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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1824 Programa. Objeto, plan y distribución del estudio de la historia. Lecciones de Historia. Constantin François de Chassebœf, Conde de Volney – Lorenzo de Zavala.

1791, 1824, 1827.

 

"Lorenzo de Zavala, a los 36 años y 4 días de su vida, comienza a traducir las un tanto raras Leçons d'histoire de un ilustrado francés de segunda fila: el conde de Volney.
Hay que suponer que durante el primer viaje de Zavala a Europa (1820-1822) cayó en sus manos el poco conocido librito de Volney, Lecciones de historia, publicado en París el año III, en el que se recogen las pláticas o sesiones sostenidas por el autor en el anfiteatro del Jardín de Plantas y aprobadas por las autoridades escolares de la Escuela Normal. El subtítulo de estas lecciones corresponde íntegramente al que estampó Zavala a la cabeza de la traducción: Programa, Objeto, Plan, etcétera. Nosotros no hemos podido consultar aún la primera edición original francesa; pero sí hemos consultado en la Biblioteca Nacional un pequeño volumen, cuarto menor, con la traducción al español de las lecciones de Volney, en cuya portada se lee lo siguiente: Lecciones de historia pronunciadas en la Escuela Normal, por M. Volney, Par de Francia, autor de Las ruinas, etcétera, París, Imprenta de David, 1827 (catalogación: 904, v. i).
El nombre del mediano traductor permanece en la sombra; pero del cotejo cuidadoso de su texto con el de Zavala se deduce en seguida que se trata de la misma obra; mas la traducción de Zavala nos parece mejor que la del anónimo traductor, y escribimos "nos parece", porque sólo la comparación minuciosa de ambas traducciones con el texto original francés podría determinar con justicia el caso. En cierto modo el traductor (Zavala) recrea el texto, lo lima de toda excrecencia deísta, lo mexicaniza en más de una ejemplificación y lo hace nuestro en cuanto a los objetivos que con ello perseguía en 1824. […] las ideas de Volney traducidas por Zavala dejaron en éste una profunda huella. En efecto a lo largo del Ensayo histórico puede comprobarse la influencia o raíces volneynianas; sobre todo en el Viaje a los Estados Unidos. Zavala dejó, sin traducir gran parte de la sesión sexta, cosa de cuarenta páginas, en las cuales Volney toca algunos nuevos tópicos históricos. Estudia, por ejemplo, los diversos grupos lingüísticos europeo asiáticos, o indoeuropeos como decimos ahora; realiza una crítica acerba contra las guerras; analiza críticamente la situación económica, política, racial y cultural de su tiempo y, sobre todo como buen ilustrado, toma parte activa en la polémica típica de su época y se declara partidario en todos los aspectos de los modernos a costa de los antiguos, esto es, de los clásicos. Esta añeja controversia es recogida por Zavala y va a servirle para nutrir su conciencia histórica liberal. Claro está que en el yucateco el litigio no es ya exactamente el mismo, sino el de la decidida preferencia por los modernos hombres norteamericanos (en todo superiores, según él) y su desdén para los "escombros góticos" o antiguos (contemporáneos): españoles y europeos e hispanoamericanos. [...]." [*]

Tomo Primero

 

ADVERTENCIA DEL AUTOR

 

Las lecciones que tengo el honor de ofrecer al público son las mismas que obtuvieron su aprobación el año III en la escuela normal; y aunque he tenido deseos de corregirlas y aun darlas mayor extensión para que fuesen mas dignas de su atención, he tropezado en el escollo de que un nuevo retoque quitaba al original primitivo el mérito de un primer trabajo improvisado en cierto modo. Además en nuestras circunstancias debe preferirse la utilidad de la sociedad a la gloria personal, y ciertamente en la materia en cuestión, la utilidad es mucho mayor de lo que a primera vista aparece. Así es, que desde que fijé en ella mis ideas a medida que he ido analizando la influencia que ejerce diariamente la historia sobre las acciones y opinión de los hombres, he hallado nuevos motivos de convicción de que es una de sus causas principales de sus preocupaciones y errores.

En efecto, casi todas las opiniones religiosas nacen de ella, y aunque por no ofender al orgullo de una secta en particular las supongamos todas por un momento libres de errores, es no obstante evidente que cuando la religión es falsa, lo son igualmente la multitud de acciones y juicios que dependen de ella, y se arruinan a un mismo tiempo. De la historia derivan también la mayor parte de las máximas y principios políticos que sirven de guía a los gobiernos, y que los trastornan o consolidan, siendo bien fácil concebir la extensa esfera de actos civiles y opiniones que abraza este segundo móvil. Finalmente, los hechos que oímos referir diariamente, y que en realidad son parte de la historia, llegan a ser la causa mas o menos inmediata de una gran porción de nuestras ideas y acciones erróneas, de modo que me atrevo a asegurar que si fuese posible calcular los errores de los hombres, se hallaría que de cada mil los novecientos y ochenta provienen de la historia, y así sentaré de buena gana el principio de que todas nuestras preocupaciones e ideas falsas son adquiridas de otros por la crédula confianza que acordamos a las relaciones de los sucesos al paso que son obra nuestra  e hijas de nuestra propia experiencia cuantas ideas exactas y verdades poseemos.

Creería por lo tanto haber hecho un gran servicio a la sociedad siestas lecciones contribuyesen a disminuir el respeto con que generalmente se mira la historia; respeto que llega ser un dogma en el actual sistema de educación en Europa. Si sirviendo como de prólogo o aviso universal a todas las historias, precaviesen a los lectores contra el empirismo de los escritores, y contra sus propias ilusiones: si estimulasen los hombres pensadores a someter a los autores a un interrogatorio, severo sobre los medios que han tenido que averiguar los hechos que refieren, y de donde han tomado los oí decir, y en fin si los habituasen a darse razón a sí mismos sobre los motivos que tienen para darles entero asenso preguntándose:

1º ¿Si al ver nuestra negligencia habitual en verificar los hechos; y las dificultades que hallamos cuando intentamos hacerlo es razonable que exijamos de los otros más actividad y mejor suceso?

2º ¿Si podemos esperar que otros se hallen más instruidos de lo que sucede y ha sucedido mucho tiempo hace, y en puntos muy distantes, cuando sabernos tan imperfecta o falsamente lo que sucede a nuestra propia vista?

3º ¿Si al ver más de una vez los muchos hechos equivocados, y aun falsos que legamos nuestra posteridad adornados con todo el aparato de la verdad, podemos esperar que los antiguos hayan tenido menos audacia, o más conciencia que nosotros?

4º ¿Si la edad actual o la posteridad tiene derecho para exigir de los historiadores que en el tumulto de las facciones se hallan amenazados a cada instante por el partido a quien no favorecen, un desinterés e imparcialidad cuya recompensa sería la nota de imprudentes, o el honor estéril de una pompa fúnebre?

5° Si siendo imprudente y casi imposible, que un general escriba sus campañas, un diplomático sus negociaciones; o un hombre público sus memorias, a la faz de los actores y testigos que pueden desmentirlos o perderlos, la posteridad podrá lisonjearse de que muertos estos actores y testigos, el amor propio, la animosidad, la vergüenza, el transcurso del tiempo, y la falta de memoria la transmitan más fielmente la verdad exacta?

6° Si la imparcialidad, y pretendido conocimiento de causa que se atribuye a la posteridad, ¿no son más bien el engañoso consuelo de la inocencia, o la lisonja producida por la seducción o por el miedo?

7° Si no es cierto que la posteridad recibe y consagra frecuentemente las disposiciones del más fuerte que sobrevive, y ahoga las reclamaciones del débil que sucumbió?

8° Y finalmente ¿si no es tan ridículo el pretender en lo moral que los hechos, se aclaran con el tiempo, como sostener en lo físico que se distinguen mejor los objetos cuando distan mas de nuestra vista?

Me contentaría también con que las imperfecciones de mi trabajo estimulasen a algún escritor filosófico a hacer otro mejor, y a tratar a fondo todas las cuestiones que yo me he contentado con indicar particularmente las que se refieren a la autoridad de los atestados que se nos citan, y a las condiciones que se requieren para establecer la certeza de los hechos: cuestiones sobre las que no existe doctrina alguna fija, y que son sin embargo la raíz de los conocimientos, o según Helvecio, de la ignorancia que hemos adquirido.

Respecto a mí a quien la comparación de las preocupaciones y hábitos de los hombres en general y de diferentes naciones ha convencido y casi despojado de las de mi educación y de mi país natal.

Yo que viajando de un país a otro he seguido cuidadoso las alteraciones casi imperceptibles de los rumores y hechos acontecidos a mi propia vista; que he encontrado por ejemplo en los Estado Unidos nociones muy falsas sobre varios acontecimientos de la revolución francesa sucedidos a mi presencia, y que del mismo modo he conocido los errores de las que teníamos en Francia sobre muchos de los detalles de la revolución americana, desfigurados al llegar a nosotros o por el egoísmo nacional, o por el espíritu de partido, no puedo menos de confesar que cada día tengo nuevos motivos para mirar con desconfianza los historiadores y la historia que, yo mismo ignoro, cual me admira más si la ligereza con que los hombres, aun aquellos que reflexionan, dan crédito bajo los mas frívolos fundamentos a los hechos referidos, o su tenaz, vehemencia en obrar siempre según lo que les dicta este primer móvil que han adoptado, y en fin que cada día me convenzo más y más de que la dificultad en creer es la disposición de espíritu más favorable para instruirse, para descubrir la verdad, y para asegurar la paz y felicidad de los individuos y de las naciones. Así si prevaliéndome del título de maestro con que me honró el gobierno; me atreviese a recomendar algún precepto a los de todas clases, y a los padres qué son los maestros natos de sus hijos, sería solamente el de encargarles que no subyuguen a su autoridad la creencia de sus discípulos; que no les habitúen a creer sobre la palabra del preceptor lo que no pueden concebir, y que antes bien cuiden de precaverlos contra la doble inclinación hacia la credulidad y la certeza, hijos de la ignorancia, la pereza y el orgullo; tan naturales al hombre, y en fin que no funden su sistema de educación sobre hechos de un mundo ideal susceptible siempre de diferentes aspectos y de controversias, sino sobre los del mundo físico cuyo conocimiento pudiendo reducirse siempre a la demostración y a la evidencia, ofrece al juicio o a la opinión una base fija, y es el solo que merece el nombre de filosofía y de ciencia.

 

TOMO PRIMERO

 

SESIÓN PRIMERA

PROGRAMA OBJETO, PLAN Y DISTRIBUCIÓN DEL ESTUDIO DE LA HISTORIA.

 

Considerada la historia como una ciencia, difiere absolutamente de las físicas y matemáticas, porque en estas existen los hechos que pueden al espectador y confrontarse con los testigos, y en aquella han dejado de existir, y es imposible hacerlos renacer para este doble objeto. Las ciencias físicas se dirigen inmediatamente los sentidos, y la historia a la imaginación y a la memoria, de lo cual resulta una diferencia importante en la creencia que debemos dar a los hechos físicos, es decir existentes, y la que pueden exigir de nosotros los históricos es decir referidos. Los primeros llevan consigo la evidencia y la certeza, porque pueden percibirlos nuestros sentidos, y se presentan por decirlo así personalmente en la escena inmutable del universo; en vez de que los segundos sólo aparecen como fantasmas en el espejo irregular del entendimiento humano, sometiéndose en él a las mas bizarras proyecciones, y por consiguiente solo pueden obtener el grado de la verosimilitud y de la probabilidad. Para valuar pues el grado de creencia que les corresponde deben examinarse cuidadosamente bajo dos respectos: 1° el de su propia esencia, es decir el de su analogía incompatibilidad con los hechos físicos de la misma especie subsistentes y conocidos, lo cual constituye la posibilidad y 2° el de las facultades y medios que han tenido los que nos los refieren para instruirse y adquirir el conocimiento de los hechos así como su imparcialidad y la de los testigos, lo cual forma la probabilidad moral: operación que es el juicio complicado de una doble refracción en la que la movilidad de los objetos hace la decisión más delicada y susceptible de un mayor número de errores.

Aplicando estas observaciones a los principales historiadores antiguos y modernos, me propongo examinar en estas lecciones el carácter que presenta la historia de diferentes naciones, y en particular el que ha tomado en Europa hace un siglo, y hacer ver la notable diferencia que hay en el genio histórico de una misma nación según los progresos de su civilización y los grados de sus conocimientos exactos y físicos, de cuyo examen nacerán muchas e importantes cuestiones por ejemplo:

1ª ¿Qué grado de certeza y de confianza merecen las relaciones históricas en general, o en ciertos casos particulares?

2ª ¿Qué importancia debe darse a los hechos históricos, y qué ventajas o inconvenientes resultan de la opinión de esta importancia?

3ª ¿Qué utilidad social y práctica debe proponerse el hombre ya en la enseñanza, ya en el estudio de la historia?

Para desenvolver los medios de llenar este objeto de utilidad trataré de indagar en que grado de instrucción pública deberá colocarse la historia, si este estudio es conveniente ono en las escuelas primarias; y que parte de historia es la más adecuada a cada edad y a cada estado.

Considerase la clase de individuos deben, dedicarse, y buscar para enseñar la historia; el método, que parece preferible en su enseñanza; las fuentes en que deben recogerse los conocimientos históricos, o buscarse los materiales; las precauciones con que esto debe hacerse; los medios con que debe escribirse; los diferentes mudos que requiere la diferencia de asuntos; la distribución de estos; y en fin la influencia que tienen los historiadores sobre el juicio de la posteridad, sobre las operaciones de los gobiernos y sobre la suerte de los pueblos.

Después de haber considerado la historia como la narración de los hechos; y estos como un curso de experiencias involuntarias a que está sometido el género humano, procuraré trazar el cuadro sumario de la historia general para deducir de él las verdades más interesantes, siguiendo entre las naciones más célebres la marcha y progresos: 1° de las artes, como son la agricultura, el comercio y la navegación: de las diferentes ciencias, corro la astronomía, la geografía y la física: 3° de la moral pública y particular; examinando las diferentes ideas que se han formado de ellas a distintas épocas:

4° En fin de la legislación, considerando el origen de los códigos civiles y religiosos más notables, y tratando de averiguar el orden de transmisión que han seguido de pueblo a pueblo, y de generación en generación; los efectos que han pro lucido en los hábitos, costumbres y carácter de las naciones, la analogía que estas costumbres y carácter tienen con el clima y el estado físico del suelo que habitan; las alteraciones que producen en ellas las mezclas de razas, y las transmigraciones, y finalmente dando una ojeada general sobre el estado actual del globo, concluiré con proponer el examen de las dos cuestiones siguientes:

1ª ¿A qué grado de civilización puede creerse que ha llegado el género humano?

2ª Qué indicaciones generales resultan de la historia para perfeccionar la civilización y mejorar la suerte de la especie humana?

 

SESIÓN SEGUNDA.

El sentido literal de la palabra historia es indagación, pesquisa (de hechos). — Modestia de los historiadores antiguos. — Temeridad de los modernos. — Escribiendo el historiador sobre la fe de los testigos toma el papel de juez y queda como testigo intermediario respecto a sus lectores. — Dificultad extrema de comprobar el estado preciso de un hecho: 1º por parte del espectador, en la de verlo bien; 2º por la del escritor en describirlo adecuadamente. — Causas infinitas de errores que provienen de la ilusión, la preocupación, la negligencia, olvido, parcialidad, etc.

