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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1821 Manifiesto sobre las tropelías y vejaciones que cometió el Gobernador americano de Panzacola Andrés Jackson, contra la persona y representación del Comisario de la España nombrado para la entrega de la Florida occidental a los EUA.

Habana, noviembre 15 de 1821.

 

Manifiesto sobre las tropelías y vejaciones que cometió el Gobernador americano de Panzacola Andrés Jackson, contra la persona y representación del Comisario de la España coronel D. José Callava nombrado para la entrega de la Florida occidental a los Estados Unidos de América.

Yo he sido atropellado y vejado con la mayor alevosía, impunidad y escándalo en territorio extranjero por una autoridad incompetente, y sin mas causa que la de habérseme visto desamparado en una absoluta indefensión. Se me ha tratado como a un facineroso, estando revestido con el sagrado é inviolable carácter representativo de mi nación y de mi gobierno, y todavía pesa sobre mi alma y sobre mi opinión del modo mas opresor toda la infamia de este concepto, no tanto por lo que he sufrido, como porque no es fácil concebir qué en un pueblo libre pudiera haberse cometido impunemente un atentado tan enorme, contra el derecho de gentes y la justicia y la libertad individual, anteriores a todos los derechos. Mi casa ha sido allanada, mi persona escandalosamente vejada, insultada mi representación, y todo esto y mas, si mas pudiera ser; sin que hubiese podido evitarlo ninguna previsión humana, porque no hay prudencia que baste para precaverse de la alevosa ignorante perfidia. Hé aquí lo que me ha reducido a la necesidad, demasiado sensible para todo hombre de honor, de tener que hablar de mí mismo, porque debo esta satisfacción a mi gobierno y a mis compatriotas.

Mucho se ha hablado y escrito en todas las naciones sobre el tratado de la sesión de las Floridas, que llegó por fin a ratificarse y realizarse, habiendo sido yo nombrado en su consecuencia comisario por parte de la España para la entrega de la occidental, y por la de los Estados-Unidos de América para recibirla el general Andrés Jackson. Pretendió éste que los cañones y municiones de artillería componían una parte de las fortificaciones que estaban cedidas, como si todo lo que estuviese dentro y contribuyera a su fuerza fuese inseparable de la fortificación; de cuya opinión no podía ser yo, ciñéndome al literal contesto del artículo 2.° del tratado. En estas circunstancias, como no era a nosotros a quienes tocaba interpretar el tratado en lo que no estuviese bastante claro y terminante, convenimos dejar este punto a la decisión de nuestros respectivos gobiernos, quedando entretanto la expresada artillería y municiones en calidad de depósito, bajo inventario formal, y quedando por supuesto yo también en aquella plaza bajo la garantía del derecho de gentes, como comisario nombrado para la entrega de ella, ínterin se decidiese si debía ó no hacerse extensiva a los indicados artículos, o retirarlos como pertenecientes a mi nación.

Se embarcaron las tropas españolas con dirección a este puerto, y quedé en Panzacola con algunos oficiales, la correspondencia y otros documentos y papeles de Hacienda y Guerra; y entonces fue cuando el general Jackson se propuso el torpe proyecto de profanar en mi persona, atropellar y hollar todos los mas sagrados derechos del hombre y de la sociedad. Fui sorprendido en mi cama por una escolta de soldados que se apoderó de mi casa, de mi persona y de mis papeles: pasé por el bochorno de ser conducido por las calles entre soldados armados, en medio de un pueblo que acababa de gobernar. Llevado a la presencia de Jackson, que se transformó en juez, haciendo en su persona la más criminal concentración de todos los poderes sociales, se me interrogó sin dejarme dar contestación alguna: se me sacó de allí con todo el aparato de un perverso mal hechor para atropellarme y arrojarme en una prisión, y por último se me hicieron sufrir todas las fatigas, tropelías y vejaciones que pueden oprimir a un hombre de honor, como consta del mismo procedimiento formado por Jackson.

