Habana, octubre 11 de 1780.
MEMORIA EN LA QUE SE DEMUESTRA LA ABSOLUTA NECESIDAD EN QUE SE HALLA LA CORTE DE ESPAÑA DE POBLAR y FORTIFICAR LA LUISIANA, ESPECIALMENTE LO CORRESPONDIENTE A LAS RIBERAS DE LOS RIOS MISISIPI, MISURI, Y EL DE SAN BERNARDO, Y LAS GRANDES VENTAJAS Y UTILIDADES QUE LE RESULTAN DE TAN IMPORTANTE EXECUSIÓN
La independencia de las provincias del Norte de América, o nuevo Congreso, es la piedra de toque que dará mucho que discurrir a la Corte de España. Si se para un tanto la atención a los progresos de la república de Holanda, se verá desde luego en un estado que jamás hubiera caído en la trancen dental Filosofía de los mejores y más agudos políticos.
¿Quién creyera que esta república con unos principios tan débiles, había de extender sus pabellones hasta en las regiones más remotas del Globo en poco más de un siglo? ¿Quién pensara que había de ser apetecida para aliada de las Potencias más fuertes? En fin, ¿quién diría en aquel entonces, que establecida en un suelo tan estéril había de ser, como la vemos, el almacén del mundo? Pues si sobre tan flacas simientas se ha erigido una potencia capaz de disputarle a Roma y Cartago su conducta en materias de Estado y Gobierno, ¿que hemos de esperar del nuevo Congreso del Norte de América, rico por la fertilidad de su terreno, y orgulloso viéndose competidor con ventaja de la nación reputada hasta el día por guerrera y dueña de todos los mares? ¿Qué quiere decir independiente más que un gobierno de americanos, sin más objeto que el de la patria, libertad, y de no reconocer Soberano europeo que los mande, sujete, ni les imponga leyes, por justas que sean?; esto es, en una palabra, una comunión de hombres libres para ejecutar cuanto les parezca útil y que pueda contribuir a enriquecerse Pues tal clase de Gobierno, por más que los Soberanos de Europa piensen limitar o estrechar, ¿qué buenas consecuencias puede atraer? ciertamente se puede asegurar que ninguna, pero si muchos disgustos a los que tienen confinante. Si a nuestra España, a nuestra Luisiana, a nuestro México. ¿Negará algún político de Europa, que reconocidos estos independientes, toda su mira será fortificarse y extender sus dominios? ¿Pensará por ventura alguno, que a imitación de los holandeses viajaran estos a lejanas regiones para satisfacer el último fin? No por cierto. En su continente tienen el paso para lograrlo. Por el Este tienen la Luisiana, la Florida, Carolina y Virgínea; y por el Norte al Canadá; de modo que solo les queda que atravesar la Luisiana para entrarse en el antiguo y nuevo México. No falta quien niegue a los Bostoneses la imposibilidad de internisarse hasta estos reinos; pero carece de fundamentos tan temerario aserto. El que tenga noticia del descubrimiento, Geografía, e Historia de dichos patees, sabrá que en otros tiempos menos ilustrados se han intentado varios hechos con feliz suceso, ya con el fin de descubrir y conquistar, ya de usurpar y reconquistar.
