Alonso de Santa Cruz
Fue el emperador don Carlos mediano de cuerpo, de ojos grandes y hermosos, las narices aguileñas, los cabellos rojos y muy llanos, la barba ancha y redonda y bien proporcionada, la garganta recia, ancho de espaldas, los brazos gruesos y recios, las manos medianas y ásperas, las piernas proporcionadas. Su mayor fealdad era la boca, porque tenía la dentadura tan desproporcionada con la de arriba, que los dientes no se encontraban nunca, de lo cual se seguían dos daños: el uno tener el habla en gran manera dura (sus palabras eran como belfo), y lo otro tener en el comer mucho trabajo; por no encontrarse los dientes no podía mascar lo que comía, ni bien digerir, de lo cual venía muchas veces a enfermar. Era más bien reflexivo que idóneo, y a esta causa fue amigo de soledad y enemigo de reír, siendo va casado. Enemigo de hablar mucho, tanto que por muy largo tiempo a los negociantes de sus negocios les venía a responder en breve sonido. A más ser tan corto en sus razones, era muy sospechoso, principalmente con los españoles; en tanta manera, que si le aconsejaban pensaba que era más por amistad o malicia que no por razón. Se incomodaba con los porteros porque dejaban entrar negociantes y también porque no la tenían aderezada; mas al fin, como era [fácil en el] reñir y bueno en el disimular, era muy templado en sus actos. En el tiempo de su comida casi no hablaba palabra y tampoco en la sala donde estaba. Los manjares que más le agradaban eran de venados y puercos monteses, de abutardas y gnus. No era amigo de comer potajes, sino de asado y cocido, ni jamás le servían lo que hubiese de comer, sino él mismo se lo había de tomar. A los demás daba lo que a 61 le parecía y no daba lo que querían. Era amigo de historias y de buenas doctrinas, y cansándose de lecturas en edad se dio a saber cosas de filosofía y astronomía, memoriales y cartas de marear y globos. donde estudió para aprender las ciencias. Era muy honesto en su vida. Ayunaba todas las vigilias de Nuestra Señora y oía sermón cada fiesta. Confesaba y comulgaba las pascuas, y día de todos santos [...]
Fue amigo de caza de montería, en la cual, por matar un ciervo y esperar puercos, se perdió muchas veces de sus monteros y le acontecieron grandes peligros; no fue amigo de caza de cetrería, aunque la tenía muy buena, ni fue vicioso ni amigo de jugar a naipes ni a dados ni a otros juegos, aunque algunas veces ganaba a las tablas. En el vicio de la carne fue a su mocedad moto, porque tuvo en Flandes una hija bastarda y en Castilla otra: la de Castilla murió muy niña; la de Alemania diremos adelante en esta historia. Siendo casado tuvo muy gran amor a la emperatriz su mujer. A los principios de su reinado tuvo gran desorden en su casa y mesa y cocina y botillería y caballeriza, por lo cual vino a caer en algunas necesidades y a que en su reino se engendrasen algunos escándalos. Como creciese en edad, quitó los más de los gastos y reformó su casa.
Fue amigo de los buenos y no muy amigo de negocios, y como tuviese muchos, descargábase de ellos con un secretario, por donde se concluían muy tarde y daba que murmurar a los negociantes. Cuanto a los arzobispados y obispados, encomiendas, capitanías, alcaldías y otros oficios en los que era importunado luego de muchos de ellos, los daba tarde porque quería servirse de buenos, y deseaba tanto acertar en el dar de los oficios que si por caso le importunaban él hacía la merced, no al que la pedía, sino al que la merecía. No se lee de ninguno ser tan amigo de la justicia como él, ni tener tanta igualdad. y mientras vivió jamás tomó ninguna cosa de cohecho ni perjudicó a ninguno. y por causa de favorecer tanto la justicia tuvo siempre [en] sus días mucho sosiego, aunque como sus ministros se viesen tan favorecidos fueron muy absolutos en el mandar y muy disolutos en el robar. Pocas veces mandó suspender y alargar pleitos, ni menos dio carta para rogar por nada, y suplicaba a los ministros de la justicia para que la hiciesen a la de sus reinos rectamente. En las consultas que ante él se hacían, el gran celo que tenía era notado y hacía muy buenos apuntamientos. En lo que tocaba a la justicia era tanto que, aunque estuviese muy importunado e informado, siempre se remitía al parecer de los de su Consejo de manera que fuese. Las más veces que cabalgaba era a la brida más que a la jineta. Montaba caballos flamencos muy poderosos los cuales eran más tardos en el correr, y hacíales dar saltos muy grandes. Tardaba mucho en escribir y en el firmar era muy tardío. Y en su vida fue sabio. Tuvo caídas malas y aun peligrosas; en algunos tiempos las tuvo que le hacían caer de su estado y mudar el gesto asimismo, aunque después que fue entrando en edad le trataba muy mal a tiempos el mal de gota.
Muy pocas veces cabalgaba para pasearse por los pueblos donde estaba, sino siempre se holgaba de estar retraído o recogido en su cámara, lo cual le fue tenido a mal, porque allende de recrear su persona les parecía que con su vista recibieran muy gran contentamiento. Fue muy agudo y de muy claro juicio, lo cual se veía en él por el conocimiento que tenía de todas las cosas y en las buenas razones que daba de todas ellas. Y conocíase su gran memoria en la variedad de las lenguas que sabía, como eran: lengua flamenca, italiana, francesa, española, las cuales hablaba tan perfectamente como si no supiera más que una. Cuando quería negociar siempre estaba en pie, y la causa era porque dejado que era amigo de estar así, quería que el negociante fuese corto en sus razones, y cuando le traían algunas nuevas con que él no recibía placer de alguno que le había servido, andábase paseando dos o tres horas imaginando lo que aquel había hecho en su deservicio y pensando en el remedio de ello. Finalmente, él fue amigo de buenos y virtuosos y enemigo de malos y mentirosos
(Alonso DE SANTA CRUZ: Crónica del Emperador Carlos V, compuesta por su cosmógrafo mayor, Madrid, 1920, t. I I, p. 40.)
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