Violada de esta suerte la inmunidad de todo ministro público revestido con el carácter representativo de su nación, y sus mas sagrados é inviolables privilegios, me fue forzoso, arrostrando por toda especie de trabajos y penalidades, ponerme en camino por tierra hasta la ciudad de Washington, para protestar en debida forma, como lo hice ante nuestro ministro plenipotenciario, la violencia cometida en mi persona, contra la ley general de las naciones; a fin de que pidiéndose la debida satisfacción se castigase el autor y ejecutores de tan atroz atentado.

Las naciones no pueden verse y reunirse para tratar sus asuntos, como lo hacen fácilmente dos o tres individuos particulares; y para mantener sus relaciones, y cumplir sus tratados &c. se valen de ministros bajo diversas denominaciones, los cuales deben de gozar de una perfecta inmunidad. Porque de otro modo ¿quién podría desempeñar bien su misión, habiendo de quedar sujeto a la autoridad con quien tratase? ¿Cómo se atrevería a desagradarla, dejando de ceder a sus deseos? ¿Cómo sostener discusiones en que por lo regular se mezcla o mezclaría al propósito alguna aspereza o exasperación? ¿Cómo cumplir, sin exponerse, las órdenes de su gobierno con la fidelidad, firmeza y libertad que son tan necesarias?

La necesidad y la razón han establecido el axioma general que sirve de ley a las naciones, de que los extranjeros revestidos de algún carácter representativo de su nación, con la calidad de embajadores, plenipotenciarios, enviados, comisarios, o bajo cualquiera otra denominación, no estén sujetos a la autoridad del país en que residen, sino a la de sus respectivos gobiernos. ¿Y puede dudarse que yo representaba a la nación española para entregar por ella a los Estados-Unidos, o a su comisario, la provincia de la Florida occidental, puesto que la nación entera no podía hacer la entrega por sí misma? Y mientras no estuviese del todo concluida esta comisión, ¿podría yo dejar de permanecer bajo el amparo é inmunidad del derecho de gentes? Y faltar a esta inmunidad, ¿no ha sido hacer un insulto a mi nación, de que no podía desentenderme? Si yo entregué o no todo lo que debía entregar, ¿podía por este solo hecho el gobierno de los Estados-Unidos de América arrogarse alguna autoridad sobre mí? ¿Podía ejercer un gobierno extranjero residencia alguna sobre el buen o mal desempeño de mi comisión?

No creo necesario detenerme mas en convencer que yo estaba en Panzacola bajo la entera y plena protección del derecho de gentes, ínterin no se decidiera si debía dejar la artillería y municiones como cedidas a los Estados-Unidos, o retirarlas como pertenecientes a la España. Tengo la firme confianza de que por parte de mi gobierno se harán las mas enérgicas reclamaciones para que se castigue, como corresponde, tan atroz atentado contra la seguridad común y derecho de todas las naciones. Pero como al mismo tiempo el general Jackson ha atacado mi honor, que ha sido siempre el ídolo de mi vida, y es el único patrimonio que anhelo conservar, no puedo menos que analizar el pretexto que tomó para atropellarme de una manera tan vejatoria.

Antes de entrar en este análisis presento con el número 1.° la formal protesta que hice ante nuestro ministro plenipotenciario cerca del gobierno de los Estados-Unidos de América, en que están expresados todos los hechos como verdaderamente ocurrieron, con el apéndice de las aclaraciones ú observaciones a que se refiere la misma protesta, comprobándose además su fiel relato con la declaración jurada de trece testigos, que son de las personas mas respetables de Panzacola; la cual se incluye con el número 2.° También precede con el número 3.° una declaración de seis testigos idóneos y de una honradez y probidad notoria, en prueba de que él intérprete abusó de su encargo dejando maliciosamente de explicar a Jackson lo que yo decía, y a mí lo que aquél sentaba y quería persuadir como cierto. Se agrega asimismo con el número 4.° la declaración de los individuos que presenciaron el acto de ser yo restituido a mi casa, en que consta haber encontrado fracturado y vuelto a cerrar uno de los cajones con papeles que en ella tenía; y después para alejar toda sospecha de exageración en el análisis del procedimiento intentado y ejecutado por Jackson, se incluye original con el número el mismo proceso que en idioma inglés lo entregó a mi secretario el de su gobierno en Panzacola, y que ha sido traducido literalmente.

