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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

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ISBN 970-95193

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1782 Reflexiones políticas sobre el estado actual de la Provincia de la Luisiana. Diego José Navarro García de Valladares. Capitán General y Gobernador de Cuba.

Año 1782.

 

REFLEXIONES POLÍTICAS SOBRE EL ESTADO ACTUAL DE LA PROVINCIA DE LA LUISIANA. MARTÍN NAVARRO.

La provincia de la Luisiana, cedida por S. M. Cristianísima en 3 de noviembre de 1762 a la España, se halla dividida del continente de México por el rio Misisipí; no obstante esta separación poseían los franceses en ambas orillas la tierra que habían podido apropiarse, sin que por parte alguna se hayan demarcado límites que las distinguiese. Su terreno ha recibido de la naturaleza los influjos mas extraordinarios que ningún país conocido; su temperamento es bastante sano, en medio de ser el clima variable, y su situación pantanosa; gozan sus habitantes de una salud robusta; son generalmente bien constituidos, ágiles, esforzados y de una penetración rara; la fecundidad en las mujeres corresponde a la necesidad de pobladores. La Industria y la Agricultura han llegado aún punto nada común en la América. =Producciones. = Consisten sus producciones en peletería, añil, tabaco, madera, algodón, brea, alquitrán, arroz, maíz, y toda especie de legumbres, y aun podría extenderse al trigo, cebada, cáñamo y lino, si se cultivasen con conocimiento.

Comercio. = Su comercio es poco; ejecutase del mudo mas perjudicial y oneroso a la colonia, y aun al Rey; en poder de un soberano cuyas leyes no se opusiesen al sistema de libertad con que todos lo hacen, podía prometerse el que en poco tiempo sería una de las provincias mas útil, y la mejor establecida en América. La indispensable necesidad que hay de formar una barrera al grande y envidiado continente de México, nos impone como una obligación el pensar con la mayor seriedad en establecerla; el modo de verificarlo no es difícil; no hay mas que examinar:

Su primer estado. —Razón de su decadencia. —Su situación actual. —Utilidades que resultarán de una numerosa población y comercio. —Si ejecutado este según el sistema de nuestra América, es útil o perjudicial a esta provincia. — Cual sea el comercio que convendría establecer para su fomento sin perjuicio del Continente.

Que la basa y el punto de apoyo sobre que estriba la felicidad de un reino o una provincia sea la Agricultura y el Comercio es un axioma incontestable. La relación inmediata que tienen entre si estos dos ramos es demasiado conocida, como lo es también que sin ellos no hay, ni puede haber, ni riqueza ni habitantes, y por consecuencia, ni fomento ni población, y en vano se desvelarán todos los Ministros del mundo, en vano se expenderán y agotarán las minas de sus preciosos metales, siempre que se separen de este principio.

Arreglado a él se estableció la provincia de la Luisiana desde el año de 1718, a cuyo fin no perdonó la Francia ni intereses, ni desvelos, enviando a ella diferentes colonias de habitantes de todas clases, cuya profesión y elección corresdía mas al pensamiento de pobladores que al del cultivo de los campos; no obstante, unidos a las diferentes familias alemanas, llenas de industria y economía rural, se estableció y propagó el fundamento de una población que miraba la metrópolis como el instrumento con que labraría su fortuna.

Como los efectos no correspondían a la esperanza lisonjera que habían prometido los profesores de una Compañía que no adelantó más que lograr arruinar la fortuna particular de varios individuos, descansó por algún tiempo la Corte de París en facilitarle aquella protección que el ardor y el voluble espíritu de la nación le ofrecieron al principio, sus naturales se mantuvieron a esfuerzos de un comercio ruinoso a la metrópolis, disfrutando un beneficio de que no supieron sacar la menor ventaja, pues los mas, lejos de aumentar su fortuna, han contraído mas deudas que las que podían satisfacer.

 

Su primer estado.

El Comercio anual que hacía la Francia desde los puertos de Europa y aun de sus islas, ascendería anualmente a quinientos mil pesos; los efectos que exportaban en peletería, añil, madera, algún tabaco, y en letras de cambio, no pasaba de trescientos y cincuenta mil, quedando el resto en los almacenes, y la mayor parte en deudas contratadas por personas insolventes, dadas al ocio y al lujo, haciendo dormir la Industria en los brazos del olvido.