Yuliet, habitante de Quebec, y el jesuita Marquet, ¿no se embarcaron en el lago Michigan, entraron en el río de las Ranas, y subieron a pesar de las furiosas corrientes hasta llegar a Outscousing? De aquí, ¿no siguieron al Poniente, y entraron en el Misisipí, por el que bajaron a Acanzas, casi a los treinta y tres grados de latitud? y desde luego hubieran seguido a no escasearles los víveres para entrar en el golfo de México. ¿No se volvieron por el rio Ilineo hasta restituirse al Canadá, y a Quebec su capital? ¿No es también constante que el normando Sala se embarcó en el Canadá con el fin de reconocer el Misisipí, y que engañado bajó al Golfo de México por el rio de San Bernardo, cien leguas al poniente de la Balisa? Mr. de Iberville, ¿no subió por el Misisipí hasta cerca del Canadá? Los Canadienses, ¿no atravesaron hasta encontrar el rio Ohio, que llamaron bello por la fertilidad de sus riberas, y por franquear la comunicación de dicha provincia con el Misisipí? Los franceses en el año de 1739, con un cuerpo de mil y quinientos hombres, cañones de campaña y demás útiles de guerra y boca, ¿no bajaron a la Luisiana para castigar los indios que cometían mil estragos? Los ingleses, ¿no atravesaron los montes Apalaches a pesar de su excesiva aspereza, para disputar a los franceses el paso del rio Ohio, y estrecho de Niágara, en el que habían levantado una fortificación? El rio de San Lorenzo, ¿no franquea libre entrada a barcos de ciento y cincuenta toneladas, hasta Quebec, y de aquí a otros menores hasta el lago Ontario, que solo se separa del Erieo por el estrecho de Niágara, y de este se sigue al Misisipí? El rio Misuri, brazo de este, ¿no se extiende hasta la California despidiendo un brazo que va al de San Bernardo, por donde bajó al golfo, Sala? Los españoles del Nuevo México, ¿no atravesaron los montes de Santa Barbara, y embarcados siete que se escaparon del rigor de los indios, no vinieron al Canadá? En fin, de Lima, ¿no se viene por tierra hasta Santa Fe, o Nueva Granada?
Pues ¿quién se opondrá en vista de testimonios tan auténticos, a la posibilidad y facilidad de pasar hasta México los independientes? Es infalible, y quizá puesto en práctica se verá mucho más fácil. Veamos, pues, las dificultades que se pueden ofrecer [en) la conducción de víveres y demás pertrechos de guerra. Esta la vemos ya vencida por los franceses en el propio paraje, y por los españoles en todas las conquistas de este y otros continentes e islas, sin mas conocimiento del terreno que el que iban observando a medida que seguían conquistando los indios. También la vemos vencida por nuestros antecesores; además que no forman jamás estos cuerpos que puedan contrarrestar a los de cualesquiera nación perita en el arte de la guerra. La distancia la veremos igualmente vencida por nuestros antiguos con excesiva ventaja; además que el tiempo y constancia la acortan. ¿El paso de los ríos? Esta es la que menos les imposibilita, respecto a los varios medios, que sin construir puentes, se proporcionan; pues con jangadas se logra con mucha facilidad por caudaloso que sea el rio. En fin, confiésese que solo se hallarán estas mientras que no se ponga en práctica.
Esto supuesto nos vemos en la necesidad de poblar y fortificar para precavernos de la perdida de la Luisiana, y por consiguiente los reinos de México. En el año de 1720 se intentó poblar la banda del Oeste por igual recelo, pero con un efecto de la confianza propia de nuestra nación perecieron todos los de la expedición en manos de los indios Misuris; catástrofe que apagó tan buen proyecto. Los franceses intentaron lo mismo, pero esperarán más pronto el fruto de lo que se necesitara, por lo que no siguieron el proyecto. Estos levantaron en el rio Rojo una fortificación para que por este conducto bajara al Misisipí el oro y plata de México. Desde luego unos y otros hubieran conseguido el fin si hubiesen tomado las precauciones necesarias y dejado al tiempo y a la paciencia el producto que se habían propuesto.
Nuestra Corte debe de necesidad tomar con empeño la determinación de fortificar y poblar a un tiempo. Para esto es menester atender la situación de los ríos Misisipí, Misuri y Misisipí el de San Bernardo, respecto a que fortificadas sus riberas se asegura la posesión.