Luego que el público y mis jefes queden convencidos de que no me fue posible de ningún modo evitar esta escandalosa tropelía, yo estaré bastante tranquilo por lo que respecta al desempeño de los deberes de la importante comisión que me fue confiada.

Habana, noviembre 15 de 1821. —

José Callava.

 

 

PROTESTA
que hice en Filadelfia el día 3 de octubre del corriente año, ante el ministro plenipotenciario de España, cerca del gobierno de los Estados—Unidos de América.

Yo D. José Callava, coronel de los ejércitos españoles, gobernador que acabo de ser en la Florida occidental, y comisario que me encuentro en ella con representación de mi gobierno para llevar a cumplimiento lo estipulado entre S. M. C. y el Sr. presidente de los Estados-Unidos de América con relación a dicha Florida, en el tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites que han hecho, y han ratificado en 22 del mes de febrero del presente año de mil ochocientos veinte y uno. Hago relación jurada por todo cuanto la ley exige sobre mi propio honor de los hechos que han sido ejecutados contra mi representación, persona, casa y papeles en la tarde y noche del día veinte y dos de agosto del expresado presente año, por D. Andrés Jackson, comisario en la dicha Florida, representando el de los Estados-Unidos bajo el mismo tratado. —El día diez y siete de julio último, a las diez de la mañana, entregué al comisario D. Andrés Jackson en un acto público celebrado en la casa de gobierno, la Florida occidental, que también estaba en dicho día a mi cargo como gobernador que de ella me encontraba siendo. Allí recibió de mí todos los archivos y documentos protocolizados, y directamente relativos a la propiedad y soberanía de aquella Florida, y los recibió por inventarios fieles y exactos que por cuatro personas hizo confrontar con los documentos, y certificaron estaban conformes. Del alcalde constitucional español, y de orden mía recibió por iguales inventarios, un alcalde que nombró D. Andrés Jackson, todas las causas criminales y civiles de los pleitos del vecindario que estaban pendientes del tribunal de primera instancia que aquel ejercía, y también las noticias y papeles de su archivo. A cargo del secretario del gobierno que yo estaba ejerciendo, quedaron los papeles de la correspondencia oficial pertenecientes a la secretaría; y al del escribano de guerra y hacienda, (cuyo oficio estaba ejerciendo D. Domingo Sausa el tiempo de quince a veinte años) los papeles militares, procedimientos judiciales de la Hacienda nacional y arribadas fenecidas que debían seguir sus respectivos ramos a la Habana, donde por la evacuación se habían refundido. Quedaron también las embarcaciones menores, sus tripulaciones, carpinteros y herreros de la dotación de la plaza, y los efectos de almacenes que debían retirarse: el comandante de artillería con el oficial de cuenta y razón del ramo, alguna tropa enferma, y últimamente yo, con lo expresado y caudales, y quedó todo ello bajo mi autoridad y representación, pendiente con la artillería y lo del ramo de ella, que también quedó custodiado bajo salvaguardia, y esperando set entregada o retirada (que una u otra cosa había de ser ejecutada por mí) de la resolución que se diera por el presidente de los Estados-Unidos y el ministro plenipotenciario de S. M. C. cerca del gobierno de ellos, a una consulta que ambos comisarios habíamos pactado hacer sobre ello (como consta de la correspondencia oficial habida entre nosotros, y a que yo tenía dado cumplimiento) en este estado y aguardando aquella resolución, que aún está pendiente, y entendiéndose conmigo el Sr. comisario D. Andrés Jackson, porque mi gobierno no ha nombrado otro que me sustituya, y también hallándome convaleciente de una aguda enfermedad que en este periodo me había llevado a las puertas de la muerte. El día anterior al de los hechos (veinte y uno de agosto) fueron tres personas dependientes del Sr. D. Andrés Jackson, a la casa del escribano Sausa para que les informara si tenía en su poder unas testamentarías militares que le indicaron. Sausa les dijo que sí, y sin ninguna reserva se las enseñó, y manifestó que si las querían para algo que las solicitaran de mí. Le reconocieron todos los papeles que conservaba a su cargo, y le manifestaron