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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 

 
 
 
 


1711 Una propuesta para humillar a España.

1711, Londres, Gran Bretaña

 

UNA PROPUESTA PARA HUMILLAR A ESPAÑA
Escrita en 1711 por una persona de distinción y ahora impresa, por primera vez, en base al manuscrito, a lo que se agregan algunas consideraciones acerca de los medios de indemnizar a Gran Bretaña de los gastos de la presente guerra.

ADVERTENCIA PRELIMINAR
Este raro y curioso panfleto, que se publica hoy bajo los generosos auspicios del Departamento de Estudios Históricos Navales, siguiendo con el muy loable propósito de divulgar nuestros fastos navales y aquellos otros que, de una manera u otra, están íntimamente ligados a nuestros intereses marítimos, es un antecedente (el más remoto escrito sobre el tema) en el que se aconseja a la Soberana de los Mares, la rubia Albión, invadir Buenos Aires, siendo prolegómeno, pues, de aquella bien conocida operación anfibia que terminó con la eventual ocupación de nuestra ciudad y que pudo haberse cortado de raíz, si las fuerzas del Apostadero Naval del Plata hubieran sido, en su momento, lo suficientemente poderosas como para dominar los accesos del Gran Río. Es conveniente hacer notar que, en nuestra historia, durante el siglo pasado, siempre existió penuria e imprevisión para atender aprestos navales, que luego, en las emergencias, costó caro reparar. Claro está que, en esa época, la Madre Patria poco podía hacer y la sombra de TRAGALGAR (Premio para los que saben prever) cubría los siete mares.—

El título del panfleto es de por sí, harto sugestivo: “Una Propuesta para humillar a España”. El contenido del mismo que se vendía, por otra parte, al solo precio de un chelín, es de un interés histórico que merece su traducción “in—extenso”, cosa que creemos se realiza por primera vez, ya que los comentarios y traducciones realizadas hasta hoy, han sido solo fragmentarios (1).

¿Quién es la misteriosa “persona de distinción” autora del panfleto? Según Roberts, “descubridor” del mismo, sería Pullen, quien en 1711, durante la Guerra de Sucesión Española, escribe al Ministro de la Reina Ana, el Conde de Oxford, diciéndole que el Río de la Plata es el mejor lugar del Mundo para formar una Colonia Inglesa. El Conde al recibirlo elevó, al parecer, una Memoria para su Soberana, que habría sido publicada en 1739, después de su muerte, en la forma del panfleto a que nos referimos.
Leumann, no da nombres pero estima que la “persona de distinción” ha residido en Buenos Aires. Pensamos, como Zorraquín Becú, que nada en el trabajo hace pensar en tal cosa. Todos los datos sobre Buenos Aires son extraídos de la conocida obra de Acarette o de conversaciones sostenidas con terceras personas. El estudio más serio sobre este punto es el de la autoridad citada. Podríamos limitarnos a remitir al lector hacia el trabajo indicado en la Nota (1) y dejar que se enterara en forma directa de su enjundioso contenido, pero como los ejemplares de la Revista ALADA no son muy fáciles de conseguir, estimamos como conveniente extractar dicho trabajo en esta noticia preliminar, contribuyendo, así, a una más completa y mejor divulgación del tema.

Es exacto que Pullen escribió, como dice Roberts, a Halley —Robert, Conde de Oxford y Mortimer— respondiendo a una encuesta de este último sobre las posibilidades comerciales de la South Sea Company (John Pullen “Memoirs of the Maritime Affairs of Great Britain—London 1732, pp. 9/16) Pero Zorraquín Becú, observa con razón que la tal carta (como se desprende de su texto) fue escrita después de haberse firmado el Tratado del Asiento, complementario del de Utrech, en 1713. En consecuencia, mal podía entonces Halley, en 1711, inspirarse en una carta de 1713 ó 1714. Tampoco es plausible que su hijo exhumara, quince años después de la muerte de su padre (1724), el “Proposal” y, sobre todo, que lo hiciera con un seudónimo tan poco concordante con la brillantísima personalidad de aquel. Queda pués abierto, al descartar a Halley, un interrogante sobre la personalidad del autor.

En cuanto a la fecha de publicación, varios autores la sitúan entre 1731 y 1739, sin dar razones que justifiquen sus preferencias. Así tenemos: Leumann, 1731, J.E. Uriburu, circo 1727, Roberts, 1739 y H. Stevens, 1739 (?).

Como en el texto del panfleto se dice, precisamente, que el manuscrito durmió veinte años antes de ser publicado, es probable que esa sea la razón de la preferencia de Leumann, sin haber escudriñado en otras partes del folleto que hubieran podido darle más luz sobre el asunto. En efecto, en otras páginas del mismo se dice que este sale a la luz en oportunidad de la Declaración de Guerra contra España y 1731 cae, juntamente, dentro de uno de los raros períodos de paz. Habría, pues, que desechar esa fecha.
Veamos, ahora, al 1727 al que apunta Uriburu, aunque antecediéndolo de un “circa”, que demuestra su poca seguridad sobre la misma. En principio, si bien coincide con un estado de guerra, no coincide, en cambio, con el lapso de veinte años que permaneció inédito el “Proposal” y con los otros veinte que, como dice Zorraquín Becú se venía demorando una tregua provisoria inestable y sin sentido.
Teniendo en cuenta lo anterior es, quizás, por lo que Henry Stevens y Carlos Roberts se deciden por 1739.

El Tratado de Utrech con sus pactos (1713) produce una paz inestable que se rompe al atacar España a Sicilia. La Declaración de Guerra lleva como fecha el 27 de Diciembre de 1718. Se produce la Cuádruple Alianza a la que se incorpora España, previa evacuación de Sicilia y Cerdeña. La Paz sigue, entonces, prácticamente su curso, de 1719 al 19 de Octubre de 1739, fecha en que Inglaterra declarara nuevamente la Guerra a España. Este lapso de veinte años coincidiría con el mismo lapso a que se refiere el folleto cuando dice haber tenido una Paz sin fin, agregando, que fueron “veinte años para comprar y pagar por la amistad de España, que nunca tuvimos”.

La guerra estalló como una consecuencia del estado latente de desequilibrio que provenía, primero, de los abusos cometidos por la South Sea Company, detentadora, desde 1713, del Asiento de Negros y agravado desde 1731, por el choque entre los principios del “Mar libre” que sostenían los ingleses y el del Derecho de Visita que tenía España en todo tiempo, derivado del Tratado de Comercio y Amistad firmado en Utrecht y que utilizaba a todo evento a los efectos de contener las demasías del tráfico ilícito.

Por la Convención del Pardo, España aceptó pagar a Inglaterra 95.000 libras promesa que no llegó a concretarse lo que, unido a presiones de todo tipo llevó a la Guerra declarada en 1739. Esta es la fecha según Zorraquín Becú, cuyas deducciones estimamos como muy atinadas, en que fue publicado el “Proposal” y que por otra parte, es la que aceptan Roberts y Stevens, aunque este último con un prudente interrogante. Como abundancia de argumentación en favor de esta fecha, hay que hacer notar que en el folleto se hace referencia a las 95.000 libras previstas en el Convenio del 14 de Enero de 1739.

En cuanto a la rareza del ejemplar, cuando lo descubrió Roberts, se suponía que era único. Posteriormente se habló de por lo menos cuatro ejemplares, en manos de avezados bibliófilos. Habría que agregar, por lo menos, uno más, que posee, en su colección, el autor de esta nota.

Pero, como termina Zorraquín Becú su trabajo, la “valía del “Proposal” no reside exclusivamente en su rareza. Sus páginas constituyen el primero y más sorprendente anticipo de la política rioplatense de Inglaterra. Leyéndolas se advierte hasta que punto resulta ocioso el discutir si Sir Home Popham obedeció a instrucciones o procedió por su cuenta cuando la fracasada aventura de 1806. Y solo por esto merece el “Proposal for Humbling Spain ” un lugar de preferencia en cualquier biblioteca americanista del Plata ”.

Buenos Aires, diciembre de 1969.—
BERNARDO N. RODRIGUEZ Capitán de Fragata (RE)

Nota:
(1) En el trabajo que en el N° 3 de la Revista ALADA publicó Horacio Zorraquín Becú, se dice lo siguiente: En Agosto 6 de 1933, Carlos Alberto Leumann comenzó por aludir brevemente a su existencia (La Prensa N° 23170, Secc. 3a, pp. 1/2) y tres meses después publica, en el mismo diario, un largo artículo con el llamativo título de “La Conquista Inglesa de Buenos Aires trazada en 1711, Aparición de un curioso libro ignorado” (La Prensa N° 23261 del 5 de Noviembre de 1933, Secc. 2a, p.3, col. 5/6 y p.4, col. 1/6. A su vez, Roberts, se ocupó del folleto, primero en “Las invasiones Inglesas del Río de la Plata (1806—1807)... Buenos Aires 1933, p.24 y luego al publicar parcialmente su traducción, con advertencia preliminar en el “Anuario de Historia Argentina—Año 1940 Buenos Aires 1941, pp.597/613. Finalmente está el comentario a que nos referimos de Horacio Zorraquín Becú destinado, fundamentalmente, a estudiar la posible personalidad de su autor y la probable fecha de aparición.

 

UNA PROPUESTA
para humillar a
ESPAÑA

Escrita en 1711 por una persona de distinción y ahora impresa, por primera vez, en base al manuscrito, a lo que se agregan algunas consideraciones acerca de los medios de indemnizar a Gran Bretaña de los gastos de la presente guerra.

EL EDITOR
al
LECTOR


Como los tesoros que se encuentran en la Tierra, pertenecen por Ley, al Dueño del Suelo, considerando que ello también debe beneficiar a la Sociedad, si aquéllos caen en manos privadas, debe entenderse que solo permanecen en ellas “en custodia”, a nombre de la comunidad. El custodio, en la primera buena oportunidad que se le presente, debe descargarse de tal custodia, debiendo ser sensible a esta solicitud y no eludir el cumplimiento de este deber que le incumbe, tanto más, cuando el hecho sea solo conocido por él. Miles de accidentes pueden ocurrir después de una oportunidad perdida y privarlo de otra ulterior. Esto muestra cuán cuidadoso debe serse en aquello que concierne al País y que poco, en tal caso, puede fiarse en el Tiempo, que no da seguridades de que la oportunidad brindada pueda repetirse.

Estas consideraciones me han inducido a la publicación de la siguiente propuesta, que cayó en mis manos hace años, por accidente y que he rescatado de un polvoriento rincón de mi estudio, al tomar conocimiento de la Declaración de Guerra contra España.

Tan pronto como supe de esto, pensé en ella, pero a pesar de que siempre la consideré una pieza tan curiosa como útil, solo me decidí a publicarla de manera que ahora lo hago, ante el Informe de una Ley que pronto se promulgará, para alentar a los súbditos de Su Majestad a entrar en coparticipar en una más efectiva realización de represalias contra los españoles. Si no hubiera sido por esto yo creo que la habría puesto en manos del público tal como estaba y sin ninguna observación. Pero, como el hacerlo como ahora lo hago, se me aparece como de mayor importancia, resolví lomarme todo el trabajo que pudiera para explicarla y hacerla más ampliamente útil en la presente e importante coyuntura.

Hubiera sido más fácil (y a ello estuve inclinado) haber dado nueva forma a este proyecto y olvidar totalmente al autor del original. Pero esto hubiera sido vil y bajo. Hubiera sido cometer la negra falta del robo y en lugar de hacer justicia a la Comunidad, habría sido sólo una imposición. Un justo sentido de ello me ha obligado, no sólo a preservar la pieza en su forma original y con las propias palabras del autor sino también a refrenar la intención de efectuar interpolaciones o recortes de cualquier naturaleza que ellos fueran. En una palabra, me incliné a entendérmelas con el trabajo de aquel caballero, realizando luego (hasta donde yo fuera capaz de hacerlo) un trabajo propio derivado o inspirado en aquél.

Con respecto al autor; yo puedo sólo decir que fue una persona de gran habilidad, mucha experiencia y alguna distinción en el Mundo, al que le llevaron sus méritos. La pieza misma lo mostrará y yo no puedo, ni es necesario que lo haga, decir nada más.

Ha muerto hace tiempo y como consecuencia, está fuera de los alcances del Favor o de la Envidia. En vida fue un celoso amigo de su País y, aún en su tumba, su trabajo no se enterró con él. Todo amigo de lo benemérito, debe estar agradecido a la memoria de este hombre. No me preocupa de cómo será recibido este pequeño trabajo. Tiene mérito suficiente para hacerlo aceptable en cualquier tiempo. Es propio considerar, ahora, que habría complacido aun teniendo menos mérito.

Las observaciones que se agregan tienen la misma intención que la pieza original, o sea, despertar en el pecho de todo inglés el debido sentido del Honor y una justa consideración por el Bien Público, en tan crítica coyuntura. Si en alguna forma alcanza tan deseable como glorioso propósito, se habrá hecho el mayor honor al patriota muerto y me habrá recompensado por cualquier pequeño trabajo que yo me hubiera tomado. Con estas reflexiones la entrego a las manos de la Nación Británica y deseo sinceramente el verle abrazar esta u otras más provechosas o laudables propuestas.

 

 

 

UNA PROPUESTA
para humillar a
ESPAÑA

Escrita originalmente en MDCCXI.

En mi opinión, no hay nada más sorprendente en todo el curso [En el Reinado de la Reina Ana de Gloriosa memoria.] de esta ruinosa aunque necesaria guerra, que la poca ventaja que hemos sacado de nuestra gran superioridad en el Mar; si nuestras manos están atadas por secretos tratados y por tanto, no podemos actuar donde naturalmente tenemos las mayores perspectivas de éxito, así como la mayor necesidad de llevarlo a cabo; yo digo, si este es el caso, que es un verdadero ejemplo de una indefendible complacencia hacia nuestros aliados o nuestros enemigos. Pero sin hacer más aventuradas conjeturas acerca de algo que ha preocupado a muchos otros, aparte de mí mismo, procederé a tratar del punto que, en este momento, me induce a poner la pluma sobre el papel. Y si no estuviera totalmente, convencido, de que la siguiente propuesta es tan beneficiosa como necesaria a Gran Bretaña y también adecuada para ser intentada ahora, no hubiera hesitado en no decir ni una palabra concerniente a ella.

Yo, humildemente propongo al Gobierno, enviar, a principios del próximo Octubre, ocho buques de guerra con cinco o seis grandes transportes, cuyo total de unidades muy bien podría conducir 2.500 hombres preparados para desembarcar en cualquier momento y atacar, o más bien tomar Buenos Aires, que está situada sobre el Río de la Plata. Estoy convencido que, o bien no harían defensa alguna o bien, esta sería débil, (1) contra tal fuerza, porque si solo se tratara de saquear, no dudaría en hacerlo con solo 400 bucaneros. Pero estoy lejos de pensar en esto como en una aventura, sino por el contrario, tan pronto como sea tomada, propongo fortificarla de la mejor manera que el país permita, porque no hay piedra y los perezosos españoles nunca han tratado de hacer ladrillos; pero estas deficiencias pueden ser remediadas en más de una manera y cuando la Plaza esté fortificada, debería dejarse la más numerosa guarnición que pueda ser desembarcada, sin debilitar en demasía a los buques de guerra, ya que los hombres enviados en los transportes, es de suponer que lo fueron para ser dejados allí. Ahora, para mostrar la gran importancia de esta Plaza, me encuentro en la necesidad de hacer una somera descripción del País y el uso que pueden hacer de él mis compatriotas, si ellos lo desean.

La boca del Río de la Plata está situada a los 35° de latitud Sud y la ciudad de Buenos Aires se halla en la ribera Sud del río, en un ángulo de tierra formado por un pequeño riacho llamado Río Chuelo (Riachuelo). No tiene otra fortificación para su defensa, que un pequeño fuerte de tierra, rodeado de un foso, que monta 18 ó 20 cañones; la ciudad contiene unas 500 casas habitadas por un pueblo muy rico, que ha sido tan feliz, como para no haber sido atacado por ningún enemigo desde que se estableció, lo que se debe a que está situado fuera de los caminos de todo el Mundo, como podría decirse, con excepción del de los portugueses. Toda su fuerza se computa (según Mons. Acárete du Biscay) en no más de 600 hombres, incluidas las tres compañías de la guarnición (2).

 

La fertilidad de este feliz país excede lo creíble. Sus ricas llanuras, que son las mayores del mundo, de cincuenta y algunas de 60 leguas de circunferencia, están tan cubiertas de ganado que no pueden creerlo sino aquellos que lo pueden ver.

Pero para daros una idea sobre la materia, solo mencionaré un procedimiento que tienen para detener el desembarco de un enemigo y que es el de llevar un número tan vasto de bueyes, vacas y caballos hasta la costa, que es materialmente imposible forzar un camino a través de ellos. Monsieur Acárete afirma que los habitantes se lo dijeron cuando él estuvo allí (3).

