26 de Octubre de 1842
¡Conciudadanos! Cuando la República caminaba presurosamente á su ruina y se había perdido hasta la esperanza, el último consuelo de las naciones, de alcanzar un remedio para los males tan graves y complicados que sufrimos en un período lamentable de cinco años, concebí la necesidad de apelar á la revolución, después de haber meditado detenidamente, si otro recurso menos peligroso podía ofrecerse en semejante conflicto, y después también, de haberme resistido á las excitaciones que frecuentemente se me hacían, para que condujese á la combatida nave del Estado á puerto de salvación. Yo os confieso que vacilé, tanto por la memoria de los extravíos y desastres que han acompañado inseparablemente á nuestras revoluciones, como porque mi adhesión y apego á la vida doméstica y al retiro de los negocios públicos se habían aumentado y fortificado todas las veces que honrado por la confianza de la Nación había regido temporalmente sus destinos. Pudo más, sin embargo, la aproximación que parecía inevitable, de la agonía de mi patria; y en verdad, únicamente por asistirla en su pena, que se acercaba al postrer despecho, me resolví á capitanear al pueblo en el esfuerzo, que era una intención universal para cambiar la suerte ominosa de los mexicanos
En efecto, yo formé el plan, dirigí la empresa y consumé el designio de romper las ataduras que impedían á la Nación el uso libre y expedito de sus derechos. Colocado al frente del Ejército, marché rodeado y seguido del pueblo hasta la capital de la República, donde se oponía una débil é ineficaz resistencia al voto público; y conforme á sus inspiraciones, redacté y firmé con los más distinguidos de nuestros Generales, esas bases que han hecho memorable á la villa de Tacubaya, porque en ella tuvo cuna nuestra apetecida generación social. Los mezquinos envidiosos de las glorias de un Ejército que las ha identificado con las de su patria, no podrán negarse á confesar, que apenas se encontrará en los anales de la milicia un ejemplo más caracterizado de civismo, porque sin pensar en otros intereses que no fueran los de la Nación, se salvaron sus derechos y prerrogativas, dejándose entrever una era de libertad y de ventura, que cubría el Ejército con su impenetrable escudo.
En cumplimiento de las mismas bases, me confió el Consejo de los Representantes de los Departamentos, su Gobierno provisional, y lo acepté, porque en tan expuesta crisis era necesario una fuerza grande de ánimo, para dominar las circunstancias; porque anuladas todas las instituciones, la anarqúía era un peligro próximo y muy temible; y, en fin, porque siendo necesario un poder omnímodo, en el que se encomendara del propósito de regenerar á la República, yo me sentía con todo el valor indispensable para no abusar de facultades que tantas veces han sido el escollo de los hombres más distinguidos de que hace mención la historia, y cuya reputación ha naufragado, porque no acertaron á resistir las seductoras y halagüeñas tentaciones de una ambición desconcertada y excesiva.
Mi constante, mi más pronunciado anhelo ha sido mantener ilesos los principios fundamentales. de una sociedad libre y morigerada, y dejar que el pueblo usase á un tiempo de sus derechos y de su propia experiencia al arreglar definitivamente su suerte futura. Y que he procurado rodear á mi Gobierno de todos los hijos de la patria sin excluirá hombres ni opiniones, y me he afanado para que desapareciese el, espíritu de secta y el de intolerancia, para que no se desechara más que al crimen, de la intervención en los negocios, estimulando así á todos los talentos, aprovechando todas las virtudes, y confundiendo, por el interés común, los miserables de las facciones, de los partidos y de las personas. Yo me lisonjeo con el orgullo que inspira el amor de una patria tan noble, de que estas buenas intenciones han sido secundadas y lealmente correspondidas por todos los mexicanos generosos que pueden presentar al mundo civilizado, una época de revolución sin desorden, de cambios sin desgracias, y de triunfo para los principios populares, sin la sangre y sin las lágrimas que ellos han costado á tantos otros pueblos del globo.
Así me ha sido fácil reorganizar todos los ramos de la Administración, sin más sacrificios que los absolutamente necesarios, sin arrancar á la sociedad de su estado normal para conducirla á los precipicios por la senda del progreso, templando así las ideas exaltadas de algunos, moderando y llevando al bien ambiciones nacientes y fijando la atención en cuestiones de importancia nacional, para que la bandera del pueblo fuera la misma que alzaron con tanta gloria los héroes y los mártires de la independencia.