que los que le habían indicado pretendían llevarlos, porque no podían estar en su poder como individuo particular. Sausa les dijo que él no era individuo particular, que era un oficial dependiente de mí comisión y autoridad, y que no podía darlos sin mi orden, y últimamente se ausentaron dejando los papeles. Le exigieron por escrito la respuesta, y así la llevaron de él en una segunda visita. Al siguiente día veinte y dos por la mañana, este oficial me encontró en la calle, me informó de la ocurrencia, y también me dijo que acababa de llevar a mi casa los cajones con todos los papeles que tenía en su poder, y entregádolos a mi mayordomo, no habiéndome encontrado en ella., porque temía por lo que había observado en aquellas gentes que los arrebataran de la suya. Le contesté que estaba bien. A las cuatro de la tarde del mismo día, y sin mas antecedente, me encontraba comiendo a la mesa del coronel D. George M. Broock que lo es del cuarto regimiento de línea de las tropas de los Estados-Unidos y de guarnición en Panzacola, por quien había sido convidan do con todos los oficiales españoles residentes en ella: la mesa se componía de Broock, su esposa, el juez D. Eligius Fromentin, el comandante del bergantín de guerra de los Estados-Unidos Empresa, D. Miguel Kearney, los ciudadanos vicario D. Santiago Colman, D. Juan Innerarity, D. Juan de la Rúa, D. Pedro de Alla, D. José Noriega, y oficiales tenientes coroneles D. Marcos de Villiers y D. Francisco Palmes, capitanes D. Luis Gayarre y D. Bernardo Prieto, tenientes D. Arnaldo Guillemard y D. Cárlos de Villiers y sub-tenientes D. Mariano Latady, y D. José Ignacio Cruzat, secretario en mi gobierno. Se me presentó en ella D. Domingo Sausa con otro oficial de los Estados-Unidos diciéndome le llevar ban preso, y que la razón era que habían vuelto a su casa las tres personas del día anterior diciéndole iban mandadas por el gobernador D. Andrés Jackson a coger los papeles; que habiéndoles manifestado que en aquella mañana los había remitido a la mía, registraron la casa, y por último le llevaban a la cárcel, e hizo relación ante los concurrentes de lo que le había ocurrido acerca de los papeles con las mismas tres personas el día anterior. En el acto mandé a mi ayudante D. Bernardo Prieto, acompañado de Alba que era el intérprete público, con recado mío al Sr. D. Andrés Jackson a imponerle, que efectivamente Sansa era como había manifestado, individuo de mi comisión y estaba bajo mi representación y autoridad, y que él no podía entregar papeles dependientes de ella por. sí; que tuviera la bondad de pedir a mí por escrito los que tuviera por conveniente pretender se le dejaran, y si eran de darse con arreglo al tratado u otras particulares circunstancias se los entregaría yo por los precisos trámites que dejaran la indispensable constancia como se había hecho con los demás papeles, o le haría del mismo modo una clara explicación de las razones que impidieran el dejarlos, y se buscaría toda la precisa conciliación, si era cosa que podía interesarle en algo. El ayudante e intérprete tuvieron por respuesta que Sausa siguiera a la prisión, y me dijeran a mí que me pondría en otro calabozo con él. Pareciéndome que el Sr. D. Andrés Jackson no habría sido bien enterado de mi recado por la interpretación (aunque la especie me escandalizó y sorprendió a los de la mesa), les hice a los mismos volvieran a enterarle segunda vez; y les reiteró el dicho Sr. con grandes voces, a presencia de algunas gentes y en el balcón de la calle, la misma especie, diciendo: el coronel Callava, al calabozo.

Una ocurrencia tan extraña y tan ajante, a la vista de los que me rodeaban en la mesa, que mucha parte de ellos eran personas para mí del mayor cumplimiento, y otra mis subordinados, no pudo menos que exaltar mi rubor, trastornar mi estómago en el preciso acto de estar comiendo, y estado de convalecencia en que me encontraba, y me sentí atacado de un fatal dolor, que casi habitualmente padezco en él, y que repetidas veces me había acometido en los días anteriores; mas no obstante, disimulé la especie con la manifestación de que no era posible que así hubiera contestado, y que enacabando la comida iría a verlo, pues no se conocía sobre qué descansaban tales respuestas ni ocurrencias.

