Fray Antonio Tello
escrita hacia 1650 por el padre fray Antonio Tello, de la orden de San Francisco.
Capítulo VIII.
De la conquista de la Nueva Galicia, de la otra banda del Río Grande de Guadalajara.
Ya queda dicho en el capítulo antecedente, como desde Cuitzco envió D. Nuño de Guzmán al capitán D. Pedro Almindez Chirinos, y desde Tonalá al capitán D. Cristóbal de Oñate, para que cada cual por su rumbo conquistase toda la tierra que había poblada a la parte del Norte; y uno y otro desempeñaron tan bien sus nobles personas, que en breve tiempo y sin pérdida de su gente ni de la de la tierra, rindieron innumerables indios a la obediencia del rey de España. El capitán Chirinos desde Cuitzeo se encaminó para Zapotlan del Rey; de allí al de Juan de Saldivar o Zapotlanejo, al valle de Acatic y Tepatitlan, que eran provincias distintas, hasta el Cerro-gordo, y en todas tomó posesión pacífica, y fue muy bien recibido y regalado de los indios. Llegó a Comanja y de allí a las Chichimequillas, donde hoy está la villa de Lagos; pero en todo esto ni en Cerro-gordo había pueblo formado, sino solamente muchísimas rancherías de indios, unos de la provincia de Zacatecas y otros que se llamaban huamares, los cuales no sembraban ni hacían pie en parte alguna, sino que dormían en donde les cogía la noche, andaban totalmente desnudos y comían raíces y las carnes de venado, conejo y aves que cazaban: en todas estas partes no hizo el capitán más que tomar testimonio de haber llegado hasta allí, de donde partió para Zacatecas, y por todo el camino salían innumerables indios salvajes, y les daban la carne que cazaban.
Llegados a Zacatecas, hallaron que todo el pueblo se componía de quinientos gandules en cueros, viviendo debajo de las encinas en unos bohíos redondos de zacate, sin orden ninguno ni policía; los cuales recibieron de paz a los españoles, y les dieron de comer caza y mucha bellota dulce. Quería el capitán pasar adelante; pero el cacique zacatecano le hizo desistir de su intento, diciéndole que ya no había más población, sino solamente muchos indios llamados huachichiles, gentes silvestres, grandes traidores y ladrones. Con esto determinó Chirinos volverse; y aunque tomó posesión por el rey de Castilla y D. Nuño de Guzmán, pero fue haciendo burla y riéndose de la gran conquista de su general, como no sabía que en aquel lugar se encontraba tan gran tesoro, que al siglo de su descubrimiento lleva dados al rey de sólo sus quintos, veintinueve millones. Preguntó por donde podría salir a Tepic, y los indios zacatecanos le ofrecieron guías que lo llevasen, y se fue viniendo por el valle en que hoy está la villa de Jerez, y a pocas leguas encontró con una gran ciudad arruinada y despoblada; pero se conocía haber tenido suntuosísimos edificios, con grandes calles y plazas bien ordenadas, y en distancia de un cuarto de legua cuatro torres con calzadas de piedra de la una a la otra; y esta ciudad fue la gran Tuitlan, donde hicieron mansión muchos años los indios mexicanos cuando caminaban desde el Septentrion conducidos de su infame caudillo el demonio, como queda dicho por el libro proemial de esta crónica. De aquí pisó el capitán Chirinos al valle Huajucar, de allí a Colotlan, donde tuvo noticia que el capitán Oñate había estado en el valle de Tlaltenango, y así se fue por Jora atravesando toda la tierra, hasta dar en Huainamota el viejo, y salir a Tepic; la cual caminata fue tan trabajosa que no se puede encarecer, porque en el mundo no puede haber cosa tan áspera como esa sierra, y con infinidad de indios belicosísimos, que la misma aspereza de la tierra los hacía fieros en lo indómitos y crueles; pero todo lo venció este insigne capitán, dejando atrás con este hecho al muy celebrado Aníbal, que abrió camino por los Alpes de Francia para la Italia en que perdió un ojo, y nuestro Chirinos nada.
Más breve negoció el capitán D. Cristóbal de Oñate, aunque tuvo más que hacer, aunque eran menores las distancias, porque él anduvo par lo bajo, y el capitán Chirinos por lo alto. Salió, pues, el capitán Oñate el año de treinta de Tonalá, según parece en el mes de Abril, y comenzando su derrota por Huentitlan, luego se le ofreció dificultad, porque estos indios le salieron de guerra; pero aunque pelearon fuertemente, los venció. De allí pasó a Copala, y aunque salieron los indios muy galanes y bien armados, mas no fue sino para recibirle de paz. Tomó posesión y pasó a Ixcatlan, y queriendo estos impedirle el paso del río, hubo tan sangrienta refriega que murieron trescientos ixcatlecos, y los demás echaron a huir. Pasado el río marchó el ejército por el valle de Tlacotlan, Contla y Cuacuala, que eran poblaciones distintas y de muchos indios; pero no los desvaneció su multitud, sino que todos se dieron de paz. Los de Teponahuasco hicieron su demostración de pelear; mas luego se rindieron; y así asentado este valle, pasó para Teocaltiche, y al camino le salieron a recibir los de Yahualica y Mexticacan, que eran cabeceras, y admitidos por amigos, llegó el ejército a Teocaltiche, que era pueblo de más de cinco mil indios, y fue bien recibido, y habiendo tomado posesión, partió para Nochistlan, que tenía más de seis mil indios, los cuales puestos en campaña trabaron sangrienta batalla con los nuestros pero por fin, como gente bisoña, fueron derrotados y vencidos, quedando muchísimos muertos y otros heridos, con que pudieron los españoles entrar en Nochistlan y tomar posesión: dejó allí D. Cristóbal de Oñate a su hermano D. Juan con otros españoles, así para que conservaran lo conquistado, como para presidio de la villa del Espíritu Santo de Guadalajara que se intentaba fundar, y luego pasó para Xuchipila donde tenían los indios una albarrada que como muralla impedía la entrada, y la defendían de parte de adentro para que no pudieran derribarla los españoles. Mas un italiano llamado Lipar que iba entre los castellanos en un caballo muy brioso, fuerte y desesperado, arremetió con tanto ímpetu y fuerza a la albarrada, que se la antellevó, y estando dentro le arremetieron furiosamente los indios queriendo sujetar al caballo de la cola; pero este, encendidos los ojos y dando bramidos de coraje, ayudó tanto a su amo, que les causó tanto temor, que entre los dos mataron seis o siete indios, lo cual visto por los demás luego se dieron de paz, y a Lipar se le dio después aquella provincia por encomienda. Desde este pueblo de Xuchipila convocó el capitán Oñate a los caciques de Mesquituta, Cuspala y retiróse con todos sus agregados, los cuales vinieron con gran rendimiento, y juntos dieron la obediencia al rey de España. Prosiguió el capitán Oñate su conquista pasando por el pueblo de Apozol para Xalpa, donde había grandes poblaciones, y sin resistencia de sus moradores tomó posesión por Castilla; y por un puerto de ocho leguas que media pasó para Tlaltenango, y de allí volvió para Tepechitlan, que era entonces pueblo muy grande; luego al Teul: en todas estas partes fue muy bien recibido, con que sujeta y pacífica toda esta tierra, trató de venirse para Etzatlan, donde había concertado con su gobernador Guzmán salirle al alcance; y siendo la tierra impertransible por su mucha aspereza, mandó a su gente, españoles e indios, que abriesen camino, y lo abrieron en dos días, tajando en parte peñas vivas hasta la distancia de tres leguas, y llegaron a Tequila. Los tequiltecos, que vivían entonces en barrancas, habían prevenídose para resistir a los españoles; pero viendo la grande empresa del camino que abrieron por donde parecía imposible, y que habían pasado el río, los recibieron de paz, y el capitán los halagó y mandó se saliesen a poblar donde hoy están. Prosiguieron los españoles sus jornadas por la Magdalena, Tusacatlan, Hostotipac, Ixtlan, en todo lo cual no tuvieron que hacer por estar ya conquistado por D. Francisco Cortés, como ni en Ahuacatlan o San Pedro Analco por haberlo ya tocado el capitán Chirinos; pero sabiendo que a Xocotlan no había llegado alguno de los dichos y que era mucho su gentío, partieron allá, y sin resistencia tomaron posesión por la corona de España, y de allí se volvieron por la Magdalena hasta llegar a Etzatlan, donde se incorporaron con el ejército principal a los fines del año de quinientos y treinta, según parece. Dio razón de su jornada el capitán Oñate al gobernador Guzmán, el cual celebró grandemente su venida, porque apreciaba mucho su persona y compañía.
Capítulo IX.
Prosigue la conquista de la Nueva Galicia por la parte del Poniente.
Aun los mas ásperos y difíciles caminos se harían fáciles y llanos, en llegando la venida del Mesías al mundo, profetizó el santo Isaías, y así se vio cumplido en la tierra caliente que administra esta santa provincia de Xalisco, pues siendo tan montuosa y enmarañada, y estando tan defendida de tres caudalosos ríos, como son el de Iscuintla, el de San Pedro y el de Acaponeta, y siendo sus habitadores infinitos de nación totorame, tan belicosa que la reconocía la tepehuana o la de la sierra, cuando por lo natural habían de salir como fieras indómitas y cruelísimas contra los españoles, los hallaron corderos tan mansos, que habiendo enviado D. Nuño de Guzmán sus mensajeros al cacique de Iscuintla, respondió con gran sumisión, que fueran bien venidos y pasaran en buena hora a sus tierras, que lo deseaban mucho desde que el capitán Cortes pasó por Jaltemba de Tepic para Colima. Con esta respuesta tan favorable caminó el ejército para allá, y una legua antes de llegar al río salió el dicho cacique con más de tres mil hombres, muy bien vestidos de algodón, y engalanados sus cuerpos, arcos y carcajes con muchedumbre de plumas de todos colores, y cada uno con un dardo de brasil en la mano. Llegando, pues, el Sr. D. Nuño de Guzmán, hincó las rodillas y quiso besar la mano al caballo; mas Guzmán le hizo levantar y le abrazó, y él luego le preguntó que qué buscaban en partes tan dentro y retiradas, que si querían tierra y mujeres, que se las darían y les servirían en cuanto les mandaran; y en señal de que cumpliría lo que le prometía, puso al gobernador en el brazo un brazalete de oro con plumas de diversos colores que le servían de esmaltes, y de las mismas un hacecito a modo de ramillete en la mano. Mostró el gobernador gran complacencia a estos rendimientos, dando muestras al cacique de lo mucho que lo agradecía, y mandó marchar al ejército. Entonces el cacique tomó la rienda del caballo a Guzmán, y dio orden a los suyos que puestos en fila fuesen bailando hasta llegar a su pueblo, lo que ejecutaron ellos con buena voluntad, cantando y tocando sus rústicos instrumentos, que hacían una música temeraria: pasaron el río por el vado pe ellos enseñaron, y llegados, aposentaron a los españoles en unas casas grandes muy aderezadas de esteras o petates de palma, muy enramadas y perfumadas del copale de la tierra; y este día era el de S. Felipe y Santiago, primero de Mayo del año de mil quinientos treinta y uno.
