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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1823 Discurso de Don José Mariano Michelena, Presidente en turno del Supremo Poder Ejecutivo, al cerrar las sesiones del Congreso

30 de Octubre de 1823

Al tiempo que V. Soberanía deja el asiento que tan dignamente ha ocupado, ya que no lleve el dulce placer de dejar constituida la Nación, porque ha sido imposible atendidas las circunstancias, por lo menos siempre tendrá la gloria que se ha adquirido en la lucha honrosa que ha sostenido, cuyo resultado ha sido la libertad de la patria, de que estábamos muy distantes. Nuestro pueblo, tan digno de ser libre por sus virtudes y por sus heroicos sacrificios en favor de la libertad, luego que adquirió la independencia, se vió despojado de su soberanía. El Congreso, al tiempo de instalarse, no podía verificarlo sin sucumbir á la ley que se le había impuesto, y se vió con escándalo del mundo que la Nación no era convocada sino para llamar tiranos y consolidar un trono que había sido y debía ser ominoso á la libertad nuestra y de toda la América, y de ninguna manera para hacer su constitución.

No eran los príncipes llamados los únicos obstáculos que se presentaban á la libertad; había otro de mayor importancia, más inmediato y más peligroso. Se veía que Iturbide no dictaba la ley sino para proporcionarse su engrandecimiento, y que no perdería cualquier momento favorable que se presentase á su ambición, para arrollarlo todo sin pararse en los medios, aunque de este modo hiciese conocer, aun á los menos advertidos, que jamás había trabajado por la libertad de la patria, ni por su independencia, sino por sus miras particulares.

El Congreso, en tan tristes circunstancias, apenas podía consigo mismo. Los trabajos de los patriotas diseminados y sin combinación no podían dar apoyo á la libertad: era necesario darles tiempo, y mientras mantener el campo.

Esta marcha iba produciendo sus efectos cuando el Congreso se sintió repentinamente atacado por una turba insolente, que aunque nada pudo sacar de la mayoría del Cuerpo, consiguió arredrar á la de los presentes. Un Congreso, á quien le faltaba el principal apoyo con que debería contar, que era el Poder Ejecutivo, no podía hacer otra cosa que presentar una resistencia constante á todas las medidas que de cualquiera modo le pudieran consolidar el dominio opresor. Fruto de esa resistencia fijé la disolución de este mismo Congreso, que acabó de correr el velo á muchos preocupados y decidió á la mayoría de la Nación á remover á toda costa la primera causa.

Así se verificó; y el Congreso reunido en verdadera libertad, desde luego pronunció la de la Nación, recobrando ésta sus derechos soberanos é imprescriptibles de que se hallaba despojada. El Poder Ejecutivo, á nombre de la Nación, felicita al Congreso por un acontecimiento que nos puso en posesión de un bien tan grande, cuya adquisición hará siempre la gloria del primer Congreso Mexicano: da también las gracias á los señores diputados que á costa de sus padecimientos, y con sus virtudes han enseñado prácticamente á nuestros pueblos cuánto pueden, uniéndose á su Representación Nacional, y cuáles son los males que se siguen cuando ésta no cuenta con el apoyo firme de sus comitentes. ¡ Ojalá que éstas se fijen para siempre en el corazón de sus conciudadanos! Entonces tendremos patria y contaremos con una de las primeras bases sobre que deberán fundarse la felicidad y libertad nuestras y de todas nuestras generaciones.

A más de estos motivos comunes de reconocimiento, los individuos que componen el Poder Ejecutivo tienen otro particular por la confianza con que les ha honrado el Congreso. Nosotros hemos tratado de corresponder á esta confianza con el modo que nos ha sido posible y no hemos ahorrado trabajo para conseguirlo: acaso no habremos podido llenar los deseos de la Nación ni los del Soberano Congreso; pero les suplicamos que, teniendo consideración á las circunstancias dificilísimas en que nos hemos visto y á la falta absoluta de recursos que hemos sufrido, nos disculpen todo aquello que no nos haya sido posible hacerlo mejor. Nuestro objeto primero ha sido conservar la unidad de la Nación, para que cuando llegase el momento de instalarse el Nuevo Congreso Constituyente, éste no encontrase obstáculo alguno para dictar las leyes con toda la libertad con que deben dictarse.

