Diciembre 1812
DESENGAÑO DE LA AMÉRICA Y TRAICIÓN DESCUBIERTA DE LOS EUROPEOS
Europeos: El velo que cubría vuestra criminal perfidia, se ha descubierto. El misterio que ocultaba vuestra hipocresía lisonjera, se ha declarado, y ya estamos viendo con la luz del medio día, que ni tiene leyes ni conoce límites vuestra hidrópica ambición. Este es el móvil de todas vuestras acciones, ésta quien siempre os hace mentir, ésta quien os instimula a engañar, y engañando gobernar, y gobernando destruir y aniquilar. No ha sido otro vuestro proceder en todas las posesiones que en la América habéis conseguido y en cuantas partes del mundo han tenido la desgracia de ser gobernados por vuestra barbarie. Testigos son de esta verdad, Buenos Aires, Caracas, el Perú, La Habana, y antiguamente Portugal; de manera que a sus habitantes les ha sido necesario valerse de la fuerza que suministran las armas (como en el día a nosotros), para reclamar sus derechos y expeleros de sus dominios.
Decidme, malévolos, aunque sea en esta ocasión contra vuestra natural inclinación, una verdad: Cuando robéis a esta América, cuando la reconquistéis y dominéis en ella, sujetándonos al infame yugo que en el día sufre la desgraciada España; cuando logréis que estos habitantes sientan la camella esclavitud más vergonzosa que han conocido los siglos, si reina en este dilatado imperio el nuevo Atila, como intentáis; cuando a nuestros labradores no dejéis el fruto del sudor de su rostro y personal trabajo; cuando destruyáis y exterminéis a los americanos, compelidos a que unos contra otros se alarmen, como hizo Masarredo en la antigua España, y obligándolos a morir, en donde sus cuerpos no logren otra sepultura que el vientre de las aves, ni otras exequias aquellas desgraciadas víctimas, que mueren en vuestra defensa, que el que digáis: "Estos menos enemigos tenemos", siendo dignos por su valor e inocencia de mejor suerte, y más honrosa sepultura, ¿creéis entonces ver logradas vuestras pérfidas intenciones? ¿Disfrutaréis por ventura con más tranquilidad y resposo los preciosos frutos de este vasto continente? ¿Veréis por esto el nuevo gobierno que le instale vuestro regenerador José I? Os engañáis, insensatos; sólo vuestra codicia y ambición os puede hacer delirar de esta suerte. ¿No véis que la Gran Bretaña, señora de los mares y enemiga mortal del tirano Napoleón, reducirá a cenizas cualquier barquillo suyo que tenga la audacia de acercarse a nuestras costas, como lo tiene prometido? ¿No conocéis, fatuos, que aun cuando por extraordinario movimiento vierais efectuados vuestros designios, ese verdugo de la naturaleza humana no os dejará en sosiego, sino que, extrayéndoosde vuestros hogares, os llevará a conquistar al Colón parvcolocar esa otra testa sobre sus débiles sienes, y sellar con vuestra sangre la esclavitud de ambas Américas a la manera que ha hecho con los hijos de la Isperia luego que todos los jefes, tribunales y magistrados tuvieron la vileza de entregarle? Traición y tiranía sin semejanza; pero no se quedará sin castigo.
Decidme ahora, infames, ¿qué pensáis hacer con la América, o cuál ha de ser la suerte de sus habitantes? La América, por la fidelidad que ha conservado ilesa para con sus soberanos (propiedad que le es característica y sirve de distintivo de todas las demás naciones), pues ha facilitado con los inmensos tesoros que de ella habéis extraído, las victorias que tanto cacareasteis al principio de la vuestra revolución en la Península, ha conservado con vosotros una perfecta armonía y os ha guardado una no interrumpida e indebida subordinación, por espacio casi de tres siglos. Ella, por no manchar su fidelidad, ha tenido que sufrir con agravio de sus hijos y notable detrimento de la justicia, que las dignidades, empleos, comercio, artes, agricultura, real erario, y para decirlo todo de una vez, tropas, armas y aun a nuestras propias personas, sean vuestras, sin tener ellas otra parte al ver vuestro orgullo, que las tiernas quejas y tristes lamentos que ha siempre sofocado en lo íntimo de su pecho, y el acervo dolor de ser la más grande y primer instrumento que con su generosidad y abundantes riquezas ha contribuido a inmortalizar vuestro despotismo. Ella ve con ojos tiernos y compasivos, que en eldía sus amartelados y desventurados hijos están regando los campos con su sangre en vuestra defensa y exhalando el espíritu sólo por vuestro gusto haciéndolos que ciega y prontamente sigan vuestro capricho, sin esperar más premio ni aguardar otra recompensa de vuestra tiranía, que mayores gabelas, como están ya experimentándolo todos aquellos pueblos que han tenido la debilidad (o mejor diré, desgracia) de admitir vuestras tropas, pues después de pagar inícuamente el ocho por ciento de alcabala, las cobráis a los miserables e infelices indios, hasta del carbón y leña que introducen en México y en otras partes donde las tenéis acantonadas.
