Xalapa, diciembre de 1822.
El capitán general de las provincias de Puebla y Veracruz, a las tropas seducidas por el ingrato Santa Anna.
Amigos: escandalizado está el Imperio todo del paso precipitado y criminal que acabáis de dar, engañados por un traidor, en un momento obscurecisteis vuestros pasados servicios adquiridos a costa de fatigas y de sangre; en un momento habéis atraído sobre vosotros el odio de vuestros compatriotas, el desprecio de los extranjeros, las maldiciones de la posteridad y la execración de la patria; ¿y será posible que eternicéis vuestra infamia? Oíd a vuestro jefe legítimo; un compañero vuestro os habla; no sé si el dolor que ha penetrado mi alma al observar vuestra criminal conducta me permitirá... ¡ah! Yo no soy más que un soldado; ¿quién me diera poder manifestaros a su verdadera luz la falsedad de su procedimiento, la iniquidad de ese monstruo a quien seguís? os horrorizaría un cuadro tan espantoso. Reflexionad las consecuencias de vuestra empresa temeraria: no pueden ser otras que la ruina de mil familias, la devastación de nuestras fértiles provincias, los estragos de la guerra civil, la esclavitud de la patria, y borrar por siempre de los anales de la Historia las glorias que adquirimos cuando unidos bajo el estandarte de la libertad, dimos un ejemplo al mundo de valor y grandeza, destrozando el pesado yugo que abrumó a nuestros tristes padres; y vosotros desgraciados, ¿Emprendéis de nuevo forjar nuestras cadenas? y ¿os llamáis mexicanos? No: sabed que no sois mas que los instrumentos de la tiranía de los españoles. ¿Qué furor os agita? ¿qué negro velo se extiende delante de vuestros ojos? ¿no veis ya en la continuación de vuestro delirio los campos de Anáhuac empapados de nuestra sangre, y nuestros cadáveres nadando en las lágrimas de nuestras desconsoladas mujeres, de nuestros hijos miserables? Ea, soldados: un instante solo de cordura, una mirada de compasión hacía vosotros mismos, vuestras familias y vuestros amigos os harán abandonar esa bandera obscura, que no es otra cosa que la nube próxima a despedir el rayo de la desolación y el exterminio; corred a mis brazos, formemos una misma familia, dad a la patria un día de gloria, y borre el arrepentimiento los de duelo que le ocasionará vuestro extravío. Agustín Primero es nuestro padre, nuestro libertador: su divisa es, amor, humanidad, filantropía; nada temáis si sois dóciles; pero temedlo todo, desgraciados, si la contumacia pone el sello a la iniquidad; desoíd a ese hipócrita que os alucina: pues que, ¿os son desconocidos sus vicios, su intolerable orgullo, su ambición desenfrenada, sus maneras groseras, su ingratitud, su inmoralidad? Fijad la vista en su semblante, y no podréis dejar de ver en él retratada la agitación de una alma devorada por la envidia, un corazón roído de injustos resentimientos, una imaginación en continuo movimiento sin fijarse jamás; yo os aseguro que solo la mirada de un hombre de bien le abate y le anonada. Miente cuando ostenta valor: la noche del 27 de octubre se mantuvo cobardemente fuera del alcance de las balas. Miente cuando se dice militar: es indigno del uniforme que viste, desconoce la disciplina, injuria a los soldados, desprecia a los subalternos, desaira a sus compañeros, desobedece a sus jefes, y distrae al gobierno con solicitudes impertinentes hechas con bajeza. No tiene amigos, porque a todos fue ingrato; no tiene parientes, porque a todos los trató mal; no tiene adictos porque nunca hizo bien; no tiene patria, por que esta abomina al espurio que la vende a sus enemigos. Miente infamemente cuando se atreve a calumniar con sus labios sacrílegos la augusta persona del emperador; el plan de Iguala que jurasteis, el tratado de Córdoba en que convinisteis, están en su fuerza y vigor; si Agustín Primero ocupa el trono de