Al buen recibimiento y hospedaje se siguió la muchísima comida, en la cual se manifestaron estos indios tan generosos, que habiéndole hecho fuerza a D. Nuño de Guzmán para que se dilatase diez días en su pueblo, en todos ellos mantuvieron el ejército, que se componía como ya he dicho de veinte mil indios y quinientos españoles, con tanta abundancia de carnes, pescados, tortillas y pinole, y de maíz y zacate para los caballos, que todos se maravillaban, y al fin recogieron los españoles más de trescientas hanegas de maíz que sobraron; cosa que pone espanto y da bien a conocer la muchedumbre de gente que poblaba aquellas tierras.
Desde este pueblo de Iscuintla envió el gobernador sus embajadores al señor de Zentispac que se llamaba Ocelotl, que quiere decir tigre, el cual tenía cuatro hijos, llamado el uno Tamazolin, que quiere decir sapo; el otro Coatl, que quiere decir culebra; el otro Xuile, que quiere decir pescado bagre, y el otro Cocolixicotl, que quiere decir abejón. Era este señor tan generoso, que hasta entre los coras y tepehuanes tenía pueblos tributarios que le pagaban en oro, plata, miel y algodón, y para el servicio de su casa tenía doscientos indios y cien indias; mas luego que oyó la voz del rey de Castilla, inclinó la cerviz al yugo suave de su vasallo, y vino hasta Iscuintla acompañado de sus tres hijos los menores a rendir la obediencia en manos del gobernador Guzmán. Este le recibió con grandes muestras de amor, y él se volvió luego a su pueblo a disponer el recibimiento, que fue suntuosísimo, porque salió una infinidad de indios muy galanes y aderezados de plumas de diversos colores, con sartas de caracoles en la garganta y zarcillos que usaban de azabache, y eran tantos, que apenas daban lugar de caminar al ejército, y todos iban bailando y cantando hasta llegar al pueblo; y ya que estaban en la orilla salió el cacique Ocelotl, que era un indio muy alto y membrudo, y para el recibimiento se vistió uno como gabán de manta sembrado todo de plumas de diversos colores, y por capa un cuero de tigre muy grande con la cabeza encajada en la suya, que le servía como de morrión: en la sarta de conchas que llevaba al cuello tenía una como venera de oro; y llegándose al general le dio la bienvenida con gran cortesanía, y le puso al cuello la sarta de conchas que traía al suyo: prosiguieron después marchando hasta llegar a la casería que estaba tan bien dispuesta como la de Iscuintla, y no fue menos el desempeño en la comida.
Agradó tanto a D. Nuño de Guzmán esta florentísima provincia, que la nombró Castilla la Nueva de la Mayor España; pero pidiendo al Sr. Carlos V que lo confirmase, no quiso S. M., sino que mandó que toda su conquista se nombrase la Nueva Galicia, como la de D. Fernando Cortés se llamó toda Nueva España, y que fundase una ciudad intitulada Compostela y Santiago de Xalisco, a la cual concedía todas las libertades, fueros y privilegios que tiene y goza la de la Galicia antigua. Estúvose en este pueblo de Zentispac D. Nuño de Guzmán diez días, y en este tiempo los indios que traía consigo iban tan ensoberbecidos con el título de conquistadores, que despreciando sus mandatos de no hacer mal a los indios de la tierra, desparramados por el valle quemaron muchas caserías e hicieron otros daños a sus habitadores; pero lo pagaron bien, siendo ahorcados muchos de ellos en aquellos árboles.
Capítulo X.
De la conquista del valle de Acaponeta, y un gran diluvio que allí cogió al ejército cristiano.
Una de las tierras que más lloran la desolación de sus antiguos moradores en este reino, es el gran valle de Acaponeta, donde mostrando las señales de sus muchas poblaciones, mueven a lástima a cuantos la miran. Tenía, entre otros, un pueblo numerosísimo llamado Atzatlan; y a este, luego que llegó D. Nuño de Guzmán, lo fue llevando a fuego y sangre, con tanto rigor que le dejó casi acabado, y lo mismo hizo en otro pueblo llamado Comitl; los cuales hallándose en tal conflicto se juntaron, y con haber sido tanta la mortandad que se cubrieron aquellos campos de muertos, se hallaron hasta diez mil vivos; y guiados de su cacique Xaotame este después de bautizado se llamó D. Luis, llegaron ante D. Nuño de Guzmán, y puestos de rodillas le suplicaron aplacase sus enojos y les perdonase si en alguna cosa le habían faltado, que ellos querían de buena voluntad ser vasallos del rey de España: movióse a compasión al ver este rendimiento D. Nuño de Guzmán, y los recibió de paz y prometió no se les haría más mal; de lo cual quedaron ellos tan gustosos, que se soltaron bailando y cantando todos, hombres, mujeres, niños y ancianos, con tan expresivas demostraciones, que parece que ya se despedían, pues habían de consumirse tan en breve; y para mayor obsequio al general, trajeron dos tigres mansos y un caimán, y los soltaron en el patio de la casa, y hubo entre ellos una pelea de gran diversión, porque el uno de los tigres se subió sobre el caimán y lo comenzó a comer, y cuando él hacía su diligencia por quitárselo de encima, le dio el otro tigre tan fuerte manotada en la cabeza, que se la dividió por medio, y con esto quedó la victoria por los tigres, celebrándola con mucho gusto el gobernador y sus soldados. A estos les mandó, quedándose él en el pueblo, que corriesen toda aquella tierra; y ellos lo hicieron así, unos hasta la costa del mar, y otros hasta la sierra, sujetando a todos los pueblos sin resistencia; por lo cual se volvieron con gran brevedad a dar noticia a su general, y él los recibió con mucho gusto de ver ya toda la tierra en tanta paz.
Pero a esta gran tranquilidad se siguió una tormenta tan deshecha de trabajos, que en ella naufragaron todos y se perdieron los más; y fue la causa que como era tiempo de aguas, y aquella tierra tiene tantos y tan caudalosos ríos, en lloviendo mucho salen todos de madre, con que se unen e inundan todos los campos, como se ha experimentado muchas veces; pero en esta ocasión fue con tanto extremo, que todo aquel valle en más de dos leguas a la redonda se llenó de agua, sin que quedasen descubiertos sino sólo algunos árboles grandes; y así se llevó la agua las tiendas de campaña y cuanto traía el ejército para su conducta; y se hubiera llevado a toda la gente, si subidos en los árboles no se hubieran puesto en cobro; pero con todo, se llevó como la tercera parte de los indios cristianos, y a muchos de los que subidos en los árboles se libraron de ahogarse, la hambre los mató, y los que quedaron vivos era comiendo algún maíz que sobrenadaba, cuando llegaba hacia donde lo pudieran estirar. Duró este diluvio seis días, y quedó la tierra tan cenagosa, que con gran trabajo pudieron retirarse a unas lomas donde secarse; pero estando en ellas sobrevinieron tales plagas de innumerables sapos y otras sabandijas, que no podía la gente entenderse; y lo peor fue que como era tanta la hambre, comenzaron muchos a comer de ellos, y se les soltaron cámaras de sangre, con las que murieron tantos indios del ejercito, que de veinte mil que eran, con el diluvio, con la hambre y con la pestilencia quedaron muy pocos. Los españoles ya no sabían qué hacer, porque si el calor y las plagas de tierra caliente, aun a quien está acostumbrado a ellas se le hacen insufribles, añadidas a estas las accidentales que con el mucho llover entonces se aumentaron, principalmente la calamidad de la hambre, no es ponderable la grande aflicción en que estos hombres se vieron.
El más afligido era el gobernador, viéndose con la más gente muerta, y la que quedaba tan sin peltrecho ni ajuar, que hasta las armas y corazas tiraban por muy pesadas y enmohecidas, y así todo era una confusión, hasta que el famosísimo y muy valeroso capitán D. Cristóbal de Oñate se llegó y le dijo: «Señor, V. S. se anime y no se eche a morir por lo sucedido, que de tales accidentes ¿quién vive seguro en el mundo? y más de los que a fuerza de sus infortunios y a costa de sus trabajos, buscan honra y bienestar, como nosotros. V. S. no desmaye, que el hombre valeroso tan buena cara ha de hacer a la fortuna en siendo mala, como se hiciera en siendo buena; para estos casos se hizo el ánimo y la conformidad: busquemos, pues, parte más cómoda donde hallemos mantenimiento y algún resguardo a las aguas, que pasadas estas, fácil será con la ayuda de Dios nuestro Señor reforzarnos de gente y lo necesario con que prosigamos la conquista». Oídas estas razones cobró ánimo D. Nuño de Guzmán, y sacudiendo de sí sus pesadumbres mandó que guiasen para Acaponeta; y la bondad infinita de Dios nuestro Señor dispuso que los indios de este pueblo los recibieran pacíficamente, y no sólo ellos, sino los de la sierra que eran muy indómitos y crueles, les traían maíz y carne con que pudieran mantenerse hasta salir de allí. Pasadas las aguas envió el gobernador al alguacil mayor Juan Sánchez de Olea para la audiencia de México, con cartas en que contaba sus trabajos, y pedía socorros de gente y bastimentos, y se los enviaron muy cumplidos, y con orden al dicho Juan Sánchez para que sacase de Tlajomulco, de la provincia de Ávalos y de la de Colima, hasta seis mil indios: hízolo así, y con tan buen despacho y mucha prontitud llegó a Acaponeta, siendo de su gobernador y de todos sus compañeros recibido con el placer que más que decirse puede considerarse.
Capítulo XI.
De la conquista de las provincias de Chametla y Culiacan, y la fundación de la villa de San Miguel.