Este autor que acabo de mencionar ahora, sin disputa merece el agradecimiento del Mundo por su informe sobre Buenos Aires y los Países entre éste y el Perú, el mejor de los que se conocían hasta entonces, y por supuesto, tuvo las máximas ventajas para así hacerlo. Yo siento que algunos puedan objetar, que las cosas han cambiado mucho desde aquel tiempo, pues el viaje se hizo a aquel punto, por orden de la corte de España, en el año 1657; pero yo estuve en Lisboa el pasado verano, en ocasión que tres buques de guerra holandeses entraron con dos grandes galeones que habían salido el día anterior de Cádiz con destino a Buenos Aires, que no habían disparado un tiro contra aquellos porque tenían un pase de la Reina de Inglaterra y pretendían que ella estaba obligada a hacer que los holandeses los dejaran en libertad, para lo cual solicitaban a Milord Gallway les diera pasaje en los paque—botes para Inglaterra con el objeto de negociar sus asuntos en la Corte. Durante este tiempo tuve oportunidad de discurrir con dos de sus pilotos, todos los días; uno de ellos era griego y sujeto muy sensible, que satisfizo todas mis preguntas muy francamente; el otro era un vasco y más reservado, pero en lo principal, confirmaron todos los detalles del relato de M. Acárete. Pero, ahora, para poner fin a la descripción de este delicioso lugar, diré que el suelo produce todo lo que Francia o Italia tienen como vanagloria, en productos de granja y frutos y, como granos, poseen trigo, cebada, mijo, etc., etc., que florecen como en la mejor parte. Mi autor va más allá, diciendo que las perdices son a penique la pieza y que la carne de vaca, ternera, cordero, liebre, conejo, pollos, aves salvajes, etc., etc., valen proporcionalmente y en cuanto a lo saludable del clima que corona todas las otras bendiciones, no es excedido por nada en la superficie del globo y por esta razón fue llamada Buenos Aires o “Good Air” (4).

Esta corta descripción demuestra, suficientemente, la generosidad, tanto de su clima como de su suelo y estoy persuadido que puedo fácilmente probar, que la situación, en relación con el Comercio, de esta Nación, es de la mayor importancia y que ningún lugar o País bajo el Cielo, es tan capaz de aumentar el Comercio y la riqueza de Gran Bretaña y esto puede ser innegable por argumentos que son evidentes por sí mismos.

Corre una noble carretera de Buenos Aires a la Provincia de Los Charcos (Charcas) donde se encuentra Potosí y las más considerables minas y como esta Provincia es la más al Sud de todo el Reino del Perú, es una consecuencia, que toda Sud América, puede ser provista de géneros y mercaderías de toda clase que desee, por este camino, infinitamente más barato que cualquier otro en uso. Y la razón por la cual los españoles no hacen uso de él para estos propósitos, se explicará oportunamente. Pero pienso que no está fuera de lugar que dé a mis lectores aquí, una relación de cómo era provista de sus necesidades toda América del Sud, antes de que la guerra estallara. En primer lugar, las mercaderías que venían de Inglaterra, eran embarcadas en Cádiz a bordo de galeones, que las llevaban a Porto Bello, donde eran descargadas y enviadas por tierra, a lomo de mula, a Panamá y reembarcadas a bordo de buques en la Mar del Sud y llevadas al Callao y de allí dispersadas por tierra, otra vez, hacia las diversas provincias de este vasto continente: de donde, las cargas de exportación excedían el costo original de la mercadería, en cuatro o cinco veces. En cambio, desde Buenos Aires, las cargas serían poco considerables en comparación con las del camino usual; porque el viaje de allí al Perú, se puede hacer fácilmente en sesenta días y los caballos y las mulas de transporte, no hay país en el mundo que esté tan provisto como éste, ya que Perú se provee de estos animales allí y a través de todo el viaje no pasan el menor peligro de hostilidad alguna de parte de los indios, porque la Provincia de Tucamán (Tucumán), a través de la cual pasan, ha gozado de perfecta tranquilidad desde su primera fundación por los españoles, haciendo excepción, Salta, cuyos límites caen sobre el Valle de Calchaquí, que suele ser usado frecuentemente por plagas de chilenos, razón por la cual las recuas o caravanas de mulas, que usan estas rutas, nunca se acercan a ella. Encuentran, además, en su ruta, cada cuarenta o cincuenta leguas, buenas ciudades como Cordova (Córdoba), St. Yago de Lestro (Santiago del Estero), St. Michael de Tucumán (San Miguel de Tucumán) Esseco (Esteco), Xuxui (Jujui), Omaogaca (Humahuaca), Socchra (Sochoa) y otras, o simples plantaciones dispersas arriba y abajo del país, que hacen el viaje tan placentero como cómodo.

Ahora, deseo que el inteligente lector considere la gran diferencia con la ruta actualmente en uso y para eso propongo dirigir sus ojos sobre los mapas para ayudarlo a formarse un verdadero Juicio sobre la materia; debiendo al mismo tiempo recordar los inconvenientes así como las cargas que significan el entrar todas las mercaderías a Cádiz, consignadas a firmas españolas para evitar la confiscación, antes de ser puestas a bordo de los galeones y los muchos azares a que son expuestas al ser embarcadas y reembarcadas tan a menudo, aparte del transporte terrestre, muy frecuentemente de varios cientos de leguas, antes de llegar al mercado a que están destinadas, lo que las hace excesivamente caras, pues lo que cuesta 100 libras en Cádiz debe, por necesidad, ser vendido a mil, para recompensar a los mercaderes, en grado tolerable, por las cargas y riesgos que han corrido, así como también, por el largo tiempo por el que ellos deben desprenderse de su capital. Mientras que para el viaje a Buenos Aires, cuando las mercaderías puedan ser transportadas en buques ingleses, si ellas cuestan 100 libras en Inglaterra, pueden ser vendidas en el mercado por solo 250 libras. El mercader gana considerablemente más por ellas y puede realizar tres viajes, en el tiempo en que hace uno, de la otra manera. Y ciertamente, dada la considerable falta que tienen de estas mercaderías, que tanto necesitan el consumo de ellas, aumentaría, porque nuestros productos y telas son tan irrazonablemente caros, por las razones ya mencionadas, y así los pobres y aún los comerciantes, hacen uso de las telas de Quito para sus vestidos y solo los mejores usan géneros y telas inglesas. Pero si de una vez, nosotros podemos fijar nuestro comercio, por el camino que yo propongo, con seguridad, arruinaríamos en pocos años, la manufactura de Quito (5).

A pesar de que podría decirse mucho más sobre este asunto, lo omito en sacrificio a la brevedad. He dicho bastante para aquellos que son jueces competentes, para quienes escribo. Confieso que esto es, para mí, artículo de vital importancia para Inglaterra y es lo que, lastimosamente, estamos queriendo asegurar en esta costosa y sangrienta guerra. Y si fallamos en nuestro propósito, adiós manufacturas de lana, etc. Pero si de una vez aseguramos esto (lo que, si nosotros estamos persuadidos de todo corazón que debemos realizar, no tengo la menor duda que puede ser fácilmente conseguido) podríamos gozar, a pesar de ambos, franceses y españoles y aunque Felipe conserve el Trono de España, del más beneficioso comercio que nunca hemos tenido con Sud América, porque Buenos Aires y el territorio dependiente, proveen muchas comodidades indispensables al Perú. En primer lugar, todas las muías y caballos que se usan en la Presidencia de Los Charcos (Charcas); que ellos usan en muchas ocasiones para llevar primero, el mineral y luego, la plata de lugar a lugar, provienen de allí (6) y además, ellos tendrían mucho trabajo para subsistir, yo pienso, en Potozi (Potosí), si no fuera por la gran cantidad de carne de vacuno desecada, que también traen de Buenos Aires y de la que depende el pueblo ordinario para su subsistencia. No puede imaginarse la cantidad de provisiones de toda clase que son necesarias en las minas y es necesario tener en cuenta que todas las regiones del Mundo que producen oro y plata, en cualquier cantidad, están desprovistas de toda otra producción y son muy insalubres con excepción de Chile. Pero lo que es aún más importante que todos los ya mencionados productos, es la yerba del Paragua (Paraguay) que sólo se encuentra en el país adyacente y dependiente del Gobierno de Buenos Aires, que es de tan grandes consecuencias para Perú y Chile, que sin ella les sería imposible extraer ningún mineral de plata fuera de las minas, pues los pobres desventurados, negros e indios, que se emplean para trabajar en ellas, caen prácticamente cada hora, sofocados por los vapores minerales que aspiran en aquellas vastas cavernas subterráneas y nada los recobra, salvo un licor hecho con la infusión de esa hierba en agua caliente, endulzada con azúcar, que beben en cantidad y que los restaura a su antiguo vigor. Algunas veces, cuando el caso es muy malo y los esclavos están casi muertos, antes de poder ser llevados al aire fresco, lo usan como emético, haciendo una infusión más fuerte, quitando el azúcar, lo que limpia sus estómagos de las materias ofensivas y salva sus vidas cuando ya todo es inefectivo. Los habitantes que viven en la superficie están, también, extremadamente plagados por las emanaciones del mineral y con sus cuerpos tan secos, o más bien apergaminados en tal grado, que si no fuera por el mismo remedio o licor, que chupan todo el día, no podrían vivir cerca de las minas y aún con todos los cuidados que toman, sus vidas se acortan extremadamente, pero ¿qué no es capaz de hacer la avaricia, especialmente de los españoles? En una palabra, sin esa yerba, las minas serían de poca o ninguna utilidad y la Provincia de los Charcos (Charcas) muy poco habitada. Este es el té del país, que están en absoluta necesidad de tomar no por placer, sino para preservar la vida (7).

Esta hierba es cosechada en el País del Paragua (Paraguay), cerca de la Ciudad de Asunción, que está situada sobre el Río de la Plata, a unas cien leguas arriba de Buenos Aires, donde es empacada y enviada por río a Santa Fé, una pequeña villa, cerca de ochenta leguas arriba de Buenos Aires y dependiente de ese Gobierno, donde los mercaderes de Chile y Perú van a comprarla, cargándola en mulas para regresar a sus respectivas ciudades. Esta villa de Santa Fe es el único pase por el cual pueden ir a Perú, pues la gente no debe imaginarse que se puede tomar y elegir el camino a seguir en estos Países, como se hace en Europa y, es verdaderamente providencial, que haya un buen camino a través de este gran País tan pobremente poblado.

Pero supóngase que pudiera hacerse. Esto sería de poca utilidad, pues siempre volveríamos a caer en Buenos Aires. Debemos, por tanto, fortificar Santa Fe, que al presente no tiene más de 60 casas, sin ninguna clase de fortificación y tomar Asunción, asentando allí una colonia de nuestra propiedad. La ciudad se dice que contiene alrededor de 400 familias, pero no está mejor defendida que las otras. Fue establecida por gente que por su laxitud y mala conducción ha perdido sus fortunas en Perú y en estos días sirve como retiro para tal pueblo que no puede vivir sino con los Indios (8). Los alrededores proveen todo lo necesario para la vida, aún en superabundancia, por cuya razón, los habitantes son extremadamente perezosos y descuidan totalmente el comercio, perdiendo su tiempo en fiestas y tocando la guitarra. Tienen muy poco dinero circulando entre ellos, cambiando una cosa por otra como los indios. Esta yerba, les procura vestidos de Buenos Aires, así como otras mercaderías europeas que ellos necesitan. En síntesis, el País es demasiado bueno para sus inactivos habitantes. Yo deseo que mi lector observe que todos los lugares que yo he descrito, como Buenos Aires, Santa Fe y Asunción están situados sobre el mismo río y, a pesar que la distancia entre ellos aparece, a primera vista, como muy considerable, teniendo una fácil y directa comunicación por agua, el tránsito se hace así más conveniente que el hacer cincuenta millas por tierra.

Pienso que es realmente obvio para el ojo de cualquiera que, si podemos establecernos en Buenos Aires, los españoles estarán en la más absoluta necesidad de abrir su comercio con nosotros. No está en nuestro poder imponer qué términos deseamos, pero si no tuviéramos otro camino para obtenerlo, que proveer nuestras mercaderías tan baratas como las que ellos nos pueden proveer a nosotros en cambio, aún eso, con un poco de paciencia, infaliblemente lo produciría. Pero, sin caer en esto, podríamos tenerlos de una manera a nuestra merced, teniendo la hierba del Paraguay en nuestras manos.

Pero nosotros tenemos aún otro sistema para con los españoles, tan poderoso como conveniente, para producir el efecto deseado, como ninguno de los ya mencionados, el cual es el proveerlos de negros, en número suficiente y más baratos que anteriormente. Este es el gran inconveniente con el que han tropezado, en su trabajo, los españoles en los últimos tiempos, porque habiendo destruido a los naturales habitantes, están obligados, ahora, a realizar el trabajo con negros, de los cuales no pueden conseguir el número que desean y ciertamente, si se les proveyera ampliamente, podrían obtener, por año, doble cantidad de plata que la que obtienen ahora. Debe confesarse que ellos usan todos los medios para obtenerlos. Los genoveses resolvieron suplírselos a un precio concertado entre ellos, para lo cual, finalmente, formaron una Compañía llamada Assiento (Asiento) que tiene sus Factores en Jamaica, Curacao y Brasil y ruego se considere la prodigiosa vuelta que ellos hacen antes de llegar a las minas, primero, de Guinea a Jamaica, de allí a Porto Bello y luego a Panamá, donde son reembarcados a bordo de la Flota cuando retoma al Callao, lo que significa un viaje de cuatro meses, por lo menos, porque tienen vientos contrarios en cada legua de su viaje. Después de estar algún tiempo en el último puerto mencionado, son puestos nuevamente a bordo y enviados a Arica, lo que implica un viaje de un mes o algo así y cuando desembarcan, no tienen menos de 150 millas a las minas. De ahí que, yo pienso, que esto implica que, finalmente, de los negros originalmente comprados por los Factores, sólo lleguen a Potosí o a las minas adyacentes, uno de cada tres. Mientras que los negros que pueden enviarse desde Buenos Aires, estarían libres de los inconvenientes que los otros desdichados sufren, pasando por tantos climas malsanos diferentes y tantos tediosos viajes por mar, especialmente considerando como están acomodadas estas miserables criaturas, todo el tiempo, tanto en alojamiento como en dieta. Pero en el camino que yo propongo, sólo tendrían un corto viaje por mar, de la costa de Guinea a Buenos Aires, pudiendo navegar las cuatro quintas partes del viaje con vientos favorables y cuando desembarcaran, pasarían por uno de los más placenteros y saludables países del Mundo, aún, de cierta manera, hasta en la misma boca de las minas, de modo que puede aventurarse a afirmar que, con un cuidadoso manejo, podrían no perderse uno en diez. Este solo artículo, es de la más prodigiosa consecuencia y capaz de convertir a nuestra compañía Africana en la más floreciente del Reino y debe confesarse que es la más beneficiosa para esta Isla, de todas las compañías que han formado nuestros mercaderes, porque una carga bien surtida para Guinea, consta de ochenta diferentes productos de los que, por lo menos setenta, son de los fabricantes y productores de este país y ellos nos traen oro, esclavos, marfil y madera para tintes, mientras otras compañías, exportan nuestra plata e importan para nosotros, cosas con las que estaríamos mejor sin ellas.

Todos saben que nuestra compañía Africana está ahora prácticamente disuelta, con gran alegría de los holandeses y franceses y debemos, si no estamos enfatuados, ponerla rápidamente en mejor pie que antes y no dejar que tan importante rama de nuestro comercio se hunda, para enriquecimiento de nuestros vecinos y nuestro propio escándalo. Nada puede ser más melancólico que el presente estado de nuestro comercio. El Comercio español, que fue merecidamente llamado el predilecto y la mina de plata de Inglaterra, se ha perdido finalmente en el presente y, lo que es peor, ha sido ganado por nuestros enemigos. El africano, suspendido por el momento, siendo difícil juzgar la suerte que, finalmente, correrá. En el comercio ruso estamos fuera, desalojados por los holandeses. Como en nuestro comercio mediterráneo, tenemos tan pocos buques que retornan salvos, nos permitimos juzgar que cada año, seremos perdidosos. No me preocupa mucho en dar mi juicio concerniente a nuestro comercio con las Indias Orientales, porque nunca he oído que nadie dijera que nos enriquecemos con él. En una palabra, nuestro pobre País tiene solo poco que pretender de nuestro comercio de las Plantaciones [El lector debe recordar que esto fue escrito hacia el fin de las guerras de la Reina Ana.] y éste está tan arrasado por los franceses y mal manejado, que aparece con una complexión enfermiza y, si no se toma más cuidado, va a contraer consunción. Sé que la respuesta común es, que la Paz hará que todo retome a sus propios canales, pero hay gente que ama a su País, tanto como sus otros compatriotas, que dudan de ello fuertemente, porque saben, por muchos desastrosos ejemplos que, cuando el comercio, por algún inevitable accidente o mala conducción, cambia su viejo curso, todos los esfuerzos de experimentadas e inteligentes cabezas han resultado inútiles para volverlo a él [Esta es una excelente observación del autor, y tiene particular relevancia en nuestro tiempo.]. Por tanto ruego, humildemente, a mis compatriotas, a quienes la Providencia ha colocado como centinelas para guardar su comercio y que son liberalmente pagados por el pueblo, por sus fatigas, a reparar esto, rápidamente, en beneficio de la Riqueza de su País o a declinar, hábil y honestamente, sus cargos.

