Este libro no encierra sólo un interés de vulgarización histórica. El autor se propone conseguir con el que la Juventud Hispanoamericana conozca en toda su verdad objetiva la lucha de razas que se libra en América. Los norteamericanos es criben su historia. ¿Por qué no hemos de tener la nuestra? Ninguno de los historiadores que solicitan el sufragio de la crítica competente seria digno de dirigirse a un público hispanoamericano, si sólo contase con recursos sentimentales para deslindar el terreno de sus investigaciones contra la pretensión absorbente de los escritores angloamericanos. Ellos desfiguran la realidad para conformarla según su antojo dentro de las apariencias de la misión benévola que se arrogan, mil veces acepta da por nuestra cobardía. ¿Y por qué se habían de abstener de ser mendaces? Ellos hablan y persuaden, mientras nosotros callamos o les hacemos eco. Recientemente se publicaban en los libros de uno de los más flamantes directores de la opinión cubana, D. Jesús Castellanos, estas palabras:
«Cae Ugarte en la cita injusta del despojo de territorios a Méjico. Como que es la única vez que la gran nación se ha enriquecido a costa de suelo políticamente ajeno, es caso frecuente que de ello se hable cuando de imperialismo yanqui se trata.
¿Pero quién no sabe que en aquel tiempo no eran los Estados Unidos sino una pobre nación de 17.000.000 de habitantes, sin propósitos algunos de expansión, puesto que apenas podían gobernar el propio territorio, y que la guerra fue una obra imprevista, a la que en junto no se pudo mandar más que 6.000 hombres con Taylor y 12.000 con Scott? Y la misma guerra, ¿no fue provocada por los mejicanos? ¿No fueron éstos los que se empeñaron en rescatar a Tejas a sangre y fuego, después que ésta se hizo libre por la voluntad de la mayoría de sus habitantes, de raza anglosajona, y de que su independencia fue reconocida por varias naciones europeas? En cuanto a la suerte de California y Nuevo Méjico, también se reconoce hoy que no fue obra de invasión su cambio de bandera, puesto que poco tuvo que hacer allí el general Kearney, sino acción directa de los numerosos settlements americanos que allí había y que componían casi toda su población. Y no hay más datos históricos» (1).
D. Jesús Castellanos habla así porque aprendió la historia de los Estados Unidos en los libros de los Estados Unidos. Y no sólo, sino que la aprendió en los libros que quieren propagar los Estados Unidos: los de su impostura. Hay escritores norteamericanos que no hablan como Castellanos, pues conocen la verdad y se atreven a decirla; pero nosotros nos empeñamos en no leer sino los libros de la propaganda imperialista.
Mientras seamos incapaces de llevar a cada aldea una antorcha, como decía el gran romántico, la verdad histórica se quedará en los archivos, y triunfarán las falsedades, porque los Estados Unidos tienen una fuerza que realiza prodigios: su oro, y otra fuerza de igual potencia: su hipocre sía. Lo más odioso en ellos no es el poder militar. Y no es eso lo odioso, porque la violencia reviste siempre un aspecto de belleza heroica. Lo infame es la sonrisa fraternal que asoma a sus labios cuando han golpeado con la bota; la santurronería cuando roban; la expresión evangélica cuando corrompen. De ahí la necesidad de un libro, o más bien, de muchos libros, no de uno, que inviten al «quitamiento de caretas» y provoquen debates.
Para que la sinceridad sea completa, el autor no les finge alas de ángeles a los habitantes de los países mutilados. Todo lo contrario: cree que la verdad, para que sea fecunda, tiene que presentarse íntegra y no conocer fronteras. Faltaría a este punto esencial de su programa, y de todo programa educativo, si callara lo que hizo la corrupción mejicana para facilitar los avances de la raza expansiva. ¿Servirá la lección? Es imposible decirlo. En todo caso, la verdad es una cosa buena, y debe investigarse, y debe comprobarse, aunque resulte perjudicial para los que tienen fines ajenos a ella misma.
Si se quiere comprender toda la importancia americana de la cuestión de Tejas, basta reflexionar un poco y ver que Tejas es sólo un episodio, y que Jackson, el héroe de la cuestión de Tejas, es sólo uno de tantos personajes que en una larga serie de acontecimientos y en una larga lista de hombres, realizan el destino manifiesto, es decir, un hecho que se está desarrollando a nuestra vista. Después de Tejas, vienen California y Nuevo Méjico; a continuación, Cuba y Puerto Rico; en tercer lugar, Panamá. Y Nicaragua no será, la última. La acompaña Santo Domingo. Y otras repúblicas la seguirán. Hay tela para mucha historia.
Entretanto, los norteamericanos siguen hablando de amistad, y los hispanoamericanos siguen hablando de su propia independencia, como si la soberanía de los pueblos pudiera ser un don gracioso que les otorgara el extranjero. Todo esto debe registrarse y discutirse, presentándolo sin tergiversaciones ante la conciencia pura de la juventud.
Nota:
(1) Academia Nacional de Artes y Letras. (Colección Póstuma de las Obras de Jesús Castellanos; académico de número.)— I. Los Optimistas.—Habana.—Avisador Comercial.— 30 ,Amargura, 1915.»
Se trata de una publicación oficial, y las imposturas yanquis, acogidas por el autor con tanto entusiasmo, no son rectificadas por los ilustrados académicos encargados de la revisión, signo de conformidad o de indiferencia.
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