Aunque el territorio que hoy administra esta santa provincia de Xalisco sólo llega hasta el pueblo de Acaponeta, pero como la conquista espiritual de toda la tierra adentro se debió a sus religiosos, me parece necesario dar alguna razón de la conquista temporal para que mejor se entienda la espiritual, que es el fin principal a que se dirige esta crónica. Reformado, pues, el ejército cristiano con los socorros de gente, municiones, alimentos y demás peltrechos de guerra que le vinieron, hizo el gobernador que revistase su gente, y halló estar los españoles cabales y haber ocho mil indios, con los que habían venido; y muy gustoso, dejando en paz y concierto al pueblo de Acaponeta y a los demás, partió para el valle de Chametla, saliéndole a ver al puerto de Peñuelas infinidad de gente: y habiendo llegado al llano de las Vacas, en él salieron muchos indios puestos en punto de guerra, y queriendo defender a sus tierras; pero a pocas escaramuzas los de a caballo rompieron sus escuadrones, con que se dieron por vencidos, y vinieron al gobernador pidiendo paz y perdón, dando por disculpa que habían hecho aquella demostración sólo por ver cómo corrión aquellos venados, que eran los caballos; pero que le suplicaban no entrase en su pueblo hasta otro día, porque querían recibirlo como tan gran señor merecía. Estimólo mucho el gobernador, y en señal de agradecimiento quitó una pluma española de su sombrero y se la puso en el penacho al capitán de los indios, con lo cual quedaron ellos muy pagados y contentos, y se fueron a prevenir el recibimiento y hospedaje. Quedóse D. Nuño de Guzmán a dormir aquella noche en el charco de los Caimanes, dos leguas antes de Chametla, aunque más fue para velar, por el gran cuidado que le causaron los muchos fuegos que ardían, así en la sierra como en el mar, por ser esta señal de convocatoria; pero no se movió cosa alguna; y así amanecido el día caminó el ejército para dicho pueblo, y una legua antes de llegar salió el señor de allí muy galán con un coselete de cuero de caimán, rodela de plumas de diversos colores, y cargando un tigrecillo manso, también engalanado. Venía el indio alcoholado y embijado con mucha bizarría, y de la misma suerte más e cinco mil que le acompañaban; y luego que llegaron hicieron calle para coger en medio al ejército cristiano, y acercándose el capitán a D. Nuño de Guzmán se postró en tierra, y levantándose luego dio una grande voz al cielo, y poniendo la mano a D. Nuño de Guzmán en el pecho, le dio la bienvenida y preguntó que si venía del cielo; y D. Nuño le respondió que de donde sale el sol, enviado de un gran señor que los quería reconocer por hijos y cuidar de ellos, si le daban la obediencia. El cacique respondió que de luego se constituía su vasallo, y juraba servirle con fiel voluntad. Y corriendo estas caravanas presentó a Guzmán el tigrecillo y la rodela, y se asió de su estribo, caminando así hasta llegar al pueblo: los otros indios iban cantando y bailando al compás de música cerril, y con este gran festejo los dejaron en las casas del alojamiento que estaban bien aderezadas. Trajeron luego para la comida ostión y otros muchísimos géneros de pescado, con tanta esplendidez, que había para cuatro campos más del que traían. Y motivado de esto fundaron allí los españoles ese año, que era el de quinientos treinta y dos, una villa intitulada del Espíritu Santo; pero a los cuatro años se despobló, porque no hallando oro ni plata se fueron los más a buscarlo al Perú. Estúvose allí el gobernador algunos días ínterin corrían sus capitanes toda aquella tierra, uno hasta la mar y el otro hasta la sierra: hiciéronlo ellos así con gran presteza, y hallando en todas partes muchísimas poblaciones, en todas tomaron posesión sin resistencia de sus naturales.
De Chametla salió D. Nuño de Guzmán en demanda de la provincia de Culiacan, marchando siempre el ejército por la costa del mar del Sur, y corriendo los capitanes desde la punta de Mataren hasta el río Piastla, la sierra de aquella comarca, el valle de Mataren, y el río que desde entonces se llamó del Espíritu Santo. En todos estas partes hallaron innumerables gentes, y toda la tierra llena de labores de maíz, de algodón y calabazas, aunque la de la sierra era menos abundante. Llegaron al pueblo del Ojo, que está tres leguas antes de Culiacan; el señor de él salió de paz a recibir a los nuestros acompañado de más de diez mil indios, todos gente muy distinta de los que quedaban atrás, en el traje, policía, lenguaje y gallarda corpulencia, y fueron acompañando hasta el pueblo del Navito. Al río de este pueblo salieron a recibir al ejército como cincuenta mil indios de guerra, armados de arcos y flechas, dardos de brasil, macanas de guayacan, que son unos palos con sus porras en las puntas y cuchillos de pedernal, vestidos de mantas matizadas y revestidos con pieles de leones y de tigres, y traían al cuello sartas de codornices, pericos pequeños y otros diferentes pajaritos. Hicieron la venia al gobernador, y fueron guiando a su pueblo danzando y cantando por el camino, que tenían muy barrido y enramado, y con muchos sahumerios. El cacique se llegó al gobernador, muy admirado de ver el traje español, y le pidió que no le hiciesen daño, que él ni los suyos no pretendían guerra, sino paz: prometióselo así el gobernador, y al pasar el río rompieron los indios un bosque que tenían plantado a mano, y en él muchos caimanes encerrados, los cuales luego que se vieron libres saltaron al río, y los indios con gran destreza se les subían encima, flechaban y lazaban, lo que fue de tanto agrado para los españoles como el mejor torneo. Llegados al Navito, salió la señora mujer del cacique acompañada de otras muchas mujeres de los nobles, la cual vestía un huipil o alcandora de algodón muy matizado, y sus arracadas y gargantilla de caracoles y perlas quemadas: dieron todas la bienvenida al gobernador, y dejándole en la casa que le tenían bien dispuesta, se fue cada una a la suya.
Otro día llamó D. Nuño de Guzmán a los señores de aquella provincia, y les hizo un razonamiento muy discreto para que rindieran vasallaje al rey de Castilla y emperador de los indios, el Sr. Carlos V, que a la sazón gobernaba, y para que detestando sus torpes idolatrías, diesen la adoración debida al Supremo Criador de cielo y tierra, único Dios verdadero, y a su Hijo unigénito Jesús, profesando por medio del santo bautismo su ley santísima. Oyéronle los indios con grande atención, y prometieron con mucho rendimiento ejecutar cuanto se les mandase. Visto esto por el gobernador, la muchedumbre de gente y la gran bondad de ella y de la tierra, para mejor asegurarla determinó fabricar en ella un fuerte y fundar una villa con el título de San Miguel del Navito; y habiéndosele hecho ordenanzas, señaló para justicia mayor al capitán Melchor Díaz; para cura al Br. Álvaro Gutiérrez; para pobladores a D. Pedro de Tobar, regidor mayor de la villa de Sahagún, y de la casa de Huélgamo; D. Diego López, veinticuatro de Sevilla; D. Esteban Martín, natural de Sevilla; Juan de Medina, Pedro de Nájera, el capitán D. Cristóbal de Tapia, Juan de Bastida, Lázaro de Cebreros, Maldonado Bravo, Pedro Álvarez, Alonso Mejía Escalante, Juan Hidalgo, de Plasencia, Diego de Mendoza el caballero, Pedro de Garnica, Pedro Cordero, Juan de Barca el que se ahorcó, Diego de Torres señor de Zavala, Juan de Soto, Juan de Mintanilla, Juan de Baeza, Álvaro de Arroyo, Sebastián de Évora, Alonso Cordero, Pedro de Armendía, Alonso de Ávila, Juan Muñoz el que se alzó, y Alonso Rodríguez. A todos estos españoles dejó Nuño de Guzmán en la nueva villa de San Miguel del Navito; aunque en el mismo año, que era el de treinta y dos, fue trasladada a Culiacan, que es en donde hasta hoy permanece.
Capitulo XII.
De la conquista de Topia, Pánuco o Guadiana, Petatlan, Tamachola, Sinaloa y río de las Balsas.
Fundada la villa de San Miguel del Navito, y poco después de Culiacan, D. Nuño de Guzmán, por el mes de Octubre del año de mil quinientos treinta y dos, dividió su gente en tres compañías; la primera de cien españoles, cincuenta de a pie y cincuenta de a caballo, y dos mil indios que tomó para sí, con el capitán D. Cristóbal de Oñate; la segunda de cincuenta españoles, los veinticinco de a pie y los otros de a caballo, con quinientos indios, dio al capitán D. Pedro Almindez Chirinos; y la tercera, con otra tanta gente y caballos, al capitán D. José de Angulo. Su Señoría corrió por los ríos y costas del mar al puerto de Bato y al Ostial, dándosele todas las poblaciones de paz. Descansó en Culiacan, que está dos leguas del mar, donde le sustentaron con grande abundancia, porque su río es tan fecundo que puede sustentar dos ciudades como Sevilla y Lisboa, y a pocos días prosiguió su derrota hasta las Vegas y Vizcaíno; de allí a la sierra de Capirato, y ganó todas las poblaciones que en ello había, aunque a costa de muchos españoles y cuasi todos los indios amigos, porque había en estas tierras más de doscientos mil indios, y ahora no hay ni quinientos.
La compañía del capitán D. José de Angulo atravesó las fragosísimas sierras de Topia, donde no encontró más que indios muy feroces, sin población fundamental y faltos hasta de bastimentos, porque su manutención la tenían fundada en el arco y las flechas con que cazaban. De allí pasó a los llanos de Pánuco, que son los que después se llamaron de Guadiana gobernación que ahora es de la Vizcaya por haberla usurpado, según escriben, el capitán Ibarra a la Nueva Galicia. En estos llanos tampoco halló el capitán Angulo cosa en que poder detenerse, porque eran indios muy bárbaros los que allí vivían, y sólo se sustentaban de raíces, tuna y sabandijas. Tomó posesión de las tierras; y aunque traía órden de proseguir hasta topar con Tampico, porque quería el gobernador Guzmán que estas dos encomiendas suyas se comunicasen, pero viendo Angulo que la tierra era muy falta de bastimentos, y tan fría que ya llevaba muertos muchos caballos con las grandes heladas, se volvió a la villa de San Miguel a los principios del año de mil quinientos treinta y tres.
