Córdoba, 26 de agosto de 1821.
O’Donojú informa del Tratado de Córdoba a José Dávila, gobernador y jefe político de Veracruz.
Incluyo a vuestra señoría copia del tratado en que hemos convenido el primer jefe del Ejército Imperial y yo; él tiene por objeto la felicidad de ambas Españas y poner de una vez fin a los horrorosos desastres de una guerra intestina; él está apoyado en el derecho de las naciones; a él le garantizan las luces del siglo, la opinión general de los pueblos ilustrados, el liberalismo de nuestras Cortes, las intenciones benéficas de nuestro gobierno y las paternales del rey. La humanidad se resiente al contemplar el negro cuadro de padres e hijos, hermanos y hermanos, amigos y amigos que se persiguen y se sacrifican; de provincias que habitaron hombres de un mismo origen, de una misma religión, protegidos por las mismas leyes, hablando un idioma y teniendo iguales costumbres, incendiadas y devastadas por aquellos que pocos meses antes las cultivaron afanosos, fiando a su fertilidad la esperanza de su alimento y el de sus familias felices cuando gozaron la paz, desgraciadas, indigentes, vagabundas y menesterosas en la guerra; sólo un corazón amasado con hiel y con ponzoña puede prever sin estremecerse tamañas desventuras. ¿Y qué sacrificio no hará gustosa un alma bien formada si ha de evitar con él trabajos, sangre, muerte y exterminio? He, vuestra señoría, aquí, señor gobernador, las reflexiones que me habrían arrebatado a firmar el tratado que servirá de cimiento a la eterna alianza de dos naciones destinadas por la Providencia y ya designadas por la política a ser grandes y ocupar un lugar distinguido en el mundo, aun cuando no hubiese estado, como lo estoy, convencido de la justicia que asiste a toda sociedad para pronunciar su libertad y defenderla a par de la vida de sus individuos; de la inutilidad de cuantos esfuerzos se hagan, de cuantos diques se opongan para contener este sagrado torrente, una vez que haya emprendido su curso majestuoso y sublime; de que es imposible contrariar ni aun alterar el orden de la naturaleza, ella puso límites a las naciones, hizo lapsos y muelles los miembros de un cuerpo grande, no nos dio sentidos capaces de recibir impresiones desde muy lejos y si en la infancia nos proveyó de una madre tierra que nos alimentase, en la niñez y juventud de padres y maestros que nos educasen y nos dirigiesen, nos dio en la virilidad razón y fuerza para ser independientes, y no vivir sujetos a tutela; el mundo moral está modelado por las mismas reglas que el físico. Principios tan luminosos no podían ocultarse a la alta penetración del rey, a la sabiduría del Congreso. ¿Ni cómo podríamos sino conciliar los progresos de la Constitución en España con la ignorancia que era preciso suponer en los españoles que desconociesen estas verdades? En efecto, ya la representación nacional pensaba antes de mi salida de la Península en preparar la independencia mexicana, ya en una de sus comisiones, con asistencia de los secretarios de Estado, se propusieron y aprobaron las bases, ya no se dudaba de que antes de cerrar sus sesiones las Cortes ordinarias quedaría concluido este negocio importante a las dos Españas, en que está comprometido el honor de ambas y en que tiene fijos los ojos la Europa entera. El español que por miras particulares o un privado interés no se conviniere con el sentir común de sus compatriotas sobre desconocer lo que le conviene, está limitado a un círculo muy estrecho, no tiene formada una idea justa de que su nación basta para hacer la felicidad de sus individuos y no es digno hijo de una patria generosa, liberal y equitativa. Pero los mexicanos, a quienes la temperatura de su clima dio una imaginación viva y fogosa, y que por otra parte, en razón de la inmensa distancia que los separa de la Península carecían de noticias exactas, se pronunciaron independientes y tomaron un aspecto hostil creyendo que los mismos a quienes deben su religión, su ilustración y