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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1823 D. Miguel Domínguez, presidente en turno del Supremo Poder Ejecutivo, al abrir el Segundo Congreso.

5 de Noviembre de 1823

SEÑOR:

Cuando el Supremo Poder Ejecutivo por la primera vez tiene el honor de tributar sus respetos, de protestar su reconocimiento y obediencia, y de felicitar á Vuestra Augusta Soberanía en el momento tan deseado y feliz de su instalación, se completaría su gloria y complacencia si pudiera presentar un cuadro lisonjero que manifestase al Estado en una paz y tranquilidad inalterables, en una copiosa abundancia, y colmado de todos aquellos bienes que con pródiga mano le brinda la Naturaleza; pero una continuada serie de sucesos desgraciados no ha permitido que se realice esta hermosa perspectiva, y antes bien sucede otra confusa y triste, aunque momentánea y fácilmente reparable, porque su remedio pende de las sabias y prudentes determinaciones de este Soberano Congreso, á quien, para que lo aplique, es necesario darle una breve idea de nuestra actual situación.

Con este precioso fin, y el de dar cumplimiento á la ley, se han escrito las memorias que entregarán á Vuestra Soberanía los Ministros, según sus respectivos ramos, en las cuales dá razón el Poder Ejecutivo de su conducta, de sus procederes, de las ideas que ha meditado en favor de la Patria y de los trabajos en que se ha ocupado por todo el tiempo que ha sido á su cargo el escabroso y difícil gobierno de este vasto hemisferio.

No se lisonjea el Poder Ejecutivo de haber acertado siempre en sus providencias, ni remotamente presume haber desempeñado sus deberes con toda la perfección que ellos exigen; pero sí tiene el dulce placer de haber puesto para conseguirlo todo el celo y eficacia de que es capaz, y asegura, que si no se ha logrado esa perfección, antes que á la ineptitud, que se confiesa, de sus individuos, más bien debe atribuirse el defecto á la extraordinaria grandeza de los objetos que comprenden sus atribuciones, á la complicada, delicada y peligrosa crisis en que se le encargaron, y á la falta de recursos y auxilios con que ha luchado desde luego que tomó las riendas del Gobierno.

Permítame Vuestra Soberanía recordar con sumo dolor, que á nuestra gloriosa emancipación y á nuestra feliz libertad habían precedido dos Gobiernos destructores, en que parece que no se trataba de otra cosa que de aniquilar, si fuera dable, todas las posibilidades que ofrece nuestro fértil y opulento territorio: que precedió una porfiada y desastrosa guerra civil, prolongada por espacio de once años entre dos partidos opuestos, que por tan dilatado espacio de tiempo se mantuvieron consumiendo, por una parte, los apreciables brazos trabajadores que hacen la riqueza de las naciones, y por otra, la substancia y facultades del común y del particular, sin respetar lo más precioso ni lo más sagrado. Cuando parecía que conseguida la Independencia, habíamos llegado al puerto de la felicidad, entonces uno de los principales agentes que habían cooperado á ella, se convirtió repentinamente en un usurpador presuntuoso, que arrebatando el cetro que ni había formado la Nación, ni su mano era digna de empuñar, á fuera de Emperador, dilapidó lo que había quedado, agotando no solamente los fondos de las Corporaciones y rentas, sino también avanzándose sobre los bienes de la Iglesia y sobre los de los ciudadanos pacíficos, dejándolos en el caso lamentable de la desolación y de la miseria.

No se necesita ciertamente de exageraciones para persuadir el estado de impotencia y abatimiento en que después de estos desastres se hallaba todo el país; y este fué el descarnado esqueleto que se entregó al Poder Ejecutivo: esto es, un Gobierno naciente que encontró arrasadas las existencias, paralizados los giros, obstruídas todas las fuentes productivas de las rentas, y, lo que es más, enteramente perdido el crédito y confianza del erario público.

Además, el Poder Ejecutivo se halló sin Ministros ni Ministerios; porque la razón, la prudencia y la política, dictaban imperiosamente que no se valiese de los agentes que habían servido al usurpador: se halló sin la Junta Consultiva que previene su reglamento, y no se ha nombrado; en una palabra, se halló aislado á los solos conocimientos de sus principales individuos sobre tantas, tan graves y complicadas materias, heterogéneas y ejecutivas todas, como abraza el Gobierno, con la dura necesidad de destruir primero, para edificar después.