El capitán Chirinos, que fue a quien se dio la tercera compañía, salió para la parte del río de Petatlan, y antes de llegar a esa provincia, en el río que después se llamó de Sebastián de Évora, porque se le dio aquella tierra en encomienda, salieron más de treinta mil indios de guerra impidiendo el paso; pero habiendo tenido muchos encuentros y escaramuzas con ellos, los desbarató, venció y puso debajo de la corona de Castilla. Prosiguió luego su camino al valle de Petatlan, que dista cincuenta leguas de Culiacan, y se llamó así porque sus casas eran de esteras o petates: sus habitadores vestían algodón y gamuzas, que son cueros curtidos de venados, y alzaban copiosas cosechas de maíz, frijol y calabazas: comían carne humana, y adoraban al sol y a la luna, sacrificándoles los frutos de la tierra. Sujetólos el capitán Chirinos, y pasó al río de Tamachola que dista veinte leguas, y por el camino encontraron muchos árboles de brasil, aunque no muy fino. Diose de paz el pueblo de Tamachola y todas las poblaciones de su río; y desde aquí envió Chirinos a los capitanes Lázaro Cebreros y Diego de Alcaraz a descubrir otras tierras, y descubrieron la provincia de Sinaloa, donde había veinticinco pueblos; y aunque a los principios quisieron resistirse a los españoles, pero convidados con la paz la admitieron y se sujetaron al rey de España. De aquí caminaron hacia el Sur sin encontrar más agua que algunos charcos de la llovediza, hasta que a distancia de treinta leguas dieron en el río de las Balsas llamado así porque en ellas lo pasaron, en el cual los indios que lo poblaban quisieron impedir el paso; pero disparándoles a lo alto algunas escopetas, se espantaron y dieron lugar a los nuestros. En este río tuvieron noticia que ocho jornadas adelante había grandes poblaciones, y habiendo caminado treinta y cinco leguas sin hallar agua ni poblado, se les murió mucha gente, y hubieran todos perecido, si con el zumo de unos cardos grandes que cortados con las espadas destilaban mucho, no hubieran refrigerado el grande calor y sed que padecían. Entraron por fin en el río de Yaquimí, que pasaron sin resistencia de sus pobladores; pero de la otra banda, en un llano de dos leguas, les salieron muchos indios puestos a punto de guerra, los cuales tirando puños de tierra al cielo bramaban y amenazaban a los españoles; y viendo que sin hacerles aprecio se les acercaban, se adelantó el capitán de ellos, y haciendo una raya en la tierra les dijo que no pasasen de allí, porque habían de perecer. El capitán Alcaraz le respondió que no iba a hacerles mal, sino a buscar su amistad; que se diesen de paz: ellos cautelosa- mente respondieron que sí, pero con la condición de que se apeasen de los caballos y los amarrasen: los españoles, que conocieron la cautela, se apercibieron mejor, y dispararon un gran mosquete y otras escopetas por ver si los espantaban; mas no sirvió sino para encolerizarlos más, hasta que vinieron a rompimiento con tan celerosa furia, que hirieron a doce indios amigos y a ocho españoles, y mataron a un caballo; pero aunque parecieron ser los indios más valientes de toda la Nueva España, por fin fueron vencidos, y los nuestros entraron al pueblo de Yaquimí a tomar posesión y descansar en él.
Estando allí acordaron con muy justificados motivos que era temeridad pasar adelante, y así se fueron viniendo reconociendo de nuevo y pacificando lo conquistado; y luego que ellos salieron de aquel pueblo, llegaron a él cuatro españoles, llamado el uno Cabeza de Vaca, el otro Dorantes, el otro Castillo y el otro Maldonado, y un negro llamado Esteban, que por haberse perdido con Pánfilo de Nervios en la Florida, escaparon, y peregrinando desde el año de veintiocho entre indios bárbaros, habían llegado ese año de treinta y tres a aquellas tierras. Estos tuvieron noticia que andaban cerca los conquistadores, y siguiendo sus huellas desde Yaquimí, en los Ojuelos, una jornada más acá de Sinaloa, alcanzaron al capitán Lázaro Cebreros, que mirándole no acertaban ni aun a hablarle, porque la fuerza del gozo les sofocaba y anudaba las gargantas; pero pasado algún rato se dieron a conocer, y Cebreros los llevó con Alcaraz, y todos juntos caminaron a Sinaloa y río de Petatlan, donde les esperaba el capitán Chirinos. Diéronle razón de todo lo conquistado, y dijeron que aunque no le traían oro, plata ni otras preciosidades, porque no las ofrecía la tierra, pero que le traían lo que valía más que todos los tesoros del mundo, en cinco cristianos viejos que habían hallado. Alegróse mucho Chirinos, y regaló con grande amor a los peregrinos: ellos venían con el cabello largo hasta la cintura, y la barba hasta los pechos; sus sombreros y calzones eran de palma, y sus vestidos de pieles: venían descalzos, muy denegridos y tostados del sol y del frío, y acompañábanles innumerables indios reverenciándoles como a dioses, porque según decían ellos, sanaban los enfermos y resucitaban muertos, lo cual es muy para alabar a Dios nuestro Señor y al poder de su santísima fe, porque a estos católicos cristianos comunicó la virtud de hacer milagros cuando eran necesarios para que aquellos bárbaros les alimentasen y no quitasen la vida. Amándoles tanto los indios, que habiendo llegado a Sinaloa no quisieron volver a sus tierras; y así, quinientos que fueron los que se quedaron, fundaron a orillas del río de Petatlan dos pueblos, llamado el uno Popuchi y el otro Apucha; y los españoles, este año de treinta y tres, la villa de San Felipe de Sinaloa.
Capítulo XIII.
Se declaran algunas dudas sobre los lugares pertenecientes a la Nueva España y a la Nueva Galicia; se da razón de las fundaciones de la ciudad de Compostela y villa de la Purificación.
Muy digno de admiración es, que pudiendo competir en el gran distrito de su conquista el Sr. D. Nuño de Guzmán con el Sr. D. Fernando Cortés, este viva tan impreso en la memoria de los americanos que no hay quien ignore su famoso nombre, y el de D. Nuño de Guzmán yace tan ignorado, que aun en la Galicia apenas hay quien lo sepa. Y aunque se puede discurrir que por haber tenido un fin tan desgraciado, como verse preso en México en una jaula de hierro, según afirma nuestro Ornelas, y después morir en Torrejón de España en suma miseria, sin haber querido el rey ni aún oírlo; mas yo acordándome que en el Levítico mandaba Dios nuestro Señor que las plumas de las aves que se le sacrificaban se arrojasen entre las cenizas, porque con ellas se meten las aves en sementeras no suyas, según Rabbi Salomon; discurría yo que el haberse sepultado las memorias de D. Nuño de Guzmán, fue por haberse metido en sembrados de otro, o por haber aplicado a su conquista muchos lugares que a su costa había conquistado el Sr. D. Fernando Cortés, por medio de su primo D. Francisco Cortés de San Buenaventura.
Ya tenemos dicho en los capítulos tercero, cuarto y quinto de este libro, como el dicho D. Francisco Cortés, por los años de quinientos veintiséis, saliendo de Colima y viniendo según parece por Zapotitlan, Tuscacuesco, Autlan, Tenamastlan, Tecolotlan, Ameca, conquistó desde el valle del Ahualulco hasta Tepic; y volviéndose por Jaltemba y toda la costa del mar al valle de Banderas, al de los Frailes, al de los Coronados, con cuanto en ese óvalo se contiene. Estando pues esto así, vino D. Nuño de Guzmán, año de quinientos treinta, y metió en su conquista a los pueblos de Ahuacatlan y Xalisco; puso en Tepic, que era encomienda por Cortés de Juan de Amar, una como plaza de armas, por ser la puerta para todo lo conquistado: hizo casas entre Tepic y Xalisco, cuyos vestigios hasta hoy se ven, y vivieron en ellas el primer obispo de la Galicia, D. Pedro Gómez Maraver, y el primer religioso que hubo allí, Fr. Bernardo de Olmos: fundó adelante en Castlan, como quien viene para el Sur, la ciudad de Compostela. En Huachinango puso por encomendero, como si le perteneciera, a Francisco de Ulloa: pasó a Mascotlan y lo dio con todos sus distritos al capitán D. Cristóbal de Oñate. A Tepospizalotlan al capitán D. Juan Fernández de Hijar; a Cuautlan a Antonio de Aguayo; y a Martín Refarache y a otros conquistadores la mitad del valle de Espuchimilco y la mitad del puerto de Navidad; y finalmente, escogiendo el mejor punto del dicho valle, día de Nuestra Señora de la Purificación, fundó la villa intitulada así, año de mil quinientos treinta y seis, dejando en ella por justicia mayor al dicho capitán D. Juan Fernández de Hijar, de la casa real de Aragón; y por pobladores a Antonio de Aguayo y Portillo; a Martín de Refarache, vizcaíno; a Juan Gallego, montañés; a Gonzalo Varela, portugués; a Melchor Álvarez, de Granada; a Íñigo Ortiz, de Sevilla; a Diego Tellez, a Juan Salamanca, a Fernando del Valle, de Aranda de Duero; a Juan de Armesto, de Sevilla; a Alonso de Castañeda, montañés; a Fernando Ruiz de la Peña, conquistador de México; a Bartolomé Chavarin, genovés; a Pedro de Toro, de Trujillo; a Alonso Trujillo, de Medellín; a Fernando del Valle, a Pedro Olasto el viejo, a Juan Tellez, a Juan Yáñez y a Castellón.
Los vecinos que fundaron la ciudad de Santiago de Galicia de Compostela los escribo también, como escribiré, Dios mediante, los de Guadalajara, para que muchos que por su pobreza han llegado a no conocer su linaje, sepan que son descendientes de los conquistadores del reino, y primeros pobladores de los dichos lugares. Fueron, pues, los primeros vecinos de Compostela, los siguientes: El capitán D. Cristóbal de Oñate, de los condes de Oñate en Vizcaya; el capitán D. Juan de Villalva, de Vitoria; Alonso de Castañeda, montañés; Juan de Samaniego, de la Guardia de Logroño; Álvaro de Bracamonte, de Paladinos de Ávila; Alonso López y su padre, de Zafra; Juan de Arce, montañés; Bartolomé Pérez y su hijo Rodrigo estremeños, Domingo de Arteaga, vizcaíno; Pedro Ruiz de Haro, de Peñaranda; Mateo Pascual, castellano viejo; Tomás Gil, castellano viejo; Andrés Lorenzo, castellano viejo; Mateo Sánchez, castellano viejo; Alonso Álvarez de Espinosa, de Medellín; D. Álvaro de Bracamonte, D. Francisco de Peña, el contador D. Diego Arias Navarrete, D. Juan de Bracamonte, D. Pedro de Bracamonte, D. Fernando Tovar, Juan Ruiz, de Torre Milano y Pedroche; Alonso Valiente, castellano viejo; Juan Flamenco, Alonso Lúcas, Luis Alonso Chacón, sevillano; el tesorero Pedro Gómez de Contreras, de Pedroche; Francisco de Estrada, de Santo Domingo de la Calzada; Juan Sánchez de la Torre, de Almedranejo; Juan Royon, portugués; Gerónimo Pérez de Arciniega, vizcaíno; Diego de Villegas, estremeño; Juan Pérez, de Colio; D. Álvaro de Tovar, de la casa del duque de Lerma; Manuel Fernández de Hijar, de la casa de Aragón; Francisco Balbuena de Estrada, Rodrigo de Carbajal Ulloa, Francisco de Torquemada, Marcos de Carmona, Alonso Pérez, Martín de Rentería, Diego López Altopica, Diego de Villegas, Antonio Ruiz Benavente Maldonado, Fernando de Haro, Gerónimo de Orozco, Pedro de Brizuela, Alonso de Roa, Pedro Arias de Bustos, Alonso de la Puebla: señor cura señaló D. Nuño de Guzmán al Lic. D. Miguel de Lozano.