el estado en que están de poder figurar en el mundo civilizado habían de cometer la injusticia de atentar contra su libertad cuando ellos, por sostener la suya, acababan de ser el asombro del universo, ejemplo de valor y de constancia y terror del poder más colosal que conoció la historia. Y encontrarán en efecto alguna resistencia, empero considérese ésta el resultado de una fidelidad llevada al extremo, de unos sentimientos de honor exaltados y de una bravura irreflexiva. Mas varió la escena, americanos y europeos se conocen recíprocamente y saben que, si ha habido extravíos por una y otra parte, todos tienen su origen en virtudes que les honran; vuelven a ser hermanos, todos quieren estrechar los vínculos de su unión, las relaciones serán íntimas, y los derechos de unos y otros serán fielmente respetados; así lo pactamos, y aun cuando no, a esto están decididas las voluntades y este tratado, que hizo el amor y la recíproca inclinación, tendrá por siempre el cumplimiento que jamás tuvieron los que formó la política y la fuerza.= El contenido de esta carta servirá vuestra señoría mandarlo publicar y yo espero que si hay aún alguno que no esté desengañado, lo quedará con su lectura; si ésta no bastase, considérese como perturbador de la tranquilidad pública al que de cualquiera manera manifieste desagrado o disconformidad.= Tengo noticias que se dirigen a ese puerto, procedentes de La Habana cuatrocientos o más hombres enviados por el capitán general de dicha isla para la guarnición de la plaza: variaron las circunstancias y éstas tropas, lejos de ser útiles serían perjudicialísimas, porque entre otros males producirían el de que se dudase de mi buena fe, sin que tan corto número de soldados pudiese, aun cuando estuviésemos en el caso de intentar defensa, ser de algún provecho ¿a qué militar se le oculta la defensa que puede hacer Veracruz aun guarnecida? Y suponiéndola una fortificación de primer orden ¿Cuál sería al fin el resultado? Sucumbir ¿Y si se conservare? Para España sería de ninguna utilidad. Esto supuesto y refiriéndome a lo que llevo dicho, prevengo a vuestra señoría (y le hago responsable en caso de inobservancia) que no permita el desembarco de tales tropas, sino que si han llegado las mande reembarcar inmediatamente proporcionándoles para que se vuelvan al punto de donde salieron, todos los auxilios que necesiten, para lo que usará vuestra señoría de cualquier recurso y de cualquier fondo por privilegiado que sea, en la inteligencia que no tendrá vuestra señoría disculpa si no lo verifica porque le concedo para este caso todas las facultades que yo tengo. Si aún no han llegado saldrá luego, luego una embarcación menor, la que esté más pronta a cruzar a la altura que convenga y por donde deban venir necesariamente, a comunicarles mi determinación de que regresen sin entrar en el puerto; si enfermedades, falta de víveres u otra razón exigiese que toquen a tierra antes de cambiar el rumbo, que se dirijan a Tampico o Campeche, adonde en tal caso exhortará vuestra señoría a las autoridades para que sean auxiliados y me avisará para proporcionar yo se comuniquen las órdenes convenientes al mismo efecto. El servicio es interesantísimo y espero sea puntualmente desempeñado, confiando en la actividad de vuestra señoría y en el tino con que sabe dar sus disposiciones.
Este pliego es conducido por un extraordinario y por el mismo se servirá vuestra señoría dirigirme la contestación, sin perjuicio de que me dé avisos oportunos de cualquier novedad que merezca atención.
Dios guarde a vuestra señoría muchos años.
Córdoba, 26 de agosto de 1821.
Juan O’Donojú.
Señor D. José Dávila, gobernador y jefe político de Veracruz.
Juan O’Donojú defiende el Tratado de Córdoba
Puebla, 7 de septiembre de 1821
Señor D. José Dávila.
Mi estimado amigo: Acusé a vos desde Orizaba el recibo de su apreciable de 22 anterior, y ofrecí, por no tener tiempo para contestar entonces, hacerlo desde aquí, en efecto, no pierdo correo.