La ojeada rápida que he dado sobre el camino que me propongo seguir presenta un cuadro hermoso sin duda por su extensión y objeto; pero que ofrece al mismo tiempo grandes dificultades principalmente en estos tres puntos.

1º La novedad del asunto: porqueelnoconcretarse a uno o más pueblos solamente acumulando sobre ellos todo el interés de que se despoja a los restantes sin más razón que la de no haberlos estudiado o conocido es, sin duda un modo nuevo de tratar la historia.

2° La complicación que nace naturalmente de la extensión misma, y de la grandeza de un asunto que abraza tantos hechos y acontecimientos diversos, que considera a todo el género humano como una sola sociedad, y a los pueblos como individuos, y que trazando la vida de estos individuos, y de esta sociedad, busca en ella numerosos y repetidos hechos, cuyos resultados constituyen lo que se llama principios o reglas, porque en las cosas morales los principios no son criterios fijos y abstractos que existan con independencia de la humanidad, sino hechos sumarios, y generales, que resultan de la suma de los hechos particulares, siendo por lo tanto base de cálculos aproximativos de verosimilitud y probabilidad [1] y no reglas tiránicas de nuestra conducta.

3° En fin la naturaleza misma del asunto, porque no pudiendo presentarse los hechos los sentidos sino a la memoria, como dije en el programa, no llevan consigo aquella convicción que no admite réplica, y dejan por consiguiente en alguna incertidumbre a la opinión y al convencimiento íntimo, cuerdas muy delicadas y peligrosas de cuya y vibración se resiente fácilmente el amor propio. Por lo tanto con respecto ellas observaré todas las reglas de prudencia que prescribe la igualdad tomada en su verdadero sentido que es el de la justicia, porque aun cuando no adopte, o tal vez me vea precisado a desaprobar las opiniones de otros, al acordarme que tienen igual derecho que yo para defenderlas, y que si las han adoptado ha sido como yo por convencimiento propio, las miraré con el respeto y tolerancia que tengo derecho a exigir para las mías.

Los profesores de las ciencias que se explican en este anfiteatro tienen ya trazado el camino que debe seguirse en su explicación, o por el orden natural de los hechos, o por los métodos adoptados por otros sabios autores, pero él de la historia bajo el punto de vista que me propongo considerarla es enteramente nuevo, y sin Modelo; porque aun cuando hay algunos libros con títulos de Historias Universales, además de que se puede reprochar aun a los mas ponderados de entre ellos, su estilo declamatorio de colegio, tienen también el vicio de no ser sino historias parciales de pueblos determinados y panegíricos de ciertas familias. Nuestros clásicos de Europa nos han hablado solamente de Griegos, Romanos y Judíos porque somos sino sus descendientes, al menos sus herederos en las leyes civiles y religiosas, idiomas, ciencias y territorio. De modo que d mi parecer no se ha tratado todavía la historia con la universalidad que abraza en sí, sobre todo cuando una nación se halla como la nuestra elevada a un grado bastante de conocimientos y de filosofía para desprenderse del egoísmo feroz y salvaje, que concentrando entre los antiguos todo el universo, a una sola ciudad o pueblo, les consagró bajo el nombre de amor patrio todo el odio que tenían a los otros, en vez de echar sobre ellos una ojeada de fraternidad, que sin dañar a la justa defensa de sí mismo deja subsistentes los sentimientos de familia y parentesco.

Como las dificultades que acabo de presentar hacen infinitamente necesarios el orden y método, serán un doble motivo que me obligue a seguir cuidadosamente el hilo en un asunto de tal magnitud; y para asegurar nuestros primeros pasos convendrá examinar lo que debe entenderse por la palabra historia; historia porque siendo las palabras los signos de las ideas, tienen más importancia de la que se cree y son como los rótulos de ciertas cajas que frecuentemente no contienen los mismos objetos para todos, y que es prudente abrirlas para asegurarse de ellos.

La palabra historia fue al parecer empleada por los antiguos en una acepción muy diferente de la que le dan los modernos, porque sus autores los Griegos designaban con ella una pesquisa o indagación hecha con cuidado, en cuyo sentido la emplea Heródoto: y entre los modernos por el contrario se la da el sentido de narración o relación con pretensiones de cierta. Los antiguos buscaban en ella la verdad; los modernos pretenden, decirla; ¡pretensión temeraria si seconsidera cuán difícil es hallarla en los hechos, y sobre todo en los políticos! Sin duda conocieron esta dificultad los primeros, adoptando por esta misma razón un término tan modesto; y convencido yo igualmente, de ella, mirase siempre la palabra historia como sinónima de pesquisa, examen, estudio de los hechos.

En efecto, la historia no es otra cosa que una pesquisa de los hechos., que no llegando a nosotros sino por otras personas intermediarias. Suponen un interrogatorio y un examen de testigos, así el historiador que conoce sus deberes, debe contemplarse como un juez que cita ante sí a los que refieren y presenciaron los hechos; los confronta, los interroga, y trata de llegar al fondo de la verdad, es decir, a la existencia del hecho, tal cual aconteció. Como no puede ver jamás por sí mismo el hecho, ni convencer por consiguiente con él sus sentidos, es incontestable que jamás puede adquirir una certeza de primer grado; que solo puede juzgar por analogía, y que por lo tanto es precise juzgar los hechos con respecto a su propia esencia, y a los testigos que los presenciaron.

Con respecto la primera no hay en la naturaleza y sistema del universo más que un modo constante y homogéneo, así la regla del juicio es fácil e invariable. Si los hechos referidos se asemejan al orden conocido de la naturaleza; si están en el de los seres existentes o posibles, adquieren ya para el historiador la verosimilitud y la probabilidad; pero esta misma comparación introduce una diferencia en los juicios de cada individuo, porque cada cual juzga de la probabilidad y de la verosimilitud, según la extensión y la clase de sus conocimientos. En efecto, para aplicar la analogía de un hecho no conocido es preciso conocer antes aquel a que ha de compararse y tener su medida; así la esfera de las analogías tiene mayor o menor extensión en razón al mayor y menor número de conocimientos exactos adquiridos, lo cual en muchos casos estrecha el circulo del juicio, y por consiguiente de la certidumbre, aunque este no es un gran inconveniente, porque un proverbio oriental muy sabio dice, que «el que mucho cree se engaña mucho.» Si hay algún derecho lo es sin duda el de dejar a nuestra conciencia que no crea aquello que se le resiste creer, y el de dudar lo que no puede concebirse. Heródoto nos da un ejemplo digno de citarse cuando refiere que un buque Fenicio que despachó Nechos, rey de Egipto, por el mar rojo, volvió al cabo de tres años por el mediterráneo, y añade. «Los Fenicios contaron su regreso que dando vuelta a la Libia, habían tenido a su derecha el sol levante, hecho que de ningún modo me parece creíble, pero que tal vez lo será para otros.» [2] Esta circunstancia es la prueba mayor que tenemos del hecho, y Heródoto, que se equivocó en el juicio que formó, es digno del mayor elogio, lo 1º por haberlo referido sin alteración alguna; y lo 2º por no haber excedido la medida de sus conocimientos, creyendo sobre la palabra de otros lo que no podía concebir.

Otros historiadores y geógrafos antiguos mas presumidos, como Estrabón, niegan el hecho por sola esta circunstancia, y su error, demostrado en la actualidad, es un aviso útil contra las pretensiones de los semi-sabios, al mismo tiempo que nos prueba que el no dar entero asenso a lo que no concebimos es una máxima sabia, un derecho natural, y un deber de la razón; porque excediéndonos de la medida de la convicción, regla única de nuestros juicios, nos veremos conducidos de lo desconocido a lo inverosímil, y de lo inverosímil a lo extravagante y absurdo.

El segundo respecto bajo que deben examinarse los hechos es el de los testigos, y este es mucho más complicado y difícil que el anterior, porque no hallamos en él reglas fijas y constantes, como las que nos presenta la naturaleza, sino variables como lo es el entendimiento humano, que compárese a los espejos planos, curvos e irregulares, que en las lecciones de física divierten tanto por las bizarras alteraciones que producen en los cuadros que se les ponen delante: comparación que a mi parecer es tanto más exacta cuanto puede aplicarse en un doble sentido, porque si por una parte (como por desgracia sucede con frecuencia) al pintarse en nuestro entendimiento, se desfiguran los cuadros siempre regulares que nos ofrece la naturaleza, por otra, estas mismas caricaturas, sometidas de nuevo a su reflexión, pueden por la misma regla mejorarse en sentido inverso, y recobrar las formas razonables de su primer tipo.

Nuestro entendimiento es por su naturaleza una ola movediza, en la que se desfiguran los objetos por ondulaciones de diversos géneros, como son las pasiones, la negligencia, la imposibilidad de ver mejor, y la ignorancia. Y estos son los artículos que debe abrazar constantemente el interrogatorio del investigador de la verdad, o historiador a los testigos de los hechos.

¿Pero está acaso éste libre de aquellos defectos? ¿No es hombre; como los otros? Y la negligencia, la falta de luces, y las preocupaciones ¿no son el lote constante de la humanidad? Examínese pues lo que debe suceder a las relaciones trasmitidas por una tercera o cuarta persona, y se verá que sucede lo que a un objeto natural, que reflejado de un espejo a otro, y otros sucesivamente, y recibiendo de espejo en espejo los tintes, las desviaciones y las ondulaciones de todos ellos, al llegar al último no puede ser exacto. La traducción de un idioma otro produce ya una grande alteración en los pensamientos y en los coloridos, sin contar los errores que puede haber en las palabras, y vemos además lo que sucede todos los días aun en un mismo idioma, en un mismo país, y a nuestra propia vista. Si ocurre cerca de nosotros un acontecimiento en el mismo pueblo, y aun en el mismo sitio en la relación que hacen de él los que lo han presenciado apenas se hallan dos acordes en todas sus circunstancias, y veces no en el fondo. Viajando puede hacerse también una experiencia curiosa, presencia el viajero un hecho en un pueblo, y a diez leguas de él lo oye contar de un modo diferente, sigue el rumor de pueblo en pueblo, de eco en eco, y a una gran distancia llega a parecerle tan desconocido que al ver la confianza y seguridad con que otros se lo refieren se ve tentado a dudar de sí mismo.

Siendo pues tan difícil entre nosotros comprobar la existencia precisa, es decir la verdad de los hechos, cuanto más se aumenta esta dificultad entre los antiguos, que no tenían todavía los mismos medios de certidumbre que nosotros No entrare hoy en los detalles interesantes que exige esta materia, la cual me propongo profundizar en otra lección; pero después de haber hablado de las dificultades naturales que se oponen al conocimiento de la verdad insistirá en las que provienen de las pasiones del narrador, y de las de los testigos de los hechos, a lo cual llamamos parcialidad. Divido la en dos clases voluntaria, y forzada. Esta hija del temor, existe necesariamente en todos los estados despóticos en donde la exposición de los hechos sería una censura casi perpetua de los actos del gobierno. En semejante estado el individuo que tuviera la firmeza de carácter necesaria para escribir los hechos más notorios, y comprobados por la opinión pública, no podría imprimir su libro, o impreso no podría divulgarlo, y por consiguiente nadie se atreve a escribir, o el que lo hace es usando de rodeos, disimulo, o mentiras, y tal es el carácter de la mayor parte de las historias.

La parcialidad voluntaria produce por otra parte efectos de mayor extensión, porque teniendo los mismos motivos de hablar que los que he dicho obligaban a callar en el caso precedente mira su felicidad unida a la mentira y al error. Así los tiranos amenazan a la primera pero lisonjean a esta segunda, pagando además sus elogios, y excitando sus pasiones, por cuyos medios después de haber engañado a su siglo con sus acciones, engañan a la posteridad con sus relaciones asalariadas.

No hablo de otra parcialidad involuntaria pero no menos influyente cual es la de las preocupaciones civiles, y religiosas con que tropezamos al nacer, y en que somos educados. Si echamos una ojeada sobre los historiadores no hallamos apenas uno que aparezca desprendido de ellas, y entre los antiguos tuvieron aun mayor influencia al considerar que desde nuestra más tierna edad todo cuanto nos rodea conspira a impregnárnoslas; y que se nos infunden todas nuestras opiniones y pensamientos por nuestros hábitos, e inclinaciones, por la fuerza, la persuasión, las amenazas, y las promesas, rodeando a nuestra imaginación de barreras sagradas que nos está prohibido traspasar; se conoce cuan imposible es que la organización misma de los seres humanos deje de ser una fábrica de errores; y cuando entrando en nosotros mismos pensemos algún día que nuestra suerte hubiese sido igual si nos hubiésemos hallado en iguales circunstancias y que si por una casualidad poseemos la verdad la debemos quizás al error de los que nos han precedido, lejos de ser un motivo de orgullo y desprecio de los demás daremos gracias a los días de libertad que nos han permitido ver según la naturaleza, y pensar según nuestra propia conciencia, y recelosos por el ejemplo de los otros de que esta no se equivoque lejos de usar de nuestra libertad tiránicamente fundaremos la utilidad común de la paz sino en la unidad de opiniones, al menos en su tolerancia.

En la prójima lección examinaré cuales fueron entre los antiguos los materiales de que se valieron para escribir la historia, y los medios que usaron para averiguar los hechos, y comparando su estado civil y moral con el de los modernos haré palpable la especie de revolución que ha introducido la imprenta en este ramo de nuestros estudios y conocimientos.

 

SESIÓN TERCERA.

Continuación del mismo asunto. — Hay cuatro clases principales de historiadores y cada una de ellas tiene diferentes grados de autoridad: 1ª los historiadores que son los actores mismos; 2ª los que solo son testigos de los hechos; 3ª los que los han oído de los testigos que los presenciaren; y 4ª los que refieren hechos salidos por oídas o por tradición. —Alteraciones inevitables en los hechos contados de boca en boca. — Absurdo de las tradiciones de tiempos remotos común a todos los pueblos. — Tiene su origen en la naturaleza del entendimiento humano. — El carácter de la historia es relativo siempre al grado de ignorancia o civilización de un pueblo. —Carácter de la historia entre los antiguos, y entre los pueblos que no conocen la imprenta. — Efecto de esta sobre la historia. — Cambio que ha producido en los historiadores modernos. — Qué disposición de espíritu es la más conveniente para leer con utilidad la historia. — Ridículo de dudar de todo, menos peligroso que el de no dudar de nada. — Debe creer con sobriedad.

Hemos visto que para apreciar la certeza de los hechos históricos deben tenerse presentes tanto respecto a los que los refieren, como los que los han presenciado las consideraciones siguientes:

1ª Sus medios de instrucción, y de adquirir los debidos informes;

2ª La extensión de sus facultades morales, como son su sagacidad, y discernimiento;

3ª Sus intereses o afectos, de las cuales pueden resultar tres especies de parcialidades a saber; la de temor, la de seducción, y la de las preocupaciones de nacimiento o educación. Esta última aunque más excusable no es sin embargo menos poderosa y perjudicial; por que proviene las pasiones autorizándose con ellas y con el interés de naciones enteras, que no menos tercas en sus errores, y todavía más orgullosas que los individuos en particular, ejercen sobre todos sus miembros un despotismo el más arbitrario y pesado, cual es el de las preocupaciones nacionales civiles o religiosas.