El número de habitantes que componían el vasto país de la Luisiana en el año de 1766, que llegó el Gobernador Dn. Antonio de Ulloa, no pasaba de cinco mil, entre los cuales estaban comprendidos cuatrocientos hombres de tropa, repartida en los diferentes puertos, y seis mil negros esclavos, con cilio auxilio fabricaban alguna corta cantidad de añil de inferior calidad, y alguna madera para las islas de Barlovento.

La lentitud de este fomento, la mala administración de la Real Hacienda, o lo que es mas cierto, viendo los quiméricos pensamientos que había hecho al principio, desvanecidos o lexos de poderlos realizar, se ve la corte de Francia en la constitución de abandonarlos y determina minorar los gastos haciendo que el mismo vasallo a quien había dado el ser fuese la victima de la mala administración de sus Ministros.

 

Razones de su decadencia.

Para subvenir a las crecidísimas atenciones de la provincia había hecho correr aquella corte un número considerable de dinero en billetes, que era la moneda con que costeaba el Rey los gastos de tropa, fortificación y empleados, que ascendía anualmente a sumas inmensas; esta era la plata que circulaba en el público, a imitación de nuestros pesos, y se beneficiaba con ella cuanto era vendible; para pasarla a Europa era menester convertir dichos billetes en letras de cambio contra la Tesorería general de París, que se pagaban a vista inmediatamente que se presentaban. En esta confianza corrían con el mayor crédito dichos billetes, figurándose el que los tenía poseer el intrínseco valor que representaban, hasta que habiéndose suspendido en 15 de octubre de 1759 el giro de las expresadas Letras, fue decayendo de su valor el papel a proporción de su descrédito, llegando este a tanto que el peso fuerte de nuestra moneda valía ocho de la que corría en billetes. Esta alteración inesperada ocasionó un descalabro general en la fortuna particular de estos infelices habitantes, y de él dimana la primera razón de su decadencia, ocasionada por la misma corte de París, haciendo que el ciudadano a quien ella misma había fomentado, después de haber recibido en pago de lo que había vendido una moneda imaginaria del Príncipe en quien tenía depositado el crédito la fe pública, se hallase con una masa de papel informe que no contenía mas que el recuerdo de su antiguo valor.

El segundo motivo de su decadencia fue el arribo de los españoles: desde el mismo instante que llegaron cesaron de venir los barcos de Campeche y la Habana con algunas cargazones de palo de tinte, y dinero, que trocaban por efectos, y aunque este no merece el nombre de comercio, dejaba de ser de alguna consideración junto al que se hacía ya en la provincia.

La mala administración de justicia contribuyó no poco a su ruina, porque deuda contraída por miembro del Consejo, o persona que tuviese relación inmediata, era delito el demandarla.

La venida del Conde de O'Reilly y la toma de posesión por España acabó de confirmar el triste partido que les quedaba a estos naturales de verse en la estrechez de hacer un comercio ruinoso con la Habana, de donde nunca exportarían la milésima parte de los frutos de esta provincia, ni tendrían los efectos y cosas de primera necesidad para el consumo y entretenimiento suyo, al precio que las compraran. Desde esta época experimentó la Colonia abandono y emigración de diferentes familias que pasaron a las colonias francesas; los vienes perdieron las tres cuartas partes de su valor; las casas no se reparaban porque importaba mas que el capital su ratificación; el labrador no sembraba mas que lo que había de consumir, desesperado ya de salir de los empeños que había contraído; en vano se esforzaba el Gobierno en contener esta emigración, porque habiendo perdido el colono toda esperanza de fortuna, prefería, a la que podía hacer en otro país, el vender a vil precio la que había hecho en este, y así abrazaba un bien dudoso por un mal indefectible.

 

Su situación actual.

Del mismo modo que la necesidad ha dispertado la Industria, ambas recurrieron siempre al sagrado del Comercio, deidad a quien las naciones mas ilustradas prestan con justa razón adoraciones. No se quedaron atrás los ingleses en el Misisipí, que aprovechándose de la libertad de la navegación del rio establecen un comercio que les valía anualmente muchos millones de reales, que nosotros veíamos hacer con el dolor de no poderlo remediar, aunque por otra parte nos quedaba el consuelo de ver que así lograban el habitante y el cazador beneficiar ventajosamente el fruto de sus fatigas.