Desdichados de nosotros si llegáis a vencernos, enviáis las tropas que llamáis del rey y no son sino vuestras, a restablecer el buen orden y tranquilidad pública, anticipando un oficio para que salgan a recibiros, en que luego dais a conocer la soberbia que os predomina e insaciable deseo que tenéis de gobernar. Nos exhortáis a que no nos sujetemos a las tropas americanas, porque son de herejes y están excomulgados, y no os horrorizáis de cometer enormes y excecrables crímenes nunca vistos en este cristianísimo reino, con escándalo de toda la nación. ¿No es verdad, gachupines? O tiráis el velo hipócrita que os cubría y enmendáis vuestras nefarias costumbres, así política como moral, así pública como privada, o perecéis sin remedio.
Vosotros creéis que son tan ignorantes, que aún podéis seducirnos; o tan cobardes, que valiéndoos ora de la violencia de las armas, nos haremos cómplices en la traición maquinada contra la patria. Creéis que la América está admirada al ver las disposiciones de vuestro general Venegas, acusado de traidor por el duque del Infantado y amedrentado al oír decantar por los sarrillos que mantenéis en vuestra compañía vuestras sacrílegas y crueles victorias. Creéis que persuadidos los habitantes de estos dominios, que son faccionarios bonaparcianos los que militan en la bandera de los que injustamente llamáis insurgentes, aborrecerán a éstos y os acompañarán en vuestras infernales intrigas, y que de esta suerte, en vuestra mano está la elección del tirano que ha de martirizarnos. Creéis igualmente que los pueblos por donde no habéis transitado con las tropas, que están anhelando y esperando la hora feliz de que los redimáis y saquéis del fantástico cautiverio en que suponéis viven. Todo esto creéis, mas no es así. Es verdad que algunos pueblos o por temor de vuestras armas y no tener ellos absolutamente con qué defenderse, o porque ignoraban vuestra perversa y diabólica conducta, os han permitido hasta aquí la entrada libre y franca; pero en el día, que ya han palpado vuestras atrocidades, con admirable entusiasmo y gran magnanimidad han de presentarse en el campo de Marte a morir primero que admitiros, procurando hasta el bello sexo entre quienes antes teníais algunas idólatras, prestar su delicado pecho al fierro y agudo acero, por tener la gloria de libertar a su posteridad del yugo que se le espera y ser mártires de la patria.
También es cierto que tenéis una corta porción de viles e infelices hijos, desnaturalizados de este reino, indignos del nombre americano, cuya iniquidad y depravadas costumbres no pueden hallar patrocinio más que entre vosotros. Pero no podéis negar que algunos europeos siguen nuestras banderas y están dispuestos a incorporarse luego que avisten nuestros ejércitos, sino que creéis que lo ignoran los de esta América. Mas está desengañada.
Oíd, oíd para vuestra confusión y vergüenza lo que en el día conoce, sabe, cree y espera de todos vosotros, que unánimes son ya todos los votos.