He sentido que mis anteriores disposiciones sobre reembarco de tropas procedentes de La Habana hayan dado a vos un mal rato, y puéstole en compromisos, y he sentido también que el convenio firmado en Córdoba no haya merecido la aprobación de vos; pero permítame vos que le diga se ha leído sin la necesaria meditación, no se han tenido presentes la época y las circunstancias, se ha exaltado la imaginación figurándose lo que jamás sucederá, y quizá el interés de la patria no ha sido lo primero que ha entrado en el cálculo.
Persuadirse los veracruzanos que, reconocida la independencia, México y Veracruz habían de conservarse bajo el gobierno de la metrópoli (no quisiera ofender su ilustración), pero no veo en qué principios apoyasen semejante hipótesis; firmar la independencia era indispensable porque tal es la voluntad decidida de los pueblos, porque tiene fuerza para sostenerla, porque el gobierno español se dirige por principios liberales, porque aun cuando fuesen otras sus intenciones no podría llevarlas a efecto, ni yo me hubiera encargado de ser instrumento de opresión. Y supuesta la independencia ¿cuáles son los privilegios de México y Veracruz? Que todavía no han entrado en estos pueblos los que defienden la opinión general altamente pronunciada, pero pueden hacerlo, no lo han hecho ya porque se trata de evitar desgracias, y ojalá tan infundada temeridad no los precipite a prescindir de todo y hagan sufrir a estas poblaciones el fruto de su inconsideración. ¿Es justo que la opinión de doce provincias sea contrariada por algunos vecinos de dos ciudades? Esperemos el resultado de Europa, pero si sea el que quiera, México y Veracruz han de ser independientes, díganme si no ¿cuál es su esperanza? Considerase como requisito esencial para la independencia de Nueva España la sanción real, y si el rey no quiere darla, ¿dejará de verificarse? Que yo anuncié que esperasen la correspondencia de mediados de junio, fui de sentir que así convenía, pero si el paso estaba dado, o si a mí ni se me ha oído en esto, ¿en dónde está la pero condición de los europeos de México y Veracruz? Esta proposición amigo, es avanzada y aventurada, mi delicadeza se resiente de que haya quien se persuada de que soy capaz de acceder a lo que no sea conforme a la equidad y a la razón; si dejo correr alguna vez la balanza será en obsequio de mis compatriotas. Al artículo 15 se le impone una censura tan criminal como infundada, ninguno de los derechos que se citan contra él, han sido infringido, ni jamás se dudó que una nación tiene facultades para establecer un impuesto; toda la dificultad estará en el artículo que se impone y en el más derecho de extracción de moneda; todos los pueblos lo conocen, pero es indeterminado y no sabemos a lo que ascenderá; tal vez ascienda a la mayor parte del capital, esta suposición no es de hombres que tienen formada de sus semejantes una idea justa, es de un melancólico que ve siempre las cosas por el aspecto más triste, es del que, apegado a su dinero, siempre le ve escapársele de entre las manos. El derecho de extracción ha de ser efecto de una ley; ésta, dictada por los primeros hombres de las provincias, y siendo lo más natural esperar acierten ¿hemos de empezar por creerlos injustos? Acuérdense también de que todo estaba perdido y que lo que quede, eso se halla, esto es, cuando se les quiera conceder todo lo que suponen.
No se estima menos violento el artículo 16, y no es menos infundada la calificación; la salida del reino será el resultado de una pausa, será una pena, lo uno y lo otro supone leyes que determinen los trámites, y estamos en el caso del artículo anterior. Por notoriamente desafectos no se entenderán esos hombres cuyas virtudes cívicas vos tanto elogia, serán sí los que de aquí en adelante sean temerarios, y se acabó la retroacción de lo convenido. Por otra parte, si los europeos fuesen aquí mal tratados ¿cuán sería la suerte de los americanos en Europa? ¿Se habrá escapado esta reflexión a los que lo han determinado? ¿y no son todos ellos hijos, hermanos y parientes de los que han de sufrir el rigor de las leyes que dicten?
