Francisco Cervantes de Salazar
Libro primero
Argumento y sumario del primero libro desta crónica
Lo que, en suma, después de las cartas nuncupatorias y catálogo de los conquistadores que este primero libro contiene, es la razón por qué las Indias del mar Océano se llaman Nuevo Mundo, y la noticia confusa que Platón tuvo deste Nuevo Mundo y lo que cerca dello otros dixeron; la descripción y asiento de la Nueva España, la calidad y temple della, la propriedad y naturaleza de algunos árboles que en ella hay, las semillas y hortalizas que produce, la propiedad maravillosa de algunas aves y pescados que tiene, las lagunas y fuentes que la illustran, las serpientes y culebras, con los animales bravos y mansos que en ella se crían, la caza y manera de cazar que los indios tenían y tienen, la variedad de metales y valor de piedras, el modo que los indios tenían en poblar, las inclinaciones y condisciones dellos, las muchas y diversas lenguas en que hablan, los sacrificios y agüeros que tenían, con las fiestas de cada año y otras extravagantes que celebraban, los bailes y areitos que hacían en sus regocijos, los médicos y hechiceros y manera de curar suya, las guerras y modo de pelear que los indios tenían, con la manera y modo que celebraban sus casamientos, así los de México como los de Mechuacán; por qué jueces se hacía la justicia y las penas que se daban a los delicuentes, la forma y manera con que alzaban a uno por señor o daban cargo preeminente en la república, la cuenta de los años que tenían y sus fiestas, los signos y planetas por donde se regían, las obsequias y cerimonias con que enterraban los muertos, los pronósticos y agüeros que los indios tenían de la venida de los españoles a esta tierra.
Capítulo I
Que es la razón por qué las Indias del Mar Océano se llaman Nuevo Mundo.
No parescerá cosa superflua, pues tengo de escrebir de tierra tan larga y tan incógnita a los sabios antiguos, traer la razón por qué los presentes, así latinos como castellanos, le llaman Nuevo Mundo, pues es cierto no haber más de un mundo y ser vanas las opiniones de algunos filósofos que creyeron haber muchos; y así, Aristóteles, en lumbre natural, probó ser uno y no muchos cuando escribió De Coclo et Mundo, llamando mundo a todo lo que el cielo cubre, lo cual es causa de que no con verdad estas tierras descubiertas, por muy largas y anchas que sean, se llamen Nuevo Mundo, ca entre otros grandes argumentos y razones que en lumbre natural convencen al hombre a que crea que hay un solo Dios y no muchos, un universal principio de todas las cosas y no dos, uno de los males y otro de los bienes, como algunos falsamente afirmaron, es la unidad que todas las cosas criadas tienen, perdiendo la cual, luego se deshacen todos los materiales en el edificio proporcionadamente unidos; una cosa obran y hacen, que es la morada, y estonces se deshacen cuando son divisos y no tienen en sí unidad; de adonde es que una sea la naturaleza angélica, una la naturaleza humana, y así uno el mundo; porque, a haber muchos, hubiera muchos soles y muchas lunas; pero no hay más de un sol y una luna, lumbreras, como escribió Moisés, de la noche y del día, el cual, dando a entender ser uno el mundo, dixo: «En el principio crió Dios el cielo y la tierra»; no dixo los cielos y las tierras, y cuando dixo «crió», dio también a entender, lo que no cupo en el entendimiento de algunos grandes filósofos, de nada haber criado Dios todo lo que es, porque, guiándose por la vía natural, decían que de nada no se podía hacer nada, no levantando el entendimiento a que, si había Dios, había de ser (so pena de no serlo) sumamente poderoso, y que su decir fuese hacer; porque, como dice la Divina Escriptura, llama las cosas que no son como las que son. Ahora, respondiendo a la dubda, digo que no solamente en nuestro común hablar, pero en la manera de decir en la Divina Escriptura hay metáforas, semejanzas y comparaciones, o para hermosear y hacer más fecunda la lengua en que se habla, o para dar a entender la frescura del campo y lo que alegra, decimos que se ríe; al hombre que habla con aviso y dice cosas escogidas, decimos que echa perlas por la boca; e al murmurador e infamador, que echa víboras y que es carta de descomunión. Por esta manera, la Sacra Escriptura usa de grandes y maravillosas metáforas, llamando a Jesucristo sol de justicia, y a la Virgen, su madre, la mañana o luna; por lo cual, pues en todas las lenguas son tan necesarias las metáforas y maneras de encarescimientos por la semejanza que tienen unas con otras, las cuales muchas veces dexan sus propios nombres, y por alguna similitud que hay en otras vestidas de sus nombres se entienden mejor, como si al liberal dixésemos ser un Alexandre, y al valiente y esforzado, un Héctor; no es de maravillar, pues todos los antiguos nunca alcanzaron a ver estas tierras que ahora habitamos ni tuvieron clara noticia dellas, como paresce por Ptolomeo, Pomponio Mela y Estrabón, que en la descripción del mundo jamás las pusieron.
Ovidio, en el principio del Metamorphosis, dividiendo el mundo en cinco zonas, afirmó en parte todo lo que ahora la experiencia niega, pues dixo que, unas por frío y otras por calor, especialmente la media, eran inhabitables. Hércoles, después de su larga peregrinación, llegando a Cádiz y a Sevilla, fixando aquellas dos grandes columnas, entendiendo no haber más mundo, poniéndolas por término del, dixo: «No hay más adelante», lo cual fue causa de que, siendo el primer descubridor Colón de tanto mar y de tanta tierra, que verdaderamente es mayor que toda África, Asia y Europa, no sin alguna aparente razón y metafórica manera de hablar, dio lugar a los escriptores a que aquestas tierras llamasen Nuevo Mundo, no pudiendo explicar su grandeza sino con llamarlas así, pues mundo es lo que en sí encierra longura, anchura y profundidad, y que después del no hay más, por lo cual en el siguiente capítulo diremos si destas partes hubo alguna noticia.
Capítulo II
De la noticia confusa que el divino Platón tuvo deste Nuevo Mundo.
Cosa es maravillosa y no digna de pasar en silencio que como Dios, por su inefable y oculto juicio, tenía determinado, no antes ni después, ni en vida de otros reyes, sino de los católicos César y Filipo, en tan dichosos y bienaventurados tiempos alumbrar a tan innumerables gentes como en este Nuevo Mundo había, fue servido como por figura dar a entender al divino Platón y a Séneca, auctor de las Tragedias, que después del mar Océano de España había otras tierras y gentes con otro mar que, por su grandeza, el mismo Platón le llama el Mar Grande, verificándose por la dilatación y augmento de la fee cristiana aquella profecía: «Por toda la tierra salió el sonido dellos», que es la predicación de los Apóstoles y de los que, subcediendo en este cargo en este Nuevo Mundo, predicaron y predican el beneficio y merced que el Hijo de Dios hizo al mundo con su venida a él. No sólo quiso que sanctos profetas lo profetizasen tantos años antes, pero quiso que las sibillas, mujeres gentiles, los poetas, como Virgilio y Ovidio, sin entender lo que decían, lo profetizasen, tomando diversos instrumentos malos y buenos para la manifestación de la merced que había de hacer al mundo, porque aquello en las cosas humanas suele tener más verdad que el bueno y el malo confiesan, y no siendo el don de profecía de los dones del Espíritu Sancto, que hacen al hombre grato y amigo de Dios, no es de maravillar que gentiles, infieles y males, como fue Balán, profeticen, pues profecía es gracia de gracia dada, y que no hace al hombre grato y amigo de Dios, y porque a los que cerca desto primero descubrieron algo, es justo darles su honor debido, es de saber que Agustín de Zárate, varón por cierto docto, en la breve historia que escribió del descubrimiento y conquista del Perú, tractando en breve lo tocante a este capítulo, dice así:
«Cuenta el divino Platón algo sumariamente en el libro que intitula Thimeo o De Natura, y después, muy a la larga y copiosamente, en otro libro o diálogo que se sigue inmediatamente después del Thimeo, llamado Atlántico, donde tracta una historia que los egipcios se contaban en loor de los atenienses, los cuales dice que fueron parte para vencer y desbaratar a ciertos Reyes y gran número de gente de guerra que vino por la mar desde una grande isla llamada Atlántica, que comenzaba después de las columnas de Hércoles, la cual isla dice que era mayor que toda Asia y África, e que contenía diez reinos, los cuales dividió Neptuno entre diez hijos suyos, y al mayor, que se llamaba Atlas, dio el mayor y mejor. Cuenta otras muchas y memorables cosas de las muchas riquezas y costumbres desta isla, especialmente de un templo que estaba en la ciudad principal, que tenía las paredes y techumbres cubiertas con planchas de oro, plata y latón, e otras muchas particularidades que serían largas para referir, y se pueden ver en el original donde se tractan copiosamente, muchas de las cuales costumbres y cerimonias vemos que se guardan el día de hoy en la provincia del Pirú. Desde esta isla se navegaba a otras islas grandes que estaban de la otra parte della, vecinas a la tierra continente, aliente la cual se seguía el verdadero mar. Las palabras formales de Platón en el Thimeo, con éstas: «Hablando Sócrates con los atenienses, les dixo: Tiénese por cierto que vuestra ciudad resistió en los tiempos pasados a innumerable número de enemigos que, saliendo del mar Atlántico, habían tomado y ocupado casi toda Europa y Asia, porque estonces aquel estrecho era navegable, tiniendo a la boca del, y casi a su puerta, una ínsula que comenzaba desde cerca de las columnas de Hércoles, que dicen haber sido mayor que Asia y África juntamente, desde la cual había contractación y comercio a otras islas, y de aquellas islas se comunicaban con la tierra firme y continente que estaba frontero dellas, vecina del verdadero mar, y aquel mar se puede con razón llamar verdadero mar, y aquella tierra se puede juntamente llamar tierra firme y continente.» Hasta aquí habla Platón, aunque poco más abaxo dice «que nueve mill años antes que aquello se escribiese, subcedió tan gran pujanza de aguas en aquel paraje que en un día y una noche anegó toda esta isla, hundiendo las tierras y gente, y que después aquel mar quedó con tantas ciénagas y baxíos, que nunca más por ella habían podido navegar ni pasar a las otras islas ni a la tierra firme de que arriba se hace minción». Esta historia dicen todos los que escriben sobre Platón que fue cierta y verdadera, en tal manera, que los más dellos, especialmente Marsilio Ficino y Platina, no quieren admitir que tenga sentido alegórico, aunque algunos se lo dan, como lo refiere el mismo Marsilio en las Annotaciones sobre el Thimeo, y no es argumento para ser fabuloso lo que allí dice de los nueve mill años; porque, según Pudoxio, aquellos años se entendían, según la cuenta de los egipcios, lunaes y no solares, por manera que eran nueve mill meses, que son siete cientos y cincuenta años. También es casi demonstración para creer lo desta isla, saber que todos los historiadores y los cosmógrafos antiguos y modernos llaman al mar que anegó esta isla Atlántico, reteniendo el nombre de cuando era tierra. Pues supuestos ser esta historia verdadera, ¿quién podrá negar que esta isla Atlántica comenzaba desde el estrecho de Gibraltar, o poco después de pasado Cádiz, y llegaba y se extendía por este gran golfo, donde así norte, sur, como leste, ueste, tiene espacio para poder ser mayor que Asia y África? Las islas que dice el texto se contrataban desde allí paresce claro serían la Española, Cuba y Sant Joan y Jamaica y las demás que están en aquella comarca. La Tierra Firme, que se dice estar frontero destas islas, consta, por razón, que era la misma tierra firme que ahora se llama así, y todas las otras provincias con quien es continente, que comenzando desde el estrecho de Magallanes contienen, corriendo hacia el Norte, la tierra del Pirú y la provincia de Popayán y Castilla del Oro y Veragua, Nicaragua, Guatemala, Nueva España, las Siete Ciudades, la Florida, los Bacallaos, y corre desde allí para el septentrión, hasta juntarse con las Nuruegas, en lo cual, sin ninguna dubda, hay mucha más tierra que en todo lo poblado del mundo que conoscíamos antes que aquello se descubriese, y no causaba mucha dificultad en este negocio el no haberse descubierto antes de ahora por los romanos ni por las otras nasciones que en diversos tiempos ocuparon a España, porque es de creer que duraba la maleza del mar para impedir la navegación, e yo lo he oído, y lo creo, que comprehendió el descubrimiento de aquellas partes debaxo desta autoridad de Platón, y así, aquella tierra se puede claramente llamar la tierra contienente que llama Platón, pues cuadran en ésta todas las señales que él da de la otra, mayormente de aquella que él dice que es vecina al verdadero mar, que es el que ahora llamamos del Sur, pues, por lo que de él se ha navegado hasta nuestros tiempos, consta claro que en respecto de su anchura y grandeza todo el mar Mediterráneo y lo sabido del Océano, que llaman vulgarmente del Norte, son ríos. Pues si todo esto es verdad y concuerdan también las señas dello con las palabras de Platón, no sé por qué se tenga dificultad en entender que por esta vía hayan podido pasar al Pirú muchas gentes, así desde esta gran isla Atlántica como desde las otras islas, para donde desde aquella isla se navega y aun desde la misma Tierra Firme podían pasar por tierra al Pirú, y si en aquello había dificultad, por la misma mar del Sur, pues es de creer que tenían noticia y uso de la navegación, aprendida del comercio que tenían con esta grande isla, donde dice el texto que tenían grande abundancia de navíis y aun puertos hechos a mano, para la conservación dellos, donde faltaban naturales.»
Lo que dixo Séneca, cerca de lo que al principio deste capítulo tracté, aunque ha sido larga la digresión, aunque necesaria para el conoscimiento de lo que pretendemos, dice así:
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«Venient annis saecula seris. |
Quibus Oceanus vincula rerum |
Laxet, novosque Tiphis delegat orbes, |
Atque ingens pateat telus. |
Neque sit terris ultima Thile». |
Que vuelto en verso castellano, quiere decir:
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«En años venideros, vendrá siglo |
En quien lugar dará el mar Océano |
A que otro Nuevo Mundo se descubra, |
Distando del esfera nuestra tanto |
Que Thile, que es en ella la postrera. |
Se venga a demarcar por muy cercano.» |
Capítulo III
De la descripción y asiento de la Nueva España.
Juanote Durán, en el libro que hizo, que aún no ha salido a luz, de la Geografía y descripción de todas estas provincias y reinos por veinte e una tablas, llama Grande España a todo lo que los españoles, desde la Isla Española hasta Veragua, conquistaron y pusieron debaxo de la Corona Real de Castilla. Movióle llamar Grande España a toda esta gran tierra, por haberla subjectado subcesivamente los españoles, de la cual en la parte primera desta Crónica tractaré (dándome Dios vida) copiosamente, y porque al presente es mi propósito de escrebir el descubrimiento y conquista de la Nueva España, que es mi principal empresa, en breve relataré qué es lo que ahora los nuestros llaman Nueva España, diciendo primero cómo la ocasión de haberle puesto este nombre fue por la gran semejanza que con la antigua España tiene, no diferenciando, della más de en la variedad y mudanza de los tiempos; porque en todo lo demás, temple, asiento, fertilidad, ríos, pescados, aves y otros animales, le paresce mucho, aunque en grandeza le exceda notablemente.
Llámase, pues, Nueva España, comúnmente, todo lo que los Capitanes ganaron y conquistaron en nombre de D. Carlos, Rey de España, desde la ciudad de México hasta Guatemala, y más adelante, hacia el oriente y hacia el poniente hasta Culhuacán; porque por las Audiencias que Su Majestad ha puesto en Guatemala y en Jalisco, por distar por muchas leguas de la ciudad de México, hay algunos que dicen llamarse propiamente Nueva España todo el destricto y tierra que la Audiencia Real de México tiene por su jurisdición; pero, según la más cierta opinión, se debe llamar Nueva España todo lo que en esta tierra firme han subjectado e poblado Capitanes y banderas de México, que, comenzando del cabo de Honduras y ciudad de Trujillo en la ribera del Mar del Norte, hay de costa las leguas siguientes: del cabo de Honduras al Triunfo de la Cruz, treinta leguas; del Triunfo a Puerto de Caballos, otras treinta leguas; de Puerto de Caballos a Puerto de Higueras, treinta leguas; de Higueras al Río Grande, treinta; del Río Grande al cabo de Catoche, treinta; del diez; de Cotoche a Cabo Redondo, noventa; de Cabo Redondo al Río de Grijalva, ochenta; del Río de Grijalva a Guazacualco, cuarenta; de Guazacualco al Río de Alvarado, treinta; del Río de Alvarado a la Veracruz, treinta; de la Veracruz a Pánuco, sesenta. Pasaron algunos compañeros de los que fueron con D. Hernando Cortés a Honduras de la Mar del Norte a la del Sur, e hay de una mar a otra noventa leguas, desde Puerto de Caballos hasta Cholotamalalaca, que vulgarmente se llama Chorotega, de la Gobernación de Nicaragua; hay por la costa del Sur treinta leguas al Río Grande o de Lempa, y al río de Guatemala, cuarenta y cinco, y de Guatemala a Citula, cincuenta, y de ahí a Teguantepeque, ciento y cincuenta; de Teguantepeque a Colima, ciento, y de Colima al Cabo de Corrientes, otras ciento; de Corrientes a Chiametla, sesenta; de Chiametla hasta donde fue D. Hernando Cortés, y lo último que descubrieron los navíos de D. Antonio de Mendoza, (en blanco) leguas. Hay de México al cabo de Honduras, hacia el oriente algo al sudeste, más de cuatrocientas y cincuenta leguas, y a Culhuacán, que está al poniente, algo al norueste, (en blanco) leguas. Inclúyense en estos límites los obispados de Truxillo, Honduras, Guatemala, Chiapa, Guaxaca, Tlaxcala y el arzobispado de México, y los obispados de Méchuacán y Jalísco, toda la cual tierra se extiende y dilata por muchas leguas, y conquistándose lo circunvecino a ella.