Conoce la América, que sois unos mentirosos, que vuestro gobierno, país de la impiedad, morada de la falacia y seno de la hipocresía, nos ha engañado en cuantos papeles públicos ha dado a la prensa, por imitar a las perniciosas máximas de Murat, cuando ocupó militantemente a Madrid; que la sed de la plata [y] oro en vosotros, es insaciable, y que no tiene límites vuestra codicia; que sois unos traidores al rey, a la religión y a la patria, sin excepción de individuos, sino que desde el más noble hasta el más ínfimo plebeyo, mostrasteis vuestra debilidad y cobardía, cuando los ejércitos del Corso, se presentaron en la Península, distinguiéndose en esta iniquidad y obserservando el primer lugar en la pérfida intriga los jefes y primeros tribunales de ella, por los premios imaginarios que el Domiciano de la Francia les prometía, abandonando de esta suerte las banderas de la lealtad y poniendo por los suelos vuestras obligaciones, obcecadas conciencias, en las espaldas. Conoce que sois unos tiranos que por la inveterada avaricia que reina en vuestros pechos, poco contentos con la esclavitud que nos habéis hecho soportar, por espacio casi de tres siglos, tratáis en esta época lamentable de inmolarnos a la impiedad y que aun a vuestros infelices hijos, porten sus hombros la importable carga que ha impuesto el déspota Napoleón a los hijos de la madre patria; conoce que sois unos sacrílegos, emisarios de José Napoleón, que queréis que nosotros participemos el acibarado cáliz que ha bebido, gustado, la antigua España. Conoce que sois unos viles hipócritas, que con la capa de caros hermanos y especiosos pretextos, atropelláis con nuestros derechos, aun los más sagrados. Conoce que el principio constante y único que en sus operaciones ha dirigido al gabinete español con respecto a las Indias, no ha sido otro que condescender con el comercio de Cádiz y contemporizar con los consulados de Veracruz y México, y en el día más, porque directamente éstos nos gobiernan. Que los privados de nuestros católicos soberanos o ministros suyos, como siempre, han mirádonos con sumo desprecio, han sido los verdugos de nuestra esclavitud, sacrificándolo todo honor y reputación a su propio interés, y que no ha habido condescendencias viles y criminales bajezas en que no hayan incurrido por su propia conservación y en perjuicio de esta nación. Conoce que a nuestros príncipes siempre los habéis engañado, haciéndoles creer que los americanos son ineptos para todo, por la suma ignorancia en que nos hallamos aun en materia de religión, de manera que adormeciéndolos, habéis logrado que nos desprecien y nos desairen con condes cender en cuanto habéis pretendido hasta conseguir nuestra absoluta opresión. Conoce que esta es la causa, porque ocurriendo los americanos a la cámara de asuntos de justicia, no logren verla administrada; y si por accidente llega alguno a conseguirla, es sin ejemplar, como si fuera gratuita, erogando cuantiosos gastos y sacrificando sumas crecidas de dinero en sobornar a todos aquéllos en quien está depositada; de que se infiere que el miserable, careciendo de todos estos arbitrios, ha de estar siempre oprimido, sin esperanza de su remedio. Conoce la América, que cuanto pensáis y ejecutáis, es muy análogo a vuestra educación servil, criminal conducta y antigua barbarie.
Ya oísteis, gachupines brutos de Babilonia, ya oísteis lo que conoce la América. Atended ahora lo que sabe. Sabe la América que la Inglaterra, ejemplo del honor, no os puede mandar de socorro los veinte mil hombres que decís, porque era obrar contra sus propios principios. Sabe que la España está perdida y dominada por los franceses; que el mejor general, que era Romana, perdió la batalla que dio a Macena en Ciudad Real; que los ejércitos de Corso están hasta Cádiz y León; sabe que cuantos caudales han remitídole a Sevilla y otras juntas provisionales de la Península, no se han invertido en otra cosa, ni han servido más que para aumentar el lujo de los vocales y hacer presentes a Napoleón y no para gastos precisos de la justa causa. Que cuando José Bonaparte entró con su ejército en Andalucía, en lugar de sonar el tambor para el degüello y exterminio de los que militan en sus banderas, sustituyeron la cítara y se dieron mutuos parabienes por haber llegado su regenerador. Sabe que el virrey actual, Venegas, está ya depuesto y ha venido desaprobado todo lo que ha hecho. Que las cortes soberanas y el consejo de regencia han reprendídolo soberanamente, porque el temerario Truxillo hizo fuego en el Monte de las Cruces a los parlamentarios de Hidalgo, y él no se dignó saber cuál era su objeto cuando estuvo en Cuaximalpa, no obstante de haber despachádole diversas embajadas. Sabe que él y toda la despreciable farsa de apandillados gachupines han compelido a todos los tribunales y cuerpos de la ciudad de México a informar a favor suyo, para seguir gobernando y destruyendo este reino. Sabe que los diarios de Cádiz, que manifiestan la justicia de nuestra causa y defienden nuestros derechos, pretendisteis que el Santo Oficio con censura los prohibiera, y como éste se opuso por no exponerse a una severa reprensión de las cortes, a fuerza de onzas de oro, habéis agotádolos, oponiéndose esto expresamente a la voluntad de ellas que mandan corran libresy al precio de tres reales. Sabe que éstas han dispuesto y mandado que todos los muy reverendos arzobispos, obispos y prelados regulares de las religiones, hagan a sus súbditos predicar que la independencia es de rigurosa justicia, que de no procurarla, la religión, y la patria peligran; que se hagan rogativas públicas y privadas, para que Dios nos favorezca en esta causa; que la juventud se discipline en el manejo de las armas y los jefes velen con escrupulosidad sobre el puntual cumplimiento de las ordenanzas militares; y el gobierno de México, lejos de cumplir todo lo que se le ordena, por los fines particulares de los déspotas, ha suprimídola. Sabe que si en las actuales circunstancias las riendas del gobierno quedan en vuestras manos, no tendrán fin las gabelas, sin embargo de tener representantes en las cortes, porque las órdenes reales en el mar se corrompen y nunca tienen el debido cumplimiento las soberanas disposiciones.