Se empeña vos en mi regreso a Veracruz, ¿es posible que vos no vea los inconvenientes de esta marcha? ¿y es posible que esos habitantes no han de ceder sino al rigor y la desgracia? Esto si deshonra a la patria, porque comprometerse su honor desaira sus armas e impone a esos hijos la nota de insubordinados, temerarios y rebeldes.
Mis amigos, los que encargué a vos viesen mi carta, todos excepto Primo de Rivera, me han escrito en el mismo sentido que vos, y deseo vean esta contestación por no repetir a todos lo mismo.
Sin embargo que me constan la edad y los achaques de vos, nunca los consideré tales que le prohibiesen usar de aquel carácter entero y firme que le distingue.
Últimamente, el tiempo hará ver a los europeos su equivocación, él me justificará y Dios quiera no vean cuando ya les ofenda la luz.
Queda de vos, afectísimo servidor y amigo que su mano besa.
Juan O’Donojú
José Dávila rechaza el Tratado de Córdoba
Veracruz, 18 de septiembre de 1821
Excelentísimo señor D. Juan O’Donojú.
Mi estimado amigo y general: Cuando por mi anterior confidencial de 29 del último expuse a vos algunas razones que se oponían al reconocimiento del convenio ajustado con Iturbide y al reembarco de la tropa que había llegado de La Habana, debí esperar que, infiriendo las demás que yo omitía o que sólo legítimamente insinuaba, se habría penetrado de que mi estudio en excusarle ofensa no era olvido de los principios que esencialmente debían guiar mi conducta, ni era tampoco indicio de faltarme firmeza para observarlos la exhortación que le hacía de que viniese a esta plaza a ejecutar por sí lo que prevenía. Esperaba entonces que llevado vos en ella por el impulso y sentimientos de los que seguimos las banderas del rey y de la patria habría recobrado el carácter con que vino, trayendo a su consideración las sagradas obligaciones que aquéllas le pedían.
Mas veo ahora con alto dolor frustrada mi esperanza por la carta de vos de 7 de este mes, en que advierto su decisión a permanecer al lado de los enemigos; y con no menos sentimiento noto que desentendiéndose del espíritu verdaderamente amistoso de mi primera carta, aún persiste en sostener los mismos tan equivocados principios de su primera, ofendiendo además mi carácter, pues la exposición con que procura atraerme a ellos, sólo puede nacer del concepto que ha debido formarse de ser yo capaz de vacilar en los míos.
Siendo los que sigo en el conocimiento de la ley y en mi decidida resolución a observarla. Conforme a ella, el carácter que vos trajo de capitán general le imponía la obligación de defender este reino, haciendo que en él se mantuviese en cuanto fuera posible el gobierno establecido, lejos de facultarle para consolidar los intentos que se hiciesen para subvertirlo, mediante al pacto que ha firmado con los revoltosos. Por el mismo carácter tuvo vos la investidura de protector de cuantos obedecen y están sujetos en el mismo reino a las leyes del de España y de ningún modo la de plenipotenciario para ajustar condiciones con los que le niegan obediencia, dejando oprimir a los que dicha protección era debida.
No sería incompatible, sin embargo, que al carácter de capitán general hubiese vos unido el de plenipotenciario, mas no es lo peor que vos carezca de los competentes poderes para esto, y que sin ellos haya ajustado el supuesto convenio, sino que intente ofuscarme al punto de querer persuadir que no son necesarios, adelantando que aunque el rey no quiera sancionar la independencia de este reino no por eso dejará de verificarse, y que el firmarla era necesario por ser tal “la decidida voluntad de los pueblos”. Luego vos ha firmado lo que entiende que desaprobará el rey, luego obra vos decidido a desobedecerlo. Y en este caso ¿cuál puede ser su derecho para exigir de los demás obediencia?