Pero retornemos una vez más a Buenos Aires, ya que antes de dejarlo debo dar noticia de otra producción que allí abunda: los cueros. Aunque estos artículos recién se mencionan, después de tan gran cantidad de otros, si se los examina mejor, se verá que no son de poca importancia. M. Acárete du Biscay dice que, cuando arribó allí por primera vez, encontró fondeados en el puerto veintidós buques holandeses, que tenían a su bordo, uno con otro, 14.000 cueros cada uno y calculó que dichos cueros podían cotizarse en Europa a veinticinco chelines la pieza (9). Y más adelante dice que si hubiera habido cincuenta buques, podrían haber sido cargados de idéntica manera. Díganme, pues, si este es un artículo despreciable. Esto ocurrió cuando Oliver declaró la guerra a España, lo que había puesto tal paro al comercio entre Cádiz y América, que los habitantes se veían obligados a comerciar con los holandeses o carecer de toda suerte de productos europeos, esto era capital para la Ley de España y el Gobernador, no obstante la necesidad, fue, poco tiempo después, enviado prisionero a España y todo lo que él tenía fue confiscado en beneficio del Rey. La corte de España permitía sólo dos buques anuales de Cádiz a esa Colonia y se necesita poco esfuerzo para considerar lo que esto concernía al pueblo, ya que ganaban el doble (negociando con los holandeses) que lo que ganaban los mercaderes que utilizaban los galeones, recibiendo, además, sus pagos en mucho menos tiempo. A menudo se había solicitado a los Ministros de Estado españoles el enviar por esta vía los tesoros de Chile y Perú y finalmente abandonar la de Porto Bello, como aparentemente más expuesta a todos los enemigos, especialmente, desde la pérdida de Jamaica. La Corte estuvo muy inclinada a aceptar este consejo, ya que era sensible a la verdad de los argumentos, y dadas las tristes experiencias tenidas en guerras anteriores, tanto con los holandeses como con nosotros, pero luego de examinar la propuesta más detalladamente, la rechazaron, porque percibieron, claramente, que si abandonaban la ruta usual, una gran cantidad de ciudades y comarcas que se hallaban en condiciones florecientes, quedarían, en corto tiempo, desoladas, ya que dependían absolutamente del pasaje de la plata y otras mercaderías de Perú y Chile, ya sea a través o cerca de ellas. Como consecuencia de esto, las otras naciones de Europa que no tienen tal elección de países para instalarse, se apoderarían de ellas y se convertirían en vecinos de España más cercanos que lo permiten sus intereses. Debe admitirse que los españoles han procedido, en el asunto en debate, con buen juicio. Pero si cualquier nación en guerra con ellos se apoderara de Porto Bello y pensara en este camino para impedir que ellos llevaran la plata del Perú a la metrópoli, se encontrarían extremadamente defraudados y los españoles se burlarían de ellos, cambiando rápidamente el curso en el sentido indicado y cuando la guerra hubiese terminado, volverían al interior, en la primera ocasión que les fuera propicia. No puedo evitar el hacer notar aquí, que una gran cantidad de gente se ha equivocado, como yo, desde el comienzo de esta guerra y que estábamos plenamente convencidos con la idea de tomar Porto Bello y Panamá, pensando así encerrar la plata en las minas, porque con su política, los españoles no tendrían ni negros para trabajar en ellas ni pasaje para llevarla a Europa (10). No habría perdido tanto tiempo en mencionar tan débil e inútil proyecto si no fuera porque no pasa hora sin que se pretenda hablar de este asunto. Y sólo puede compararse con otro proyecto que hizo mucho ruído "hace unos dos años, que fue el de armar una pequeña escuadra de buques, cargarlos adecuadamente para los Mares del Sud y enviarlos, ahora que estamos en guerra, a comerciar con ellos. Seguramente, este ha sido uno de los más bajos y villanos proyectos que jamás se han ofrecido al pueblo. No puedo perder mucho tiempo en hablar de este asunto, pero haré algo en favor de algunas personas bien pensantes que mantienen una demasiada buena opinión sobre este proyecto.

Nuestros mercaderes en tiempos de Carlos II, cuando estábamos en profunda paz con los españoles, tenían “in mente” ver, si no podrían procurarse un comercio con ellos en los Mares del Sud, como el que tenían en el Mar del Norte, desde Jamaica. Pero ellos no sabían o no habían considerado bien, la gran diferencia entre las dos costas opuestas, porque la del Norte es casi toda de tierras bajas y llena de muchos más excelentes puertos que los que los españoles son capaces de ocupar, quedando por tanto muchos de ellos, deshabitados, donde pueden entrar nuestros “sloops” de Jamaica, bastando la señal usual de un cañonazo para que acudieran los comerciantes privados españoles, operando con seguridad todo el tiempo requerido para despachar los negocios y, en caso de no poder hacerlo, como ocurría a menudo, sólo tenían un corto viaje de regreso a Jamaica. Mientras que en el lado Sud es toda costa brava (Iron Coast), como los marinos la llaman y, como el Capitán Dampier ha observado sabiamente, cuenta con el mínimo de puertos o radas, de todas las costas conocidas del Mundo y están todos ellos ocupados y fortificados por los españoles. Estas cosas, que como os he dicho, no fueron bien consideradas, hicieron perder a nuestros mercaderes tanto sus buques como sus cargas. El primero que conozco fue enviado allá, fue el Capitán Swan con un pequeño buque llamado “Cygnet” con una carga muy rica en la cual estaba interesado el Duque de York como aventurero. El Capitán a su arribo, de acuerdo con los sobre—cargos hizo todo lo que fue posible para realizar una transacción y ¿cuál fue el resultado? . Los españoles, después de tenerlo en suspenso algún tiempo, con buenas palabras, a la espera de poder sorprender su buque, lo cual él tuvo la prudencia de prevenir, se apoderaron de su bote, mataron a algunos de sus hombres y tomaron prisioneros al resto. Y fue una gran providencia que él y todos sus hombres no murieran de hambre, porque hay que estar muy acostumbrado a estos mares para saber cómo subsistir en ellos. Y luego de un largo viaje como era el realizado desde Inglaterra se podía suponer que la tripulación estaría necesitada de refrescos, pero para su fortuna, navegando más adelante, a lo largo de la costa, perdida toda esperanza de comerciar, encontraron finalmente, una compañía de corsarios que habían llegado a esos mares a través del Istmo de Darién, bajo el mando de un tal Harris, que había tomado a Santa María en su camino y encontrado un gran botín de oro, que encantó tanto a la gente del Capitán Swan, furiosa ya con la pérdida de sus camaradas, que lo obligaron a entenderse con aquéllos y convertirse en corsario, lo cual, si bien estoy persuadido que no era estrictamente legal, preservó sus vidas. Lo que pasó después lo ha relatado el Capitán Dampier pero el buque y la carga se perdieron enteramente para los mercaderes.

Esta prueba pudo no satisfacer a todos y los mercaderes enviaron, nuevamente, al Capitán Strong, con mejores instrucciones que el precedente e ilusionados con su éxito. Pero la suerte fue con mucho, lo mismo. Sólo el Capitán Strong, por rara casualidad, pudo regresar y el relato que hizo posteriormente, descorazonó a los mercaderes sobre cualquier intento ulterior. Y ruego se nos deje imaginar que jamás podría ocurrir de otra manera con un buque que arriba a la Mar del Sur, luego de un largo viaje, batido por todos los tiempos y sin duda, con varios de sus tripulantes enfermos. Bien, lo que le puede suceder es no encontrar puerto para entrar, salvo aquéllos defendidos por una fortaleza; entonces, el Capitán sólo puede mandar su bote a tierra con propósitos comerciales y mantenerse en el mar con su buque, esperando una respuesta. Bien, ¿qué puede, razonablemente, esperarse de los españoles? Seguramente, llenos de expectación por la novedad del asunto y aún sabiendo que es total y directamente contrario a las órdenes del Rey, el comerciar con nosotros por el valor de un dólar y que el gobernador de cualquier ciudad perdería infaliblemente su cabeza por permitirlo, es posible que existiera una gran tendencia en el pueblo para hacerlo; pero yo os diré, no obstante, que lo que ellos seguramente harán, es tratar, por todos los medios posibles, de sorprender vuestro buque o buques y fallando esto, a alguno de vuestros botes u hombres. Ellos, en cuanto os descubran en la primera ciudad, enviarán aviso al virrey, que puede dar órdenes de preparar los navíos del Rey en el Callao para tomaros y despachar sus órdenes a todo lo largo de la costa para molestaros todo lo más posible. Entonces, ¿qué puede hacer un buque mercante en ese caso, que no tiene a Jamaica para retirarse y no puede hacer mucho más que conseguir agua dulce sin conocer estos mares muy bien? . Si se decidieran a usar la fuerza, salvo un milagro, sería de muy poca utilidad, porque el País está en guardia, en todas partes y hay que suponer que los buques mercantes no disponen del número de hombres requerido para tener éxito por esta vía. Así, bajo todas las apariencias humanas, terminaría tan buena empresa. Y os ruego, me digáis ¿qué hay de extraño en todo esto? ¿Debemos nosotros (algo más que los españoles) sufrir que otra nación comercie con nuestras plantaciones americanas? (11).

Si tenemos mayor éxito en nuestros intentos de comercio en el Mar del Norte, es debido a las razones ya mencionadas, porque sus gobernadores nunca lo favorecen, y nos toman en sus galeras y grandes piraguas (por sorpresa) tantos de nuestros “sloops” comerciales como puedan. Y, a menudo, nosotros comerciamos de día y combatimos de noche, con la misma gente. Pero habiendo tantos puertos inhabitados, es posible ocultarse y además, Jamaica está muy convenientemente situada para estos negocios y a la menor noticia de un posible mercado, salen hacia el punto indicado, desde Port Royal, dos o tres “sloops”.

Pero en los Mares del Sud, ni teneis puertos amigos para retiraros ni inhabilitados que sirvan para tal propósito ni cualquier posible medio de mantener una correspondencia. En una palabra, soy de opinión que, habiendo una gran cantidad de villanía escondida en el fondo de este proyecto, debemos dejarlos a ellos que doren la píldora como les plazca. Pero, si mis conciudadanos tienen esto en su corazón, como uno podría pensar que habría poca razón para dudarlo, dejemos que ellos vuelvan sus pensamientos sobre Buenos Aires o Chile. Pero el primero debe ser, con mucho, el preferido, por muchas razones: Porque un viaje a Chile y regreso, puede tomar no menos de veinte meses y debe pasarse a través de un mar tormentoso y tempestuoso como ningún otro en el mundo, mientras que al Río de la Plata, no tomaría ni la mitad de ese tiempo, con todas las posibilidades de encontrar poco o ningún mal tiempo en todo el viaje. Segundo: el Virrey del Perú no estaría capacitado para molestaros en Buenos Aires, antes que hubiérais recibido, probablemente, un segundo refuerzo o suplemento, pero no con Chile. Tercero: Estamos más seguros de procurar comercio con Perú desde aquí (Buenos Aires) que desde Chile, dados los varios productos que Buenos Aires y el país adyacente ofrecen, de los que Perú necesita absolutamente y de los que no puede dispensarse. Existen, además, muchas razones, en mi opinión, muy convincentes que omito, en beneficio de la brevedad.

Cuando se haya hecho esta adquisición, no habrá que temer el procurarse habitantes, porque habrá más ocasión para usar el freno que la espuela. La posibilidad cierta de enriquecerse, la abundancia y la salubridad del País, serán tan incitantes para un pueblo empobrecido por una larga guerra y deseoso de comerciar, que el País se inundaría infaliblemente de habitantes, de un golpe. Pero debe procurarse observar un mayor orden en la ocupación de este País que el que hasta ahora hemos practicado en nuestras colonias de América, que para gran maravilla del Mundo, han arribado a alguna perfección pero, por supuesto, esto se debe, en gran medida, a nuestras guerras civiles, que han hecho que mucha gente adinerada haya huído allí con sus bienes. Esta fue la razón del apresurado crecimiento de Barbados y Virginia, nuestras dos más importantes colonias y por supuesto New England y Pensylvania, que deben su crecimiento a los sectarios. Me irrita y me preocupa el observar en nuestras colonias contiguas al continente, esta falta de previsión; porque estoy seguro que si una fuera atacada por el enemigo, el Gobernador de la siguiente, a pesar de estar bien dispuesto, encontraría como la cosa más difícil imaginable, el juntar 500 hombres para marchar a la ayuda de sus vecinos, a pesar de que estuvieran seguros de ser ellos los próximos. Hay solo una pequeña sugerencia que yo deseo hacer, por si se considera conveniente.

Al poblar Buenos Aires, aconsejo a mi País seguir la política de los Turcos y hacer que el pueblo tenga tierras en la misma forma de posesión que sus Timariots, que sólo puede dejarse a los herederos manteniendo el contrato original, que exige el estar listos a concurrir completamente armados al punto de reunión que se indique y servir donde y cuando el Gobierno le requiera. El número de acres que pueden darse a cada soldado, debe ser especificarlo después de algunos años de observación. Otra cosa que debe recordarse es, el nunca garantizar una extensión demasiado grande a un hombre, porque este es el mayor obstáculo que puede ponerse para poblar una colonia y es la verdadera enfermedad que algunas de nuestras plantaciones sufren, como Carolina, New York y las Jerseys. Tampoco están Virginia y Maryland libres de este morbo, el cual es ocasionado por villanos que toman la tierra porque la venta es libre, por poco o nada, que raramente se paga, con la esperanza de que aumenten para los nuevos colonos y mientras tanto no se ocupan de ellas ni de hacerlas útiles de alguna manera a la comunidad. Estas cosas han hecho un mal increíble a muchas de nuestras plantaciones, forzando al que llega para establecerse, a irse.

Buenos Aires permitirá estas y mayores restricciones si se creen necesarias porque los que vengan gozarán de las mejoras ya realizadas por los españoles sin haber sufrido la fatiga correspondiente y tendrán tantas otras ventajosas maneras de hacerse ricos por la situación y las buenas producciones del País que pueden reconocer, justamente, como un favor, el que se les permita establecerse y tener razonables extensiones de tierra garantizadas en equitativas condiciones.

Este País tendrá, en muy pocos años, fondos de su propiedad, sin oprimir en manera alguna a los habitantes y más que suficientes para sufragar los gastos del Gobierno, en base a impuestos, tales como un pequeño derecho sobre los negros traídos aquí por los españoles, lo mismo sobre la exportación de cueros y uno muy considerable sobre la yerba del Paragua (Paraguay), lo que hará que sea una de las colonias menos cargada de impuestos y, a pesar de ello, una de las más importantes que Gran Bretaña haya tenido.

Hasta aquí el manuscrito.

 

A continuación, mostraré cuán razonable es la presente publicación, de otra manera, algunos podrían pensar que yo hubiera hecho mejor en haberla sepultado en mi armario. Sin embargo, consideré que ésta hubiera sido una decisión muy apresurada. Porque aún admitiendo esta publicación como precipitada, la pieza, incuestionablemente, está bien escrita y es de gran importancia pública; por eso podrá considerarse correcto o equivocado su envío al exterior con respecto a mí, desde un punto de vista personal, pero es de derecho indiscutible con respecto a la Nación porque puede hacerse más adelante lo que no pueda hacerse ahora y ésta servir como guía para la Prosperidad, la cual, por buenas razones fue rechazada por sus Padres. Los holandeses hace cuatro o cinco años, enviaron dos grandes buques a descubrir (no sin éxito) en base a un proyecto que antes habían dejado dormir sesenta años. Los proyectos de utilidad pública pueden dormir pero, si ellos duermen en un lugar público, hay diez probabilidades contra una que, luego de algún tiempo, despierten. Esta pequeña pieza ahora ante nosotros, ha dormido ya una siesta de veinte años. Voy a exponer los motivos que me impulsaron a perturbar su descanso. Si pensáis que son justos, bien; si no, dejadle dormitar nuevamente.

La guerra en la que estamos empeñados en el presente, la considero perfectamente justa. Somos un pueblo de comerciantes en lo que obedecemos en nuestra naturaleza. Estamos situados en el medio de los Mares, lo que muestra que la Providencia nos invita a traficar. Nuestros vecinos del Continente no tienen, por tanto, razón para temernos; por el Contrario, muchos nos aman. No tenemos pretensiones en sus Dominios. No somos afectos a conquistas y siempre que nos metemos en los asuntos de aquéllos que están alrededor nuestro, es para prevenir que la Fuerza se convierta en Ley, que el débil sea tragado por el más fuerte y para mantener la Igualdad de Poder, lo cual es beneficioso a otros en sus efectos, como en el mantenimiento de aquello que es honorable a nosotros mismos.

Cuando, por tanto, cualquier Nación que sea, salvaje o desenfrenadamente trata de perturbar nuestro comercio, nos da justa causa para atacarla. El comercio concierne al Universo y el injuriarlo, por presunción o prejuicio, es una ofensa contra la Ley de la Naturaleza y de las Naciones. Pero en nuestro caso el comercio es de particular concernimiento. Es a él a quien debemos si no nuestra existencia, al menos nuestra fortuna y nuestra grandeza. La Nación que, por tanto, nos perturbara en este aspecto, mostraría su verdadera intención de arruinarnos y destruimos. La Prudencia puede, por supuesto, disimular esto por un tiempo, pero sólo la estupidez puede hacemos dudar de esto como un hecho. En el presente caso la muy bien fundada Declaración de Guerra de Su Majestad, muestra plenamente que nosotros peleamos, Aris et Focis, y [Frase de Horacio que significa por la religión (ara) y la patria (fuego - lar - hogar).] que el éxito en la presente disputa determinará, con certeza, si el Comercio de Gran Bretaña, será libre o no.

Esta guerra, por tanto, no sólo es justa sino razonable, pero es también justa porque es absolutamente necesaria.

