El 21 de agosto de 1823, llegaron a mis manos los poderes que me confería el gobierno de México, para poder ajustar el empréstito de que he estado encargado. Convencíme desde luego de lo difícil que por una parte se presentaba aquella ocasión, para llevar a cabo con algún éxito negociaciones de esta especie, y de lo importante que era por otra, guardar el puesto correspondiente al decoro y a la utilidad de la nación en cuyo beneficio iba yo a obrar.
El crédito de la nación mexicana iba a comparecer por primera vez en Europa, y a sufrir la pena del primer recibimiento en esta plaza de Londres, emporio del mundo mercantil, y tribunal supremo de operaciones financieras. Era, pues, muy esencial presentarme en ella con la dignidad necesaria, para asegurar desde luego a mi patria el puesto a que debía aspirar en el concepto de los demás pueblos. Por lo mismo me prefijé las siguientes bases, decidido a no concluir nada fuera de ninguna de ellas.
Primera. —Contratar el empréstito con una de las casas de primer orden en esta plaza de Londres.
Segunda. —Vender el préstamo a la casa prestamista a precio condicional, pero bajo la obligación de que los tomadores respondiesen en todo evento del precio estipulado en la contrata, según se había hecho en los empréstitos negociados para Francia, Austria, Prusia, Rusia, Dinamarca, Nápoles y la España constitucional.
Tercera. —Fijar el interés de modo que no excediese del 5 por 100, como también lo habían conseguido estas mismas naciones.
La adopción de estas bases que miré como imprescindibles, estableció una diferencia muy notable a favor de México respecto de los préstamos que ya habían contraído Colombia, Chile, y Perú, pues estas tres repúblicas los negociaron con casas, o no de las más conocidas, o no de las más reputadas por sus capitales:
D. Pedro de José de Echeverría...
Subteniente, D. Manuel Falcón. |
PAISANOS |
Id., D. Manuel Guemez. |
D. Francisco Antonio Narvaez. |
Sargento, José Guridi. |
D. Mariano Perezcano. |
Id., Leandro López. |
D. Francisco Barrios, |
Id., Francisco Flores. |
D. Julián Díaz. |
Cabo, Blas Magos. |
D. José Infanzón. |
Id., Manuel Avila. |
D. Ramón Renedo. |
De "El Sol" núm. 116 del 8 de octubre de 1823. |
los vendieron al común del público por medio de una comisión de contratantes, quienes de nada quedaban responsables: y las tomaron al interés de 6 por 100, y no de 5 por 100 como las naciones del continente europeo.
La primera casa con quien me insinué para el ajuste fue la de Mr. N. M. Rothschild, y por de pronto se negó a entrar en ninguna proposición. Acudí a la de Baring Brothers, y dijeron que ya los empréstitos estaban en desuso. Lo propuse sucesivamente a las casas de Haldimand e hijos, Mr. James Campbell y compañía, Sir J. Lubbock y compañía y Reid Irving y compañía, y ví que estos formidables capitalistas tomaban como a desaire el que se les hiciesen propuestas para semejantes especulaciones. Ninguno de ellos podía figurarse todavía que la España había de sucumbir en la lucha constitucional hasta el punto de ser ocupada militarmente como un país de conquista, después de perder todas sus libertades. Todos temían la mano poderosa de la Santa Alianza, empeñada en sostener la dominación colonial de Fernando por el principio de la legitimidad; y tan penetrados estaban de esta idea, que no les hacía fuerza la de que México no necesitaba más que de dinero para efectuar su revolución y cimentar la independencia, que tanto deseaban ellos mismos ¡ Cuán lejos estaban entonces de creer posible que a la vuelta de dos años, la fuerza de las circunstancias había de hacer dar a la Inglaterra el paso avanzado, y muy anticipado a sus propios planes, de prepararse por medio de comunicaciones oficiales, el reconocimiento de la independencia de México, Colombia y Buenos-Aires! Además, todos me oponían unánimemente la reflexión, de que hasta entonces ninguna casa respetable había entrado en este género de negociaciones con los pueblos de América, y que no podían menos de retraerse al ver que la república de Colombia no quería ratificar el préstamo ajustado por Zea.