Pero ¿cuáles eran entonces las obligaciones del Gobierno? Me estremezco sólo de imaginarlas; pues prescindiendo de las comunes y generales de mantener el Ejército y la lista civil, era indispensable oponerse al poderoso partido del opresor, que estaba presente, y tratar con la mayor urgencia de alejarlo de nuestras costas, invirtiendo en ello cuantiosos caudales, equilibrar las diversas ideas, cimentar el orden que había desaparecido por el trastorno que trae consigo como consecuencia necesaria una guerra de tantos años, dirigir la opinión y convertir la atención á tantos objetos que es imposible enumerar; pero que todos eran instantes, ejecutivos, indispensables.

La sola, la simple y sencilla exposición de estas gravísimas materias hace ver los embarazos y dificultades en que ha estado envuelto el Poder Ejecutivo; y se han traído á la memoria estas especies para que sirvan de satisfacción á este Soberano Congreso y á este respetable público, cuando extrañe lo que se ha dejado de hacer después que vean lo que se ha hecho y reduciré á una sencilla relación.

En medio de tantas dificultades y escaseces que van referidas, se ha ocurrido á todos los gastos generales del Estado, se ha mantenido con menos atraso que antes al Ejército y la lista civil, sin establecer nuevas contribuciones, y antes bien, haciendo desaparecer los arbitrios gravosos del anterior Gobierno, como eran los préstamos forzosos y el egreso del papel moneda que existía y tantas pérdidas ocasionó al público.

Sin hacienda, no hay Estado ni proyecto alguno de utilidad; y hallándose la nuestra en un punible abandono, fiada casi á la arbitrariedad de sus agentes, la mayor parte infieles, ineptos unos, y poco exactos otros, ha sido necesario solicitar el remedio.

Con tal designio se ha meditado un sistema de hacienda, que se presenta ahora á Vuestra Soberanía, fácil y sencillo en su administración y manejo, que sin gravamen de los contribuyentes, cubra las necesidades del Estado; y mientras se realiza, se concertó un préstamo de veinte millones con poderosas casas inglesas, con el cual, luego que empiece á girar, se animarán la agricultura, la minería, el comercio y la industria; y, además, se han tomado las medidas posibles para evitar el contrabando y la mala administración de las rentas.

La administración de justicia se hallaba quizá en peor estado; porque no hay el competente número de jueces de primera instancia, ni en la capital ni en las provincias: no hay las audiencias necesarias ni hay Tribunal Supremo de Justicia, y, por consiguiente, es un Cuerpo desordenado; pero su remedio sólamente puede emanar de Vuestra Soberanía conforme á la Constitución y forma de Gobierno que establezca, y Códigos que forme, para este importantísimo ramo del Estado.

En el entretanto, el Poder Ejecutivo, experimentando el desenfreno é insolencia con que se aumentaban los excesos y crímenes que no es bastante á contenerlos la actual legislación por sus defectos, se vió en la triste necesidad de pedir leyes duras, que se resisten á la filantropía de sus individuos; pero que consideró absolutamente necesarias para mantener el Estado hasta la formación de los Códigos penal y de procedimientos.

El Ejército se ha procurado arreglar por los principios de la táctica que han parecido más conformes al arte de la guerra, según el proyecto que está ya aprobado últimamente, con el número de regimientos de línea y provinciales que se ha considerado suficiente para resistir cualquiera invasión interior ó exterior, y, además, el Gobierno ha comenzado y sigue formando las milicias nacionales, como una de las principales fuerzas del Estado, y se ha contratado el número de armas necesarias, que luego empezarán 1 venir, sin perjuicio de las providencias que se han tomado para el establecimiento de fábricas nacionales.

Nuestra marina puede decirse que ahora comienza á existir; y para formarla progresivamente y asegurar nuestras costas, puede ser ahora suficiente, aumentada con los buques que nos pertenecen, y están para llegar del Norte de América, donde existían.