Mas dejando aparte ésta y otras consecuencias obvias y también la supuesta voluntad de los pueblos de que tanto se ha abusado en todos tiempos y que vos no ha consultado ni podido consultar en éste, oyendo sólo a Iturbide ¿por qué principio podrá justificar esta necesidad en que creyó verse de firmar vanamente la pretendida independencia? Digo vanamente, porque la firma de vos no podía darle valor sino en virtud de poder competente que para esto hubiese recibido del gobierno español; y careciendo vos de tal poder, su firma no supone, ni puede suponer, en consecuencia, otra cosa sino su privada y personal adhesión a los principios declarados de la misma independencia, sin que por consiguiente envuelva ninguna obligación para el gobierno de España, ni para ninguno de sus funcionarios y ciudadanos. Esta firma y convenio suyos han sido por lo mismo actos puros de su solo arbitrio y voluntad, no sólo sin autorización legal, sino en desprecio de lo que las más sagradas leyes le prescribían, y sin embargo ¡llama vos a los que las respetan insubordinados, temerarios y rebeldes! No será ciertamente dudoso a los ojos de la España y de toda la Europa ilustrada, en el caso que nos hallamos, a quiénes corresponde más bien tan depresivas calificaciones. Nunca han podido pretender, como vos supone, estos que llama rebeldes de Veracruz o de México, y que tanto honran el carácter y las armas españolas, que si el gobierno de la antigua España se resolvía a dar la independencia a esta nueva, más que reducirla, como puede, a la debida obediencia, fuesen ellos solos exceptuados de esta ley general, sino que mientras ésta no tuviese la sanción real, no se exigiese de ellos su aquiescencia a los principios de la independencia propuestos y que hasta entonces nunca podía ser válida. Esto sí es respetar las leyes, observar los pactos sociales que unen los pueblos, de que no hay épocas ni circunstancias que dispensen, como vos parece entenderlo; y esto es mirar sólo a lo que pide el interés de la patria, con desprecio de los demás personales y de cualquiera cálculo de provecho y engrandecimiento propio que a otros gobierne.
Cuando la nulidad del convenio está demostrada no hay para qué detenerse, sobre todo después de las reflexiones ya hechas en mi primera carta, en añadir otras, convenciendo la injusticia y dureza de sus condiciones para los españoles aquí establecidos. Admitiré sin embargo acerca de esto la confesión que vos hace queriendo que recuerden que todo lo tenían perdido y que deben mirar como hallado lo que les quede. Mas ¿cómo lo tenían perdido todo si también antes había ofrecido Iturbide su garantía para las propiedades españolas? Luego, a pesar de ella, cree vos y afirma que las debían mirar todas como perdidas; luego, no valiendo nada en el concepto de vos aquella garantía anterior, aunque declarada y reconocida, tampoco debe ser ésta válida y segura, pues se funda en la misma palabra, a no ser que vos pretenda que su convenio ha tenido la virtud de cambiar la moralidad de Iturbide.
De todos modos vos quiere que estos españoles se contenten con la parte de sus propiedades que el enemigo, como vencedor, quiera dejarles. Fuerza es confesar que esto sólo podía verse en un convenio donde admitió la condescendencia cuanto quiso dictar la arrogancia. Y a tan duras e insultantes leyes ¿ha podido vuestra merced imaginar un momento que se someterían [los] españoles rindiendo las armas que aún tienen en la mano? Una salus victis. Esto, esto sí se puede recordar a la nación española mas que a ninguna otra para ser escuchado. No desmentirá ciertamente sus antiguas glorias y aun las mayores recientemente adquiridas con asombro del mundo, dejando así en este país insultar y despojar impunemente a sus hijos. Muy mezquina idea tiene de su patria el español que, por verla angustiada en su regeneración política, se persuade que no hará los sacrificios necesarios para tomar la debida satisfacción de tan inauditos agravios. Abandonen esta esperanza los hijos espurios que creyeron hallar esta ocasión favorable para clavar el puñal en el seno de su madre. No tomará tampoco su venganza, como por otra no menos mezquina idea se supone que debería hacerlo de los inermes mexicanos que haya en la Península; aquí, aquí en este mismo teatro de la injusticia, sabrá distinguir también entre el inocente y culpado en la aplicación de su castigo y... mas ¿dónde voy? es menester cortar aquí el desahogo de mis sentimientos que ya le ofendería a vos directamente si lo prosiguiese.