También se puede llamar Nueva España por ser tierra continuada y que por toda ella se habla la lengua mexicana, y que de México han de salir los Capitanes y banderas a conquistarlo, como ahora al presente salen por mandado del Rey D. Felipe, e industria de su Visorrey D. Luis de Velasco, a conquistar la Florida. Esto es lo que con toda brevedad se puede decir de la descripción de la Nueva España, porque querer particularizar sus provincias y reinos con las calidades y temples suyos será cosa prolixa y larga, y, por tanto, siguiendo la misma brevedad, pues tengo de tractar de la conquista della, diré algo por todo este primer libro de sus rictos y costumbres.
Capítulo IV
De la calidad y temple de la Nueva España.
Porque adelante, en el discurso desta historia pienso tractar copiosamente las cosas memorables, así las que tocan al suelo como las que pertenescen al cielo y temple de las provincias de la Nueva España, brevemente, por los capítulos siguientes, antes que tracte de la conquista, escrebiré, en general, así el temple y calidad destas tierras como los rictos, leyes y costumbres de los naturales della, y así es de saber que la Nueva España, como la antigua, que por esta similitud tomó su nombre y dominación, en unas partes es muy fría, como en los Mixes, en la Misteca, en el Volcán y en toda su halda, en los ranchos de Cuernavaca, donde, siendo el trecho de media legua, y de la una parte tierra caliente y de la otra templada, es tan grande el frío que todo el tiempo del año, los moradores deste poco espacio de tierra viven debaxo della, y debaxo della crían las aves y algún ganado, que es cosa de maravillar. Algunas veces ha acaecido que de los pasajeros que por aquella parte van y vienen, por no haber hecho noche en las casas de los indios, han muerto de frío muchos.
Es la Nueva España, como la vieja, asimismo muy llana por algunas partes, como en el valle de Guaxaca y en el valle de Toluca, el cual corre más de docientas leguas; los llanos de Ozumba, tan fértiles de ganado avejuno que hay en ellos sobre ochocientas mill cabezas; los llanos de Soconusco, los cuales son inhabitables. Es, por el contrario, tan montuosa, así en otras partes como en toda la costa de la Mar del Sur, la cual es toda serranía y montaña han poblado de naturales que parescen colmenas. Hay algunos pueblos tan fuertes por la aspereza del sitio, que son tan inexpunables que, aunque paresce increíble, un hombre los puede defender de muy muchos; porque hay pueblo que no se puede subir a él sino por una parte, y tan áspera, que es menester ayudarse con las manos, como es Pilcalya y Oztuma y Chapultepeque. Y como tiene extremos en calor y fríos, llanos y serranías, ansí los tiene en vientos y calmas, pluvias y sequías, porque, especialmente en las costas, al principio de Mayo y por Navidad se levantan tan bravos y temerosos vientos, que los mareantes y los que viven en las Indias llaman huracanes, que muchas veces han derribado edificios y arrancado de raíz muy grandes y gruesos árboles, y es su furia tanta, que corriendo muchas leguas la tierra adentro, levantan las lagunas que son hondables y se navegan con canoas y barcos pequeños y bergantes, de tal manera, que paresce tormenta de la mar, y así se han anegado muchos, no tiniendo cuenta con el tiempo, porque algunas veces, aunque con señales precedentes, se levantan vientos con tan gran furia que no hay quien pueda tomar la orilla. Las calmas, como en Tabasco, Teguantepeque y Zacatula, son tan grandes y duran por tantos días que los moradores destas tierras no pueden sufrir ropa, tanto que los indios ni los españoles no duermen en sus casas, sino a las puertas dellas o en mitad de la calle, de cuya causa viven enfermos y tan lisiados en los ojos, que los españoles llaman a aquella parte la tierra de los tuertos, porque algunas veces, cuando sopla algún viento, es con tan gran calor, que paresce que sale de algún horno muy encendido.
En lo que toca a las pluvias y aguas del cielo, aunque diferentemente se siguen según el temple de las provincias, por la mayor parte en toda la Nueva España, son muy grandes. Comienzan, al contrario de España, desde Junio, y acábanse por Septiembre. Suele llover, cuando es la furia, treinta y cuarenta días arreo, sin cesar, y dicen los. indios viejos que después que vinieron los españoles no llueve tanto, porque antes solía durar la pluvia sesenta y ochenta días sin escampar, porque siempre, por la mayor parte, en el invierno de las Indias, los días que llueve es de las dos o tres horas de la tarde adelante; nieva muy pocas veces, y en muy pocas partes, salvo en ciertas sierras, que por esto las llaman nevadas. Hay también tierras, las cuales son tan secas que, aunque fértiles, llueve tan veces en ellas (como en Coyuca), que es necesario para cultivallas que un río caudaloso que entra en la mar, cegándosele la entrada, con las muchas olas empape toda la tierra, basta que los naturales la tornan a abrir cuando veen que la tierra está bien harta. Los hielos, esecialmente cuando han cesado las aguas, son tan grandes v tan generales en toda la tierra, que lo que es de maravillar, en partes donde se da el cacao, que siempre es tierra caliente, hacen mucho daño; porque, no solamente abrasan y queman el fructo, pero también el árbol; quémanse también los panes y maizales, como en España, aunque en el valle de Atrisco (como diré cuando tractare de Tlaxcala) hay gran templanza del cielo, tanto que jamás se ha visto helar. Los serenos en muchas partes son dañosos, especialmente en México, el de prima noche y el de la mañana. La causa es el engrosarse los vapores de la laguna en este tiempo con el ausencia del sol, y reina tanto que hacen enfermar la ciudad, y que ciegan algunos, y a no ser la tierra salitral, que conserva la vista de los ojos con los serenos y los muchos polvos que los aires levantan, cegarían muchos. Los truenos y relámpagos y temblores de tierra en el tiempo de las aguas, en algunas partes, son tan continuos y furiosos, como en Tlaxcala y México, y especialmente en los Zacatecas y en un pueblo dellas que se dice Asuchualan y en tierras calientes, que han muerto muchos de rayos y han sido forzados los vecinos de aquella tierra, así indios como españoles, para que las casas no se les cayan encima y que los vientos grandes no las lleven y los rayos no los maten, salirse dellas y meterse en cuevas, debaxo de las peñas. Han caído en esta tierra muchas casas y templos fuertes por los grandes temblores, las cuales los indios, en su gentilidad, cuando en ellas caían unas bolsas de fuego, tenían por cierto agüero que habían de haber hambre o guerra. Estas tempestades subceden las más veces cuando el año es seco.
Las lagunas, como también diré en su lugar, son muchas y muy grandes y de mucho pescado, aunque todo pequeño. Son muy provechosas a las comarcas do están, especialmente la de México, que hace muy fuerte la ciudad y muy bastecida por las acequias que en ella entran, y por ellas muchos mantenimientos abundantemente de pescado blanco y prieto, que los indios llaman joiles; y porque, como al principio deste capítulo dixe, las demás particularidades que restan, que son muchas y maravillosas, del temple y calidad de la Nueva España, tractaré en el descubrimiento y conquista cuando hablare de los pueblos, las dexaré al presente, por venir a tractar también en general de algunos árboles desta tierra.
Capítulo V
De la propiedad y naturaleza de algunos árboles de la Nueva España.
Es tan grande la multitud de los árboles de la Nueva España, aunque todos o los más, al contrario de la vieja España, echan las raíces sobre la haz de la tierra, y así ellos y los traídos de España duran poco, y es nescesario renovarlos de cuatro a cuatro años o de cinco en cinco. Entre los árboles desta tierra, aunque no sé si se podrá llamar así, por no echar flor hoja ni fructo, pero porque para hierba es muy grande, contándole entre los árboles, el magüey, que en mexicano se dice mefle, es el más notable y maravilloso árbol y de más provechos que los antiguos ni los presentes han hallado, y tanto que a los que no han hecho la experiencia con razón les parecerá increíble. Hay, pues, en los magüeyes, machos y hembras, y donde no hay machos no hay hembras, ni se dan, y la tierra que los produce es tenida por fértil, y los indios están proveídos abundantemente de lo que han menester para el comer, beber y vestir donde hay copia dellos, como luego diré. Echa el magüey al principio de su nascimiento grandes hojas que son como pencas muy anchas y gruesas y verdes; vanse ahusando, y en el remate echan una púa muy aguda y recia; los machos, que son los menos, a cierto tiempo, que es cuando van ya a la vejez, echan un mástil grueso, alto, que nasce de en medio de las pencas, en cuyo remate hay unas flores amarillas. Los provechos, así de las hembras como de los machos, son tantos, que los indios vinieron a tener al magüey por dios, y así, entre sus ídolos, le adoraban por tal, como paresce por sus pinturas, que eran las letras con que conservaban sus antigüedades. Sus hojas, pues, como sean tan anchas, resciben el rocío de la mañana en tanta cantidad que basta para beber el caminante aunque vaya con mucha sed; las hojas o pencas verdes sirven de tejas para el cubrir de las casas y de canales; hácese dellas conserva y de la raíz; por consiguiente, secas, son muy buena leña para el fuego, cuya ceniza es muy buena para enrubiar los cabellos. Secas también las pencas, las espadan como el cáñamo, y dellas se hace hilo para coser y para texer; la púa sirve de aguja, de alfilel y de clavo, y como se hacen telas, así también se hacen cuerdas y maromas muy fuertes, de que, en lugar de cáñamo, se sirven todos los indios y españoles para lo que suelen aprovechar las sogas y maromas, las cuales, mojadas, son más recias y se quiebran menos. El mástil sirve de madera para el edificio de los indios, y el magüey sirve, como en Castilla las zarzas, para seto y defensa de las heredades. Hácese del magüey miel, azúcar, vinagre, vino, arrope y otros brevajes que sería largo contallos. Finalmente, como dixe, sólo este árbol puede ser mantenimiento, bebida, vestido, calzado y casa donde el indio se abrigue; tiene virtudes muchas que los indios médicos y herbolarios cuentan, no sin admiración, especialmente para hacer venir leche a la mujer, bebido su zumo, con el cual se sanan todas las heridas.
Hay otros árboles que, aunque no son de tanto provecho como el magüey, son dignos, aunque con brevedad, de ser aquí contados, como son el plátano, el cual es cosa maravillosa, que sola una vez en la vida da fructo. El guayabo, provechoso para las cámaras. El peruétano, cuya fructa es más dulce que dátiles; llámanse chicozapotes; deste fructo se saca cierta cera que, mascada, emblanquesce los dientes y quita la sed a los trabajadores. El aguacate, cuya fructa se llama así, gruesa y negra, mayor que brevas, la cual tiene cuesco; es caliente, ayuda a la digestión y al calor natural; del cuesco se hace cierto aceite y manteca; en la hoja echa la flor, de la cual en la lexía para la barba, por ser muy olorosa, usan los barberos. La tuna, que el árbol y la fructa se llama así, la cual huele como camuesas y es muy sabrosa: quita en gran manera la sed; es dañosa para los fríos de estómago; hay dellas blancas, coloradas, amarillas y encarnadas; los que comen las coloradas o encarnadas echan la orina que paresce sangre. Hay otras tunas que se dicen agrias, en las cuales se cría la cochinilla, que es grana preciosísima, la cual, desde estas partes, se reparte por todo el mundo; las hojas deste árbol son muy gruesas y anchas; guisadas en cierta manera es manjar muy delicado y de gran gusto y mantenimiento. El annona lleva fructo de su nombre, redondo y mayor y menor que una bola; lo de dentro, que es lo que se come, en color y sabor es como manjar blanco; cómese con cuchara o con pan; tiene cuescos negros, a manera de pepitas; refresca mucho; es sana y cierto, fructa real. El mamey es el más alto árbol desta tierra, limpio todo, como árbol de navío, hasta el cabo, do hace una copa de ramas y hoja muy hermosa; de las ramas pende la fructa, que también se llama mamey; es a manera de melón, la corteza áspera y por de dentro colorada, y ansimismo de fuera; la carne paresce jalea en olor, sabor y color; dentro tiene un cuesco grande; para alcanzar la fructa suben los indios trepando con sogas. La piña, muy diferente de la de Castilla, porque es toda zumosa, sin pepita ni cáscara, como la de Castilla, pero, por la semejanza de su tamaño y manera, la llamaron los nuestros así; es fresca, algo más agria que dulce; no muy sana, porque aumenta la cólera; el árbol do nasce es pequeño y delgado. El cacao es un árbol muy fresco y acopado; es tan delicado que no se da sino en tierra caliente y lugar muy vicioso de agua y sombra; está siempre cercado de muchos árboles crecidos y sombríos, por que esté guardado del sol y del frío; lleva el fructo de su nombre, a manera de mazorcas verdes y coloradas, el cual no pende de las ramas, como los demás fructos, antes está pegado al tronco y ramas; de dentro es ellogioso, y tiene los granos a manera de almendras; bébese en cierta manera en lugar de vino o agua; es substancioso; no se ha de comer otra cosa después de bebido; cómese en pepita y sabe muy bien el agua que se bebe tras del; es moneda entre los indios y españoles, porque cient almendras más o menos, según la cosecha, valen un real. Hay árboles destos en tres maneras: unos muy altos, y otros muy pequeños, a manera de cepas, y otros medianos, y todos, en general, no fructifican sin el amparo de otros árboles mayores que les hagan sombra, porque sin ella el sol y el hielo los quema. Es este árbol tan preseciado, que su fructa es el principal tracto de las Indias.
Hay otra infinidad de árboles, unos de fructa y otros sin ella, tan varios y diversos en propriedad y naturaleza, que, queriendo particularizarlos, sería ir tan fuera de mi propósito, que sería nescesario hacer otro libro de por sí. Los árboles de Castilla se dan muy bien, aunque por echar las raíces, como dixe, tan someras, se envejecen presto. Los que menos aprueban son olivas, cepas, castaños y camuesos, que no se dan, aunque en Mechuacán se dice haber camuesas, pero no con aquella perfección que en Castilla; parras y uvas hay muy buenas y sabrosas, pero no se hace vino dellas, o porque no se pone diligencia o porque no acuden los tiempos, como en Castilla; pero las higueras, manzanos, ciruelos, naranjos, limones, cidros, morales, en los cuales se cría gran cantidad de seda, se dan en gran abundancia y con muy buen gusto, y así se darían otros muchos árboles de Castilla si hobiese menos cobdicia de dineros y más afición a la labor de los campos.
Capítulo VI
De las semillas y hortalitas que se dan en la Nueva España, así de Castilla como de la tierra.