Mas adelante tendré ocasión de volver a tratar sobre estas diferentes condiciones que dan más o menos valor a los atestados de los hechos. Pero hoy continuando en desenvolver la misma cuestión voy a examinar los diferentes grados de autoridad que resultan de la mayor menor distancia del punto donde suceden los hechos, y acontecimientos.

Al examinar los diferentes testigos o narradores de la historia los vemos colocarse en muchas clases graduales y sucesivas que tienen más o menos derecho a nuestro asenso: la primera, que es la de los historiadores, autores o actores comprehende la mayor parte, de escritores de memorias personales, actos civiles, viajes, etc. y como los hechos pasan inmediatamente de ellos a nosotros han sufrido la menor alteración posible, y por consiguiente su relación tiene el mayor grado de autenticidad, aunque la creencia queda sometida a todas las condiciones morales de interés, afectos, y perspicacia de que he hablado anteriormente, y su peso sufre deducciones siempre muy considerables, porque en este caso el interés personal obra en primer grado.

Así pues los escritores autógrafos sólo tienen derecho a nuestra creencia cuando sus escritos son:

1º Verosímiles: y es preciso confesar que en algunos casos llevan consigo una concurrencia tan natural de acontecimientos y circunstancias, y una serie decausas y efectos también ligada que se ve atacada involuntariamente nuestra confianza reconociendo en ellos como suele decirse el sello de la verdad, que sin embargo es más bien el de la conciencia.

2º Apoyados por otros testimonios sometidos igualmente a las leyes de la verosimilitud. De donde se sigue que las relaciones históricas aun en su primer grado de credibilidad, están sometidas a todas las formalidades judiciales de examen y audiencia de testigos, que una larga y multiplicada experiencia ha introducido en la jurisprudencia de las naciones; que por consiguiente un solo escritor, o un solo testimonio no deben ser bastante para obligarnos a creerlos; siendo antes bien un error el mirar como cierto un hecho de que solo se nos presenta un testigo, puesto que si pudiesen llamarse otros muchos, podría haber, y habría ciertamente, contradicción y modificaciones. Así es que vulgarmente se miran los comentarios de César como un trozo de historia que por la calidad de su autor, y por no haber sido contradicho, lleva consigo un carácter eminente de certeza; y sin embargo Suetonio nos informa de que Asinio Polion había observado en sus anales que muchos de los hechos citados por Cesar no eran exactamente como los presentaba, porque las relaciones de sus oficiales le habían inducido a errores con bastante frecuencia; y Polion, que como consular y amigo de Horacio y Virgilio, es testigo de mucho peso, indicaba que César había tenido interés personal en disfrazar la verdad [3].

En la segunda clase de historiadores que es la de los que presencian la acción como testigos inmediatos, no teniendo en la apariencia un interés personal como los que son actores por sí mismos, inspira su aserción en general más confianza, y tiene más grados de creencia, aunque siempre debe sujetarse a las condiciones de verosimilitud; 1° según el número de testigos; 2.° según el acuerdo que reina entre ellos; y 3° según las reglas dominantes que he establecido de un juicio sano, una exacta observación e imparcialidad. Porque probándonos la experiencia de lo que pasa diariamente al rededor nuestro y la nuestra propia lista, que el comprobar un hecho con evidencia y exactitud es una operación delicada y sujeta a mil dificultades aun cuando aquel sea notorio; es indudable que los que estudien la historia deben evitare el admitir ligeramente como cierto todo lo que no haya pasado por la rigurosa prueba de testigos suficientes en calidady número.

La tercera clase es la de los que han oído a los testigos del hecho y aun que están todavía cerca de él hay sin embargo una extrema diferencia de la anterior por las dificultades que ofrece la exacta relación y pintura de un acontecimiento. Los testigos han presenciado y oído los hechos que han herido sus sentidos pero al pintarlos en su entendimiento, les han Impreso a su pesar modificaciones que han alterado las formas; y estas reciben todavía mayores alteraciones cuando desde este primer espejo movedizo y ondulante se reflejan los hechos en otro igualmente variable. Convertidos en este último de seres fijos y positivos como lo eran por su naturaleza en imágenes fantásticas sufren, de imaginación en imaginación y de boca en boca, todas las alteraciones que causan la omisión, la confusión y el aumento de circunstancias, y son comentados, discutidos, interpretados y traducidos, alterándose con estas operaciones su pureza primitiva; pero conviene que hagamos una distinción importante entre los dos medios de transmitirse los hechos, a saber, de palabra, y por escrito.

Los hechos transmitidos por escrito, como se fijan desde el momento que se escriben, conservan de un modo inalterable el género de autoridadque derivan del carácter del escritor. Pueden sí haber sido desfigurados antes, pero una vez escritos quedan siempre los mismos, y aunque como ordinariamente sucede, se les dandiferentes acepciones según el modo de ver de los lectores, es sin embargo indudable que estos tienen que estar de acuerdo sobre su tipo positivo sino original: siendo la ventaja de un escrito la de transmitirnos inmediatamente la existencia de los hechos a pesar de los intervalos de tiempo y de lugar. Presentándonos al narrador de los hechos, lo resucita, por decirlo así y después de miles de años nos proporciona conversar con Cicerón, Horacio, Confucio, etc., etc.; sin que se necesite más que comprobar que el escrito es realmente suyo y no apócrifo; porque cuando es un anónimo pierde un grado de autenticidad; y su atestado como se halla enmascarado debe someterse a todas las pesquisas de una crítica severa, y a las sospechas que hace concebir toda cosa clandestina. Cuando un escrito se halla traducido no pierde en verdad nada de su autenticidad, pero al pasar por un nuevo espejo se alejan los hechos un grado más de su origen, y reciben más o menos colorido según la habilidad del traductor; aunque queda siempre el recurso de examinados, y confrontarlos por el original.

No sucede así con los hechos que se nos transmiten de palabra, es decir por tradición; pues en este caso se despliegan todos los caprichos y las divagaciones voluntarias o involuntarias del entendimiento; y júzguese cuales deben ser las alteraciones de los hechos transmitidos de boca en boca, y de generación en generación, cuando vemos con frecuencia como varia una misma persona en la relación de los mismos hechos según las épocas, y según la diferencia de sus intereses o afectos. Así generalmente se da poco crédito a la exactitud de la tradición; y aun este se disminuye a proporción de las mayores distancias de tiempo y de lugar. Tenemos pruebas irrecusables de esta verdad nuestra propia vista trátese: de recoger las tradiciones delos antiguos sobre los acontecimientos del siglo de Luis XIV, y aun de los primeros años del siglo 18 (desentendiéndose de los medios de instrucción que tenemos por los escritos) y se verá las alteraciones, y confusiones que se han introducido, las diferencias tan notables que se encuentran entre unos testigos y otros, entre unos y otros narradores. ¿Qué mayor prueba que la historia de la batalla de Fontenoy referida de tantos modos diferentes? Y si notamos este estado de olvido, de confusión y de alteración y en los tiempos que por otra parte llamamos ilustrados, y en el seno de una nación adelantada que tiene otros medios para corregir estos defectos, y garantirse de la verdad ¿qué sucederá entre los pueblos en que están todavía las artes en su infancia, o degeneración; donde reinaba a antes reina todavía el desorden en el estado social, la ignorancia en el sistema moral, y la indiferencia en todo lo que no abrazan las primeras necesidades? Los viajeros exactos nos atestiguan, también en nuestros días la prueba de esta inverosimilitud de relaciones, y del absurdo de las tradiciones en los pueblos salvajes, y aun entre los que llamamos civilizados; siendo todavía mucho mas nulas por mil razones en el Asia donde tuvieron su origen y nacimiento; y la prueba es la ignorancia en que viven los naturales sobre los hechos y las fechas que más les interesan; puesto que los indios, los Árabes, los Turcos y los Tártaros no saben dar razón del año en que nacieron, ni de la edad de sus padres parientes.

No obstante el principio de la historia debieron ser las relaciones transmitidas de boca en boca y do generación en generación, como lo prueban la naturaleza de los hechos todavía subsistentes, la organización misma del hombre, y el mecanismo de la formación de las sociedades.

En electo probado que el hombre nace completamente ignorante; que todas sus ideas son fruto de sus sensaciones, y todos sus conocimientos adquiridos por la experiencia personal y por la acumulada de las generaciones anteriores; probadoque el arte de escribir debió ser extremamente complicado en los principios de su invención; que el de hablar es otro arte que debió precederle y que por sí solo ha necesitado para perfeccionarse una inmensa serie de generaciones, se deduce con una certeza física que el imperio de la tradición ha durado todo el transcurso de siglos que ha precedido a la invención del arte de escribir, y aun añado de la escritura alfabética; porque esta sola es la que ha sabido pintar todos los pormenores de los hechos, y las modificaciones de los pensamientos en vez de que las otras como los jeroglíficos de los Egipcios, los nudos de los Peruvianos y los cuadros de los Mexicanos, pintando las figuras y no los sonidos solo han podido transmitirnos el diseño y conjunto de los hechos, pero no sus circunstancias, y conexiones. Y como los hechos y la razón demuestran que el arte de escribir yel de hablar son resultados del estado social, y que este ha sido producido por las circunstancias y las necesidades, es evidente que todo este edificio de necesidades, circunstancias, artes, y estado social ha precedido al imperio de la historia escrita.

Ahora es preciso notar que la prueba inversa de estos hechos físicos se halla en la naturaleza misma de las primeras relaciones que nos ofrece la historia. En efecto, siendo, como dijo, inherente a la constitución del entendimiento humano el no recibir siempre la imagen de los hechos perfectamente igual a lo que ellos son en sí, y el alterarlos más cuando se ha ejercitado menos, cuando es mas ignorante, o cuando comprende por las causas, los efectos, y el todo de la acción, se sigue por una consecuencia directa que cuanto más atrasados han estado los pueblos, y cuanto más novicias y bárbaras han sido las generaciones, tanto menos razonables y mas contrarias a la verdadera naturaleza y a la sana razón deben ser sus tradiciones. Echemos pues una ojeada sobre todas las historias, y consideremos si no es cierto que todas principian por un estado de cosas tal cual acabo de designar, que sus relaciones son tanto más quiméricas y bizarras, cuanto más distan de los tiempos antiguos; que se resienten siempre del origen de la nación de que provienen que por el contrario manera que se acercan a los tiempos más conocidos, los siglos en que han hecho progresos las artes, la finura, y todo el sistema moral sus relaciones toman mas carácter de verosimilitud, pintando un estado de cosas físico y moral análogo al que vemos; de modo que comparada la historia de todos los pueblos nos ofrece el resultado siguiente: sus cuadros distan más de la naturaleza y de la razón cuando los pueblos se acercan roas al estado salvaje que es el primitivo de todos ellos; y por el contrario al paso que han adquirido luces, cultura y civilización sus cuadros son cada vez mas análogos al orden de cosas que conocemos; de suerte que al llegar al siglo en que se han desenvuelto las artes se ven desaparecer en todos presencia de la luz el tropel de acontecimientos maravillosos, prodigios y monstruos de todas clases a la manera que al romper el día desaparecen con los primeros rayos de la aurora los fantasmas, larvas y espectros que durante las tinieblas de la noche ocupan las imaginaciones medrosas de los enfermos.

Fijemos pues la máxima siguiente tan fecunda en resultados al estudiar la historia: «Que puede calcularse de una manera bastante exacta el grado de luces y civilización de un pueblo por la naturaleza misma de sus relaciones históricas» o bien en términos más generales: «Que la historia toma el carácter de la época y tiempo en que se compuso

Y aquí se presenta a nuestro examen la comparación de dos grandes periodos en que se ha compuesto la historia con circunstancias, medios, y recursos muy diferentes; hablo del periodo de los manuscritos y del descubrimiento de la imprenta. Es bien sabido que hasta fines del siglo quince solo existían libros y monumentos escritos de mano, siendo hacia el año 1440 solamente cuando aparecieron los primeros ensayos de Juan Guttemberg de inmortal memoria, los que se siguieron los de sus asociados Fusth y Scheller para escribir con caracteres al principio de madera y después de metal, obteniendo en un momento, por medio de este arte sencillo e ingenioso, un número infinito de copias del primer modelo compuesto. Esta feliz innovación produjo cambios muy importantes en la materia de que tratamos, y por lo tanto es interesante notarios.

Cuando se escribían a mano los actos, libros escritos como eran mucho más caros los libros por la lentitud de este penoso trabajo, el doble cuidado que exigía y la multiplicación de los gastos llegaban a ser mucho más raros, era más difícil crearlos, y se destruían con más facilidad. Un copista producía con lentitud un individuo libro, yuna imprenta produce una generación, y de aquí resultaban para las compulsas y por consiguiente para todo género de instrucción una multitud de dificultades que desanimaban infinito. No pudiendo trabajar sino con presencia de los originales y existiendo el pequeño número de estos o en los depósitos públicos, o en manos de particulares celosos, o avaros; el número de hombres que podía dedicarse escribir la historia era necesariamente muy corto; tenían muchos menos que pudieran contradecirlos, y así podían descuidarla, o alterarla impunemente; como el número de lectores era mucho menor tenían también menos jueces y menos censores, y no era la opinión pública la que daba el fallo sino un espíritu de facción pequeño círculo en el que se atendía menos al fondo de las cosas, que al carácter del escritor.

Por el contrario desde que se descubrió la imprenta comprobados una vez los monumentos originales, como la multiplicación de sus copias queda sometida al examen y discusión de un gran número de lectores, no es posible, o al menos no es fácil atenuarlos, darles diversos sentidos, ni aun alterar el manuscrito por la extrema publicidad de las reclamaciones, y así ha ganado realmente en esta parte la certeza histórica.

Es cierto que los muchos años que existía entre los antiguos la composición de un libro, y los muchos más que eran necesarios para que se divulgase, hacían más posible decir en él verdades más atrevidas, porque el tiempo había destruido, o alejado los intereses, favoreciendo así el secreto a la verdad de la historia; pero también favorecía la parcialidad, siendo más difícil la refutación de los errores que establecía, y habiendo menos recursos para reclamarlos y como los modernos tienen a su disposición este mismo medio del secreto, y además el de combatir sus inconvenientes, parece que la ventaja está enteramente de su parte.

La naturaleza y circunstancias de que acabo de hablar concentraban entre los antiguos casi necesariamente el estudio y la composición de la historia a un círculo estrecho o de hombres ricos, pues que los libros eran muy costosos, o de hombres públicos y magistrados pues que era necesario haber manejado los negocios para conocer los hechos; y en efecto en lo sucesivo se nos presentarán frecuentes ocasiones para observar que la mayor parte de los historiadores griegos y romanos fueron generales, magistrados, y hombres de una fortuna, o rango distinguido. Entre los Orientales lo fueron casi exclusivamente los sacerdotes, es decir la clase que se había apoderado del monopolio más poderoso cual es las luces y la instrucción: De donde proviene el carácter de elevación y dignidad que se ha notado en todos tiempos entre los historiadores de la antigüedad, consecuencia natural, y aun necesaria de la educación culta que habían recibido.

Entre los modernos como la imprenta ha multiplicado y facilitado los medios de lectura y de composición, llegando ésta a ser un objeto de comercio, y una mercancía ha dado a los escritores una arrogancia mercantil y una temeraria confianza que ha humillado este género de obras y profanado la santidad de su objeto.

Es cierto que también la antigüedad ha tenido sus compiladores y charlatanes, pero la fatiga y el fastidio de copiar sus obras han librado de ellas a las edades siguientes habiendo hecho aquellas dificultades este servicio a la ciencia.