Que las leyes que en lo sucesivo nos rijan, todas han de reducirse a aquel dicho vulgar de los antiguos filósofos: sial pro racione voluntas,* y que hagan ver con más claridad nuestra esclavitud, como está sucediendo, porque habéis publicado bando para que ningún criollo ande a caballo, en pena de que han sido insurgentes. Sabe que quitándolo de vuestras manos, esta preciosa perla que adorna la corona de España, no dará en las de Napoleón como queréis, que con el fin de entregarnos, quitasteis del fuerte de Perote, cuatro mil fusiles que remitisteis en compañía de otros tantos barriles de pólvora para España; que después que depusisteis a Iturrigaray, adicto a nuestro sistema, desmontasteis los castillos de Veracruz y Acapulco y las tropas acantonadas las retirasteis; que hicisteis se publicara una orden para que ninguno de nosotros trajera arma, como la que se publicó en Madrid el 2 de mayo de 1808 por el teniente de rey de Carlos IV, el gran duque de Berg; y que sólo se nos permitieran aquéllas que son necesarias para el uso manual del hombre, y eso sin punta, hasta las tijeras; que con este objeto recogisteis todos los alcabuceros que había en el reino, a la capital; que a nuestro arzobispo virrey lo calumniasteis en el Consejo para que lo quitasen, sólo porque se oponía a vuestras pérfidas intenciones y protegía nuestra causa. Sabe que cuantos europeos vienen, son satélites del tirano Napoleón, hasta (lo que es más sensible y doloroso para un cristiano corazón y religioso) los ministros del santuario, que uno de los que vinieron en compañía de Venegas, no obstante que declararon cuarenta y cinco testigos en contra suya, anda libremente, paseándose en las calles de México. Que en lugar de no dar cuartel a los franceses, como está mandado por decreto de 7 de enero del año de 1809, el gobierno [ha] puesto en mano de uno (que es Miramón), la subdelegación de Tenango (con el objeto de levantar tropas), debiendo cunjplir con más exactitud en las actuales circunstancias con todo fo prevenido para el ministerio, principalmente de guerra.
La decisión sea conforme a la razón.
Sabe que la religión que trajeron nuestros mayores, estáis destruyéndola; que los pueblos por donde pasáis con las impertérritas tropas, como decís, arruináis los altares, quebrantáis las aras en que se celebra el sacrificio incruento del cordero inmaculado, para que sus fragmentos os sirvan para amolar vuestras bayonetas; truncáis, destrozáis y mofáis las sagradas imágenes; despreciáis sus reliquias, blasfemáis de Jesucristo sacramentado cuando os han pedido limosna para su culto, profiriendo expresiones deshonestas e indignas aun en la boca de Satanás; incendiáis los templos, robáis sus alhajas, rentas y vasos sagrados; profanáis éstos con traerlos atados a las ancas de los caballos, para serviros de ellos en vuestras embriagueces; hacéis un uso sacrílego de las preciosas vestiduras de la casa de Israel; sabe que a los ministros del santuario, teniendo una corona superior a la de los reyes, con inaudito atrevimiento e insolencia, los prendéis y faltáis a la hostilidad con ellos, para que perezcan, como ha sucedido; y los que escapan de esta inhumanidad, los pasan por las armas con inexplicable gozo de los malditos gachupines, como pueden decirlo los habitantes de Valladolid y Guadalajara, sin acordarse estos dragones infernales de la buena fe, unión y confraternidad, que han usado los habitantes de este Nuevo Mundo con todos ellos. No sólo los sacerdotes, que su santoministerio les obliga usar de caridad con todos, sino aun con los más pobres particulares, con gran complacencia los han recibido en sus casas y dividido el pan como verdaderos hermanos, y cuando alguno ha encontrado abrigo en sus propios paisanos, los nuestros han amparádolos dándole siempre el primer lugar en sus chozas, de modo que sin hipérbole podemos decir que hasta nuestras mujeres, acabando de dar a luz, sus hijos han tenido que dejar su lecho y cederlos a ellos para que reclinen sus inmundas carnes, cuando no ha habido otro que darles.