Queda de vos afectísimo servidor que su mano besa.
José Davila
Juan O’Donojú a José Dávila, desde Tacubaya
Tacubaya, septiembre 19 de 1821.
Señor D. José Dávila.
Mi muy estimado amigo: El capitán Hernández me ha entregado su apreciable del 6, e informado de la situación de vos y estado de esa plaza quedo impuesto de todo, y trabajando para que tenga vos descanso, entre tanto apliquemos todos a evitar desgracias y reducir a los fanáticos a los límites más estrechos. Iturbide, a quien he hablado de vos en los términos que me ha dictado la amistad que le profeso, tiene formada de vos una justa opinión, y nada he tenido que hacer para inclinarle a su favor. Vos no necesita de mis consejos, pero yo no puedo dejar de decir a vos que es conveniente aprovechar esta buena disposición.
El adjunto oficio le parecerá a vos duro, es obra de la amistad y de la necesidad, de la amistad por que con él creo evitar a vos mil compromisos, vos se escuda en el deber de obedecer y con la precisión de ponerse a cubierto; de la necesidad, porque es indispensable por bien o por mal hacer entrar en razón a los que o no la tienen, o la han olvidado. La independencia es un torrente que no se contiene por ningunos diques, estoy plenamente convencido de que la aprueba el gobierno español, ya habrá vos visto los diarios de Cortes del 25 y 26 de junio. ¿Qué esperan pues, declarada la opinión del Congreso, esos cuatro visionarios? La idea de que se conserve Veracruz a la devoción de España, siendo un puerto del Imperio y teniendo éste necesidad de él, y fuerza para tomarlo, es injusta, extravagante y manantial de males que causarán la ruina de la población y la miseria de los habitantes que se salven de las furias de la guerra.
Bien sé que está vos comprometido, pero tiene vos ilustración y experiencia, y tiene vos mi amistad para ayudarle a salir de cualquiera dificultad. El reembarco de las tropas de La Habana es indispensable, su permanencia por más tiempo, además de la inutilidad y otras razones que lo reclaman y ya he manifestado de oficio y confidencialmente, traería no sólo el perjuicio de los que componen esa expedición, sino de los demás militares que quieran irse a Europa; a todos es menester auxiliarlos como se ha ofrecido, y si no se van despachando desde ahora, será un laberinto en adelante que les incomodará, les detendrá, será menester asignarlos en los buques y Dios sabe como estaremos de metálico. Yo no sé cómo se escapan reflexiones tan obvias.
Me dicen que marchó Comoto y dejó para mi una carta insolente, remítamela vos para hacer de ella el uso que convenga: este hombre nos ha engañado a vos y a mí, me debía el concepto de instruido, veraz, buen amigo e interesado por la patria, y es todo lo contrario, no conoce el mundo, ni los principios de la política y del derecho de los pueblos y de los hombres; me ha calumniado y se empeña en hacer perder al rey, o a algún príncipe de su casa, un Imperio, y a la España las ventajas que estos naturales tienen disposición de facilitarle y yo procuro, aprovechándome de ella, asegurarle para lo sucesivo. Otros patriotas de igual calaña tiene vos a su lado, conviene que vos los conozca para que los desprecie.
Hágame vos el gusto de no dilatarme la correspondencia que venga de España, pues es importantísimo que yo no pierda tiempo en recibirla.
