Febrero 19 de 1817
Está informada esta superior corporación de que muchos pueblos, principalmente de los de la Provincia de Michoacán, alucinados por la política que usan algunos comandantes de las tropas de España, se han familiarizado tanto con ellos que los aguardan y reciben cuando vienen; y así, incurriendo en la torpeza de quererse persuadir, contra el testimonio intimo de su conciencia, que semejante conducta y lenidad de no ofender a los que encuentran proviene de un espíritu de protección, y creen que son sinceros estos procedimientos y no efecto de la última necesidad en que se halla el gobierno español. Es el mayor despropósito esperar por un momento que los gachupines, enemigos irreconciliables de los criollos aun en el tiempo de la esclavitud, puedan ver con buenos ojos ni a los hombres, máquinas que habían destinado para su servicio y en cuyo trabajo consistía el fomento de su ambición, ni mucho menos que tengan afecto a los hombres ilustrados que han conocido sus derechos y que los sostienen con valor y constancia. Aun a los americanos que tienen la bajeza de servirlos, en fuerza de la vil educación que les dieron, los aborrecen y no aprecian sus servicios, y en primera ocasión procuran aniquilarlos, de lo que tenemos reciente grandes y numerosos ejemplares.
El gobierno quisiera dejar en su voluntario error a estos ingratos hijos de la patria, a estos desnaturalizados ignorantes, a estos hombres materiales que sólo se dirigen con las comodidades presentes sin prever las consecuencias tan funestas que se les esperan a ellos, a sus hijos y a toda su posteridad; porque en el caso desgraciado de que la América sucumbiera, nuestros intereses y nuestras vidas quedarían a discreción del furor español, y los pocos que conservaran su existencia tendrían en la frente estampada con fuego ardiendo, lo mismo que se hace con las bestias, una señal de su esclavitud.
Con el pago y la recompensa que han de recibir de los gachupines los infames criollos que los esperan podría darse el Gobierno por satisfecho del crimen que cometen con la infracción de sus repetidas órdenes. Mas ¿cómo ha de permitir que a unos hermanos suyos les acontezca lo mismo que a los desgraciados peruanos? Paisanos ignorantes y sencillos, sabed cuál es la conducta de los infieles españoles. En el Perú el oidor Gasca se propuso el objeto de aplacar la insurrección, y para conseguirlo concedió la razón a los criollos, sacrificó y decapitó a muchos europeos, y con tan relevante prueba consiguió que los peruanos rindieran las armas. ¡Qué traición tan horrorosa! En aquel mismo acto en que los soldados dejaron las bayonetas fueron todos pasados a cuchillo, Con este hecho, ¿quién podrá esperar sinceridad ni buena fe en las promesas e indultos de los gachupines? Sacrifican a sus paisanos, su honor y la religión por tal de mantener a la América en esclavitud. La misma suerte sufrió Venezuela. Capituló esta desgraciada ciudad; se unieron aquellos americanos con los españoles; se alternaban en los empleos; y cuando estaban más confiados se echaron sobre ellos los feroces españoles, los pasaron a cuchillo, y solamente libertaron los que salvo el gran Bolívar que en el día los capitanea sobre los mares, continuando su empresa. En Caracas, después de pacificada la provincia, en una noche degollaron sesenta y dos mil hombres, sin perdonar a las mujeres ni a los niños. iQué! ¿No bastarán estos ejemplares para que abran los ojos los americanos? En el caso de que rindiéramos las armas, ¿no se deberán temer aquellos mismos funestos efectos del carácter, del genio altanero, del espíritu feroz, del alma soberbia, pérfida y sanguinaria con que todas las naciones han conocido siempre, distinguido y marcado a los monstruosos españoles?
Mas aun es superior a todo encarecimiento la obcecación de aquellos débiles que obrando contra los sentimientos de su corazón se dejan y han dejado seducir. Las naciones cultas e incultas de la tierra y la respetable posteridad ¿podrán creer que en la América Septentrional se dio ascenso a los envenenados discursos de Juan Ruiz de Apodaca? Que se tuvieron por verdaderos los indultos y se calificaron de sinceras sus promesas. Solamente un hombre muy estólido e ignorante no sospechará que es aparente la humanidad, fingida la virtud y falsa la política de Apodaca, y que se vale de estos medios dulces y suaves que Ie han probado bien en otras provincias para triunfar de la sencillez y religiosidad americana para desarmarnos y poder después, sin riesgo alguno, ensangrentar su espada en nuestros corazones para hacer correr entonces aun la sangre de los más inocentes e infelices aldeanos, para reducirnos a todos a una esclavitud más cruel y para que toda la descendencia de los americanos viva arrastrando los grillos y las cadenas, cubierta de ignominia, sin honor y sin libertad, sin patria en su propio suelo y sin ser dueños del agua que vierten las fuentes, de la leña que producen los montes ni del trabajo propio de sus manos.