Europeos ingratos, traed a la memoria unos de estos beneficios y acuérdense que en el día vibran las espadas sobre las cabezas de sus bienhechores. Sabe la América que vuestros ejércitos en la España son imaginarios y los de aquí no son muy crecidos; que vuestras conquistas son falsas, vuestras proclamas dolosas, vuestros decretos atroces, vuestras órdenes infernales, vuestras profanaciones sacrílegas, vuestras violencias inauditas, vuestros hechos abominables, contrarios a la humanidad, al pudor y a la justicia, pues violáis el tálamo de los casados, estrupáis a las vírgenes, llegando ya vuestra temeraria y desenfrenada lascivia a corromper y mutilar a las tiernas infantes de estos dominios; sabe que aunque descontentos con los saqueos, oprobios y deshonestidades que habéis cometido en todos los pueblos por donde habéis pasado, diré más; después que habéis robado el honor y la inocencia, arrancáis de los brazos de las desventuradas madres a sus recién nacidos hijos, para pasarlos a su vista con las lanzas o arrojarlos vivos de pies y manos (¿aqui ha visto tal perfidia?) al fuego. Sabe, últimamente, que sois tan ladrones, que ni la despreciable chusma de gachupines que militan en vuestras gavillas de bandidos están libres de vuestras garras. ¡Ah Hidalgo! ¡Ah Allende! Si vuestro valor, fidelidad y acendrado patriotismo no os hubiera compelido a levantar la dulce voz de la libertad, sin duda alguna que estaría ya consumada la traición, y habría llegado a colmo la iniquidad de estos infames, y entonces, nobles americanos, mil caros hermanos, ¿qué sería de nuestra patria? ¿A dónde estarían nuestras casas, nuestros patriotismos, nuestra religión, nuestros altares, y así nosotros mismos? Mas nos oyó el Señor en el día que lo invocamos y los clamores de Israel han llegado a sus oídos: ¡Gachupines infieles ya oísteis lo que cree saber de la América!
Cree la América que los pueblos por donde habéis transitado habéis arruinado, destruyendo en breves instantes lo que la naturaleza y el arte habían fabricado en tres siglos; cree que las pocas riquezas que han quedado, nos las quitaréis; que a este intento habéis publicado orden para que se os entriegue la plata de las iglesias, aun de aquellos pueblos que no han tenido movimiento, con el falso pretexto de ponerlas a cubierto de los insurgentes, bajo la protección de la custodia real, no siendo sino con el objeto de acuñarla, para remitir a España veinte millones y socorrer al fingido Empecinado. Cree que con todas estas sangrías, no dejaréis a los habitantes de estos dominios ni ojos para llorar su propia desolación y miseria. Cree que sirviendo de estímulo la sencillez de nuestro corazón y acendrado catolicismo, habéis inventado denuncias falsas para que el tribunal de la Inquisición procediera a declarar como hereje a Hidalgo, y de esta suerte ver nosotros puestos en ejecución vuestros maquiavélicos planes; cree que la actual guerra la habéis fomentado, porque este es el medio más oportuno para poner en práctica las combinaciones de la Francia. Cree que estáis excomulgados, por haber depredado e incendiado la iglesias, violado la inmunidad de ellas y atropellado los ministros, sino que se os disimulan hasta las blasfemias hereticales porque sois gachupines y en el día de la pasión os ciega y entorpece, debiendo tener a la vista que la excomunión del cánon fulminada contra el que violenta la persona del eclesiástico, es vitanda, que comprende a los participantes, y en opinión muy probable, y más segura, se incurre no sólo dándoles, como entendéis, sino poniéndolos y deteniéndolos en las cárceles. Europeos impíos, esto cree la América. Atended, aunque os cause enfado, lo que espera.
Espera a la América que se unan todos sus hijos y os hagan resistencia hasta acabar con vosotros, pues aunque no veáis a los pueblos alarmados, sabed que en todas partes nos desean para sacudir el yugo que los tiene oprimidos, y después en nuestra compañía burlarse de vuestras inicuas providencias ytalentos militares. Espera que los americanos de honor, primero perderán la vida y sacrificarán todo su haber en defensa de los sagrados derechos de religión, rey y patria, para tener la gloria cuando vuelvan a sus hogares de enseñar sus heridas y cicatrices y decir que han recibido en obsequio de ellos, que no unirse a vuestro diabólico sistema, aunque fomentéis su esperanza con promesas lisonjeras.