Así se mantuvo la provincia aumentando diariamente su fortuna, y solo se debe el estado actual en que está hoy a la sabia tolerancia de un buen servidor del Rey y al ilícito comercio que hacían los ingleses, pues sin ellos ¿quién había de anticipar a estos vasallos los negros y útiles para el cultivo de sus tierras, recibiendo en pago frutas? ¿quién les había de haber suministrado las cosas de primera necesidad? ¿qué navíos han venido de España que lo hubieran hecho? y cuando hubieran venido, ¿qué harían? El modo con que se hace nuestro comercio, ¿no es bien notorio? Su constitución, ¿no es bien conocida? Este auxilio, pues, y la distributiva justicia con que obró en el tiempo de su Gobierno el Mariscal de Campo Dn. Luis de Unzaga, haciendo ejecutivas las demandas por deudas contraídas, ha puesto un freno a la conducta de muchos habitantes, y inspiró en otros una respetuosa circunspección, dándose todos a la Industria y a la emulación, que jamás se había visto.

En este estado se hallaba la provincia de la Luisiana al arribo del actual Gobernador Dn. Bernardo de Gálvez, disfrutando de un beneficio por una oculta mano que no conocía, aumentándose por un efecto raro y extraordinario que sin que nadie contribuyese, lograba por aquella casualidad que el interés promueve, las prerrogativas de un Comercio bien entendido. Este lo ejecutaban los ingleses usando de la franqueza y libertad que les permitía su libre navegación en el rio; los mismos franceses habían hallado el secreto de hacerlo también desde sus islas; servíanse de un pasaporte y un capitán inglés, y con esta bandera beneficiaban sus cargazones sin que las mas activas disposiciones del Gobierno pudiesen estorbarlo; cargaban del mismo modo, y se iban dejándonos con el desconsuelo de ver hacer un comercio por los extranjeros sin contribuir con el menor derecho. ¡Que dolor para un celoso Gobernador como Dn. Bernardo de Gálvez, que testigo de este abrogado Comercio no podía tomar resolución alguna sin exponer, o la autoridad Soberana, o la felicidad de la provincia! ¡En medio de que extremos vacilaba sin atreverse a tomar mas partido que el de la conformidad! ¡Triste recurso!

Para contener un comercio que tomaba ya demasiada autoridad, y que el despotismo inglés podría reclamar como de su exclusiva pertenencia, aprovechóse este Gobernador del descuido en que ya los había puesto el imaginario derecho que suponían sobre las aguas, y lo que al principio se les toleró por necesidad, lo creyeron sin duda obligación después. Ya no se servían de aquellas precauciones que exige la decencia en un comercio que ejecutaban sin la correspondiente orden del Soberano ni del Gobierno. Llegaba ya su audacia a tal extremo que olvidándose o despreciando tal vez la sagrada inmunidad del territorio, ponían su plancha en tierra para facilitar el paso a los flotantes almacenes de sus embarcaciones. Descamina este Gobernador trece barcos que a la sazón se hallaban en el caso de ser comisados, y corta en parte la mayor del comercio de esta nación en el Misisipí. Pero ¿qué sucede? Que desde este mismo instante cesó la introducción de negros, dejaron de experimentar estos naturales aquella abundancia que produce la concurrencia de comerciantes, y que sola hace la felicidad y el fomento de los Imperios; princian a decaer de su actividad e industria y se mantienen a esfuerzos de la persuasión y desvelos de este Gobernador y de aquella lisonjera esperanza que una paz próxima les ofrece, que verán desvanecida si no corresponden los efectos a la necesidad.

 

Beneficios que restituirán de una numerosa población y un comercio libre.

