oriental de Nueva España sin que se hubiera hablado para nada del Río Bravo.

10. México nunca llegó a reconocer la independencia de Tejas, sino que había "prometido" reconocerla, si al mismo tiempo Tejas se comprometía a no anexarse a ninguna potencia extranjera. Esto no se hizo por medio de un Tratado, sino que se mencionó en las negociaciones extra-oficiales que se llevaron a cabo entre México y Tejas por conducto del Ministro de Francia

11. La población de la marquen izquierda del Río Bravo era exclusivamente mexicana.

12. Como prueba de que la ocasión de la guerra fue la ocupación de la margen izquierda del Bravo, véanse, en el Apéndice "E": el Manifiesto del General Mejía, Doc. N• 4; la comunicación del Prefecto Cárdenas, Doc. N• 5; el acta de la entrevista Worth-de la Vega, Doc. N• 8, Y la comunicación del General Ampudia al General Taylor para que se retirara del territorio comprendido entre el Bravo y el Nueces, Doc. N' 11.

13. Del mismo modo el Gobierno Americano ordenó en 1914 al Almirante Fletcher .que bombardeara Veracruz, y en 1916 al Gral. Pershing que invadiera Chihuahua, considerando al pueblo mexicano como amigo. Eran unas invasiones amistosas. _

14. La nota mexicana de Marzo 12 de 1846 está concebida en términos señaladamente corteses. La palabra "insultantemente" que usa el Presidente es reveladora del tono empleado para justificar sus actos ante el Congreso.

15. Véase esta nota en el Apéndice "A", Doc. N 3.

16. Apéndice "A", Doc. N• 4.

17. La verdadera causa para rechazar al señor Slidell era que estando rotas las relaciones entre los dos países, el Enviado Americano traía el carácter de Ministro Plenipotenciario residente en México, lo cual equivaldría a que se reanudaran las relaciones diplomáticas con Estados Unidos desde luego, sin un previo arreglo de las dificultades existentes, y esto habría hecho aparecer que México prescindía de sus justas causas de agravio. En este punto el Gobierno Americano no tenía razón, supuesto que el acuerdo había versado sobre el envío de un Comisionado Especial para tratar de las dificultades existentes entre México y Estados Unidos. México sin embargo, en vez de aclarar el punto y recibir a Slidell con su carácter de Enviado Especial, se valió de esa sutileza para rehusarse a recibir al Ministro. De todas maneras era un hecho que Herrera no habría podido resolver nada.

18. Véanse estas notas en el Apéndice "1", Docs. Nos. I, 2 Y 3.

19. Véanse estas notas en el Apéndice "1", Docs. Nos. I, 2 Y 3.

20. Obsérvese que Polk no chista una palabra respecto a la incorporación de California y Nuevo México a Estados Unidos, con carácter de Territorios, de lo cual ya estaba enterado. Véase el Apéndice "H", Docs. 16 y 26.

 

 

Fuente: Messages and Papers of the Presidents.