Son muy diversas las semillas e hierbas de la Nueva España y de diverso gusto y sabor, aunque las de Castilla se dan no menos abundantemente que allá. La semilla del maíz, que en su lengua se dice tlauli, es la principal semilla, porque en esta tierra es como en Castilla el trigo. Cómenla los hombres, las bestias y las aves; la hoja della, cuando está verde, es el verde con que purgan los caballos; y seca, regándola con un poco de agua, es buen mantenimiento para ellos, aunque todo el año, en la ciudad de México,por el alaguna, y en otras partes por las ciénagas, tiene verde, que los indios llaman zacate. Con el buen tiempo acude tanto el maíz, que de una hanega se cogen más de ciento; siémbrase por camellones y a dedo, y a esta causa, una hanega ocupa más tierra que cuatro de trigo. Quiere tierra húmida, o, si fuese seca, mucha agua del cielo o de riego; echa unas cañas tan gruesas como las de Castilla, y el fructo en unas mazorcas grandes y pequeñas; echa cada caña dos, tres y cuatro mazorcas a lo más; cuando están verdes y tiernas las llaman clotes; son sabrosas de comer; después de secas se guarda el maíz, o desgranado o en mazorcas, el cual, cuando se come tostado, se llama cacalote. Para hacer el pan, que es en tortillas, se cuece con cal y, molido y hecho masa, se pone a cocer en unos comales de barro, como se tuestan las castañas en Castilla, y de su harina se hacen muchas cosas, como atole, que es como poleadas de Castilla, y en lugar de arroz se hace del manjar blanco, buñuelos y otras cosas muchas, no menos que de trigo. Hácese del maíz vino y vinagre, y antes que hobiese trigo se hacía biscocho. Y porque mi intento es escrebir, en suma, para la entrade desta historia, las cosas naturales que produce esta tierra, dexaré de decir del maíz muchas particularidades, por tractar en breve de otras semillas, de las cuales la chía, que es del tamaño de agongolí, una prieta y otra blanca, se bebe, hecha harina, con maíz, y es de mucho mantenimiento y fresca; dase en grano a los pájaros de jaula, como en Castilla el alpiste; echada en agua, aprovecha para dar lustre a las pinturas, y puesta sobre las quemaduras, hace gran provecho. El chianzozoli, que es como lenteja, se come de la manera que la chía; es buena contra las cámaras de sangre; bebida, refresca mucho. El michivautle, que es como adormideras, es bueno para beberse el cacao, que pusimos entre los árboles.
También se cuenta entre las semillas, porque se siembra en pepita, aunque no cada año, sino para trasponello, el ichicatle, que es semilla de algodón; tiene la pepita sabrosa como piñones. Hácese della aceite y manteca; échase en las comidas de cazuelas en lugar de pepitas; dase en tierra caliente y no en fría. El ayoetli, que es pepita de calabaza, de las cuales se hacen muchos guisados y sirven de almendras para hacer confites. El calicavote es también pepita de otro género, de la corteza de las cuales se hace el calabazate, y de lo de dentro conserva de miel; las pepitas no aprovechan sino para sembrarlas. El etle, que es frisoles, es semilla de gran mantenimiento; cómese en lugar de garbanzos; con de diversos colores. En Castilla los llaman habas de las Indias. El piciete es semilla pequeña y prietezuela; la hoja es verde, seca, y revuelta con cal, puesta entre los labios y las encías, adormece de tal manera los miembros, que los trabajadores no sienten el cansancio del trabajo, ni los puestos a tormento sienten con mucho el dolor, y el que durmiere en el campo y lo tuviere en las manos o en la boca, estará seguro de animales ponzoñosos, y el que lo apretare en los puños y subiese a alguna sierra, sentirá en sí aliento y esfuerzo; los que tienen dolores de bubas lo toman para adormecer el dolor y poder dormir.
De las hierbas y raíces, las principales son: Las batatas, o camotes, que asadas, tienen el sabor de castañas, y en muchas partes se hace pan dellos. Las xicamas son como nabos, muy zumosas y muy frías; la conserva dellas es muy buena para los éticos y los que tienen gran calentura. Los chayotes son como cabezas de erizos; cómense cocidos. Los xonacates son cebolletas de la tierra; cómense crudas, como las de Castilla. El agí sirve de especia en estas partes; es caliente, ayuda a la digestión y a la cámara; es apetitoso, y de manera que los más guisados y salsas se hacen con él; usan dél no menos los españoles que los indios. Hay unos agíes colorados y otros amarillos; éstos son los maduros, porque los que no lo son, están verdes, hay unos que queman más que otros. Los tomates son mayores que agraces; tienen su sabor, aunque no tan agrio; hay unos del tamaño que dixe, y otros grandes, mayores que limas, amarillos y colorados; échanse en las salsas y potajes para templar el calor del agí. Los quilites, unos se comen cocidos, como riponces, y otros verdes, como berros. Debaxo de este nombre de quilites se entienden y comprehenden muchas maneras de hierbas, que tractar dellas sería cosa muy larga, y más si hobiese de decir de las hierbas medicinales que los indios médicos conoscen y cada día experimentan ser de gran virtud en diversas y peligrosas enfermedades que han curado y curan; por lo cual, en el siguiente capítulo tractaré de la diversidad y géneros de aves que en estas partes hay y de algunas maravillosas propriedades suyas.
Capítulo VII
De algunas aves de maravillosa propriedad y naturaleza que hay en la Nueva España.
Muchas aves hay en la Nueva España muy semejantes a las de Castilla; pero hay otras en todo tan diferentes, que me paresció ser justo, de la multitud dellas, escoger algunas, para que, entendiendo el lector su maravillosa diversidad, conozca el poder del Criadar maravilloso en todas sus obras. El ave que en la lengua mexicana se llama tlauquechul es, por su pluma y por hallarse con gran dificultad, tan presciada entre los indios, que por una (en tiempo de su infidelidad) daban cuarenta esclavos, y por gran maravilla se tuvo que el gran señor Montezuma tuviese tres en la casa de las aves, y fue costumbre, por la grande estima en que se tuvo esta ave, que a ningún indio llamasen de su nombre, si no fuese tan valeroso que hubiese vencido muchas batallas. Tiene la pluma encarnada y morada; el pico, según la proporción de su cuerpo, muy grande, y en la punta una como trompa; críase en los montes. El ave que se dice aguicil es muy más pequeña que gorrión, preciosísima también por la pluma, con la cual los indios labrán lo más perfecto de las imágenes que hacen; es de diversas colores, y dándole el sol, paresce tornasol; es tan delicada que no come sino rocío de flores, y cuando vuela, hace zumbido como abejón; hay alguna cantidad de ellas. El quezaltotol es ave toda verde; críase en tierras extrañas; la cola es lo principal della, porque tiene plumas muy ricas, de las cuales los indios señores usaban como de joyas muy ricas para hacer sus armas y devisas y salir a sus bailes y rescibimientos de Príncipes; tiene esta ave tal propiedad que, de cierto a cierto tiempo, cuando está cargada de plumas, se viene a do hay gente para que le quite la superflua. El pico es tan fuerte, que pasa una encina con el pico; tiene cresta como gallo, y silba como sierpe.
Hay otro pájaro que, naturalmente, cuando canta habla en indio una razón y no más, que dice tachitouan, que en nuestra lengua suena: «padre, vámonos»; tiene la pluma parda; anda siempre solo, y dice esta razón dolorosamente. Otro que se llama cenzontlatlol, que en nuestra lengua quiere decir «cuatrocientas palabras» llámanle así los indios porque remeda en el canto a todo género de aves y animales cuando los oye, y aun imita al hombre cuando lo oye reír, llorar o dar voces; nunca pronuncia más de una voz, de manera que nunca dice razón entera. El cuzcacahtl es pájaro blanco y prieto y no de otro color; tiene la cabeza colorada; náscele en la frente cierta carne que le afea mucho; aprovecha para conservar la pluma y que no se corrompa; muestra en sí cierta presunción y lozanía, como el pavón cuando hace la rueda; es de mucha estima entre los indios.
De los papagayos hay cinco maneras: unos colorados y amarillos, y destos hay pocos; otros amarillos del todo; otros verdes o colorados, sin tener pluma de otro color; otros verdes y morados; otros muy chiquitos, poco menores que codornices; éstos son tantos que es menester guardar las simenteras dellos. Aprovecha la pluma de todos, y todos hablan cualquier lengua que les enseñan, y muchos, dos y tres lenguas; quiero decir, algunas palabras dellas. El chachalaca, que, por ser tan vocinglero, los indios le llaman así; tiene tal propriedad que, pasando alguna persona por do está, da muy grandes gritos. Hay un pájaro del tamaño de un gorrión, pardo y azul, que dice en su canto tres veces arreo, más claro que un papagayo bien enseñado, «Jesucristo nasció»; jamás se posa cuando anda en poblado sino sobre los templos, y si hay cruz, encima della; cosa es cierto memorable y que paresce fabulosa, si muchos no lo hobiesen oído, de los cuales, sin discrepancia, tuve esta relación. Hay otra ave cuyo nombre no sé, que las más veces, aunque es rara, se cría en los huertos, o donde hay arboledas, de tan maraviflosa propriedad, que los seis meses del año está muerta en el nido, y los otros seis rivive y cría; es muy pequeña, y en cantar, muy suave. Han tenido desto que digo algunos religiosos cierta experiencia, que la han visto en sus huertos.
Hay otra ave que, por ser de mucha estima, la presentaron al Virrey D. Luis de Velasco, no menos extraña que las dichas, mayor que un ánsar; cómese medio carnero; tiene las plumas de muchas y diversas colores, y las de la garganta, porque van las unas contra las otras, hacen excelente labor; ladra como perro, y las plumas son provechosas para el afeite de las mujeres; llámanla los indios ave blanca, y cuentan della otras propriedades no menos maravillosas que las que hemos dicho de otras. Hay otra ave que tiene la cabeza tan grande como una ternera, muy fiera y espantosa, y el cuerpo conforme a ella; las uñas muy grandes y fuertes; despedaza cualquier animal por fuerte que sea; nunca se vee harta, y suele, de vuelo, llevar un hombre en las uñas.
Aves de agua hay muchas, como patos y otros que llaman patos reales; garzas, muchas y muy hermosas. En la tierra hay ánsares muy grandes, y grúas. De volatería, muy buenos halcanos, que por tales los llevan a España; hay azores no menos buenos.
Capítulo VIII
De los más señalados ríos de la Nueva España y de sus pescados.
Porque suelen los ríos caudalosos y abundantes de pescados ennoblescer las provincias por do corren, me paresció ser razón, pues la Nueva España, entre otras cosas,muchas memorables, es una de las más insignes regiones del mundo, tractar de algunos famosos ríos que por ella corren, entre los cuales se ofresce el río de Zacatula, que da nombre a la provincia por do corre, el cual nasce en términos de Tlaxcala y entra en la mar por la villa de la Concepción de Nuestra Señora, que es en la provincia de Zacatula. Es muy caudaloso de agua, porque entran en él más de treinta ríos principales, sin otros muchos, de los cuales no se hace caso; su corriente es muy veloz, más hondo y ancho que dos veces Guadalquivir. Tres leguas antes que entre en la mar, sale de entre unas sierras y da en unos llanos donde se hunde de cuatro partes, las tres de tal manera que, a tres leguas de la mar, haciendo algún pozo, hallan el agua tan corriente como cuando va todo junto, a cuya causa no entran navíos gruesos por él, sino pequeños, según la cantidad de agua que queda sobre la tierra. Corre más de docientas leguas; sus pescados son muchos y muy grandes, aunque también tiene chicos. Los principales son: lizas, meros, moxarras, bobos, truchas, pargos, bagres y, entre ellos, aquel espantoso y perjudicial pescado que los indios llaman caimán y nosotros lagarto, y algunos de los latinos engañados dicen ser cocodrilo.
Déste, repartiendo el capítulo en dos partes, tractaré de algunos más copiosamente que de los otros pescados, por ser tan señalado, diciendo primero en este río y en otros haber tantos, y tan encarnizados, que no hay quien ose entrar en el agua hasta el tobillo, porque, con increíble velocidad, son con él debaxo del agua. No puede hacer presa nadando, sin que primero estribe en alguna cosa, por lo cual, el tiburón, aunque es muy menor pescado y de menores fuerzas, le rinde y vence, quitándole la vida, metiéndose debaxo dél. Hay algunos que, puestos en el arenal, son tan grandes que parescen vigas muy gruesas, de luengo de más de veinte y cinco pies. Hanse visto juntos en la tierra más de sesenta, en la cual no pueden hacer mal, aunque, estribando a la orilla sobre los brazos, da un apretón, que sale buen rato fuera de la tierra tras la presa que pretende. Péscanse con varios y diversos artificios y anzuelos muy gruesso, aunque hay, que es de tener en mucho, indios tan diestros,que, metiéndose en el agua, los atan de pies y manos con cordeles, y así los sacan a tierra, la cual experiencia ha sido a hartos peligrosa y aun costosa. Hay otra manera de tomarlos, como es con villardas, poniendo el cebo de carne o tripas en un palo rollizo de dos palmos en largo, y por el medio dél una recia cuerda con una boya; traga el caimán el palo con el cebo y atraviésasele en la garganta, y como con esto él da vuelcos en el agua, la hoya, meneándose en diversas partes, lo da a entender, y así los sacan a jorro.
Hay diversas maneras de caimanes: unos gruesos y otros verdes; otros no tanto y más largas, de color de cieno; los verdes son más dañosos; tienen la boca tan grande como media braza, poblada de muchos y muy gruesos dientes; la lengua no se les parlesce, por ser muy pequeña, la cual les cae sobre la garganta y agallas, de manera que ningún agua les puede entrar; tiene desde el pescuezo hasta la cola, por la parte de arriba, unas conchas que con ningún asta se pueden pasar; llegan, como dixe, con tanta velocidad a la orilla, que, sin ser sentidos, hacen presa en muchos animales que van a beber, y así, se tiene muy gran cuenta con los niños en que se aparten de la orilla del río; cuando hace presa, si es cosa viva, vase a lo fondo con ella, hasta que la ahoga, y luego se sobreagua para ver si está, muerta, y saliendo del agua a la más segura parte que vee, la hace pedazos para comerla, y no, como algunos dicen, tragándoselo entero. Suelen los encarnizados trastornar las balsas con que navegan los indios, para hacer presa en ellos, aunque ha habido indio tan fuerte que, tomándose a brazos con el caimán, sin darle lugar que con la boca le hiciese daño, lo ha sacado en tierra, y ha habido otros que los han muerto en el agua. Los tigres viejos tienen grande enemistad con ellos, tanto que, yendo a velar a la orilla del río, antes que el caimán haga presa, le saltan encima, y así, con las uñas, le sacan fuera del agua y hacen pedazos, hasta abrilles la barriga y sacarle el hijo o hijos en cuya busca venían, y si le hallan, es cosa notable las bravezas que hacen deteniéndose en despedazarle; y si no le hallan, vanse a buscar otro. Salen los caimanes del río de noche y atraviésanse en los caminos para que, tropezando con ellos los indios, cayan y ellos los maten. Tienen una tripa sola; mandan la quixada de arriba, y no la de abaxo; en las agallas tienen unas como landrecillas que huelen como almizque, y así, los que tienen lengua desto, fácilmente saben el río que tiene caimanes, por el olor que hay a su orilla.
Hay otros caimanes que llaman bobos porque no hacen mal; la causa es no estar encarnizados. Todos ponen los huevos en el arena en gran cantidad, unos grandes y otros pequeños; salen con el calor del sol y abrigo del arena. Los grandes, antes que la madre venga, comen los chicos, y cuando ella sale en tierra, súbense todos sobrella, y así, se mete ella con ellos en el agua, donde, sacudiéndose, los dexa para no verlos más. Y porque es razón hablar de otros ríos y de sus pescados, por no hacer fastidioso este capítulo, dexando de decir otras cosas de los caimanes, en el siguiente capítulo proseguiré el título déste.
Capítulo IX
Donde se tracta de otros ríos y pescados.
No es menos memorable el río de Pánuco, el cual nasce sesenta leguas de la mar y hace tres nascimientos, todos muy grandes, los dos de los cuales se vienen a juntar cuarenta leguas de la mar, y el tercero, diez leguas; después de andadas, va por tierra llana más de las treinta, más ancho y más hondo que Guadalquivir; entran en él navíos de docientas toneladas; sube por él la cresciente de la mar más de quince leguas; está a par dél fundada la villa de Santisteban del Puerto, que es en la provincia de Pánuco, tierra sana y bien bastecida. Este río tiene muchos pescados, pero especialmente los que no hay en otros: hay en él un cierto pescado que se llama manatí, cuyo pescado paresce carne de vaca gorda, y hicoteas, que son a manera de tortugas.
Hay otro río que se dice del Espíritu Sancto: nasce en el valle de Toluca; corre, hasta entrar en la mar, más de ciento y cincuenta leguas; es río más caudaloso que ninguno de los de España, así por su nascimiento como por los ríos que se le van juntando; súmese por la tierra lo más dél, y ésta es la causa por qué no entran en él navíos gruesos, sino bergantines; tiene gran cantidad de pescados de muchos géneros, y por esto se hacen en él muy grandes pesquerías de camarones cerca de la mar, que, secos, los llevan los indios por toda la tierra a vender.