No hay provincia entre las que tiene el Rey en América, que deba ocupar la atención del Ministerio como la de la Luisiana; la situación de los americanos a la entrada de la bella rivera, o mas claro, en la orilla del Misisipí, nos da motivo a reflexionar con fundada seriedad en este particular, y aunque los puestos de los ingleses no subsisten, debemos contar con unos nuevos enemigos que mirarán nuestra situación y felicidad con demasiados celos; el calor con que trabajan a formar una ciudad y establecer puestos, y la inmediación a los nuestros de llinueses, puede sernos perjudicial algún día si no nos ponemos a cubierta a tiempo formando una numerosa población en esta provincia, para observar y aun contener sus ideas; para esto es menester no olvidar que un comercio bien establecido es el principal móvil del fomento de una población, y cuanto más se retarde en plantificarlo, tanto mas se acelera la decadencia de la poca que hay ahora. El mismo atraerá considerable número de familias que la salubridad del clima está convidando, y el rigor y esterilidad de otras colonias las obliga a salir. El interés y aumento de mayor fortuna atropella todos los inconvenientes, y atrae a un punto hombres de las mas remotas regiones; la suavidad de las leyes, la dulzura y humanidad del que gobierna, contribuye en mucha parte a su felicidad.

Desde que los insectos incomodan el cultivo de los azúcares en la Martinica se hallan sus avilantes consternados, y sin la guerra actual hubieran buscado asilo en otras islas, que nunca seria en la de Santo Domingo por el temor de la intemperie de su clima y la ninguna comodidad. Vendrían habitantes ricos a establecerse de ambas islas, con un número de esclavos que poblarían sin costarle al Rey cosa alguna, y el buen acogimiento de estos convocaría los demás.

Para los habitantes pobres que se presentasen, franceses, alemanes e irlandeses, habría un fondo de veinte mil pesos anuales para costearles un establecimiento proporcionado a medida de su familia, sin que el Rey espere mas retribución de este auxilio que la que produzca su establecimiento al Estado, como sucedió con los primeros colonos de esta provincia y con los Acadianos que han venido entiempo de Don Antonio de Ulloa, que son hoy el modelo de los pobladores en utilidad, industria y adelantamiento.

Con ciento y veinte pesos se puede establecer una familia pobre, comprendido el gasto de los dos años de víveres, y no consumirá el Rey las sumas inmensas que está costeando a las actuales que han venido de islas Canarias y Málaga.

Una contrata de mil familias alemanas, casadas y de buena robustez, a cualquiera costo serían baratas; no faltarían contratistas que por la vía de Holanda las facilitasen de aquellos países inmediatos, con particularidad de la Lorena alemana, en que deberían comprenderse sujetos de todos oficios, permitiendo, por ejemplo, un número de navíos, a tantos hombres por tonelada, conforme a las convenciones mas adaptables, sin necesidad de despojar las Canarias, útiles a otros fines.

También se podría costear el pasaje a un número de soldados extranjeros, casados, acreedores a inválidos, o que les falte mucho tiempo para cumplir, con la condición de que se estableciesen, porque en el campo hallan empleo el mozo y el que no es tanto; a los primeros, o a unos y otros, se les daría la asignación de habitantes.

Mucho tiempo hemos mirado como de mayor importancia el no enviar extranjeros a América, por querer ceñirnos a las leyes que lo prohíben; hoy, mas ilustrada la nación, ha conocido que en la actualidad es inútil aquella prohibición, sin duda porque no existen las razones que pudo haber al tiempo en que se determinó; yo sería de parecer que todos los Regimientos que vienen a América de guarnición fuesen extranjeros, y de este modo sufrirían menos perjuicios nuestros arados, cuidando remplazar los muertos y desertores con otros, y se poblaría la América sin perjuicio de nuestros españoles.

Desterrado este error, y conocida la utilidad de poblar esta colonia una vez que haya llegado a un pie respetable, se fortifica y asegura una barrera al 77 de Nueva-España, se puede contrarrestar cualesquiera tentativa de los americanos establecidos ya en la parte superior del rio, y finalmente, puede redituar dentro de algún tiempo en hombres, socorros y derechos Reales, mas de lo que se cree.

