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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1810 Proclama del Virrey manifestando lo infundado de los pretextos alegados por los jefes de la insurrección.

Octubre 27 de 1810

Entre las imposturas y falsedades de que se ha valido el cura Hidalgo para alucinar al pueblo, extraviar su opinión, decidirlo a su partido y hacerlo instrumento inocente de sus inicuas miras y proyectos ambiciosos, ha sido una de las más principales el extender por sí y por medio de sus agentes en todo este reino la infundada y alarmadora voz de que el gobierno actual aspiraba entregar estos países a las naciones francesa e inglesa. Conocía muy bien aquel malvado que vuestra aversión a toda dominación extranjera, vuestro amor a la religión santa que profesamos, y vuestro apego a los usos y costumbres que habéis imitado de vuestros mayores, os harían mirar con aborrecimiento un proyecto que sujetándolos a una nación extraña y separada de nuestra santa madre Iglesia os privase del goce de todas aquellas ventajas.

El cura Hidalgo reconocía en vosotros estos honrados y loables principios, y sobre ellos y vuestra credulidad fiaba el éxito de la empresa más injusta e inhumana, la arbitrariedad y ningún fundamento de aquellas maliciosas voces deberían haber sido un dique que contuviese su propagación; y la contradicción de este desconcertado proyecto con la conducta que hace dos años y medio observa la nación, es un motivo sobradamente suficiente para mirarlo como disparatado por todas las personas en quienes haya rayado la luz de la razón. A pesar de esto las referidas especies se han extendido demasiado, han sido adoptadas sin reflexión, y se han convertido en instrumentos de seducción, no siendo la primera vez que la astucia y la malicia han prevalecido sobre la verdad y la inocencia.

Deseoso de desimpresionaros de tan falsas y nocivas ideas, conociendo la utilidad de fijar vuestra opinión en un asunto de tanta importancia, y creyendo indispensable advertiros de la resolución e intenciones del supremo gobierno y mías, para que podáis precaveros de las voces y especies insidiosas con que intentan alarmaros y seduciros el cura Hidalgo y sus satélites; oíd la voz de la verdad, que a la faz de esta Nueva España, de la América entera y de todo el mundo pronuncia vuestro virrey.

Desde que la nación española formó la heroica resolución de resistir la voraz ambición del tirano de la Europa, que en el delirio de su orgullo estaba ya ligarla al fatal carro de sus triunfos, previó la enormidad de trabajos y sacrificios que había de costarle lo arduo de su gloriosa empresa. La experiencia ha acreditado la exactitud de su previsión, y aun pudiera decirse que la ha extendido, siendo incalculables los males con que la divina providencia se ha dignado afligirla. Sin embargo, consecuente siempre a su firme resolución; inalterable en los principios que se ha propuesto seguir; y sobre todo fiel al juramento con que se ha ligado en presencia de Dios y del mundo de no dejar las armas hasta asegurar su libertad e independencia; la hemos visto siempre oponer la más terrible resistencia a sus opresores, sin que las desgracias que han experimentado los ejércitos, ni los inmensos sacrificios de todos sus habitantes, hayan sido suficientes a separarla de su heroica determinación. Mil veces han creído nuestros enemigos tener ya en su mano la codiciada presa, y otras tantas se han mirado burlados, viendo brotar de las reliquias de los ejércitos vencidos y derrotados, otros nuevos más empeñados y más animosos que no les dejan gozar del fruto de sus victorias, y que con su valor y su constancia les pronostican el término que debe tener una lucha en que pelean por una parte el pundonor y la justicia, y por la otra la ambición y la iniquidad.

La conducta, pues, que ha observado la España desde el principio de la presente guerra, es una prueba la más convincente de que jamás ha intentado, ni nunca puede concebir, el monstruoso proyecto de entregar estos países a la dominación francesa. ¿Cabe por ventura en la razón humana el que una nación que hace dos años y medio lucha con un enemigo tan terrible, que ha sufrido unos sacrificios que sólo puede comprenderlos el que haya visto o experimentado, y que sólo se sostiene a fuerza de su pundonor y fidelidad, había de manchar ahora su acrisolada reputación con un acto tan vil que sin producirle ventaja alguna encadenase a estos súbditos con los hierros de la esclavitud del mismo enemigo que detesta y con quien combate? Para venir a parar a un punto tan degradante no hubiera la España derramado tanta sangre de sus habitantes, no hubiera dado lugar a la destrucción de sus pueblos, y hubiera evitado la aniquilación de sus fértiles campos y riqueza. Parece, pues, que mientras la nación continúe derramando su sangre para oponerse a la invasión de los franceses no cabe en la cabeza menos bien organizada el pensar que se intente entregarles estas posesiones.