Catorce leguas déste, hacia el poniente, por la misma costa de la mar, corre otro gran río que se llama Iztatlán, con el cual se juntan tres o cuatro muy caudalosos, de manera que, al entrar en la mar, tiene más de media legua de ancho; no es hondable de manera que sufra navíos gruesos; tiene muy gran cantidad de pescados, y de ostías, tan innumerables, que, aunque vayan diez mil indios a cargar dellas, hacen tan poca mella, como si no fuese nadie. Deste río adelante, por la misma costa, al poniente, casi tresientas leguas hay otro río tan caudaloso, que lo más angosto dél tiene media legua de ancho, y cuando entra en la mar tiene cinco; es muy hondable, de manera que por todo él pueden navegar navíos muy gruesos; corre, a lo que paresce; es tan grande, según se conjectura, por las nieves que se derriten de las sierras, lo cual paresce claro, porque sus mayores crescientes son por Sant Joan, cuando hay más calor. La tierra es fría y poblada de pobre gente; el pescado que tiene es mucho, aunque la variedad dél no se ha visto.
Hacia la mar del Norte hay otros ríos muchos que, por no ser tan grandes, no hago mención dellos, y es cierto que los ríos que van a dar a la mar del Sur, en poblaciones y en fertilidad de tierra y en riquezas de oro y plata y perlas, hace gran ventaja a los del Norte, aunque, a lo que dicen y adelante tractaremos, los ríos de la Florida son muy grandes y muy ricos de perlas, y porque hemos hecho alguna mención de señalados pescados, no será fuera de propósito, aunque no sean de río, decir que en la mar de la California, a la cual fue Hernando Cortés, muchos de sus soldados, en tiempo de calmas, desde los navíos vieron por tres veces levantarse en el agua unos pescados que desde la cinta arriba, porque de ahí abaxo no se vían nada, que parescían hombres desnudos en carnes, que a los que los vieron, verdaderamente, pusieron cierto pavor, los cuales se zabulleron luego, y de ahí a poco tornaron a parescer dos veces, a los cuales, por la semejanza humana que tenían, llamaron los nuestros peces-hombres.
Capítulo X
De algunas lagunas y fuentes de la Nueva España.
No menos hace al propósito, habiendo de hablar de las cosas señaladas que hay en esta tierra, decir algo, aunque de paso, de algunas lagunas y fuentes que en ella hay. De las lagunas, la de México, por cercar la más insigne ciudad deste Nuevo Mundo, es muy señalada, y porque [es] la que está más cerca de la ciudad; es salada, y con ella, a la parte del norte, se junta otra dulce, y a la parte del sur otra también de agua dulce. Esta es mucho mayor que la otra, porque dentro della hay cuatro grandes pueblos de indios, los cuales son Suchimilco, Cuitlauac, Mesquique, Culuacán. Bojan estas tres lagunas, que hacen una, más de ochenta leguas; tienen mucho pescado que, por estar lexos la mar, no poco proveen la ciudad. Hay en ellas un pescado que se llama axolote, que es prieto: tiene pies y figura de lagarto. Ranas hay en tanta cantidad, que ayudan mucho a la falta del pescado fresco. Hay en esta alaguna tres peñoles de mucha caza de liebres, conejos y venados, que fueron echados a mano. Entran en esta laguna muchos ríos pequeños, con todas las aguas que caen de las vertientes de las sierras que la rodean. Hay otra laguna en la provincia, de Mechuacán, muy grande, de hechura de una herradura; es de agua dulce, y tan hondable que, a partes, tiene más de cien brazas. Hay en ella muchos peñoles poblados; es abundante de pescados, especialmente de galápagos, que no hay en otras lagunas; boja más de treinta leguas; tiene tormenta como la mar.
Hay otra laguna que se dice Cuyseo, la cual tiene muchos bagres; tiene otros pescados a manera de sardinas y de pexereyes; boja más de veinte leguas; tiene algunos cerros dentro. Hay otra laguna muy más grande: está toda junta, y no dividida como la de México;tiene más de ochenta leguas de box; hay muchos pueblos muy populosos alderredor della; tiene algunos peñoles pequeños; es muy hondable; es tan abundante de pescado como las demás. Alrededor della crían muchos patos; es de agua dulce; entra en ella un río caudal y torna a salir, no cresciendo ni menguando el alaguna, cerca de la cual, a la parte del norte, hay unos ojos de agua salada, de la cual, los indios que allí cerca viven, hacen mucha cantidad de sal muy blanca y muy buena. Alrededor destos ojos toda el agua es salobre, y los indios, tomando del agua y de la tierra, la cuelan de tal manera que, llevando el agua toda la fuerza de la tierra, poniéndola un poco al fuego, queda hecha sal de muy buen gusto y muy blanca. Y el río de Alvarado hace una laguna entre unos manglares, que tiene catorce leguas de largo y diez de ancho; hácese en ella mucha y muy buena sal; es abundante de camarones y ostiones y anguillas que, aunque parescen culebras, son muy buenas y muy sanas.
Las fuentes de la Nueva España, aunque no tienen tan maravillosas propiedades como las de los escriptores antiguos de Asia y África, son, empero, muchas dellas de grandes y abundantes nascimientos, y algunas de agua tan delgada, que corrompen a los que la beben; hay otras muy calientes que, metiendo en ellas un perro, le sacan cocido y deshecho: otras tan frías que, cualquier cosa viva que en ellas caiga, muere al instante, de la frialdad. Cerca de Jalisco, en muy poco espacio, nascen dos fuentes, la una por extremo fría y la otra por extremo caliente. Júntanse cerca de los nascimientos y hacen un agua extremada para blanquescer la ropa.
A la ciudad de México, como otras cosas, ennoblescen muchas fuentes de mucha y muy buen agua, como son las de Tanayuca, Cuyoacán, Estapalapa, Sancta Fee y, aunque la de Chapultepeque es muy hermosa y de mucha agua, y que por más cercana, porque nasce media legua della y entra por grueso caño en ella, no es tan buena como las demás, las cuales con facilidad pueden traerse a México, como al presente se procura traer una dellas. En el alaguna, media legua de la ciudad, hay un peñol, a la halda del cual nasce una fuente de mucha y muy caliente agua, de la cual se han hecho unos baños no menos nobles que los de Alhama; es nescesario, para poder sufrir el calor, echar primero el agua en unas pilas que están junto al nascimiento. Hay en la provincia de Mechuacán una fuente que sale junto a una peña que, de noche y de día, tiene un calor muy grande; es tan saludable que, a los que se lavan en ella, si van tullidos, se destullen, y los llagados, sanan. En ésta sanó dentro de ocho días un hombre tan leproso que no había hombre que se osase llegar a él. Hay otra cerca désta que nasce en llano y es más ancha que una grande alberca; tiene la misma propriedad. Lo demás remito a otros que desto han escripto más particularmente, por venir al capítulo siguiente.
Capítulo XI
De las serpientes y culebras y otras sabandijas ponzoñosas que hay en la Nueva España.
Sierpes muy fieras, como en otras partes del mundo, no se hallan en esta tierra a menudo, aunque los días pasados, en una muy honda quebrada, vieron dos hombres una sierpe mayor que un gran becerro, tan fiera y espantosa que no sabían encarescerla. Decían que tenía cuatro pies y que la cola era tan larga como el cuerpo, cubierta toda de unas conchas que parescían launas de armar. Hizo gran ruido al subir, mientras ellos huían. Decían que el rostro tenía tan feroz que parescía cosa del infierno. Sierpes como ésta hanse visto muy raras veces, aunque hay muy gran cantidad de culebras tan gruesas como el cuerpo de un hombre y más largas que una braza. Llámanse mazacoatl; son bobas, porque no pican ni hacen mal a nadie; son pintadas como venados de los nuevos; mantiénense de conejos, liebres, venados, perros y aves, y esto cazan, metiéndose en lo más espeso de los arcabucos, esperando de secreto la caza, la cual matan con la cola. Críanse entre las peñas y riscos altos. Hay otras culebras tan delgadas como el dedo de la mano y más largas que braza y media, las cuales, para acometer y herir al hombre, juntan la cabeza con la cola. Donde hay pajonal, corren tanto como un hombre, por bien que corra.
Hay víboras en dos maneras: unas gordas como una pantorrilla de la pierna, y largas, aunque deste género hay también muy más delgadas. Tienen hacia la cola unas a manera de escamas que, cuando se mueven, van sonando como cigarras, porque algunos, por las oír, se guardan e huyen dellas. Llámanse de cascabel por este ruido que traen, y tienen tantos años cuantas escamas. Mueren los mordidos dellas si no saben curarse, y la cura es sajar luego la herida y espremir luego la ponzoña antes que más se extienda. Hay otro género dellas delgadas como el dedo, y de palmo y medio de largo, tan ponzoñosas que, al que muerden, si no cortan el miembro herido, no vive. De las otras hay muchas, y déstas muy pocas. La pestilencia de las unas y de las otras es el puerco, que se las come. Hay otra culebra o serpecilla que paresce codornís, porque, cuando hace mal, se abalanza y hace el sonido como una codornís. Los indios ponen nombre a algunas cosas por la semejanza que tienen con otras.
De las sabandijas, unas hay ponzoñosas y otras no. De las unas y de las otras hay casi infinitas. Las ponzoñosas son alacranes, que matan a los que pican si con tiempo no los socorren, y si pican a algún niño, no escapa. Arañas, grandes, vellosas y negras, son peores y más ponzoñosas que las víboras.
En las tierras calientes hay muchos mosquitos y de muchas maneras, que, para poder vivir, han de andar de día con un amoscador en las manos, y de noche cubrirse bien en la cama, aunque en algunas partes las indias salen a hilar y a texer a la luna, porque estonces no los hay. Hay algunos que pican de tal manera, que levantan grandes ronchas. La langosta, así en tierras calientes como en frías, algunos años suele hacer en las mieses gran daño, y para que no aoven en la tierra después de hechas las simenteras, los indios, puestos en ala, que toman una legua y dos, pegan fuego cada uno por su parte a las hierbas y rastrojos y como están en torno y comienzan circularmente a prender el fuego es cosa maravillosa cómo las sabandijas, venados, liebres y otros animales salen huyendo del fuego y se amontonan en el medio, y cómo los indios, llevando sus arcos y flechas y otras armas, matan la caza que quieren, aunque en esta manera de caza hay muchas veces peligro, porque, como del aire se suele hacer un torbellino, así estonces se hace de fuego, que al que halla, abrasa con la furia grande que trae atrás. Desta manera, los indios limpian sus campos de las sabandijas, y cuando vienen las aguas, la hierba para los ganados nasce en mayor abundancia y más limpia y de mayor mantenimiento.
Capítulo XII
De los animales bravos y mansos que hay en la Nueva España.
Hay en esta tierra, como en España, algunos animales, aunque difieren en algo de los de España, como leones, lobos, osos, venados, corzos, gamos, liebres, conejos, tigres, onzas. Déstos, los tigres han sido muy dañosos, porque andaban muy encarnizados, y tanto, que esperaban los indios por los caminos para matarlos, y de noche, como muchas de las casas eran de caña, por entre ellas hubo tigres que, metiendo la mano, sacaban la mitad de la cabeza del que estaba durmiendo, porque tienen tan gran fuerza en las uñas, que todo cuanto con ellas alcanzan hacen pedazos. También ha habido muchos leones, aunque no coronados, tan encarniszados, que así en los españoles como en los indios, han hecho gran daño.
Hay otro animal del tamaño y figura de zorra que los indios y los nuestros llaman adibe, no menos dañoso al ganado ovejuno que los lobos muy encarniszados de España, y porque destos animales hay tantos que no basta armarles lazos, el remedio es echarles pedazos de carne con cierta hierba que nasce en esta tierra, que, comiendo della, luego mueren. Entre otros animales que difieren en el todo, hay unos como conejos, armados de ciertas conchas; andan por peñas y riscos muy fragosos, y cuando quieren baxar de alguna sierra muy alta a lo más baxo della, no corren ni andan, sino arrojándose desde lo alto, porque, cubriéndose con las conchas todo, sin echar pie ni mano fuera, aunque cuando hace el golpe suena mucho, no se hace mal ninguno.
Hay otros animales que son poco mayores que hurones, que traen consigo los hijos cuando pasen en la hierba; y cuando sienten gente los hijos, vienen corriendo a la madre, a los cuales ella, metiéndoselos en ciertos senos que tiene en la barriga, huye sin caérsele ninguno, y cuando está desviada, los torna a soltar. Hay otro animal que se paresce en alguna manera a éste, la cola del cual es de tan gran virtud que, si se seca, y molida, la bebe cualquiera que tenga saeta, piedra o otra cosa metida en el cuerpo, la echa luego fuera, y a esta causa, los indios que iban a las guerras, los que podían, llevaban estos polvos consigo para cuando los hobieran menester. En la tierra de Cibola había unos como carneros monteses que saltaban por las peñas más ligeros que cabras, con tener los cuernos más laros que bueyes de diez años y los cuerpos no mayores que carneros de España.
Las vacas de aquella tierra son pequeñas y corcovadas, y el pelo tan pequeño y liso como de ratón. Los toros son de la misma figura, más bravos que los de Castilla, con ciertas vedijas de lana en la cabeza muy largas que parecen clines. Hay perros chicos y grandes corcovados. Sírvense los moradores de aquella tierra de los grandes para la carga, como en el Pirú de las ovejas que allá nascen, y porque en la Nueva España no tenían animal que llevase carga, los indios, desde niños, se enseñaban a traerla, y esles tan natural, que aunque ahora se les prohíbe, quieren más muchas veces llevar ellos la carga que echarla en las bestias, las cuales hay en abundancia de asnos, mulas y caballos, y los caballos y mulas tan buenos, que en España no los hay mejores. Los pellejos de los caballos son los más lindos del mundo, y las colores, que en España no aprueban bien, en esta tierra son señal de muy recios; y así, los caballos overos y blancos son muy recios y para mucho trabajo, y así, hay caballos de camino mejores que en todo lo descubierto del mundo, y de los de rúa, tantos y tan buenos, que en ninguna parte dél hay más ni tales, lo cual no poco ennoblesce esta tierra y la fortifica, porque a pie, en los llanos y en las sierras, cuando hay guerra, por su ligereza, especialmente en las sierras, son más poderosos los indios que los españoles, mayormente cuando no hay arcabucos.
Animales del agua y de la tierra son lobos marinos, caimanes, de quien ya deximos que son como lagartos pequeños; galápagos, tortugas, todos los cuales desovan en la tierra y, después de nascidos, se meten en el agua. Otros animales hay muchos, de los cuales en su lugar hablaremos largo.
Capítulo XIII
De la caza y manera de cazar de la Nueva España.
Cazan los indios diversas aves y animales de diversas maneras: Los patos de las lagunas toman hincando unos palos altos en el alaguna, y puestos de trecho a trecho, cuelgan unas muy grandes redes muy delgadas, e ya que el sol se va a poner, levantan la caza con voces y con palos, con que dan en el agua, y como el vuelo no es alto y la red es menuda, no viéndola, dan en ella, donde los más se enmarañan.
Cazan los venados metiéndose en el cuero de otro venado; van a gatas, llevando sobre su cabeza la cabeza del venado de cuya piel van vestidos, y así, asegurando la caza, la flechan de muy cerca. Cuando quieren hacer alguna caza real, como se ha hecho a D. Antonio de Mendoza y a D. Luis de Velasco, Visorreyes, júntanse quince o veinte mill indios armados de sus flechas y arcos y otros con macanas y varas tostadas, y cercan algún monte donde hay venados, osos, leones, puercos monteses. Por su orden se van metiendo, dando voces, yendo la gente de a caballo delante, con sus lanzas y arcabuces, y levantan la caza de tal manera, que, como vuelve espantada de cualquier parte donde la ojean, vienen poco a poco a acorralar tanta, que se han muerto de una vez más de trecientos venados. De otras muchas maneras cazan los indios, y son tan diestros en ellas, que ninguna cosa se les escapa, especialmente las codornices, las cuales, en mucha cantidad, toman de noche vivas; tractar de lo cual sería, como ya tengo dicho hacer libro muy grande.
Las cazas que principalmente siguen los españoles son matar patos y otras aves que se crían en el alaguna, con arcabuces, metiéndose en ella con canoas. También con las aves de rapiña, como halcones y sacres, vuelan garzas y otras aves;
también con perros levantan las codornices y las matan con azor; son éstas más sabrosas. Cazan asimismo con muy buenos galgos, que se hacen en esta tierra, muchas liebres, las cuales son mayores e más ligeras que las de España aunque no son tanto los cazadores, así por no ser la gente tanta, como porque en estas partes los hombres no tienen tanta quietud y trabajan más que en España, o por volver a ella ricos o por vivir acá honrados, que no lo son sino los que tienen. Y esto basta tocante a la caza.
Capítulo XIV
De los metales y piedras de valor y de virtud que hay en la Nueva España.