Además la ventaja de los antiguos en esta parte se compensaba con un grave inconveniente cual es la sospecha de una parcialidad casi necesaria, 1° por el espíritu de personalidad, cuyas ramificaciones eran tanto más extensas cuanto mayores eran las relaciones de interés en la cosa pública y las pasiones del actor escritor; 2° por el espíritu de familia y de parentesco que entre los antiguos y particularmente en Grecia y en Italia constituya un espíritu de facción general e indeleble. Y es preciso notar que la obra compuesta por un individuo era propiedad común de su familia que adoptaba sus opiniones por la misma razón que el autor habla bebido en ella sus preocupaciones. Así un manuscrito de la familia de los Fabios, o de los Escipiones, se transmitía por herencia de edad en edad, y si había en otra familia otro contradictorio la más poderosa miraba como una victoria la ocasión de destruirlo, siendo este en pequeño el mismo espíritu que animaba en grande a las naciones; espíritu de egoísmo orgulloso, e intolerante, que fue causa de que los Romanos, y los Griegos enemigos del universo, aniquilasen los libros de los demás pueblos, y que privándonos del alegato de las partes contrarias en la célebre causa de sus rapiñas, ha hecho que seamos casi cómplices de su tirana por la brillante admiración, y por la emulación secreta que nos excitan sus criminales triunfos.

Entre los modernos por el contrario en vano se rodeará una obra de los medios del secreto, del crédito que proporciona la, riqueza, del poder que da la autoridad, ni del espíritu de facción, o de familia porque un solo día una sola reclamación basta para echar abajo el edificio de la mentira combinada por espacio de muchos años. Y tal es el señalado servicio que la libertad de la prensa ha hecho a la verdad que el individuo más débil si tiene las virtudes y talento de un historiador podría censurar los yerros de las naciones a su propia vista y criticar sus preocupaciones sin temer su cólera, si no fuese cierto que los yerros, las preocupaciones, y, la cólera que se atribuye a las naciones corresponden solamente de ordinario' a sus gobernantes.

La costumbre de vivir bajo la influencia de, la imprenta hace que no conozcamos bastante las ventajas políticas y morales que nos proporciona la publicidad que resulta de ella; y es preciso haber habitado un país donde no se conoce este arte libertador para concebir todos los efectos de su privación, e imaginarse la confusión que causa en la relación de los hechos la falta de libros y papeles públicos, los absurdos rumores que produce, la incertitud que da a las opiniones, el obstáculo que es para la instrucción, y la ignorancia en que mantiene los espíritus. La historia debe bendecir al primero que discurrió en Venecia dará leer los boletines de noticias por una pequeña moneda llamada gaceta cuyo nombre han conservado después: porque en efecto las gacetas son monumentos instructivos y preciosos hasta en sus errores mismos, pues pintan el espíritu dominante de la época en que salieron a luz y sus contradicciones presentan bases fijas para discutir los hechos. Así cuando oigo decir que los Anglo-Americanos al fundar un nuevo establecimiento trazan primero un camino y llevan después a él una imprenta para tener un periódico, creo que con esta doble operación consiguen el objeto, hacen el análisis de todo buensistema social, pues que la sociedad no es sino la comunicación fácil y libre de las personas, de los pensamientos, y de las cosas; reduciéndose todo el arte de gobernar a evitar los encuentros violentos que puedan destruirla. Y cuando formando el contraste con este pueblo civilizado ya en su nacimiento, vemos a los del Asia llegar a su decrepitud siempre ignorantes y bárbaros, debemos sin duda atribuirlo a que estos carecen de imprentas, caminos y canales. El poder de la imprenta y su influencia sobre la civilización es decir sobre el desenvolvimiento de todas las facultades del hombre en el sentido más útil la sociedad, es tal, que la época de su invención divide en dos sistemas distintos y diferentes el estado político y moral de los pueblos la precedieron, y de los que la siguieron, así como el de sus historias respectivas; y su existencia caracteriza de tal manera el estado de las luces que para informarse sobre la cultura, o barbarie de un pueblo puede reducirse solamente la pregunta a saber si tiene imprentas y goza de la libertad de la prensa[4].

Ahora bien si como en efecto es cierto el estado de la antigüedad fue infinitamente parecido al actual de la Asía; si aun entre los pueblos que se decían libres sus gobiernos estuvieron casi siempre dominados de un espíritu misterioso de cuerpo de facción y de intereses privilegiados, que los aislaban de la nación; se tuvieron en sus manos los medios de impedir o paralizar los escritos que los hubieran censurado; es claro que debemos sospechar con razón de la parcialidad voluntaria o forzada de sus escritores: ¿Como se podrá atrever Tito Livio por ejemplo pintar nos con todos sus odiosos colores la perversa política del senado romano que para distraer al pueblo de sus antiguas, justas, y comedidas reclamaciones fomentó el incendio de las guerras que por espacio de quinientos años devoraron las generaciones, y que después haber amontonado en Roma como en una cueva todos los despojos del mundo conocido solo sirvieron para presentar el espectáculo de unos ladrones encenagados en los goces, y que siempre insaciables se degollaban entre sí mismos al dividir su botín? Recorramos a Dionisio Halicarnaso, a Polibio, Tácito mismo, y no hallaremos en ellos un solo movimiento de la indignación que debían producir los cuadros de horrores que nos han trasmitido. ¡Desgraciado el historiador que no experimenta estos movimientos, o desgraciado el siglo que no se los sufre!

De todas estas consideraciones deduzco, que es delicado y difícil el averiguar el punto preciso de la verdad de la historia, y que el grado certeza que podemos acordarla necesita para ser razonable de un cálculo de probabilidades que con mucha razón se ha colocado en el rango de las ciencias más importantes que deben demostrarse en la escuela normal. Si he insistido sobre este primer artículo es porque conozco su importancia, no abstracta y especulativa, sino usual y aplicable en todo el discurso de la vida. Esta es para cada uno de nosotros su historia personal en la que los acontecimientos de la víspera son materia de nuestras relaciones del día, y de la resolución del inmediato: y si, como en efecto sucede, nuestra felicidad depende de estas resoluciones, y ellas de la exactitud de las narraciones de los hechos, no hay duda que es de la mayor importancia la disposición de espíritu propia para juzgarlos bien y en esta operación se presentan las tres alternativas siguientes, o creerlo todo o no creer nada, o creer con peso y medida. Cada cual escoge entre estos tres partidos según su gusto, o mejor diré según sus hábitos y temperamento, por que este gobierna a los hombres más de lo que creen unos aunque en muy corto número fuerza de abstracción llegan dudar aun de lo que aprehenden por sus sentidos; y tal fue según se dice Pyrron, cuya celebridad por esta clase de error ha sido causa de que se le llame pyrronismo. Pero si Pyrron dudaba de tal modo desu existencia que se veía sumergir sin perder el color, y que creía tan igual la muerte y la vida que según decía no se mataba por la dificultad de elegir; si Pyrron, digo, recibió de los Griegos el nombre de filosofo, de estos recibe el de insensato, y de los médicos el de enfermo. En efecto, la buena medicina nos enseña que una apatía, y bizarrearíadeespíritu semejantes son el producto físico de un sistema nervioso, obtuso, gastado ya por los excesos de una vida contemplativa sin sensación alguna ya por el de las pasiones que solo dejan las cenizas de una sensibilidad consumida.

Pero si el dudar de todo es una enfermedad crónica de los temperamentos y espíritus débiles rara y solamente ridícula, por la inversa, el no dudar de nada es un mal mucho más peligroso, porque es de la clase de fiebres ardientes, propias de los temperamentos enérgicos, que adquiriendo con el ejemplo una intensidad contagiosa, acaba por excitar convulsiones en el entusiasmo y delirios en la fantasía. Siendo tales los periodos del progreso de esta enfermedad de espíritu que deriva de la naturaleza misma y de la del corazón humano, que después de admitida una opinión por pereza, o por negligencia en examinarla, nos adherimos a ella, la creernos cierta por el hábito, la defendemos por amor propio y terquedad, y pasando después de la defensa al ataque queremos imponer a los otros su creencia por este aprecio de nosotros mismos que llamamos orgullo, y por el deseo del mando que se mira como el goce de todas sus pasiones el ejercicio del poder. Debe notarse una cosa bien singular sobre el fanatismo y el pyrronismo, a saber que siendo dos extremos enteramente opuestos nacen ambos de un mismo origen cual es la ignorancia, con sola la diferencia de que el 2º es la ignorancia débil que no juzga jamás, y el 1° la fuerte que juzga y que ha juzgado siempre.

Entre estos excesos hay un término medio, que es el de formar su juicio después de pesadas y examinadas las razones que lo determinan, teniéndolo en suspenso hasta que haya motivos suficientes de formarlo, y midiendo los grados de creencia y certeza por los de las pruebas y evidencia que acompañan a cada hecho. Si se llama esto Escepticismo segúnel valor de la palabra que significa, examinar, tocar alrededor de un objeto con desconfianza. Cuando se me pregunte, como sucedió en la última conferencia, si quiero conducir mis discípulos al escepticismo contestaré en primer lugar que al presentar mis reflexiones no predicó una doctrina, pero que si debiera de predicarla, sería la de dudar del modo que he manifestado, bien persuadido de que en este punto como en todo sirvo a la vez la causa de la libertad y de la filosofía, supuesto que el carácter especial de esta es el de dejar a cada uno la facultad de juzgar según la medida su sensación y convicción; predicaría la duda examinadora porque la historia entera me ha enseñado que la certeza es la doctrina del error y de la mentira, y el arma constante de la tiranía. El impostor más célebre y el tirano más atrevido, empezó su libro con estas palabras: «No hay duda en lo que este libro contiene; conduce recto al que marcha ciegamente y recibe sin discusión mi palabra que salva al sencillo y confunde al sabio [5]». Sin más que este principio se ve el hombre despojado del libre uso de su voluntad y de sus sentidos, y entregado a la esclavitud, pero en recompensa haciéndose esclavo llega a ser ministro del profeta y recibiendo de Mahoma el sable y el Alcorán, se hace su turno profeta diciendo «No hay duda alguna en lo que este libro contiene, y es preciso creerlo, es decir, es preciso pensar como yo o morir.» Doctrina cómoda que dispensa de estudiar al que la predica, y que tiene la ventaja de que mientras el hombre que duda calcula y examina, el creyente fanático, obra y ejecuta. El primero viendo muchos caminos a la vez se detiene para examinar a donde le conducirán, y al segundo viendo solamente el que tiene delante no le queda motivo de duda. Sigue su camino lo mismo que los animales A quienes se ponen orejeras para impedir que vayan a derecha o izquierda, y sobre todo para impedirles ver el látigo del que los castiga pero desgraciado el conductor si una vez se desordenan, porque furiosos y casi ciegos, marchan siempre adelante hasta arrojarse con él en un precipicio.

Tal es, señores, la suerte que prepara la presuntuosa certeza d la ignorante credulidad; y por el contrario las ventajas que proporciona la duda circunspecta y observadora son tales que dejando siempre lugar en el espíritu para adquirir nuevas pruebas lo tienen dispuesto a rectificar en cualquier tiempo su primer juicio, y a confesar su error. De modo que si como debe esperarse enunciase yo alguno en esta materia, o en otra cualquiera, estos mismos principios me dejarían margen y me darían valor para decir con el filósofo antiguo «Soy hombre y nada de cuanto le es propio me falta

Como la próxima sesión está destinada a tener una conferencia invito a ustedes, señores, a que busquen y reúnan las observaciones mejores que se hayan hecho sobre el asunto de que he tratado hoy, y que esparcidas en un montón de libros están desgraciadamente confundidas entre cuestiones fútiles o paradojas. Casi todos los autores que han tratado de la Certeza de la historia, lo han hecho con la parcialidad que nace de las preocupaciones de que he hablado, exagerando su certeza e importancia, porque todos los sistemas religiosos han tenido la imprudencia de fundar sobre ella las cuestiones de dogma en lugar de fundarlas sobre hechos naturales capaces de procurar la evidencia. Sería de desear que alguno tratase de nuevo y con método este asunto en lo cual haría un gran servicio no solo a las letras, sino también las ciencias morales y políticas.

 

SESIÓN CUARTA.

Resumen del asunto precedente. — Utilidad que puede sacarse de la historia. — Divídase en tres clases: 1ª la de los buenos ejemplos, demasiado compensada con el daño que producen los malos; 2ª la transmisión de los objetos de artes y ciencias; 3ª los resultados políticos de lo que los efectos de las leyes, y la naturaleza de los gobiernos influyen sobre la suerte de los pueblos... Con respecto a esta última la historia conviene a muy corto número de personas solamente; y solo en el primer caso conviene a la juventud y a la mayor parte de las clases de la sociedad. — Los romances bien escritos son preferibles a la historia.

Hasta ahora solamente me he ocupado de la certeza que ofrecen los hechos históricos y cuanto he dicho respecto a ella puede resumirse en las proporciones siguientes:

1ª Que como los hechos históricos nos son transmitidos por medio de los sentidos de otros, no pueden tener para nosotros el grado de evidencia ni de convicción que nace del testimonio de nuestros propios sentidos;

2ª Que pudiéndonos inducir en errores nuestros propios sentidos, como sucede, y siendo preciso por lo tanto sujetar a examen algunas veces su testimonio, seria inconsecuente, y aun atentatorio a nuestra libertad, y a nuestra propiedad de opiniones el atribuir una mayor autoridad a las sensaciones de otros que a las nuestras propias;

3ª Que por consiguiente no pudiendo los hechos históricos obtener jamás los dos primeros grados de nuestra certeza a saber la sensación física, y la memoria de esta sensación, se colocan solamente en el tercero que es el de la analogía o comparación de las sensaciones de otro con las nuestras, distribuyéndose en él la certeza en diferentes clases, que la disminuyen según la mayor o menor verosimilitud de los hechos, el número y las facultades morales de los testigos, la distancia entre elhecho y el que la refiere; y su paso de una mano d otra. Habiendo conseguido los matemáticos someter todas estas condiciones reglas precisas y a formar un ramo particular de conocimientos bajo el título de cálculo de probabilidades refiero a su cuidado el completar las ideas de ustedes sobre la cuestión de la certeza de la historia.