Todos dejaron de comer: la señora de Broock se puso mala, y yo iba ya a la calle, cuando tres personas se presentaron a mí en casa de Broock diciéndome de parte de D. Andrés Jackson, que venían por los papeles que Sausa había llevado a mi casa, o a llevarme con ellas a la casa de aquél; porque el gobernador con su autoridad no tenía que guardarme mas consideraciones que aquellas que quisiera dispensar a un cualquiera individuo particular.

Atónito de verme dentro de tales acontecimientos, con expresivas acciones les supliqué me hicieran el honor de volver al Sr. comisario y gobernador con recado mío, diciéndole que cómo se había olvidado que era yo el comisario español que le había entregado aquella provincia, y a quien había encontrado de gobernador en ella, y el mismo que no había sido removido de su comisión por su gobierno, ni concluido la entrega o retirada de la artillería, cuya resolución se estaba esperando, ni otras cosas pendientes de mi representación: que estaba sorprendido de lo que me pasaba con él; que tuviera la bondad de reflexionar que todo papel conmigo en aquel día con pertenencia al gobierno que había ejercido en aquella provincia, era sagrado bajo mi representación por la inmunidad del derecho de gentes, que tan guardada y respetada había sido siempre entre las naciones con los individuos de otras, mutuamente a quienes bajo tratados han fiado el cumplimiento de ellos u otras comisiones, y que era cosa desconocida que una autoridad violara con la fuerza confianza tan sagrada, sin causa ni razón que de cualesquiera papel que quisiera, le repetía me hiciera gestión escrito; que en aquel mismo día le ofrecía lo tendría, si era de dársele, o las razones del por qué no se le debía, o no se le podía dar; que ésta era una marcha conforme a los trámites precisos de la importancia de lo que nos estaba encargado en el asunto político entre naciones que se versaba, en desempeño del cual él por su autoridad no podía residenciar mis procederes, ni obligarlos por la fuerza judicial como gobernador a que fuera asaltada la seguridad de los papeles conmigo, ni otra cosa directamente dependiente, no de mi persona, sino de mi representación; que guardara hacia mí y mi nación la paz y armonía en que se encontraba con la suya, y que yo le había guardado con tantas consideraciones, como a comisario y como a gobernador, en todo cuanto había  tenido que entender con él, y guardádola también indistintamente a todos los ciudadanos de los Estados-Unidos que habían tenido permanencia en la Florida, é transitado por ella durante mi gobierno.

Los comisionados se ausentaron a llevar esta respuesta, que les fue dada a presencia de todos en la casa de Broock; y yo sintiéndome ya con la recaída en el dolor, pedí me permitieran pasar a mi casa, donde varias de aquellas personas me acompañaron. Luego que llegué hice a mi secretario extender en un oficio todo cuanto había dicho a los comisionados, y con el teniente coronel De Villers, acompañado de otro oficial lo mandé al gobernador, creyendo así le enteraría con mas seguridad de mi respuesta; pero habiéndoselo presentado no quiso recibirlo, y cerrado me lo devolvieron.

Tras estos oficiales volvieron a presentárseme ya en mi casa, las mismas tres personas, con el terminante y sucinto recado, de que me dejara de pretender representación ni consideraciones; que papeles o marchara con ellos. Estaba rodeado de mis oficiales y otras personas de carácter, cuyo semblante miraba desfigurados de dolor y sorpresa, al verme en el triste estado que me encontraba padeciendo, e incapaz de estar sentado. Hasta entonces no sabía qué papeles eran de los que me hablaban; porque no había tenido, ni me habían dado ocasión de entrar a averiguarlo; y así es que les contesté que estaba incapaz de salir de mi casa; que suplicaba me dijeran siquiera en un apunte, qué papeles y de qué clase eran los que querían; y manifestaran al Sr. D. Andrés Jackson que me encontraba enfermo.

