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Selección de textos y documentos:

Doralicia Carmona Dávila

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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1609 Rebelión victoriosa de los negros. Francisco Xavier Alegre.

1609

Alzamiento de los negros. Año de 1609

Entretanto una dificultosa empresa y de no menor utilidad, daba materia al celo de los operarios de la Casa Profesa. Emprendió á fines de este año el Exmo. Sr. D. Luis de Velasco sujetar por las armas algunas tropas de negros bandidos, cuyo número habia crecido demasiadamente en el reino, y cuyos atentados ponian en continua inquietud los caminos y las poblaciones todas desde Veracruz hasta México. Los mal contentos se habian hecho fuertes en unos lugares por naturaleza inaccesibles, y por otra parte muy abundantes de provisión, de donde salían á asaltar los caminos y lugares, con un daño que se hacia sentir ya generalmente en Nueva-España, y con un ejemplo aun mas pernicioso para todos los esclavos y hombres facinerosos que hallaban en ellos una segura protección contra las requisitorias de sus amos, y una constante impunidad de sus mayores crímenes. El prudente virey dio esta importante comisión á D. Pedro González de Herrera, vecino de la Puebla, y suplicó juntamente al padre Martin Pelaez, vice-provincial, le concediese algunos sugetos de la Casa Profesa, que en cualidadde misioneros castrenses acompañasen á la tropa, y que en llegando la ocasión tentasen también de su parte la reducción de aquellos foragidos, por todos los medios que les sugiriera su piedad y su celo por la salvación de aquellas pobres almas. Destináronse los padres Juan Laurencio y Juan Pérez, sugetos muy á propósito para el éxito feliz de aquel negocio. Salimos á nuestra empresa (dice el mismo padre Juan Laurencio) á 26 de enero de 1609, habiéndose antes promulgado bando, que en aquel dia ni en todo el antecedente saliese de la ciudad negro alguno que pudiese dar aviso de nuestra marcha á los alzados. Estos á la sazón andaban tan insolentes, que en aquellos mismos dias habían robado y prendido fuego á una estancia de campo, aunque no pudieron hacer presa en la gente que se salvó por los pies. Pasaron luego á una pastoría, donde robaron seis indias, llevaron preso á un español, y quitaron á otro cruelmente la vida, habiéndole abierto la cabeza y recogida con las manos la sangre que bebían con bárbaras supersticiosas ceremonias. Al prisionero llevaron consigo hasta el pie de la sierra donde tenían su campo, y habiendo dado aviso arriba, bajó el caudillo de los negros, que llamaban Yanga, al son de tambores y algunos otros ruidosos instrumentos. Yanga era un negro de cuerpo gentil, bran de nación, y de quien se decia que si no lo cautivaran, fuera rey en su tierra. Con estos elevados pensamientos, había sido el primero en la rebelión desde treinta años antes, en que con su autoridad y bellos modos para con los de su color había engrosado considerablemente su partido. Ya viejo, reservando para sí la administración civil y política, habia fiado el mando de las armas á otro negro de Angola llamado Francisco de la Matosa, nombre del amo á quien servia. El cautivo español en la presencia del negro, temeroso que le diesen tan crudamente la muerte como á su compañero, esperaba ya por momentos la última sentencia. El Yanga entonces, no temas, español, le dijo, no morirás, pues has visto mi semblante. Mandó luego que le diesen de comer, y que se escribiese al capitán Pedro de Herrera y sus soldados una carta llena de soberbia, en que le decia, que ellos se habían retirado á aquel lugar por libertarse de la crueldad y de la perfidia de los españoles, que sin algún derecho pretendian ser dueños de su libertad: que favoreciendo Dios una causa tan justa habian hasta entonces conseguido gloriosas victorias de todos los españoles que habían venido á aprehenderlos. Que en asaltar los lugares y haciendas de los españoles no hacian sino recompensarse por fuerza de las armas de lo que injustamente se les negaba. Que no tenia que pensar en medios de paz, sino que conforme á sus instrucciones viniese luego á medir las armas con ellos, y para que no pretestase su cobardía ignorancia de los caminos, le enviaba el portador á quien no habian querido dar la muerte porque le sirviese de guia y le escusase el trabajo de buscarlos. Mandó luego al español llevase aquella carta y condujese á los españoles hasta aquel mismo puesto: pero que se guardase de subir á lo alto de la sierra, sino quería morir con ellos.