El más noble Y precioso metal, como todos saben, es el oro, el cual, aunque de todas las nasciones ha sido siempre tenido en mucho por la nescesidad que hay dél para las contrataciones y otros negocios importantísimos, esta gente no lo tenía en tanto, aunque todavía le tenían en más que a los otros metales, y del hacían joyas presciosas, porque las plumas ricas y las de virtud eran las más estimadas y más principales joyas que los indios tenían. Las minas del oro se hallan por la mayor parte en tierra caliente, en los ríos y arroyos. Su nascimiento es cerca dellos, porque a la orilla toman el seguimiento hasta dar en el oro. Cógese en polvo, entre la arena, y, lavándolo en unas bateas que son ciertos vasos acomodados para ello, despidiendo el arena con el agua, queda el oro, el cual también se halla en las sierras y en tierra llana. Hanse descubierto granos muy finos y de muy gran peso. También se saca plata, y en ella, incorporado el oro. Apártase el un metal del oro con agua fuerte. Síguense muy poco las minas del oro, porque es menester hacer mucho gasto, y son pocos los que puedan sufrillo.
Las minas de la plata son más generales y hállanse en muchas partes. Florescieron en un tiempo las de Tasco, y ahora las de los Zacatecas. También éstas son costosas, por la falta que hay de esclavos e indios, y por lo mucho que cuestan los negros y la poca maña que para ello se dan. Las minas de plata, cuando andan buenas, sustentan y engruesan la tierra, y cuando van de caída, paresce que todo está muerto. Nescesidad tienen los mineros de que Su Majestad les dé favor, pues aliende del aprovechamiento destos reinos, con ninguna cosa se adelantan tanto sus rentas reales como con el buen aviamiento de las minas.
Hay minas de plomo, con el cual, no menos que con azogue, se beneficia el metal de la plata. Hay minas de cobre, las cuales no siguen porque no son de tanto provecho. Hay ansimismo minas de metal que tienen plata y cobre juntamente. Finalmente, no se labran sino las de plata, porque son más y acuden mejor que las demás.
Piedras preciosas, al presente, no hay tantas como en España, ni de tantos géneros; pero las esmeraldas son las mejores y las estimadas, muy aprobadas para la embriagues, como dellas se escribe. Hay otras piedras que, aunque no son de tan buena vista, son de gran virtud, porque hay algunas tan buenas para quitar el dolor de ijada y riñones, que, por obrar en tan breve, son maravillosas e dignas de gran estima. Son de color de esmeraldas turbias, muy mayores que ellas; atraviesan por ellas unas vetas blancas. Hay otras de color cárdena; déstas hay muchas en anillos, que, tocando por debajo del engaste a la carne, hacen mucho provecho. Hay otras piedras que, aunque no son presciosas ni de virtud, son muy buenas para hacer aras; son tan limpias y resplandecientes que sirven de espejos; son negras; sácanse dellas navajas, que son tan agudas como las de acero. Hay para el efecto de las aras otras piedras bermejas y vetadas de negro que no se tienen en menos que las negras. Piedras para colores hay muchas, aunque se dan pocos a buscarlas, porque el que puede ir, y aun el que no, todos andan,a buscar plata, la cual, como decía Diógenes, había de estar amarilla de miedo, como el oro, de los muchos que la andan a buscar hasta sacarla de las entrañas de la tierra. Cierto; si hubiese el asiento que se desea, habría menos cobdicia. y más virtud.
Parésceme que para en general, basta haber dicho, con la brevedad que he podido, lo que toca al temple desta tierra y propiedades della. Ahora, con no menor brevedad tractaré de los indios y de sus rictos y costumbres, para que cuando comience la conquista, el lector vaya advertido de muchas cosas que se tocarán de paso.
Capítulo XV
De la manera que los indios tienen en el poblar.
Pueblan los indios de la Nueva España muy diferentemente de las otras nasciones, porque, por las idolatrías que tenían y por hablar con el demonio más secretamente, ni buscaban riberas ni costa de mar, ni lugares llanos donde hiciesen sus poblaciones, y las que hacían era en lugares altos, ásperos y montuosos, sin orden ni continuar casa con casa, por manera, que un pueblo de mill vecinos venía a ocupar cuatro leguas de tierra. Decían que el hacer su asiento en tales partes era por fortalecerse contra los enemigos comarcanos, y el estar tan apartados los unos de los otros, por tener cada uno la simentera o milpa a par de su casa, y porque, si hubiese pestilencia, no se inficionasen estando juntos, y ciertamente era consejo del demonio, porque, ya que poblaban en lugares altos, por la fortaleza para acometer y para defenderse, más fuertes estuvieran juntos que derramados. Ahora, por industria de los religiosos, aunque con muy gran trabajo, los hacen vivir juntos y por orden y concierto, y si esto estuviese hecho así para la policía humana como para la cristiandad, haría mucho el caso, porque podrían ser visitados con más facilidad y evitarse hían las idolatrías, sodomías, borracheras, estrupos, adulterios y homiscidios que cada día se cometen por estar tan partados. Sienten mucho el congregarse porque, como dice el moro, desean mucho vivir y morir en la ley, casa y tierra de sus padres y abuelos, y, naturalmente, son enemigos de los españoles, o porque les reprehenden sus vicios o porque tienen poca semejanza con ellos; ca, como dicen los filósofos, la semejanza es causa de amor.
Las casas de sus moradas son de adobes y madera, y tan pequeñas, que un día se puede hacer una; las puertas y ventanas dellas muy pequeñas; ningún adereszo tienen, sino sola una estera, que llaman petate, por cama. Tienen poca conversación los unos con los otros; visítanse poco, aunque estén enfermos; son amigos de hacer sus moradas en alto, do vean las quebradas de los arroyos y ríos.
Hay otros indios que llaman chichimecas, que siguen la costumbre de los alárabes, no tiniendo casa ni morada cierta, ni labrando los campos de que se sustenten, manteniéndose según los tiempos, unas veces de fructa de la tierra y otras de la caza que matan, porque son muy grandes flecheros. Finalmente, desto que he dicho, parescerá la nescesidad que tenían de policía y la merced grande de Dios les hizo en inviarles los españoles, y entre ellos a los religiosos y clérigos que les predicasen y los instruyesen y alumbrasen de los errores en que estaban tan contra toda razón; y porque esto se vea más claro, en el capítulo siguiente tractaré de sus condisciones e inclinaciones.
Capítulo XVI
De las condisciones e inclinaciones de los indios en general.
No hay nasción tan bárbara ni tan viciosa donde no haya algunos de buen entendimiento y virtuosos, y, por el contrario, tan política y bien enseñada, que en ella no haya hombres torpes y mal inclinados, y así, aunque en general, diré haber sido bárbaros los moradores desta, gran tierra, no excluyo haber algunos de buen entendimiento, como adelante se parescerá, por las leyes que tenían. Son, pues, los indios, en general, amigos de novedades, créense de ligero, son pusilánimos; no tienen cuenta con la honra, poco deseosos de adelantar su honra y nombre y opinión; tan dados a cerimonias, que a esta causa afirman muchos descender del linaje de los judíos; son medrosos, aunque entre ellos, en comparación de los otros, había unos que llamaban tiacanes, que quiere decir «valientes»: son vindicativos por extremo, y por livianas cosas traen entre sí pleitos, gastando mucho más que vale la cosa por que pleitean; guardan poco el secreto; no hacen cosa bien sino por miedo, y así, tienen en poco a sus señores si los acarician y no se les muestran graves; son tan ingratos a los beneficios rescibidos, que aunque se hayan criado con los españoles muchos años, fácilmente los dexan; son mudables, y con cualquier razón se persuaden a mudar parescer; los más dellos son simples y discurren poco, y así, aunque algunos han aprendido gramática, en las otras esciencias, como requieren buen entendimiento, no aprovechan nada; son tan cobdiciosos que por el interés llevaran a sus padres presos y de los cabezones, hallándolos borrachos o en otro delicto, y esto si se lo manda la justicia; son amigos de estarse ociosos si la necesidad del mantenerse no los fuerza tanto, que se estarán un día entero sentados en cuclillas, sin hablar ni tener conversación los unos con los otros; la causa es ser muy flemáticos, lo cual, aunque en esto dañe, aprovecha para acertar en los oficios mecánicos que han aprendido, porque lo que se hace de priesa, aunque haya mucho exercicio, pocas veces se acierta. Conocíalos muy bien Montezuma, y así, los gobernó mejor que ningún otro Príncipe de los infieles, y dixo muchas veces al Marqués que con el temor de la pena y exercicio del cuerpo los, gobernaba y mantenía en justicia. Van de buena gana a los bailes y danzas, que acaece danzar todo un día sin descansar. No había ninguno, por principal que fuese, que no se emborrachase y lo tuviese por honra, haciendo después de borrachos graves delictos. Son torpes si no es en el tirar de los arcos; en todos los otros exercicios de armas no tienen vergüenza de proveerse en las ocultas nescesidades donde los vean. Conservan muy poco el amistad; siguen fácilmente lo malo y con dificultad lo bueno; tanto que, en las contractaciones, hácense ya más engaños que los nuestros; cuando comen a costa ajena, son tragones, y apenas se hartan por mucho que les den, y cuando de su hacienda, muy templados y abstinentes. Lo que ganan de su trabajo, que, para lo que merescen, es mucho, no lo gastan en hacer casa, ni comprar heredad ni en dar docte a las hijas con que se casen, sino en vino de Castilla, y, lo que es peor, en pulcre, que es un vino que ellos hacen, de mal olor y gusto, y que con más furia y presteza los emborracha y saca de sentido, que cuanto más se lo viedan, tanto más lo procuran.
Hay muchos mercaderes muy ricos de dinero, pero no se han visto en su muerte que haya parescido ni que lo manden gastar en obras pías. Los indios ladinos, que son los que se han criado con los españoles, son más malisciosos que virtuosos. La razón es porque temen poco y son más inclinados a lo malo que a lo bueno; cuando están borrachos hablan en romance y descubren el odio que tienen a nuestra nasción; cuando van a negociar, o van camino, aunque sea uno el que va a negociar, le acompañan muchos, si no son los tarascos, que las más veces van solos, porque son más hombres y de mejor entendimiento. Acriminan los indios los negocios, y con palabras y lágrimas engrandescen la injuria rescibida, por liviana que sea, para haber mayor venganza del que se la hizo, y aun suelen revolcarse en la tierra, sacarse sangre y decir que han rescibido gran golpe en el cuerpo, todo a fin de que el injuriador sea molestado y les dé algo en el pagar de sus tribuctos, o, no dándolos tales, como conviene, o quexándose que no pueden dar tanto, escondiéndose para cuando los cuentan algunos dellos, o, los más, juran falso, sin temor ninguno contra los españoles, y no faltan muchos testigos para esto. Cierto, es lástima rescibir juramento dellos, porque, aun en la confesión. pocos dicen verdad.
Tiniendo mucha tierra sobrada, adrede siembran junto a las estancias de los españoles, para que el ganado dellas haga daño en lo sembrado e haya ocasión de quitar las estancias por estar en perjuicio, y como conoscen el favor que las justicias, por mandado del Rey, les hacen, molestan por cualquier cosa a los españoles, y verdaderamente, en este negocio, como en los demás, se conosce todos los extremos ser malos, porque al principio fueron con mucho rigor tractados de algunos que no se acordaban si eran cristianos, aunque en alguna manera, en los Capitanes, aquel rigor era nescesario, porque no se atreviesen a proseguir en las traiciones que habían intentado. Ahora tienen tanta suelta que, aun para ellos es dañosa, para el remedio de lo cual era nescesario que el Visorrey y Audiencia tuviesen mucha mayor comisión de la que tienen. No hay cosa a mal recaudo que no la hurtan, y jamás la restituyen si no los toman con ella. Son amigos de vil gente, y así se hallan mejor con los negros, mulatos y mestizos que con los españoles; no quieren dar de comer a los caminantes, o, si lo dan, de mala arte, aunque se lo paguen; pero si les va algún interese, salen a rescebir con música, y sólo a los que son justicia o flaires tienen respecto, aunque ya no tanto.
Los templos que hacen no es por devoción, sino por fuerza o por presunción de tener mejor iglesia que sus vecinos. Entre todos los indios, los mexicanos son los más maliciosos y de menos virtud, y así lo fueron desde su principio, que por tiranía vinieron y tiránicamente poseyeron y ganaron lo que tenían, porque fueron advenedizos y despojaron a los otomíes, que eran señores naturales.
De sus vicios e inclinaciones malas no quiero decir más, aunque la experiencia lo enseña, porque también entre ellos hubo varones de mucho consejo y de grande esfuerzo, ca de otra manera, tan gran república no se pudiera gobernar y conservar en tan pujante estado. Con rigurosas leyes se castigaban los delictos, todos vivían en quietud; tractábase toda verdad; respectaban mucho a su Príncipe, y, finalmente, entre ellos como en las demás nasciones, como dice Aristóteles, había hombres para gobierno, que llama, naturalmente, libres, y otros, que eran los más, para sólo obedescer, que él mismo llama, naturalmente, siervos, aunque los unos y los otros se pueden llamar bárbaros, pues hacían tantas cosas contra toda ley natural, que aun hasta las bestias, con su natural instinto, guardan, pues adoraban las piedras y animales que eran menos que ellos; sacrificaban a los que menos podían, procurando en otros lo que no querían para sí; frecuentaban el pecado de sodomía que entre los otros pecados, por su fealdad, se llama contra natura, y así, como dice Sant Pablo, Dios los traía en sentido reprobado, cegándoles el corazón, como a Faraón, para que por sus pecados viniesen a pecar aun contra lo que la razón natural vedaba, hasta que Dios fuese servido, por su oculto e inscructable juicio, de inviar los españoles a que, haciendo primero las diligencias debidas, como se verá en la conquista, les hiciesen justa guerra hasta traerlos a que por su voluntad oyesen y rescibiesen el Evangelio.
Capítulo XVII
De la variedad de lenguas que hay entre los indios.
Bien paresce, como la experiencia nos enseña y la Divina Escriptura manifiesta, por el pecado de la soberbia, hasta estas partes haberse derramado la confusión de lenguas, porque las que hay en la Nueva España con mucho trabajo se podrían contar, tan diferentes las unas de las otras, que cada una paresce ser de reino extraño y muy apartado, y esto es tan cierto que en un pueblo que se llama Tacuba, una legua de México, hay seis lenguas diferentes, las cuales son: la mexicana, aunque corrupta, por ser serranía donde se habla; la otomí, la guata, la mazaua, la chuchumé y la chichimeca, aunque es de saber que en toda la Nueva España y fuera della es la mexicana tan universal, que en todas partes hay indios que la hablan como la latina en los reinos de Europa y África, y es de tanta estima la mexicana como en Flandes y en Alemania la francesa, pues los Príncipes y caballeros destas dos nasciones se prescian de hablar en ella más que en la suya propia. Así, en la Nueva España y fuera della, los señores y principales la deprenden de propósito para preguntar y responder a los indios de diversas tierras. Después de la lengua mexicana, la tarasca es la mejor, y algunos quieren decir que hace ventaja a la mexicana, aunque no se habla sino en la provincia de Mechuacán.
De las demás lenguas no tengo que escrebir, pues como dixe, son tantas, que quererlas contar sería dar gran fastidio. Baste decir, en conclusión desto, que, como en la latina y castellana, unos hablan con más primor que otros; así es en todas las lenguas de los indios, aunque en la mexicana y tarasca, así por la pronunciación como por la variedad de vocablos, hay más lugar de hablar unos mejor que otros. La mexicana paresce mejor a las mujeres que otra lengua ninguna, y así la hablan españolas con tanta gracia que hacen ventaja a los indios, e ya esto muchos años ha, ha mostrado la experiencia que el castellano habla las lenguas de todas las nasciones no menos bien que ellas cuando las deprenden, y todas las otras nasciones jamás con entera propiedad y limpieza hablan la castellana. Era grandeza y argumento de gran majestad que cuando se había de dar alguna embaxada a Montezuma o a otro Príncipe no tan grande como él, el que la traía la decía en su lengua propria, y el intérprete que la entendía la decía a otro, y otro que en tendía aquélla, en otra lengua, hasta que, desta manera, por seis o siete intérpretes, venía Montezuma a oír la embaxada en lengua mexicana, y respondiendo en la misma lengua, la repuesta venía al que traía la embaxada por los mismos intérpretes. Usábase también, por la reverencia que se tenía al Príncipe, que el que le había de hablar, había de decir lo que quería a uno de los que con él estaban, y así, de mano en mano, por una misma lengua, venía al Príncipe lo que quería el que primero hablaba, y por la misma manera rescebía, la repuesta.
Capítulo XVIII
De los sacrificios y agüeros de los indios.