Sin replicarme nada se ausentaron, y me puse en la cama: una hora después, se presentó uno de los tres en mi casa, y me dio un apunte escrito en medio pliego de papel en el idioma inglés y firmado Alcalde Brackenridge, lo tomé: le dije que lo haría traducir y contestaría: se ausentó. Lo mandé al intérprete a aquella hora, que eran las nueve de la noche, y quedé recogido en la cama; pero un rato después, y sin mas antecedentes, una partida de tropa con los comisionados, asaltaron la casa, rompiendo las estacadas (a pesar de haber una puerta abierta), y entraron en mi aposento los comisionados; cercaron mi cama con soldados con bayonetas desnudas en las manos, corrieron el mosquitero, me hicieron incorporar, y dijeron que los papeles, o usaban de las armas contra mi persona. Es de advertir que de los tres, solo uno hablaba y entendía un poco el idioma español, era el único intérprete, y yo no hablo ni comprendo una sola palabra el inglés; y así ni sabía lo que aquél decía a sus compañeros de lo que yo respondía, ni ellos lo que me preguntaba. Solo con él me entendía, y era quien había ido y vuelto con ellos en todos los pasos hasta allí dados. Algunos oficiales y otras personas que de la casa de Broock me habían acompañado, y que aún no se habían retirado y estaban sentados en la galería de la casa, dejándome sosegar; entraron en el aposento y a presencia de ellos les contesté: que la nota aun no me la habían devuelto traducida; pero que eso nada equivalía; que allí estaban todos los cajones que conservaban papeles, mis baúles y toda mi casa; que una vez que la fuerza era la que lo exigía desnudamente, que allí lo tenían todo a su disposición, sin la menor resistencia mía; pero que antes que procedieran a extraer lo que por conveniente tuvieran, les hacía presente que ya que mi persona no estaba segura como hombre libre y en país libre, dentro del asilo de mi casa y a deshoras de la noche, y que no se respetaba tampoco lo que a mi nación se debía guardar en mi representación y carácter, les ponía por delante el gobierno de los Estados-Unidos, y me acogía a las leyes de ellos, y esperaba respetaran uno y otro.

No procedieron a buscar papeles, ni a volver a hacer ninguna gestión por ellos, cuando ya los miraron a su disposición, sino que mandaron cargar las armas a la tropa, dejarme solo, y despojar mi casa de cuantos me asistían y acompañaban. Así se ejecutó, y a uno que parece quiso en inglés interpretar lo que yo había dicho, para mejor enterarles, le intimaron callar amenazantemente apenas había principiado, y quedé solo sentado en la cama, y ellos en el aposento mirándose unos a otros. Por fin, un rato después, uno de los tres salió y regresó acompañado de un oficial que poniéndoseme delante me dijo me diera preso a la fuerza y me vistiera. Le contesté que lo estaba, pero que me hiciera la atención de mirar que me encontraba enfermo, por cuanto era sacarme de mi casa a aquella hora. El nada contestó al intérprete y quedó suspenso; pero uno de los tres con desenfado me mandó vestir; lo hice con mi uniforme; iba a ponerme la espada, pero habiéndola cogido para ello, me pareció mejor entregarla al oficial: lo hice, y uno de los tres se la quitó de la mano, y la arrojó sobre la chimenea, y de este modo fui conducido por las calles entre la tropa. Me llevaron a una casa particular, en la que me presentaron a D. Andrés Jackson, que con otras dos personas estaba sentado cerca de una mesa, y la habitación llena de gentes de todas edades y clases, y allí me hizo señal de que me sentara; lo que verifiqué.