Contestación de D. Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Presidente del Congreso.

Conscientia bene acta nitre multorumque benefitiorum reconlatio jucundissima est, y yo añado que el íntimo conocimiento de haber obrado bien no sólo es el más dulce placer del hombre honrado, sino la única satisfacción y el solo premio á que debe aspirar el hombre público. Padres de la Patria: he ahí el seguro puesto de vuestra quietud y descanso; permitidme que os señale, con el dedo, dirigiéndoos la palabra por la postrera vez. Sí, generosos mártires del honor y gloria mexicanos: al desocupar unos puestos en que os colocara, no la ambición, no la presunción ni el interés, sino el conjuro de la Patria, echad una ojeada de satisfacción á lo pasado; recordad las huellas de vuestra conducta como legisladores, y ese examen llenará vuestras almas de augusta tranquilidad silenciosa que desafía á la envidia y en cuyos brazos duerme el justo.

Si fuere ya tiempo y no me lo impidiesen el deseo de no robar ni momentos á vuestro merecido descanso y el temor de que se desconfié de mis palabras, creyéndome parcial, trazaría el cuadro histórico del primer Congreso Mexicano, confrontando la serie de sus decretos con la de las circunstancias en que ha obrado; y estoy seguro de que no habría en él siquiera un rasgo que no estuviese tirado por la mano de la fortaleza y probidad ó por la de la prudencia llorosa y afligida. No faltará más adelante quien llene este vacío; y entonces, y sólo entonces, se hará generalmente justicia á vuestro mérito, porque la vista débil necesita retirarse un tanto del objeto para bien percibirlo.

¡ Cómo se excitará algún día la gratitud de muchos compatriotas al ver que no disteis un paso sin escollo; que casi en cada resolución corrían vuestra existencia, libertad ú honor algún peligro; y que ni la vida ni cuanto la hace amable, pudo contrabalancear en vuestro espíritu los intereses patrios! ¡ Cuál será su indignación averiguando que el día mismo en que por la primera vez se abrieron las puertas de este augusto santuario, y mientras ellos regocijados é inocentes lanzaban vítores festivos, la malignidad hipócrita armaba trama, concertaba planes y solicitaba aun apariencia de pretextos para disolver la primera Asamblea en que la Patria depositara sus confianzas y que asestara á su pecho las armas con que aparentaba hacerle honores!

A tan tristes principios fueron siempre análogos los sucesos siguientes. Erais llamados para constituir á la Nación; pero estaba jurado, al parecer, no dejaros quietud ni posibilidad de ejecutarlo. Ni ¿cómo habíais de hacerlo siendo las oscilaciones de la opinión tan incesantes?

Cuando os reunisteis, se había ya de antemano aniquilado el erario público, segado todas las canales que corrían á engrosarlo en otro tiempo y halagado á los pueblos con la exención de impuestos, único recurso de todo Gobierno para cubrir sus atenciones. Abierto á la derecha este precipicio enorme, se os estrecha y aqueja sin descanso desde el día siguiente á la reunión augusta, pintándoos, exagerándoos las miserias, las urgencias, la nulidad de los recursos, y como si al Cuerpo Legislativo tocara dar arbitrios prontos para necesidades del momento, se os exigen instantáneamente para echar sobre vuestras espaldas ó los males que no se remediaron, ó la odiosidad de los pueblos y personas, ya mal habituadas, á quienes vuestros decretos hiciesen contribuir. Dabais arbitrios y no se ejecutaban: pedíais con insistencia datos y noticias y los estáis esperando todavía: se hacían ocultaciones para abultar la necesidad y afligir más y más vuestros espíritus.

Aprovecháronse varias divisiones y facciones para calumniar á vuestros compañeros. ¡Memorable 3 de Abril de 1822, tú harás siempre asomar lágrimas á mis ojos: tú viste un Senado todo de héroes asentarse en sus frentes venerables imperturbable la firmeza; estrellarse allí todos los embates de la malignidad; "etsi fata Deum nupulerant argolicas fiedare latebras."