¿A qué se podrá atribuir la repentina mutación de Linares, de Negrete, de Orrantía, de Castañón y de todos los comandantes realistas? ¿Por qué en un solo día, de lob os carniceros se habrán transformado en mansos corderos? ¿Será acaso porque hayan mudado de ideas y de sentimientos? De ningún modo, americanos, la suavidad, dulzura y procedimientos benignos de que están usando son para engañaros, para conseguir con más facilidad su empresa y porque conocen que no pueden triunfar de nosotros a fuerza de armas. Es digno de admiración que haya hombres tan ignorantes y débiles que no conozcan la causa de este misterio: ella es tan clara como la luz del día. La protección directa e indirecta de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña, sus numerosas tropas auxiliares al mando de expertos generales guerreros que están en nuestro continente y que ya han triunfado en las inmediaciones de Altamira es el motivo verdadero de la afabilidad y mansedumbre que estáis observando en los gachupines. De aquí proviene la reunión de tropas que han hecho en Durango, en Zacatecas y del Regimiento de Extremadura con muchas otras partidas, que todas las han dirigido contra los valerosos ejércitos que nos vienen a auxiliar. De aquí nace la hipócrita política con que han quitado a sus tropas el nombre de realistas y les han dado el titulo de ejércitos aliados, haciendo creer al vulgo que nosotros nos hemos reunido con ellos para pelear contra los angloamericanos. ¡Irreligiosos infames! Cuando le tiene cuenta a la España saben unirse con los cismáticos, con los protestantes, y hacen paces aun con la misma Puerta Otomana. Del mismo principio han tenido origen los indultos que han concedido y con los que andan rogando hasta a nuestros tambores. Por el temor que tienen a nuestros auxiliares escriben cartas con mil suplicas y ruegos a los comandantes de los fuertes y a los jefes de nuestras divisiones, suplicándoles que las entreguen y haciéndoles extraordinarias promesas. De éste y otros muchos modos se abaten y envilecen los hombres bajos y cobardes que no tienen otro Dios que el oro mexicano.
Por tanto, el mayor castillo [sic por castigo] que podía aplicar el Gobierno a los débiles americanos que se dejan engañar será entregarlos en manos de su consejo para que después experimentaran lo mismo que los peruanos, venezolanos, caraqueños, y aun lo que los españoles en tiempo de Carlos V. iQue horror! Entonces, aun después de dieciocho años, se decapitaba a los reos de lesa majestad, y llegó a tanto la ceguedad española no defendió públicamente en das dos cuelas [sic] que el rey no estaba obligado a cumplir su palabra a los indultados, ni tampoco tenia facultades para libertarles la vida. Mas el Gobierno Provisional, considerándose obligado a desempeñar los oficios de una amorosa madre que no quiere que perezcan sus hijos ignorantes dejándose arrastrar de exterioridades brillantes y socorrer en cuanto pueda a sus hermanos que están en las capitales y le sirven tanto como otros que tienen las armas en la mano, ha decretado los artículos siguientes:
1º Que en lo sucesivo ningún hombre deberá aguardar en los pueblos, haciendas, ranchos o caminos al enemigo, y que solamente en el caso de una sorpresa no se tendrán por contraventores de esta orden.
2º Se entenderá por sorpresa el avance que haga el enemigo saliendo de noche de sus trincheras, caminando por lugares incógnitos, y que en la misma noche llegue al pueblo, hacienda o rancho; porque debiendo todos vivir con mucha precaución y tomar providencias oportunas, no se tendrá por sorpresa aquella llegada intempestiva del enemigo de la cual se tuvo la más ligera noticia o fácilmente se pudo prever.
3º Los subdelegados de los pueblos mandarán a los hacendados y rancheros vecinos a las plazas enemigas que le comuniquen cualquier movimiento de aquellas tropas, poniéndole correo inmediatamente con el cargo que éste esparza la noticia por todo el lugar de su tránsito.
4º Todos los vecinos principales de los pueblos deberán comunicar al intendente, a los jefes militares, jueces políticos, las noticias que adquieran de los movimientos del enemigo.
5º Los habitantes de los pueblos tomarán las providencias convenientes, lo mismo que ejecutan aquellos vecinos que son fieles y buenos patriotas.
6º Todo el que voluntariamente esperare al enemigo o fuere sorprendido por culpa suya, en contravención de los artículos anteriores, será pasado por las armas y saqueados sus intereses, los que se aplicarán al fondo nacional.
7º Los comandantes generales e intendentes podrán aplicar a los reos la expresada pena cuando su delito sea notorio y espontánea la infracción de los artículos antecedentes, obligándose a dar cuenta después de la ejecución.
8º Los comandantes y jueces subalternos aprehenderán a los delincuentes y darán cuenta con ellos a sus inmediatos superiores jefes para que estos apliquen la pena establecida.
Para que ninguno alegue ignorancia de esta providencia, se circulará a los comandantes de provincia y jueces políticos, quienes la publicarán por bando en sus respectivos distritos y cuidarán de su puntual y debido cumplimiento. Palacio del Gobierno Provisional en Jaujilla, a 19 de febrero de 1817.
Lic. IGNACIO AYALA, presidente interino.
Lic. MARIANO TERCERO. FRANCISCO LOJERO, secretario de gobierno y guerra.
Fuente: Genaro García. Documentos históricos mexicanos. México, Museo Nacional de Arqueologia. Historia y Etnología.
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