Nosotros no hemos estado enardecidos hasta el punto de tocar madera al primer intento de injuria que cayera sobre nosotros. Nosotros hemos estado, hasta ahora, veinte años esperando y si en ese espacio se hubiese realizado un verdadero esfuerzo para extinguir nuestros resentimientos (para ello se desarrolló, según entiendo, alguna guerra fría) ello habría recompensado totalmente nuestra paciencia. Pero, ahora, es demasiado tarde para mirar atrás. Nosotros hemos sido compelidos, visiblemente compelidos, a tomar el recurso de la última Ratio Regun y debemos esgrimir este argumento hasta conseguir nuestro objetivo.

No digo esto para agradar a un Partido. Estoy persuadido que lo que he adelantado debe ser grato a todos los partidos. Al menos, este es el sentido que todos los partidos afectan tener del estado presente de las cosas y si en este caso, algún Partido disiente, ellos son los culpables y no yo. De conformidad con el sentimiento público, yo he regulado el mío y no hago cuestión sino que mi razonamiento sea admitido entre los hombres de Espíritu Público y entonces yo volveré al Punto. Me refiero al Punto que debe ser conseguido por la presente y justa guerra. Una guerra, que si necesitara argumentos para demostrar su utilidad al pueblo, el mismo pueblo los ha provisto. Porque la espada no fue esgrimida hasta que ellos no estuvieron listos a romper la vaina en pedazos (a luchar hasta conseguir lo que deseaban). Déjesenos preguntar qué es lo que ellos esperan.

La más alta autoridad de la Nación nos ha dicho que se espera que la libertad de nuestra navegación sea establecida, no sólo más allá de cualquier perturbación sino más allá de toda cavilación. Esto es lo que se debe hacer (cueste lo que cueste) para prevenir futuras guerras. Porque si quedara cualquier posibilidad de disputa acerca de estos, el continuar en un comercio clandestino con las Plantaciones españolas en tiempo de paz, que es todo por lo que Su Católica Majestad disputa, no podría impedirse, pero, nuestro comercio con nuestras Plantaciones (que los españoles mismos nos admiten como justificable, mostrando el más caluroso interés), este comercio que es no sólo beneficioso (lo que ya ha sido dicho) sino de la mayor importancia para la riqueza y el Poder Naval de este Reino, podría ser dañado gradualmente y eventualmente, perdido en su totalidad; yo digo, como un comercio beneficioso. La libertad de nuestro Comercio es, por tanto, un objetivo, del cual, como los Lores y los Comunes han afirmado, todo ciudadano debe estar, en conciencia, convencido que no debe apartarse. Es nuestro primer y favorito objetivo.

Pero, aparte de esto, cuando el Estado hace una guerra, es como cuando un hombre privado recurre a la Ley, debe haber costos y también daños; por otra parte, el conseguir lo mejor puede significar, como todo premio, el arruinarse. Todos saben que no hemos negociado sin gasto; que nuestros armamentos, para reforzar nuestros argumentos, nos han costado dinero y que la presente guerra no puede alimentarse sin considerables provisiones. Ahora, si estos gastos acumulados, caen enteramente sobre nosotros, nos será muy indiferente, aún el conseguir nuestro gran objetivo, que es navegar en paz hacia y desde nuestras propias Plantaciones. Esto lo hemos considerado siempre como un derecho, cualquiera sea el pensamiento de los españoles y, tirar millones para llevar sus cabezas a una justa manera de pensar, en tirar más de lo que podemos soportar. España podría percibir pronto esto y pleitear nuevamente. Esta es su política. Ella ha conseguido, desde el Tratado de Utrech, por ser pendenciera, diez veces más que lo que han conseguido otros pueblos por permanecer quietos.

El peor tratado hecho por España hasta ahora, en toda su visible apariencia, es el de la Cuádruple Alianza, al que entró a expensas de Sicilia, pero vemos que lo hizo con vistas, no sólo a conseguirla nuevamente, sino también a obtener Nápoles como ganga. Un extraño pero exitoso golpe de política. Así también Francia ganó, perdiendo Polonia; Stanislaus, por conseguir Lorena, ha hecho más por su yerno, que Luis XIV por su bisnieto. Debemos tener cuidado de esos refinados políticos que, derrotados en el campo, compensan sus pérdidas en el Gabinete. Pero ¿cómo? Dejándonos algo valioso para conservar y conservándolo cuando lo hemos conseguido.

Algún hábil partidiario de lo grande, puede decir que yo no soy político. Exacto. Pero puedo tener sentido común para todo esto. No estoy hablando sobre negociaciones, sino actuando. Soy tan poco hábil para la Política, que estoy por no confiar nada en ella. Es una especie de juego en el que nunca hemos tenido suerte. En los últimos años nuestros tahúres han superado a los extranjeros, jugando a las cartas. Pero en esta suerte de juego, como no se emplea a los tahúres, los forasteros son todavía más duros para con nosotros.

Yo sé que se ha dicho, aunque no sé donde, que el resto de las Potencias de Europa, estarían desagradadas si hiciéramos alguna conquista en América. Pero ¿debe esto asustarnos? ¿Cuál de las Potencias Europeas mostró extraordinaria preocupación cuando los españoles nos robaron y nos saquearon? ¿Quién se armó, quién entró en Tratados, para obtener Justicia para nosotros? . Ninguna Potencia de Europa, porque su interés era la Paz. ¿Por qué deben arruinarse o entrar en Ligas, cuando nos hacemos justicia por nosotros mismos? ¿Por qué tenemos que imaginarnos que se unirán a España en dificultades, cuando no se unieron a nosotros cuando fuimos injuriados? . Yo garantizo, que si nos volviéramos españoles y pretendiéramos usurpar la libre navegación de otras Naciones, que tal Liga podría formarse. Pero mientras nos mantengamos dentro de los límites de la Razón, nosotros podemos mejor conquistar como Nación, que saquear como Bucaneros. El resto de las Potencias Europeas, cualquiera sea lo que pretendan, deben, secretamente, aplaudir tal conducta. Además, tal conquista aumentaría el crédito de nuestras armas y el Espíritu de nuestro Pueblo. Ventajas éstas, ciertas y reales, y distantes de quiméricas apreciaciones.

Déjesenos recordar nuestra situación cuando tomamos Jamaica a los españoles ¿Estábamos unidos en nuestro País? No. ¿Teníamos considerables aliados en el exterior? Tampoco. Sin embargo, conquistamos y conservamos. Pero, se puede decir que las Potencias Europeas estaban divididas y celosas unas de otras. Así están ahora y el Gran Mediatriz con toda su habilidad sólo puede, escasamente, mantenerlas tranquilas. ¿Puede suponerse, por tanto, que aquéllos que han visto la debilidad del Emperador, arrojado de Belgrado, escudo de la Cristiandad, por los Turcos, sin equipar una escuadra, mandar tropas, o suplirlos de dinero, podrían unirse inmediatamente contra nosotros por tomar una sola plaza de los españoles? No. Los Estados de Europa no están, tampoco, ni enamorados de España ni deseosos de querellar con nosotros. Podemos, por supuesto, levantar tal espíritu, apareciendo como miedosos de él. Pero si reasumimos nuestras antiguas heróicas disposiciones de no cometer errores ni sufrirlos, encontraremos pocas Naciones dispuestas a provocarnos.

Existe aún otra razón, que debe persuadimos para actuar de esta manera. Es esta: Si no lo seguimos, tenemos otra vez el recurso de las Negociaciones. Podemos, bajo los auspicios de un mediador u otro, caer en el examen de los Tratados, probando nuestras pérdidas, estableciendo nuestras demandas y así por una decena de años, mientras los españoles, quizás estén saqueando. Pero estamos ya realmente enfermos de esta clase de dieta y sin embargo nos permitimos dudar ante la otra. Por veinte años hemos tenido Paz sin fin. Permítasenos tener, ahora, guerra con el mismo propósito. No pienso en una guerra sangrienta, cruel y sin misericordia. ¡Dios me perdone! Todo lo que yo pienso es en una guerra en beneficio del Pueblo, por medio de la cual podemos ganar algo como Pueblo, después de todo lo que hemos perdido, así como la reputación de saber como discernirnos y darnos justicia a nosotros mismos.

Nuestros vecinos son capaces de caer en error acerca del Poderío de Gran Bretaña en tiempo de paz, lo que es cierto cuando la espada está envainada. Nuestros mas próximos aliados en el Continente no imaginaron que nosotros podríamos poner en el Mar tan formidables Flotas. Nosotros hemos aparecido siempre con brillantez a la cabeza de las Confederaciones, pero hemos sido aún más terribles cuando hemos hecho la guerra solos. Hablo de esto en nuestro Honor y no con vistas a presentarnos como los matones de Europa, como lo han sido a menudo los españoles y naturalmente están inclinados a ser. Sólo hablo de esto como de los valientes efectos de Nacional resentimiento cuando los Derechos no nos son concedidos sino por la fuerza de las armas. Entonces es cuando el Pueblo de Gran Bretaña olvida el valor de la riqueza, así como todo pensamiento de seguridad, hasta conseguir que el Honor sea recobrado. ¿Y puede tan brava Nación, sentarse después, como un boxeador, con honor, pero con la chaqueta rota? No, no; debe hacerlo con finas vestiduras y usándolas. Dejad a aquéllos que han cometido el error, lamentarse en hábito de penitente. Pero déjesenos triunfar por la Justicia de nuestra causa y el Exito de nuestras armas.

Por eso puede que lo mejor sea dar una idea del derecho que tenemos a alguna satisfacción y también qué clase de satisfacción debemos tener; déjesenos considerar, brevemente, qué ha pasado entre España y nosotros desde 1714. Sé que debe sumariarse; que tal recapitulación debe ser hecha como un Manual para Reflexiones y que, ahora, todas las diferencias acerca de medidas pasadas, deben ser enterradas en el olvido, pero, esto no me concierne. Entro en esta mirada retrospectiva puramente con el objeto de aclarar mi pensamiento y lo haré sin hacer ninguna reflexión. Yo desearía que este método fuera usado más de lo que lo es en el presente, en todos los debates y en todas las disputas escritas, porque mientras los hombres claman al Pueblo, intentan, sin embargo, sólo satisfacer sus prejuicios privados y defender sus intereses personales. Por mi parte, no tengo la menor conexión con ninguno de nuestros Partidos. Yo deseo el Bien para todos y no lastimar a los individuos, por lo que espero que tengan buen oído; porque si yo digo insensatez, esto significa Insensatez, bien e imparcialmente y en favor de la novedad, deseando ser oído.

Todo el Mundo sabe que se debe enteramente a Gran Bretaña, que Felipe V haya sido siempre reconocido Rey de España y de las Indias (12). El Regente de Francia, a quien sus mayores enemigos reconocen como el más sabio y discernidor Príncipe, lo establece en un manifiesto que es la mejor y más auténtica evidencia. Después de ésto, cuando el Rey Felipe se casó con la actual Reina, los hijos tenidos de ella poseían sólo un derecho muy discutido, hasta que por el Tratado de la Cuádruple Alianza, por pura consideración a la equidad fue, al fin, fijado por el ex—Rey Jorge I, un Príncipe de incomparables virtudes. Y esto se hizo, cuando nada había que tomar de España. Cerdeña, estaba en las manos del Emperador. Sicilia, pertenecía al Duque de Saboya. El Rey Felipe tuvo la suerte que le permitieran (aparte de que Su Imperial Majestad estaba agradecido a España por poseer su título) acceder meramente a un intercambio que no le costó nada. Había sobrevivido una guerra y como había a menudo, sucedido antes, el Señor Felipe fue completamente batido; pero todo fue para su bien y luego de un poco de lucha y enredos, fue llevado, graciosamente, a aceptar dos o tres ducados (13).

La danza de Tratados, dentro de la cual fuimos llevados, más tarde, se debió totalmente a España, donde (excepto mientras Mr. D. residió en esa Corte) ninguno de nuestros Ministros pudo nunca encontrar buena acogida. Una dilación tras otra, una ridícula queja, tomada por los talones de otra, fueron usadas para mantener la circulación de los tratados, mientras esa Corte, en realidad, estaba buscando nuevos aliados, con el objeto de que la apoyaran en sus querellas con nosotros, quienes, cuando apenas nos convertimos en sus amigos, les rendimos más servicios que los que todos sus aliados le habían rendido hasta ese momento y fuimos tan generosos como para no tomar nada por ello.

Finalmente el Emperador creó la Compañía de Ostende que dio acogida a las Potencias Marítimas y a España; entonces ella la aplicó primero contra nosotros para oponerse, como contrario al Tratado y luego hizo, yo digo, un Tratado con el Emperador para soportar tal compañía contra nosotros y cualquier otro que pudiera oponerse. Este fue el famoso Tratado de Viena, seguido por el de Hannover que nos llevó a grandes gastos.

Cuando, finalmente, estas disputas fueron zanjadas, nosotros merecíamos, por nuestros francos actos de gentileza haber ganado la amistad de España. Habíamos asegurado los derechos revisionarios de Don Carlos antes y ahora lo habíamos puesto en posesión de sus Dominios Italianos. Cuando estalló la guerra con el Emperador, permanecimos neutrales y no habíamos testificado desacuerdo al ver cumplido el Mox Veniet. Ahora ¿Qué pedimos nosotros por todo esto? Sólo permanecimos tranquilos. Pero ¿nos fue concedido? No. Los españoles nos saquearon todo el tiempo. Debe establecerse que ellos pretendieron justificarse en todo lo que hicieron, alegando el ilícito tratado. Pero ¿desde cuándo una Corona, especialmente la de España, hace algo equivocado, sin especificar sus derechos a hacerlo? Sin embargo, los españoles, forzados por más plenas pruebas, reconocieron que nuestros buques mercantes habían sido injuriados en gran escala. ¿Quién puede disputar que la Nación tenía claramente derecho, no sólo a reparaciones, sino también a una plena satisfacción por sus gastos?

Si, como yo he indudablemente probado, nosotros por más de veinte años hemos estado comprando y pagando por la amistad de España y nunca la hemos conseguido ¿por qué, ahora, que todos los Tratados han sido rotos, no conseguimos la devolución de nuestro dinero o algo en compensación? ¿No es esta una clara demanda de los mercaderes? ¿No es justa y razonable? ¿No es ésta una Nación correcta y de buena fe en todos los aspectos necesarios para cumplir cualquier promesa hecha por nuestra fe? ¿No han sido siempre ejecutadas nuestras promesas? ¿No ha gozado España en esta hora, de todas las ventajas? Y en nuestro tumo ¿qué hemos tenido sino Tratados incumplidos y buenas promesas, que nunca fueron guardadas? ¿No hemos visto esta afirmación hecha desde el Trono, por el Parlamento ante nosotros y ante todo el Mundo, en la Declaración de guerra de Su Majestad? ¿Qué duda puede nacer acerca de que la Nación tiene buenos títulos para reclamar satisfacción, entera satisfacción (si podemos conseguirla) por los impuestos a la tierra, a la sal y todos los otros impuestos inducidos por los españoles, rotura de la Fe y todo lo que hemos sufrido, además, en nuestro Comercio o en otras cosas, por la misma causa?

No pretendo entrar en ningún cálculo sobre la suma de lo que puede llamarse, con propiedad, una satisfacción nacional. No desearía inflamar el reconocimiento. No soy enemigo de España. Yo sólo me intereso, como nativo de Gran Bretaña, por mi País. Recuerdo todos los pasajes que he mencionado y creo que podría dar una estimación tolerable sobre los gastos extraordinarios caídos sobre el pueblo británico por muchos años, tratando con y obligando a los españoles y por los dos últimos años llevando la guerra a España. Pero sin hablar de suma en particular, yo presumo, es un decir, que si no obtenemos satisfacción por ello, el Pueblo sufrirá excesivamente. Y si tenemos satisfacción, debe venir por el camino que yo propongo. Porque si España no pudiese, o no quisiese pagar 95.000 libras cuando con ello puede barrer todos los reclamos por cuenta de nuestros mercantes, puede estar menos inclinada quizás, por no estar en condiciones de sopesarlo, lo que puede aparecer debido a nosotros como Nación y lo que como Nación, al menos como una prudente Nación, no podemos dejar de considerar.

Las ventajas cosechadas en tiempos pasados de nuestra amistad con España, fueron por vía del Comercio. Los inconvenientes con los que nos hemos encontrado últimamente han sido en cuestiones de comercio. Yo soy, por tanto, de opinión que la satisfacción puede ser hecha por vía de Comercio, lo cual me induce a enviar estos papeles al Mundo. De esta manera, podemos estar a tiempo, con buena conducción entre nosotros mismos, de repararlo enteramente y, de esta manera, a pesar de que estemos reparados, no concibo que los españoles serán perdidosos sino más bien, lo contrario. Estos puntos, una vez aclarados hasta donde mi capacidad permita, los someteré en su totalidad al Pueblo, suponiendo así cumplido mi Deber, y así como sería impertinente entrar en un Plan para la ejecución de este proyecto, sería criminal no publicar lo que yo sinceramente creo que contribuye, en tal conjetura, a beneficiar al Estado.

