Guadalajara, 28 de febrero de 1811
La piedad de nuestro Soberano el Sr. D. Fernando VII a quien representan las Cortes generales y extraordinarias, en su ausencia y cautividad, se ha dignado expedir el adjunto indulto que haya un general olvido sobre todo lo pasado en los países de ultramar donde se hayan manifestado conmociones, haciendo el debido reconocimiento a la legítima autoridad soberana que se halla establecida en la madre patria. Y el Excmo. Sr. Virrey de estos reinos, D. Francisco Javier de Venegas, cuyas benéfica ideas acreditadas tan repetidamente y cuyo piadoso corazón se horroriza siempre que le llegan noticias de que se derrama con lastimosa profusión la sangre de tantos alucinados que se han separado de la protección de las leyes siendo rebeldes al Soberano que aparentan respetar y a quien insulta, ha querido hacerlo extensivo de un modo singular a favor de todos los que han seguido y siguen la insurrección, que ha asolado este país tan feliz en otro tiempo.
Al comunicarlo en virtud del superior mandato que me lo ordena y al intimarle que en el acto que reciba este aviso deberá cesar en las hostilidades y contestar dentro de veinticuatro horas, todo según en la misma gracia se refiere, no puedo resistirme a hacerle algunas reflexiones para que aproveche el precioso y quizás único instante de piedad que la suerte le prepara: que considere es ya tiempo de hacer cesar los males que sus primeros imprudentes pasos han ocasionado a este reino, modelo hasta de lealtad y respeto a su rey, y que la serie constante y no interrumpida de los ejércitos que peleamos por la paz, deben persuadir aun a los más insensatos de la visible protección del cielo a favor de la más santa y justa de las causas.
No hay pueblo que no reconozca sus pasados yerros, ni hombre que haya tenido la fortuna de ver pasar por su suelo las tropas del rey que no se apresure a gozar de su protección y amparo. La disciplina, el buen orden y la clemencia son nuestra principal divisa. ¿Qué ciudad, pueblo, rancho o caserío puede ser insensible a este proceder y desengaño, viéndose libre de los horrores y anarquías en que necesariamente han estado sumergidos por una multitud que en su reunión revolucionaria mirando con desprecio a sus cabezas, no debía tener en su conducta ni límites ni freno?
Cesen, pues, los males hasta aquí demasiado generales y comunes a todo el país alborotado y que ha sido el teatro de la guerra. Vuelvan los que aún siguen el estandarte de la rebelión por temor del castigo que les amenaza a sus casas y familias. La miseria y el terror están apoderados de multitud de infelices, víctimas del yerro de sus padres. Gimen en prisión esperando el último suplicio algunos miles de hombres aprehendidos por los ejércitos del soberano y presentados por los pueblos desengañados. Y finalmente el bien público exige que vuelva el orden en todos los puntos de donde falta. La vida de tantos americanos a quienes su mala suerte hizo ser víctima en las batallas no puede ya devolvérseles; la de los que la ley tiene proscritos y están en prisión puede todavía libertarse como se ofrece si convencido su ánimo de los males que ha causado quiere con su arrepentimiento y presentación evitar que continúen, como sucederá inevitablemente, si pasado el perentorio plazo prefijado no se ejecuta lo que en solo él se concede.
Guadalajara, 28 de febrero de 1811
José de la Cruz, General del Ejército de Reserva
A D. Miguel Hidalgo y Costilla.
Fuente: Colección de documentos de J. E. Hernández y Dávalos, t. II, doc. 207
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