Jose María Morelos, 19 de Abril de 1813
Cuando los hombres sordos a los clamores de la razón y de la justicia se habitúan a hacerse insensibles y ni Ios portentos del cielo les hacen
Esta es la situación actual de los vecinos de Acapulco; pero hoy ha comenzado la obra de su castigo. Ningunos más de cerca han palpado los primores de María Santísima en favor de sus hijos predilectos los americanos. Ellos han visto con sus ojos, lograrse el triunfo en repetidísimos ataques, que consideradas las fuerzas naturales era la victoria imposible. Ningunos son mejores testigos de que por favor de la Santísima Señora, el General del Sur supo sin armas hacerse de las suyas, y sin gente, destruir sus huestes numerosas. Ningunos están mejor instruidos de la necesidad que nos impele a la guerra y santidad de sus fines, mas con todo no sólo se burlaron de las tres intimaciones en que les ofrecía Su Excelencia la seguridad de sus vidas y caudales, sino que el traidor, el impío y detestable criollo Vélez rompió y pateó insolentemente aquel instrumento pacificador y económico de la sangre, atenido a su gruesa artillería. Con efecto sesenta bocas de bronce, cuyo estruendo horroroso hacía temblar las montañas, y se difundía muchas leguas sobre las ondas, amenazaban los valerosos pechos de los nuestros; que a no ser ellos, el espanto los hubiera cubierto, y "el pavor los hubiera desalentado; mas lejos de eso, a cada descarga llenaban de imprecaciones al enemigo, porque a más del castillo que se levanta como un gigante soberbio sobre los edificios, cubrían todos sus lados el fortín que llamaban del Padrastro, la bien construida fortaleza del hospital, y dos bergantines por la playa. Arrostrando todos estos peligros, acometió la tropa con un denuedo indecible, luego que el parche hizo la seña, avanzando las compañías primera y segunda de la escolta en unión del brigadier Avila, que se retiró herido de un muslo hasta la casa contigua al hospital; pero el fuego era vivísirno, los cañonazos formidables; los techos venían al suelo a cada instante, y las paredes levantaban un polvo que los cegaba, por cuyas causas no pudieron dar un paso adelante hasta la oración. A estas horas nos hallábamos en las circunstancias más apuradas. El Teniente Coronel González había mandado repetidos recados para que se le auxiliase, porque se hallaba con menos de 60 hombres. El Sor. G. multiplicaba las órdenes a todas las compañías para que entraran al combate, pero embriagados unos y entretenidos otros en asegurar por los cerros lo que cogían en la ciudad eludían sus preceptos. Ya su Excelencia había mandado, aunque con dolor sumo, que se incendiara la ciudad, y se restituyeran las tropas a sus puntas: sólo nos alentaba que este día era dedicado al cuidado de la Virgen que le había dicho dos misas implorando su protección que en honor suyo se daba la batalla, y que su gloria y veneración es la que alienta la guerra cuando he aquí que un espantoso estallido nos hizo volver la cara hacia el fortín del hospital: la llamarada alumbró todos los montes, y el humo y polvo se levantó hasta las nubes. Absortos con este acontecimiento extraño no más nos preguntábamos sobre el principio cuando las placenteras voces de viva María Santísima de Guadalupe, viva la América, nos hizo caer en la cuenta del acontecimiento y fue que quemado casualmente un cajón de pertrecho, voló aquellas paredes, y huyeron tan despavoridos que hasta sus muertos y enfermos dejaron en las salas. Volvamos ahora al Sr. General y reflejemos en las circunstancias apuradísimas en que ha batido a esta ciudad ambas ocasiones: en la primera no sólo carecía de fuerzas competentes como hemos dicho, sino que interceptó una valija de cartas, todas conformes en que ya no había quedado ni una división de americanos en toda la tierra dentro, cuya tristísima consideración, unida a la debilidad en que se hallaba y la obstinada resistencia de esta ciudad, lo sacó fuera de sí y en un rato de furor se abrazó de la caída de un cerro en además de quererse arrojar. En esta segunda vez está cargada toda la fuerza enemiga a las tropas de su mando; la Junta se halla dispersa, los vocales batiéndose unos con otros y Guatemala en ademán de atacar la Provincia de Oaxaca, pero nada desalienta el corazón magnánimo del grande General.
Día 13.
Restaba todavía que vencer el fortín del Padrastro al cual también sostenían los dos bergantines con fuego vigoroso, pero a pocos cañonazos se retiraron a la fortaleza luego que se escuchó la voz de fuego a las casas no pasó ni un minuto sin que se oyeran las tronadas y advirtieran las negras llamas de los jacales situados del hospital al castillo que es la parte más corta y menos interesante de la ciudad.
Días 14 y 15.
No hubo otra ocurrencia que haber ido su Excelencia a reconocer el Padrastro para disponer la trinchera y desclavar los cuatro cañones que dejó el enemigo en el hospital, y colocar algunos de los nuestros en diversos puntos.
Día 16.
Fueron inútiles las súplicas de todos, y la demostración de eme el castillo puede en un día derribar todos los techos de las casas por ser de teja y echar abajo las más de sus débiles paredes para que prescindiera Su Excelencia de venirse a vivir a la ciudad.
Día 17.
Se ocupó en tomar varias medidas para ir estrechando el sitio.
Día 18.
Hoy desplegó todo el valor de estas tropas sin igual en el mundo: losahogaba la cólera que en ellos excitaba la inmediación del enemigo: la seguridad en que estaba rodeado de anchas paredes, de puentes fornidísimos, y de dilatados fosos los tenía ciegos, hasta que no pudiendo contenerse, se arrojaron como un torrente a las casas que estaban alrededor del castillo menos de 50 varas distantes de sus cimientos. Temblaban los edificios y se cimbraban las montañas al estruendo horroroso de los cañonazos: eI humo negro desterraba las aves a los más enmarañados breñales: con los silvos de las balas y trastorno de la atmósfera corrían Ios animales medrosos, sin acertar con el término a que debían dirigirse y hasta los peces parece que se sumergían para no ver escenas tan extrañas. Sólo los valerosos americanos no se inmutan, cual corre con la tea, cual dispara el fusil, cual acude al cañón, cual acecha al que oculto quiere cortar las llamas, hasta que con formidable explosión quedaron abrasadas aquellas casas y la vista de sus cenizas abatió al enemigo y terminó los fuegos hasta la tarde, que habiéndose advertido un pocito inmediato, que por el lado de los hornos los proveía de agua, se destacaron cien hombres para que estándose en observación, ocuparan los hornos por la noche; y como no hubieran podido ocultarse del todo, se trabó otra vez la batalla, hasta el término de defenderse los nuestros con piedras, por haber acabado los cartuchos. Llegó entonces el refuerzo y desapareció como humo el enemigo, dejando cuatro muertos sobre la tierra. Por nuestra parte hubo tres, y dos heridos.
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