Por lo que respecta a la Inglaterra, es otro disparate tan despreciable como el primero, y es hacer la más escandalosa injusticia a una nación que con tanta generosidad ha socorrido a la España en su actual lucha, y que se ha obligado solemnemente por su último tratado de alianza a no hacer paz sin acuerdo de nuestro gobierno, y a garantir la integridad de toda la monarquía española. ¿Y podrá creerse que aquella nación había de faltar tan descaradamente a la observancia de los tratados, invadiendo u ocupando una posesión tan importante de su aliada, de la única aliada con quien cuenta para poner un término a la dominación universal a que aspira el tirano?

Son tan claras estas razones y tan ridículas por consiguiente las intenciones que se suponen de entregar este reino a una de las dos referidas naciones que nadie puede inquietarse por ellas de buena fe, y sólo pudo echar mano de este resorte el cura Hidalgo, haciéndonos la injusticia de contar con una malignidad o ignorancia muy ajenas de la mayoría de los habitantes de Nueva España.

Si necesitáis aun de más pruebas para convenceros plenamente de aquella verdad, preguntad a los que difunden semejantes voces, que de dónde han tenido noticia, a quién lo han oído decir, y últimamente que presente un sólo documento que pueda inspirar un recelo justo y racional de la supuesta entrega. Abrid, pues, los ojos americanos españoles, no os dejéis alucinar por esos seductores que sólo intentan sumergiros en los espantosos males revolucionarios para aprovecharse ellos de la confusión y el desorden, y fabricarse una fortuna que nunca podrían conseguir por el camino del mérito y de la justicia. ¿Qué confianza puede inspiraros un hombre como el cura Hidalgo, excomulgado públicamente y declarado hereje y cismático por el Santo Tribunal de la Fe? ¿Qué ideas de rectitud y que deseos del bien general podréis atribuir a unos hombres como Allende y Aldama, cuyos vicios, inmoralidad y perversa conducta son tan notorias? ¿La autoridad de estos hombres inicuos y despreciables será en vuestro concepto preferible a la del muy reverendo arzobispo de esta santa iglesia, y de los demás reverendos obispos de Nueva España, que por medio de sus sanas y cristianas exhortaciones pastorales os han denunciado a aquellos jefes de insurgentes como perturbadores del bien público, como enemigos de Dios y de los hombres, y por último como acreedores por sus crímenes y atentados al odio y execración de todos los hombres de bien? Los más respetables cuerpos literarios de esta capital y muchos sabios y celosos particulares, ¿no han apoyado con los discursos que han publicado aquellas mismas ideas, exhortándolos al orden y a la sumisión a las autoridades legítimamente constituidas, sin lo cual vendríamos a parar en una terrible anarquía?

Todo, pues, contribuye a desimpresionaros de las falsas ideas, que sin el más leve apoyo en la razón han procurado infundiros los insurgentes de que este reino iba a ser entregado a los ingleses o franceses, con el objeto de inspiraros desconfianza al gobierno, y prepararos para que seáis instrumentos de sus maquinaciones. No tendréis ya disculpa si os prestáis a la seducción a vista de tanto desengaño; si hasta aquí se os ha podido mirar como instrumentos inocentes de la maldad, ahora cuando tantos motivos tenéis para conocerla, seréis criminales si la seguís y os hacéis acreedores a que el duro brazo de la injusticia descargue sobre vosotros los golpes más terribles.

Y para que nada falte de cuanto pueda contribuir a desterrar vuestros errores, y a fijar vuestras opiniones sobre las intenciones del gobierno supremo; sabed que aquellas son defender hasta el último extremo todas las partes de la monarquía española, así de los franceses como de cualquiera otra nación mientras haya un solo español que pueda llevar las armas, y que no hará pacto ni entablará negociación sin el preciso requisito de la integridad de todas sus posesiones; y yo como encargado del mando de este importante reino, debiendo ser fiel a mi honor y a mis principios, y corresponder a la confianza que de mí ha hecho el supremo consejo de Regencia, os prometo no perdonar fatiga, ni evitar sacrificio que pueda contribuir al desempeño de mis sagradas obligaciones, y para ello después de procurar deshacer y aniquilar esa cuadrilla de bandidos que infestan algunas provincias, y llenan de amargura y sentimiento a todos los hombres de bien amantes del orden y tranquilidad, me dedicaré con el mayor empeño y actividad a poner el reino en tan respetable estado de defensa, que nada tenga que temer de sus enemigos exteriores, sean cuales fueren los acontecimientos de la península y de la Europa.

A la vista tenéis, españoles americanos, un cuadro fiel de las intenciones del gobierno y mías. Si las creéis justas, apoyadlas con vuestros esfuerzos y gozad anticipadamente de los importantes efectos que deben producir; y si por el contrario, seducidos por falsas ideas, instigados por la malicia o guiados por la ignorancia las miráis como perniciosas, temed la ira de Dios y el rigor de la justicia,

Real palacio de México a 27 de octubre de 1810.

Francisco Xavier Venegas

 

Tomado de Hernández y Dávalos J.D. Colección de Documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821.