A falta de grandes y respetables capitalistas con quienes tratar de este negocio, abundaban los aventureros y especuladores de mera industria, a quienes jamás quise dar oídos, tanto por no separarme de la primera de las tres bases, que desde el principio me propuse, cuanto porque cualesquiera que fuesen las proposiciones que esta clase de gente pudiera hacerme, ni ellos perdían nada en no cumplirlas, ni a mí me podían dar garantías para el resultado.
En medio de estas dificultades, tuve por fin la fortuna de inducir a una de las casas más respetables de Londres, a entrar en conferencias para el ajuste del préstamo que me encargaba mi gobierno, y los Sres. B. A. Goldschmidt y compañía, se allanaron a ajustarlo conmigo, en términos que el día 10 de octubre quedaron asentadas las condiciones y formado el convenio. Pero habiendo llegado de improviso desde París las infaustas noticias que fueron precursoras de las que poco después confirmaron la catástrofe de España, produjeron una baja considerable en todos los fondos, y la casa de B. A. Goldschmidt y compañía, se retrajo de firmar la contrata que había quedado ajustada conmigo. La no interrumpida repetición de noticias a cual más tristes de la península; la anulación que, como de todo lo demás actuado bajo el gobierno constitucional, acababa de hacer Fernando de los empréstitos de las cortes; la casi coincidente negativa de Colombia a reconocer el préstamo de Zea, y el general descrédito que tan extraordinarios sucesos causaban con los nuevos gobiernos de América, daban fundamento a la repulsa general con que todo especulador de alguna jerarquía respondía: "¿Quién puede confiar va sobre negociaciones hechas con gobiernos "nuevos?". —Agregábanse a esto las glosas con que los periódicos de Londres y París presentaban los préstamos hechos en México con Staples, de 5 millones de pesos; y con Richards, de 20 millones de pesos; a muy pocos meses después de haber enviado el gobierno los poderes para ajustar el de 8 millones, y todos se encogían de hombros, preguntándose: —"¿Cómo, por qué y sobre qué, contraía el naciente Estado de México aquel golpe de obligaciones tan cuantiosas, "tan inconexas y tan próximas unas de otras. ". Todas estas circunstancias, bastante por sí sola cada una de ellas para inspirar temores al más determinado emprendedor, influyeron de consuno en la casa de B. A. Goldschimidt y compañía, y es forzoso confesar que los justificaron en su repugnancia a firmar la contrata. Por lo que hube de ceder al imperio de los acaecimientos, y resignarme a aguardar espiando el momento más favorable para acabar lo que ya tenía tan próximo a la conclusión.
Es preciso haberse hallado entonces en Europa, y tener alguna noción de la diferencia que hay en las grandes plazas de comercio entre los meros aventureros y los capitalistas respetables, para formarse una idea de la depresión a que bajó en la opinión pública el crédito de los nuevos gobiernos de América. A la falta de ideas sobre esto, puede suplir un ejemplo material, que es el de la casa de Barclay, Herring, Richardson y compañía. Ellos suspendieron la ratificación del préstamo que hizo en México el astuto, el perspicaz y atrevido Richards, quien supo grangearse la estimación y confianza del gobierno, sin tener, no sólo poderes de sus principales Barclay, Herring y compañía, pero ni aun órdenes ni instrucciones para tratar sobre materia alguna con el gobierno de México. Barclay, Herring y compañía, era una casa recién establecida, sin capital reconocido, y a pesar de que el préstamo del arrojado Richards brindaba, y por decirlo así, les metía en casa una fortuna de las mayores que se han conocido en especulaciones de esta especie, pues en nada menos consistía que en seis millones de pesos, no se atrevieron a ratificar la contrata, porque veían muy oscuro el horizonte, y muy aventurada la suerte de los empréstitos para América.
Los seis millones de pesos que la operación de Richards facilitaba a sus principales, resultaban del cálculo siguiente:
El gobierno se obligaba a amortizar los 20 millones de pesos, a un millón cada año al par, es decir, millón nominal por millón efectivo 20. 000, 000
Utilidad a para los prestamistas, pesos... 4. 000, 000
Es de añadir a esto la comisión de 10 por 100 para los mismos prestamistas sobre 14 millones de pesos efectivos, a los cuales, al respecto de 70 por 100, quedan reducidos los 20 millones de pesos, lo que produce una comisión de pesos 1. 400, 000.
