Diciembre 6 de 1843
Tengo a bien hacer alusión a determinados oficios enviados por nuestro ministro acreditado en México, así como a notas intercambiadas entre el enviado de esa república y el secretario de Estado. No debe considerarse extraordinario que el gobierno de México, en previsión de un debate público (que, según infirió de publicaciones periodísticas, sería probable que se llevara a cabo en el Congreso respecto a la anexión de Texas a los Estados Unidos), haya anticipado ya el resultado de dicho debate hasta el punto de anunciar que esta determinado a vincular dicha decisión con una declaración formal de guerra contra los Estados Unidos. Si con ello se tiene la intención de evitar que el Congreso presente el referido asunto como tema adecuado para deliberar serenamente y tomar una decisión final, el Ejecutivo no tiene motivos para poner en duda que la misma no tendrá en absoluto el fin que se propone. Los representantes de un pueblo valiente y patriótico no tendrán aprensión alguna respecto a consecuencias eventuales para turbarlos en el curso de las deliberaciones que se han propuesto, como tampoco el Poder Ejecutivo dejará, por la causa que fuera, de cumplir con todos sus deberes para con el país. Desde la batalla de San Jacinto, la guerra que durante tanto tiempo han librado México y Texas ha consistido, en su mayor parte, en incursiones predatorias que, si bien han causado mucho sufrimiento a la población y han mantenido la frontera de los dos países en un estado de alarma permanente, no han llevado a ningún resultado definitivo. México no ha pertrechado ningún armamento imponente por tierra o por mar para el sometimiento de Texas. Han transcurrido ocho años desde que Texas declaró su independencia de México y, durante ese lapso, ha sido reconocida como potencia soberana por muchos de los principales estados civilizados. Sin embargo, México insiste en sus planes de reconquista y se niega a reconocer su independencia. En una ocasión, las incursiones predatorias a las que he hecho alusión se tradujeron en la irrupción en un tribunal de justicia en donde fueron secuestrados los jueces, el jurado y los funcionarios del tribunal; todos fueron arrastrados a la fuerza, como ciudadanos no armados y, por ende, no combatientes, a un cruel y opresivo cautiverio, y el crimen quedó impune e irreprobada la inmoralidad. Un estado de guerra en una frontera debe ser siempre depreciado, y respecto a la guerra que han librado durante tantos años estos dos estados, la humanidad ha tenido gran causa para lamentarse. Tampoco debe deplorarse tal estado de cosas simplemente por el sufrimiento de las personas afectadas. Los efectos son mucho más amplios. EI Creador del Universo ha dado al hombre la tierra para habitarla y sus frutos para su subsistencia. Por tanto, quienquiera que haga de ella, o de cualquier parte de la misma, un escenario de desolación, afecta injuriosamente su heredad y puede considerarse como una calamidad general. Las guerras son necesarias en determinadas ocasiones, pero el interés común de todas las naciones es llevarlas prontamente a una conclusión. Los Estados Unidos tienen un interés inmediato en que se ponga fin al estado de hostilidades que existe entre México y Texas. Son nuestros vecinos del mismo continente, con los que no sólo deseamos cultivar relaciones de amistad, sino también el más amplio intercambio comercial, y poner en práctica todos los ritos de una buena y hospitalaria vecindad. En esta cuestión están implicados nuestros intereses, habida cuenta de que, por neutral que sea nuestra política, no podemos esperar librarnos de los efectos de un ánimo receloso por parte de ambas potencias. Tampoco puede permanecer este gobierno indiferente al hecho de que, como es de suponer, una guerra como la que libran estas dos naciones debilitará a ambas potencias y, al final, las sujetará -sobre todo a la más débil- a la interferencia de naciones más fuertes y poderosas, las cuales, con la única intención de hacer prevalecer sus propios y peculiares propósitos, tarde o temprano intentaran obligarlas al acatamiento de sus términos, con la condición de que su interposición vaya igualmente en perjuicio de la nación que los acata y sean lesivos para los intereses de