Entremos ahora en la cuestión de su utilidad y tratándola en la forma que indica el programa consideremos que utilidad social y práctica se debe proponer en el estudio y en la enseñanza de la historia. Conozco que este modo de presentar la cuestión no es el más metódico, porque supone establecido, y probado ya el hecho principal; pero economiza más tiempo, y por consiguiente es el más útil; porque abrevia mucho la discusión pues si consigo especificar el género de utilidad que puede sacarse de la historia, habré probado que existe esta utilidad; en vez de que poniendo en cuestión su existencia, sería preciso en primer lugar distinguir la historia tal como so ha tratado hasta aquí, de lo que sería tratándose como debía tratarse para después distinguir unos libros de historia, de otros; y quizás hubiera encontrado dificultad en probar la utilidad que resultaba de algunos, aun entre los mas acreditados e influentes que se me hubiesen podido citar, dando con esto lugar a suscitar, y sostener una tesis bastante picante sobre si la historia ha sido o no mas dañosa que útil y si ha causado más mal que bien, tanto a las naciones como a los particulares, por las ideas falsas, las nociones erróneas, y las preocupaciones de toda especies que ha trasmitido y consagrado. Esta tesis hubiera tenido sobre la nuestra la ventaja de apoderarse de nuestros propios hechos para probar que la utilidad no fue tampoco el fin y objeto primitivo de la historia, puesto que el primer móvil de las tradiciones groseras a que debe su origen, fue por parte de los narradores la necesidad mecánica que experimentan los hombres en general de repetir las sensaciones haciéndolas retumbar del mismo modo que en un instrumento retumban los sonidos, y de recordar las imágenes cuando no existe la realidad necesidad que por la misma razón forma la pasión dominante de la vejez que ha cesado de gozar, y constituye la conversación única de las gentes que no piensan y por parte de los oyentes otra necesidad que experimentamos no menos natural de multiplicar nuestras sensaciones supliendo con imágenes las realidades; necesidad que transforma si puedo explicarme así toda narración en un espectáculo de linterna mágica al que no tienen menos afición los hombres de un sano y maduro juicio que los niños de tierna edad: esta tesis nos recordaría también que los primeros cuadros de la historia se compusieron sin arte ni gusto, y se acogieron sin discernimiento, ni objeto; que al principio no se compuso sino de un montón confuso de acontecimientos incoherentes, y en especial maravillosos, qué por lo mismo excitaron más la atención; que cuando se multiplicaron estos hechos, y se fijaron en los escritos como llegaron a ser más exactos y naturales dieron lugar a reflexiones y comparaciones cuyos resultados fueron aplicables a otras situaciones parecidas; y en fin que solo en los tiempos modernos y casi de un siglo a esta parte ha tomado la historia este carácter de filosofía que busca en la serie de los acontecimientos un tejido genealógico de causas y efectos para deducir de él una teoría de reglas y principios propios para dirigir a los particulares y pueblos hacia el fin de su conservación o perfección.

Pero suscitando cuestiones de esta naturaleza hubiera temido dar motivo a mirar la historia bajo el punto de vista de los inconvenientes y defectos que presenta, y como una crítica profunda se confunde a veces con la sátira; como la enseñanza tiene por si un carácter tan sagrado que no deben permitirse en ella ni aun los juegos de la paradoja, he debido evitar hasta las apariencias, limitándome a la consideración de una utilidad existente o que al menos es posible hallar.

Digo, pues, que estudiando la historia con la intención y deseos de sacar de ella una utilidad práctica me parece que las presenta de tres clases a saber:

Una aplicable a los individuos que llamaré utilidad moral;
Otra aplicable a las ciencias y artes que llamaré utilidad científica;
Y la tercera aplicable a los pueblos y a los gobiernos que llamaré utilidad política;

En efecto al analizar los hechos de que se compone la historia los vemos dividirse en tres clases; una de hechos individuales o acciones particulares; otra de hechos públicos o de orden social y de gobierno; y la tercera de hechos de artes y de ciencias; o de operaciones del espíritu.

Con respecto a la primera clase de utilidad, los que hayan leído la historia o por gozar de la diversión que ofrece la diversidad de cuadros que presenta o por adquirir los conocimientos que proporciona la experiencia de los tiempos pasados, han debido notar que hacemos constantemente aplicaciones de las acciones individuales que nos refiere y nos identificamos en cierto modo con sus personajes, ejercitando nuestro juicio o nuestra sensibilidad sobre todo cuanto les acontece, para sacar de ello consecuencias que influyen sobre nuestra propia conducta. Así es que no hay lector que al leer los hechos históricos de la Grecia y de la Italia,dejede tomar un interés particular por ciertos, hombres que figuran enellos, y de seguir con atención la vida particular o pública de Arístides o Temístocles, de Sócrates o Alcibíades, de Escipión o Catilina, de Cicerón o de César, sacando de la comparación de su conducta y de sus destinos recíprocos reflexiones y preceptos que influyen sobre sus propias acciones. Este género de influencia, y aun me atreveré a decir de preceptorado que la historia ejerce sobre nosotros es todavía mayor en la parte llamada biografía, o descripción de la vida de los hombres públicos o particulares, como por ejemplo los Hombres ilustres de Plutarco, y de Cornelio Nepote; pero es preciso convenir que esta clase de historias están sometidas a muchas dificultades, y que se las puede acusar desde luego de aproximarse frecuentemente a un romance porque es fácilconocer cuán difícil es comprobar con certeza y trazar con verdad las acciones y el carácter de un hombre cualquiera que sea. Para conseguirlo sería preciso haberlo seguido habitualmente, estudiado, conocido y aun haber tenido un trato bastante intimo con él: y en este caso sabemos la dificultad de evitar el que se mezclen las pasiones de amistad o de odio que por consiguiente alteran la imparcialidad. Así es que las obras de este género no son jamás sino panegíricos o sátiras; aserción que en caso necesario puede probarse y apoyarse con muchas memorias de nuestros días, de que podemos hablar como testigos bien informados sobre muchos de sus artículos. En general pues las historias individuales no son exactas y verdaderas sino en los casos en que un hombre de conciencia y fidelidad escrite por sí mismo su vida; y cuando se considera las condiciones que para esto se requieren se ve la dificultad que hay en reunirlas por la casi contradicción que abrazan porque si el hombre es inmoral y pícaro no podrá consentir en publicar su oprobio o nosotros no podremos creer en él la probidad que este acto exige: si por el contrario es muy virtuoso no se expondrá a las inculpaciones do orgullo y de mentira que no dejaran de atribuirle el vicio y la envidia y si tiene debilidades vulgares estas mismas le quitan el brío necesario para confesarlas. Los motivos que el hombre puede tener para publicar su vida son, o el amor propio ofendido, que defiende la, existencia física y moral contra los ataques de la maledicencia y de, la calumnia; en cuyo caso es mas legítimo y razonable; o el amor propio ambicioso de gloria, y de consideración, que quiere hacer ostentación de los títulos a que se cree digno. Y tal es el poder de este sentimiento de vanidad que doblegándose bajo diversas formas, se cubre a veces con los actos de humildad religiosa cenobítica haciendo que la confesión de las faltas pasadas forme un elogio indirecto y tácito de la discreción actual y sirviendo el esfuerzo que supone, esta misma confesión de medio necesario e interesado para obtener perdón, gracia, y recompensa como vernos en las confesiones del obispo Agustín. Estaba reservado a nuestro siglo presentarnos otro ejemplo en que el amor propio se inmolase únicamente por el orgullo de ejecutar la empresa sin igual de mostrar a sus semejantes un hombre que no se parece a los ciernas; y que siendo el único en su género se llama sin embargo si mismo el hombre de la naturaleza [6];como si la suerte hubiese querido que una vida llena de paradojas terminase con la idea contradictoria de llegar la admiración y casi al culto[7] por medio del cuadro de una serie continuada de ilusiones de espíritu y de extravíos del corazón.

Estas consideraciones nos conducen a examinar bajo otro segundo punto de vista nuestro asunto, es a saber que aun admitiendo la veracidad de tales narraciones sería posible que por esta misma razón se debieran considerar como de mayor utilidad los romances que la historia lo cual sucedería en efecto cuando las aventuras verdaderas ofreciesen el espectáculo inmoral de la virtud mas desgraciada que el vicio, supuesto que en las aventuras supuestas soto se aprecia el arte que nos presenta el vicio más distante de la felicidad que la virtud. Si existiese pues un libro en el que se nos pintase como muy desgraciado un hombre tenido por virtuoso y casi erigido en patrón de secta; si confesando este hombre su vida citase un gran número de acciones de vileza, infidelidad, e ingratitud; si nos diese de sí mismo la idea de un carácter tétrico, orgulloso, envidioso; y no contentó con descubrirnos sus propias faltas descubriese igualmente las de otros que no tenían relación con las suyas; si este hombre dotado además del talento de orador y escritor hubiese adquirido una autoridad como filósofo usando de ambas calidades para elogiar la ignorancia, vituperar el estado social, y conducir a los hombres al estado salvaje; y si hubiese renovado la doctrina de Omar[8] enmascarada con su nombre para predicar la inutilidad de las ciencias y de las artes, para proscribir el talento, las riquezas y por consiguiente el trabajo que las crea, seria quizás difícil encontrar en esta historia, aunque demasiado verídica, rastro alguno de utilidad; y creo que no habrá dificultad en convenir en que es pagar demasiado caro el conocimiento de que la sensibilidad de un individuo organizado de cierto modo llevada al exceso puede degenerar en una demencia [9] debiéndonos lamentar de que el autor del Emilio después de haber hablado tanto de la naturaleza no imitase su sabiduría, que mostrándonos en lo exterior todas las formas que lisonjean nuestros sentidos, nos oculta en sus entrañas cubriendo con un velo espeso todo, lo que amenaza chocar con nuestra delicadeza. Mi conclusión pues sobre este artículo es que la utilidad que puede sacarse de la historia no es una utilidad que se nos ofrece espontáneamente por sí misma, sino la producción de un arte sometido a principios y reglas de que hablaré al tratar de las escuelas primarias.

La segunda clase de utilidad que es la relativa a las artes y ciencias tiene una esfera mucho más variada, extendida y sujeta a muchos menos inconvenientes que los que acabo de exponer Presentada la historia bajo este punto de vista es una mina fecunda de la cual cada uno en particular puede sacar los materiales más convenientes para la ciencia o arte a que se dedica o quiere cultivar; y las indagaciones de este género tienen la ventaja de aclarar cada vez más el objeto de que se trata por la confrontación de los diversos procedimientos métodos empleados en diferentes épocas y en diversos pueblos; por la patenticidad de los errores cometidos y la contradicción misma de las experiencias, y en fin por el conocimiento de la marcha que ha seguido el espíritu humano, tanto en la invención como en los progresos del arte o de la ciencia; marcha que indica por analogía la que debe seguirse para llegar su perfección.

A estas clases de indagaciones debemos los numerosos descubrimientos nuevos o solamente renovados, pero que sus autores no merecen menos nuestro reconocimiento; por su medio nos ha procurado la medicina los métodos curativos y los remedios, la cirugía, los instrumentos, la mecánica, las utensilios y las máquinas y la arquitectura, los adornos y los muebles. Sería de desear que esta última se ocupase de un género de construcción muy urgente en nuestra actual situación, quiero decir, de salas para las asambleas deliberantes y para la instrucción pública. Novicios todavía en este arte no hemos conseguido en el espacio de cinco años sino ensayos muy imperfectos, y tentativas viciosas, en cuya clase no comprendo el anfiteatro donde nos hallamos reunidos [10], que aunque demasiado pequeño para nosotros (a quienes no fue a la verdad destinado), llena en lo demás perfectamente el objeto de su institución; pero hablo de esas salas en que resulta la ignorancia de todas las reglas del arte, cuyo local no guarda proporción alguna con él número de deliberantes que deben reunirse en él y están diseminados sobre una vasta superficie en vez de hallarse reconcentrados como se requiere en el más pequeño espacio; de esas salas en que parece haberse desconocido enteramente las reglas de la acústica dando las formas cuadradas e irregulares en vez de las circulares que son las más a propósito para poder bien oír; en las que por el doble vicio de su magnitud, y figura se necesita tener una voz de Estentor para poder ser oído, quedando por consiguiente privados de su derecho de consejo, e influencia todos los que tengan un órgano de voz débil, a pesar de que vemos con frecuencia que los afectos de pecho y la debilidad de la voz son a veces resultas de un estudio asiduo y de la aplicación; en lugar de que las voces recias y los fuertes pulmones son ordinariamente indicio de un temperamento vigoroso, que no se acomoda bien con la vida sedentaria de un estudio, y, que invita mas bien arrastra involuntariamente a cultivar las pasiones con preferencia a la razón; hablo en fin de esas salas en que la necesidad de esforzarse para hacerse entender produce un ruido que impide entenderse; de modo que por una serie de consecuencias ligadas estrechamente entre sí, como la construcción favorece y aun requiere el tumulto, y este impide la regularidad y la calma de la deliberación sucede que las leyes que dependen de esta, y la suerte, de un pueblo que depende de estas leyes, reciben su influencia realmente de la disposición física de una sala. Es pues por lo tanto verdaderamente importante ocuparse con atención de esta materia en la cual podemos adelantar consultando a la historia y a los monumentos de la Grecia y de Italia. En ellos aprehenderemos de los pueblos antiguos que tenían una larga y multiplicada experiencia de grandes asambleas los principios bajo los que construían sus circos y anfiteatros en los cuales cincuenta mil almas oían con comodidad la voz de un actor; como lo experimentó José II hace algunos años en el anfiteatro restaurado de Verona sabríamos el uso de las grandes conchas que se hacían en ciertas partes de las paredes, el de los vasos de cobre que servían para aumentar los sonidos en el inmenso circo de Caracalla, el de los depósitos con fondo de cuba de metal o de ladrillo que se usan con tan buen suceso en la ópera moderna de Roma donde siendo la sala mucho mayor que ninguna de las nuestras una orquestra de once instrumentos solamente produce tanto efecto como los cincuenta de nuestra opera; limitaríamos la construcción de las salidas y entradas que facilitan la comunicación y aun la evacuación total del teatro sin ruido ni confusión; y en fin podríamos averiguar todo lo que el arte habla imaginado en este género entre los antiguos para, hacer de ello, las aplicaciones inmediatas o las modificaciones oportunas [11].

El tercer género de utilidad que puede sacarse de la historia, que he llamado utilidad política, o social, consiste en reunir, y meditar sobre todos los hechos relativos a la organización de las sociedades, y al mecanismo de los gobiernos, para inducir de ellos los resultados generales particulares que puedan servir de términos de comparación y de reglas de conducta en casos análogos o semejantes. Tomada en este respecto la historia en su universalidad es una inmensa recopilación de experiencias morales, y sociales que el género humano hace involuntariamente y a mucha costa suya; y en que ofreciendo cada pueblo combinaciones diversas de acontecimientos, pasiones, causas y efectos, desenvuelve a los ojos del observador atento todos los resortes, y mecanismo de la naturaleza humana; de modo que si existiese un cuadro exacto del juego reciproco de todas las partes de cada máquina social; es decir de los hábitos, costumbres, opiniones, leyes, y régimen interior y exterior de cada nación, sería posible establecer una teoría general del arte de componer estas máquinas morales, y poner principios fijos y determinados de legislación, de economía política, y de gobierno. No hay necesidad de indicar la utilidad de un trabajo de esta naturaleza; pero desgraciadamente está sometido a muchas dificultades; en primer lugar porque la mayor parte de las historias, especialmente las antiguas, no ofrecen sino materiales incompletos, viciosos; y además porque el uso que puede hacerse de ellas, y los razonamientos que pueden formarse solo son exactos cuando se han presentado los hechos con precisión, y ya hemos visto cuán difícil es obtener esta sobre todo en los hechos particulares y preliminares. Debe también notarse que los hechos mayores y más notables de la historia no son los más instructivos, sino que lo son los accesorios, y las circunstancias que los han preparado, y producido; porque solo conociendo estas circunstancias preparatorias puede conseguirse el evitar u obtener unos resultados semejantes. Así en una batalla el resultado no es el que nos instruye sino los diversos movimientos que decidieron su suerte, y que aun cuando parecen menos visibles, son sin embargo las causas mientras que el acontecimiento es solamente el efecto [12]. La importancia del conocimiento de estos detalles es tal que sin ellos es vicioso el término de comparación porque no tiene analogía con el objeto que quiere aplicarse, y esta falta de tan graves consecuencias es sin embargo habitual y casi general en la historia; se aceptan los hechos sin discusión, se combinan sin relaciones exactas, se suponen hipótesis que carecen de fundamento; se hacen aplicaciones que faltan de exactitud, y de aquí nacen los errores de administración y de gobierno que producen veces las mayores desgracias. El estudio de la historia bajo este punto de vista es pues un arte muy profundo; y si ciertamente la utilidad que puede resultar es de las mayores consecuencias aquel es de la clase más elevada porque es la parte trascendental y si puedo decirlo así las altas matemáticas de la historia.

