Marzo 26 de 1831
Señor Don Lucas Alamán,
Muy señor mío de toda mi atención:
En el Registro Oficial del día 14 de este mes, me lleva de encuentro sin saber porqué, tachando mis servicios a la patria de heroísmo romancesco, y dando a entender muy claramente que mi decisión por ella, sólo fue efecto del amor. Esta impostura la he desmentido ya otra vez y la persona que la inventó se desdijo públicamente de ella y no creo que usted lo haya ignorado; mas por si se le hubiese olvidado, remito a usted un ejemplar de vindicación que en aquel tiempo se imprimió, en donde se hallan reunidos varios documentos que son intachables y que desmienten tal impostura.
No imagine usted que el empeño que he tenido en patentizar al público que los servicios que hice a la patria no tuvieron más objeto que el verla libre de su antiguo yugo, lleva la mira de granjearme el título y lauro de heroína. No. Mi amor propio no me ha cegado nunca hasta el extremo de creer que unos servicios tan comunes y cortos como los míos puedan merecer elogios gloriosos que están reservados para las acciones grandes y extraordinarias.
Mi objeto en querer desmentir la impostura de que mi patriotismo tuvo por origen el amor, no es otro que el muy justo de que mi memoria no pase a mis nietos con la fea nota de haber sido yo una atronada que abandoné mi casa por seguir a un amante. Me parece inútil detenerme a probar lo contrario, pues además de que en mi vindicación hay suficientes pruebas, todo México supo que mi fuga fue de una prisión y que ésta no la originó el amor, sino el haberme apresado a un correo que mandaba yo a los antiguos patriotas. En la correspondencia interceptada, no apareció ninguna carta amatoria, y el mismo empeño que tuvo el gobierno español para que yo descubriera a los individuos que escribían con nombres fingidos, prueba bastantemente que mi prisión se originó por un servicio que presté a mi patria. Si usted cree que el amor fue el móvil de mis acciones, ¿qué conexión pudo haber tenido éste con la firmeza que manifesté, ocultando, como debía, los nombres de los individuos que escribían por mi conducto, siendo así que ninguno de ellos era mi amante?
Confiese usted, señor Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la gloria y la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños, antes bien, suelen obrar en ellas con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres, sea cual fuere la causa por quien los hacen, son más desinteresados y parece que no buscan más recompensa de ellas, más que la de que sean aceptados.
Si Madame de Stael atribuye algunas acciones de patriotismo de las mujeres a la pasión amorosa, esto no probará jamás que sean incapaces de ser patriotas, cuando el amor no las estimula a que lo sean.
Por lo que a mi toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas y en este punto he obrado siempre con total independencia, y sin atender a las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy entupidas y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres.
Aseguro a usted, señor Alamán, que me es sumamente sensible que un paisano mío, como lo es usted, se empeñe en que aparezca manchada la reputación de una compatriota suya, que fue la única mexicana acomodada que tomó una parte activa en la emancipación de la patria.
En todas las naciones del mundo ha sido apreciado el patriotismo de las mujeres, ¿por qué mis paisanos, aunque no lo sean todos, han querido ridiculizarlo como si fuera un sentimiento impropio en ellas? ¿Qué tiene de extraño ni ridículo el que una mujer ame a su patria y le preste los servicios que pueda, para que a éstos se les dé por burla el título de heroísmo romancesco?
Si ha obrado con injusticia atribuyendo mi decisión por la patria a la pasión del amor, no ha sido menor la de creer que traté de sacar ventaja de la nación en recibir fincas por mi capital.
Debe usted estar entendido, señor Alamán, que pedí fincas, porque el Congreso Constituyente, a virtud de una solicitud mía para que se quitara al Consulado de Veracruz toda intervención en el peaje porque no pagaba réditos, contestó que el dinero del peaje lo tomaba el gobierno para cubrir algunas urgencias y que yo podía pedir otra cosa con que indemnizarme porque en mucho no podrían arreglarse los pagos de réditos.
¿Qué otra caso que no fueran fincas podía yo haber pedido?
¿O cree usted que hubiera sido justo que yo careciera enteramente de mi dinero al mismo tiempo que tal vez servia para pagar sueldos a los que habían sido enemigos de la patria?
Las fincas de que se cree que saqué tantas ventajas, no había habido quien las quisiese comprar con la rebaja de una tercera parte de su valor, y yo las tomé por el todo. La casa en que vivo tenía los más de los techos apolillados y me costó mucho repararla. De todas las fincas, incluyendo en ellas el capital que reconocía la hacienda de Ocotepec, que también se me adjudicó, sólo sacaba la nación al año 1,500 pesos, pues que como usted ve, es el rédito de 30,000 pesos, y con eso se me pagaron 112,000.
Si usted reputa esto por una gran ventaja, no la reputó por tal aquel Congreso, que confesó que mi propuesta había sido ventajosa para la nación.
Me parece que no he desvanecido bastantemente las calumnias del Registro. Espero que mis razones convenzan a usted, y que mande insertar esta carta en el referido periódico, para que yo quede vindicada y usted me dará una prueba de ser justo e imparcial; lo que además le merecerá una eterna gratitud de su atenta y segura servidora.
María Leona Vicario
Fuente: García Genaro. Leona Vicario. Heroína Insurgente. Edición facsimilar de 1910. Toluca, 1980.
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