 

Espedicion contra ellos

Entre tanto nuestro capitán habia pasado revista de su gente, y hallado cien soldados con otros tantos aventureros, ciento y cincuenta indios de arco y flecha, á que se agregaron después como otros doscientos hombres entre españoles, mulatos y mestizos, de las estancias vecinas. Caminando por rumbos estraviados entre lodazares y pantános, por no ser sentidos del enemigo, se buscó un puesto acomodado y se fortificó una casa en que se guardasen todas las provisiones de guerra y de boca. En este intermedio los dos padres hicimos nuestro oficio procurando que toda la gente se pusiese bien con Dios, para que su Magestad favoreciese la empresa, gastando todo el dia y buena parte de la noche. Afligía sumamente al capitán la aspereza de aquellas sierras y la ignorancia del camino que debia seguir cuando llegó al real el enviado de los negros con su orgullosa carta. La primera diligencia que hizo el buen español fué confesarse, y comulgar con mucho reconocimiento del gran beneficio que Dios le habia hecho en sacarlo con vida de las manos de tan crueles enemigos. Leida la carta marchó luego el ejército, domingo 21 de febrero, y se apostó junto á un arcabuco tres leguas distante del real de los morenos: al lunes siguiente descubrieron los batidores una cuadrilla de ellos que con gran prisa ensillaban algunos caballos, y su intento, según se supo después, era pasar á quemar un ingenio de azúcar en las cercanías de Orizava y ver si podian haber á las manos un negro de aquellas pastorías, noticioso de los caminos de la Sierra, y al español que habian enviado con la carta arrepentidos de haber dado á los españoles una guia tan segura para acometerlos. Luego que sintieron á los enemigos, dejando algunos caballos, flechas y otras armas, huyeron á lo interior del bosque y dieron aviso á los suyos. Dentro de breve se oyó en lo alto de la Sierra una espantosa algazara de hombres, mugeres y niños que clamaban, españoles en la tierra, españoles! Con esta nottcia, el capitán D. Pedro González marchó hasta llegar á un rio en campo llano y razo, de buenos pastos, desde donde se descubria el real de los enemigos colocado en lo alto de la Sierra en ventajosa situación por naturaleza y por arte. Este dia se ocupó la gente en cerrar nuestro campo con buena palizada y en correr la tierra, con la ventaja de haber quitado á los negros buen número de caballos. Habia bastante motivo de temer que en la ordinaria senda de la subida pusiesen alguna emboscada, ó por algún otro camino la impidiesen; y así se pasó todo el dia en buscar algún camino mas secreto y mas seguro. No hallándose, se resolvió el asalto para el dia siguiente. Habiéndose confesado desde las tres de la mañana toda la gente que faltaba, marchó el ejército en tres trozos. El uno de los indios flecheros, que fuera de sus armas servían también de gastadores para ir con hachas y machetes abriendo el camino, la otra de los arcabuceros y tropa reglada que guiaba por sí mismo el capitán: otra de los aventureros y demás gente advenediza que comandaba un alférez sobrino de D. Pedro González. Por el camino se hizo á los enemigos bastante daño talando algunas sementeras de maiz, de tabaco y calabazas que por allí tenían. Llegando al pié de la Sierra avanzaron algunos soldados recelosos de alguna emboscada. Se vio cuan prudente era su temor, porque llegando á un puesto, un perrillo que acompañaba la marcha sintió á los negros emboscados y avisó con el ladrido á su amo. El capitán, marchando sobre este aviso llegó á un sitio que tenia á su frente unas grandes peñas tajadas que por lo alto coronaba una ceja á modo de muralla, tras de la cual se encubría mucha gente, esperando que nuestros soldados se empeñaran mas en la subida. Mas adelante, en el mismo camino, habian hecho una rosa de troncos, bejucos y maleza con que se embarazasen en el asalto. Aunque se conoció la estratagema no pudo encontrarse mejor camino, y hubieron de avanzar por aquella misma parte. Cuando el capitán y toda la tropa estuvo á tiro, comenzaron á disparar con flechas, con piedras y con troncos, de tal manera, que pareció milagro haber quedado algunos con vida. Sobre el capitán D. Pedro González arrojaron á plomo un peñasco que evitó con poca declinación del cuerpo: pero apenas volvió para animar su gente que desmayaba, cuando otra grande losa, raspándole por las espaldas lo llevó de encuentro cuesta abajo, hiriendo malamente al page de armas que lo acompañaba. A las voces de un esclavo suyo se creyó que habia muerto; pero él, aunque con mucha pena, procuró levantarse y animar á los suyos, diciendo en alta voz, vivo estoy y sano gracias al Señor, ¡valor compañeros! De los dos padres que llevando consigo el Santo Cristo y los Santos Óleos seguían al ejército, al uno dio una piedra en la mejilla, al otro, que fué el padre Juan Laurencio, lastimó ligeramente otra, y mas una flecha que le penetró no poco en una pierna de que tuvo que padecer muchos dias. A pesar de tan vigorosa resistencia que sostuvo el capitán con la primer columna, llegando después la retaguardia con otro grande trozo de indios flecheros, los enemigos hubieron de desamparar la emboscada y retirarse con precipitación á su campo, distante aun media legua de aquel sitio. En este corto tramo crecia á cada paso la dificultad con los nuevos reparos que habian hecho en todo aquel camino. Para estrecharlo mas habian impedido con grandes troncos, cortaduras y peñascos, el uno y otro lado, no dejando sino una senda angosta, y esa con algunas puertas de trecho en trecho amarradas con fuertes bejucos que no pudieron vencerse sin grande dificultad, y que hubieran costado mucha sangre, si los emboscados hubieran tenido el valor de defender alguno de aquellos pasos, y no hubieran procurado salvarse tan aprisa.