La principal fortificación debe levantarse en la parte del rio en que recibe el llamado Misuri y el Flines en la latitud de 27 grados 30 minutos. En la misma división, y mucho algo mas arriba se debe establecer uno y otro, respecto a la inmediación del Canadá, y a que se impide por este medio el que se pueda transitar a parte alguna. Además de estas ventajas resulta el de facilitarse el tráfico y comercio con toda la Luisiana. En este sitio, en caso de necesidad se pueden con facilidad unir las fuerzas siempre que sea necesario atacar o apoderarse de lo restante del rio y de los lagos, tanto en extremo importantes para nuestra seguridad, respecto a la necesidad que tienen los Canadienses de pasar por ellos si intentan sorprendernos. Esta fue la causa de que los franceses fortificaran el estrecho de Niágara. El lago llamado Superior, el Ontario, el río Flineo y el Misuri, son los que necesitamos; pues por los dos primeros serramos el paso a los Canadienses del salto de San Antonio, y la entrada en el Misisipí. Por el tercero imposibilitamos a los de la Virgínea, y por el último la entrada a todo lo que dice su extensión.
En prueba de que debe levantarse en el sitio dicho digo: que de este paraje, siempre que intenten atravesar el rio por cualesquier parte más inferior, siendo sumamente fácil la bajada pueden con brevedad acudir a la oposición a todas partes. Otras pequeñas fortificaciones se deben establecer a todo lo largo de la ribera, en los sitios que se pueblen y más propios para lograr el fin.
El rio de San Bernardo, por quien bajó Sala, no merece menos atención, pues hallándose mas inmediato a México a distancia de cien leguas, tomándolo por la boca que desaguase en el Golfo de México, sigue Este Oeste hasta Catuila, en donde recibe un rio que viene de lo interior del reino. Sigue luego por la falda de los montes de Santa Barbara hasta la latitud de 30 grados, y luego Norte-Sur hasta la latitud de 43 grados, en cuyo trecho atraviesa la parte del Oeste de la Luisiana. En cualesquiera de los términos que intenten usurparnos el reino de México deben de necesidad atravesar a este rio. La cordillera de montes de Santa Barbara, y otra que se halla mas al norte de San Juan, sirven de muralla a lo mas caudaloso de este rio, y solo se debe fortificar el paso que dejan en San Juan; lo restante del se puede con el tiempo guarnecer y ser defendido por los habitantes del Nuevo México, Apenas habrá la España fortificado y poblado lo que acabo de expresar, cuando además de tener seguros sus dominios de la invasión de sus vecinos, extraerá inmensos caudales de aquel pedazo de continente.
El español Fernando de Soto, que murió en las riberas del Misisipí, dijo que este rio, y el continente que baña, contenía inmensos tesoros. El célebre escocés Mr. Lami, en su Sistema, dice lo mismo. Este ofreció que con diez o doce mil hombres de campo facilitaba en breve la extracción de un exorbitante caudal de dicha provincia, y en efecto lo hubiera conseguido si hubiese propuesto el tiempo que para ello necesitaba.
El clima frío y la multiplicidad de los ríos constituyen a la Luisiana un país de los más fértiles del Globo. Toda semilla, todo fruto, halla en esta provincia su suelo; cuanto puede apetecer el hombre, de árboles, plantas y animales, le franquea tan pingue terreno; quizá por esta razón le creen tierra nueva la de este trozo del continente de América.