Todas las dichas tierras arrimó a su conquista el referido conquistador de la Galicia, quitándoselas al Sr. Cortés; y aunque este siempre las peleó, pero se quedaron incorporadas en la Galicia por dos razones: la primera, porque aunque le vino a D. Nuño de Guzmán juez señalado de la audiencia de México, llamado D. Luis de Castilla, este a buen librar escapó con la vida, porque lo prendió en Compostela D. Nuño de Guzmán, y le hubiera cortado la cabeza, si los Oñates y otros señores no hubieran intercedido por él. Y enviando todo el proceso a España, en medio del mar se hundió el navío con D. Santiago de Aguirre, regidor de la Nueva Guadalajara, que lo llevaba. La otra razón es, que aunque vinieron cédulas del rey para que se entregaran al Sr. Cortés los lugares quele había usurpado D. Nuño de Guzmán, él se dio tan buena maña, que se quedó con ellos. Pero como es sentencia divina que con la vara que uno mide no sólo será medido sino remedido o medido al doble, por los pocos lugares que usurpó a Cortés Guzmán, le usurparon a él el reino de Pánuco o Nueva Vizcaya, con la Victoria y Garayana, y lo dio por bien el rey [...].
Capítulo XXVI.
En que se trata de algunos alzamientos de los indios comarcanos a la villa de Guadalajara, y de las guerras que los españoles tuvieron con ellos, y de su pacificación &c.
En cinco días del mes de Octubre de mil quinientos treinta y seis, como consta de los autos hechos por el cabildo de la villa de Guadalajara, siendo alcalde Miguel de Ibarra fue con la gente de la villa a apaciguar y conquistar a los pueblos de indios que estaban alzados y rebelados, negando la obediencia a S. M.; y por cuanto el otro alcalde su compañero no estaba en la villa, dejó por su teniente y nombró a Juan del Camino, el cual fue bien recibido en cabildo con todas las solemnidades del derecho; y luego a veintiséis de Noviembre del dicho año fue a pacificar otra vez a otros indios en la dicha jurisdicción, y dejó nombrado por su teniente de alcalde a Antonio de Aguirre. Era virey en el tiempo que hubo estos alzamientos D. Antonio de Mendoza, el cual había venido el año de mil quinientos treinta y cinco; y para mayor averiguación y certeza de lo sucedido en los alzamientos, me he valido de una información de Pedro Alberto, nieto de Juan Delgado, encomendero del Teul, y conquistador y capitán que anduvo en compañía del gobernador Nuño de Guzmán, que por ser hecha de orden de la real audiencia la tengo por muy cierta.
Comenzando por el pueblo del Teul, que no poco dio en que entender a nuestros españoles, digo: que tiene este pueblo por cabeza un cerro al principio cuadrado como de peña tajada, y arriba otro cerro redondo; y encima del primero hay tanta capacidad que caben más de veinte mil indios, y aquí se hicieron fuertes en tiempo de la conquista, hasta que vencidos se bajaron a los llanos. En este monte estaba una sala en donde estaba su ídolo, que llamaban el Teotl, y de toda la comarca venían a darle adoración como al dios principal que residía en la cabecera; tiene más una pila de losas de junturas de cinco varas de largo y tres de ancho, y más ancha de arriba que de abajo, en la cual ofrecían sus sacrificios de hombres y niños al demonio, cortándoles las cabezas. Esta pila tiene dos entradas; la una en la esquina que mira al Norte, con cinco gradas, y la otra que mira en esquina al Sur, con otras cinco: no lejos de esta pila, como dos tiros de arcabuz, están dos montecillos que eran los osarios de los indios que sacrificaban, sobre los cuales se han criado con el tiempo yerba y árboles, aunque no muy grandes. La relación que dan los testigos en la información referida es que oyeron contar a sus padres y abuelos que el capitán Juan Delgado en compañía del padre Fr. Juan Pacheco, religioso de N. P. S. Francisco, fueron los fundadores de la iglesia de aquel pueblo, y pusieron la primera piedra ambos; y que para aficionar a los niños a que fuesen a la doctrina para enseñársela, les daban confites y listones, con lo cual se aficionaron de manera que no veían la hora de ir a la iglesia; y que después de algún tiempo llegó a aquel pueblo un santo clérigo ya viejo, llamado Miguel Lozano, el cual quedó allí en el ínterin que el dicho padre Fr. Juan Pacheco y Juan Delgado daban a los españoles de toda la tierra los de la jurisdicción de Tlaltenango; y que viendo el padre Fr. Juan Pacheco que los españoles estando a la parte de un cerro arriba querían dar la batalla, les dijo por inspiración Divina que no la diesen hasta que pasasen dos días, porque era infinidad de indios la que estaba abajo escondida, y que él diría cuándo se había de dar. Para certificarse de esto los españoles enviaron seis espías, y habiendo muerto uno, volvieron los cinco, y dijeron que el campo no se parecía de indios: pasados dos días en que muchos de ellos se habían retirado a buscar bastimentos, y a los españoles llegado socorro, por consejo del padre Fr. Juan Pacheco se dio la batalla, y quedaron vencidos los indios y echados del cerro, con que se dio fin a la guerra.
Y habiendo vuelto al pueblo del Teul el padre Fr. Juan Pacheco y Juan Delgado, hallaron enfermo al clérigo Miguel Lozano, y duró su enfermedad hasta que se acabó la iglesia, la cual se bendijo y dijo la primera misa día de la degollación de S. Juan Bautista, y dentro de cinco días se llevó Dios al buen clérigo Lozano, con opinión de santo y virtuoso varón, habiendo recibido los santos sacramentos. Ganóse este pueblo día de S. Juan Bautista, y la iglesia se acabó dentro de un año y lo que va a decir al día de sa degollación, y el día que se dijo la primera misa se bautizó un hijo del gran cacique y una hermana suya, y le llamó el indio D. Juan y ella Doña Catalina; y el padre Fr. Juan Pacheco dio al indio una imagen de S. Juan Bautista, y a la india otra de Sta. Catalina mártir, y desde entonces quedó por titular y patrón el santo precursor.
Mucho se padeció en la conquista de este pueblo, porque la primera vez que se alzaron los indios y fueron los españoles a reducirlos, murieron manos de los indios todos los españoles, que no quedó ninguno; y pasados muchos días volvieron otros españoles, y se subieron los indios al cerro, donde se hicieron fuertes, por tener allí a su ídolo principal, y por esta causa pusieron a dicho cerro por nombre Toix, que quiere decir dios. Vencidos los indios, los españoles derribaron y quebraron aquel gran ídolo Teotl, y los hajaron y poblaron adonde ahora está el pueblo, y se fueron quietando y acariciando con los religiosos, y muchos de los que se habían ido de miedo de los españoles se volvieron; y Dios como padre de misericordias les dio cinco manantiales de riquísima agua en contorno del pueblo cerca de las casas, y todos salen de peña abierta, con que hoy tienen mucha abundancia.
Tenía este pueblo, como tres leguas de distancia a la parte del Norte, una cueva a quien ellos llamaban Cuicon, que quiere decir lugar adonde cantan; y la razón de llamarse así era porque estando junto a la cueva se oían cantos de diferentes voces y diversas lenguas e idiomas, y por ser la cueva grande sonaba mucho y no se entendía lo que cantaban; y en el suelo a la entrada de esta cueva, que está claro, veían infinidad de huellas y pisadas de hombres, mujeres y niños, de aves y animales, y que barriéndola por la tarde, a la mañana se volvían a ver las mismas pisadas. Amedrentados los indios con esto, fue un religioso que lo conjuró, y cesó todo; con que se aquietaron los indios y dijeron que el Dios de los cristianos era el verdadero; y así entrando después el año de mil quinientos treinta y nueve, como cuenta el P. Torquemada, dos religiosos de nuestra orden a visitar las naciones del Teul, fueron bien recibidos, porque sólo su rencor y enojo lo tenían con los españoles, a quienes siempre todas las naciones de indios han querido mal por los malos tratamientos que desde la conquista recibieron de ellos. Descubrieron estos dos religiosos hasta treinta pueblos adonde no habían llegado españoles, y los mayores de ellos tendrían de cuatrocientas a quinientas personas; y habiéndoles predicado y dicho a lo que iban, recibieron de buena gana la fe, y trajeron sus hijos para que los bautizasen, siendo ellos bautizados primero.
Volvieron los españoles que habían ido a la pacificación de los indios arriba referidos, a la villa de Guadalajara; y estando cuidadosos por verse cercados de enemigos, un día víspera de S. Miguel al salir del sol salieron algunos a requerir los ejidos de la villa para ver si había enemigos, y vieron dos leones cachorrillos arrimados a un pino, y lo tuvieron por buen anuncio de que el león español había de vencer al soberbio altivo del ejército infernal; y el mismo día vinieron infinidad de indios después de vísperas a pelear con nuestros españoles, los cuales saliendo al encuentro a los indios, vieron visiblemente al apóstol Santiago y a los ángeles que peleaban en su favor, con que vencieron la bárbara nación; y otro día de S. Miguel se llenó de resplandores la imagen del santo ángel pintado en un guadamecí, y al presente está en la catedral, no con la decencia debida a tan gran milagro y merced. Después de esto se juntaron en cabildo el teniente gobernador, alcaldes y regimiento y demás vecinos en presencia del cura y vicario, e hicieron juramento sobre el misal y ara de tener perpetuamente por patrón de la villa al gloriosísimo arcángel Sr. S. Miguel, erigirle capilla particular, y en memoria de esta victoria sacar cada año el pendón por las calles públicas de la villa. Algunos dicen que esta victoria fue el año de mil quinientos cuarenta y uno, cuando hubo la guerra del Mixton, lo cual no se puede ajustar con la verdad de la historia, como parece por el privilegio de las armas de Guadalajara que dio el Emperador el año de mil quinientos treinta y nueve, del cual consta que ya había sucedido el caso referido, y que no pudo ser cuando la guerra del Mixton, ni se puede referir el suceso a otro año que al de que vamos hablando, que es el de mil quinientos treinta y seis. En este año de mil quinientos treinta y seis se fundó el pueblo de San Pedro, visita de Zapotitlan &c.
Capítulo XXVII.
En que se trata de una batalla que tuvo el gobernador Diego Pérez de la Torre con el cacique Guaxicar, e indios de Xocotlan y Guaxacatlan &c.
En primero de Enero del año de mil quinientos treinta y ocho, estando juntos en cabildo en la iglesia de esta villa, dice el secretario del Lic. Diego Pérez de la Torre, gobernador de la provincia de la Galicia por S. M., Miguel de Ibarra, Francisco Barron y Francisco de la Mota, regidores que fueron el año pasado de mil quinientos treinta y siete, dijeron: que por cuanto el dicho señor les ha mandado como a tales regidores que fueron el año pasado, nombren para este de quinientos treinta y ocho personas tales para alcaldes y regidores, nombraron a Alonso Álvarez y Diego Sigler y a Cristóbal Romero; y luego el señor juez y gobernador los confirmó y fueron recibidos por el cabildo; y luego en dos días de Enero del dicho año recibieron por vecino de la dicha villa a Pedro de Tordesillas, y mandaron que goce de todas las preeminencias y libertades que los otros vecinos de la dicha villa han y gozan, y que le den solar.