Como Lucifer, príncipe de los ángeles condenados con sus secuaces, pretendió igualarse con Dios, y sea de tal naturaleza y condisción que jamás conoscerá su error, porque el ángel, a lo que una vez se determina, para siempre se determina, echado del cielo, viendo que, aunque engañó al primer hombre, le levantó Dios hasta ponerle en el asiento que él perdió, ha procurado y procura, desde que perdió tan alto asiento, estorbar que el hombre no suba a él, y para esto el principal medio que procuró, fue hacer que muchos de los hombres no diesen la honra y gloria al verdadero Dios, auctor de todo lo criado, haciéndoles entender ser muchos los dioses, que aun en buena razón natural repugna, porque no puede haber más de una summa causa causadora de tan maravillosos efectos como vemos, y así, atribuyéndose a sí la honra y gloria que a sólo Dios se debe, se hizo adorar en diversas partes del mundo, con diversos rictos y cerimonias, debaxo de diversas figuras y diversos nombres de animales: unas veces, dándoles a entender que el sol era dios; otras, que la luna, hasta traerlos a tan gran error, que, a los bructos animales que mataban y comían y hasta las piedras, tuviesen por dioses, porque, errando en lo que principalmente se ha de creer y amar, que es un Dios verdadero, se perdiesen, y como hombres que iban sin luz y sin camino, diesen para siempre consigo en lo profundo del infierno; y así, si en alguna parte, con cruelísima tiranía, sembró tan abominable error, fue en este Nuevo Mundo, adonde, como luego parescerá, a costa de los cuerpos y almas de sus ciegos moradores, ha hecho por muchos años miserable estrago, hasta que, con la venida de los españoles y religiosos que luego vinieron, fue Dios servido alumbrarlos y librarlos de tan insufrible tiranía.
Había ciertas maneras de templos donde el demonio era adorado, que se llamaban Teupa, unos baxos y otros muy altos, a los cuales se subía por muchas gradas: en lo alto de arriba estaba puesto el altar. En la provincia de México el principal demonio que adoraban e a quien tenían dedicado el más sumptuoso templo se llamaba Ochipustl Uchilobus, de quien el templo tomaba nombre. Los templos pequeños eran como humilladeros, cubiertos por lo alto con algunas gradas, en lo alto de las cuales estaba el ídolo que adoraban, y en algunas partes, en su compañía, ponían las figuras y estatuas de algunos señores muertos.
Los templos grandes siempres estaban por lo alto descubiertos, y al derredor, un gran pretil, con sus entradas al altar. Hacíanse los sacrificios hacia do el sol salía, porque le tenían por dios. En estos templos había dos maneras de servientes: unos que llamaban teupisques, que quiere decir «guardas», que tenían cuenta con la lumbre y limpieza de los templos; otros que se decían tlamazcacaueue, que tenían cargo de abrir el costado y sacar el corazón del que había de ser sacrificado y mostrarlo al sol, untando con él la cara del demonio a quien se hacía el sacrificio.
Estos, para convocar el pueblo a la fiesta, desde lo alto, como nosotros las campanas, tocaban bocinas, las cuales eran caracoles de la mar, horadados; otros eran de palo. En el entretanto, por debaxo de los templos, tocaban otros ciertos instrumentos, y al son dellos bailaban y cantaban canciones en alabanza de su demonio, delante del cual, en papel ensangrentado, ponían su encienso, que ellos llaman copal, y la sangre que ellos ponían en el papel, la sacaban de las orejas, de la lengua, de los brazos y piernas, y esto era en lugar de oración. Otras veces, en lugar de oración, arrancando hierbas y poniéndolas encima, daban a entender que estaban afligidos y que pedían consuelo a su ídolo. Esto han hecho muchas veces, y los que bien lo miran, verán en los caminos esta manera de oración y sacrificio, sin hallar quién lo hizo. Eran con esto tan agoreros, que miraban en los cantos de las aves, en el sonido del aire y del fuego, en el soñar y en el caerse alguna pared y desgajarse algún ramo de sus árboles. Por estos agüeros decían que adevinaban los malos y buenos subcesos de los negocios que emprendían y las muertes y desgracias que habían de subceder. Tenían y adoraban por dioses, lo que aborresce todo entendimiento, algunos árboles, como cipreses, cedros, encinas, ante los cuales hacían sus sacrificios; y porque el cristiano entienda, si lo viese, cuando eran adorados por dioses los tales árboles, sabrá que los plantaban por mucha orden al derredor de las fuentes, y así, para manifestación desto, ha querido Dios que, poniendo una cruz entre estos árboles, se sequen luego, como acontesció en Santa Fee, legua y media de México.
Delante de estos árboles ponían los indios fuego y sahumerio de copal, que es, como dixe, su encienso. También entre las peñas y lugares fragosos hacían sus secretas adoraciones, y así hallaban cabezas de lobos, de leones y culebras hechas de piedra, a quien adoraban. Solían las más veces sacrificar y ofrescer sus ofrendas cuando era menester agua para las mieses o cuando habían de entrar en batalla, o dar gracias por la victoria alcanzada. En estos sacrificios y celebraciones de fiestas había tan grandes borracheras que con sus madres y hijas, que también la ley natural aborresce, pues muchos de los animales bravos no lo hacen, tenían ayuntamiento carnal. Y por que este capítulo no dé fastidio por ser largo, dividiéndole con el siguiente, diré en particular las fiestas y maneras de sacrificios que los indios tenían.
Capítulo XIX
De las fiestas y diversidad de sacrificios que los indios tenían.
Comenzaban los indios su año desde el primero día de marzo. Tenían veinte fiestas principales, cada una de veinte en veinte días, y la postrera caía a veinte y cinco. Cada año señalaban con cierta figura, hasta número de cincuenta y dos, y el indio que los había vivido, decía que ya había atado los años, y que ya era viejo. Las fiestas, sin las estravagantes y los sacrificios que en ellas se hacían, eran las siguientes:
La primera, que caía en el primero día de marzo, se llamaba Xilomastli. En este día dexaban los pescadores de pescar, como que dixesen que dexaban el agua, porque en aquel tiempo las mazorcas de maíz no estaban acabadas de cuajar, las cuales se llaman jilotes, y así pintaban su dios con un jilote en la mano. En esta fiesta sacrificaban niños, ahogándolos primero en canoas. Llamábase el demonio a quien lo sacrificaban Tlaloc.
La segunda fiesta caía a veinte e uno de marzo, día de Sant Benicto. A esta fiesta llamaban los indios Tlacaxipegualistle, que quiere decir «desolladme y comerme heis», porque ataban por la cinta a una gran piedra, con recias cuerdas, a un indio, y dándole un escudo y una espada que ellos usaban de palo, y por los lados enxertas ciertas navajas de piedra, le decían que se defendiese contra otro vestido todo de una piel de tigre, con armas iguales, pero sueltos. Trabábase entre los dos la batalla, y las más veces, o casi todas, mataba el suelto al atado, y desollándolo luego, desnudándose la piel de tigre, se vestía la del muerto, la carnaza afuera, y bailaba delante del demonio, que llamaban Tlacateutezcatepotl, y el que había de pelear contra el atado, ayunaba cuatro días, y ambos se ensayaban muchos días antes, cada uno por sí, ofresciendo sacrificios al demonio para que alcanzase victoria el uno del otro.
La tercera fiesta caía a diez de abril. Llamábase Tecostli, y el demonio a quien se celebraba Chalcuitli, porque le ponían al cuello un collar de esmeraldas que ellos llaman chalcuitl. Sacrificaban en esta fiesta niños y ofrescían mucho copal, papel y cañas de maíz; sacrificaban luego una india, atados los cabellos al derredor de la cabeza, porque el demonio a quien la sacrificaban los tenía así. En esta fiesta daban de comer los parientes más ricos a los otros, y lo que una vez ofrescían, no lo ofrescían otra. En esta fiesta ponían nombres a los niños recién nascidos.
La cuarta fiesta caía a treinta de abril. Llamábase Queltocoztli, porque ponían al demonio cañas de maíz con hojas, ofresciendo tamales amasados con frisoles al demonio. Los padres, en esta fiesta, ofrescían los niños de teta al demonio, como en sacrificio, y convidaban a comer a los parientes. Llamábase este sacrificio Teycoa.
La quinta fiesta, que los indios llamaban Toxcatl, caía a veinte de mayo. Era muy gran fiesta, porque el demonio a quien entonces hacían sacrificio, se decía Tezcatepocatl, que quiere decir «espejo humeador», el cual era el mayor de sus dioses. Llamábanle por otro nombre Titlacaua, que quiere decir «de quien somos esclavos». A éste atribuían los bailes y cantares, rosas, bezotes y plumajes, que son las más ricas joyas que ellos tienen. En esta fiesta se cortaban las lenguas y daban la carne al demonio y hacían tamales de la semilla de bledos y de maíz, que llaman cuerpo de su dios, y éstos comían con gran reverencia y acatamiento.
La sexta fiesta caía a nueve de junio. Llamábase Elcalcoalistli, que quiere decir «comida de ecel», que es en cierta manera de maíz cocido. El demonio a quien se hacía la fiesta se llamaba Quezalcoatl, que quiere decir «culebra de pluma rica». Era dios del aire. Pintaban a éste sobre un mano manojo de juncos; sacrificábanle de sus naturas, y hacían esto porque tuviese por bien de darles generación, y los labradores le ofrescían los niños recién nacidos, convidando a sus parientes, como lo hacen los cristianos en los bautismos de sus hijos.
La séptima fiesta caía a veinte y nueve de junio. Llamábase Teulilistli. En esta fiesta los mancebos llevaban en andas, sobre los hombros, al demonio, vestido como papagayo; iban delante dél muchos tañendo flautas, y otros, al son dellas, bailando; poníanle en la mano un ceptro de pluma, con un corazón de pluma ensangrentado. Llamábase este demonio Tlaxpilc, que quiere decir «presciado señor». Este día la Iglesia romana celebra la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
La octava fiesta caía a diez y nueve de julio. Llamábase entre los indios Guestequilutl, y el demonio a quien se hacía, Uzticiual. Sacrificábase en esta fiesta una mujer con insignias de mazorcas de maíz.
La novena fiesta caía a ocho de agosto: Micailhuitl, que quiere decir «fiesta de muertos», porque en ella se celebraba la fiesta de los niños muertos. Bailaban con tristeza, cantando canciones doloriosas, como endechas; sacrificaban niños al demonio, el cual se llamaba Titletlacau, que quiere decir «de quien somos esclavos». Es el mismo que Tezcatepocatl, que es «espejo humeador», salvo que aquí le pintaban con diversas colores, según los diversos nombres que le ponían.
La déscima fiesta caía a veinte y ocho de agosto. Llamábase Gueimicalguitl, porque en ella levantaban un árbol muy grande, en lo alto del cual sentaban un indio y otros muchos, y por cordeles que estaban pendientes del árbol, trepando, subían a derribarle, tomándole primero de las manos unos tamales que ellos llamaban teusaxales, que quiere decir «pan de dios», y por tomar unos más que otros, le derribaban abaxo. Había más hervor en esto que entre los cristianos en el tomar del pan bendito. Hecho esto, al indio que había caído, embarrándole muy bien la cabeza, le echaban en el fuego, porque, aunque se quemase, no hiciese daño a los cabellos y cabeza, para que después la comiesen asada y el cuero della se pusiese otro para bailar delante del demonio a quien la fiesta era dedicada.
Destas diez fiestas, porque seguir las demás sería muy largo, entenderá el cristiano lector cuán a costa de sus vidas servían los indios a los demonios, pues hubo sacrificio en el templo de Uchilobus donde se sacrificaban ocho mil hombres, no entendiendo que si fueran dioses, como falsamente creían, no los dexaran vivir tan viciosa y bestialmente, permitiéndoles hacer tan sanguinolentos y espantosos sacrificios, pues ninguno hacían sino era matando hombres o sacándose sangre. Sacrificios se ofrescieron en la ley de naturaleza y en la Escriptura; pero era de lo que la tierra producía y en testimonio y reconoscimiento de que Dios lo había criado todo, y aunque como señor de las vidas de los hombres y de todo lo demás, mandó a Abraham que sacrificase a su hijo Isaac, lo cual era figura de la muerte del Redemptor y exemplo singular de la fee que debemos tener, e ya que alzaba el cuchillo, quiso que un ángel le tuviese el brazo y sacrificase en lugar del hijo un carnero que luego allí paresció, dándonos, por esto, a entender ser Dios de vida y de gracia y misericordia, y que, por esto, como la Escriptura Divina dice, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Capítulo XX
De los bailes o areitos de los indios.
Por la manera que el demonio procuraba con sacrificios de sangre ser adorado, ansí también procuró en los bailes y canciones que los indios hacían en sus fiestas no cantasen otra cosa sino en su alabanza, atribuyendo a sí la bestia infernal lo que a sólo Dios se debe.
Entraban en estos bailes o ximitotes muchos indios de diversas edades; emborrachábanse primero para, como ellos decían, cantar con más devoción; andar en rueda, de cuatro en cuatro, o de seis en seis, y así se multiplican, según hay la cantidad de bailadores; tienen para entonarse, así en el cantar como en el bailar, dos instrumentos en medio de la rueda: uno, como atabal alto que llega casi a los pechos, y otro, como tamboril de palo, todo hueco, y en el medio sacadas dos astillas, una par de otra, del mismo gordor del palo; en aquéllas toca un indio diestro con dos palos que tienen el golpe guarnescido con nervios; suenan más de una legua; júntanse a esta danza más de diez mill indios muchas veces; la manera de su cantar es triste; acorvan la cabeza, inclinan el cuerpo, llevan el brazo derecho levantado, con alguna insignia en la mano; parescen en la manera de bailar hombres que, de borrachos, se van cayendo. Cantaban en estos bailes, después de las alabanzas del demonio, los hechos fuertes de sus antepasados, llorando sus muertes, iban vestidos, como dixe en el Comentario de la jura hecha al invictísimo Rey don Filipe, de diversas pieles de animales, que tenían por cosa de majestad y fortaleza, adornados de ricas piedras y vistosas plumas. En estos bailes, cuando esta tierra se comenzó a conquistar, tractaban los indios la muerte y destruición de los españoles a que el demonio los persuadía. Son los indios tan aficionados a estos bailes, que, como otras veces he dicho, aunque estén todo el día en ellos, no se cansan, y aunque después acá se les han quitado algunos bailes y juegos, como el del batey y patol de frisoles, se les ha permitido, por darles contento, este baile, con que, como cantaban alabanzas del demonio, canten alabanzas de Dios, que sólo meresce ser alabado; pero ellos son tan inclinados a su antigua idolatría que si no hay quien entienda muy bien la lengua, entre las sacras oraciones que cantan mesclan cantares de su gentilidad, y para cubrir mejor su dañada obra, comienzan y acaban con palabras de Dios, interponiendo las demás gentílicas, abaxando la voz para no ser entendidos y levantándola en los principios y fines, cuando dicen «Dios». Cierto sería mejor desnudarlos del todo de las reliquias y rastros de su gentilidad, porque ha contescido, según dicen religiosos de mucho crédicto, estar haciendo el baile alrededor de una cruz y tener debaxo della soterrados los ídolos y parescer que sus cantares los endereszaban a la cruz, dirigiéndolos con el corazón a los ídolos.
Hacen otro baile que llaman del palo, en el cual son muy pocos los diestros. Es uno el que lo hace, echado de espaldas en el suelo; levanta los pies, y con las plantas y dedos trae un palo rollizo del grueso de una pierna, y, sin caérsele, lo arroja en el aire y lo torna a rescebir, dando tantas vueltas con él en tantas maneras, unas veces con el un pie y otras con ambos, que es cosa bien de ver, aunque no es menos, sino más, ver en una maroma puesta en muy alto hacer vueltas a los trepadores en Castilla, que las más veces les cuesta la vida, y creo que no en estado seguro.
Capítulo XXI
De los médicos y hechiceros.
De los médicos y cirujanos que entre los indios había, los más eran hechiceros y supersticiosos, y todos no tenían cuenta con la complexión de los cuerpos ni calidad de los manjares, tanto que, si a los que hoy hay les preguntan la virtud de las hierbas y polvos con que curan, y en qué tiempo se han de aplicar, no lo saben, y sólo responden que sus padres curaban así, y en responder esto no piensan que han hecho poco, de manera que el que se cura con ellos corre gran riesgo, y si sanan es por mucha ventura; y eran y son muchos dellos tan embaidores en algunas de sus curas, que así para ganar como para ser tenidos, por médicos, hacen entender al que tiene dolor de muelas que le sacarán un gusano que le causa el dolor, y para esto, entre algodón, llevan metido un gusanillo, y limpiando las muelas del paciente con el algodón, descubren el gusano, y así, con los miserables nescios, ganan crédicto y hacienda, dexándolos con su dolor, como antes. Hay otros que afirman que sacan espinas del corazón, haciendo otros embustes como el dicho, aunque la experiencia ha enseñado haber indios que el mal del bazo curan metiendo una aguja más larga que de ensalmar, pero muy delgada, por el lado del bazo, desaguando por allí la enfermedad.