Según el padrón de esta población, es de diez mil blancos y once mil negros, cuyo número forma un total de veinte y una mil almas, cortísimo para extensión tan dilatada. Las razones de este atraso son demasiado claras; la falta de un comercio sólido sobre cuya basa funde su fortuna el vasallo, es la razón física de su decadencia. S. M. ha hecho publicar edictos y reglamentos en distintos tiempos, ha expendido inmemorables cantidades, sus ministros han hecho manifiesto su celo y sus desvelos. ¿Y qué han conseguido? Dígalo la misma provincia, que en medio de tanta protección está dando los mas compasivos gritos, diciendo que carece de las cosas de primera necesidad, que le están prohibidas todas las indispensables a la vida, expuesta a una desnudez vergonzosa, sin útiles el labrador, sin efectos el negociante, y lo que es mas, sin esperanza de que se establezca tan presto un comercio libre y fácil, que lleguen a este rio embarcaciones que a competencia les compren sus añiles, sus peleterías y sus frutos, y que con igual libertad se los extraigan, pues de lo contrario no hay la menor necesidad que se expatrien de otras provincias pobladores para venir a ser cómplices, testigos de su miseria, que no harán mas que aumentarla; pero si compadecida la Majestad del Soberano de la infelicidad en que esta, o movido del interés que resultará al Estado, quisiese facilitarle dos cosas: un comercio que le provea de cuanto necesite y la exportación anual de sus efectos, verá la Real piedad que ni se le puede conceder menor, ni puede pedir menos.

El comercio que generalmente es adaptado para nuestras Américas pudiera tener el mismo efecto en esta, si no tuviésemos que recelar el perjuicio que su lentitud causa al fomento, si no tuviésemos una nación comerciante por vecina, si fuese este país establecido según nuestro sistema, si nuestros comerciantes poseyeran el espíritu de comercio, si la calidad inferior de estos añiles tuviese salida en España, si tuviésemos manufacturas de antes y gamuzas en que se consumiesen las peleterías; añádense a estos inconvenientes el derecho de diez y quince por ciento de extracción para puertos extranjeros con que están recargados estos efectos. La inevitable perdida a que están expuestas las peleterías con la debida e indispensable detención en nuestros puertos de un mes o dos, poderosas razones que alejan al comerciante de extraerlas no siendo en derechura para los puertos en que se benefician, sin contar con los gastos de nuevos armamentos, almacenes y comisiones, y que harán que si la corte no muda de sistema en este particular, la Colonia se mantendrá por algún tiempo balanceando hacia su decadencia y ruina, y al cavo cederá sin la menor dificultad al poder de una providencia opuesta a su fomento, Pero si S. M. concede un comercio útil, lucrativo y libre, debo asegurar con conocido fundamento que en breve se verá esta provincia en el estado mas brillante, retribuyéndole con ventaja la mayor parte de lo que le cuesta. El vasallo se vería con el incremento de una fortuna pronto a sacrificarla por su Soberano, y este con la satisfacción de verlos en la opulencia, contentos, llenos de mil bendiciones bajo su dominio.

Todos los trabajos del campo se hacen con los brazos de los negros esclavos que el interés particular y la tiranía de los hombres privó de su libertad, y adoptó una razón política; si la provincia de la Luisiana hubiese continuado a disfrutar del veneficio que lo grava con el ilícito comercio de los ingleses, hubiera tenido en el día veinte mil negros o mas, y consiguientemente mas producción y mas riqueza; pero entre las demás utilides de que carece cuenta este, desgraciadamente, que la perjudica bastante, y hubieran continuado estos habitantes a sufrir la falta de este socorro si el interés de los ingleses no se lo hubiera facilitado, pues desde el año de 1766 que nos hallamos en la provincia aún no se ha visto la más mínima providencia relativa a envío de esclavos, bien opuesto al método de hacerla florecer y fomentarla.

Todas estas y otras infinitas ventajas ofrece un comercio bien combinado; pero si desgraciadamente se estableciese alguno fundado en razones aritméticas y de proporción sobre un supuesto arriesgado que no tenga efecto, en breve se vería mudar de aspecto esta colonia. Los bienes raíces que al arribo del Gobernador el Mariscal de Campo Don Bernardo de Gálvez han aumentado a su antiguo valor, volverán a su antigua y aun á mayor decadencia, y el que creería poseer una fortuna mediana vería una masa informe que se lo tendría en valor imaginario. Las tierras quedarían abandonadas, yermas las casas, la ciudad desierta, y finalmente aquellos establecimientos que con demasiada razón debieran esperar ser los mas considerados de esta América, apenas merecerán el nombre de presidios; el único recurso que les quedaría a estos infelices, perdida ya la esperanza de un comercio bien establecido, sería o de ir a establecerse en la parte americana o entablar con estos su comercio, como sucedía con los ingleses.