Todas estas consideraciones lejos de ser una digresión del asunto que me he propuesto me han preparado por el contrario una fácil solución a la mayor parte de las cuestiones relativas a él. ¿Se pregunta, por ejemplo, si puede aplicarse a las escuelas primarias el estudio de la historia? y es evidente que componiéndose estas de niños cuya inteligencia no está todavía desenvuelta y que carecen de ideas y medios para juzgar los hechos del orden social, no puede convenirles este género de conocimientos: que solo puede servir para crear en ellos preocupaciones e ideas falsas y erróneas, o hacerlos habladores, o papagayos como lo ha probado por espacio de dos siglos el sistema vicioso de la educación en toda Europa. ¿Qué entendemos, cuando jóvenes, de la historia de Tito Livio, de la de Salustio, de los Comentarios de Julio César, o de los Anales de Tácito que nos obligan a explicar? ¿Qué fruto, qué lección hemos sacado de ellos? Algunos maestros hábiles habían conocido tanto este vicio que pesar de los deseos que había de introducir en la educación la lectura de libros hebreos, no se atrevieron jamás a intentarla, y se vieron obligados a darles la forma de romance conocido con el nombre de historia del pueblo de Dios. Además si la mayor parte de los niños que frecuentan las escuelas primarias está destinada apracticar las artes, ú oficios que deben absorber todo su tiempo si ha de ganar en ellos con que atender a su subsistencia ¿a qué es darles conocimientos que no podrán cultivar; que tendrán que olvidarlos necesariamente; y que no les dejarán sino la falsa pretensión de saber mucho peor que la ignorancia? Las escuelas primarias no admiten pues la historia bajo su gran punto de vista político; podrá ser mucho más útil en ellas con respecto a las artes, porque hay muchas en las que es bastante la inteligencia de la juventud, y porque el cuadro de su origen y progresos puede instruir los niños en el espíritu de análisis; pero sería preciso componer expresamente obras de esta clase, y el fruto que se obtendría con ellas no compensaría tal vez ni el cuidado de hacerlas, ni los gastos.

La única clase de historia que creo conviene a los niños es la del género biográfico, o vidas de los hombres públicos o particulares. La experiencia ha demostrado que la lectura de esta clase de obras por las noches en familia producía un efecto poderoso en la imaginación de los jóvenes; excitando el deseo de imitación que es un atributo físico de nuestra naturaleza, que determina la mayor parte de nuestras acciones. Las impresiones recibidas por esta clase de lectura deciden la vocación e inclinaciones del resto de la vida, y son mucho más eficaces porque están menos preparadas por el arte, y porque el niño que hace una reflexión y forma su juicio, conoce mejor su libertad no creyéndose dominado; ni bajo la influencia de una autoridad superior. Nuestros antepasados conocieron, bien esta verdad cuando para dar más crédito sus opiniones dogmáticas imaginaron una obra de esta clase llamada Vida de los Santos; y no debe creerse que estas composiciones carezcan de mérito, porque muchas de ellas están hechas con arte, y con un profundo conocimiento del corazón humano: siendo la prueba de ello que han logrado con frecuencia su objeto, imprimiendo a las almas un movimiento en el sentido y dirección que se habían propuesto.

A medida que los espíritus se han alejado las ideas religiosas, se ha pasado a las obras filosóficas y políticas, prefiriéndose los hombres ilustres de Plutarco y de Cornelio Nepote, a las vidas de los Mártires y padres del desierto, y al menos no puede negarse que aquellos modelos aunque se les llame profanos son mas propósito para el uso de los hombres que viven en sociedad a pesar de que tienen todavía el inconveniente de alejarnos de nuestras costumbres y dar lugar a comparaciones viciosas y capaces de inducirnos graves errores. Sería preciso tomar entre nosotros mismos estos modelos con nuestras mismas costumbres o creerlos si no existen porque este es el caso en que puede aplicarse el principio que avancé de que los romances pueden ser en ciertos casos más útiles que la historia. Es de desear que el gobierno fomente la composición de este género de libros dementares y como pertenecen más bien a la moral que a la historia me limitaré a recordar a los compositores dos preceptos fundamentales del arte de que no deben separarse, a saber: la concisión yla claridad. Las muchas palabras fatigan los niños, y los hacen habladores las imágenes concisas les llaman la atención y los hacen pensadores; y lo que les aprovecha mas son las reflexiones que hacen por sí mismo; no las que otros les hacen.

 

SESIÓN QUINTA.

Del arte de leer la historia. — Este no está al alcance de los niños; y la historia sin enseñanza les es más peligrosa que útil. — Del arte de enseñar la historia. — Miras del autor sobre un curso de estudio de historia. — Arte de escribirla. — Examen de los preceptos de Luciano y de Mably.

Hemos visto que los hechos históricos nos presentan tres clases de utilidades, una relativa los particulares, otra a los gobiernos y sociedades, y la tercera aplicable a las ciencias y artes. Pero como esta utilidad de cualquiera de las tres clases que sea, no se ofrece por sí misma, ni sin mezcla de inconvenientes y dificultades; como exige precauciones y un arte particular para poderla obtener he comenzado el examen de los principios y reglas de este arte, y continuando en esta sesión en desenvolverlos los dividiré en dos clases, a saber el arte de estudiar la historia; y el de componer y escribirla.

He indicado ya que no me parecía conveniente para los niños el estudio de la historia bajo ningún aspecto porque los hechos de que se compone exigen una experiencia adquirida de antemano y una madurez en el juicio incompatibles con su edad; que por consiguiente debía desterrarse de las escudas primarias con tanta más razón, cuanto la mayor parte de los ciudadanos que las frecuentan está destinada al ejercicio de las artes y oficios, de que deben sacar lo necesario para subsistir, y cuyo empleo absorbiéndoles todo su tiempo les hará olvidar, y inutilizará enteramente toda noción puramente científica y especulativa; a lo cual añado que viéndose obligados a creer bajo la palabra y autoridad del maestro podrán contraer en su estudio errores y preocupaciones cuya influencia sea transcendental a todo el resto de su vida. No se debe tratar de saber mucho sino de saber bien; porque el saber a medias es una sabiduría falsa cien veces peor que la ignorancia. La única historia que debe permitirse a los niños, y como á ellos a todos los hombres sencillos, y sin instrucción, debe reducirse a la moral es decir a los preceptos de la conducta que deben seguir, y como estos son mas perceptibles cuando se han sacado de hechos y de ejemplos puede permitirse emplear anécdotas y relaciones de acciones virtuosas, especialmente si se usan con sobriedad; porque la abundancia es indigesta, y por decirlo al paso el vicio mayor de la educación francesa es el de querer decir, y hacer demasiado. Se enseña a los hombres a hablar y debería enseñárseles a callar, porque las palabras disipan la reflexión y la meditación la aumenta, la habladuría nacida del aturdimiento promueve la discordia; y el silencio hijo de la prudencia, es el amigo de la paz. La elocuente Athenas fue un pueblo de chismosos, y la silenciosa Esparta de hambres pausados y graves, habiendo sin duda recibido Pitágoras de las dos Grecias el título de Sabio por haber erigido el silencio en virtud.

En la segunda clase de instrucción que sigue a las escuelas primarias como está ya mas desenvuelta la imaginación de los jóvenes tiene más capacidad para recibir la que proporciona la historia. Sin embargo si repasamos las impresiones de nuestra primera edad, nos recordaremos que por un largo periodo lo que más excitó nuestro interés en semejante clase de lectura, y lo que con mas aflicción leíamos eran las relaciones de encuentros y anécdotas militares. Observarán ustedes que al leer la historia antigua de Rollin, o la de Francia de Velly se pasa con rapidez o nos dejamos apoderar de la languidez al leer los artículos sobre costumbres, leyes y política deseando llegar Mas pronto los de sitios de plazas, a las batallas o aventuras particulares, y entre estas aventuras mismas, y las historias personales preferimos ordinariamente la de los grandes guerreros a la vida pacífica de los legisladores y filósofos lo que nos conduce a dos reflexiones; 1ª que el estudio de la historia no produce sino una utilidad muy lenta en los jóvenes con quieres tiene pocos puntos de contacto; 2ª que como no les toca sino por la moral, y sobre todo por las pasiones, sería peligroso dejarlosentregados a sí mismos, y sin guía en este estudio, no pudiendo dejar en sus manos sino historias preparadas y escogidas a propósito en cuyo caso no podría decirseque se les enseña la historia. ¿Se les muestra acaso los hechos como son en sí, o más bien como se ven o se quieren hacer ver [13]? ¿Y en este caso es un romance o modo adoptado para la educación? Este método tiene sin duda como he dicho ya sus ventajas, pero también tiene sus inconvenientes, porque así como los de la edad media se engañaron adoptando una moral que contraria todas las inclinaciones de la naturaleza, en vez de darle dirección, del mismo modo es de temer que la edad presente se engañe igualmente adoptando otra cuya tendencia es exaltar las pasiones en vez de moderarlas, de modo que pasando de un exceso a otro; de una ciega credulidad una incredulidad feroz; de una apatía misantrópica una concupiscencia devoradora; y de una paciencia servil, un orgullo opresor insociable no habremos hecho más que cambiar de fanatismo, y abandonando el de los Godos del siglo nono, volveremos al de los hijos de Odín, los Francos y los Celtas nuestros primeros abuelos. Tales serían pues los efectos de esta doctrina moderna cuya tendencia se dirige a exaltar el valor, haciéndole pasar los límites de la defensa y conservación que le indica la naturaleza; doctrina que solo ensalza las costumbres y virtudes guerreras, como si la idea de la virtud cuya esencia consiste en conservar pudiera aliarse con la de la guerra cuya esencia es destruir; que llama patriotismo un odio feroz a las demás naciones, como si el amor exclusivo de su propia especie no fuese la virtud especial de los lobos y tigres, y como si en la sociedad general del género humano hubiese otra justicia a otras virtudes para los pueblos diferentes de los individuos: y como si un pueblo guerrero y conquistador se diferenciase de un individuo perturbador y malvado que se apodera de los bienes de su vecino porque es más fuerte que él: una doctrina en fin que solo tiende hacer volver a la Europa a los siglos y costumbres feroces de los Cimbros y Teutones, y que es tanto mas peligrosa cuanto que el espíritu de la juventud amigo del movimiento y seducido por el entusiasmo militar adopta con ansia sus preceptos. Maestros de la nación meditad bien sobre un hecho que tenéis a la vista. Si vosotros, si la generación actual educada en unas costumbres suaves, y cuyos juegos de infancia se reducen a moñas e iglesitas; si esta generación, digo, ha tomado en tan poco tiempo tal vuelo hacia las costumbres sanguinarias [14], qué será de la educada entre el robo y la sangre que convierte en juegos desu menor edad todos los horrores que inventa el extravío del hombre ¿Avancemos un paso más y veremos resucitar los extraños efectos del frenesí que en otro tiempo produjo la doctrina de Odín en Europa, y de los que nos presentó en el siglo X un ejemplo digno de citarse la escuela dinamarquesa del gobernador de Jomsbourg, que lo he sacado de una de las mejores obras de este siglo cual es la historia de Dinamarca por el profesor Mallet. Después de haber hablado en su introducción lib. IV de la pasión que tenían los Escandinavos como todos los Celtas por la guerra, y después de haber indicado como causa de ella sus leyes, su educación y su religión refiere el hecho siguiente.

«La historia nos enseña que Harald rey de Dinamarca que vivía a mediados del siglo X había fundado sobre la costa de la Pomerania un pueblo llamado Julin o Jombourg, a donde había enviado una colonia de jóvenes dinamarqueses y nombrado por gobernador a un llamado Palnatocko. Este nuevo Licurgo hizo de su pueblo una segunda Lacedemonia dirigiendo todo al único fin de crear soldados; con este objeto había prohibido dice el autor de la historia de esta colonia, aun el pronunciar la palabra miedo en los peligros mas inminentes: y un ciudadano de Julin jamás debía ceder al número de enemigos por grande que fuese, sino batirse intrépidamente sin huir nidelante de una multitud muy superior porque podía servirle de excusa el peligro de una muerte inevitable. De este modo parece que este legislador consiguió destruir en la mayor parte de sus discípulos hasta el último resto del sentimiento tan profundo y natural que nos hace temer nuestra destrucción, y lo prueba muy bien un rasgo de su historia que merece colocarse aquí por su singularidad.

»Habiendo hecho algunos de estos habitantes una irrupción en los estados de un señor poderoso de Noruega llamado Haguin, fueren vencidos a pesar de su obstinada resistencia, y cayeron prisioneros los más distinguidos; sus vencedores los condenaron a muerte, según el uso de aquellos tiempos: pero esta nueva en vez de afligirlos les causó una grande alegría, el primero se contentó con decir sin cambiar de semblante y sin darla menor señal de espanto ¿Por qué no me habrá de suceder a mí lo que a mi padre; él murió, yo moriré? Habiendo preguntado al segundo, el guerrero que les cortaba la cabeza, en qué pensaba; le contesto que se acordaba bien de las leyes de Julín para pronunciar palabra alguna que indicase temor. El tercero respondió a la misma pregunta »Que se alegraba de morir con gloria, prefiriendo la muerte a una vida infame como la de Forschill.» El cuarto dic una contestación más larga y singular: «Yo sufro de buena gana la muerte, le dijo, y esta hora me es y muy agradable, solo te pido (dirigiéndose a Forschill) que me cortes la cabeza lo más pronto posible, para decidir sobre una cuestión que hemos tratado frecuentemente en Julin a saber si se conserva alguna sensación o no después de ser decapitado. Por esta razón voy a coger en la mano este cuchillo, y si después de decapitado atento todavía contra tí, será prueba de que no he perdido enteramente los sentidos: si lo dejo caer será prueba de lo contrario, decide pues pronto la cuestión.» Forschill añade el historiador se apresuró a cortarle la cabeza y se le cayó el cuchillo [15]. El quinto mostró la misma tranquilidad y murió chanceándose con sus enemigos. El sexto pidió a Forsehill que le diese el golpe de frente: «Yo estaré inmóvil, le dijo, y tu verás que ni siquiera cierro los ojos porque estamos acostumbradosen Jomsbourg, a no movernos aun cuando se nos da un golpe moral, y para eso nos ejercitamos unos con otros, y murió en efecto, cumpliendo su promesa su presencia de todos los espectadores. El séptimo, dice el historiador, era un hermoso joven en la flor de su edad, su larga y roja cabellera parecía de seda y flotaba en rizos sobre sus espaldas, habiéndole preguntado Forschill si temía la muerte «La recibo con gusto, le dijo, puesto que ya he llenado el deber más grande de la vida habiendo visto morir a los que no puedo sobrevivir, solo te pido que no dejes a ningún esclavo que toque a mis cabellos, y que cuides de no mancharlos con mi sangre.»