Como mis hechos se encuentran á la vista de la Nación y también los resultados de mis fatigas, ella habrá de juzgarme, y aplicará á mis errores la indulgencia que merece la fragilidad humana, cuando la intención es pura y no se ha perdonado medio para buscar el acierto. Considerando que más se han debido á la docilidad y cooperación de mis conciudadanos las ventajas y mejoras durante mi administración, que al celo y eficacia que he empleado por mi parte, podré mencionar, sin la tentación de la vanidad, que el aspecto de la República ha cambiado enteramente: que ella ha vencido y se ha hecho respetar en los campos de Texas, que profana una vil usurpación: que la insignia nacional se ha llevado por seis mil valientes á que sirva en Yucatán de punto de reunión: que ella ha vuelto á dominar en el seno mexicano, ahuyentado á la bandera de la única estrella, de la vista de nuestros puertos, antes frecuentemente insultados: que una fuerza imponente defiende el departamento de Californias de asechanzas y codicias: que Soconusco pertenece ya á la Nación por un designio irrevocable. El Ejército ha crecido en número, mejorando su instrucción y adelanto en disciplina; y se prepara á una nueva campaña, en la que la victoria y la justicia seguirán á nuestros estandartes. Unas rentas se han creado, se han metodizado otras, y no es mucho lo que resta para contar con un sistema de hacienda que suministre recursos suficientes para vigorizar nuestro poder y sostener nuestra dignidad. Una crisis monetaria heredamos de la anterior administración, y sin embargo de que ellas son siempre funestas, pasó casi inapercibida sin gravámenes que parecían inevitables, y cuyas ventajas el comercio y el crédito de la Nación están disfrutando. Al comercio he aplicado una atención constante, ensanchando su esfera, protegiendo todos los giros, y suavizando los impuestos, que más favorecían al contrabando que al tesoro público. He defendido á la industria de los ataques arteros de que ha sido blanco, y he visto que el espíritu de asociación se desarrolla bajo el amparo del Gobierno, tan empeñado en crear una riqueza propia, que nos separe de la influencia extranjera. He franqueado los campos de la patria al hombre activo y laborioso, que aspira, viniendo de otras tierras, á fecundar las nuestras con su sudor tan provechoso. La minería y la agricultura recibieron el impulso que en breve tiempo era dado conseguir, y dejo preparándose trabajos cuyos frutos serán tan pingües como seguros. Mas no me propongo enumerar los que han podido cosecharse hasta.aquí, y me refiero al examen y calificación de mis compatriotas.
Cuanto ha sido posible, he evitado querellas con las naciones amigas.; he procurado con lealtad y. franqueza ganar para mi patria su amistad y sus simpatías, y vivo satisfecho de que no he renunciado un sólo derecho ni una sola injusticia. Colocado México en una situación independiente y con elementos poderosos para el comercio, le bastará continuar adherido á los principios que distinguen á los pueblos civilizados, para conservar su apreciable benevolencia.
Mas lo que me ha complacido sobre toda expresión, es haber visto congregados á los representantes del pueblo para dictarle leyes fundamentales. Yo espero que la Providencia les inspire sentimientos tan patrióticos como el motivo que los ha reunido; y que meditando cuanto bien se espera de sus luces y cuanto mal se teme de sus aberraciones, se preparen á fijar prudentemente la suerte de la Nación, de la que son el mejor y más sólido apoyo. Ahora me complazco en la paz que se disfruta y en la unión que tantos progresos ha hecho en el corazón de los buenos mexicanos. ¡ Permita Dios que sea eterna!
En tales circunstancias, el estado de mi salud exige y el patriotismo no me prohibe que busque otra vez ese retiro de tantos prestigios, para un hombre á quien ha abrumado la Nación con tantas recompensas y con tantos honores. Me sucede en el mando el ilustre General Bravo, patriarca de la Independencia, y uno de esos hombres que han logrado conservarse sin mancha en una larga carrera, empleada sin intermisión en el servicio de la Patria. Ella es dueña de mi vida; y si en cualquier tiempo aun fueren necesarios mis débiles esfuerzos para sostener su gloria, yo volaré á donde el deber y el peligro me llamen, porque á confianza tan ilimitada, solamente puede corresponderse con una consagración entera y absoluta. Permitidme, conciudadanos, que os repita lo que dijo el inmortal Wáshington en caso semejante, que: confiando en estoy en todo, en la bondad de mi patria, animado del ardiente amor, tan natural á un hombre que ve en este suelo el lugar de su cuna y el de sus antepasados por muchas generaciones, me retiro, y llevo la lisonjera esperanza de encontrar en mi soledad el dulce placer de vivir como mis demás compatriotas, bajo el benigno influjo de las buenas leyes de un gobierno libre: este ha sido siempre el objeto favorito de mi corazón; y espero que sea el justo premio de vuestros afanes, trabajos y peligros.
*(Con este titulo fué publicado el presente manifiesto, en hojas sueltas y periódicos de la época)
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