Por esta demostración puede también venirse en conocimiento del espíritu de imparcialidad que anima a los que tachan de gravoso el préstamo ajustado por mí. ¿Qué diferencia no hay entre éste y el de los 20 millones de pesos de Richards, y aun del de £ 3. 200, 000 de Manning y Marshall? En éste se da una comisión de 6 por 100 a Barclay, Herring y compañía, que importa £ 172, 000, o sea pesos fuertes 860, 000, sin contar las comisiones de amortización y pago de intereses y la del movimiento del dinero en caja: todo esto sin dar ninguna garantía los prestamistas, y sin más trabajo ni riesgo de parte de ellos, que anunciar por medio de los periódicos que la casa Barclay, Herring y compañía, tenía la comisión de vender un préstamo de £ 3. 200, 000 por cuenta del gobierno de México y que se quedaría con él quien hiciese mejor postura para el 7 de febrero de 1825. Si llegó a venderse al precio de 86 ¾ este fué un efecto del asombroso cambio de circunstancias; pues ya en aquella época se veía la tranquilidad del todo restablecida en la república de México: la absoluta impotencia de España contra el nuevo orden de cosas en ella: la declaración de Inglaterra a favor de los nuevos Estados hecha a ciencia y paciencia de las grandes potencias europeas; y por último, se había visto también la ratificación del préstamo de Zea por la república de Colombia. Permítaseme ahora recordar los críticos momentos en que ajusté yo el préstamo de £ 3. 200, 000 bajo el mismo precio y comisión a que la Francia hizo el suyo después de la caída del imperio. Compárese esta rica potencia bajo un gobierno sólidamente organizado en su administración, y decididamente sostenido en cuanto a su existencia política por la resolución unánime y solemne de todos los gabinetes europeos, con el naciente Estado mexicano a fines de 1823 y principios de 1824, apenas vuelto en sí de la convulsión que sufriera para sacudir el yugo de la España, ocupado a la vez en constituirse, en crear su propio modo de existir, y en refrenar los esfuerzos con que todavía amenazaban los enemigos de sus libertades, declarándose muchos de ellos por la reentronización de Iturbide.
Mientras que en fuerza de las circunstancias que van indicadas, tenía yo que sufrir con harto dolor el que se demorase el ajuste definitivo del préstamo que tenía arreglado, llegó de Veracruz a Portsmouth el 15 de noviembre de 1823, la fragata de S. M. B. Phaeton, y el lunes inmediato 17 se recibió en Londres la correspondencia que traía. El Dr. Mackie, que había venido en dicha fragata, me entregó el mismo día los despachos de mi gobierno, los cuales consistían en el nombramiento que el supremo poder ejecutivo hacía en mi persona de agente diplomático en la corte de Londres, con instrucciones para continuar la negociación que había entablado en Jalapa el general Guadalupe Victoria, nombrado al efecto por parte del supremo poder ejecutivo de México, y el Dr. Mackie por parte del gobierno de S. M. B. Entre estos despachos venían también para mí un oficio del general Guadalupe Victoria, relativo a la negociación y una carta reservada.
El Dr. Mackie, después de haberme hablado largamente de la misión que venía de desempeñar en México, de sus conferencias con el general Guadalupe Victoria; del empeño que había tenido D. José Mariano Michelena, de que se le nombrase enviado de la república en Londres, me preguntó Pintes de despedirse, en qué estado tenía el empréstito que me había encargado mi gobierno. Le contesté la disposición en que se hallaba este negocio al tenor de lo que dejo ya referido. —"Siendo así", repuso él, "pido a usted desde ahora para cuando se verifique, unas £ 100, 000 para un amigo mío". —Respondíle que, llegado el caso de firmarse la contrata acordada, no podría yo tener arbitrio de disponer de ella por haber vendido el empréstito a la casa prestamista. Insistió Mackie en que yo lo solicitase con eficacia pues no dudaba que lo conseguiría, y yo no tuve reparo en prometerle esta especie de empeño, porque me pareció que en mi calidad de agente diplomático cerca de esta corte, no podía menos de acceder al deseo que me manifestaba un sujeto que venía de tener conferencias con el gobierno de México en nombre del de S. M. B.
