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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1823 Al Congreso Nacional. Agustín de Iturbide, exemperador de México.

Tacubaya, 22 de marzo de 1823.

 

EXPOSICIÓN DEL EX EMPERADOR AL CONGRESO NACIONAL

 

Tacubaya, 22 de marzo de 1823.

Señores diputados:

La expresión de la verdad jamás ofendió a la delicadeza ni al más pundonoroso decoro: jamás tampoco la oyera con desagrado el hombre de bien; en el palacio y en la cabaña siempre dio honor al que la pronunció y no menos al que no se resintió de oída.

Próximo a alejarme de la corte, es mi deber manifestada a la nación, dirigiéndome a sus representantes.

Subiendo al trono no se deja de ser hombre, el patrimonio de éstos es el error, los monarcas no son infalibles; por el contrario, más disculpables en sus faltas, o llámeseles delitos, si cabe tal contradicción con los principios del día; sí, más disculpables, porque colocados en el centro de los movimientos, en el punto a que se dirigen los negocios, o lo que es lo mismo, en que chocan todas las pasiones de los que forman los pueblos, su atención dividida en multitud innumerable de objetos, su alma aturdida fluctúa entre la verdad y la mentira, la franqueza y la hipocresía, la amistad y el interés, la adulación y el patriotismo; todos usan un mismo lenguaje, todo se presenta al príncipe con iguales apariencias; él bien podrá desear lo mejor, y este mismo deseo le precipita al mal; pero el filósofo descansa en su conciencia, y si está expuesto a sentir, no lo está a sufrir los remordimientos del arrepentimiento; por desgracia aun los consejos que se dan de buena fe no son siempre los que producen el acierto.

Los que hoy sobre las providencias que más han fijado la atención me persuadieron que la felicidad de la Patria exigía hacer lo que hice, y a lo que se atribuyen resultados que habrían sido los mismos de otro modo, con sólo la diferencia de que la causa verdadera o aparente (esto lo decidiría el tiempo) habría sido en un caso debilidad y en otro, despotismo: ¡triste es la situación del que no puede acertar y más triste cuando está penetrado de esta importancia! Los hombres no son justos con sus contemporáneos; es preciso apelar al tribunal de la posteridad, porque las pasiones se acaban con el corazón que las abriga.

Se habla mucho de la opinión, de su violento desarrollo; siempre se yerra de prisa, y por lo común sólo despacio se acierta; la opinión tiene su crisol, sus efectos no son efímeros; esto me persuade que todavía no podemos fijamos en cuál sea la de los mexicanos, porque o no la tienen, o no la han manifestado: en doce años bien podían contarse casi otras tantas opiniones tenidas por tales. Comenzaron las diferencias, no me era desconocido su término, ni me era dado tampoco evitar los efectos del destino; yo debía aparecer como débil o como déspota; me decidí por lo primero, y no me pesa; sé que no lo soy; economicé males a los pueblos; puse un dique a caudales de sangre; esta satisfacción es mi recompensa.

No desconozco la adhesión que se tiene a mi persona en diversas partes, ni puedo dudar de ella a vista de testimonios que la convencen. Tampoco ignoro que, dando energía al genio de la discordia y activando la marcha de la anarquía que amenaza a la nación, los pueblos que ahora están desunidos harían votos diversos y pronunciarían voluntad distinta.

Pero mi sistema jamás será el de la discordia. Miro con horror la anarquía, detesto su influencia funesta y deseo la unidad en bien de la nación donde he nacido y por tantos títulos debe ser cara a mis ojos.

El Plan que elegí para terminar diferencias ha sido de paz y armonía, de orden y tranquilidad, no mirando a mi persona, fijando la vista en la nación, haciendo sacrificios por mi parte, procurando excusar los de los pueblos, evitando que la revolución tenga el carácter siempre de reacción física, trabajando para que tenga el de un movimiento indicado solamente por los pueblos y ejecutado con prudencia por las autoridades.