Estos rasgos prueban el poder que ejercen sobre nosotros los preceptos de la educación aun en un sentido tan contrario a la naturaleza; y pueden probar al mismo tiempo el abuso que podría hacerse de la historia, pues no hace muchos meses [16] un ejemplo semejante no hubiera dejado de servir para autorizar el fanatismo; siendo este el peligro que ofrece la historia presentándonos casi siempre escenas de locura, vicios, o crímenes; y por consiguiente modelos y estímulos para los extravíos más monstruosos.

En vano se dirá que los males que resultan de ellos, según nos lo hace ver también la historia, son suficientes para hacernos los evitar, porque en lo moral existe una verdad profunda la que no se hace bastante atención, y es que el espectáculo del desorden y delvicio deja siempre impresiones peligrosas, y sirve menos para separarnos de él que para acostumbrar a él nuestra vista y estimularnos con la excusa que nos presenta el ejemplo. Este mismo mecanismo físico es causa de que una narración obscena agite el alma mas casta, y así el mejor medio de mantener la virtud es el de no presentarla las imágenes del vicio.

En el asunto en cuestión puedo asegurar que las mejores obras son las menos malas, y que el partido más prudente que debe tomarse es el de esperar a que los jóvenes tengan ya su juicio formado, y libre de la influencia de los maestros para que puedan comenzar a leer la historia. Su entendimiento nuevo pero no ignorante no sería el menos a propósito para coger nuevos puntos de vista, sin doblegarse a las preocupaciones que inspira una educación rutinera. Si estuviese encargado de trazar un plan de estudios de este género la marcha que creería más conveniente después de exigidas estas condiciones sería la siguiente.

En primer lugar exigiría que mis discípulos tuviesen nociones preliminares de Ciencias exactas, como matemáticas física y estado del cielo y del globo terrestre, es decir quehubiese ya en su entendimiento medios y términos de comparación para juzgar los hechos que se le refiriesen. He dicho el estado del cielo y del globo terrestre porque sin algunas ideas de astronomía es imposible entender la geografía y sin una tintura de esta no pueden fijarse las escenas de la historia que vuelan en nuestra imaginación como las nubes en el aire. Nocreería necesario que mis discípulos hubiesen profundizado los detalles de estas ciencias, porque la historia misma se los presentará; ni exigiría que se viesen enteramente libres de las preocupaciones morales o religiosas; bastaría que no fuesen tercos ni estuviesen encaprichados con ellas, y que tuviesen un entendimiento capaz de observar porque no dudo que el espectáculo variado de todos los contrastes que nos presenta la historia rectificaría y extendería sus ideas. La terquedad proviene de no conocer mas que a sí y a los de su clase, y la intolerancia de no haber salido fuera de su hogar, porque estos dos defectos son el fruto de un egoísmo ignorante, y cuando se ha visto mucha clase de gentes, cuando se han comprado muchas opiniones diferentes se advierte que cada hombre tiene su valor, y cada opinión sus razones, y embotando los ángulos cortantes de una nueva vanidad se rueda dulcemente hacia el torrente de la sociedad. La historia nos procura también este fruto de la prudencia, y esta utilidad que nos proporcionan los viajes, porque aquella es un viaje agradable, en que sin peligros ni fatigas, y aun sin moverse se recorre el universo de los tiempos y de los lugares. Así pues del mismo modo que un viajero no comienza sus excursiones desde las tierras australes, o desde países inaccesibles y desconocidos para dirigirse después a la tierra habitada, así también juzgo que mis discípulos de historia deberían no comenzarla en la obscuridad de la antigüedad, ni en los siglos inconmensurables para venir desde ellos sin saber cómo a los siglos contiguos al nuestro que en nada se parecen a aquellos. Lejos de eso evitarán todos los libros de historia que de un solo vuelo nos trasportan al origen del mundo, calculando sobre aquella época, como sobre la del día de ayer y declarando que no se puede razonar ni entrar en contestación con este principio. Y como nada es mas malo que las contestaciones, y por otra parte el raciocinio es una brújula que no podernos abandonar es preciso dejar otros habitantes de los antípodas en su polo austral, e imitando a los prudentes marinos dar a la vela desde nuestro puerto, seguir costeando nuestra tierra, y no avanzar sino a medida que vayamos conociendo el rumbo. Mi opinión es pues que primero debe estudiarse la historia de su país natal, de aquel en que vivimos, donde podemos adquirir pruebas materiales de los hechos, y ver los objetos de comparación.

A pesar de esto no desaprobaré tampoco el que se empiece por la historia de un país extranjero, porque el aspecto de un nuevo orden de cosas, hábitos y costumbres distintos de las nuestras tiene una poderosa influencia para detener el curso de nuestras preocupaciones, y hacernos ver a nosotros mismos bajo una nueva luz producida por el desinterés y la imparcialidad. La única condición quejuzgoindispensable es la de que se principie con una historia tiempos y países bien conocidos para que puedan verificarse los hechos.

Es igual que la Historia sea de España de Inglaterra, de Turquía o de Persia y no hay mas diferencia sino que hasta ahora parece que los mejores historiadores han sido los de Europa porque son los que conocemos mejor. Primero es necesario tomar una idea general de un país o de una nación dada, leyendo el autor que merezca más consideración entre los que hayan escrito de ella. Con esta lectura se adquiere una primera escala de tiempo a que debe referirse todo. Si se quieren profundizar más los detalles, en la misma obra se encontrarán citados los originales que podrán consultarse, y compulsarse siendo bueno hacerlo en todos los artículos en que el autor demuestre incertitud o embarazo. De una primera nación, o de un periodo conocido se pasa al inmediato que haya excitado más interés y tenga más conexión con los puntos que requieran aclararse o desenvolverse, y de este modo de unos a otros se toma el conocimiento suficiente de toda la historia de Europa, Asia, África, y Nuevo Mundo: porque siguiendo siempre el principio que he sentado de pasar de lo conocido a lo desconocido, de un punto más prójimo a otro más lejano no desearía que mis discípulos remontasen a tiempos remotos sin tener una idea completa del estado presente. Después de adquirida esta idea podríamos remontar a la antigüedad pero con prudencia, y siguiendo de escala en escala por miedo de no perdernos en un mar que carece de costas y donde no se ven estrellas que puedan guiarnos. Llegados los confines extremos de los tiempos históricos, y hallando algunas épocas ciertas nos colocaríamos en ellas como sobre unos promontorios para tratar de vislumbrar en el océano tenebroso de la antigüedad algunos puntos sobresalientes que como pequeñas islas escoltan sobre las olas de los acontecimientos. Sin abandonar la tierra trataríamos de averiguar por diferentes relaciones, que nos sirviesen de triángulos la distancia de algunos de ellos que llegaría a servirnos de base cronológica para medirlas distancias de los otros: y mientras pudiésemos distinguir algunos puntos ciertos y medir su intervalo seguiríamos adelante con el hilo en la mano; pero cuando no llegásemos a distinguir sino nieblas y nubes vinieran a guiarnos los autores de cosmogonías y mitológicas para conducirnos al fin de los prodigios y de las hechiceras, volveríamos sobre nuestros pasos, porque generalmente aquellos guías exigen por condición el que se cubran los ojos y en tal estado no es posible saber por donde se camina; además como se disputan entre sí sobre quien es el que deba guiar es preciso evitar estas disputas porque sería pagar demasiado cara tina ciencia si quisiésemos comprarla a costa de la paz. Es cierto que mis discípulos volverían llenos de dudas sobre la cronología de los Asirios, y Egipcios; que no podrían saber con seguridad sobre cien años de diferencia la época de la guerra de Troya, y quizás se inclinarían a dudar de la existencia de los semi-dioses, del diluvio de Deucalión del buque de los Argonautas, de los 115 años del reinado de Fohi el Chino, y de todos los prodigios indios, caldeos, y árabes más parecidos; a los eventos de las mil y una noches, que a la historia; pero para su consuelo habrían adquirido ideas sanas sobre un periodo de cerca tres mil años que es todo lo que sabemos de historia verdadera; y compulsando cuidadosamente las notas, y todos los extractos de lectura que hiciesen tendrían medios para sacar de la historia toda la utilidad de que es susceptible.

Conozco que se me dirá que un plan de estudios semejante exige años para su ejecución, y que es capaz de absorber el tiempo y las facultades de un individuo que por consiguiente solo puede convenir a un pequeño número de hombres que por sus medios personales o ayudados por la sociedad puedan consagrarse enteramente a él. Convengo en la verdad de esta observación tanto mas fácilmente cuanto la sé por propia experiencia porque cuanto más considero la naturaleza de la historia veo más que no puede llegar a ser un estudio vulgar y proporcionado a todas las clases de la sociedad. Concibo como y porque deben instruirse todos los ciudadanos en el arte de leer, escribir, contar y dibujar; como y porque deben darse a todos nociones de las matemáticas que calculan los cuerpos; de la geometría que los mide; de la física que hace sensibles sus cualidades; de la medicina elementaria que enseña a conducir nuestra propia máquina, y a mantener nuestra salud; y aun de la geografía a que nos enseña a conocer el rincón del universo en que estamos y que debemos habitar. Estoy persuadido de la necesidad usual y práctica de estos conocimientos comunes todos los tiempos de la vida, a todos los instantes del día, y a todos los estados de la sociedad; veo que son objetos de tanta utilidad, que presentándose continuamente al hombre y obrando sin cesar sobre él, no puede substraerse de sus leyes aunque quiera ni eludir su poder con raciocinios ni sofismas porque existen de hecho, los palpa, y no puede negarlos; pero respecto a la historia, este cuadro de la fantasía en que se nos pintan hechos que han desaparecido, y de que solo nos resta la sombra ¿qué necesidad hay de conocer estas formas fugitivas que han perecido y no renacerán jamás? ¿Qué importa a unlabrador, a un artesano, mercader o negociante que haya habido un Alejandro, un Atila, un Tamerlan un imperio de Asiria, un reino de Bactran, una república de Cartago, de España de Roma? ¿Que relación tienen todas estas fantasmas con su existencia? ¿Que exigen de su conducta ni que utilidad proporcionan a su felicidad? ¿Gozará menos salud, estará menos contento por ignorar que han existido grandes filósofos, ni grandes legisladores llamados Pitágoras, Sócrates, Zoroastro Confucio y Mahoma? Estos hombres dejaron ya de existir pero sus máximas existen todavía y estas son las que nos importan y las que nos es preciso juzgar sin miramiento por los moldes en que fueron fundidas rotos por la naturaleza, sin duda, para darnos esta lección. Esto no ha dejado sino los modelos, y si nos interesa la existencia real de una máxima es preciso confrontarla con los hechos naturales, y por su identidad o discordancia sabremos los errores o verdades que contiene. Pero repito que no concilio la necesidad de conocer tantos hechos que dejaron de existir, y por el contrario veo más de un inconveniente en hacer de este estudio una ocupación general y clásica; uno de ellos el emplear un tiempo y consumir una atención que producirían mucho mayor utilidad aplicados a las ciencias exactas de primera necesidad; otro la dificultad de comprobar la verdad y certeza de les hechos; dificultad que da margen a debates, y a las arterias del argumento; que substituye la demostración palpable de los sentidos, los sentimientos vagos de convencimiento íntimo y de persuasión; razones de los que razonan, aplicables al error lo mismo que a la verdad, y que son la expresión del amor propio pronto siempre a exasperarse a la menor contradicción, y a engendrar el espíritu de partido, el entusiasmo, y el fanatismo. Otro de los inconvenientes de la historia es el de no derivar su utilidad sino de resultados cuyos elementos son tan complicados, tan inconstantes, y tan capaces de inducirnos a errores, que casi nunca podemos tener una completa certeza de estar libres de ellos. Así pues yo persistiré siempre en mirar la historia no como una ciencia, nombre que solo me parece aplicable los conocimientos demostrables cuales son los de las matemáticas la física y la geografía sino como un arte sistemático de cálculos meramente probables, como lo es el arte de la medicina; y así como en esta aunque es cierto que los elementos del cuerpo humano, tienen propiedades fijas, y que sus combinaciones tienen un juego determinado y constante sin embargo como estas son tan numerosas y variables, como no se manifiestan a los sentidos sino por sus efectos resulta en el arte de curar un estado vago y de conjeturar que lo hace difícil y lo saca de la esfera de nuestros conocimientos vulgares así también en la historia aunque es cierto que los hechos han producido tales acontecimientos y tales consecuencias, sin embargo como no se hallan determinados ni conocidos el estado positivo de estos hechos, ni sus relaciones y reacciones, resulta una posibilidad de error que hace difícil y delicada la operación de aplicarlos y compararlos a otros hechos, y exige un ingenio muy ejercitado en esta clase de estudios y dotado de mucha delicadeza y tino. Es cierto que en esta última consideración de signo particularmente la utilidad política de la historia pero confieso que a mi parecer esta utilidad es su propio y único objeto, y la de la moral individual y perfección de las ciencias y artes solo son episodios y accesorios: El objetó principal, elarte fundamental, es la aplicación de la historia al gobierno, la legislación y a toda la economíapolítica de las sociedades; de modo que no tengo inconveniente en llamar a la historia la Ciencia Fisiológica delosgobiernos, porque en efecto con la comparación de los estados anteriores nos enseña a conocer la marcha de los cuerpos políticos, futuros y presentes; los síntomas de sus males, los indicios de su robustez, los pronósticos de sus agitaciones, y crisis, crisis en fin los remedios que se les pueden aplicar: El convencimiento de las dificultades que abraza bajo este punto de vista inmensa fue sin duda la causa de que entre los antiguos se aplicasen al estudio de la historia particularmente los hombres destinados los negocios públicos; y lo es de que así entre ellos como entre los modernos los historiadores mejores hayan sido los que llamamos hombres de estado; y de que en la China, imperio célebre por varios géneros de sabias instituciones, se haya formado hace siglos un colegio especial de historiadores. Los Chinos han creído, y con razón, que no debió abandonarse a la casualidad ni a los caprichos de los particulares el cuidado de recoger y transmitir a la posteridad los hechos que constituyen la vida de un gobierno, y de una nación: han conocido que los escritores de historia son magistrados, que pueden ejercer la mayor influencia sobre la conducta de las naciones, y de sus gobiernos; y en consecuencia han querido cometer el cargo recoger los acontecimientos de cada reino a hombres escogidos por sus luces y virtudes que escriben sobre ellos sus notas sin comunicarse, y las depositan en cajas selladas que no se abren sino después de la muerte del príncipe o de su dinastía. No es esta ocasión deprofundizar esta institución me basta solamente indicar cuanto apoya la alta idea que he formado de la historia. Ahora pasemos al modo de componerla.

Dos escritores distinguidos han tratado, especialmente sobre el modo de escribir la historia el primero, Luciano, nacido en Samosata en el reinado de Trajano, dividió su tratado en crítica y preceptos: en la primera parte se burla con la salpicante que le es propia del mal gusto de un enjambre de historiadores a que dio origen la guerra de Marco Aurelio contra los Partos, y que según dice se vio perecer como un enjambre de mariposas después de una tempestad. Entre los defectos que les reprocha se notan estilo hinchado, la afectación de grandes palabras, el recargo de epítetos y por una consecuencia natural de esta falta de gusto el haber caído en el exceso contrario, empleando expresiones triviales, detalles bajos, y fastidiosos, mentiras osadas; y una adulación baja de modo que, la epidemia que atacó al fin del siglo segundo de los escritores romanos tuvo os mismos síntomas que las que se han manifestado en la Europa moderna de que tenemos en casi todos los pueblos que la componen.