Dentro de cinco o seis días entraré en México; no lo he hecho ya porque con la distribución de los cuerpos que han de salir, con la expedición de licencias a la tropa que las quiera, de retiros a los oficiales que los pidan, y mil otras disposiciones que hay que dar, tengo muchísimos negocios que despachar, y los cumplimientos y la etiqueta de la capital me quitarían el tiempo, he prevenido a Liñán se encargue del mando militar interino, y al intendente del político; me desembarazaré así por unos días de mil pequeñeces menos importantes y puedo dedicarme todo a los negocios en grande.
Soy como antes, de vos afectísimo servidor y amigo que su mano besa.
Juan O’Donojú.
P.D. = Mi mujer está en Puebla, no pienso llamarla hasta entrar en México, pero está buena y agradecerá la memoria que hace vos de ella. Hágame vuestra merced el favor de entregar la adjunta al señor D. José Ignacio de la Torre
Dávila desconoce a O’Donojú
Veracruz, 4 de octubre de 1821.
Excelentísimo señor.
Al ver a vuestra excelencia insistir de nuevo en su último oficio de 19 del pasado para que yo publique y reconozca en esta plaza su tratado hecho en Córdoba con Iturbide, debo creer que mi falta de contestación al primero y a su carta confidencial de 7 sobre el mismo asunto, le ha hecho admitir la idea de ser sólo mi indecisión la causa de mi silencio. ¿Provendrán tal vez de aquí las amenazas con que parece se propuso sacarme de ella? Mas ni ésta cabe en quien con firmeza sigue el camino que le señalan las leyes, ni aquéllas le amedrentan. Salga pues vuestra excelencia de su error y vea adjunta mi contestación del 18 a su citada carta; vea también de la propia fecha la del subinspector de ingenieros D. Francisco Lemaur, y el oficio del capitán de navío D. José Primo de Rivera del 17, donde todos desde entonces satisfacíamos a las confidenciales recibidas de vuestra excelencia. Si detuve estas respuestas fue sólo por precaución, mas ya desde su tiempo quedaron irrevocablemente hechas, y su contestación, a que me remito, abreviaría el de este oficio.
Desde que vuestra excelencia se arrogó sin poderes del gobierno la facultad de concluir dicho tratado, y aunque los hubiera tenido, la de pretender, la de pretender sin la legítima sanción darle cumplimiento, dejé de reconocer a vuestra excelencia no sólo por capitán general, mas también por ciudadano español, y además le contemplé reo de los mayores atentados contra su patria, donde es seguro que nunca se presentará vuestra excelencia voluntariamente a justificarlos, ni menos a acusarme, por más que la política de su actual situación le haga afectar lo contrario.
Quiere sin embargo vuestra excelencia darles colorido asegurándome en su carta confidencial del 19 último, adjunta con su citado oficio, que está plenamente convencido que el gobierno español aprueba la independencia, mas aunque así fuere ¿cómo podría aprobar la conducta de vuestra excelencia, ni tampoco la mía, si yo fuera capaz de imitarle? Por que vuestra excelencia hubiese conjeturado bien o mal que el gobierno de España pensaba emancipar las Américas ¿le era lícito declarar por sí sólo, y del modo que quisiese esta emancipación, anticipándose al mismo gobierno? ¿Cómo no advierte vuestra excelencia o se persuade que no advertiremos, que así le quita la facultad de declararla a quien sólo corresponde hacerlo? Y además ¿ésta ni ha estado nunca en las facultades de los gobernadores y capitanes generales, en cuanto a materias de Estado, el dirigirse por conjeturas de lo que hará o no hará su gobierno, o por sus órdenes expresas? ¿Si será éste procedimiento de vuestra excelencia y lo que intenta persuadir un adelantamiento de la ilustración del siglo que en su primer oficio me alega? (Vuestra excelencia es quien debe persuadirse que la segura ilustración de todos los siglos despreciará los sofismas con que quieren solaparse las traiciones, y la falta de verdad en que las miras ambiciosas buscan su apoyo).