En primer lugar, yo digo, que al hacer un establecimiento en o cerca del lugar mencionado en el manuscrito, podemos obtener un tráfico tal que compensará los perjuicios que habremos sufrido, si ese tráfico se pone bajo una necesaria Reglamentación. Como, con quien y por qué habremos de traficar está, en cierta manera, explicado en esta Propuesta. Yo debo, sin embargo, agregar algunas observaciones. Cuando se concluyó el Tratado sobre el Asiento, por el cual nuestra South Sea Company obtuvo el derecho de enviar buques de registro a esas partes, se habló de que sería una cosa prodigiosamente beneficiosa a la Nación y una poderosa concesión de España. Como de público beneficio, yo no diré nada porque, en verdad, no tengo nada que decir, sólo debo hacer notar que nosotros lo manejamos extrañamente y que antes que la Compañía hiciera un chelín de su licencia, algunos subordinados de los diez Ministros extrajeron miles de ellos. Esta poderosa concesión de España también llega a algo más que lo que antiguamente garantizaron a los genoveses y que últimamente han permitido a los franceses, que manejan el tráfico hacia las Plantaciones españolas tan indiferentemente que, a la larga, han sobresaturado el Mercado y no hay ganadores, por tal razón, entre ellos. Por lo tanto, concluyo que nuestro tráfico está lejos de ser incompatible con la seguridad de los españoles y que debe ser regulado propiamente para hacerlo útil a todos (14).

La primera observación obvia cualquiera objeción que pueda hacerse sobre los celos que tales cosas podrían hacer nacer en otras Potencias Europeas. Sabemos, suficientemente bien, que están interesadas en lo que concierne a España y sabemos porque ellas estarían temerosas de ver los tesoros de Indias, en otras manos. Pero, en el presente caso, tales temores serían quiméricos. Tenemos muchas razones para acobardarnos por atender tales cosas. Nosotros podemos en tiempo de guerra, pensar en atacar y tomar ciudades españolas y las riquezas que encontremos en ellas, como los franceses lo hicieron antes con Cartagena y en la última guerra con el establecimiento portugués de Río de Janeiro, pero la codicia en las Indias sería tan irrazonable como impracticable. Tal establecimiento, como yo lo entiendo, podría, efectivamente, asegurar un beneficioso comercio legal, que los extranjeros podrían envidiar, pero que no tendrían derecho a perturbar, como es el caso de la posesión de Gibraltar o Jamaica.

Los españoles mismos, por más que puedan alarmarse al principio, encontrarían, gradualmente, muchas conveniencias en este establecimiento, de las que yo mencionaría dos, que considero muy importantes. Primero, el Rey Católico podría, por medio de impuestos adecuados en el comercio interno, indemnizarse por lo que se paga a la Cámara de Indias por licencias para comerciar allí y segundo, si se toman las necesarias precauciones acerca del tráfico en ese lugar, se pondría fin al tráfico clandestino (lo que es de nuestro interés tanto como el de ellos) y acerca de la cual se ha hecho mucho ruido. Nuestros intereses serían de cierta manera, comunes en esas partes y, consecuentemente, podríamos unirnos para promoverlo. Yo no digo que Gobernadores intrigantes no puedan, posiblemente, provocar agitaciones públicas en nombre del beneficio privado, pero estoy seguro que eso no podría ser de larga duración, o luego de poco tiempo, de mayor importancia. El comercio con los españoles de esta manera, sería un comercio de la misma naturaleza del que estamos autorizados por los Tratados y aunque pudiera ser aumentado y por nuestra parte, asegurado por estos medios, aun así podría no convertirse en un comercio peligroso para los españoles (quienes por pura necesidad, siempre lo han permitido y no pueden estar sin él) o alarmar a los otros Estados que tienen Dominios en esa parte del Mundo, porque no interfiere con ninguno de ellos. Pero no existen razones para suponer que ambas no puedan ser alegadas. Sin embargo, espero que los ojos de las Naciones estén suficientemente abiertos como para no desviarse por tales pretensiones. Nosotros sabemos cuantos años pretendió España que nos hacía Justicia, pero pagamos caro por creer en tal pretensión. Otras Potencias también han pretendido mucha preocupación por el mal trato que recibimos. Pero, pienso que hemos recibido muy poco beneficio de tales pretensiones. Déjesenos, por tanto, dejar de lado, finalmente, todas estas pretensiones. Déjesenos juzgar fría y equitativamente qué es lo necesario para nuestro propio interés y permítasenos no ser desviados de nuestro juicio por ninguna pretensión. Nosotros tenemos, sin cuestión, un derecho tan bueno como el de cualquier otra Nación a hacernos justicia cuando somos injuriados y nadie puede tener derecho a dictamos qué debemos considerar como Justicia.

Pero no imaginemos que este comercio con los españoles sea la sola ventaja que pueda derivar de este establecimiento; aparte de este, hay otros de infinitas consecuencias, algunos de los cuales, no son mencionados en el presente Memorial.

En el viaje hecho por Mons. Acárete du Biscay, sobre el cual el autor de este manuscrito habla tanto (que yo para proceder honestamente, diré que nunca he visto), (15) figura un cierto inglés que vivió muchos años en España, ganó su pasaje y es el principal testigo en todo este asunto. Yo tengo su diario y él contiene una multitud de detalles muy curiosos, por lo cual estoy inducido a creer que podemos abrir un comercio con las Indias de grandes ventajas. Esto no debe desagradar a los españoles, ya que, por larga experiencia saben que estas Indias no comerciarían con ellos, por lo menos en la forma en que nosotros pensamos animarlos a hacer. Como, por resentimiento, otra Potencia podría tomar otro establecimiento en las vecindades de sus plantaciones, esto, podría, fácilmente ser evitado con apropiadas seguridades de protección más bien que por molestias provocadas por la Colonia Británica establecida allí. Con promesas, yo imagino que siempre encontraremos la manera de realizar religiosamente nuestros intereses.

Es de desear, por supuesto que, tanto en Europa como en América, la reputación de la vieja sinceridad británica sea inflexiblemente mantenida. Esto inclinaría a nuestros amigos y aliados a correr cualquier azar antes que abandonarnos, como antes hicieron los aliados de Roma. Esto obligaría a nuestros verdaderos enemigos a respetarnos y esto, en poco tiempo, nos llevaría, no a la Arbitraria y Orgullosa Dignidad, fatal a todos los que han pretendido para ellos la Monarquía Universal sino a la Superioridad fundada en la Virtud, a una Autoridad basada en la Equidad y a una duradera y deseada Paz.

Esta es la condición a la cual yo deseo llegar y a la que nunca llegaremos por los tortuosos caminos de una Política Maquiavélica. Permítasenos dejar de lado nuestras tantas divisiones internas, proveer a restaurar nuestra antigua Integridad y barrer de entre nosotros esa corrupción de la que tan alto y tan generalmente nos quejamos. Y ahora nos queda, el recomendar estos y todos nuestros intereses al Supremo Arbitro del Universo, el Dios de la Justicia y de las Batallas, al cual, luego de largo sufrimiento nosotros apelamos para la Decisión de nuestra Causa.

 

NOTAS

1. Los ingleses siempre tuvieron esta falsa idea, de la que debieron rectificarse a raíz de las Invasiones a Buenos Aires, realizadas en los años 1806 y 1807, que, como dice Walter Scott, no redundaron ni en beneficio ni en honor para el Imperio, aunque se llevaron el Tesoro de la Capital del Virreinato.

2. Dice Acarette: Los españoles, los portugueses, los hijos de éstos (de los cuales los que nacen en el país, llámanles criollos para distinguirlos de los nativos de España) y algunos mestizos, forman la Milicia que con los soldados de la guarnición componen un cuerpo de seiscientos hombres, según lo comprobé yo en diversas reuniones, pues tres veces al año en días festivos forman de parada, a caballo, a inmediaciones del pueblo.

3. Acarette du Biscay en la edición francesa de 1672, que tenemos a la vista, dice textualmente:
“Comme jéstois étonné de ce grand nombre de bétail qu ón voit para la campagne, “il me fut dit qu'il y avoit bien plus de sujet d'estre surpris de ce qu ils pratiquent “quelquefois quand ils aperçcoivent des vaisseaux ennemis s'approcher de leurs costes, & vouloir mettre le monde a terre; c'est qu'ils n'employent outre defense pour empecher l'entrée de leurs terres à cens gens—là, que d'assembler & faire avancer vers la marine & jusque sur la bord de la mer une si grande quantité de ces taureaux, vaches, chevaux, & autres animaux, qu'il seroit impossible à des hommes, quand bien ils n'apprenhenderoient point la fureur de ces animaux, indomptex, de se faire passage au travers de ce nombre infiny de bestes”.

4. El nombre de Buenos Aires es debido a que los primeros navegantes españoles llegados a esa región, llevaban con ellos una imágen de la Virgen de los Mareantes o del Buen Aire que los había protegido en las largas singladuras. Dicho nombre fue dado solamente al puerto, pues la Ciudad se llamó de la Santísima Trinidad. Como el nombre completo del conjunto resultaba demasiado extenso: Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, se adoptó finalmente el nombre que perdura de Buenos Aires para la ciudad y su puerto. Esto, por supuesto no quiere decir que los aires naturales no fueran, también muy buenos.

5. Al descubrirse el Plata, la exploración de la región que bañan sus tributarios se hace, como dice el historiador uruguayo Don Homero Martínez Montero, “bajo el acicate de una ambición que alienta los ya conocidos tesoros de Méjico y Perú. América, toda la tierra que maravilla en sus expresiones pero que alucina más la bien dispuesta imaginación, es para el hombre de Europa un depósito total y acaso inexhaustible de metales preciosos que han de brillar mejor en joyas de tronos y catedrales que en los brazaletes y collares de los indígenas. Las producciones autóctonas algunas de las cuales como el maíz, el cacao y la patata, se extenderán luego por el Mundo con notable incidencia en la economía de muchas naciones, no cuentan en la primera hora de la conquista. Por eso, las tierras bañadas por el Plata, no son más que caminos de tránsito hacia aquellas otras del Perú que deslumbraron a Pizarro en el trágico rescate de Cajamarca. Con sus humildes producciones naturales sin valor comerciable, nada significaba nuestra región parangonada con aquella otra de los Incas, que elevada a Virreinato en 1543, se transforma en el centro de la Administración española con jurisdicción hasta el Estrecho de Magallanes. Lima, la ciudad de los Reyes, se transforma a su vez en el centro de gravitación del comercio de esta dilatada división administrativa en que se encuentran hoy Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay”.
Por eso, si hoy parece absurda la ruta a que se refiere el folleto anónimo que comentamos, hasta fines del Siglo XVI, nada representaba en el orden económico la región del Plata, con solo Asunción como centro poblado, ya que Buenos Aires se reconstruyó en 1580, medio siglo más tarde que Lima.
Con el correr del tiempo aumenta la población, las necesidades y la producción del Plata. La ruta del Pacífico no se prestaba para enviar esta última a Europa. Había que pensar en habilitar al Plata como vía comercial.
Comienza el siglo XVII; el Gobernador Rodríguez Valdez de la Banda advierte de esto a Su Católica Majestad el Rey Don Felipe III y un procurador enviado a la corte, trata de poner de relieve el estado miserable de la Ciudad de Buenos Aires, procurando mostrar la posibilidad de comunicaciones de España con la América Atlántica y Meridional.
Adelantándose en muchos años a las observaciones que hace nuestro autor anónimo decía enfáticamente a S.M.: “Estoy espantado que ombres muy platicos no ayan advertido a vuestra Majestad del tiempo y plata que aorra por este Río de la Plata. Porque desde Potosí aquí ay 400 leguas que las 300 se andan en carretas sin riesgo ninguno y los portes la mitad menos que en el pirú”. Hace luego un patético relato de los peligros a que estaba expuesta la ruta del Pacífico, mucho gastos y tardo andar dice —30 días de navegación, sólo de Cartagena de Indias a la Habana donde los convoyes hacían recalada forzosa— el Plata estaba, en cambio, a 45 días de navegación directa y tranquila al puerto de Cádiz. La Corte reaccionó, dando la única solución política y económica posible en esa hora, que era la vinculación comercial del Río de la Plata con el Brasil, perteneciente a la Corona española en ese entonces y de producción complementaria a la platense.
El Rey, aconsejado por fray Martín Ignacio de Loyola, consintió en otorgar la primera licencia de exportación (1602), con limitaciones a los frutos de la tierra, a trueque de mercaderías portuguesas, que venía a ratificar lo que ya había otorgado al gobernador Don Diego Rodríguez de Valdez y de la Banda. (Ver Raúl Molina— Las primeras navegaciones al Río de la Plata, después de la fundación de Juan de Garay (1580-1602).
En las postrimerías del XVI se había autorizado la introducción de esclavos negros y así se había aumentado la producción de azúcar, cera y vino, exportándose trigo, sebo y carne desecada (cecina), invadiendo zonas hasta entonces vedadas y del predominio de los mercaderes de Lima.
Todo esto insufla optimismo y deseos de progreso en Buenos Aires que pide ampliación del cupo exportador con alcance a Santa Fe, Asunción, Corrientes y ¡que se le permita extraer plata del Perú! Esto en realidad es legitimar lo que ya, en parte, se hace clandestinamente.
El historiador argentino Don José Luis Busaniche nos dice: “Las embarcaciones sueltas de piratas y corsarios seguían frecuentemente el río. No los movía tanto, como pueden imaginarse el mezquino despojó de bienes personales contra los pobres habitantes del puerto de Buenos Aires; tampoco tenían tiempo ni barcos necesarios para cargar cueros en cantidad; les atraía el oro y la plata del Perú que pudiera llegar hasta las costas del Atlántico. Los mercaderes mostraban sus mercancías inglesas, francesas o flamencas a precio muy inferior que los exigidos en el Perú y los habitantes del puerto sacaban entonces a relucir la plata pernierà traída del Potosí, casi siempre a hurto de las autoridades. A veces desembarcaban en la extensa costa meridional del Plata, adentrándose por la Pampa y encontraban fácilmente el camino del Tucumán donde nunca faltaba tampoco la plata del Perú. Realizado el negocio a hurto de las autoridades o con su beneplácito, volvían cargados del precioso metal por aquellos desiertos hasta encontrar el barco en el estuario. Semejante situación no era la más apropiada para abrir oficialmente un puerto de salida a la riqueza del Perú” (Ver, autor citado —Historia Argentina—Buenos Aires— pág. 122—23).
La reacción no se deja esperar y la alarma cunde en Lima. Sus comerciantes piden a gritos, la supresión de la vía comercial del Plata o su limitación a los ámbitos de la Capital. Sin embargo, como dice Montero Ríos “los valores intrínsecos del noble río, los que derivan de su situación dentro de la geografía universal han sido reveladas y se han impuesto interviniendo en forma progresiva intensa en las nuevas ordenaciones económicas y políticas de España”. Por tal razón se considera ya, una injusticia al atender los reclamos limeños y retrotraer una región próspera a su antiguo estancamiento. Ya no es posible mantener a ultranza la vía del Perú en oposición a la del Río de la Plata, existiendo, por otra parte, razones políticas que abonan en favor de una mayor atención a la región del Plata. La nueva ruta comercial hizo que el renglón de vacunos y yeguarizos, cuya salida al exterior por la vía del Pacífico era impracticable, aumentara a guarismos impensados. Los cueros se convierten en una gran industria de exportación y con ellos la cecina que satisfacía las necesidades alimenticias del Brasil, Cuba y de las expediciones que iban al Africa en busca de esclavos.
Al cumplirse el año 1608, el término acordado, la franquicia se extendió por cinco años más y lo mismo ocurrió en 1614. Pero ya el envío al Brasil de harinas, cecina, lanas y cueros no resolvía el problema económico del puerto, pues también Brasil los producía. Era necesario exportar a España. La extracción ilegítima del oro y la plata del Perú, fue aumentando cada vez más en perjuicio del puerto, ya que determinaba la imposición de medidas restrictivas al Comercio.
Desgraciadamente para Buenos Aires, en 1621, fueron suprimidas todas las “permisiones” y se creó una Aduana seca en Córdoba (1623), prohibiéndose la entrada de moneda cualquiera fuera su procedencia, en todo el litoral así como la salida de cualquier habitante por el Río de la Plata. Pero estas medidas por duras que parecieron, tenían su razón de ser, desde el punto de vista de la metrópoli. Busaniche nos dice, al respecto: “La creación de la Aduana seca de Córdoba, apenas rota la tregua con Holanda y habida cuenta del sistema implantado por la metrópoli —sistema común en la época— no era ni mucho menos un desatino. La política holandesa en la guerra, apuntaba tanto a la conquista de territorios como a la conquista de riquezas y de mercados. Y el contrabando ya se había dejado sentir en Buenos Aires, a tales extremos que las mercaderías introducidas por el río resistían todos los tributos y cargas y podían venderse en Tucumán a mejor precio para el consumidor que las llegadas del Perú. En la Aduana de Córdoba, se impuso un tributo de un 50 % sobre el valor de las mercaderías procedentes de Buenos Aires, y asimismo, atraídos por el valor de la moneda española, superior en ley a las extranjeras, los contrabandistas se hubieran sometido a esas cargas para introducir al Tucumán los géneros entrados de matute por el río”.
Otro tanto podría argumentarse en lo que respecta a la prohibición de la moneda. La plata del Perú era muy codiciada por el comerciante y desde la fundación de Buenos Aires ya se había hecho notar que el interés de los barcos extranjeros consistía más que en los cueros y otros productos de la tierra, en la plata del Perú.
La situación, sin embargo, era insostenible, pues tampoco España estaba en condiciones de suministrar manufacturas. Luchando con varias naciones de Europa, su comercio continental disminuía, se reducía en forma alarmante la producción y eran ingentes los peligros de la navegación.
Las lamentaciones eran, cada vez, más patéticas y frecuentes y la miseria se cernía sobre los habitantes del Plata. Pero si bien ésta podía llegar a que no pudieran asistir a los oficios divinos por falta de vestidos, el alimento estaba asegurado por las enormes tropas de ganado que recorrían las pampas y que proporcionaban en abundancia el alimento natural de ellos: la carne.
Desde el punto de vista regional es evidente que podía justificarse que un gobernador escribiera a S.M. “que no había cosa tan deseada en el puerto de Buenos Aires, como quebrantar las órdenes y cédulas reales”. La realidad que esta era la forma de definir una situación creada por circunstancias ya explicadas. Muchos fueron los gobernadores que solicitaron la apertura del puerto. Así en 1674, Salazar insiste en ello y acusa a los mercaderes de Lima de ser opositores interesados en mantener condenada la entrada natural de la gobernación. Así se mantuvieron las cosas hasta la firma del Tratado de Utrecht (1713) de seria incidencia en la vida política y económica del Río de la Plata.
Con respecto a las muías, éstas se criaban en buenos campos hasta los dos años y luego eran vendidas a buen precio al Perú, a donde se conducían en grandes tropas, aclimatándose en el altiplano para servir en las faenas de las arrias y otros menesteres. El Padre José Parras que dejó un manuscrito con el Diario de sus viajes durante los años 1749—53 por el Río de la Plata, Córdoba, Paraguay, etc., nos da una viva descripción del dificultoso arreo de una de estas tropas, que encontró “en un lugar donde se juntan los ríos Tercero y Cuarto y forman el Carcarañá (Córdoba)”. “A vista de nosotros —este día— disparó y se desparramó dicha tropa de tres mil mulas y salió dividida en más de veinte partes pero tuvieron los conductores la fortuna que eran las diez del día y, ocupándose hasta ponerse el sol pudieron reunirlas en una manada como antes iban”.
Ver Parras Fray Pedro José de —“Diario y Derrotero de sus viajes 1749—53— Ediciones Solar—Buenos Aires—1943.

