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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1813 Acta de independencia de la provincia de Texas.

Abril 6 de 1813

Nos el Pueblo de la provincia de Texas

Jurando al Juez Supremo del Universo la rectitud de nuestras intenciones, declaramos que los vínculos que nos mantenían bajo de la dominación de la España europea están por siempre disueltos, que somos libres e independientes; que tenemos el derecho de establecer nuestro propio gobierno; y que en adelante toda autoridad legítima dimanará del pueblo, a quien solamente pertenece este derecho; que desde ahora para siempre jamás estamos absueltos de deber y obligación a todo poder extranjero.

Una relación de las causas que han atraído la urgencia de esta medida es debida a nuestra dignidad y a las opiniones del mundo.

Una dilatada serie de ocurrencias, originadas de la locura, de la maldad y de la corrupción de los gobernantes de España, ha reducido aquella monarquía a ser el teatro de una guerra sangrienta entre dos potencias competidoras, pareciendo que debe ser el premio del vencedor. Un rey en el poder y bajo la autoridad de una de ellas y los débiles restos de su gobierno en posesión de la otra: ha perdido la sustancia y casi la forma de soberanía. Incapaz de defenderse en la península, menos podía amparar sus remotas colonias. Estas colonias, abandonadas al dominio de unos hombres perversos, que abusando de su autoridad sabían que podrían eludir el ser responsables de las resultas de su rapacidad. Desde luego, el derecho natural de la conservación propia, el más alto privilegio de la creación humana, ha hecho necesario nuestro procedimiento.

El mundo en su sinceridad reconoce que hemos tenido suficientes motivos en las opresiones y privaciones que nos tenían sujetos desde tanto tiempo.

Los gobiernos están instituidos para el bien y felicidad de las comunidades y no para el engrandecimiento de algunos individuos: cuando este fin no está pervertido [sic] y que empieza a ser un sistema de opresión, el pueblo tiene derecho de cambiarle por otro mejor adaptado a sus necesidades.

Los hombres nacieron libres y todos salieron a un mismo principio. Están formados a la imagen de su Creador, hacia quien únicamente deben humillarse.

¿Quien dirá que la justicia de nuestras quejas no ha llegado al colmo de la paciencia, más que suficiente para justificarnos de elegir unas nuevas formas de gobierno, y de escoger otros gobernantes en quienes podamos descansar del celo de nuestra felicidad?

Fuimos regidos por insolentes intrusos, que se valían de sus empleos para despojarnos, y nos era negada toda especie de participación en los negocios nacionales y municipales.

Sentimos con indignación la tiranía ejercitada en excluirnos de toda comunicación con otras naciones, prohibiendo en nuestros países cuanto pudiese servir a nuestra ilustración y a descillar [sic] nuestros ojos. Nos era prohibido el uso de los libros; la libertad de hablar y aun de pensar. Nuestro país era nuestra prisión. En una provincia que la naturaleza ha favorecido con tanta prodigalidad, éramos pobres, hallándonos privados de cultivar aquellos frutos análogos a nuestro suelo y aun los renglones de urgente necesidad.
El comercio de nuestro país estaba vendido a los favorecidos de la Corte, y los efectos nos eran suplidos, después de haber sufrido unas exacciones excesivas, por los monopolistas. Una bárbara y vergonzosa inhospitalidad se manifestaba por nuestros jefes a los extranjeros, aun a nuestros vecinos más cercanos, ligados con nosotros por la sangre y los nudos mas sagrados, a causa de la envidia que les tenían.

Era prohibido el extraer el producto de nuestro suelo y de nuestra industria. Todo el tráfico se reducía a un sistema de contrabando.

Todas las sendas conducentes a la fama y del honor nos eran inaccesibles, los empleos honoríficos nos eran negados en unos ejércitos que se mantenían del fruto de nuestros sudores. En el seno de nuestro país, no podíamos esperar de ser promovidos a las dignidades de la Iglesia, a la cual éramos fieles y obedientes hijos.

El vestuario siempre nos ha faltado, y el terreno no lo daba por no haberse estimulado el fomento de la agricultura de las fábricas. Los estancos de varias clases y el sistema del papel sellado entran en la lista de los abusos y de las iniquidades de nuestro infame gobierno.

Por menos fundados motivos el pueblo de los Estados Unidos sacudió el yugo de la tiranía, y declaró su independencia. Las resultas han sido su prosperidad y su presente esplendor.

Nuestras leyes, que tomaron su origen en un siglo de corrupción y en el tiempo del mayor despotismo del Imperio Romano, estaban puestas en vigor por unos tribunales corruptos.

La justicia abiertamente se vendía. Un pleito criminal ocupaba la mitad del espacio natural de la vida humana. Individuos con frecuencia se arrestaban por las más frívolas demandas o denuncias, o las más leves sospechas; y su suerte era el olvido en las tinieblas del calabozo.