Moctezuma, la nación y vosotros se lo dieron, repugnándolo él y haciendo los mayores esfuerzos para evadirse de tan insoportable pesadumbre; si el congreso dejó de existir en su totalidad, impútese a sí mismo por su apatía, por su abandono, por su intriga, por la ilegalidad de su elección, por sus miras facciosas y destructoras del orden; y elógiese por siempre la sabiduría de un emperador, que supo evitar los males sin destruir la representación nacional, respetando sus juramentos y la voluntad de los pueblos; si la conducta de platas se ha detenido, las necesidades públicas lo exigieron; esta es la ley suprema: los propietarios conservan sus derechos, son acreedores al erario, y éste les satisfará cuando los traidores no impidan al gobierno desplegar sus recursos y poner en corriente los manantiales de la riqueza del estado. El mismo Santa Anna, que ahora quiere fascinaros con estos pretextos especiosos, se prestó mil veces al emperador espontáneamente para destruir al congreso en lo absoluto, con estrépito, con escándalo y aun con sangre. Ese mismo Santa Anna pidió a Su Majestad la destrucción de la plaza de Veracruz, la confiscación de los bienes de los europeos, y echar mano de la conducta sin responsabilidad y sin reintegro. Ese Santa Anna que ahora predica República, nunca tuvo las virtudes de un republicano: vano, presumido, altanero, despreciador de los derechos del hombre, díscolo, enemigo de la sociedad, rastrero en sus pretensiones, bajo en sus procedimientos, no tiene otro sistema, no le animan otros deseos que el de dominar sobre infelices; sus insubordinaciones, sus felonías, las representaciones dichas y escritas de los pueblos que se pusieron a su dirección obligaron al emperador a substituirle un jefe benemérito y conocido por sus virtudes; y ved aquí, soldados, todo el motivo de su furor y de su rabia, con la que os arrastra al suplicio y prepara a la madre patria un abismo de desventuras. Volved en vosotros, salvaos y salvémonos: tres días os concede la piedad de Agustín, pasados, vuestra perdición es indefectible, un cadalso infame pondrá término a vuestros crímenes, y los nombres de los secuaces del traidor serán borrados de la lista en que la fama inscribe los de los hombres de bien.
Xalapa, diciembre de 1822.
José Antonio Echávarri.
El capitán general de la provincia de Veracruz, a sus habitantes.
Ya habréis oído con escándalo de todos los buenos el grito de sedición, que dio en la ciudad de Veracruz uno de los hombres más colmados de favores por un monarca generoso, que a nombre de la nación retribuyó, acaso con exceso, los servicios que contrajo en la independencia de la patria. El brigadier D. Antonio López de Santa Anna, olvidado del juramento solemne que repetidas veces prestó ante el Dios de la paz, de sostener a costa de su vida el sistema monárquico moderado, osa apellidar república, alarmando a unos contra otros para despedazarnos en nuestro propio seno, y privarnos para siempre de un bien que ya empezábamos a disfrutar, y del que nunca volveríamos a gozar, si oyeseis sus falaces ofrecimientos. Una rápida hojeada sobre su carácter y comportamientos anteriores basta para descubrir el verdadero objeto de sus maquinaciones. Perseguidor implacable de cuantos se han mostrado adictos al sistema republicano, se presenta ahora como partidario, queriendo ocultar con este velo aparente el fin primario y único de sus cautelosas arterias. Una ambición sin límites, y el deseo de vengarse del emperador, que en obsequio del bien general lo separó del mando de esta provincia, son los móviles exclusivos del que pretende envolvernos en la anarquía más desastrosa; y ¿consentiréis en derramar vuestra sangre por cooperar al engrandecimiento de un jefe fascinado, que viene a turbar nuestro sosiego, y la naciente prosperidad de la patria?