Por el único interprete que hasta entonces había traído y llevado los recados de palabra que dejo relatados, me hizo una pregunta (según puedo recordar) contraída únicamente a si habían sido llevados por D. Domingo Sausa a mi casa y entregados a mi mayordomo unos papeles. Supliqué se me permitiera contestar por escrito y hacerlo de mi propio puño: se me concedió por el pronto; me puse a escribir la debida protesta, para después pasar a responder; pero apenas había principiado, el Sr. D. Andrés Jackson me quitó el papel de delante, y con mucha descompostura y acciones furiosas habló un rato, mirando a los concurrentes, y así que concluyó, el intérprete me dijo se me preceptuaba que no había de responder a todo lo que se me preguntara mas palabra que la de sí o no. Respondí que ofrecía ser muy lacónico; pero que se me preguntara escribiendo la pregunta, y dejándome escribir de mi propio puño la respuesta, y dar en mi lugar la mas precisa razón a ella. Se me negó enteramente, y el intérprete escribió sobre aquel mismo papel que se me había arrebatado, no sé qué.

El Sr. D. Andrés Jackson siguió hablando bastante rato y mirando al pueblo; pero hablando furioso; y en el semblante de los concurrentes advertí como espanto o sorpresa, causada por lo que decía. Acabó, y el intérprete me dijo que el gobernador no quería tratarme de otro modo mas que como a individuo particular.

Esta especie (que no supe allí a qué atribuir) me hizo tomar la palabra y pedir algunas explicaciones. El Sr. D. Andrés Jackson no me dejaba hablar: le instaba al intérprete yo tradujera lo que decía; él fue alguna vez a hacerlo, y aquél a las primeras palabras le interrumpía; por manera que de todo lo que habló en dos horas y dirigió a mí el Sr. D. Andrés Jackson, únicamente se me tradujo la intimación dicha, de que no había de responder mas palabra que la de sí o no a lo que se me preguntara, y que el gobernador no quería tratarme de otro modo que como individuo particular. Nada se me leyó, ni de nada se me enteró de lo que el intérprete escribió en aquel acto, ni ninguna firma se me pidió, y viéndome en tales circunstancias, por mi secretario hice preguntar al del gobierno del Sr. D. Andrés Jackson, si podría facilitarme un testimonio de todo lo que en la ejecución de aquellos hechos se había escrito, y aquél contestó al mío que sí. Quedé callado: llamar ron a mi mayordomo; le hicieron unas preguntas de si Sausa le había entregado en mi casa algunos papeles; contestó que sí. Sacó el Sr. D. Andrés Jackson de entre otros papeles uno que ya tenía escrito; me lo hizo leer, y contenía la orden de mi prisión y la de mi mayordomo en la cárcel. Me puse de pie; supliqué al intérprete le dijera si no se estremecía y horrorizaba al atropellarme; y pronuncié una solemne protesta contra sus procederes. El intérprete lo enteró, y respondió que de lo que hacía no tenía que dar razón a otro que a su gobierno, y que me dijera podía protestar ante el mismo Dios.

Fui llevado a la cárcel a las doce de la noche, y mi mayordomo también. Mi casa quedó abierta, con tres o cuatro soldados de tropa de los Estados-Unidos dentro; todos mis papeles particulares; toda la correspondencia oficial de mi gobierno, y cuanto estaba a cargo de mi representación, quedó sin cuenta ni razón a discreción del Sr. D. Andrés Jackson: las llaves de mis baúles y caja de caudales no se recogieron; no quedó en la expresada mi casa ninguna persona que me representara, ni tampoco de mí confianza: y últimamente, por un ciudadano respetable de los Estados-Unidos, y mis oficiales, a las dos de la mañana se me dispuso cama para que me acostara, y los demás auxilios (porque por el Sr. D. Andrés Jackson se me arrojó enfermo sobre los ladrillos, a la prisión), donde después se me impuso, por varias personas que entendían los idiomas inglés y castellano, que los relatos que había hecho contra mí, y no se habían traducido por el intérprete, consistían en haber querido persuadir al pueblo, de que los papeles se habían extraído del oficio del alcalde, y que yo era cómplice en este hecho y delito.