Es constante á toda la Nación la circunspección y buena fe con que el Gobierno manejó los asuntos de España, deseando evitar los males de un rompimiento; pero sin embargo, al mismo tiempo de estarse tratando en paz y buena armonía con los comisionados de aquella nación, fuimos invadidos por el jefe del castillo de Ulúa después de haber experimentado inútiles los esfuerzos que hizo para apoderarse de nuestro territorio é imponer la ley á nuestras costas; y con una felonía indigna de los militares honrados, rompió el fuego no sólo contra nuestras baterías, sino contra un pueblo inerme, que descansaba tranquilo bajo la promesa que él mismo había hecho de no disparar una bala sin anticipado. aviso; por lo cual, el Poder Ejecutivo, á vista de un procedimiento tan contrario al derecho de la guerra y que tiene el carácter de traición y barbarie, ha creído que debe resistir la fuerza con la fuerza; para lo cual ha tomado todas las medidas convenientes para proveerse de todas las máquinas y municiones que juzga necesarias para rendir ese mezquino y último asilo del despotismo español, y está el Gobierno resuelto á no admitir parlamento alguno de esa nación, cuyo primer capitulo no sea la entrega del castillo.

El Gobierno, en medio de sus aflicciones y escaseces, ha nombrado un Encargado de Negocios en la Corte de Londres y otro en la de Washington: ha escrito á Su Santidad por medio de su Ministro, protestándole la obediencia de esta América y su adhesión á la religión católica, apostólica, romana, y, por último, ha cerrado un tratado de fraternidad y alianza con la heroica República de Colombia, el cual se presenta también á Vuestra Soberanía.

Esto es lo que el Poder Ejecutivo ha podido hacer en el poco tiempo de su administración, prescindiendo de otras varias providencias, que para evitar mayor dilación, quiero omitir; y tanto con estos procedimientos cuanto con otros que son públicos, dirigidos á la economía de la hacienda y á sofocar en su origen una ú otra conspiración que se ha meditado por los enemigos del orden, cree haber allanado en mucha parte los embarazos y dificultades que se presentan á unas nuevas instituciones, ó más bien, á la creación de un Estado nuevo, que se va á presentar ante las naciones.

Esta gloriosa creación está confiada á vosotros, dignos é ilustres representantes de la América del Septentrión; á vosotros, verdaderos Padres de la Patria que os clama y representa, que dentro del recinto de un vastísimo continente os ha dado la Providencia hijos sabios, de talentos sublimes, de admirable valor, y capaces de cualquiera empresa por el constante y decidido amor con que miran al país en que nacieron, y han jurado conservar independiente y libre: que os ha dado unos campos donde viven de asiento la fertilidad y la abundancia; donde pueden cultivarse cuantas producciones se conocen, repartidas en todo el ámbito del orbe; unos montes, que si en su aspecto exterior presentan las maderas más exquisitas y las yerbas más útiles y otras medicinales, en su centro depositan tantas riquezas, que no pudiendo abarcarlas en su maravillosa extensión y profundidad, las arrojan y derraman á lo exterior de su superficie en grandes masas de plata y abundantes placeres de oro, para que no cueste ni aun el trabajo de buscarlo en sus cavernas interiores: unos mares sembrados de perlas, y que franquean el paso tanto para que nosotros pasemos á todas las partes del mundo, cuanto para que los habitantes de ellas vengan á gozar nuestra felicidad, de que no somos avaros: os ha dado. Pero ¿ dónde voy después de haber abusado ya de vuestra prudencia y sufrimiento, cuando vosotros sabéis mil y mil veces mejor que yo las inmensas posibilidades con que la misma Providencia ha mejorado en la partida de sus bienes al delicioso país del Anáhuac!

Este infinito cúmulo de bienes no espera otra cosa para su desenvolvimiento y repartición sino la obra de vuestras manos; quiero decir, la oportuna Constitución Política de nuestra tierra, esto es, aquella ley fundamental que ha de ser el norte que nos dirija y gobierne, dando impulso á los resortes que sean capaces de mover esta grande máquina: la cual ansían los pueblos y reclaman imperiosamente nuestras circunstancias.

Mas si para formarla, si para secundar las ideas del voto general de la Nación, y si para procurar de algún modo, sea el que fuere, sus adelantos y felicidad, se considera útil el poner las riendas del Gobierno en manos más expertas, idóneas y capaces de formar la unión de todos los ánimos, los actuales miembros del Poder Ejecutivo tendrán un verdadero é inexplicable gozo en ello y en obedecer todos los decretos que se sancionen; pues que sólo aspiran á que se logre la prosperidad del Estado; y devolviendo en este acto á este augusto Congreso la autoridad toda que ha tenido depositada en sí, claman con ansia al cielo para que le dé luz y acierto en todas sus providencias, para que haciendo la felicidad de la Patria, reciba las más tiernas y expresivas bendiciones de sus presentes y futuros hijos.