Conciudadanos: no os dejéis alucinar con novedades a cuya vuelta siempre presentan los perturbadores una felicidad imaginaria. Yo estoy seguro de que la mayor parte de los que Santa Anna cuenta por partidarios, ha sucumbido únicamente a la imperiosa ley de la fuerza, disimulando sus sentimientos ínterin se les presenta una coyuntura favorable para segregarse: varios de sus jefes y oficiales me lo han anunciado ya, y solamente esperan mi aproximación.= El general del castillo de San Juan de Ulúa ha tenido un día de gozo; procurará fomentar la discordia y verá con placer una guerra intestina, que a costa de nuestra sangre le prepara la senda de la victoria. Acaba de hacer una alianza con Santa Anna, y este corifeo desnaturalizado, enemigo implacable del nombre español, no ha tenido embarazo en acogerse al patrocinio de aquellos mismos, a quienes detestaba en el fondo de su corazón.
Conciudadanos: ¿qué venturas podéis prometeros de este espurio americano? Consultad a vuestra propia razón, y hallaréis cuan imposible es constituirse en república un país extenso, en cuya composición están principios heterogéneos: las desgracias de nuestros hermanos de la América del sur nos presentan un ejemplo funesto de este axioma político.
Unión y carácter sea nuestra divisa: reviva en vuestros pechos el patrio fuego contra el que atente interrumpir la marcha majestuosa de la libertad y en breve quedará apagada la tea de la discordia. Así lo espera de vosotros vuestro amigo y conciudadano.
Xalapa, diciembre 6 de 1822.
José Antonio de Echávarri.
Asombraos americanos, y observad atentos las cláusulas heroicas de la anterior proclama: ved a un veracruzano vendiendo su patria, infringiendo los juramentos solemnes de conservar íntegros sus límites, de aniquilar muriendo a los enemigos que atentasen contra ella; y a un español sosteniendo sus derechos, proclamando valor, haciendo cargos al ingrato, al pérfido Santa Anna; en éste la naturaleza reclama su deber, aquel se lo impone por voluntad, honor y buena fe; y aunque prestados los juramentos la obligación es igual, siempre los sensatos verán en Echávarri un héroe y en Santana un perjuro; los españoles tendrán en el primero un modelo de gloria y honor, y los mexicanos en el segundo un ejemplo de execrable perfidia. Hagamos elogios que signifiquen nuestra gratitud al uno, y juremos el exterminio del otro: no turbemos la ilación. Viva el bravo español, el denodado Echávarri, general del Imperio, y muera el americano traidor Santa Anna.
¡Que digno el primero de la gratitud, y consideraciones de Agustín Primero, como será el segundo objeto de sus iras, execración de la patria, maldita su memoria, y blanco indefectible de la ley!
Soldados:
Un americano ingrato quiere turbar la paz del Imperio, y os prepara nuevos triunfos. El brigadier D. Antonio López de Santa Anna acaba de dar en Veracruz el grito de la rebelión, y olvidando los deberes sagrados que ligan al ciudadano, atenta contra su misma patria. La ambición guía sus planes, y pretende que la sangre de los compatriotas sirva de instrumento a sus detestables maquinaciones. Aparentando que sostiene el sistema republicano, ha logrado alucinar a los incautos al mismo tiempo que, con la más baja degradación, ha impetrado el favor del general del castillo de San Juan de Ulúa, prometiéndole la entrega de la plaza de Veracruz.
Soldados: ya veo retratado en vuestros semblantes la justa indignación, el deseo ardiente de volar a dar el castigo al culpado. Acostumbrados a marchar por la senda del honor, esperáis impacientes la señal de acometer: la victoria será vuestra. Los buenos se unirán a vuestras filas y los traidores huirán cobardemente o expiarán sus crímenes.
Soldados: no necesito estimular vuestro valor, lo tenéis bien acreditado y en él descansa vuestro amigo y general.
José Antonio de Echavárri.
Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero]. Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.
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