Después de esto se levantaron y alzaron de guerra los indios de Xocotlan, Guaxacatlan y Hostotipaquillo, movidos por su cacique Guaxicar; y habiendo llegado a noticia del gobernador Diego Pérez de la Torre, luego al punto procuró ir en persona a su pacificación, para lo cual convocó algunos de los capitanes, y les dio el orden que habían de llevar con sus soldados; y habiendo juntado algunos indios amigos mexicanos, partieron de Tonalá para su jornada; y habiendo llegado al puesto donde los indios estaban de guerra, los hallaron empeñolados en unos cerros muy altos. El gobernador les mandó decir que se aquietasen y bajasen de paz, y que él en nombre de S. M. les perdonaba el delito que habían cometido en alzarse y tomar las armas; a que respondieron con mucha soberbia, diciendo que habían de morir en la demanda hasta matar los españoles o echarlos de la tierra; y entonces mandó a los capitanes cercasen los peñoles y les acometiesen por todas partes; y embistieron a tan buen tiempo sus soldados, y les apretaron de tal manera, que se bajaron a los llanos, adonde tuvieron una gran refriega, y se dio tan sangrienta batalla, que murieron infinitos indios de los alzados, y los que quedaron vivos, rotos y desbaratados se pusieron en huida, desparramándose por diversas partes.
Sucedió en esta ocasión una desgracia notable, que lo fue muy grande para todo el reino, porque andando el gobernador Diego Pérez de la Torre animando a sus soldados, como capitán general que era, cayó de su caballo y se lastimó de suerte que le fue forzoso, porque le agravaba el mal, volver con su campo al pueblo de Tonalá adonde tenía su mujer e hijos; y habiendo llegado, estuvo algunos días en la cama, y como tenía lastimadas las entrañas de la caída, quebró el mal en unos vómitos y cámaras que le fueron abreviando la vida; y sintiéndose mortal hizo llamar al bendito padre Fr. Antonio de Segovia, guardián de S. Francisco del pueblo de Tetlan, y se confesó con él y recibió los santos sacramentos como buen cristiano. Y hecho esto, luego trató de poner las cosas del gobierno en orden, por lo cual envió a la villa de Guadalajara, que estaba en Tlacotlan, a llamar al capitán Cristóbal de Oñate y a los demás capitulares alcaldes y regidores y otras personas nobles; y teniéndolos juntos en su casa les dijo que el haberlos llamado y juntado era por nombrar con su parecer gobernador, por cuanto tenía orden de S. M. para que por su muerte y fallecimiento pudiese nombrar con parecer de todos gobernador, según que mejor les pareciese, y que a aquel que fuese electo obedeciesen hasta en tanto que S. M. otra cosa mandase; y en conformidad de la orden de S. M. les dijo a todos los que presentes estaban, que aunque su hijo Melchor Pérez de la Torre por ser ya grande le pudiera llevar para ocuparle en el gobierno, y que ellos por entender le agradaban, correspondiendo al amor y buena voluntad que siempre les había tenido, lo admitirían, pero que no convenía hacer en él el nombramiento, por ser mozo de poca experiencia para negocio tan grave, y que así le excluía de la elección que en él se podría hacer, además que un trance tan riguroso como en el que se veía, no le permitía hacer otra cosa, y que así se determinasen en nombrar una persona tal cual conviniese al servicio de Dios y del rey, de los que estaban en aquella junta; y todos a una le respondieron que pues tenía experiencia y conocimiento de las personas del reino, le pedían y suplicaban fuese servido de nombrar por gobernador a quien más a propósito le pareciese, y que a aquel obedecerían como gobernador; y habiendo oído la respuesta de todos, luego mandó el Lic. Diego Pérez de la Torre llamar al escribano público Diego de Hurtado para que hiciese el nombramiento, el cual hizo en esta forma:
En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Serenísima Reina de los ángeles Santa María y con su divino favor, en nombre del Emperador Carlos V, Rey de Castilla. Yo el Lic. Diego Pérez de la Torre, gobernador que al presente soy del reino de la Galicia, por autoridad que para ello tengo, y en conformidad de lo tratado con la justicia y regimiento y demás capitanes de este reino y villa de Guadalajara, nombro por gobernador después de mi fallecimiento y días, al capitán Cristóbal de Oñate, como a persona que ha tenido tres veces el dicho gobierno, usando de él con la rectitud que al servicio de S. M. conviene, hasta en tanto que otra cosa S. M. mande, y le doy poder cual yo le tengo de S. M. para el ejercicio de dicho gobierno.
Acabado de pronunciar el nombramiento, llamó al capitán Cristóbal de Oñate y le abrazó, y con muchas lágrimas le entregó todas las cédulas y provisiones del rey, y le dijo con mucho respeto y cortesía que se acordase de los bienes que había recibido de Dios, haciéndole amable y bienquisto de todo el reino, por lo cual debía tener siempre presente a su divina Majestad para nunca errar, y que toda su vida se acordase de Dios y de las cosas del servicio del rey; y que si de alguno hiciese justicia, fuese con mucha razón, y que si fuese cosa que se pudiese tolerar sin deservicio de Dios y del rey, la tolerase, y que no justiciase a nadie sin hacerle primero proceso bien sustanciado; y que si el caso fuere tal y que tocase a traición, y supiese claramente que era verdad, y no hallase testigos que bastasen a probarlo, ni pudiere reducir al reo con buen modo, sin darle a entender su alevosía y traición, lo echase con grandísimo secreto donde no pareciese ni le pudiese dañar; pero ante todas cosas acordándose de Dios y llevándole delante. Encomendóle el hacer bien por su alma, y que mirase por sus hijos, y principalmente por sus dos hijas, que quedaban muy pobres y sin casar. Y el capitán Cristóbal de Oñate le prometió obedecerle en todo y seguir sus órdenes e instrucciones, lo cual cumplió después como quien era. A los alcaldes, regimiento, capitanes y demás personas nobles les dijo que respetasen al capitán Oñate como a persona que había de representar la de Dios y la del rey, y pidió perdón a todos si acaso en alguna cosa les había ofendido; y habiendo dispuesto las cosas de su alma, la dio a su Criador en el año de mil quinientos treinta y ocho, y fue su cuerpo enterrado en el convento de S. Francisco de Tetlan, que fue el primero que se fundó en esta tierra, como una legua de adonde ahora está Guadalajara, en el medio que hay de la dicha ciudad a Tonalá, entre el pueblo de S. Pedro y Zalatitlan, el cual convento se pasó después a la ciudad de Guadalajara, cuando se fundó en el puesto que hoy tiene, y los huesos de este esclarecido varón fueron trasladados al dicho convento.
Después de la muerte del Lic. Diego Pérez de la Torre, quedó gobernador el capitán D. Cristóbal de Oñate, y a poco tiempo el virey D. Antonio de Mendoza, eligió por justicia mayor a Luis Galindo del Nuevo Reino de la Galicia, y le ordenó que hiciese que los españoles que estaban en Tonalá se juntasen con los que estaban en la villa de Guadalajara en Tlacotlan; y luego Luis Galindo lo mandó y dio una provisión para que Diego Vázquez y Miguel de Ibarra pudiesen señalar los solares en una raya que iba señalada a los vecinos de la dicha villa, según que más largamente consta de la dicha provisión, que está en el archivo del cabildo de la ciudad de Guadalajara, en que se señalaron cien solares, y dieron setenta y nueve a los vecinos pobladores que estaban presentes, quedando veintiuno vacos para dar a los que se fuesen agregando.
Después de esto, el virey D. Antonio de Mendoza envió por gobernador de la Galicia a Francisco Vázquez Coronado, natural de la ciudad de Salamanca, casado con la hija del tesorero Alonso de Estrada, y llegó a la villa de Guadalajara en este mismo año de mil quinientos treinta y ocho; y luego en diez y nueve días del mes de Noviembre del dicho año, en presencia del escribano Salinas, el dicho Francisco Vázquez Coronado, gobernador de la Galicia, dijo: que por cuanto los regidores que han sido este año de la dicha villa, han desistido de sus oficios ante Su Merced, por petición, y porque el dicho señor gobernador se iba de la dicha villa a la ciudad de Compostela, de donde no podía venir a tiempo para las elecciones, y pedían y requerían al dicho señor gobernador nombrase quien fuesen alcaldes y regidores de la dicha villa para el año venidero de mil quinientos treinta y nueve; el dicho señor gobernador dijo: que nombraba y nombró por regidores de esta villa en nombre de S. M. a Diego Proaño y Santiago de Aguirre, y a Juan de Saldivar y a Toribio de Bolaños, vecinos de la dicha villa, porque le parecieron personas hábiles y suficientes para el dicho oficio y de buena conciencia, y que entraran al servicio de Dios nuestro Señor y de S. M., según que de derecho se requiere. -FRANCISCO VÁZQUEZ CORONADO.
Fueron recibidos e hicieron juramento en forma; y luego este dicho día, mes y año, el dicho señor gobernador dijo: que por cuanto en la dicha villa no hay alcaldes ordinarios, y que él está de camino para la ciudad de Compostela, que les mandaba y mandó nombren alcaldes, tales cuales convengan para dicho cargo; y luego los dichos regidores nombraron a Miguel de Ibarra, a Francisco Barron, a Diego Vázquez, a Maximiliano de Angulo, a Hernán Florez y a Hernán Ruiz de Ovalle, que son personas honradas y de buena conciencia, tales cuales conviene; y luego el dicho señor gobernador estando en cabildo dijo que nombraba y nombró por alcaldes de esta dicha villa su tierra y jurisdicción a Diego Vázquez y a Miguel de Ibarra, y como a tales alcaldes en nombre de S. M. les daba su poder cumplido, tan bastante como de derecho se requiere; y fueron obedecidos por el cabildo e hicieron el juramento, y luego nombraron por alguacil a Alonso Lorenzo, y por escribano a Juan de Salinas.
Capítulo XXVIII.
En que se trata cómo el Emperador D. Carlos hizo ciudad a la villa de Guadalajara, y le dio escudo de armas este año de treinta y nueve &c.
