Acapulco, Abril 30 de 1813
Señor gobernador, don Pedro Antonio Vélez:
Escribí a usted desde Ometepec, haciendo la correspondiente intimación, cuya respuesta fue rasgar y tapear, según me informó el correo que escapó por pies. El día 4 de este abril la repetí y no pudo entrar el correo, o a lo menos no ha vuelto. El día 6 del mismo, estando en la acción, la tripliqué con un prisionero herido que se vido llegar y nadie podrá desmentirme, mandé suspender el fuego tres horas; y con todo, no se sirvió usted responder, por lo que he omitido ya. dirigir contestación al gobernador de una plaza que se niega a los derechos de gentes y de guerra. Por lo que el día de hoy, en caridad, me he dirigido a los europeos y personas que les acompañan.
Yo soy ingenuo y no puedo usar otro lenguaje que el verdadero, ni diría bien a mi carácter la mentira. La nación me ha condecorado con el título de capitán general y vocal de la Suprema Junta Nacional Americana Gubernativa de este reino, para recobrar sus derechos ajados, por no decir usurpados. Y cedería en desprecio convenir en algunas proposiciones que un oficial de inferior graduación propuso en esta tarde, por lo que libré credenciales al auditor de guerra licenciado don Juan Nepomuceno Rosáinz, para que pasase a contestar con usted, con arreglo a las instrucciones que le comuniqué, lo que no tuvo efecto por encontrar un solo teniente sin credenciales. A mí no me corresponde apersonarme, por lo que llevo expuesto; por lo demás básteme decir que soy un hombre miserable, más que todos, y que mi carácter es servir al hombre de bien, levantar al caído, pagar por el que no tiene con qué y favorecer con cuanto puede de mis arbitrios al que lo necesita, sea quien fuere.
Buen testigo es Oaxaca, en cuya capital sólo se pasaron por las armas al teniente general González y a los tres comandantes Bonavia, Régules y Arruti, que debían infinitas muertes;libertando del tolle tolle de un pueblo desangrado e irritado a más de doscientos europeos que allí quedaron indultados; y quitando de la vista un gran número de ellos para libertarles la vida, poniéndolos en lugar seguro, para que donde nadie los toque, sin embargo de haber hecho muertes a sangre fría, como Pardo y Padruno.
No es nuestro sistema la desolación. Esto que usted llama revolución, es para mí y será a los ojos de Dios, de los ángeles y de los hombres, ejercicio de virtud. Yo no hago otra cosa que empeñarme en que se le dé a cada uno lo que le fuere suyo y contener al pueblo para que no derramen la sangre, aun de los culpados. Tengo más compasión del extranjero que del paisano, por faltarle a aquél los recursos que a éste le sobran. No es santificarme; dígalo Portilla y cuantos europeos he traído a mi lado por escaparlos de las garras de otros. Y aunque algunos han pagado con la vida, como los cuatro expresados, ha sido a más no poder, como sucedió en Tixtla y Chilapa, en donde hubo mayor número de criollos que de europeos.
De aquí se infiere que la guerra no es contra europeos, por razón de tales, sino por enemigos declarados de nuestra nación, cuya razón es trascendental a mis paisanos, que del mismo modo se declaran.
Usted dice que ignora nuestro sistema y yo digo que es más claro que la luz. Y usando de mi venial ingenuidad, acompaño a usted una copia de los Elementos de nuestra Constitución, firmada del señor presidente de la Suprema Junta, licenciado don Ignacio Rayón, para que impuesto en su contenido me la devuelva con la misma integridad que la remito.
En dos palabras: vuelvo a cifrar el designio. La nación quiere que el gobierno recaiga en los criollos, y como no se le ha querido oír, ha tomado las armas para hacerse] entender y obedecer. Y, por tanto, a nombre de la nación, o lo que es lo mismo, a nombre de su majestad la Suprema Junta Nacional Americana Gubernativa, notifico a usted, por primera, segunda y última vez, que como gobernador del castillo de Acapulco puesto por los europeos, me entregue el gobierno político y militar, para ponerlo en mano de los criollos, electos por los mismos criollos; dejando a salvo el derecho de usted que como miembro de la misma nación pueda tener para continuar en el mismo empleo, o en otro de mayor graduación, como sucedió en Oaxaca y en infinitos lugares en que se han quedado gobernando los mismos individuos del lugar, siendo tan notable que en todo Oaxaca no se acomodó más de uno que era del ejército, en las armas y dos subdelegados.
Los derechos de guerra me estrechan a no convenir en más de cuatro horas para volver a romper el fuego, lo que servirá a usted de gobierno.
Dios guarde a usted muchos años. Campo sobre el Castillo, abril 30 de 1813.
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