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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1824 Mensaje al Congreso Constituyente. Agustín de Iturbide.

Julio 19 de 1824

Con asombro he sabido que vuestra soberanía me ha proscrito y declarado fuera de la ley circulando el decreto para los efectos consiguientes, tal resolución dictada por el cuerpo más respetable de la patria, en que la circunspección y la justicia deben formar su primer carácter, me hace recorrer cuidadosamente mi conducta para hallar el crimen atroz que dio motivo a dictar providencia tan cruel a los representantes de una nación que han hecho alarde de ser ilimitada su clemencia y lenidad. Discurso si haber formado el plan de Iguala, y el ejército Trigarante que convirtieron a la patria repentinamente de esclava en señora, será el crimen; si será el haber establecido el sistema constitucional en México, reuniendo violentamente un congreso que le diese leyes, conforme a la voluntad y conveniencia de ella; si el haber destruido dos veces los planes que se formaron para erigirme monarca desde el año de 1821; si haber admitido la corona cuando yo no pude evitarlo, haciendo este gran sacrificio para librar a la patria, como en efecto la libré entonces de la anarquía; si será por no haber dado empleos a mis deudos más inmediatos ni aumentado su fortuna; si será porque conservando la representación nacional en la Junta Instituyente reformé un congreso que en       nueve meses  no hizo cosa alguna de constitución, de ejército ni hacienda, que voluntaria o involuntariamente nos arrastraba con todas sus providencias a la anarquía, y al yugo español; porque corté los pasos al congreso que en el mismo día que se instaló y juró mantener separados los tres poderes de la nación, se los abrogó todos y se separó de los términos de los poderes que había recibido, quebrantando sus solemnes juramentos; un congreso en fin, que había desmerecido la confianza pública, como lo manifestó toda la nación después de mi salida privándolo de los poderes que antes le había dado para constituirla; si será porque establecí este mismo congreso para librar otra vez a la patria de la anarquía, dejando a mi salida un centro de unión, estando seguro de que este cuerpo haría cuanto pudiese en mi contra, porque en él reinaba, siento decirlo, el espíritu de partido, la inmoralidad, y las ideas miserables; si será porque apenas se indicó por dos o tres diputaciones provinciales, y una parte del ejército, que la nación deseaba un nuevo gobierno, abdiqué gustoso la corona que se me había obligado a admitir; si será porque me entregué ciego a los que ya me habían faltado como jefe supremo de la nación, y puse mi existencia en manos de aquellos que por todos los medios, sin exceptuar los más bajos y miserables, habían procurado destruirla, pareciéndome todo preferible a que se vertiera una sola gota de sangre americana en mi defensa; si será porque a costa de sacrificios míos, de mi familia y amigos, evité los choques intestinos que habrían dado grandes ventajas a la facción española, empeñada entonces como ahora, en dividirnos para poner la pesada cadena en las cervices americanas; si será porque dejé a mi honrado y virtuosísimo y venerable padre en escasez y yo partí con la misma, con ocho hijos y mi mujer, con mucha probabilidad de mendigar mi subsistencia a dos mil leguas de mi patria; si será porque habiendo estado en mi mano no tomé de los fondos de la nación lo que ella misma me había asignado, porque en las escaseces quise que fueran pagados de preferencia las necesidades de mi Estado, los sueldos y dietas de aquellos que fingían creerme lleno de tesoros, y lo aseguraban así sin pudor a la faz de la nación que poco antes o después había de conocer la verdad; si será porque con riesgos de todas clases me sobrepuse a las amenazas de la santa Liga para ponerme en disposición de volver a servir a mi patria cuando se preparaba contra ella; si será porque hice exposición de mi buena voluntad al mismo congreso soberano, no habiendo escrito ni una sola palabra a mis deudos ni a mis amigos que les diese la menor esperanza de mi vuelta a este país, para que ésta no sirviese de ocasión ni aun remota para disensiones interiores; si será porque a este soberano congreso le manifesté francamente mis deseos por el bien de la nación, y que en manera alguna me contemplaba ofendido por ella; si será porque he escuchado filosóficamente las calumnias mayores, y perdonado a mis enemigos, ya sean de voluntad, ya por equivocaciones erróneas; si será porque ofrecí traer armas, dinero y cuanto se necesitase, y protesté cordialmente que contribuiría gustoso a sostener el gobierno que a la nación fuera grato. No encuentro, señores, después de tan escrupuloso examen, cuál o cuáles sean los crímenes por que el soberano congreso me ha condenado. Yo quisiera saberlo para destruir el error, pues estoy seguro que mis ideas son rectísimas, y que los resortes de mi corazón son la felicidad de mi patria, el amor a la gloria sublime y desinterés de cuanto en algún modo pueda llamarse material.