Despidióse de mí, anunciándole yo que iba a comunicar a Mr. Canning mi nuevo nombramiento de agente diplomático por el gobierno de la república de México, y con efecto, el mismo día 17 lo verifiqué en los términos que se ven por el documento número 1.
En consecuencia de los poderes e instrucciones que tenía de mi gobierno para tratar, no sólo con el gabinete británico, sino también con todos los demás de Europa, escribí en 19 de Noviembre al duque de San Carlos, embajador entonces de España en París, anunciándole el nombramiento que el gobierno de México acababa de hacer en mí, y proponiéndole bajo los auspicios de nuestra amistad personal y del deseo que tenía mi nación de poner término a los males que por ambas partes se sufrían, que lo avisase a su corte, moviéndola a que entrase en una negociación. Nunca he tenida contestación alguna a este oficio.
El día 21 recibí una nota de Mr. Planta, sub-secretario de Estado en el despacho de negocios extranjeros, citándome a una conferencia para el día 24 (número 2). Fuí puntual a la cita, y habiendo enviado, según costumbre, mi tarjeta desde el coche a Mr. Planta, fuí introducido al salón donde suelen aguardar los ministros plenipotenciarios a que los llame Mr. Canning o Mr. Planta, quien en ausencia de aquél hace sus veces. Llamado por Mr. Planta, le entregué mis credenciales. El recibimiento que tuve de él fué atento y urbano, pero muy compasado en los límites de una diplomacia grave y reservada.
No por eso dejó de hacerme muchas preguntas de México, y por último me dijo que su gobierno había enviado allá comisionados, cuya llegada esperaba se sabría en Febrero siguiente; y aunque no en términos explícitos, me dió también a entender que hasta entonces nada habría que hacer de un modo positivo. El mismo día 24 me avisó el Dr. Mackie, que Mr. Charles Rivington Broughton, sujeto por cuya mano se dirigían en el ministerio del exterior todos los negocios reservados, me citaba para una conferencia para el día 25 en el mismo despacho de relaciones extranjeras. Hízome el Dr. Mackie la pintura más halagüeña del carácter de Mr. Broughton. Me repitió que él era el conductor de todos los negocios reservados pendientes en las cortes de Europa; y añadió que, por sus grandes conocimientos y ascendrada probidad, era mirado en el ministerio como una especie de oráculo, y que lo que más apreciaba era que usasen de toda franqueza las personas que trataban con él. Con estos informes comencé yo a fomentar las más lisonjeras esperanzas a favor del resultado de mi misión.
El día 25 fuí en efecto presentado por el Dr. Mackie a Mr. Broughton en el sitio aplazado. Quedamos ios dos solos, y tuvimos una conferencia de dos horas y media, de la que dí cuenta en 6 de Diciembre a los ministros de relaciones y de hacienda (números 3 y 4; ). En los días inmediatos, el 25 y 26, las conferencias con el mismo Mr. Broughton en la misma oficina, fueron casi diarias, y era tal la franqueza que mostraba conmigo, que no se detenía en abrir delante de mí la correspondencia reservada de los países extranjeros.
Tanto el Dr. Mackie, que apenas dejaba de ir dos veces al día a verme a mi casa posada, como Mr. Broughton, que también me visitó en ella muchas veces, me lisonjeaban contestes, ya juntos, ya cada uno de ellos por separado, asegurándome que no tardaría en tener una conferencia con Mr. Canning: que el gobierno de S. M. B. estaba decidido por la felicidad de México; y el Dr. Mackie me decía con énfasis de misteriosa reserva: "que el gobierno inglés estaba ya resuelto a reconocer dentro de muy breves días la independencia de México, sin incluir en esta determinación a ningún otro de los nuevos Estados americanos". En todas estas conferencias, el Dr. Mackie reproducía muy a menudo la especie de que México tenía extrema necesidad de armas, especialmente de fusiles. Me decía también, que era muy sensible el que yo hubiese abierto la negociación del empréstito con la casa de B. A. Golschmidt y compañía: y como cabalmente eran por aquellos días las grandes dificultades para firmar y llevar a efecto el convenio ajustado, solíale yo preguntar si el gobierno inglés podría auxiliar al de México con fondos, y él respondía siempre: que a su parecer no tendría en ello inconveniente; pero no de un modo manifiesto, sino indirecto: que el mismo Mackie me presentaría un hombre de grandes recursos, así para facilitar préstamos, como para comprar armas y demás necesario al servicio de México: y tanto Mackie como Broughton me aseguraron que este sujeto era agente del gobierno para muchas cosas que se ofrecían de abastos de armas, añadiéndome Mackie, que el mismo acababa de proveer a la escuadra inglesa de todos los fusiles que necesitaba.