Si se acude pronto con el remedio, todo se puede componer con tal que no se retarde más tiempo que a la conclusión de la guerra. Ínterin esta razón permanece, todo se atribuye a esta razón; hoy, con mas ponderoso motivo, una vez rendida Panzacola auméntase un nuevo canal al comercio, abierto a esfuerzos de costosas sumas que gastó la Corte de Londres, para nuestra utilidad y provecho; mientras que esta y toda la parte de la Florida fue nuestra, no hemos dado paso alguno a fomentarlo; todo el tiempo que nos mantuvimos posesores de aquel país no hemos hecho mas que consumir el situado y ser tributarios de los indios; apenas entran los ingleses y se fijan, ponen en movimiento la Industria, establecen un tráfico poderoso con los salvajes, y hacen anualmente de este último puerto solamente un Comercio de quinientos mil pesos: cotejemos las épocas española o inglesa, y hallaremos que en nuestro tiempo apenas estaban seguras las centinelas de la plaza con los indios, reduciendo nuestra guarnición a no salir de su recinto; y aquellos abren comunicaciones por tierra, se establecen con sus almacenes entre los bárbaros, sacan de estos crecidos beneficios; y ¿a qué se atribuye? al comercio.

Querer defender o probar que nuestra nación es comerciante, seria adoptar un sistema expuesto a contestación; es menester que tengamos la humildad de confesar que haciendo relación con el que practican todas las naciones se infiere que apenas conocemos mas comercio que el pasivo. Que los gastos extraordinarios que ocasiona un armamento con dos o tres oficiales, primero y segundo piloto, una sobrecarga, mayordomo, despensero, cocinero de cámara, y una excesiva tripulación, absorben el beneficio que debiera dejar al armador; mal que carecerá de remedio ínterin que no se ejecute con aquella libertad que pide este asunto, y que tanto adelantó ya el actual Ministerio.

 

Cual sea el Comercio que convendría para fomento de esta provincia sin perjuicio del Continente.

Todas estas razones y otras que se dejan comprender, piden con la mayor justicia un comercio general, libre y común a cualquiera nación que quiera hacerlo, a lo menos por algún tiempo, permitiendo la entrada en este rio a toda bandera sin distinción alguna, único y solo modo de hacer florecer, poblar y fomentar esta provincia. Así obtendría el habitante: primero, una recompensa a los desastres que ha experimentado con la inundación general y los dos huracanes de 18 de agosto de 1779 y 24 del mismo mes de 1780. Segundo, que lo miraran con una piadosa consideración de S. II. en remuneración al valor y fidelidad con que sirvieron en la presente guerra. Tercero, que se realizará el recelo que siempre han tenido los ingleses, de ver fomentada esta provincia por medio de un comercio libre, pues de lo contrario gemirá, sin aumentarse, en medio de la protección; el Erario sufrirá el desfalco anual del situado, sin el buen efecto que el Rey debiera prometerse. Los americanos, establecidos ya en el Misisipí, abservaran las utilidades de esta colonia; por su conducto saldrán los frutos de ella, como sucedía anteriormente con los ingleses, y lo que es más temible, que atraerán a sus establecimientos muchos de nuestros habitantes.

Si se permitiese este comercio, el Rey podría indemnizarse en parte de los gastos de la provincia, imponiendo un cinco por ciento de entrada en todo género seco, y ocho en los caldos, sobre los precios a que se vendan, y otro cinco por ciento de salida en los frutos que salgan para fuera de la provincia.

No dejo de conocer el eco que causará esta proposición, si no apartamos por un voto la vista de la prohibición de las Leyes de Indias; vemos que en todos Estados se alteran é innovan las constituciones según la actualidad de las cosas; de tiempo en tiempo se reforman abusos que en diferentes circunstancias estaban admitidos, y sola la constitución de nuestro comercio no se altera.