Mandé a Jalapa comisionados que, hablando en la confianza de la armonía con los generales y jefes del ejército, se terminasen en paz y sosiego las diferencias ocurridas: presenté a la deliberación de la junta los puntos que iban embarazando la conclusión de un negocio tan serio como trascendental; decreté el restablecimiento del Congreso cuando se manifestó primero por los comisionados y después por la diputación de esta provincia que la reposición del que existía antes era conforme a la voluntad de la mayoría y a los deseos de los generales y jefes; lo restablecí cuando supe que había en México suficiente número de diputados para formarlo, le manifesté el día de su restablecimiento que era dispuesto a cualquier sacrificio que exigiese el verdadero bien de la nación, dejé a su elección lo del lugar donde juzgase necesario reunirse y tener sus sesiones, le reiteré mi respeto a la voluntad general de la nación y al Congreso que la representa, propuse que si, para su libertad y seguridad, estimaba necesario que se retirasen todas las tropas, su acuerdo sería decisivo y el Congreso deliberaría sin ver armas en derredor de él, le hice presente por el ministerio respectivo que si no creía bastantes para verse libre y seguro las medidas hasta entonces tomadas, acordase las que creyese necesarias, convencido de que el gobierno dispondría al instante su ejecución y cumplimiento, abdiqué la corona, expresando que si era origen de disensiones no quería lo que embarazase la felicidad de los pueblos; añadí que decidido este punto me expatriaría, saliendo de esta América y fijando mi residencia y la de mi familia en un país extraño, donde distante de México no se presumiese jamás influjo mío en la marcha que siga esta gran sociedad; expuse que mientras se resolvía el artículo de abdicación me retiraría de la corte, para dar esta prueba más de mis deseos por la libertad del Congreso en negocio tan grave; pedí que él mismo comisionase individuos de su seno para que, tratando con los generales del ejército, fijase, oída su voz y la mía, el modo decoroso con que debía retirarme; no quise hacer uso de la elección que se me daba para nombrar los quinientos hombres que debían de servir de escolta a mi persona; propuse yo mismo que el general don Nicolás Bravo, que merece justamente la confianza pública, fuese el jefe de aquella escolta; he querido que vistos mis pasos, oídas mis voces, presenciadas mis acciones, las de los pueblos caminando a su felicidad o alejándose de ella no se crean jamás influidas por mí.

No se ha presentado al pensamiento la necesidad de otro sacrificio. Si en la extensión de la posibilidad hay algún otro que exija el verdadero interés de la nación, yo estoy dispuesto a hacerla. Amo la Patria donde he nacido y creo que dejaré a mis hijos un nombre más sólidamente glorioso sacrificándome por ella que mandando a los pueblos desde la altura peligrosa del trono.

Salgo con toda mi familia; antes de salir debía ponerlo en noticia del Congreso, desenvolver los planes de mi gobierno y desarrollar los de mi alma.

Conocí que esta parte rica de la América no debía estar sometida a Castilla. Presumí que ésta era la voluntad de la nación, sostuve sus derechos y proclamé su independencia. He trabajado en su gobierno y abdico la corona, si la abdicación es necesaria para su felicidad.

El Congreso es la autoridad primera que va a dar dirección al movimiento de los pueblos. Si éstos llegan al objeto de sus deseos sin derramar la sangre de sus individuos; si unidos en derredor de un centro común cesan las divergencias y divisiones siempre embarazadoras del bien; si constituidos por unas leyes sabias, levantadas sobre bases sólidas, quedan asegurados en el goce de sus derechos; si gozando de los que les da la naturaleza trabajan sin ser distraídos por convulsiones en abrir o limpiar las fuentes de riqueza; si, protegidos por un gobierno que deje en libertad el interés individual de los labradores, artesanos y comerciantes, llegan todos a ser ricos o menos pobres; si la nación mexicana, feliz con la felicidad de sus hijos, llega al punto que debe ocupar en la carta de las naciones, yo seré el primer admirador de la sabiduría del Congreso, me gozaré de la felicidad de mi Patria y terminaré gustoso los días de mi existencia.

 

Agustín de Iturbide