Lea vuestra excelencia las adjuntas reales órdenes y será desmentida la opinión que se ha esforzado darnos. Verá por ellas que el gobierno de España manda socorros a esta plaza, y los mandará seguramente mayores con quien sepa cumplir sus órdenes para reducir a la debida obediencia todo este reino, así que llegue con asombro a su noticia la conducta que en él ha seguido y sigue vuestra excelencia. Entre tanto, con las fuerzas que tengo defenderé esta plaza contra vuestra excelencia mismo y contra Iturbide, por el gobierno de España en la parte que pueda y hasta apurar los últimos recursos, que son más de los que sabe vuestra excelencia, sin que me muevan sus amenazas, ni sus poco delicadas ofertas de la protección de Iturbide, que miro con indignación y desprecio, y sea esta resolución mía la última que le declaro, y este oficio el último papel con que a los suyos contesto.
Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Veracruz, 4 de octubre de 1821.
Excelentísimo señor. José Davila.
Excelentísimo señor D. Juan O’Donojú
Dávila informa al gobierno español su decisión de retirarse a San Juan de Ulúa
Veracruz, octubre 10 de 1821.
Excelentísimo señor.
Según anuncié a vuestra excelencia en oficio de 6 del mes próximo pasado, recibí del capitán general nombrado para este reino, D. Juan O’Donojú, la contestación ofrecida número 1, fecha el 7 del mismo mes en Puebla, y al propio tiempo escribió también confidencialmente sobre el mismo asunto al subinspector de ingenieros, D. Francisco Lemaur, y al capitán de navío, comandante del Asia, D. José Primo de Rivera las numeradas 3 y 5. Estas cartas, como la número 7, escrita por un diputado mandado por el general Novella al mismo señor O’Donojú, no me dejaron duda tanto acerca de las disposiciones de la capital, como de ser el intento del nuevo capitán general hacer servir su autoridad para poner todas las plazas del reino a la obediencia de Iturbide, proclamando la independencia; de suerte que a éste le valiese aquella autoridad lo que no habrían alcanzado, ni probablemente alcanzarían en mucho tiempo sus armas.
No era ya entonces dudoso para mi el camino que debía seguir, ni podía serlo al conocer esta decidida y ya del todo manifiesta resolución del señor O’Donojú, y así le contesté como aparece en el número 2, recibiendo al propio tiempo y en el mismo sentido las contestaciones de los dos jefes ya nombrados, señaladas números 4 y 6.
La consideración, sin embargo, del estado de esta plaza, donde no podía mantenerme con la reducida fuerza que me hallaba, que por las deserciones, y sobre todo por las enfermedades, iba disminuyendo diariamente, me hizo detener estas contestaciones, en que ya se declaraba completamente mi resolución, hasta proveer de víveres el castillo, salvando en él todos los enseres de la plaza, municiones y también la artillería, si fuese posible, o la inutilizaba para la seguridad sobre todo de las embarcaciones dentro del puerto. Esta detención, sin embargo, y mis aprestos que no pudo al fin desconocer el enemigo, dio lugar, cuando ya hubiese visto asegurada su posesión de México, al oficio y carta confidencial del señor O’Donojú, números 8 y 9, remitiéndome las adjuntas proclamas que en aquél se citan.
Mi última contestación, número 10, y la cortedad de mi fuerza, manifestarán a vuestra excelencia mi forzosa resolución de retirarme al castillo hasta la llegada del refuerzo que debe conducir mi sucesor, quien con él y la posesión del castillo, podrá, sin dificultad, si lo tuviere por conveniente, recobrar la ciudad, no siendo ésta una posición mantenible para el enemigo sin aquella fortaleza.
Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Veracruz, octubre 10 de 1821.
Excelentísimo señor. José Dávila.
Excelentísimo señor ministro de la Guerra
Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero] Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.
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