Con efecto Mr. Broughton y el Dr. Mackie me presentaron a George Harward, quien desde luego se ofreció a facilitarme los recursos pecuniarios que yo necesitase para el servicio del gobierno mexicano. Pedíie entonces planes de sus ofrecimientos, para examinarlos; me los prometió, y a breves días me remitió los que se leen bajo números 5 y 8.
De día en día era más expresiva la amistad que me manifestaban Mr. Broughton y el Dr. Mackie. El primero me convidó varias veces a comer en su casa de campo, y los dos a una voz me arrullaban constantemente con grandes esperanzas de ser llamado a una conferencia con Mr. Canning, y del próximo reconocimiento de la independencia de mi patria. En uno de aquellos días, 14 de diciembre de 1823, fué cuando el Dr. Mackie me escribió la carta número 9. Aunque los dos me habían asegurado repetidas veces que Mr. Harward era hombre de un capital inmenso, todavía me presentaron a Mr. Thissleton, socio de la casa de banco de los Sres. Cockburn y compañía, con el objeto de ampliar más los medios de realizar préstamos para México. Según la relación del Dr. Mackie, era ésta una casa recién establecida en Londres bajo la protección de varios miembros del gobierno, como que el jefe de ella, Sr. George Cockburn, es hermano de Sir Charles Cockburn, uno de los lores del Almirantazgo. También me aseguró Mackie, que Sir Roberto Peel, padre del ministro del interior, había puesto en ese banco £ 300, 000, y que Mr. Canning y la mayor parte de los jefes del gobierno, tenían en él sus fortunas: que sólo el caudal de Sir Roberto Peel bastaba para suministrar a México cuantas sumas de dinero pudiese necesitar. Bajo tan bella perspectiva me pusieron en relaciones con Mr. Thissleton, quien de acuerdo con Mr. Harward, había de proporcionar recursos pecuniarios para México.
Circunvenido con tantos prestigios de tan seductora apariencia, ¿cómo podía yo no creer que me hallaba conexionado con agentes del gobierno Británico? ¿Habría dejado cualquier otro hombre en mi lugar de concebir muy fundadas esperanzas de socorrer pronta y ampliamente a mi patria? Yo confieso de buena fe que entré en esta persuación, y aun me atrevo a decir que, para no entrar en ella, o para recelar malicia de parte de los que me la inspiraban, es necesario tener un carácter que en ningún caso quisiera yo cambiar por el de la honradez de que blasono. Corté, pues, toda comunicación con la casa de B. A. Goldschmidt y compañía, y entonces fué cuando escribí a los ministros de relaciones y de hacienda en 29 de Diciembre de 1823 los oficios número 10 y 11, diciéndoles quedaba examinando el plan de recursos que me habían presentado agentes del gobierno británico. No debía yo reparar en participar esta persuación a mi gobierno, a pesar de habérseme exigido por los cuatro sujetos que me la habían inspirado, la mayor reserva en estos asuntos. Luego se verá cómo se convirtió contra mí este cumplimiento en uno de mis principales deberes.