Lo principal con que curan los que saben hacer algo es con brevajes, que ellos llaman patles, los cuales son tan peligrosos las más veces que quitan presto la vida. Con estos bebedizos hacen a las mujeres echar las criapturas, y a las que están de parto dicen que las ayudan. Conoscen unas mariposas tan venenosas que, dándolas a beber hechas polvos, matan luego, y si los polvos son de las mismas mariposas, más pequeñas, matan en diez días, y si son de las muy chicas y muy nuevas, consumen y acaban la vida al que las toma, poco a poco.
Tienen por costumbre estos médicos, en las caídas, desnudar al paciente y flotarle las carnes y estirarle los miembros, y vuelto de bruces, pisarle las espaldas, y esto vi yo e oí decir al enfermo que se sentía mejor. Hay entre estos médicos tan grandes hechiceros, que dicen que darán hierbas con que concilien a los que se aborrescen y olviden todo rencor. Déstos, por arte del demonio, que de otra arte no puede ser, se vuelven muchos en figuras de diversos animales, como de tigre o león, y es así que, dando una cuchillada a un león que entró entre unos indios a llevar un muchacho, otro día, el español que le hirió, halló un indio que era el hechicero, herido en la misma parte donde había herido al león. Esto afirman muchos españoles haberlo visto: cada uno crea lo que le paresciere, que el demonio muchos engaños puede hacer.
Hay entre estos hechiceros médicos algunos que hacen parescer lo perdido y decir quién lo hurtó, y dan aviso del que está muy lexos, si le va bien de salud o no. Solían también estos médicos hechiceros, ahora fuesen hombres, ahora fuesen mujeres, para ver si el enfermo había de sanar o morir, ponían delante dél un ídolo, que llamaban Quezalcoatl, que quiere decir «culebra emplumada», y ellos, sentados en un petate, sobre una manta, echaban, como quien juega a los dados, veinte granos de maíz, y si se apartaban y hacían campo, pronosticaban que el enfermo había de morir, y si caían unos sobre otros, que viviría y que aquella enfermedad le había venido por somético. Todo esto pueden hacer, porque el diablo, cuyos ellos son, se lo enseña, para engañar a otros: La lástima es que no faltan españolas ni españoles que los crean y se ayuden dellos en sus nescesidades y maldades, no entendiendo que van contra la fee que rescibieron en el baptismo, y que las enfermedades, como son naturales en los hombres, no se pueden ni deben curar sino con medicinas naturales, si no fuese que en virtud de Dios, auctor de la naturaleza, como hacían los discípulos y apóstoles, curasen milagrosamente de presto las enfermedades, que es con medio sobrenatural, lo cual no quiere Dios que se haga sino cuando hobiere nescesidad o causa para ello, como quería que se hiciese en la primitiva Iglesia, para que la fee cresciese y los hombres se confirmasen en ella. Finalmente, como el demonio entendía en todas las obras destos indios, no se descuidaba en hacer daño, enseñándoles medicinas falsas y vanas y perniciosas supersticiones, las cuales dejaremos por venir el capítulo siguiente.
Capítulo XXII
De las guerras y manera de pelear de los indios.
Por tener siempre ganancia el insaciable demonio, nunca se ocupaba en otra cosa, salvo en dar orden cómo ninguno de los miserables indios se escapase de sus manos, y así, a la contina, engendraba entre los unos y los otros tan grandes rancores y discordias, que casi no había pueblo que con el vecino no tuviese guerra, y eran las leyes dellos tan crueles, principalmente entre los mexicanos y tlaxcaltecas, que ninguno perdonaba la vida a otro. No se usaba, como las leyes humanas permiten, que el vencedor, pudiendo matar al vencido, usando de misericordia, le hiciese su esclavo o lo diese por rescate, sino que, no, solamente vencedores mataban a los vencidos y los sacrificaban cuando los traían vivos, pero después de muertos los desollaban y se vestían de sus cueros y comían, cocidas, sus carnes; los señores, las manos y muslos, y los demás, lo restante del cuerpo. Acontescía, y esto pocas veces, que si a alguno de los captivos dexaban con la vida, había de ser señor o muy principal, al cual daban licencia para que libremente fuese a su tierra y llevase las nuevas del castigo riguroso que en los prisioneros se había hecho, y que dixese a los indios que escarmentasen de trabar con ellos otra vez batalla, si no, que se diesen por sus masceguales y esclavos si querían vivir en quietud, porque sus dioses les favorescían, y si quisiesen hacer lo contrario, que supiesen que harían con ellos lo que habían hecho con los que habían captivado.
Preguntará alguno, y con razón, qué es la causa, pues entre las otras nasciones no se pretende más que la victoria y despojo, en ésta sea lo principal el matar al contrario, y, después de muerto, tractarle tan cruelmente. La experiencia ha enseñado tres causas: la primera, el dar contento en esto al demonio, que así lo mandaba; la otra, ser más vengativos los indios y de menos piedad que las otras gentes; la tercera, ser más pusilánimos y más cobardes que todos los hombres del mundo, porque los valientes y animosos nunca piensan que a los que una vez han vencido ternán ánimo para volverlos a acometer, y el ánimo generoso conténtase con vencer, y no con matar, lo cual se ha de hacer cuando para vencer o defenderse no hobiere otro remedio.
Las armas con que los indios peleaban eran arcos, flechas y macanas, en lugar de espadas, con rodelas no muy fuertes. Llevaban a la guerra los más ricos vestidos y joyas que tenían. El capitán general, vestido ricamente, con una devisa de plumas sobre la cabeza, estaba en mitad del exército, sentado en unas andas, sobre los hombros de caballeros principales; la guarnición que alrededor tenía era de los más fuertes y más señalados; tenían tanta cuenta con la bandera y estandarte, que, mientras la veían levantada, peleaban, y si estaba caída, como hombres vencidos, cada uno iba por su parte. Esto experimentó el muy valeroso y esforzado capitán don Fernando Cortés en aquella gran batalla de Otumba, donde, como diremos en su lugar, con ánimo invencible, rompió el exército de los indios, y derrocando al capitán, venció la batalla, porque luego el exército se derramó y deshizo. Y por que conste, como en otra parte diré, cuando tractare de la justificación de la guerra que a estos indios se hizo, cómo los indios mexicanos fueron tiranos y no verdaderos señores del principado y señorío de Culhua, es de saber que con su señor vinieron de más de ciento y sesenta leguas gran copia de indios de una gran ciudad que ahora se llama México la Vieja, y llegando poco a poco a esta tierra, porque venían despacio, reparando en algunas partes cinco o seis años, donde dexaban sus armas e insignias, por fuerza de armas quitaron el imperio y señorío a los naturales de esta provincia e hicieron su principal asiento en el alaguna, para que, estando fuertes, pudiesen conquistar y señorear toda, la demás tierra. Llamaron a esta ciudad, en memoria de la antigua suya, Vieja México Tenuchititlán.
El señor dellos, a cabo de cierto tiempo que habían hecho asiento, les dixo que se volviesen a su tierra antigua, y como todos respondieron que no querían, porque estaban a su contento, él se fue con algunos de los suyos, y a la despedida les dixo que del occidente vendrían hombres barbudos muy valientes, que los subjectarían y señorearían, lo cual fue así después de muchos años; y porque se sepa la causa de la venida déstos, decían los indios muy viejos de la antigua México, que estando en aquella gran ciudad haciendo un solemne sacrificio al demonio, apareció un venado, muy crescido, nunca en aquella tierra visto, y tomándole, hecho muy pequeños pedazos, le cocieron, y todos los que comieron dél, que serían más de seis mill personas principales, murieron, por lo cual, los demás, amedrentados, tiniendo por cierto que el demonio estaba enojado, y que los había de destruir, divididos en dos partes, cada uno con su Capitán, salieron de su antigua patria. Los unos fueron hacia el norte; los otros, camino desta ciudad, donde, como dicho es, por fuerza de armas usurparon esta provincia, en la cual introducieron todos los rictos y costumbres que tenían en su tierra; y así, porque hace al propósito deste capítulo, era costumbre que los que habían de ser caballeros, en un templo velasen primero sus armas, las cuales eran un arco y flecha, una macana y una rodela a su modo, con muchos plumajes ricos para la cabeza, y luego, el que en batalla había muerto a otro, se podía poner un almaizal colorado con unos cabos largos labrados de pluma, los cuales le ceñían el cuerpo. El que había muerto a dos indios en batalla, se ponía una manta de pinturas, con un águila en ella, plateada, y habiendo muerto cuatro, se encordonaba el cabello en lo alto de la cabeza; a éste llamaban tequiga, nombre de honor y gloria. En habiendo muerto cinco, mudaba el traje de cortar del cabello hacia las orejas, hechas dos rasuras: a éste llaman quachic, que es título más honroso. Habiendo muerto seis, se podía cortar el cabello de la media cabeza hasta la frente; lo otro, que iba hacia las espaldas, largo, que caía abaxo de los hombros: a éste llamaban zozocolec, que quiere decir «muy valiente». Habiendo muerto siete, se podía poner un collar de caracoles por la garganta, en señal que había tenido las otras honras y títulos de valiente: llamaban a éste quaunochitl; tenía libertad para hablar y comunicar con los Capitanes y comer con los señores. Finalmente, el que había muerto diez se diferenciaba de los demás porque traía el cabello cortado igualmente por todas partes, el cual le llegaba hasta los hombros: a éste llamaban tacatlec, que quiere decir «don fulano»; hacíanle señor de algún pueblo, donde descansaba lo restante de su vida. De manera que el que era pobre, para subir a ser señor, era nescesario que cresciese en virtud y esfuerzo por los grados que tengo dicho, si primero no le tomaba la muerte.
Capítulo XXIII
De la manera y modo que los indios tenían en sus casamientos.
Cosa cierta es y averiguada que la firmeza del matrimonio consiste en el libre consentimiento de la mujer y el varón, y éste en todas las nasciones ha sido y es, porque es cierto que también entre los infieles hay verdadero matrimonio; y porque el consentimiento de las voluntades, en el cual tiene su fuerza, por diversos modos y maneras le declararon las nasciones, según sus rictos y costumbres, no poco hará al propósito de nuestra historia, aunque me alargue algo, tractar los rictos y cerimonias con que los moradores desta tierra hacían sus casamientos, para lo cual es de saber que entre los mexicanos, el que era principal y quería casar su hijo o hija, lo comunicaba primero con sus parientes y amigos, y tomado el parescer dellos, los casamenteros preguntaban qué docte tendría la novia y qué hacienda el novio, lo cual sabido, se tractaba con cuántas gallinas y cántaros de miel se habían de celebrar las bodas. Concertado, y venidos los novios, se asentaban en una estera, asidos de las manos, añudando la manta del novio con la ropa de la novia, en la cual cerimonia principalmente consistía el matrimonio. Hecho esto, el padre del novio, y si no el pariente más cercano, daba de comer con sus propias manos a la novia, sin que ella tocase con las suyas a la comida, la cual había de ser guisada en casa del mismo padre del novio; luego, por consiguiente, la madre de la novia, o la parienta más cercana, daba de comer al novio. Acabada desta suerte la comida y de estar todos bien borrachos, que era lo que más solemnizaba la fiesta, los convidados se iban a sus casas, y los novios, en los cuatro días siguientes, no entendían en otra cosa que en bañarse una vez por la mañana y otra a media noche, y el quinto día se juntaban, y si la novia no estaba doncella, quexábase el novio a sus padres como a personas que debieran guardarla, los cuales tornaban a llamar los convidados al sexto día, y de los cestillos en que ponen el pan, horadaban uno por el suelo y poníanle entre los otros para servir el pan en la comida, la cual acabada, el que se hallaba con el cestillo en la mano y el pan en las faldas, entendía luego el negocio, y, haciendo que se espantaba lo echaba de sí juntamente con el pan. Luego, todos a una, levantándose, reprehendían a la novia por la mala cuenta que de sí había dado, y así, enojados, se despedían. Por esto muchas veces los novios repudiaban y desechaban sus mujeres. Al contrario, si en la tornaboda todos los cestillos estaban sanos, los convidados, acabada la comida, se levantaban, daban la norabuena a los novios y especialmente el más anciano hacía una larga plática a la novia, alabándola de buena y de la buena cuenta que había dado de sí, y entre otras cosas le decía que en buen signo y estrella había nascido, y que el sol la había guardado, y que con muy gran razón la había de querer su marido; que los dioses la guardasen y hiciesen bien casada. Acabado este razonamiento, que duraba gran rato, muy contentos se volvían los convidados a su casa.
La edad de los que se habían de casar era de veinte y cinco años arriba, porque hallaban que si de menos años los casaban, ellos y sus hijos eran para poco trabajo, y para cargarse, como siempre tuvieron de costumbre, era nescesario tener fuerza, y así dicen los viejos que a esta causa vivían entonces más y tenían menos enfermedades que ahora, y esta cirimonia de casarse no tenía la gente baxa, porque los masceguales o plebeyos, llamados sus parientes y juntos, para la fiesta, se casaban, dándose aquel ñudo en la ropa que arriba diximos, y acabada la comida y borrachera, era toda la fiesta concluida.
Otros, en esta misma provincia, cuando sin convites se querían casar, así por ser pobres como por ser gente baxa, usaban que el que se quería casar llevase a cuestas una carga de leña y la pusiese a la puerta de la que pedía por mujer, y si ella tomaba la carga y la meteía en casa, era hecho el matrimonio, y si no, él buscaba otra por la misma vía con quien se casase.
Capítulo XXIV
Do se trata la cerimonia con que los indios de Mechuacán se casaban.
El Maestro fray Alonso de Veracruz, maestro mío en la sancta Teología, en el libro doctísimo que escribió del matrimonio de los fieles e infieles, resume las cerimonias con que los indios nobles de Mechuacán contraían su matrimonio, y por ser cosa notable y digna que nuestra nación la sepa, determiné escrebirla aquí. Tractando, pues, primero entre sí los padres del novio con quién casarían su hijo, y resumidos, inviaban un mensajero al padre de la que pretendían casar con su hijo, y juntamente inviaban dones y joyas, y el mensajero decía que fulano, caballero e príncipe, quería a su hija para mujer de su hijo. Los padres della respondían: «Así se hará.» Con esto se volvía el mensajero, y en el entretanto ellos, con los parientes de la moza, tractaban del casamiento, y determinados de efectuarle, adereszaban la novia y las criadas que habían de ir con ella, la cual, ante todas cosas, llevaba una ropa rica para el esposo y otras joyas y dones; llevaba asimismo el axuar y preseas de casa nescesarias y una hacha de cobre para partir la leña que se había de quemar en los templos de los dioses y una estera hecha de juncos donde se sentase. En compañía destas mujeres iba un sacerdote de los ídolos a la casa del esposo, adonde todo también estaba muy bien adereszado. El pan que se había de comer en la boda era diferente de lo que se solía comer, y llegados a casa del esposo, el sacerdote tomaba las donas della y las dél, y por su mano, dando al esposo las donas de la esposa y a la esposa las donas del esposo, les decía así: «Plega a los dioses os hagan buenos casados y que el uno al otro os guardéis siempre lealtad.» Contraído desta manera el matrimonio, los padres de los desposados les decían: «Mira quede aquí adelante os améis mucho, y el uno al otro de hoy resciba dones; no haya entre vosotros liviandad, ninguno haga adulterio», y especialmente decían a la esposa: «Mira que no te hallen en la calle hablando con otro varón, porque nos deshonrarás.» El sacerdote, volviéndose al esposo, decía: «Si hallaras a tu mujer en adulterio, déxala, y sin hacerle mal, invíala a casa de su padre, donde llore su pecado.» Acabados estos razonamientos, los parientes y amigos comían con los novios, y después de la comida, el padre del novio les señalaba una heredad en que trabajasen, y al sacerdote y a las mujeres que habían venido acompañando a la nuera les daba ciertas ropas, inviando con ellos algunos dones al padre de la novia. Desta manera, quedando en uno los novios, el matrimonio quedaba firme y consumado.
