Mayo 22 de 1822
SOLDADOS: cualquiera que haya sido la suerte a que me destinara la Providencia, ora subalterno, ora jefe; después vuestro caudillo, vuestro general, y en el día, por la gracia de Dios, por vuestros esfuerzos, y la voluntad de los pueblos, emperador de México, el título con que más me honré fue el de vuestro compañero, y el que más me lisonjea hoy, el de primer soldado del Ejército trigarante: os debo esta declaración, ella es el homenaje que hago a vuestras virtudes, a lo que os debiera la nación, y a lo que os debo yo testigo de vuestro valor, privaciones y peligros. Sí, compañeros, esta hermosa patria que os vio nacer a unos, y que alimentó por mucho tiempo a otros, no tachará de ingratos a los que en recompensa de los beneficios que les dispensó, destrozaron el ominoso yugo, de cuya inmensa pesadumbre estuvo agobiada por siglos. Pero la obra grande que emprendisteis aún no está perfeccionada; a los dignos representantes del pueblo les resta que hacer; su ilustración y celo infatigable nos prometen, que lo que empezamos lo perfeccionarán; esto sin embargo no es todo, a vosotros y a mí nos corresponde auxiliarles: nuestro deber es ser exactos observadores de las leyes que dicten, respetar su alto ministerio, sostenerles en paz para que deliberen sobre nuestros intereses, castigar a los enemigos, y a los genios perturbadores, guardar nosotros mismos disciplina y orden. Disciplina y orden son los caracteres del soldado, y no hay ejército cuando entre los que le componen se olvida la subordinación justa, la escrupulosa honradez, la generosidad de sentimientos, el fraternal amor a todos los individuos de todas las clases del Estado, la austeridad de las costumbres, el respeto a las propiedades, la observancia sobre todo de la religión de nuestros padres. Estoy penetrado de que poséis todas estas cualidades; pero desgraciadamente uno de los malos efectos de la campaña y de las alteraciones políticas es sofocarlas, necesitándose en tiempos tranquilos energía y vigor para restituirlas a su verdadero estado. ¡Ah, mis amigos, cómo he procurado no llegar a este punto! pero es inevitable deciros, que seré el padre de los buenos, y de los malos... no, vosotros me evitaréis el ser ejecutor de las leyes penales. El ejército mientras yo empuñe el cetro no consentirá malvados: lo exige la justicia, vuestro honor y mi deber. - Agustín.
|