7. Es muy probable que el trato a los nativos que trabajaban en las minas estuviera por debajo del deseable. La codicia humana, si no se la contiene, no conoce límites, pero este es un aserto de carácter universal, por eso nos parece oportuno, para no olvidarlo, el traer a colación un panfleto publicado más de un siglo después, en Inglaterra que se refiere al trato inhumano dado en aquel país a las mujeres y niños que trabajaban en las minas inglesas y al que corresponderían las ilustraciones que con el título de aquél, damos al pie:

Este libro intenta dar un resumen de carácter popular de un informe parlamentario al respecto que fue realizado gracias a los esfuerzos de Lord Shaftesbury. Da una horripilante descripción del tratamiento de las mujeres y los niños en las minas y las ilustraciones añaden fuerza al texto. Se ha dicho que Charles Dickens rompió a llorar al leer este panfleto. Gracias a los esfuerzos de Lord Shaftesbury se obtuvo la promulgación de una Ley, poco después de aparecer el panfleto, prohibiendo el empleo de mujeres y de niños menores de diez años, en las minas.

8. El problema de los indios no era tan simple como lo pinta el panfletista y Santa Fe había padecido las deprecaciones de los indómitos guaycurúes. Por eso se dolía de su falta de defensa y de medios para construirlas. Para construir un fuerte solicitó se le concediera un impuesto sobre la yerba que pasara en tránsito por la villa, lo que le fue concedido por Real Cédula, en 1726. Pero los traficantes eludían tal impuesto, utilizando la vía fluvial. Por ello, los santafecinos pidieron al Gobernador de Buenos Aires que se hiciera obligatorio el desembarco en dicho punto, como se hacía anteriormente, pero éste, aconsejado por interesados comerciantes de yerba de la ciudad, no accedió a tal pedido. Finalmente, en 1739, la Audiencia de Charcas, ante las repetidas instancias de los santafecinos, falló declarándola “puerto preciso”.

9. Acarette dice: “Los veintidós buques holandeses que encontramos en Buenos Aires a nuestra llegada estaban cargados, cada uno, con trece a catorce mil cueros de toro, cuyo valor asciende a treinta y tres mil quinientas libras esterlinas, comprados como fueron, por los holandeses a siete u ocho reales cada uno.

10. Sobre los planes ingleses para el dominio del Caribe, es de suma importancia la obra del distinguido historiador español, Dr. Juan Manuel Zapatero, editada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, bajo el Título de “La Guerra en el Caribe en el Siglo XVIII” —San Juan de Puerto Rico, 1964—.
El plan, evidentemente, no podía consistir solo en dominar la antigua ruta de los galeones y sus bases, pues como dice el autor del panfleto, la “ruta de la plata” del Perú, podía cambiarse derivándola al Río de la Plata. Por eso el plan tenía como final objetivo el dominio mismo del Perú, como se consigna en la cita documental de la declaración del espía de Jamaica, que sirve de exordio al Capítulo “Cartagena de Indias en el Siglo XVIII” del libro del Dr. Zapatero, que nos permitimos transcribir:
“Que esta Plaza —Cartagena de Yndias— la tiene por importante la Nación Ynglesa, pues tomada esta Plaza, cogían la Llave del Reyno p.a apoderarse de sus minas y posesionarse del Chocó entrando por el Atrato, y tomando luego a Portovelo, atacar a Panamá, y q. e p.a ser conducidos al Chocó confían en los Yndios del Darien, y de los Yndios Mosquitos, p.a ser dirigidos a atacar por ambas partes a Panamá, logrando luego con facilidad introducirse en el Perú. ...”
Existe una gran cantidad de folletos editados anónimamente en Inglaterra el Siglo XVIII sobre esto y los eventuales derechos que, según los desconocidos autores, tenía ese País para actuar en las Indias Occidentales y en América. De entre ellos hemos elegido uno, del cual damos el título, por lo curioso del mismo y porque su longitud nos ahorra la lectura del texto para conocer su contenido. Es el siguiente:
The British Sailor's Discovery: Or the Spanish Pretensions Confuted. Containing A short History of the Discoveries and Conquest of Spain in America, With a particular Account of the illegal and unchristian Means they made use of to establish their Settlements there: Proving that the sovereign sole Dominion, claimed by the Crown of Spain to the West—Indies, is founded upon an unjustifiable Possesion; whilst the Rights and Possesions of the British Subjects in those Parts are both agreeable to the Law of Nations, and Principles of Christianity. That America was discovered and planted by the antient Britons 300 Years before Columbus conducted the Spaniards thither; with the Causes of their After—hatred to the English: And several very remarkable Instances of the Treachery and Cruel ty toward us, in order to discourage ans obstruct our farther Discoveries and Settlements … An exact Account of the Number of Ships, Men, &c. employed in the grand intended Invasión in 1588. Also, The Declaration of War against Spain by Oliver Cromwell in 1655, translated from the Latin original; wherein the English Right to the West-Indies is plainly demostrated .... The whols concluding with Reflections on their former and late Conduct. . ., First Edition, 8°, London, for T. Cooper, 1739.
O sea: “Los Descubrimientos de los Marinos Británicos: O las Pretensiones Españolas refutadas. Conteniendo una corta Historia de los Descubrimientos y Conquistas de España en América, con un Detalle Particular de los Medios ilegales y anticristianos que usaron para establecer sus Colonias allí: Probando que el solo Dominio Soberano reclamado por la Corona de España sobre las Indias Occidentales se funda en una Posesión injustificable, mientras los Derechos y Posesiones de los Súbditos Británicos en esas partes son agradables tanto a la Ley de las Naciones como a los Principios del Cristianismo. Que América fue descubierta y asegurada por los antiguos Británicos 300 años antes que Colón condujera allí a los Españoles con las causas de su renovado odio a los ingleses: varios casos muy especiales de Traición y Crueldad contra nosotros, con el objeto de descorazonar y obstruir posteriores Descubrimientos y Establecimientos nuestros… Un Detalle exacto del Número de Buques, Hombres, etc., empleados en la gran Invasión intentada en 1588. También la Declaración de Guerra contra España por Oliverio Cromwell en 1655, traducida del original en latín, donde se demuestra plenamente el Derecho inglés a las Indias Occidentales… en concluyendo finalmente con Reflexiones sobre su anterior y última Conducta. 1a Edición in 8o, Londres, por T. Cooper (Editor) 1739. El folleto es como se ha dicho, de autor anónimo.

11. Es lógico que así ocurriera. El autor del panfleto debía conocer muchos antecedentes al respecto. Nos parece muy a propósito transcribir parte de un documento muy anterior, que se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla titulado “Relación muy circunstanciada de avisos de corsarios que tuvo el Virrey del Perú, de la entrada que hicieron en la Mar del Sur por el Estrecho de Magallanes en el año de 1599, etc., etc., que dice así:

En 6 de Diciembre tuvo el Virrey cartas del Gobernador del río de la Plata escritas en 24 de Agosto y 1o y 9 de Septiembre del año pasado de 99, con aviso que a los 29 de Julio de el se habia descubierto desde el Puerto de Buenos Ayres un Navío a la vela de mayor porte de los que suelen ir a el, y que llevaba delante un baxel sondando el río y entendiendo que era de Sevilla o de Negros embio el Governador “algunas personas a el, y hallaron ser de Flamencos de Astradama (Amsterdam) de Olanda, y que trahia mercaderías de su tierra para rescatar y vender, y habiéndoselos dado a entender que había prohivición de S.M. y que no trayendo licencia suya o registro no podían hacerlo, y que juntamente para asegurarlos y que no fuese se les dijo, que avahasen la ropa y la echasen en tierra, y que se les compraría, y “con eso se desembarcó el Capitán con algunos Flamencos, y llevo a tierra una barcada de ropa, y diciéndoles que fuesen sacando la demás respondió, que en venciendo aquella iría desembarcando mas y viendo el Governador que con esta ocasión se escusaba despues de haberle persuadido algunas veces la echasen en tierra toda, y vio que no lo quiso hacer, le prendió con los demás Flamencos, que serían 8 ó 9, y viéndose el Capitán oprimido escrivió a los del Navio, que le embiasen las mercaderías y no lo quisieron hacer, antes detubieron 3 hombres de la tierra, que fueron con la carta, y dispararon una pieza en señal de quererse hacer a la vela sin aguardar más y el Capitán volbio a escrivirles con tres Yndios para que no se fuesen y sacasen la ropa en tierra, pues se daría buena salida a ella, y tampoco lo quisieron hacer y detubieron asi mismo los Yndios en el Navio, y dispararon otra pieza, y finalmente se detubieron en esto hasta 5 de Septiembre que se fue el Navío, haviendo dejado los Españoles e Yndios que habían detenido y su Capitán y demas Flamencos que habian desembarcado con el, y otros 3 que le cogieron en otro parage a 6 leguas del Paraguay haviendo ido a tierra con la barca a los 15 de Septiembre. El mismo Governador del rio de la Plata dio aviso de haberlo tenido del Rio Genero (Río de Janeiro), que a los 10 de Hebrero del propio año (1600) habian llegado “a aquel puerto 4 Navios Flamencos que decian que iban a la Yndia por mandado de Dn. Manuel, Rey de Portugal etc. etc.”.
Como puede verse las cosas no habían variado a más de un siglo después, siendo los procedimientos utilizados propios de la época y las circunstancias en que se vivía.
El primero de los navíos nombrados, aunque no se cita su nombre en el documento, era el “MUNDO DE PLATA” cuyas aventuras, o más bien dicho, desventuras, se narran en un libro que apareció traducido en Buenos Aires en 1945 bajo el signo del Editorial Huarpes (OTTSEN HENRICH — “Corto y verídico relato de la desgraciada navegación de un buque de Amsterdam, llamado el Mundo de Plata, el cual después de reconocer la costa de Guinea fue separado de su Almirante por el temporal y después de muchos peligros cayó finalmente en manos de los portugueses en la Bahía de Todos los Santos donde fue completamente saqueado y destruido, ocurrido desde el año 1598 hasta el de 1601. Con prólogo y notas de Armando Tonelli).
Las mercaderías desembarcadas, que quedaron en poder del Gobernador, constan en los libros reales correspondientes al Movimiento portuario de este año, figurando el 29 de Julio con un valor de exportación de 44.640 reales de plata, siendo los derechos pertinentes de 14.880 reales de plata, con la observación de se apresó parte de la mercadería al “Mundo de Plata” por el Gob. Don Diego de Valdez (Ver Raúl Molina “Las primeras navegaciones del Río de la Plata” Rev. Historia N° 4 — Buenos Aires).

12. Es una manera muy particular de presentar los hechos. En el año 1700, Luis XIV reconoce como Rey de España a Felipe de Anjou. Esto no era del agrado de Inglaterra que, con otros países, constituye el 7—IX—1711 la Gran Alianza que incluye a Austria, Holanda y Dinamarca y a la que se unen posteriormente, príncipes alemanes, Portugal y Saboya que apoyan al Archiduque Carlos, segundo hijo del Emperador Leopoldo y a quien había cedido éste sus pretendidos derechos. Los aliados, lo proclamaron Rey de España en Viena. Esto originó la larga Guerra de Sucesión que duró doce años y en la que, aunque los ingleses comenzaron sufriendo, a las órdenes de Bembow, una derrota en el mar, les sirvió para aprovecharla a sus anchas, apoderándose de Gibraltar y Menorca y apresando parte de los galeones de la Flota de la Plata de las Indias, en Vigo. Según Claude Farrere (Histoire de la Marina Française) Rooke llevó a Inglaterra más de 1.200.000 Libras esterlinas. Como recuerdo de esta rapiña se acuñaron allí las medallas que se muestran en la ilustración con la efigie de la Reina Ana y la inscripción “Vigo”. En cuanto a Gibraltar, cabe observar que, como dice el Almirante Guillén, pasó a manos inglesas por el patriotismo sin escrúpulos del mismo Almirante Rooke, que habiéndolo tomado en nombre del Archiduque Carlos, arrió luego su bandera e izó la inglesa, proclamando a la Reina Ana. Esta nueva expoliación fue aprobada, traicionando a los aliados que, en Lisboa, (1703), habían estipulado no anexionarse ningún punto o plaza. (Ver “Historia Marítima Española” del Alte. citado).
Las cosas cambiaron cuando el Gobierno de Inglaterra pasó a un gabinete Torie (conservador y partidario de la Paz). La muerte del Emperador José, el que sucedió su hermano, el Archiduque Carlos, hizo que Inglaterra y Holanda temieran que, si triunfaba el Archiduque, se restableciera el Imperio de Carlos V y concertaron entonces el armisticio y la Paz de Utrecht (11—IV—1713). El nuevo Emperador continuó la lucha un año más, hasta la Paz de Rastad (1714). El general francés, Duque de Berwick, asaltó Barcelona, que estaba por el Archiduque, en Septiembre de 1714 y en Julio de 1715 se rindió Palma de Mallorca, último baluarte de los austríacos, terminando la Guerra de Sucesión. Francia quedó esquilmada (y perdió gran parte de su flota). España perdió sus dominios europeos y, como hemos dicho, Gibraltar y Menorca, que pasaron a manos de Inglaterra, más ciertas ventajas comerciales en América. Los Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña fueron adjudicados al Emperador y Sicilia al Duque de Saboya. Puede decirse que España perdió su categoría de Potencia de primer orden.
En cuanto se refiere al Río de la Plata conviene hacer notar, que Portugal vió la oportunidad de sacar mejor partido apoyando al Archiduque y firmó tratados secretos con los enemigos de Felipe, según decían, “para apoyar a la ínclita Nación española a sacudir el yugo francés y colocar en el real trono de su monarquía al Rey Carlos III”. Este apoyo, por supuesto, no era gratuito pues, en pago de su deslealtad a España, Portugal recibiría territorios de Galicia y Extremadura y “as terras situadas na márgen septentrional do Río da Prata que servirá de Límites a los dominios de Portugal e Espanha na América”. Tampoco Inglaterra estuvo ausente en esto, pues como dice el historiador portugués Don Alfredo Pimenta, citado por Busaniche, “El Rey Pedro, muy hábilmente comenzó a deslizarse hacia la posición que más le convenía y firmó el famoso Tratado de Methwen que convirtió a Portugal en factoría de Inglaterra”. Pinheiro Chagas, al hablar de dicho Tratado, manifiesta que fue una completa ruina porque puso a su País a depender indirectamente de Inglaterra.
También Inglaterra apuntó a la América Española, o más bien dicho, al monopolio comercial de España en América que tanto deseaba y así consiguió introducir su comercio negrero, mediante concesión que obtuvo para la Compañía Inglesa del Mar del Sur (Tratado del Asiento) al que se le agregó el favor del “navío de permiso” 500 toneladas que dicha compañía podía fletar desde Inglaterra para vender mercancías libres de todo derecho en los puertos del Atlántico, en especial Porto Belo y en la época de las ferias americanas. Claro está, que las 500 toneladas del navio de permiso, habrían de aumentar gradualmente, siendo la concesión una simple pantalla para desarrollar un contrabando mayor.

13. Todo esto ocurrió durante la privanza de Alberoni, quien sirvió los propósitos de Isabel de Farnesio que ambicionaba obtener tronos para sus hijos. Alberoni también se propuso servirse de España y de la ambición de Isabel para arrojar fuera de Italia, su Patria, a los alemanes, a los que odiaba y a quienes tildaba de raza infame. Su patriotismo resultó funesto para España, pero cabe recordar que, para asegurarse la neutralidad de Inglaterra le concedió ventajas comerciales que influyeron negativamente en el comercio español en América (14—XII—1715). Posteriormente, luego de la Conquista de Cerdeña y de casi toda Sicilia, se formó la Cuádruple Alianza, de la que formó parte Inglaterra, de resultados desastrosos para España con la consiguiente expulsión de Alberoni. Al suscribir Felipe V el Tratado de la Cuádruple Alianza (17—II—1720) ratificado en La Haya, por el que se abandonaban todas las conquistas, obtenía, en cambio, la promesa de los ducados de Parma, Plasencia y Toscana, para el Infante Carlos, Hijo de Isabel de Farnesio, si morían sin sucesión masculina sus poseedores.