Don Carlos, por la divina clemencia Emperador semper augusto, Rey de Alemania; Doña Juana su madre y el mismo Don Carlos, por la gracia de Dios Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mayorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las islas de Canarias, de las Indias, Islas y Tierra-Firme del Mar Océano, Condes de Barcelona, Señores de Vizcaya y de Molina, Duques de Atenas y de Neopatria, Condes de Ruisellon y de Cerdania, Marqueses de Oristan y de Gociano, Archiduques de Austria, Duques de Borgoña y de Brabante, Condes de Flandes y de Tirol &c. Por cuanto Santiago de Aguirre en nombre del concejo, justicia y regidores, caballeros y escuderos, oficiales y hombres buenos de la ciudad de Guadalajara, que es en la provincia de la Galicia de Nueva España, nos hizo relación que los vecinos de la dicha ciudad de Guadalajara pasaron muchos peligros y trabajos, así en la conquista y pacificación de ella, como de los otros pueblos de la dicha provincia, e nos suplicó mandásemos señalar armas para la dicha ciudad, según y como las tenían las más ciudades y villas de Indias, o como la nuestra merced fuese; e Nos acatando a los trabajos y peligros que los dichos vecinos y conquistadores y pobladores de la dicha ciudad han pasado en la conquista e población de ella, tuvímoslo por bien, e por la presente hacemos merced y queremos y mandamos que agora e de aquí adelante la dicha ciudad de Guadalajara haya y tenga por sus armas conocidas un escudo, dentro de él dos leones de su color puestos en salto, y arrimadas las manos a un pino de oro realzado de verde en campo azul, y por orla siete aspas coloradas y el campo de oro, y por timbre un yelmo cerrado, y por divisa una bandera verde con una cruz de Jerusalén de oro, puesta en una vara de lanza con sus trasoles y dependencias e follajes de azul y oro, según que aquí van bien pintadas y figuradas; las cuales dichas armas damos a la dicha ciudad por sus armas y divisas señaladas, para que las puedan traer e poner, e traigan e pongan en sus pendones, sellos, escudos y banderas, e en las otras partes e lugares que quisieren e por bien tuvieren, según y como, en la forma y manera que las ponen y las traen en las otras ciudades de nuestros reinos a quien tenemos dadas armas e divisa; e por esta nuestra carta encargamos al Ilustrísimo Príncipe Don Felipe, nuestro muy caro y muy amado nieto e hijo, e a los infantes nuestros muy caros hijos y hermanos, e mandamos a los prelados, duques y marqueses, condes, ricoshombres, maestres de las órdenes, priores, comendadores, alcaides de los castillos e casas fuertes e llanas, e a los alcaldes e alguaciles de nuestro consejo e chancillerías, y a todos los hombres buenos, e a todas las ciudades, villas y lugares de todos estos reinos e señoríos de la Nueva España, Indias, Islas e Tierra-Firme del Mar Océano, así a los que agora son como a los que de aquí adelante serán, cada uno y cualquiera de ellos en sus lugares e jurisdicciones, que vos guarden y cumplan y hagan guardar y cumplir la dicha merced que así vos hacemos de las dichas armas, que las haya y tenga por sus armas conocidas y las pueda como tales poner y traer, e que en ello ni en parte de ello embargo y contrario vos no pongan ni consientan poner en tiempo alguno ni por alguna manera, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís, a nuestra cámara a cada uno que lo contrario hiciere. Dada en la villa de Madrid a ocho días del mes de Noviembre, año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de mil quinientos treinta y nueve años. -YO EL REY. -Yo Juan de Sámano, secretario de su Cesárea y Católicas Majestades la fice escribir por su mandado. -EL DOCTOR BELTRÁN. -JOANNES, EPISCOPUS LUCUTIUS. -EL DOCTOR BERNAL. -EL LICENCIADO GUTIERRE VELÁZQUEZ. -La cual mandamos sacar por duplicado en los nuestros libros de las Indias en Valladolid. a veintidós días del mes de Abril en el año del nacimiento del Señor de mil quinientos treinta y nueve años; y mandamos que sea cumplida y guardada en todo como en ella se contiene.
Capítulo XXIX.
En que se trata como este año de cuarenta repartieron los ejidos de Guadalajara, y de otras cosas.
En la ciudad de Guadalajara de Galicia de la Nueva España, en ocho días del mes de Enero de mil quinientos cuarenta años, ante mí Andrés de Salinas, escribano de S. M. e del concejo de esta dicha ciudad, los señores justicia y regidores de ella, es a saber, Diego de Proaño y Toribio de Bolaños, alcaldes, Miguel de Ibarra y Juan del Camino, Pedro de Placencia, Francisco de Mota, Fernando Flores, regidores, pidieron al magnífico señor Francisco Vázquez Coronado, gobernador de esta provincia, que presente estaba, que señalase ejidos a esta ciudad para que los vecinos de ella sepan donde tenga el ganado pastos y las otras cosas, y lo que los ejidos son. Y luego el dicho dijo: que estaba presto a lo facer; e cabalgaron todos juntos, e fueron a ver las partes providentes para ello: e visto todo por vista de ojos, el dicho gobernador dijo: que señalaba y señaló por ejidos para esta ciudad un cerro que está cerca de ella, como vamos camino de Contla a la mano izquierda donde face un ancón en el llano, y está junto a casas de indios del pueblo de Tlacotlan, en una fuente de aguas vertientes facia la dicha ciudad, a Tecastitlan a la mano derecha, aguas vertientes facia la dicha ciudad, con tal que si quemaren la tierra do están las casas de los dichos indios del dicho ancón, que se la compren y no de otra suerte, y que los dichos ejidos entre ambos cerros y llanos que está entre dos aguas vertientes facia la dicha ciudad e es lo más alto de la ciudad facia los dichos caminos de Techiscatitlan e Contla entre ambos a dos; e mandó a mí el dicho escribano así lo asiente, lo cual pasó en presencia de los dichos señores justicias y regidores: testigos Pedro de Ulloa y Joannes de Subia y Joannes Polancon &c.
Ya por este tiempo se comenzó a alterar la tierra con una conspiración de alzamiento, que duró casi tres años su pacificación, y se vieron tan apurados los vecinos de Guadalajara con los acometimientos que cada día les hacían los indios, y tan molestados, que determinaron escribir a su gobernador Francisco Vázquez Coronado, que ya estaba en Compostela y aviándose para el viaje de la tierra de Cíbola y Nuevo México, para que pusiese el remedio que conviniese, como parece por la carta siguiente:
«Illmo. Sr. -E porque pensamos que Vuestra Señoría será informado del trabajo que con estos indios y naturales de esta tierra tenemos y esperamos tener, de Cristóbal de Oñate, teniente general de esta gobernación, como persona que gobierna esta tierra, por la visita que hizo, que esta villa y algunas personas de nosotros le hicimos relación y suplicamos él la hiciese a V. S. para que diese remedio en todo, porque de otra manera está en condición de perderse toda esta tierra; y para el remedio de esto, por la poca posibilidad que en todos nosotros hay para poder pagar algunos españoles que demás de los que están en esta villa son menester para resistir tanta gente rebelada, que los pueblos que entre todos nosotros están encomendados, juntamente e con todos los chichimecos se hagan esclavos o naborías de por fuerza, para que nos sirvan en nuestras haciendas e granjerías, para que con esto tuviésemos remedio para tener caballos y armas y las cosas necesarias que convienen para la conversión de estas tierras, y para que estos malvados no anden con las malignidades que cada día cometen y andan procurando, y alborotando los pueblos que están pacíficos al yugo y dominio de S. M. y sirven a los españoles que estaban encomendados; y demás de esto amedrentando a los naturales, aconsejándoles que se hiciesen a una, y fuesen en la muerte de todos los religiosos y españoles que están en esta jurisdicción de esta villa, y matando en los pueblos los negros y naboríos cristianos, y todos los ganados, como lo han puesto por obra en muchos pueblos de los vecinos de esta villa y jurisdicción, haciendo burla y escarnio de la doctrina cristiana que los reverendos religiosos del orden del Sr. S. Francisco predican y siembran entre todos estos naturales, y no aprovechando ninguna cosa los requerimientos que el visitador de esta villa les ha hecho en nombre de S. M. y del gobernador de esta tierra para que vengan al dominio de S. M. sobre la paz; de lo cual, siendo V. S. servido, daremos información muy entera de ello; y pues V. S. ve la gran necesidad que esta tierra tiene para que se asiente, sea servido de proveer con el remedio de la merced que a V. S. le suplicamos: porque demás de hacer lo que V. S. debe, nos parece hará en ello muy gran servicio a Dios nuestro Señor y a S. M.; y como persona que se ha hallado en los más requerimientos que se le han hecho a estos y a los otros que están juntamente con los chichimecos, rogamos quisiese tomar trabajo de hacer saber a V. S. a Toribio de Bolaños, y a V. S. de informarse de él, y porque el visitador, como persona que ha pasado todo por él, quisiera ir a hacerle relación a V. S. y no puede por ahora por el recelo que todos tenemos mientras él allá se halle no se alborote más la tierra, hasta que venga el remedio de V. S. Dios nuestro Señor la ilustrísima persona de V. S. guarde con acrecentamientos de muy mayor estado, como V. S. desea. De esta villa de Guadalajara, a veintiséis días de Diciembre: servidores que las manos de V. S. Illma. besamos. -DIEGO DE PROAÑO. -JUAN DEL CAMINO. - PEDRO DE PLACENCIA. -TORIBIO DE BOLAÑOS. - FRANCISCO DE LA MOTA».
Capítulo XXX.
En que se trata como el gobernador Cristóbal de Oñate tuvo noticia en Guadalajara de que los indios de la sierra de Tepic y los cascanes del Teul, Tlaltenango y Xuchipila ya no querían servir, y como se declaró el alzamiento.
Muy confuso y pensativo se hallaba en la ciudad de Guadalajara el gobernador Cristóbal de Oñate con los movimientos de la guerra y alzamientos, por no saber cómo gobernarse con la poca gente con que se hallaba, cuando tuvo nueva que ya los cascanes y sus valles, y la sierra de Tepic, valle de Tlaltenango y río de Xuchipila, y el valle de Nochistlan y Teocaltiche ya no querían venir a servir ni a reconocer a sus encomenderos, lo cual tuvo a mala señal, teniendo por cierto que ya el baile y abuso de Huainamota iba haciendo efecto, y para remedio de esto acordó de enviar al capitán Miguel de Ibarra con algunos soldados; fueron Juan Michel, Francisco de la Mota, Pedro de Placencia, Diana, Juan de Salinas, Diego Hernández Hodrero, Cristóbal Romero y otros, y el capitán Diego Vázquez de Buendía con muchos indios amigos mexicanos que sacó de Tlajomulco y del valle de Tonalá; fue también a esta jornada Juan del Camino, y llegados al río de Xuchipila hallaron los pueblos muy mudados y despojados de gentes, que toda estaba empeñolado en el Mixton, que es una sierra muy alta con unas rocas asperísimas, por lo cual le llamaron el Mixton, que quiere decir gato, o subidero de gatos; y sabido por el capitán Miguel de Ibarra, determinó ir con sus soldados adonde la gente estaba empeñolada, y habiendo llegado les dijo que por qué causa se alzaban, siendo sus amigos, que pues no había habido ocasión se volviesen a sus pueblos y se sosegasen, que en qué andaban; a lo cual no respondieron sino con mucha flechería. Esto sucedió Sábado de Ramos del año de mil quinientos cuarenta y uno; y habiendo visto el capitán Miguel de Ibarra la resolución de los indios, se retrajo con su gente más abajo del Mixton, para estar con más seguridad, y los indios empeñolados le enviaron a decir que por la mañana otro día bajarían a verle, porque querían paz dando grandes disculpas de las flechas que un día antes habían tirado; con que se descuidaron, y el Domingo de Ramos estando el sol eclipsado a las ocho de la mañana, y los españoles almorzando, y los indios amigos bien descuidados, por donde no se pensaba dieron los empeñolados con los del real, y era tanta la multitud de cascanes enemigos, que los desbarataron, y sin poder ninguno pelear, con la prisa y aspereza, se retrajeron como mejor pudieron, y en aquella confusión mataron a Francisco de la Mota y cogieron vivos a otros españoles, a los cuales hacían traer agua y servir, diciéndoles: «Servidnos, que así hacéis con nosotros»; y al fin los mataron. En esta ocasión quedó Romero y otro español peleando a caballo solos con los enemigos, los cuales embistieron a Romero y le mataron el caballo, y teniéndole asido para llevarle y matarle, arremetió Francisco Mota, que así se llamaba el otro soldado, con su caballo y arcabuz, peleando valerosamente para defender a Romero; pero estancándosele el caballo le cogieron y llevaron vivo; y viéndose suelto Romero, y a los indios ocupados con el Mota, mató cantidad de ellos, y le dejaron suelto, el cual reparando halló junto a sí a un indio llamado D. Diego Vázquez, que era cacique de Tlajomulco y había ido con los españoles, y arremetió a él, y derribándole del caballo saltó él en pelo y asióse, y luego al punto mataron al cacique D. Diego.