No bien fijé la atención en las ofertas y planes de realizar las que se me presentaron para auxiliar a mi gobierno, principié a sentir el primer asomo de desconfianza, no con respecto a la buena fe de los sujetos con quienes trataba, sino por la poca inteligencia y práctica que me parecía hallar en ellos para manejar negocios de esta naturaleza. Me confirmé en este concepto, y habiéndoles manifestado mi resolución de no acceder a los planes propuestos, se adelantaron a decir que ellos tomarían el préstamo bajo las mismas bases que la casa de Golschmidt y compañía. Convine en ello, pero bajo mi invariable condición de que saliese garante una casa comercial de primer orden para el cumplimiento de la contrata, pues no podía menos de expresarles que no encontraba en ellos el tino práctico que se requiere para la ejecución de operaciones tan importantes. Así tenía yo que dorar mi repulsa a unos hombres a quienes no podía menos de mirar y contemplar en lo posible como agentes del gobierno británico, de cuya buena armonía iban a resultar tan grandes ventajas para mi patria. Ofrecieron ellos presentar la firma mercantil según mis deseos; pero sentaron entonces la condición que antes habían insinuado varias veces, de que pusiese yo la mía en un convenio provisional; a lo cual me negué en aquella ocasión, como lo hice siempre que me lo indicaron antes. Mr. Thissleton me citó en primero de Enero a su casa para presentarme a su socio Sir George Cockburn, y tratar con él del préstamo. El día que se verificó la reunión, estuvo también en ella Mr. Harward, y a los tres reunidos les confirmé lo que por separado les había dicho sobre mi acquiescencia a que tomasen ellos el préstamo, saliendo garante de él una firma respetable de esta plaza. Habiéndome ellos manifestado que la casa que había de salir garante estaba ya de acuerdo, no me detuve en preguntar el nombre; diéronme el de Mr. William Ward, y respondí que me parecía muy bien.
Dos días después fuí citado a la casa de los mismos banqueros por Mr. Thissleton y Mr. Harward, para conferenciar con Mr. Willam Ward, y arreglar definitivamente el préstamo. Presentéme el primero a la cita a las nueve de la mañana; a la media hora compareció Mr. Thissleton, y a los tres cuartos se recibió recado de Mr. Harward, excusándose de acceder, porque se hallaba indispuesto. Al mismo tiempo entró un hombre desconocido para mí; pregunté con extrañeza quién era, y habiéndome respondido Mr. Thissleton que un corredor, no pude menos de manifestarle mi sorpresa, y aun disgusto, por esta novedad de recibir en nuestra junta a un extraño, sin haberme prevenido sobre ello. Llegó en esto Mr. Ward, a quien Mr. Thissleton expuso el motivo de no hallarse allí Mr. Harward, y que el objeto de la conferencia era tratar de un empréstito al gobierno de México, de quien era yo agente, autorizado con plenos poderes. Tomó entonces Mr. Ward los que yo le presenté, diciéndome: —"El tiempo es bastante crítico para empréstitos, especialmente para América, cuyo crédito se perjudica por no haber Colombia ratificado el de "Zea". --En aquel momento entró en mí el rayo de luz que me hizo conocer cómo me habían engañado aquellos hombres, rodeándome de todas las apariencias más propias para fascinarme, y sacando un infame partido del grado de dependencia en que estaban del gobierno británico: dependencia que ni es del caso ni de mi objeto el explicar más de lo que ella misma se explica por la sencillez de esta relación. Me levanté diciendo a Mr. Thissleton que protestaba contra todo lo que había hecho conmigo, y que se lo dijese a Mr. Harward. Al salir de la sala, dijo Mr. Ward que venía de trabajar en el asunto; yo nada respondí a esto, porque nada había tratado con él. Luego que llegué a mi casa escribí a Mr. Harward, quejándome de la intención del corredor; declarándole que daba por nulo cuanto se hubiese tratado entre él y Mr. Thissleton por mediación de Mr. Broughton y el Dr. Mackie: intimándole que cortase toda comunicación conmigo, y exigiéndole que me enviase inmediatamente los poderes que Mr. Ward había llevado, habiéndose explicado éste en términos que me hicieron ver claramente, que por primera vez se le comunicaba en mi presencia el asunto de empréstito.
Pronto se difundió entre los comerciantes la noticia de la conferencia, porque Mr. Ward fué a proponer el préstamo a la casa de Haldimand e hijos, y no sé a qué otras más. Yo por mi parte me desentendí, como era natural, de comunicar con Goldschmidt y compañía todo el tiempo que tuve pendiente las negociaciones con los agentes del gobierno inglés; pero en el conflicto a que éstos me habían reducido, fuí aquella misma mañana a verme con B. A. Goldschmidt y compañía, y los hallé ya sabedores de las conferencias en casa de Cockburn y compañía. Felizmente había ya entonces en el comercio algún aliento más para empresas, y aproveché aquel momento para renovar la negociación pendiente con ellos. Cerciorados de viva voz por Ward y Haldimand de que éstos no pensaban en contratar el préstamo lo cual también a mí me constaba por otros conductos, pude conducir el negocio hasta el punto de lograr que por la casa de B. A. Goldschmidt y compañía, y por mí, firmase un convenio provisional el día 12 de Enero de 1824.