 

Suceso de la tropa.

Después de esta derrota, ya con seguridad de parte de los enemigos, vencido lo mas áspero, estrecho y peligroso del camino, se marcho confiadamente al real de los Negros. El Yanga, que por su edad no estaba ya capaz de las fatigas militares, se habia quedado en el pueblo y recogídose con las negras é indias cautivas á una pequeña iglesia que tenian, donde con candelas encendidas en las manos y unas flechas, hincadas delante del altar, perseveraban en oración mientras duraba la pelea, que al fin, aunque facinerosos y perversos, obraba en ellos aun el amor y la veneración á las cosas sagradas. Mientras practicaban sus devociones llegó un aviso al Yanga que en el avance del peñol habían sido derrotados los españoles con muerte del capitán y muchos de los suyos. Breve tuvo el pesar de desengañarse con la noticia, y aun con la presencia de los fugitivos que pusieron en consternación todo aquel pueblo. El Yanga los detuvo para que con sus mugeres é hijos no tomasen luego la fuga. Decíales que aun vencido el peñol tardarían tres dias para vencer las dificultades de aquel corto camino. Apenas habia pronunciado estas palabras cuando oyó la algazara de los indios amigos y la vocería de soldados que estaban ya sobre el pueblo. Desamparáronle luego con prisa y huyeron á los bosques vecinos, dejando la ropa, las armas, y aun la cena que tenían prevenida para aquella noche. Entrando los nuestros en el pueblo nos encaminamos luego á la iglesia, persuadidos todos á que el haberse puesto bien con Dios por medio de los santos Sacramentos habia sido causa de la victoria. La entrada fué cerca de la noche. No se hizo poco en curar los muchos heridos y procurar algún refresco á tantas gentes fatigadas. Se prendió fuego á mas de sesenta casas, reservando la iglesia y algunos otros edificios para que sirviesen de cuarteles. En medio de la población estaba un árbol muy alto y en su copa una á modo de Pavia desde donde se descubría mucha tierra y les servia de atalaya. Nueve meses habia solamente que ocupaban este puesto y se veían ya plantados muchos plátanos y otros árboles frutales, muchas sementeras de maiz, de fríjol, de tabaco, de batatas, algodón y otras legumbres, mucha abundancia de gallinas, gran número de ganado, y algunos telares en que trabajaban las mugeres mientras que los hombres la mitad se empleaba en la labor del campo, y la otra mitad estaba destinada á la profesión de las armas. Los despojos que se hallaron en el pueblo fueron considerables en ropa, espadas, mucho maiz y otras provisiones de boca, algunos fusiles y no poca moneda.