los Estados Unidos. No debe esperarse que nosotros permitamos dicha interferencia en perjuicio nuestro. Considerando que Texas está separada de los Estados Unidos por un mero lindero geográfico; que, a juicio de la mayoría, hasta un periodo reciente su territorio constituía una porción del territorio de los Estados Unidos; que es homogénea en su población y metas con los estados adyacentes; que hace contribuciones al comercio del mundo con los mismos artículos que éstos, y que la mayoría de sus habitantes han sido ciudadanos de los Estados Unidos, hablan el mismo idioma y viven conforme a instituciones políticas similares a las nuestras, este gobierno está obligado, en atención a nuestros intereses así como a sentimientos de simpatía, a velar por que sea dejada en libertad para actuar, especialmente respecto a sus asuntos internos, sin verse sometida por la fuerza ni limitada por la política u opiniones de otros países. Teniendo plenamente en cuenta todas estas consideraciones, el Ejecutivo no ha dudado en expresar al gobierno de México de que manera tan profunda desaprueba la continuación de la guerra y cuan ansiosamente desea ser testigo de su conclusión. No me es difícil considerar que compete a los Estados Unidos, como la más antigua de las repúblicas americanas, dirigirse a México en términos nada ambiguos respecto a este tema. Ya es tiempo de que cese esta guerra. Debe haber un limite para todas las guerras, y si el estado matriz, tras ocho años de lucha, no ha podido someter a una parte de sus súbditos que se mantienen firmes en su rebelión contra él, y que no sólo se han proclamado independientes sino que han sido reconocidos como tales por otras potencias, no deberá esperarse que otras naciones contemplen como sí nada ocurriera, en patente perjuicio de ellas, la prolongación de las hostilidades. Nuestros Estados Unidos se desprendieron de su dependencia colonial y establecieron gobiernos independientes, y la Gran Bretaña, después de consumir sus energías en un intento por someterlos durante un lapso menor que aquel en el que México ha intentado subyugar a Texas, tuvo la sabiduría y la justicia de aceptar su independencia, reconociendo con ello las obligaciones que le competían como parte de la familia de las naciones. De ninguna manera perjudicará a México imitar un ejemplo establecido por una de las naciones más altivas y poderosas de la tierra. En consecuencia, sí bien el Ejecutivo deploraría cualquier enfrentamiento con México o cualquier alteración de las relaciones de amistad que existen entre nuestros dos países, no puede permitir que ese gobierno controle su política hacia Texas, cualquiera que ésta sea, sino que tratarán a esta última --como al reconocer su independencia los Estados Unidos hace ya tiempo declararon que lo harían- como totalmente independiente de México. Las elevadas obligaciones del deber público pueden imponer a las autoridades constituidas de los Estados Unidos una política que el curso en el que insiste México habrá contribuido principalmente a producir y, en tal contingencia, el Ejecutivo pondrá toda su confianza en el patriotismo del pueblo para apoyar al gobierno en su curso de acción.
En fecha reciente, el gobierno mexicano ha adoptado medidas de naturaleza inusual, destinadas en gran parte a afectar el comercio de otras naciones con México y a aplicarse en forma lesiva para los Estados Unidos. Mediante decreto del 23 de septiembre, contando a partir de los seis meses siguientes a su fecha de promulgación, ningún extranjero podrá llevar a cabo actividades de venta al menudeo de bien alguno dentro de los límites de México. Nuestro ministro ha elevado la debida protesta al respecto.
El comercio llevado a cabo por nuestros ciudadanos hasta el presente con Santa Fe, en el que ya se ha invertido mucho capital y que cada día va cobrando mayor importancia, ha sido intempestivamente detenido por un decreto de virtual prohibición promulgado por el gobierno mexicano. Cualquiera que haya sido el derecho que asista a México para prohibir toda actividad comercial a ciudadanos o sujetos de potencias extranjeras, este último procedimiento, para decir lo menos, reviste un aspecto de rudeza y enemistad.
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