Escarmentado yo con el desenlace que hubo en la última conferencia habida en la casa de Cockburn y compañía, ya me negué a tratar más de préstamo con los tales agentes del gobierno. Les manifesté con enérgica franqueza lo convencido que me hallaba de la falsedad de cuanto se me había hecho creer por medio del Dr. Mackie acerca de las circunstancias de Mr. Harward y de la casa de Cockburn y compañía. Y después que ellos quedaron bien persuadidos de que yo había reconocido mi engaño, principiaron a combinar una guerra sorda para obligarme a indemnizar a Dr. Harward el tiempo que había perdido. Yo por mi parte cuidé de tomar los debidos informes contra ellos, y así vine a palpar con evidencia que todas las esperanzas y promesas de que se habían valido se reducían a un tejido de embustes y de intrigas para hacer de mí una presa de sus sórdidas miras. Entonces ví que el tal Mr. Harward era un cualquiera, sin conexión alguna con el gobierno, y que, como nada tenía que perder, había servido de testaferrea en los planes de Mr. Broughton y del Sr. Dr. Mackie. Así se comprueba por el contexto de las cartas del segundo, números 12 a 21. Ellos, no obstante, sostuvieron hasta el último extremo su plan de arrancarme dinero; y creyendo que me harían la forzosa, retuvo Harward los poderes que yo entregué a Mr. Ward el día de mi desengaño en casa de Cockburn y compañía. Insté yo por buenas para que se me devolviesen antes de exigirlos judicialmente, y después de muchos altercados muy desagradables me escribieron el Dr. Mackie y Mr. Broughton la carta núm. 22, a la que contesté con la del núm. 23. Este resultado se debió a mis amenazas contra todos ellos de dirigir a Mr. Canning una exposición bien circunstanciada de. todo lo que había ocurrido, lo cual evitaron, restituyéndome los poderes que tenían por copia triplicada, pues los principales estaban en manos de B. A. Goldschmidt y compañía.
Como los primeros que me tomaron por blanco de sus embustes y planes interesados eran indudablemente hombres dependientes del gobierno británico en puntos que podían ser de gran trascendencia para mi patria, me hallaba yo en la embarazosa posición de tener que hacerles conocer que sabía mantener mi decoro, y por otra parte, de reservarme algún medio de no enagenarlos enteramente de mi comunicación. Considerando esto, tomé el arbitrio de no cerrar la puerta a una reconciliación que ellos mismos procuraban, siempre por sus miras particulares. Los Sres. B. A. Goldschmidt y compañía, al tiempo de poner el préstamo en el mercado, me preguntaron si me interesaba por algunos sujetos que hubiesen solicitado scrip o bonos por mi mano. Les respondí que ninguno; pero les insinué parecerme conveniente que diesen scrip a los mismos hombres de quienes acababa de recibir tan amargos desengaños. Entonces la casa prestamista les avisó que les escribiesen pidiéndoselos (según se acostumbra en esta clase de negocios en esta plaza) y les cedieron los siguientes:
A Mr. Broughton |
£ |
12, 500 |
Al Dr. Mackie |
|
12, 500 |
A Sir George Cockburn |
|
8, 000 |
A Mr. Thissleton |
|
6, 000 |
|
£ |
39, 000 |
Como Broughton y Mackie tenían que hacer callar al aventurero Harward, que se había prestado a ser el instrumento de sus intrigas para conmigo, me decían que para cortar la pendencia (tal era la expresión favorita del Dr. Mackie), me instaban a que interviniese con la casa de Goldschmidt y compañía, a fin de que les cediese scrip por el importe de £ 100, 000. Respondíles yo: que habiendo hecho un contrato con los prestamistas, no parecía regular el que yo les hiciese proposiciones que estando fuera de los límites de lo estipulado, pudiesen tener visos de degradarme, o exponerme tal vez a un desaire; y que más bien eran ellos los que podían solicitarlo directamente de los prestamistas. Por último resultado, éstos no quisieron dar scrip alguno a Mr. Harward, a quien los mismos Broughton y Dr. Mackie, si se ha de creer el contenido de la carta núm. 22, dieron £ 1, 600 en metálico, tal vez para acallarle y cumplirle una pequeña parte de las esperanzas que sin duda le hicieron concebir, contando con que saliese bien la estafa meditada contra mí.