Quince años hay que me hallo sirviendo a S. M. en esta provincia, siendo testigo, y saliendo por mi mano, o con mi intervención, todos los situados que han venido a ella; he mirado con dolor lo que podían redituar las salidas de sus frutos, y lo poco que han producido, por la actividad de los ingleses y la facilidad que ofrecía su inmediación, y todo me hace un cargo de la obligación en que estoy de representarlo.

Además, de que en el caso de que se concediese el comercio libre a cualesquiera nación, ¿qué perjuicio podría seguirse? Ninguno, aunque muchos lo hallarán. ¿No está el Rey a tiempo de levantar la mano siempre que conozca un evidente perjuicio? Y si este no se verifica, ¿quién ha de surtir esta provincia de los géneros que necesita para los naturales e indios? ¿Quién, o de donde, han de venir ochocientos negros que pueden beneficiarse los dos primeros años, y sucesivamente el doble a proporción?

¿Quién ha de comprar doscientas veinte mil libras de añil que en un año común fabrican?

¿Quién, o donde, han de consumirse novecientas mil libras de tabaco que en el partido de Natches, nuevamente conquistado, se cosechan?

¿Quién ha de extraer el artículo de las maderas, de no poca consideración, si no se les permite a los barcos de Santo Domingo el que vengan, de otro modo sino en lastre?

El Ministerio no tiene necesidad de considerar por ahora mas puntos que estos, y una vez remediados, que no sea con alguna Compañía determinar en el particular, teniendo siempre a la vista que entre la pronta determinación y una indefectible decadencia, no hay medio; si se confía este comercio a los puertos habilitados de España, sucederá lo que sucedió ya con dos Registros de Cádiz y otro de Santander y San Sebastián, de la casa de Lasalde, que por no haber venido cargados de los géneros del consumo, tuvo que enviar su correspondencia a la Habana; la mayor parte de los lienzos; el vino que traía de la Rioja, despreciable por su calidad o trastorno en la navegación, ni de balde lo hubieran tomado; solo el artículo de fierro y clavazón era el único de los consumibles; de el de indios no traía el menor surtido, siendo uno de las ramos a que es menester atender con preferencia.

El comercio de estos pide la mas particular atención, porque además de ser de una extensión grande y de un lucro considerable, es de una utilidad conocida; sin él es difícil contener tantas y tan diferentes naciones de este Continente, a quienes conviene enviar con la mayor prontitud comerciantes, que es el principal modo de sosegarlos.

En España no hay un solo artículo de los innumerables que exige este comercio; los españoles aun no lo conocemos; tampoco se puede formar pauta de los que son, porque a cada paso se aumenta y muda; de necesidad absoluta es menester que los extranjeros lo hagan, hasta que mas enterados los españoles, que nunca pueden ser otros que los catalanes, puedan con el tiempo hacerlo sin necesidad de mano extraña.

De que sean los extranjeros por cuya dirección se ejecute, no hay la menor duda; tampoco me queda de que conviene el que sea general, y no particular a esta u otra nación, porque se pueden seguir varios perjuicios.

Muchos, sin desmenuzar las razones en que se fundan, son de parecer que fuesen solos los españoles que lo ejecutasen. El pensamiento es laudable, pero no es posible, ínterin que ignorantes del modo de hacerlo, de los artículos y géneros consumibles, veneficios y mas circunstancias que resultan, puedan practicarlo, que siempre será con géneros extranjeros; y añaden que convendría separar estos naturales del trato mercantil de los franceses, para hacerles olvidar con el tiempo sus costumbres, sus necesidades y el amor a su primitivo soberano; bien que este es error que carece de toda verosimilitud, porque el hombre que voluntariamente se sujeta a una ley que no haya violenta, o que se establece bajo un príncipe cuyo amor y benevolencia conocen sin dudar, nada le fija mas que el punto de religión y de conveniencia.

Otros son de parecer que un comercio general podría producir consecuencias perjudiciales a la Real Hacienda, porque cargarían aquí los géneros y los beneficiarían en la Habana, sin hacerse cargo de que en aquella y esta plaza hay Ministros de mucha integridad y celo, que si quisieran olvidarse del que tienen y de la confianza que les está depositada, nuda les sería más fácil que la introducción clandestina.