Señores, las naciones cultas y el mundo entero se horrorizará, y más aun la historia por la fulminación de que hablo, y suplico a vuestra soberanía que por su propio honor, y aun más el de la gran nación que representa, lea de nuevo, y examine punto por punto la exposición que le dirigí desde Londres el 13 de febrero, y la del 14 del corriente, para que sus deliberaciones sean dictadas con el tino que exigen las circunstancias del momento, y ruego a todos y a cada uno de los señores diputados, que entren dentro de sí mismos, que examinen imparcialmente el asunto y que resuelvan en él como si hubiesen de ser juez único y único gobernador, por lo que mi conducta ofrece, y no por lo que sugieran los espíritus inmorales y pusilánimes que siempre piensan de los demás lo peor, y se asustan de su propia sombra. También suplico al soberano que considere cuanto puedo influir al bien de la patria contribuyendo a cortar sus disensiones y a unir el espíritu público, cuya fuerza es la única que nos ha de salvar del gran peligro que nos amenaza.

No hay que dudar que la Francia sin esfuerzo, introdujo en España 14 mil hombres, y derramó tesoros inmensos por sólo destruir el sistema constitucional. ¿Qué no hará esta misma nación unida con las poderosas de la Santa Alianza para destruir las nuevas repúblicas y volverlas en colonias a sus antiguos señores y para sostener la legitimidad en que son tan interesadas las antiguas dinastías? Recuerde vuestra soberanía que las cortes de España, arrogantes y sin previsión, no cuidaron de hacer dentro de su casa lo que debían, y esperaban sin prudencia auxilios extranjeros que no recibieron; el éxito es sabido, e igual suerte tendrá México, si los que le deben salvar siguiesen el mismo camino. Suplico, por último a vuestra soberanía que no me considere como un enemigo, sino como el amante más verdadero de la patria, y que viene para servirla con especialidad en el punto más interesante de la conciliación de opiniones, porque el amor de los mexicanos comparados con los que pudieran llamarse enemigos míos, están en razón de 97 a 3.

Por todas estas razones he venido sin violencia y descubiertamente sin preparativos hostiles, y me dirijo en todo por el camino más recto; y también porque si mi sangre había de hacer fructificar los árboles de la paz y de la libertad con tanto gusto y tan gloriosamente la ofrecería como víctima de un cadalso, como la vertería en el campo del honor, mezclándola sin confundirla con la de los enemigos de la nación. La ruina de mi patria y su deshonra, aun momentánea, son las dos cosas a que tengo jurado no sobrevivir.

En este estado de mi exposición se me presenta el ayudante don Gordiano Castillo y me intima cuando menos lo esperaba, en nombre del ciudadano Felipe de la Garza, la pena de muerte para ejecutarse a las seis de la tarde, y eran las dos y cuarto. ¡Santo Dios! ¿Cómo podría pintar los sentimientos que se agolparon sobre mi espíritu? Yo veía perecer a mi patria por la división interior y a manos del gobierno español, su enemigo irreconciliable; veía que manos americanas decretaron mi sentencia, y manos americanas la iban a ejecutar; que se aplicaba una pena de que no tenía ni podía tener noticia porque fue fulminada en abril, y mi salida de Londres se verificó el 4 de marzo, y de la isla de Wight el 11, y no he tocado en puerto alguno hasta mi llegada a la barra de Soto la Marina; veía ejecutar esta pena sin darme el tiempo necesario para disponerme como cristiano; veía seis hijos tiernos en un país extranjero y en el que no es dominante la religión santa que profesamos, otros dos de cuatro años y de diez y siete meses a bordo del bergantín con su infeliz madre que lleva en el vientre otro inocente; veía... mas para qué perder tiempo con relaciones tiernas. Sigo a lo esencial de mi narración.

No pedí por la conservación de la vida que ofrecí tantas veces a mi patria y he expuesto muchas por librarla de sus enemigos, mi suplica se redujo a que se me concedieran tres días para disponer mi conciencia que por desgracia no es tan libre en mi vida privada como en la pública; a que se me permitiese escribir algunas instrucciones a mi mujer e hijos, y a que se salvase de pena tan cruel a mi amigo Don Carlos Beneski, más inocente, si puede ser, que yo, y que por amistad y seguro de la rectitud de mis intenciones volvía a servir a esta patria mía que le condena... El general Garza no pudiendo dudar de la justicia de mis exposiciones de que me presenté de buena fe, sin un hombre, un fusil ni la menor señal de hostilidad en la parte de la república en que menos amigos tenia, y decidido a obedecer las resoluciones del soberano congreso general, ya fuese admitiendo mis servicios, ya disponiendo mi salida del territorio de la república y a no volver más a él, suspendió la ejecución de la pena y salió en la tarde del 17 dirigiéndome con una escolta al honorable congreso de Tamaulipas en Padilla, en donde quedaré sepultado dentro de tres horas para perpetua memoria.

Agustín de Iturbide.