 

Conclusión de la empresa y orígen del pueblo de S. Lorenzo.

El piadoso capitán, convidándolos con la paz, hizo levantar en un lugar eminente una bandera blanca; pero viendo que permanecían en su obstinación determinó seguir el alcance, dejando alguna guarnición en aquel puesto ventajoso. Alcanzó una cuadrilla de los alzados con quien hubo un pequeño choque con pérdida de algunos españoles, y mas de los negros, á quienes faltó en este lance uno de los mas bravos oficiales, que atravesado de muchos balazos, vino á caer de lo alto de la cuesta, y por mas prisa que me di para ayudar á esta alma, cuando llegué ya habia espirado. Volvió el capitán á levantar bandera blanca dejando una cédula firmada en que les concedía perdón general. Aquí se supo como el Yanga iba con su gente ácia otra ranchería donde antes tenían su habitación, y que estaba muriendo en el monte uno de sus principales caudillos á quien él habia hecho maestre de campo. Marcharon los españoles al primer puesto que habian ganado de los negros, desde donde obró, talándoles los campos y fatigándolos con correrías continuas en que salian siempre con ventajas. Los padres en este intervalo nos empleábamos en hacer una misión que fué muy provechosa. Los soldados se acomodaban fácilmente á los ejercicios de piedad, y gustaban de ellos viendo que se pretendía su bien y se les trataba con suavidad y con amor, y las cabezas eran los primeros en acudir á tan santas obras. ” Hasta aquí la relación del padre Juan Laurencio, que llamado del padre provincial Rodrigo de Cabredo hubo de dejar aquella espedicion para venir á acompañarle en la visita de la provincia. El Padre Juan Pérez, que quedó en el campo, prosiguió las mismas prácticas de piedad que habia entablado su fervoroso compañero. Todas las mañanas oian misa los soldados, y se les hacia luego una breve plática acomodada á su profesión. Después de esto quedaban en la iglesia los indios, rezaba el padre con ellos la doctrina cristiana, y se les esplicaba alguno de los mas substanciales y necesarios puntos. A la tarde se visitaban los enfermos, rezaban todos juntos en la iglesia el rosario de nuestra Señora y la letanía de los Santos, á que se anadia los viernes algún ejemplo á propósito para la reforma de las costumbres que terminaba en una sangrienta disciplina. Una conducta tan cristiana no podia dejar de atraer sobre aquellos piadosos solos dados todas las bendiciones del cielo.

 

Capitulan los negros con el gobierno vireinal.

En efecto, después de varios encuentros en que cada día se debilitaba mas y mas el partido de los negros, hubieron de resolverse finalmente á escribir al virey proponiéndole algunas capitulaciones, que fueron; lo primero, que el Yanga y sus principales compañeros entregarían desde luego á todos los esclavos fugitivos que se hallasen en su campo: que para impedir en la serie el que aquella serranía sirviese de refugio á los esclavos foragidos, se les concediese á todos los libres otro puesto acomodado, no distante del que habían ganado los españoles donde pudieran alojarse con sus hijos y mugeres, obligándose á no permitir entre ellos algún negro esclavo, y á buscarlos y recogerlos por aquellos montes para entregarlos á su dueño por una corta paga. Protestaban, finalmente, que su intención no había sido faltar á Dios ni al rey, de quien eran y serian siempre muy fieles vasallos: que para conservarse en una y otra dependencia, S. E. se dignase señalarles algún cura á quien reconociesen en lo espiritual, y alguno que hiciese oficio de justicia para el gobierno político de aquella población. El prudente virey tuvo por bien condescender con esta súplica, concediéndoles el sitio en que está hoy el pueblo de S. Lorenzo, á pocas leguas de la villa de Córdova, que se fundó después por los años de 1618. La administración espiritual se agregó al beneficiado mas cercano del partido que llaman de la Punta y los negros han perseverado desde entonces en pacífica posesión de aquella tierra, con bastante tranquilidad y subordinación á sus legítimos superiores. *

 

*Establecidos allí los negros acabaron con los indios, de quienes son enemigos naturales.

 

Alegre Francisco Xavier. Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España. México. Impreso por J. M. Lara. 1842. T. II. pp. 10-16