14. El Tratado del Asiento de negros fue un negocio de suma importancia para el Río de la Plata. Su objetivo era, sin duda, romper el monopolio de España en América. España firmó con Inglaterra cuatro tratados en 1713, ya que la concesión del Navío de Permiso se estableció por el de 13 de Marzo y el 26, se firmó el Tratado del Asiento de Negros, el 27 el Tratado de Paz y Amistad que afecta al interior, firmándose los otros dos, el 13 de Julio y el 9 de Diciembre.
En el del Asiento se establecía que Inglaterra podría introducir en las Indias Occidentales, durante treinta años, 4.800 negros de ambos sexos y de todas las edades, por año, lo que hacía un gran total de 144.000 negros. La cuota anual correspondiente a Buenos Aires, era de 1.200, de los cuales 400 debían destinarse al interior y Chile.
En el Tratado del 27, se disponía, como una necesidad inherente a la distribución de esas “piezas”, la cesión a la Compañía del Asiento de una fracción de terreno, donde pudieran refrescar y guardar en seguridad a los negros. Esto, además de constituir un comercio, poco apetecible era, sin duda, un foco de contrabando que acabó incidiendo en la moral de los habitantes, desarrollando un espíritu de contravención dañino al Estado. El Tratado del 9 de Diciembre, ratificaba el anterior de Paz y Amistad que no había tenido ni tuvo efectividad en América.
Los otros Tratados aseguraban la posición política de Inglaterra, estipulándose la incompatibilidad de las coronas españolas y francesa en la misma persona y la sucesión hereditaria de Gran Bretaña en la descendencia de la Reina Ana, en la electriz viuda de Brunswick y de sus herederos en la línea protestante de Hannover.
El Asiento ocupó en Buenos Aires, primeramente, el lugar conocido en la actualidad como Parque Lezama y posteriormente la actual Plaza Retiro que, por tal razón se la llamaba en el siglo XVIII, el Retiro de los Ingleses.
Quizás tal instalación no hubiera tenido la incidencia que tuvo sobre el monopolio español, si no hubieran ocurrido otros hechos que los complementaron, tal como el afianzamiento de Inglaterra en la orilla oriental del río, en forma indirecta. Como hemos dicho en otra Nota, Portugal, al adherir a la Alianza contra Felipe V y Luis XIV, reclamó beneficios a la firma del Tratado de Utrecht. En realidad, por el Tratado de Methwen, era Inglaterra quien aconsejaba en tales casos y aprovechando esta oportunidad, hizo hincapié en la devolución de la Colonia del Sacramento a Portugal. Así, en el Convenio firmado entre Inglaterra, España y Portugal el mismo año de 1713, se estipulaba tal entrega, que fue afianzada y aumentada en 1715, año en que el Rey de España declara que:
No solamente volverá a S.M. Portuguesa el territorio y Colonia del Sacramento, situada en la orilla septentrional del Río de la Plata, sino también cederá en su nombre y en el de todos sus descendientes, sucesores y herederos, toda acción y derecho que S.M. Católica pretendía tener sobre dicho territorio y colonia”.
Portugal se obligó por ello a devolver las plazas españolas que había ocupado, tales como Alburquerque, Puebla de Sanabria, etc.
En realidad, aunque en forma deleznable, el Asiento y sus derivaciones, ayudaban a solucionar el urgente problema económico que creaba el puerto cerrado, pero no tuvo mucha duración.
En Nota (13) comentamos las incidencias provocadas por el segundo matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio. Sus ambiciones terminaron con el destierro impuesto a Alberoni y la incorporación de España a la misma Cuádruple Alianza que había derrotado. Sus efectos del conflicto en el Río de la Plata fueron notables: El comercio de negros y su contrabando anexo, quedaron suspendidos, los portugueses reiniciaron sus tentativas de ampliación de fronteras, hacen su aparición en la zona los piratas franceses. En 1718, se ordena la confiscación de todos los bienes del Asiento y se ordena fortificar Montevideo en prevención a un posible golpe de mano de los ingleses.
Firmada la Paz en 1720, los Virreyes de Perú, México y Nueva Granada, reciben orden de devolver a los ingleses todos los efectos y bienes conquistados durante la guerra. En 1725, insiste la Farnesio, comprometiendo la paz con Inglaterra, al firmar el Tratado de Amistad con Austria, que provoca la unión de aquélla con Francia, Prusia y Holanda (Alianza de Hannover), ratificando el Tratado de Utrecht e iniciando una guerra latente de estas últimas contra Austria y España. En esta época, se producen los intentos de reconquista de Gibraltar por España y el fallido ataque a Porto Belo por parte del Almirante Vernon.
Su incidencia en el Río de la Plata fue la de que su Gobernador recibiera una Cédula Real donde se le ordenaba la inmediata supresión del Asiento de negros establecido por los ingleses. Por suerte, la guerra no duró mucho y España salió de ella con honra pues, aunque no consiguió rescatar Gibraltar, obtuvo serias ventajas en la guerra marítima. Luego de formuladas las convenciones preliminares de paz en 1727 éstas se vieron ratificadas en el Tratado del Pardo (1728). El Tratado posterior, conocido como de Sevilla, (1739), de Paz, Unión, Amistad y Defensa Mutua entre las Coronas de Gran Bretaña, Francia y España, ya exceden al período tratado en el panfleto comentado, editado en 1731.

15. En las ilustraciones se da un fascimil de la 1a hoja de la edición francesa de 1672 del diario de Mr. Acarette du Biscay.

 

ADDENDA:
Es interesante transcribir un juicio del enjundioso trabajo del Sr.H.Ferns “Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX” (B.Aires-Solar, 1968), pág. 73, que dice: “la transformación de Buenos Aires fue, en general, ordenada y racional. Algo de esto ha de atribuirse a las medidas ilustradas y pertinentes del gobierno virreinal, que era cualquier cosa menos la opresora e incompetente tiranía que se pintaba en la propaganda británica y en la propaganda popular argentina”.
También se considera de sumo interés, para dar una idea de la importancia que podía significar el solo centro minero de Potosí (Nota 5), citar el dato consignado en el último trabajo del Capitán de Navio Cont. (R.S.) D. Humberto F. Burzio “Manifiesto de la plata extraída del cerro de Potosí, 1556—1800” Academia Nacional de la Historia — Buenos Aires — 1971, que hace ascender el valor de la misma a la suma de 644.208.000.000 de $ m/n ó 6.442.080.000 pesos (Ley 18.188), lo que haría un promedio anual de 2.629.420.408 $ m/n.-

 

Proyecto de Roberto Hodgson para atacar la América Española.

Presentación
Robert Hodgson “el mozo”, hijo de Robert Hodgson “el viejo”, nació en Inglaterra en 1715. Entre 1746 y 1749 se educó en la Academia Militar de Woolwich donde obtendría el título de Cadete del Regimiento Real para luego trasladarse a la Costa de Mosquitos donde su padre se desempeñaba como superintendente.
En 1766 contrajo nupcias con Elizabeth Pitt, asegurando así una alianza con su suegro William Pitt, antiguo gobernador de la isla Bermuda y uno de los primeros pobladores de la Costa de Mosquitos. Fue padre de tres hijos, una mujer y dos varones; sólo se conoce el nombre de estos últimos: Robert Hodgson III y William Pitt Hodgson.
Amasó un gran poder y fortuna desde una pequeña porción territorial del Caribe continental: la región de Blueields. Fue poseedor de una amplia servidumbre y propietario de más de 200 esclavizados. Llegó a tejer una diversa e importante red de contactos comerciales en las áreas circunvecinas a su residencia y en otros núcleos vitales para el comercio atlántico como Filadelfia, Nueva York, Boston, Kingston, Londres y de forma clandestina con ciudades como Guatemala, Mérida, La Habana, Santo Domingo, Portobelo y Cartagena. Su poder logró recalar fuertemente en el pueblo miskito llegando a convertirse en una suerte de caudillo de aquellos indios, hecho que despertó entre la monarquía británica el recelo y la necesidad de diezmar su poder a manos del gobernador de Jamaica William Trelawney.
Poseyó embarcaciones que dedicó al transporte de mercancías de contrabando para sus clientelas españolas y sería en una de estas jornadas comerciales en 1783, donde caería preso a manos de la oficialidad de Cartagena y donde sus papeles serían confiscados. Fue remitido como prisionero a Cartagena y tiempo después trasladado a Santa Fe. Debido al gran influjo que tenía entre los indios miskitos, la Monarquía Hispánica optó por reclutarlo en 1784 para que contribuyera con la pacificación y posterior dominación de aquellos indios y por lo tanto, usurparles a los británicos el dominio de la región. Fue entonces gracias al ministro José de Gálvez que se le asignó el título de coronel. Robert Hodgson, quien además era protestante, falleció en la ciudad de Guatemala el año de 1791. Su cadáver fue enterrado en el campo.
Los Papeles de Roberto Hodgson son un legajo de documentos que hoy reposan en el Archivo General de Indias y pueden ubicarse bajo la signatura: Santa Fe, 758B. Se trata de un legajo constituido por cerca de 500 folios que, en realidad, son una copia traducida al castellano de los escritos en lengua inglesa pertenecientes a quien fuera el Superintendente de la Costa de Mosquitos.
Antonio Caballero y Góngora, arzobispo virrey del Nuevo Reino de Granada, solicitó a tres oficiales de la ciudad-puerto de Cartagena la misión de traducir todos los documentos. Se sabe que la mayoría de ellos fue traducida por el administrador de correos de Cartagena don Joseph Fuertes y que los demás aportes a la traducción fueron encargados al teniente coronel don Basilio Gascón y al renombrado ingeniero militar don Antonio de Arévalo.
Al parecer, la traducción de los documentos de Robert Hodgson fue terminada para mediados de 1784 y tiempo después fue remitida por el virrey del Nuevo Reino de Granada al Consejo de Indias. Ese mismo año, según lo informó el propio Antonio Caballero y Góngora, todo el legajo traducido iba acompañado de planos y croquis trazados por Robert Hodgson durante los años en que se desempeñó como Superintendente, Agente y Comandante en Jefe de la costa de Mosquitos bajo las órdenes de la corona de Inglaterra. Dentro de este enorme legajo se halla un documento con el título de Proyecto de Roberto Hodgson para atacar la América Española. Tal documento es un valioso testimonio que permite hacer una aproximación al mundo de las ideas concebidas por hombres del siglo XVIII con una acérrima voluntad de servicio hacia sus respectivas coronas.
Aunque no fue un caso único durante el período colonial, las ideas plasmadas en el Proyecto de Robert Hodgson evidencian ese complejo entramado de las constantes pugnas “multi-imperiales” por el dominio territorial y marítimo que tuvieron lugar tanto en el Golfo-Caribe como en otras regiones del continente americano; pugnas que se recrudecieron inevitablemente debido a las consecutivas guerras desatadas entre las potencias europeas a lo largo del Siglo de las Luces. Estos hechos constatan de una forma bastante ilustrativa las ideas de un hombre que, en concordancia con las pretensiones expansionistas de su corona, elaboró todo un proyecto orientado a que prácticamente la gran mayoría de los dominios de la América Española pasaran a manos de Inglaterra, comenzando por atacar los puertos para luego monopolizar el comercio y paulatinamente ir extendiendo a lo largo y ancho del territorio la Rule Britannia.
Después de ser leída la traducción del Proyecto de Robert Hodgson para atacar la América Española, algunos oficiales de la Audiencia de Santa Fe no vacilaron en afirmar que lo allí escrito no era más que un cándido plan ideado por Hodgson durante su juventud el cual solo consistía en: “ataques mal concebidos e impracticables contra nuestras posesiones de Indias”.
Invito pues a que los lectores e investigadores conozcan éste documento y lo empleen según sus interpretaciones y sus conveniencias. Queriendo además, que sea un oportuno analgésico para la fiebre bicentenaria. La transcripción ha sido modernizada.