A las once de la mañana del siguiente día 23, el juez D. Eligius Fromentin, expidió un mandamiento de habeas corpus para la soltura de mi persona, y el Sr. D. Andrés Jackson contestó que no tenía por conveniente se llevara a cumplimiento; pero el mismo día a las cinco de la tarde dio orden, que me comunicó un oficial, para que se me alzara la prisión y acompañara por él a mi casa a reconocer si estaban cerrados y sellados los cajones. Contesté al que me la comunicó, que no podía entrar en ella, sin el acompañamiento de un juez que presenciara y diera fe legalmente del estado en que se encontrara todo lo que existía en ella cuando se me extrajo dejándolo sin cuenta ni razón a discreción.

El oficial me acompañó a la presencia del juez Fromentin, que hallamos enfermo: le hice relación de los acontecimientos, y supliqué dispensara a mi representación, persona y casa el amparo de la ley: manifestó no podía hacer la diligencia, porque lo tenía imposibilitado su situación; pero que me hiciera acompañar de testigos que hicieran el reconocimiento y lo firmaran.

Me dirigí a ella con el oficial y muchas otras personas; se encontró abierta, con tres o cuatro soldados dentro; papeles de correspondencia oficial rociados sobre el bufete, y carpetas abiertas; un cajón que quedó cerrado y sellado con el sello de mi gobierno, se había fracturado, rompiendo los sellos y vuelto a cerrar con sellos diferentes, y en los caudales (que se contaron) nada se encontró de falta: los papeles no tuve tiempo de reconocerlos, ni pude hacerlo, por no estar capaz.

El día 26 del mismo mes por la tarde, a las tres y media, el secretario del gobierno del Sr. D. Andrés Jackson entregó al mío el testimonio que en la noche del 22 le pedí, y en la madrugada del siguiente día 27 me puse (enfermo) con mi secretario, en camino para Washington , a dar cuenta al ministro plenipotenciario de S. M C. cerca del gobierno de los Estados-Unidos, dejando sin mi representación y autoridad en Panzacola cuanto a mi cargo estaba, perteneciente a la nación de que dependo; pues que en mí toda la confianza y todo derecho de gentes había sido violado por la autoridad existente allí hoy. A este fiel relato, que dejo jurado sobre mi honor, añado separadamente para evitar en él confusión, las notas y observaciones que expresan y producen las comprobaciones necesarias para el convencimiento. —Primero: que al cuidado de D. Domingo Sausa, en su poder, y bajo mi representación y autoridad, estaban con la mas grande legitimidad y regularidad los papeles de que se trata. —Segundo: que nunca fueron extraídos por él fraudulentamente, ni de otro modo, de los archivos de los alcaldes. —Tercero: que no pensó ocultarlos. —Cuarto: que la ocultación de ellos estaba dentro de lo imposible. — Y quinto: la nulidad y mal aspecto de las diligencias judiciales hechas contra mí, contra mi subordinado y contra mi mayordomo por D. Andrés Jackson, en el día de los acontecimientos y hechos que dejo referidos, y las pruebas de ellos las produzco también con documentos fehacientes y originales: todo lo cual se estimará como parte integrante de esta relación jurada.

Y por tanto: resultando que D. Andrés Jackson, gobernador hoy de la Florida occidental, ha violado en aquel territorio, bajo su autoridad, la inmunidad y confianza con que dentro de él se hallaba mi representación de comisionado por la España, cumpliendo lo estipulado por ella y los Estados-Unidos en un solemne tratado; que también ha violado los papeles a mi cargo, fracturando y saqueando el sagrado de ellos a su sola discreción; allanado mi persona del modo mas ilegal, y ofendido a mi carácter y honor profundamente, con la suposición ante un pueblo, de las especies que dejo ameritadas; y obligándome por todo ello a dejar a la España sin mi representación en dicha Florida, con desamparo de sus intereses, protesto solemnemente contra el referido D. Andrés Jackson, por ejecutor de los precitados  hechos, ante el ministro plenipotenciario de S. M. C, cerca del gobierno de los Estados-Unidos de América. —. Filadelfia 3 de octubre de 1821. —Callava.

Don Hilario de Rivas y, encargado de negocios, interino, de la legación de S. M. cerca del gobierno de los Estados—Unidos de América, certifico: Que la copia que precede está conforme con el original que queda en la secretaría de esta legación. —Filadelfia 18 de octubre de 1821. — Hilario de Rivas y Salmon.