Los árboles, como pinos, etc., cederán a su dueño, no solo la arboladura para los navíos de su armada, si que también varias piezas para la construcción, ahorrando del Real Erario los miles de pesos que cada año se consumen en comprarlo a los extranjeros. Los gusanos de la seda, alimentados con las hojas de los árboles llamados moreras, además de abastecer a los vasallos de su Soberano, producirán para vender a las demás naciones, de lo que resulta un útil imponderable. El algodón, fruto de otra clase de árboles más pequeños, contribuirá igualmente a la riqueza de sus labradores y demás vasallos. El cáñamo, y lino, renglones que tanto escasean en nuestra España, pueden desde luego no solo abastecer las fábricas de jarcias y lonas para la Real Armada, si que también ser uno de los principales ramos de nuestro comercio. Los animales de asta, pelo, cerda y lana, ¿cuánto producirán, siendo tan propio para ellos el pasto que liberal franquea este territorio? Las carnes solo, que en el día compramos a los extranjeros, ahorrarán al Erario el dispendio, sobrando hasta para venderlas después de haber surtido nuestras escuadras. La lana, oro de la Europa; el castor, plata de la Francia, y la peletería toda, tan común en dichos países, ¿no avivará con el tiempo nuestro comercio, y no enriquecerá hasta el sumo a el Real Erario? No me queda la menor duda; y los granos que con tanta abundancia produce este nuevo suelo, ¿no atraerán a estos dominios una completa provisión? Quiero que no se hallen minas de oro, ni plata; ¿qué más minas se han de buscar que las que acabo de referir y son notorias a todo el que sepa de este terreno? Bien dijo uno, que en una memoria que presentó a la Corte de París expresó lo rico de la Luisiana en estos términos: la Nueva Luisiana, sin tener minas será más rica que la que las posesiones con más abundancia; sus producciones y frutos darán mucho más producto a esta Corte que todas las minas de los españoles.
Esto es cuanto puedo sucintamente decir tocante al objeto que ofrecí en esta memoria, y no me parece inútil el prevenir un medio para lograr con brevedad el fin de poblar y una advertencia igualmente importante. Lo primero, dotando a los pobres mozos y mozas que se casen, con la condición expresa de establecerse, y franqueando a cada poblador un matrimonio de negro y negra; de este modo, cuando sean los amos perezosos, trabajarán animados del lucro que les proporcionen sus esclavos, se aumentarán por otro lado los pobladores con los hijos que estos produzcan, y arreglados a las milicias, instruidos en el manejo de las armas, tendrá S. M. en los pobladores otros tantos soldados que defiendan su patria, como se experimenta con las Milicias de pardos y morenos de esta ciudad, que gustosos se embarcaron para la expedición de la Movila. Este medio quizá me dirán que será muy costoso; pero dado que lo sea, en primer lugar se logra lo que tanto importa sin ser necesario valerse de extranjeros; y lo segundo, que a cierto número de años los derechos de las salidas y entradas de los frutos recompensarán dichos gastos; además, que desde que entren se les debe prevenir que deben contribuir a cierto tiempo un tanto por ciento para satisfacer aquellos costos.
Mas en estas Américas, especialmente en el reino de México, hay infinitos españoles perdidos, a quienes se puede obligar y trasportar a la Luisiana, en donde se puedan agregar a las familias, dándoles lo que generalmente se subministra a todo poblador.
La advertencia se reduce a que llegado el caso de reconocer la España a los Bostoneses independientes, debe de antemano tratar de la división y establecimiento de sus límites, en cuyo caso se deberá procurar la posesión de los lagos de que hago mención antecedentemente, respecto a que la Francia, primer poseedora de ellos, tenía derecho a ellos cuando nos entregó esta provincia; y por consiguiente la tiene España, y debe pedirlos.
Esto es cuanto prometí decir, y lo que permite lo suscito de una Memoria en la que superficialmente se presenta un plan; por lo que reservo, por si fuere necesario extender cuantos pensamientos útiles en ella se noten, y al mismo tiempo establecer los medios para que se consiga tan útil é importante fin.
Si la mirara solamente como proyecto, hubiera desde luego ahorrádome de este trabajo, pues solo el grande deseo de un buen vasallo que no anhela más que el ser útil a su Patria me han conducido a tomarme, no solo esta gustosísima fatiga, sí que también la de otros objetos igualmente interesantes a mi Soberano, Estado y Nación.
Habana, octubre 11 de 1780.
Pedro Gatell.
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