Proyecto de Roberto Hodgson para atacar la América Española

//F.192r// Habiendo estado siempre de acuerdo que cuando la Inglaterra se empeño en una guerra con la España debe ser la America la principal escena de la acción; y habiéndose conseguido en estos reinados muchas memorias, papeles, mapas etca., relativos a las mas considerables plazas de las posesiones españolas en las Indias Occidentales y entregándolas al ministerio en consecuencia de esto se han enviado actualmente escuadra y ejercito considerable y aunque no ha correspondido su suceso a la expectación general, ni serán aceptables //F.192v// por la misma razón otros proyectos para nuevas expediciones por aquellas que sin investigar las causas quieran solo juzgar por los efectos: comprendo no obstante que con el conocimiento que hemos adquirido de la América por los libros, mapas y memorias mencionadas y por otros auxilios, no será difícil formar un plan de operaciones más consistente que el que hasta ahora se ha seguido, y más facil para dirigir la fuerza a proporción del designio en las diferentes empresas o expediciones capaz de producir un buen efecto, y acabar de una vez una guerra con utilidad o en el peor evento compensar a la nación de los gastos que se la originan en continuarla.
El objeto es hacer lo más evidente que se pueda este proyecto; para lo cual es preciso empezar dando una idea general del clima de esta parte del mundo, el cual se ha de regular, y de medir las diferentes operaciones según las alteraciones o revoluciones periódicas de los vientos y del tiempo que son totalmente diferentes de //F.193r// las que experimentamos en Europa omitiendo pues las ligeras variaciones diarias haré solo mención de las que tienen una universal influencia como son las brisas, los huracanes, los nortes y las lluvias, añadiendo, aquellas inferencias que por naturaleza deben seguirse de estas variaciones.
La primera: el Trade Wind, o la brisa, sopla todo el año entre N y E con pocas interrupciones, o excepciones, pero siempre dentro de los límites prescriptos, con diferencia de pocos grados. Las operaciones por consiguiente en estos mares deberán seguir por lo natural la misma causa empezando por Barlovento y no dejar sin visitar ninguna plaza a las espaldas a menos que por algunas razones particulares no lo exija assí la necesidad: la razón es porque si cae a Sotavento, una escuadra, o un solo navío le es muy dificultoso o casi imposible volver a ganar el Barlovento, la misma dificultad hay de socorrer las plazas de Barlovento que se hallen atacadas. Siguiendo el mismo //F.193v// plan, las plazas de reunión deben estar también a Barlovento, y así lo sería la Barbada, con respecto a cualesquiera plaza que se quiera atacar desde Puerto Rico, a Cartagena inclusive; y Jamaica para cualquier paraje de la Bahía de México o Portobelo y la isla de Cuba; sin embargo que por hallarse una parte de esta a Barlovento de la de Jamaica pudiera fijarse el punto de reunión contra ellas en las de la primera clase.
Puede muy bien pasarse un año sin haber huracanes en algún paraje determinado; pero siempre son temibles en todas las islas, desde fines de julio hasta concluido septiembre, por cuya razón se llama a estos meses, meses de los huracanes, sin embargo de que le ha habido algunas veces en principios de Junio, y en últimos de octubre lo que es tan sumamente raro como sería imprudente aventurar en aquellos meses ninguna escuadra con cualesquier motivo que fuese cerca o entre las islas por ni haber en dicho tiempo puerto que se pueda llamar totalmente seguro. //F.194r// Debemos tener presente que aunque estos terribles vientos extienden su fuerza hasta los cabos de Virginia, ninguna o rara vez llegan al continente opuesto y tocan en la isla de Cuba; por cuya razón debemos tener un buen puerto en donde mantener segura nuestra escuadra durante estos meses (se han propuesto muchos) y en los cuales haya un temperamento sano y facilidad de procurarse abundancia de provisiones frescas, y vegetales, de modo que durante este estado de inacción pueda más bien refrescarse y recobrar nuestra escuadra su vigor en lugar de debilitarse: hallaremos todas esas ventajas reunidas en el puerto de cabo Gracias a Dios, así por su situación como por las provisiones que pueden darnos, y por la salubridad, claridad y buenas proporciones de toda la tierra inmediata a el.
Los nortes soplan en ciertos tiempos, pero con singularidad en la mudanza, y lleno de la luna en toda la bahía de México, golfo de la Florida, punta //F.194v// oriental de la Isla Española, y algunas veces mas al este. Desde mediados de septiembre hasta marzo, son algo más fuertes singularmente a su principio, y a su in pero sobretodo son violentísimos en noviembre, diciembre, y enero, y alguna vez en octubre y febrero, para aventurar una expedición capital en estos parajes y con especialidad en la bahía de México, y el norte de las islas, excepto que tengamos un buen puerto; pues aún en el de la Vera-Cruz han sufrido mucho los barcos a quienes ha cogido allí el norte.
Lo último de las mencionadas circunstancias son las lluvias, que siguen generalmente el progreso del sol, entre los trópicos, y son por consiguientes mas tempranas y por lo común mas pesadas en el continente que en las islas, sin que se pueda ijar su principio y su in en cada uno de los diferentes parajes bien que con diferencia de un mes es el mismo en todas partes, porque vienen con el calor, y declinan gradualmente con el siendo más violentas //F.195r// cuando el sol esta vertical; y mientras duran no hay tropas que puedan sostener el campo en ningún paraje de América, sin exponerse a graves enfermedades mortales.
Según las citadas observaciones, se convence que una escuadra o ejército destinado a obrar en las Indias occidentales, debería hacerse a la vela de aquí o de Irlanda, que sería mejor hacia mediados de Agosto, de suerte que llegasen allí a mediados de octubre cuando ya hubiesen pasado los huracanes, y tendrían parte de octubre y todos los meses de noviembre y diciembre, enero, febrero, marzo y parte de abril para operar antes que empezasen las aguas en la costa, o en las islas, y en todos los parajes no atormentados por los nortes en este tiempo, como son los que hay desde Puerto Rico a Portobelo, inclusive, y el sur de la isla de Cuba, no permitiendo los nortes, como se ha dicho //F.195v// intentarlo antes, ni la estación de las aguas y proximidad de los huracanes, suspenderlo algún tiempo, a menos que no obligue la necesidad a ello: teniendo presente que para el in de mayo, toda la escuadra y ejército, excepto la que quedase en custodia de nuestras posesiones, o de las nuevamente adquiridas, debe enviarse, sino vuelve directamente a Europa, a un puerto que tenga las circunstancias prescriptas, para que pasando allí las estaciones de invierno, puedan salir a principios de octubre (uno o dos meses antes según el destino que lleven) con un nuevo vigor y espíritu a comenzar de nuevo sus operaciones. Si la expedición lleva un solo determinado paraje entonces se proporcionará según la situación en que se halle la plaza con respecto a las intemperies citadas, y sobre todo con atención particular a que no estén mucho tiempo las tropas en América sin entrar en acción.
Suponiendo pues tomadas todas estas precauciones, procederemos con la mayor ligereza a examinar las plazas //F.196r// de alguna nota o consecuencia que puedan atacarse sobre el continente, o islas españolas, empezando por las más a Barlovento, siguiendo después a la bahía de México, y desde allí pasando a la isla de Cuba, con aquellas ligeras observaciones que puedan bastar para dar una idea general del perjuicio que se sigue a los enemigos, y de las ventajas que nos podrán resultar a nosotros si llegamos a ser dueños de ellas, reiriéndonos para más seguridad a las memorias y papeles ya presentados, y otros que se pueden procurar cuando lo exija la ocasión.
Empecemos pues por Puerto Rico, que es el primer establecimiento español que se nos presenta: esta isla, aunque es una de las mejores de las Indias Occidentales, y la más capaz de estímulo no produce por lo natural indolencia de su gente, ningunos efectos que puedan exportarse, y por consiguiente no tienen ningún tráfico, no obstante todos los barcos españoles, navíos de guerra, galeones, lotas, y registros tocan aquí para hacer aguada y en tiempo de guerra para tomar las noticias convenientes. //F.196v// Su perdida aunque solo por esto sería perjudicialísima a los españoles, a nosotros nos rendiría mucha utilidad así por tener un excelente puerto con una buena salida al océano para cruzar todo alrededor de la isla; como por que en nuestras manos con menos fatigas y cultivo que en nuestros actuales establecimientos haríamos considerables retornos de azúcares y demás frutos que producen las Indias Occidentales.
No haciendo atención de Barcelona, Cumaná, ni de las islas de Trinidad, ni Margarita, porque no lo merecen, el primer paraje de importancia que se nos presenta según el plan que seguimos es la provincia de Venezuela, o de Caracas. Este país, cuyo comercio en general esta en manos de una compañía exclusiva establecida en Vizcaya, además de muchos azúcares, excelente tabaco y buenos cueros, Etca, produce las tres cuartas partes del cacao que se consume en Europa, Nueva España, Etca, y por consiguiente debe ser de una basta consecuencia a los actuales //F.197r// poseedores entre los cuales es indispensable artículo de consumo el chocolate. Su adquisición sería para nosotros extremamente ventajosa, assí porque nos haría en efecto dueños inmediatos del comercio del cacao, en que no nos hemos ocupado hasta ahora, sea porque los huracanes no dejan que se maduren los árboles, que lo producen, o porque hemos estimulado poco su cultivo en las tierras donde pudiera darse, como por la inmensa cantidad de producciones y manufacturas británicas que necesariamente se consumirían en un país tan rico, y de tanta extensión: siendo sobre todo digno de observarse que el puerto de Puerto Cabello es uno de los mejores del continente, y que tal vez no se hallará en toda América, ni se conquistará otra plaza de más valor ni riqueza.
Desde aquí sería oportuno dejar caer una escuadra sobre Santo Domingo, capital de la isla Española. Fue lástima que no se lograse el intento que tuvo de tomarla Cromwell siendo preferible a la isla de Jamaica por muchos motivos entre otros por el dominio que tiene sobre el paraje llamado //F.197v// Barlovento, ahora son los franceses dueños del todo, y aunque sería util la conquista no aparenta ser tan fácil, ni es regular se intente antes que otros parajes de nación importancia. Lo que si deberíamos examinar es ver si podríamos poseer la Tortuga, una pequeña isla situada no distante de esta al NW o hacer un establecimiento en aquellas inmediaciones para la mejor seguridad de nuestro comercio, que conducimos por el expresado paraje, o estrecho de que son dueños en el dia los franceses y españoles.
Desde Santo Domingo, o más antes desde Puerto Cabello, poblaciones que siguen en el orden propuesto son Coro, y Maracaybo: esta es inaccesible para barcos grandes, y aunque una y otra son poco considerable[s], deberían seguir la suerte de Caracas. Después de estas se sigue Río del Hacha, y Santa Marta, igualmente de poca consideración para ser visitadas por una escuadra inglesa; si bien podrían reducirlas algunos pocos navíos, y facilitarnos un considerable comercio de tierra, por medio //F.198r// de los ríos que bañan estas provincias, después de estas se sigue la ciudad y puerto de Cartagena.
Cartagena nos es bien conocida a nosotros para dejar de saber su interés: los galeones disponen constantemente en ella de parte de sus efectos para el consumo de la ciudad, provincia y país, adyacente, pero su principal asunto es tomar las provisiones y refuerzos que no se pueden hallar a ningún precio que sea en Portobelo. Esta con las inmediatas minas de oro que tiene y la capacidad, seguridad y fortaleza de su puerto, la hace una plaza de la mayor importancia con respecto a nosotros. Aunque es cierto que llegando a ser dueños de la ciudad o del puerto, podríamos asegurar casi todo el comercio de esta provincia en la cual se ha permitido a todos tener parte, parece ha perdido mucho de nuestra estimación viendo inutilizada una escuadra y ejército infelizmente delante de ella, capaz de conquistar plazas más fuertes y de mayor interés. Nuestro mal suceso en ella nos enseñará, entre otras cosas, lo necesario que //F.198v// es guardar las escritas reglas que se han dado respecto a las estaciones, pues nuestra desgracias en Cartagena se debe en parte a haber llegado mucho antes de las últimas que he relacionado.
Omitiendo El Darién y Caledonia, en donde los españoles no tienen establecimiento ninguno, la primera población que se encuentra en la costa, es Portobelo considerable solo por su puerto, y por ser el almacén, o emporio en donde se depositan todas las mercaderías de todos los países de Europa transportadas aquí en los galeones; y cambiadas por el tesoro, y producciones del Perú hasta en cantidad de muchos millones, y aunque es verdad que este comercio puede girarse por otras partes del istmo, y aún por la vía de Buenos Aires, no obstante, considerando la bondad de este puerto, la poca distancia desde el a Panamá, la larga establecida costumbre, y otras circunstancias, no será fácil o conveniente hacerlo por otra parte o en algún tiempo, y por ultimo debe ser siempre de infinita consecuencia a los españoles, su dominio para excluir a todas las demás //F.199r// naciones de la posesión de esta importante parte del istmo, dominado por ambas plazas y por lo que toca a nosotros, no nos sería de una positiva ventaja la adquisición de esta plaza, y la de Chagre, que en este caso es necesaria, no obstante que si entendiésemos nuestras minas, podríamos abrir camino a una de las mas deseadas, y más utiles adquisiciones que ha hecho ni haría el Imperio Británico, logrando un puerto en el mar del sur, y por consiguiente el trafico y dominio del océano Pacífico, porque en estas mismas ventajas pueden proporcionarse y mantenerse con más utilidad y a menos costa por cualquiera otra parte.
Desde Chagres o Campeche no hay población, puerto de estar, ni plaza de ninguna consecuencia sobre el mar del norte, excepto el castillo que está en el paraje a el lado de Nicaragua, un pequeño fuerte en el puerto de Omoa, y un castillo que comanda la navegación del río Dulce por cuyo medio se suple la provincia de Guatemala, y sus vecinas de los efectos europeos que la llegan en cada año en un registro //F.199v// que retorna cargado de frutos: la fácil reducción del primero de estos castillos, es una de las partes del plan formado para conseguir un puesto en la costa del sur, con una segura cómoda comunicación de este mar; y aunque no es objeto muy importante la reducción de los dos últimos, se podría verificar con uno o dos navíos, así porque el primero es un paraje cómodo, de donde se puede molestar fácilmente nuestro comercio con la Bahía de Honduras, como porque el último es un obstáculo que nos impide invadir, o comerciar con el país adyacente.
Siendo Campeche el único puerto de mar por donde la provincia de Yucatán puede exportar sus producciones y ser suplida con la de Europa y de Canarias, y siendo su situación a propósito para proteger la navegación a la Bahía de México y a el paraje de donde se provee este reino de sal, es sin duda de mucha utilidad a los españoles la conservación de esta provincia: Así como la posesión de ella a nosotros bajo la necesidad de proveerse de las manufacturas británica, y de subyugarla //F.200r// a los términos que quisieramos, habiendo aun un número considerable de indios nativos a quienes solo falta un estímulo para recobrar su país, y su libertad, con lo cual y con una guarnición dependiente como a 30 leguas a sotavento nos haríamos únicos dueños del tráfico del palo de tinte, y perjudicaría a la Nueva España por falta de un artículo tan indispensable como el que se ha mencionado, y además interrumpiría su comunicación con Europa, y con el resto del continente, e islas españolas.
Desde este ultimo mencionado paraje de la Vera-Cruz no se ofrece ninguna plaza de consecuencia sino es Tabasco, situada sobre un río con su barra, cerca de Trieste: el país que es notablemente bueno, y muy sano, produce aunque no en mucha cantidad muy buen cacao, y tabaco y nada tiene en si más que exija nuestra atención.
Ya hemos llegado a la Vera-Cruz, la llave, y el único puerto del Reino de México, o Nueva España, en el mar del norte. La lota conduce a este puerto todos //F.200v// los únicos aceites y frutos de España, y parte de las manufacturas de todos los países de Europa para el consumo de este rico y populoso reino, y retorna cargada no solo con los frutos del país, sino también con la mayor parte de aquel inmenso tesoro que circula con el curso del comercio, no solo en el mundo occidental, sino también de la India. Haciéndonos dueños de esta plaza solamente caería sin disputa en nuestras manos la mayor parte de este basto tráfico y tesoro y pondría a los españoles fuera de la posibilidad de sostener una guerra en Europa, o defender sus demás posesiones en las Indias, porque de los derechos, indultos, monopolio de azogues, quintos de minas, venta de bulas, tributos de indios, y otros artículos levanta la más grande y la más líquida renta que goza la Corona; además que desde aquí se pagan constante y regularmente todas las tropas, y guarniciones de las islas de Cuba, Española, y Puerto Rico, y las de Cumaná sobre el continente, proveyéndolas de harina //F.201r// y otros menesteres sin cuyos auxilios no podrían subsistir mucho tiempo.
Los indios naturales de este reino son muy poderosos, y desean ardientemente sacudir el yugo español, siendo de gran consideración por este motivo el uso que puede hacerse de ellos, particularmente sabiendo que ahora son los ingleses el pueblo a quien ellos buscan para su socorro, por algunas antiguas supersticiosas naciones que viven ahora entre ellos.
La inmediata y última tierra que se ofrece a nuestra consideración en este lado de la línea, es la isla de Cuba, que por la bondad de su aire, fertilidad de su suelo, extensión, feliz disposición y situación excede a todas las de América. No obstante estas naturales ventajas por falta de estímulo de un suficiente número de pobladores, y de aplicación e industria en los que hay ha sido hasta ahora de más consecuencia a la España por el dominio que tiene con ella sobre la navegación de todos estos mares //F.201v// y por la extrema conveniencia, o más antes necesidad de un puerto como el de La Habana, bien sea para el punto de reunión o para el refresco de sus lotas, y galeones que no por la cantidad de sus producciones, o valor y extensión de su comercio: sacan no obstante una cantidad considerable de tabaco, con la cual se suplen principalmente las fabricas de este ramo en España, que forman una considerable parte de la venta de la Corona y suficiente cantidad de azúcar para su consumo y aún para vender a otros. Esta noble isla podría hacer mejor figura en nuestras manos, produciría todos los frutos de las Indias Occidentales, en suficiente cantidad para el consumo de toda la Europa, y estorbaría o protejería según conviniese todo el comercio de América desde el Cabo San Nicolás y Cartagena a Sotavento y particularmente el de México y Perú.
Será oportuno manifestar cuanto incluye el valor, y consecuencia de cada uno de estos parajes, sobre el otro, de //F.202r// suerte que la influencia de uno resulte sobre el todo.
Si en consecuencia de esto pareciese demasiado ardua la empresa, o más bien sus consecuencias de dominar todos los países españoles en esta parte del mundo, la mayor dificultad sería la elección del País: el istmo de El Darién, y singularmente la Vera-Cruz, empobrecerían efectivamente más que otros a la España: ocasionarían sin comparación la mayor exportación de nuestras producciones y manufacturas y haría proporcionados retornos en plata, y oro. Las islas de Cuba y Puerto Rico, y especialmente la primera protegería mejor que otra ninguna nuestro comercio o arruinaría el de nuestros enemigos, y emplearía más hombres y navíos para la exportación y conducción de sus producciones. Caracas parece ser el paraje más propio para una compañía exclusiva de comercio: así como la costa, provincia y vecindades de Nicaragua para nuevos establecimientos, los cuales (bajo el pie que se tratará después) harían //F.202v// que resultase en ventaja y utilidad de la Gran Bretaña, cuanto ha hecho con tanto trabajo la España en America desde el tiempo de Cortés y Pizarro.
Siempre que consideremos que cualquiera de estos establecimientos puede ser tomado por nosotros, nos deberíamos resolver a enviar todas las fuerzas posibles porque a la verdad no hay paraje en donde puedan ser empleadas con mejor motivo, a causa de que en estos países un solo puerto domina generalmente una provincia y a veces un reino. La mas grande objeción es la enfermedad y mortalidad que puede atacar a nuestras gentes en estos climas, lo que se puede prevenir particularmente, si tiene cuidado que no se traigan las semillas de las destemplanzas, epidemias cogidas en las cárceles, en los astilleros, y en las bombas, porque unos pocos de estos individuos infectados así, y desparramados, después producen fácilmente el contagio en una escuadra, y ejército, para el cual se ha //F.203r// de observar que el vestuario, furnituras, y en una palabra todo su equipaje debe ser proporcionado a el país y género de servicio en que se van a emplear: deben traerse muchos esclavos y emplearlos en los servicios más pesados y menos sanos de la escuadra y del ejército. No deben absolutamente ni siquiera ajustarse ninguna de las provisiones a boca que tengan la más pequeña señal de corrupción, y para estorbar los malos efectos que se resultan indispensablemente de la continuación de los alimentos salados será muy importante adelantar su paga a los soldados, y subalternos para ponerles en estado de comprar las menestras y refrescos de toda suerte que el país produzca, o proporcionar arbitrios para procurarles esta comodidad a precio más barato, lo que a mas de ser posible, no puede agravar demasiado al gobierno.
Aun nos queda sobre esta costa de América la plaza de Buenos Aires, tan diferentes de las otras que hemos //F.203v// nombrado, como distante de ella para su situación y diferencia de vientos, clima y estaciones de las Indias Occidentales, situada en uno de los más hermosos climas del mundo, y no inferior a ninguna parte de Europa por su feracidad, abundancia y sanidad igual casi a las mejores de América por sus riquezas, o por los medios que proporciona para adquirirlas. Suple a el Chile, y Perú con té del Paraguay, y con mulas, sin lo cual no podrían trabajar sus minas: igualmente envían efectos europeos, y negros esclavos, y del oro, plata, y lana de vicuña que sacan en cambio de lo dicho, junto con la gran cantidad de cueros del país, forman sus principales retornos para Europa.
La posesión de esta plaza y la de Santa Fe (sobre el mismo río de la Plata) nos haría dueños del comercio de toda la provincia: nos abriría una segura navegación, y por medio de unos climas muy sanos una constante, y //F.204r// regular correspondencia con el Chile y Perú que podrían con el tiempo llegar a ser nuestros: nos facilitaría algún futuro viaje, o expedición, y obstruiría las de los franceses y españoles a la mar del sur y finalmente poseeríamos una populosa, rica, poderosa y extensa colonia.
El considerable gasto que debería hacerse para esta conquista con preferencia a las otras plazas citadas es la única objeción que podría hacerse, pero si consideramos que el dinero empleado en una expedición naval no hace más que cambiar de manos, y que por consiguiente la comunidad en general no llega a ser más pobre, es de desear que esta consideración jamás deshaga ni retarde cualesquiera empresa que se proyecte en beneficio y gloria de la Gran Bretaña.
(Copia) Firmado = Roberto Hodgson.

Presentación y transcripción de Juan Sebastián Gómez González. "Historia y sociedad" No. 18, Medellín, Colombia, enero-junio de 2010, pp. 213-257