Espera no ser ya gobernada por vosotros, cuyo nacimiento siempre ignoramos, siendo por lo regular obscuro y vuestra conducta siempre traidora. Espera vencer para no vivir sujeta a Napoleón y después redimir a la Europa de la esclavitud en que yace sumergida. Espera que si no os rendís, tendréis un desastrado fin; que no descansarán en paz vuestras cenizas y lo mismo las de todos aquellos criollos cobardes, indignos de ser contados en el número de los hombres, y dignos sí de ser confundidos en el error hediondo de la traición, que creyendo en vuestras falsas promesas y viendo con gusto vuestras infames e imaginarias proezas, hoy tributarán llenos de orgullo, inciensos propios, necios y aduladores.
Espera, más que en sus propias fuerzas, en el poder de Dios e intercesión de su santísima Madre que en su potentosa imagen de Guadalupe que, aparecida en las montañas de Tepeyac para nuestro consuelo y defensa, visiblemente nos protege. Espera que esta soberana reina del empíreo, castigará vuestra insolencia y perfidia inaudita, con que se está viendo ultrajada con lanzas y escarnecida con las sacrílegas voces de "Aquí está ésta". Espera que sus hijos arrancarán de vuestras manos cuanto habéis robado a Dios y a su iglesia; que venguen las enormes injurias que nuestros verdaderos hermanos han sufrido en los pueblos desalarmados, viendo quemar y destrozar a los hijos que les servían de complacencia y en quienes tenían la esperanza de que fueran el báculo de su ancianidad. No me dejarán mentir las diversas representaciones que los celosos párrocos han hecho al gobierno, sobre todos los hechos que llevo referidos; peto si los dudáis, preguntad a los pueblos de Yguala, Tepecuacuilco, Cuautepec de los Costales, Noxtepec, Amanalco, Los Ranchos, Ocotitlán, Tajimaroa, La Barca, Páscuaro y otros muchos que omito por no ser prolijo. Espera castigar vuestros crímenes como merecen y frustrar las miras del seudo político Venegas, del insolente Calleja, y de los temerarios sacrílegos impíos, Cruz y Trujillo, para libertar nuestra posteridad de tan infernal prosapia, cometas del rey intruso, lujos del pecado, perjuros enemigos de Dios, de su iglesia y de todo el género humano.
Y así, gachupines infieles, ya no os queda otro arbitrio que elegir entre rendirse o morir, y escoger entre dejar el gobierno o la muerte. Querer reconquistar a la América es dificultoso, porque cuando avancéis terreno, no lograréis ya conquistar corazones ni reinaréis en las voluntades de los americanos. Sabed que éstos no han de perder momento en que no procuren sacudir vuestro yugo, que lo que antes era antipatía, en el día se ha convertido en formal odio, por los crímenes con que habéis manchado a la nación. Y así, no esperéis, repito, conquistarla; esperad, sí, el castigo de vuestras horrendas maldades. Esperad lo que en otro tiempo profetizasteis a Napoleón cuando entró en la España. Esperad que las tropas os abandonen y os sean enemigas, y esperad que las águilas que profetizó San Cesáreo, sean las americanas, que dando fin a vuestro orgullo y poniendo fin a vuestro despotismo, extenderán sus alas y surcarán los vientos, hasta llegar a la Francia a destrozar a los hijos de Brutus y colocar la corona de las luces sobre las sienes de nuestro cautivo Fernando, que es el único europeo que apetecemos. Temed, pues, gachupines, que ya llegó vuestro fin. Temed a la América, no tanto por su valor (que no es poco, como habéis experimentado), cuanto por la justicia de la causa que defiende y remordimientos de vuestra conciencia. Temed a Dios y a su santísima Madre, y estad ciertos que si no os sujetáis, en breve tiempo seréis reducidos a menudos átomos y seréis exterminados de tal modo, que aun vuestra memoria perecerá como la de Amalec, y si por accidente la posteridad hiciere algunos recuerdos, será sólo para escarnecer vuestro nombre.
Hijos de Teguantepec, oíd estas razones que os envía vuestro defensor.
José María Morelos [Rúbrica]
AGN, Infidencias. t. 60, ff. 181-186
DM, I, pp. 128-138
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