Llega el error o la temeridad de otros a creer que el comercio general en esta provincia podría perjudicar el del reino de México. ¡Que absurdo! El comercio particular de nuestra Nación está en el mismo caso, y ni este ni aquel se pueden verificar sin permiso de los superiores. Además de que si se cotejan los peligros a que están expuestos los que intentasen internar los géneros en el Reyno, así de Indias como las demás, que ofrece un despoblado de setecientas leguas, incomodidades de ríos, transporte de víveres y otros que se siguen, verá que cada pieza de las que podrían introducirse les saldría un ciento por ciento más cara que las que reciban por la vía de Vera Cruz.

En tiempo de los Gobernadores franceses, y señaladamente mandando el Señor de Kerlerek, se intentó por órdenes superiores establecer en el Orcoquisa, hacia la bahía del Espíritu Santo, una casa fuerte o almacén, surtido con los géneros del Rey que tenía en los de esta plaza, para hacer el comercio con aquellos indios, y sucesivamente con el Nuevo Santander, a las órdenes de un comerciante llamado Blampain, cuyo edificio subsiste aun medio arruinado. Al mismo tiempo se intentó otra expedición de la propia naturaleza hacia Santa Fe, a las de Gofrion, y el paradero que han tenido ambas fue el de haber sido arrestados unos y otros por disposición del Virrey, quien les habrá infligido la pena a que se habían hecho acreedores; con que si sucedió esto en el tiempo que los franceses estaban poseedores de ambas orillas del Misisipí, ¿con cuanta mas dificultad se haría ahora, dueños de toda la provincia los españoles?; el que tenga conocimiento geográfico del terreno conocerá la imposibilidad.

Una de las dificultades que ofrece el comercio libre, según algunos, es la de que se introducirán municiones que pudieran perjudicarnos, sistema mas bien adoptado por el miedo, que por la razón. Desde que los ingleses se establecieron en esta América, y señaladamente desde la bahía de Hudson hasta el rio de Misisipí, han introducido muchos millares de armas y pólvora, cuanta han podido beneficiar para su comercio de peleterías, de que han hecho un crecidísimo consumo, sin que hayamos experimentado ninguna mala consecuencia de las naciones de indios vecinas; y aun cuando esto fuese de temer, ¿quién podría impedir el que los salvajes vayan a comprarlos de los mismos americanos, que les venderán mas de los que necesiten? Este solo artículo, indispensable para la caza mayor y menor de indios, cazadores y habitantes, haría que el comercio de las peleterías pasase al vendedor de las municiones, y con este motivo todo o la mayor parte del que se hiciese en la provincia.

Las precauciones debe dictarlas siempre la necesidad. Los Ministros en quienes está depositada la Real confianza, como que están en el paraje en que se pueden cometer los abusos, son los que deben representar el remedio. Lo que se podía ir adelantando es el que en nuestras fabricas se hiciesen muchas cosas que vienen de fuera del reino, y el celo patriótico de los Ministros de esta provincia podría promover.

Las telas de algodón, del gusto y con el primor que las estampan los extranjeros, son las que se usan aquí, no obstante la Real pragmática; las que se fabrican en Barcelona se destiñen y no merecen aceptación; las que podrían usar de hilo proceden de los ingleses, y con todo, si esta provincia no confinase con las posesiones extranjeras, se podría reducir a nuestro sistema; y finalmente, concluyo con exponer manifiesta mi opinión sujetándola al parecer y aprobación publica: de que un comercio libre es quien hará florecer la provincia de la Luisiana con aquella rapidez que exige la actual necesidad en que se halla. La savia administración del Excelentísimo Sr. D. Joseph de Gálvez, dignísimo Ministro de Indias, conoce a fondo los viciosos defectos de nuestro comercio, los gustos raros y consumos de los vastísimos países que con tanto acierto le ha confiado el Soberano; las virtudes de nuestros españoles, las necesidades de la Nación, el atraso de nuestras fábricas, la decadencia de nuestra Industria, a la cual está abriendo un camino que conducirá a la felicidad del Estado, conocerá también que si mi pensamiento no fuese admitido, o se refutase como temerario, que solo el celo de un reconocido honrado patriota pudieron haberme estimulado a producirlo.

Martín Navarro.