¡ Con cuántas y diversas maneras se os quisieron arrancar decretos ominosos! Pero tenéis la gloria de que jamás cedisteis sino á la Nación, respetando hasta su simulacro.

Todo se ha puesto en ejercicio para intimidaros y venceros: promesas, amenazas, persecuciones, calumnias, largas prisiones de algunos de vosotros, hasta que vuestra inmovilidad en la justicia y en el bien, vuestra sabiduría y prudencia en manejar las circunstancias, hicieron conocer que la simulación sería siempre infructuosa y que no había más remedio que obrar bien ó arrancaros de esos asientos, donde la Nación os colocara. Consumóse la iniquidad; tomóse este último partido, pero no impunemente, pues la Nación no muere ni deja sin castigo sus ultrajes.

Volvisteis á ocuparlos, mas como ya no os fuera dado el constituir, entrasteis á luchar con estorbos de otra naturaleza; porque ignorando cuál había de ser el sistema futuro y no debiendo avanzaros á ese santuario majestuoso y cerrado, os habéis visto con las manos atadas para organizar establemente la hacienda y demás ramos de la administración, y precisados á no salir de la línea de lo indiferente ó muy provisional.

El filósofo que quiera en pocas palabras hacer la descripción del primer Congreso Mexicano, deberá asegurar que jamás obró el mal, y que para no hacerlo tuvo á veces que arrostrar aun con la misma suerte: que hizo cuanto bien no le impidió la fuerza física, opuesta y superior: que ni un solo día se le dejó libertad y poder para desempeñar el augusto y primordial objeto de su instituto y que su mayor mérito consiste no en lo que hizo, sino en lo que evitó, y en que fué manteniendo y ha conservado hasta hoy la sociedad que había de constituirse.

Pueblos de Anáhuac, favorecidos de la naturaleza sobre todos los pueblos de la tierra: no os dejéis seducir; y la historia de vuestro primer Congreso os enseñe á uniros cordialmente, y á sostener á todo trance al augusto que se va á instalar dentro de pocos días, si queréis lograr constitución, felicidad y paz. Tened en hora buena las opiniones que gustareis; pero cuidado, sí, cuidado conque la voluntad sea otra que la de vuestro Congreso Constituyente: ejecutad cuanto él os diga ó temed que vuestras desgracias se hagan irremediables.

Vosotros, sabios y amados compañeros míos, retiraos ya á reponer vuestras quiebras y espíritus cansados, en la quietud y silencio doméstico. ¿Qué importa que no marchéis coronados de laureles y rosa, ni entre ruidos triunfales, si lleváis con vosotros la gratitud de los hombres de bien y, sobre todo, el testimonio consolador de vuestra propia conciencia, que os asegura que hicisteis cuanto os fué dado hacer; que expusisteis todo y sin reserva por la Patria; que tolerasteis sufrida y constantemente toda clase de privaciones, y que si habéis errado alguna vez, no ha tenido en ello vuestro corazón la más mínima parte.

Tampoco os inquiete la suerte futura de esa Patria adorada: queda en manos de los sabios legisladores que se han escogido y que sabrán constituirla y hacerla envidiable y feliz, y en los brazos de un Gobierno cuyos miembros vosotros mismos elegisteis tan acertadamente, que podéis desafiar con confianza á que se les sustituyan manos más activas ó más puras.

Dignos miembros del Supremo Poder Ejecutivo, el Congreso se congratula porque tan altas funciones quedan aún en manos tan expertas, y jamás recordará sin gratitud que á vuestra constante cooperación debe mil bienes el Estado.

Mexicanos: hemos concluido como legisladores, pero nos hallaréis siempre en las filas de vuestros ejércitos para defenderos, en vuestros campos para alimentaros, en vuestros talleres y minas para enriqueceros: siempre prontos Al primer grito de las necesidades públicas; y estad seguros de que jamás revocaremos el voto patriótico que una vez pronunciaron nuestros labios, y que sólo el último momento de la vida verá terminar nuestro amor y sacrificios por vuestra común felicidad.