Acabado de desbaratar el campo de los españoles, fue multitud de enemigos tras el alcance, y dieron con Pedro de Placencia y Diana que estaban peleando; y andando a las vueltas volvió Diana a mirar atrás por ver la gente que le salía, y al volver el rostro le dieron un flechazo en un ojo, que le derribaron del caballo. Acudió luego Placencia y le cogió a las ancas del suyo, animándole y diciéndole se tuviese bien, que él lo sacaría en salvo; y al cabo de rato que iban saliendo de donde los enemigos estaban, dijo Diana: «Dios sea conmigo», y cayó muerto en el suelo, y así que cayó le arrebataron los enemigos y se lo llevaron, escapando Placencia; pero ni español ni soldado pareció, porque cada uno se fue por donde mejor se pudo huir, sin saber unos de otros. Murieron muchos indios amigos del valle de Tonalá, y serían más de doscientos, y más de diez españoles, los mejores soldados del reino, que fue harta pérdida: y desbaratados y vencidos, los que escaparon después de tres días llegaron y unos indios amigos de Tlajomulco a la ciudad de Guadalajara, adonde dieron la nueva de la pérdida de los españoles y muertos, y habiéndolo sabido se comenzaron tantos llantos y clamores en ella, particularmente de las mujeres y niños, que llegaban al cielo, y el gobernador Cristóbal de Oñate comenzó a prevenirse y a poner en armas a los españoles, temiendo que según la nueva tendrían presto a los enemigos en la ciudad; y estando en esto, el mismo día que llegaron los amigos con la nueva llegó Juan Michel flechado todo el cuerpo, brazos y piernas, y el caballo mal herido que era lástima verlo, y se entendió muriera de las heridas; fuese a curar a su casa donde estaba su madre y una hermana que estaba casada con el capitán Diego Vázquez, y así que llegó preguntó: «¿Ha llegado por acá Diego Vázquez, mi hermano?» y habiéndole dicho que no, dijo: «Pues ayer a esta hora nos apartamos, y el capitán Miguel de Ibarra y otros, y pues no ha llegado, tengo por cierto que los han muerto»; y contó todo el suceso como había sido: lo cual sabido por el gobernador Oñate, salió armado a caballo con la gente que halló en la ciudad, y se fue a la casa de Juan Michel, y le mandó curar y confesar; y tomando razón del caso, mandó a los que con él estaban hiciesen luego talegas, y habiéndolas hecho, caminó en busca del capitán Miguel de Ibarra y de los demás soldados hacia el Mixton, dejando como doce españoles para defensa de la ciudad; y yendo caminando, a una legua de la ciudad encontró a Miguel de Ibarra y a los demás soldados muy mal heridos y muy ensangrentados, los cuales contaron al gobernador Oñate lo que había pasado en el Mixton, y cómo habían muerto a los españoles los más valientes del campo, y que a Salinas, a Francisco de la Mota y a Diego Hernández Hodrero llevaron a la barranca de S. Cristóbal, y allí los sacrificaron en unos cues y adoratorios de ídolos, y después se los comieron, y que de la misma suerte hicieron con los demás.
Estando tratando de estas cosas y de lo sucedido en la refriega pasada, dijo el gobernador Oñate, hablando con el capitán Miguel de Ibarra: «También me parece que faltan Placencia y Diana, y cierto que me llega al alma tal pérdida, y que se nos aparejan grandes trabajos; sea el Señor de cielo y tierra loado por todo, que confío en su Divina Majestad lo ha de remediar como señor, pues todo cuanto padecemos y hacemos es en su servicio». Estando en estas razones salió Pedro Placencia de una montañuela, muy desmayado, porque venía muy mal herido, sin haber comido en tres días, y llegando adonde el gobernador con la demás gente estaba, dio también razón de lo sucedido, y cómo se había apartado por otra derrota por favorecer a Diana su amigo, y que con todo eso lo mataron los indios, y que harto había hecho él en escapar su vida, y daba a Dios gracias por haberlo librado de aquel peligro. Con la gente que llevaba y la que encontró, el gobernador quiso pasar adelante; pero todos se lo impidieron, diciéndole que no hiciese tal, porque toda la tierra estaba alzada y los cascanes hechos unos leones, y que no había otro reparo sino pedir socorro a todo el reino, sacando soldados de cada villa y ciudad: y habiendo oído estas razones determinó volverse a la ciudad de Guadalajara para templar los llantos de las viudas, consolar a los afligidos, curar los heridos y poner remedio en tan gran fuego como se había levantado y iba abrasando en armas toda la tierra. Llegado a la ciudad con los que salieron desbaratados de la guerra, mandó a cada uno se fuese a su casa a curarse y descansar, y él se fue a la de Francisco de Mota a consolar a su mujer e hijos, prometiéndoles amparo, como después lo hizo, casándola con Juan Michel, y la amparó honrándola a ella y a todas sus cosas. Luego envió a llamar a Diego Vázquez, y le dio la encomienda que tenía Diana, que era Cuacuala, diciéndole que holgara fuese mejor.
Estando en estos aflictos y trabajos, le llegaron cartas de Culiacan, Compostela y la Purificación, en que le daban aviso como todas las provincias estaban alzadas, y cada día les ocasionaban y tenían mil refriegas. Mucha pena y confusión causó esto al gobernador, y viendo lo que le iba sucediendo, como hombre tan sabio y valeroso en todo, procuró disponer el reparo con prudencia militar, y mandó a los alcaldes y regidores, oficiales reales, capitanes y hombres principales que allí había, se juntasen en su casa para tratar del caso, y juntos les dijo: «Señores, aquí a cabildo, para que se trate del remedio de tanto daño como vemos y todo el reino, y que será más dificultad sujetarlo que cuando se ganó, habiendo traído Nuño de Guzmán quinientos españoles y veinte mil amigos, y con todo eso nos vimos en grandes trabajos para ganarle y sujetarle; pero ahora que somos tan pocos para tanto remedio y para volver a ganar la tierra y resistir a enemigos tan malos y tan diestros en las armas con tan pocas fuerzas, y que los amigos que teníamos por nuestros se han vuelto enemigos, y que lo de Culiacan, Compostela y Purificación está todo alzado, sacar un hombre de ellas sería perderlo todo; pues ya Vds. ven lo que pasa en esta provincia y villa, y que de los que aquí había nos han muerto la mitad; cada día esperamos a los enemigos; no hay otro remedio sino el de Dios, que este no faltará, pues lo que hacemos es en servicio suyo y en plantar su santo Evangelio. A mí me parece se dé noticia al señor virey D. Antonio de Mendoza de lo que pasa, y que le pidamos envíe socorro, porque si esto no se hace, moriremos todos a manos de nuestros enemigos y seremos aquí acabados. Este es mi parecer: Vds. verán si conviene hacerse o no; porque lo que determinaren se hará»; y habiéndolo oído, todos respondieron: que pues Su Señoría era en todo tan acertado, no tenían ellos que decir, sino que los parecía se hiciese como lo determinaba, que lo propio decían, y que este era su parecer; y luego dijo el gobernador, que pues estaban allí todos congregados, se escogiese uno que fuese a México a pedir socorro al señor virey y a informarle y darle razón de las cosas referidas; dicho esto se miraron todos unos a otros, no sabiendo a quien señalar, y dijeron todos juntos: «V. S. señale quien fuere servido, que el que señalare irá, y provéase luego con brevedad, que es lo que más conviene»; a que les respondió el gobernador: «Paréceme que vaya el capitán Diego Vázquez, que se halló en la derrota y pérdida del Mixton, que es persona de tanto crédito y valor, y que lleve consigo dos soldados buenos que le hagan escolta y guarden su persona»: y habiendo visto el que había nombrado, se alegraron todos, porque Diego Vázquez era persona de mucha autoridad y peso, bien hablado, y cabía bien en él fuese a tal embajada.
Era el capitán Diego Vázquez hermano de Fr. Dionisio Vázquez, fraile agustino, predicador del Emperador Carlos V y del Papa Clemente VII, natural de Guadalajara en el reino de Toledo, y fue señalado para ir con la embajada; se le mandó se apercibiese para el viaje, y a los compañeros que habían de ir con él, y el gobernador le escribió al virey largo, dándole noticia de todo lo sucedido en la tierra, pidiéndole socorro. Partió Diego Vázquez para México, y el gobernador mandó que de noche y de día se velase la ciudad poniendo guardas, y que tuviesen las armas aprestadas, porque según los enemigos andaban victoriosos, los tendrían presto en la ciudad; y habiendo ordenado esto, mandó llamar a los correos de las demás villas y ciudad de Compostela, y los despachó con las cartas en que decía a los capitanes de ellas los trabajos con que estaban, y cómo enviaba a pedir socorro al virey, que se encomendasen a Dios y defendiesen lo que tenían a su cargo e hiciesen como valientes capitanes, que Dios sería en su ayuda: y habiéndolos despachado puso por obra el que hubiese vela de noche por sus cuartos, y también de día, y que todos estuviesen con gran recato y cuidado, porque en las cosas de guerra era el gobernador muy extremado y cuidadoso, y velaba sus cuartos como le cabían, como cualquier otro soldado, y esto fue lo que le valió para no perecer él y toda la gente de la ciudad.
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