Un sueño letárgico y el estado de insensibilidad que sucede a los largos sufrimientos nos entorpecían, y seguíamos humildes y rendidos a un gobierno demasiadamente inhumano por [sic por para] pensar en mejorar nuestra suerte.

En este estado de cosas se trastorno la monarquía española. Vimos lo que se llamaba la Madre Patria asaltada por un poderoso monarca; inducida por otro a pesar de su debilidad a una defensa destructora; olvidamos desde luego los sufrimientos pasados, los innumerables agravios, los vejámenes injustos e inicuos. Todos nuestros seres fueron absorbados [sic] en simpatía; volamos a la asistencia de la metrópoli como fieles y sumisos vasallos.

En pago de nuestros leales servicios, un tirano sediento de sangre humana y que jamás se había distinguido por ninguna acción virtuosa en su propia patria fue mandado entre nosotros. Desplegó en su administración sólo hechos de crueldad con una insaciable avaricia. Aumento nuestro estado de opresión y tal era su astucia que nos mantuvo por largo tiempo indecisos, asegurándonos que las Cortes tomarían en consideración nuestros derechos y agravios, y con estas especiosas promesas nos indujo a que enviásemos nuestra diputación. La experiencia nos ha hecho ver claramente que todo esto era ilusorio, pues su voto se hallaba ahogado por la influencia europea.

Algunos miserables usurpadores del cetro de la monarquía española nos vendieron a una potencia extranjera, engañándonos en el momento de las mayores desgracias para mejor someternos a su voluntad y caprichos. Les fueron abiertos nuestros tesoros, y les entregamos el provecho de un número de años de industria. El pago de esta conducta generosa en lo extremo ha sido opresión, crueldad y la más vergonzosa esclavitud.

Las colonias españolas de la América del Sur primero que nosotros abrieron los ojos y ellas se han declarado independientes, y nos hallamos entre los últimos que adoptan esta importante medida.
 
 Nos hallamos, pues, obligados, tanto para nosotros como para el bien de nuestra posteridad, de aprovechar la ocasión oportuna que se nos brinda de trabajar a la regeneración del pueblo mexicano, separándonos del peso de toda dominación extranjera; tomando en nuestras propias manos las riendas de nuestro gobierno; formando leyes justas, estudiadas del derecho natural; erigiendo tribunales administrados por hombres honestos y puros. Estos medios son los de asegurar la prosperidad de nuestra patria, y una estación honrada entre las demás naciones del mundo.

Para proveer, pues, el bien general y asegurar la tranquilidad doméstica, dando dignidad y ejecutando estas medidas, declaramos que para evitar la confusión y demora de tomar la voz de cada un individuo del pueblo, damos amplios poderes en señal de nuestra gratitud a nuestro ilustre libertador el señor don Bernardo Gutiérrez, general en jefe del Ejercito Mexicano Republicano del Norte, para que nombre y elija incontinentemente un presidente, seis vocales y un secretario para componer y constituir una Junta, investida de plenos poderes por nosotros y para en nuestro nombre formar la representación nacional; establecer un gobierno para este estado; corresponder con las naciones extranjeras; mantener la conexión y armonía con los estados colindantes y de lo demás de lo interior de la República Mexicana; alimentar un ejército, y ayudar con perseverancia y vigor la causa de la Santa Religión, de la justicia, de la razón y de los derechos sagrados del hombre.

Será de la obligación de los expresados siete miembros de la Junta nombrar a pluralidad de votos un gobernador con el título de presidente, amparador del gobierno provisional del estado de Texas, y la Constitución le prescribirá la extensión de sus facultades.

Será igualmente de la Junta el encargo de franquear el comercio, arreglar la policía en lo interior, poner derechos, armar y dar vestuario a los ejércitos del estado de Texas, para lo cual podrá empeñar la fe y crédito público.

Finalmente ejercerá en público las funciones de tono legítimo hasta que en Congreso General de la República Mexicana se tomen otras disposiciones juzgadas por convenientes.

Para dar más peso a esta declaración y que inspire una justa confianza, tanto en nuestro país como fuera de él, juramos solemnemente sobre el Santo Evangelio todos en general y cada uno de por sí, a nuestros hermanos de toda la extensión de esta República y a la faz del Universo que defenderemos y mantendremos con nuestros haberes y nuestras vidas hasta la ultima extremidad nuestros principios y nuestra patria.

San Antonio de Béjar, 6 de abril de 1813 y 3° de la independencia mexicana.

Por mandado del señor general en jefe.

Luís Masicote, secretario.

 

 

[Archivo General de la Nación, México, Operaciones de Guerra, v. 23, f. 9-13.]