Es de advertir en este lugar, para conocer qué variedad de medios habían adoptado para sonsacarme dinero, que Mackie y Broughton, antes de presentarme a Harward, me decían, fundándose en los datos que presentaba el primero, que México se hallaba en una suma necesidad de fusiles, y que el mismo Mackie había ofrecido al general Guadalupe Victoria enviarle 20, 000. A todo esto respondía yo: que mi gobierno no me pedía fusiles, ni ninguna otra arma: pero que supuesto fuese cierto lo que se me decía, no me opondría a que los enviase el mismo Mackie que los había ofrecido. Entonces fué cuando los dos me presentaron a Mr. Harward bajo el concepto y calificación que ya he referido, y los tres unidos me dijeron que iban a enviar inmediatamente 20, 000 fusiles a México; pero que antes era necesario les firmase yo un pagaré del importe a nueve meses o un año. Esta pretensión fué también repelida por mí abiertamente; en cuya vista, y de que se habían frustrado los bellos planes de hacienda para México, y las demás tentativas de sonsacarme dinero, me escribió Harward las cartas núm. 24 y 26, a las que respondí con los núm. 25 y 27. Con mis contestaciones a Harward pareció por algún tiempo que habían tenido término los lances con los agentes del gobierno inglés, y dí una idea de lo hasta entonces ocurrido al ministro de relaciones para su conocimiento, en mi oficio de 29 de Enero, cuya copia acompaño bajo el núm. 28. Pero aun me restaba que sufrir por este mismo conducto, aunque con personas y por motivos de distinta naturaleza.
El 16 de Mayo me hallé con una nota de Mr. Huskisson, presidente de la junta de comercio de Inglaterra, reducida a pedirme una conferencia para el día siguiente en su despacho. Fuí a la hora señalada, y me recibieron el mismo Mr. Huskisson y Mr. Planta. El primero me presentó copia en español del oficio que con fecha 6 de Diciembre de 1823 escribí al ministro de hacienda, diciéndole que este gobierno me había indicado un plan de hacienda. Mr. Huskisson quiso sin duda sobrecogerme, diciéndome le aseguraban que yo me había valido de su nombre en mis comunicaciones con el gobierno de México. Al ver la copia literal de mi citado oficio, fué indecible mi sorpresa, que no alcanzaba a concebir por qué especie de indiscreción, de infidelidad o de tropelía podían haber llegado copias de mi correspondencia ministerial con mi gobierno, a manos de agentes de otro gobierno extranjero. Revestíme, no obstante, de la debida entereza; negué a Mr. Huskisson del modo más formal, el que yo hubiese tomado su nombre para nada en ninguna de mis comunicaciones y para explicar completamente el sentido de mi oficio, referí sin reserva ni miramiento, la serie de enredos e imposturas con que habían intentado circunvenirme, y hasta cierto punto me habían deslumbrado, Broughton, el Dr. Mackie, y Harward. Hecha esta explicación con el acento de la verdad con que la he referido con estas apuntaciones y con el tono de la noble indignación que se renueva en todo hombre recto al recordar iniquidades de que ha sido víctima, no pudo menos de cambiar el suyo Mr. Huskisson, y llegó a mostrárseme afectuoso y amable, en términos que al despedirse se adelantó él mismo a abrirme la puerta para que saliese, demostración que jamás la he visto en Inglaterra.
La última comunicación que tuve con los agentes ingleses que tanto me habían molestado, fué el 16 de Julio de 1824, día en que recibí una carta del procurador del Dr. Mackie pidiéndome las £ 1, 500 que decía haber pagado a Harward, e intimándome que de no entregarlas, le señalase el nombre de mi procurador (núm. 29). Este le contestó que tenía instrucciones mías para defenderme en juicio contra la demanda de las £ 1, 500, (núm. 30) y hoy es el día en que la amenaza del Dr. Mackie no ha tenido más progreso.
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