En la segunda parte expone Luciano todas las calidades y deberes de un historiador. Quiere que esté dotado de capacidad; que conozca la decencia; que sepa pensar, y expresar sus pensamientos; que esté versado en los negocios, políticos y militares; libre de: temor y de ambición, que sea inaccesible a la seducción, y á, las amenazas; que diga la verdad, sin debilidad ni acrimonia; que sea justo sin dureza, censor sin aspereza y sin calumnia; y que no esté poseído del espíritu de partido, o nacional. Lo quiero, dice, ciudadano de todo el mundo, sin señor, sin leyes, sin respetos por la opinión de su tiempo, y que sólo escriba para granjearse la estimación de los hombres sensatos, y los votos de la posteridad.

En cuanto al, estilo, recomienda Luciano que sea, fácil, puro, claro, y proporcionado al objeto: sencillo en lo general como narrativo, aunque algunas veces noble, grande y casi poético como las que pinta; muy pocas veces oratorio, y jamás declamador. Que las reflexiones sean cortas; la materia bien distribuida, los atestados bien examinados, y pesados para distinguir su buena o mala ley: y en una palabra que el ingenio del historiador, dice, sea un espejo fiel en que se reflejen los hechos sin alterarse; que si expone un hecho maravilloso lo haga sin afirmarlo, ni negarlo para no hacerse responsable; y que no tenga otro objeto más que la verdad; otro móvil sino el deseo de ser útil, ni otra recompensa sino la estimación aunque estéril de los hombres de bien y de la posteridad. Tal es el resumen de las noventa y cuatro páginas que contiene el tratado de Luciano traducido por Massieu.

El segundo escritor Mably ha dado a su obra la forma de dialogo y la ha dividido en dos conversaciones. Sorprende desde luego ver tres interlocutores griegos hablar de la guerra de los insurgentes contra los ingleses; y Luciano se hubiera reído de esta mezcla, pero el severo Mably no entiende de chanzas. En la primera conversación habla de los diferentes géneros de historias y desde luego de las historias universales, y de sus estudios preliminares. En la segunda trata de las historias particulares y de su objeto con algunas observaciones comunes a ambos géneros.

Al abrir la primera se encuentra establecido el precepto, de que es necesario haber nacido, historiador, y uno puede dejar de asombrarse, de hallar una frase semejante en el hermano de Condillac; bien que es preciso tener presente que este amable y Mably seco y áspero juzgaba y cortaba. Quiere después y con más razón que sus discípulos hayan estudiado la política distinguiéndola en dos clases; una fundada en las leyes establecidas por la naturaleza para procurar la felicidad a los hombres, es decir lo que forma el verdadero derecho natural; y la otra que es obra de los hombres, y como tal un derecho variable, y convencional, producto de las pasiones, de la injusticia, y de la fuerza: del que solo resultan falsos bienes y, grandes reveses. La primera dará al historiador ideas sanas de la justicia, de las relaciones de los hombres relaciones, de los hombres, y de los medios de hacerlos felices; la segunda le hará conocer la marcha habitual los negocios humanos, le enseñará a calcular sus movimientos, preveer los efectos; y a evitar los reveses. En estos preceptos y otros semejantes se extiende más y es mas instructivo Mably que Luciano, pero es de sentir que no imitase ni el orden, ni la claridad, ni el tono jocoso de este. Toda su obra respira una taciturnidad obscura y descontentada, sin hacer gracia a ninguno de los modernos, sin hallar perfecto nada sino en las antiguos, Se apasiona de ellos y sin embargo prefiere Grocio en su historia de los países bajos a Tácito que según dice no sacó lección alguna del reinado de Tiberio; y que aunque su pincel es fuerte, su instrucción es ninguna, y hay razón de duda de su filosofía por el modo de pintar la conducta de los Romanos con los pueblos llamados bárbaros. Mably no conoce nada bueno ni admirable sino la historia Romana de Tito Livio que una justa crítica tiene derecho para llamar un romance, y como lo conoció también quisiera quitar de ella una porción de trozos que le incomodan, aunque gusta de las arengas que los actores de la historia no hicieron jamás. Elogia a Bossuet por haber presentado un gran cuadro dramático, y maltrata hasta con grosería a Voltaire, por haber dicho que la historia no era sino un romance probable, bueno únicamente cuando puede ser útil. No debo disimularlo la obra de Mably difusa y redundante escrita sin estilo y sin método, no es digna del autor de las Observaciones sobre la historia de Francia: no tiene la concisión didáctica que debía formar su principal mérito que a la verdad falta también en la obra de Luciano. Las ciento y ochenta páginas de Mably pueden reducirse fácilmente, a veinte buenas, de preceptos, y se ganaría nueve partes de tiempo, ahorrándose el disgusto de su sátira biliosa. No le hagamos sin embargo un crimen de ella, pues que ya causaba su propio tormento. No se nace historiador, pero se nace alegre o tétrico, y desgraciadamente el cultivo de las letras, la vida sedentaria, los estudios continuados con empeño, y los trabajos de espíritu, sólo sirven para espesar la bilis, obstruir las entrañas, y trastornar las funciones del estómago asiento inmutable de toda la alegría o descontento. Se tacha a los hombres de letras, y debería compadecérseles; se les reprochan las pasiones y éstas son las que forman su talento, cuyo fruto se recoge: sólo comenten un error que es el de ocuparse menos de sí mismos que de los otros, haber descuidado la hasta ahora el conocimiento físico de su cuerpo, de esta máquina animada, por la cual viven, y no haber conocido las leyes de la fisiología y de la dietéutica, ciencias fundamentales de nuestros afectos. Este estudio convendría sobre todo a los escritores de historias personales, y les daría un género de utilidad tan importante como nueva; porque si un observador moralista y fisiologista a un mismo tiempo, estudiase las relaciones que existen entre las disposiciones de su cuerpo, .y la situación de su espíritu; si examinase con cuidado en que días y a qué horas tiene su pensamiento más actividad, o más languidez, más calor en sus sentimientos o torpeza y dureza, más nervio o mas abatimiento; se apercibirla que estas fases del espíritu ordinariamente; periódicas corresponden otras fases igualmente periódicas del cuerpo que son las digestiones lentas o fáciles, bunas o malas, los alimentos dulces acres, estimulantes o calmantes, de que nos ofrecen señalados ejemplos algunos licores particularmente el vino y el café, y finalmente las transpiraciones detenidas o precipitadas. Se convencería en una palabra de que el juego bien o mal arreglado de la máquina corporal es un poderoso regulador del de el órgano pensador; que por consiguiente lo que se llama vicio de carácter no es con frecuencia sino vicio del temperamento o de las funciones corporales, que no necesitada para corregirse más que un buen régimen; y de un trabajo de esta naturaleza resultaría la utilidad de hacernos ver que la causa de muchos vicios y de muchas virtudes proviene de nuestras habitudes físicas, y esto nos daría reglas preciosas de conducta, aplicables según los temperamentos, y crearía en nosotros un espíritu de indulgencia que nos haría ver en los hombres que llamamos ásperos e intolerantes, unos enfermos u hombres mal constituidos, que es preciso enviar a tomar las aguas minerales.

 

Notas:

[*] Ortega y Medina Juan A. Obras de Juan A. Ortega y Medina, 5. Historiografía y teoría de la historia. México. UNAM-IIH-FESA. 2018. 572 p.

1. Analícese, por ejemplo, el principio fundamental de los movimientos actuales de la Europa "Todos los hombres nacen con iguales derechos" y, se verá que esta máxima no es sino el hecho colectivo y sumario deducido de una multitud de hechos particulares según los cuales comparados uno a uno la totalidad de los individuos o al menos una inmensa multitud, y habiéndolos hallado semejantes en sus órganos y facultades, se ha concluido como una adición, el hecho total de que nacen todos con iguales derechos... Resta definir con exactitud cuales son estos derechos, y esta definición es más espinosa de lo que generalmente se cree.

2. Heródoto, lib. 4, § XLII, traducción de Larcher.

3. Suetonio, vida de Cesar, § LIV.

4. De la libertad y de la licencia.

5. Véase el primer capítulo del Alcorán, verso 1º, y siguientes.

6. Véase el principio de las confesiones de J. J. Rousseau: quizás no existe libro alguno que contenga tanto orgullo en tan pocos renglones como los diez primeros de este.

7. Entre Rousseau y Voltaire considerados como jefes de opiniones hay la diferencia característica de que cuando se ataca al 2º delante de sus partidarios estos lo defienden sin calor con razones y chocarrerías, considerando al que lo crítica lo más como un hombre de mal gusto. Pero cuando se ataca a Rousseau delante de los suyos produce en ellos como una especie de horror religioso que les hace considerar al que lo impugna como un malvado. Habiendo experimentado yo mismo en mi juventud estas impresiones al buscar la causa me ha parecido hallarla en que como Voltaire habla al espíritu mas bien que al corazón, y al pensamiento más bien que los sentimientos, no acalora el alma con el fuego de las pasiones; y como se ocupaba mas de combatir la opinión de otros, que de establecer la suya, producía el hábito de dudar y no el de afirmar; lo cual conduce a la tolerancia. Por el contrario Rousseau dirigiéndose al corazón mas bien que al espíritu, y a los afectos mas que a la razón, exalta el amor de la virtud y de la verdad sin (sin definirlas) con el amor de las mujeres tan capaz de causar ilusión; y estando fuertemente persuadido de su rectitud sospecha sola opinión y después la intención de los otros; de cuya situación de espíritu resulta inmediatamente la aversión en los débiles y la intolerancia perseguidora en les que tienen la fuerza. Es notable que entre los hombres que han desplegado más este carácter en estos últimos tiempos el mayor número de ellos se llaman discípulos y admiradores de J. J. Rousseau.

8. Fraternidad o la muerte es decir piensa como yo o te mato, quees literalmente la profesión de fe de un Mahometano.

9. Se sabe que Rousseau murió en este estado al que sin duda le redujeron sus escritos.

10. El anfiteatro de química del jardín de plantas.

11. Este asunto, es tan importante que no llevará a mal el lector que indique los resultados de mis observaciones sobre las diferentes salas en que me hallado.
El objeto principal y aun único de una sala deliberante es el de que los que discuten se hablen con comodidad y se oigan con claridad. Adornos, construcción, reglas del arte, todo debe ser subordinado este objeto principal y para obtenerlo es preciso:
1º Que los que deliberan estén reunidos en el espacio mas pequeño conciliable con la salubridad y la comodidad, sin cuya condición quedando despojados de hecho o las que tienen voz débil de su derecho de presentar su opinión, se establece una aristocracia de pulmones que no es de las menos peligrosas;
2º Que estén sentados de modo que puedan verse fácilmente sus movimientos, porque sin respeto público no hay dignidad individual; y estas dos primeras condiciones establecen la necesidad de la forma circular y de anfiteatros;
3º Que los: asientos de los deliberantes formen una masa continuada sin división natural que indique distinción de puestos, porque estas divisiones naturales favorecen y aun fomentan las divisiones morales de partido, y de facción;
4° Que nadie pueda pasar por la sala sino es los secretarios y ujier porque nada incomoda tanto en una deliberación como el paso continuo de unos y otros;
5° Que haya muchas entradas y salidas independientes unas de otras de modo que pueda evacuarse o llenarse la sala prontamente y sin confusión;
6. Que los oyentes estén colocados de modo que no estorben a los deliberantes.
Como puede parecer un problema esta última condición he aquí el plan que he calculado sobre los datos expuestos, y cuya perfección toca a los arquitectos al ejecutarlo.
Designo una sala en forma de herradura, o de algo más que un semi-círculo y le doy el hueco suficiente para contener quinientos individuos deliberantes a lo más porque las asambleas que exceden de este número son conciliábulos, y así deben ser más preferibles de solos 300. Construyo cinco o seis órdenes de gradas en anfiteatro cuyo radio es de 36 a 40 pies lo más, y en cada una de ellas dejo una porción de entradas y salidas. Al rededor del piso de la sala coloco una barandilla que impide a los de la última grada entrar en él. En uno de los extremos del semi-círculo, fuera de las gradas está la silla del presidente, y detrás de él fuera también del circo un cuarto para su uso, por el cual tiene la entrada y salida. Los secretarios están delante del presidente y en el extremo opuesto también fuera de las gradas la tribuna de la lectura destinada solamente a leer los informes y las leyes, puesto que cada miembro debe hablar desde su asiento. Esta tribuna y la silla del presidente no se miran sino que están un poco vueltas hacia el fondo del anfiteatro. Encima de las gradas y de tras de la pared están las tribunas de los taquígrafos de los periódicos, que siendo mi parecer de gran influencia en un gobierno republicano deben de ser elegidos parte por el gobierno, y parte por el pueblo; y en fin algunas otras tribunas con celosías para los magistrados y embajadores.
El techo de la sala no debe ser redondo sino chato y calculado para producir el mejor efecto en los oyentes; con varios bastidores para renovar el aire de la sala y dar la luz. No debe haber en esta ninguna venta lateral ni columnas que rompan la unidad del recinto; porque si se nota demasiado eco se cubran las paredes de tapicería. Al rededor de las paredes debe haber termómetros para medir y tener en un mismo grado de calor las estufas subterráneas en invierno, y los conductos de aire en verano; parte que debe estar bajo la inspección de tres médicos porque la salud de los deliberantes es uno de los elementos de buenas leyes.
Hasta aquí no he hablado del auditorio y sin embargo quiero que lo haya con la condición cómoda; de que pueda ser más o menos numeroso a voluntad: a este fin adapto en la boca del semi-círculo, de que he hablado otro semi-circulo más pequeño, más grande, o igual que figure un teatro sin galerías. Los deliberantes se hallan respecto a él como en un teatro elevado que domina al pacio desde bastante altura. Estas dos salas están divididas por un paso y una barandilla casi como la orquestra para oponerse en caso necesario a todo movimiento popular. Para presentarse a la barra situada entre el presidente y la tribuna de lectura se entra por este paso; y en fin por medio de un gran biombo lateral y movible se aíslan los deliberantes en un abrir y cerrar de ojos en el caso de una sesión secreta sin tener que incomodar a los espectadores. Puede creerse con fundamento que un edificio de esta naturaleza no costaría más de cien mil francos porque debe excluirse de él toda especie de lujo; pero aunque costase el doble su construcción es la cosa más practicable aun en nuestras circunstancias porque sin tocar al tesoro público podría llenarse el objeto por medio de una subscripción de 12 a 15 francos por mes cada uno de los miembros de los consejos sin que esta pudiese serles gravosa sobre su sueldo.

12. Lo mismo sucede, también con los detalles de las negociaciones de que dependen los grandes acontecimientos de, la paz de la guerra, que son los hechos históricos mas instructivos, porque se ven en ellos al descubierto todo el juego de las intrigas y pasiones; y estos hechos serán siempre los menos conocidos porque no hay quizás agente alguno que se atreva a dar cuenta exacta de ellos por su propio honor o interés

13. En general toda la historia es una narración de los hechos tales cuales los vio el que los refiere y así pueden aplicarse, el dicho de Fontenelle: «La historia es un romance del espíritu humano, y los romances son la historia del corazón

14. Cuando escribía esto en el corriente del año 3, acababa de atravesar la Francia desde Niza y había visto con frecuencia a los muchachos ahorcar los gatos, guillotinar las aves, o imitar los tribunales revolucionarios.

15. Estas palabras faltan en la edición en 12 que está llena de faltas.

16. Antes del año 2.