Entre la gente baxa no había tanta solemnidad ni cerimonia, porque se contentaban, para hacer el casamiento, de que lo tractasen entre sí, sin inviar dones ni que viniese el sacerdote, salvo que el esposo daba alguna cosa a la esposa y della rescibía él algo, y así, sin otras palabras, por mandarlo sus padres, se juntaban, y el padre de la esposa decía: «Hija, en ninguna manera dexes a tu marido en la cama de noche y te vayas a otra parte; guarte no hagas maleficio, que serás para mí mal aguero y no vivirás muchos días sobre la tierra; antes, si mal hicieres, matarán a mí y a ti.» Cuando se casaban de secreto, ahora fuesen nobles, ahora plebeyos, decían: «Tú me labrarás la heredad para mí e yo texeré ropa para tu vestido y te coceré el pan que comas y serviré en lo nescesario.» Tenían asimismo otra manera de casarse, sin palabras ni cerimonias, porque, mirándose amorosamente el uno al otro, se juntaban, y después de muchos años que estaban juntos sin hablar en casamiento, decía el varón a la mujer: «Hiparandes catumguini tenibuine», que quiere decir «yo te tomé por mujer» o «huélgome de haberte tomado por mujer» Ella respondía algunas veces enquam, que quiere decir «así sea», aunque algunas veces callaba. Esta manera de casarse tenían cuando el varón, o había tenido a otra que estaba viva, o cuando ella había tenido otro marido y estaba ya muerto, o cuando venía a noticia de los parientes haber estado tanto tiempo juntos. La mujer que por todas las maneras dichas tomaban, era la mujer legítima y la principal, y de quien los hijos que nascían eran herederos Y subcesores en la casa de su padre. Tenían otras muchas mujeres, y a esta causa era muy grande la multitud de los indios que estonces había, y el no haber ahora tanto número, copia y cantidad, proscede de la prohibición del uso de tantas mujeres como antiguamente tenían, que defiende nuestra religión, y no los malos tractamientos, como algunos mala y temerariamente dicen.
Casábanse estos indios principalmente por el servicio que sus mujeres les habían de hacer y ropas que les habían de texer; faltando esto, faltaba el amor, y así, fácilmente las dexaban y tomaban otras. Por esta causa, lo que ninguna nasción hace, no tenían cuenta con que fuesen feas ni hermosas, ni de baxo ni alto linaje, antes, que es cosa miserable, muchos caciques casaban sus hijas con hombres baxos para servirse dellos y de sus haciendas, de lo cual se entenderá en todas gentes y en todos estados ser la cobdicia, y especialmente en esta nasción, raíz y causa, como dixo Sant Pablo, de todos los males.
Capítulo XXV
Qué jueces tenían los indios y cómo los delincuentes eran castigados.
En su idolatría no se halla por sus pinturas (que servían de memoriales) los indios haber tenido jueces que los gobernasen y mantuviesen en justicia, que es lo que de ninguna nasción he leído, y lo que más arguye y prueba ser bárbaros y poco políticos, es ver que obedescían en todo al señor a quien eran subjectos, y tenía en ello tanto poder que, sin contradicción, mandaba lo que quería, de manera que por injusto que fuese se cumplía, sin apellación ni otro remedio alguno, que no era pequeña tiranía. Tenían estos señores y caciques a esta causa tan avasallados a sus súbditos, que dellos y de sus mujeres, hijos y haciendas disponían a su parescer. Tenían para el castigo de los delincuentes, ciertos tiacanes, que quiere decir «hombres valientes», con los cuales executaban la justicia en los culpados, en los cuales principalmente se castigaban el adulterio y el ladronicio con todo rigor, porque el homicidio, si no era con traición, o cometido contra mujer, no se punía como entre nosotros.
Al adúltero, si no era persona noble, porque no se supiese el pecado que había cometido, ahorcaban de una viga en su misma casa, y lo mismo hacían con la adúltera, echando luego fama que por engaño del demonio o por alguna otra causa se habían ahorcado. Enterrábanlos en el mismo lugar donde parescía haberse ahorcado. A los adúlteros, siendo hombres plebeyos y de poca suerte, llevaban al campo, y, entre dos piedras, les machucaban la cabeza. Esta ley se cumplía, y su pena se executaba con tanta severidad, que aunque no hubiese más de un testigo, ni bastaba hacienda, favor ni parentesco con el cacique para que el adúltero dexase de ser castigado, aunque dicen algunos que en ciertas fiestas se perdonaba por las borracheras que en ellas había, durante las cuales parescía no tener tanta culpa el que hubiese cometido adulterio.
Con los ladrones también se habían diferentemente los caciques como con los adúlteros, porque si el ladrón era noble, no moría muerte natural, sino cevil, condemnado a perpectua servidumbre o a perpectuo destierro; si era mascegual, que quiere decir hombre baxo, llegando a cinco mazorcas de maíz el hurto, moría por ello ahorcado, y si el noble o de poca calidad hurtaban del templo alguna cosa, por liviana que fuese, le abrían luego el costado con navajas de piedra en el mismo templo donde había hecho el hurto, y sacándole el corazón, lo mostraban al sol como a dios que había sido ofendido, en cuya venganza los sacrificadores comían el cuerpo del sacrificado. Ahora, después que Dios los visitó y alumbró de la ceguedad en que estaban, se gobiernan de otra manera, y los que poco podían, están libres de la tiranía y vexación de los más poderosos.
Hay entre ellos, a nuestro modo, gobernadores y alguaciles, aunque los alguaciles son, como antes he dicho, tan executivos, de su natural condisción, que por pequeño, interese no tienen cuenta con padre, hermano ni hijo; si lo hallan borracho o en otro algún delicto, lo llevan a la cárcel de los cabellos. Acusan muchas veces, que es argumento de gente bárbara, el padre al hijo y el hijo al padre, en juicio y fácilmente, sin fuerza alguna, el uno testifica contra el otro, no guardándose la cara, como la ley natural los obliga; y así no sé si tenga por acertado darles cargo de justicia y pedirles juramento como a nosotros, porque como no están tan firmes en la fee, como es necesario, fácilmente se perjuran, como cada día se vee.
Capítulo XXVI
Del modo y manera con que los señores y otros cargos preeminentes se elegían y daban entre los indios.
Ninguna cosa hacían los indios que fuese de algún tomo, que en ella no hubiese alguna cerimonia diferente de las que las otras nasciones usaban en semejante caso; y así, cuando éstos alzaban a alguno por señor o le elegían para algún cargo honroso, queriendo hacer primero prueba del valor de su persona, le hacían estar desnudo en carnes delante de los principales que le habían de elegir, al cual, sentado en cuclillas, cruzados los brazos, hacían un largo razonamiento, dándole a entender cómo había nascido desnudo; y que habiendo de subir a tanta dignidad, como era mandar y gobernar a otros, era nescesario que primero se corriegese a sí y considerase cuán gran cargo era gobernar a muchos y mantenerlos en justicia, sin que ninguno se quexase, y que esto era más de los dioses que de los hombres; y que si lo hiciese bien, ganaría muy grande honra, tendría muchos amigos y subiría a mayores cargos; e si lo hiciese al contrario, que sería infame y deshonraría a sus parientes y amigos, porque cuanto en más alto lo ponían, confiados que haría el deber, tanto más afrentosa sería su caída si no hiciese bien su oficio; porque aquellos que al presente tenía por amigos y favorescedores, le serían enemigos y perseguirían cuanto pudiesen.
Hecho este razonamiento, con pocas palabras él les daba las gracias, y respondía que con el favor de los dioses él haría su oficio lo mejor que pudiese, para que los dioses fuesen dél bien servidos y ellos quedasen contentos. Dada esta respuesta, ofrescían luego encienso (que es entre ellos copal) al dios del fuego, delante el cual se hacía esta cerimonia, y al elegido ponían nuevo nombre, mandándole que una noche durmiese así desnudo al sereno, sin otra ropa alguna; hecho lo cual, otro día le vestían una rica ropa que denotaba el cargo que le daban. Ofrescíanle luego una manta rica, un barril, dos calabazas con unas cintas coloradas por asas; todo esto le echaban al cuello, y así, cargado, le llevaban con mucha pompa al templo, donde el dios del fuego estaba, al cual prometía de ser fiel y de servirle en su oficio y de barrerle el patio él o sus subjectos, para cuyo reconoscimiento y veneración ayunaba los cuatro días siguientes a pan y agua, comiendo una sola vez a la noche. Acabada esta cerimonia, con la misma pompa se volvía a su casa, usando de ahí adelante el cargo o oficio que le habían dado.
Capítulo XXVII
De la cuenta de los años que los indios tenían y de algunas señaladas fiestas.
Como eran estos indios tan bárbaros y que carescían de la principal policía, que es el escrebir y conoscimiento de las artes liberales, que son las que encaminan e guían al hombre para entender la verdad de las cosas, andaban a tiento en todo, y aunque la nescesidad les enseñó (ya que no tenían letras) a hacer memoria de las cosas por las pinturas de que usaban, eran confusas y entendíanlas muy pocos, y así, en el regirse de los años y meses, aliende que no había mucha certidumbre, solamente los que residían en los templos, que eran los sacerdotes, entendían algo, y la cuenta por donde se regían (según alunos de los que la sabían me han contado) era que su año comenzaba el primero día de marzo, que era fiesta muy solemne para ellos (como entre nosotros el primero día de enero, que llamamos Año Nuevo); de veinte a veinte días hacían mes, que es una luna, y al principio del mes celebraban una fiesta, aunque había otras extravagantes, que eran muy más principales, aliende de esta particular cuenta, de las cuales diré algo en el iguiente capítulo, porque de las veinte que tenían, con que señalaban sus meses, ya dixe algunas, las cuales más servían para la cuenta de los meses y tiempos que para tenerlas por fiestas muy principales.
Aliende desta principal cuenta de su año, tenían otra que llamaban [de] años, y era que contaban de cincuenta en cincuenta los años; de manera que el año grande que ellos decían tenía cincuenta años, y el año común, veinte meses, y acabado el año grande, era grande el miedo que todos tenían de perescer, porque los teupixques o sacerdotes de los templos decían y afirmaban que al fin de aquel año habían de venir los dioses a matarlos y comerlos a todos, y así, en el día postrero deste año, echaban los ídolos por las sierras abaxo en los ríos, y lo mismo hacían con las vigas y piedras que para edificar sus casas tenían. Apagaban todo el fuego, y a las mujeres preñadas metían en unas caxas, y los hombres, armados y adereszados con sus arcos y flechas, esperaban el subceso, y pasado aquel riguroso y temeroso día, se juntaban todos, como libres de tan gran infortunio, a dar gracias al sol y a los dioses, porque no los habían querido destruir, y para mayor reconoscimiento del beneficio rescibido y manifestación de su alegría, sacrificaban luego a los dioses los esclavos que les parescia, sacando fuego nuevo, que, ludiendo un palo con otro, hacían. Este sacrificio se hacía principalmente al dios del fuego, porque los había socorrido con lumbre para calentarse y guisar sus comidas. Al indio (que es cosa bien de reir.) que había vivido dos años grandes, que eran ciento, tenían gran miedo y se apartaban del, diciendo que ya no era hombre, sino fiero animal.
Capítulo XXVIII
De algunas fiestas extravagantes que los indios tenían.
Las fiestas con que los indios contaban sus meses y años no eran tan principales y solemnes que no hubiese otras extravagantes, en las cuales hacían muy mayor fiesta y solemnidad al demonio, de las cuales diré algunas, por cumplir con mi propósito, dexando las demás para su tiempo y lugar, con otras cosas peregrinas y dignas de saber, de las cuales se hará libro por sí.
De las fiestas extravagantes, la primea y muy principal se llamaba Suchiylluitl, que quiere decir «fiesta de flores». En ellas los mancebos, por sus barrios, cuanto podían galanamente adereszados, hacían solemnes bailes en honra y alabanza de su dios. Caía esta fiesta dos veces en el año, de docientos en docientos días, de manera que en un año caía una vez y en el siguiente dos. Para esta fiesta guardaban los indios, entre año, los cascarones de los huevos de los pollos que las gallinas habían sacado, y en este día, en amanesciendo, los derramaban por los caminos y calles, en memoria de la merced que dios les había hecho en darles pollos. Llamábase este día Chicomexutli, que quiere decir «siete rosas».
Había otra fiesta, y era que cuando algún indio moría borracho, los otros hacían gran fiesta con hachas de cobre de cortar leña en las manos, danzando y bailando, pidiendo al dios de la borrachera que les diese tal muerte. Esta fiesta, principalmente, se hacía en un pueblo que se dice Puztlan.
Había otra fiesta más general que, aunque principalmente se hacía a un dios llamado Paxpataque, también se hacía a cuatrocientos dioses, sus compañeros, dioses y abogados de la borrachera. Tenían diversos nombres, aunque todos en común se llamaban Tochitl, que quiere decir «conejo», a los cuales, después de haber cogido los panes, hacían su fiesta, danzando y bailando, pidiendo su favor y tocando con la mano, con gran reverencia, al demonio principal o a alguno de los otros; bebían y daban tantas vueltas, bebiendo cuantas eran menester, hasta que cada uno cayese borracho. Duraba la fiesta hasta que todos habían caído.
Había otra fiesta en la cual los indios hacían un juego que llamaban patole, que es como juego de los dados. Jugábanle sobre una estera, pintada una como cruz, con diversas rayas por los brazos. Los maestros deste juego, cuando jugaban, invocaban el favor de un demonio que llamaban Macuisuchil, que quiere decir «cinco rosas», para que les diese dicha y ventura en el ganar.
Había otra fiesta que se hacía a un demonio llamado Oceloocoatl, que quiere decir «pluma de culebra». Era dios del aire; pintábanle la media cara de la nariz abaxo, con una trompa por donde sonaba el aire, según ellos decían; sobre la cabeza le ponían una corona de cuero de tigre, y della salía por penacho un hueso, del cual colgaba mucha pluma de palo, y della un pájaro. Cuando celebraban esta fiesta los indios, ofrescían muchos melones de la tierra, haciendo solemnes bailes y areitos, los cuales, no sin emborracharse, duraban todo el día.
De otras fiestas extravagantes que hacían en conmemoración de los muertos diré en el último capítulo deste primer libro, cuando hablare de las obsequias que a los muertos se hacían.
Capítulo XXIX
De los signos y planetas que los indios tenían.
Como estos miserables hombres vivían en tanta ceguedad, siguiendo por maestro al demonio, padre de mentiras, en ninguna cosa acertaban, así en la ley natural como en el conoscimiento de otras cosas naturales que, sin lumbre de fee, alcanzaron los sabios antiguos, como era el número y movimiento de los cielos, el curso y propriedades de los planetas y signos, y así, éstos, a tiento y sin verdad alguna, como el demonio los enseñaba, tenían los planetas y signos de la manera siguiente:
Al primero planeta llamaban tlatoc; reinaba siete días, los nombres de los cuales eran cipaltli, ecatl, cali, vexpali, coatl, miquiztli, mazatl. El que nascía en el signo de cipaltli había de ser honrado y llegar a mucha edad, porque tenían noticia que Cipaltli fue un principal que había vivido mucho tiempo, y por esta causa les paresció tomar este nombre para su cuenta. El segundo día se llamaba ecatl, que quiere decir «aire». El que nascía en este signo había de ser hombre parlero y vano. El que nascía en el signo de cali, que quiere decir «casa», había de ser desdichado en sus negocios y no había de tener hijos. El signo de vezpali, que quiere decir «lagarto o lagartija» denotaba que el que nascía en él había de tener grandes enfermedades y dolores. Miquiztli, que quiere decir «muerte», significaba que viviría poco y tristemente y con necesidad el que en él nasciese. Mazalt significa «venado», y el que nasciese en este signo había de ser medroso y hombre pusilánimo.
El segundo planeta se llamaba tezcatepuca, nombre de demonio, entre ellos muy venerado. Reinaba seis días, los cuales se llamaba tochitl, altliz, inquiltli, uxumatl, tetle, acatl. Tuchitl se interpreta «conejo». El que nascía en este signo había de ser hombre medroso y cobarde, como el que nascía en el signo del venado. Atl, que quiere decir «agua», daba a entender que el que nasciese en su día había de ser gran desperdiciador y destruidor de haciendas. Izcuintli significa «perro». El que nascía en este signo había de ser hombre de malas inclinaciones y ruines costumbres. Ocultli, que quiere decir «ximio», denotaba que el que nasciese en su día había de ser hombre gracioso y decidor. Tletli se interpretaba «fuego». El que nasciese en este signo había de vivir mucho tiempo. Acatl significa «caña de carrizo». El que nascía en este signo había de ser hombre vano y de poco ser y manera. Miquitlantecutli se interpreta principal entre los muertos, nombre proprio de demonio. Reinaba en los mismos días o signos que tlatloc, planeta primero. Seguíase luego tlapolteutl, que era otro planeta que reinaba en los mismos días que los ya dichos; tomó nombre de un demonio que los indios adoraban por dios, Tonatiu, que quiere decir «sol», que era el más venerado planeta de todos, porque los días que reinaba eran prósperos. Los nombres dellos eran ocelotl, quautl, oli, tecpatli, citlali.
Luego, subcesive, venían los días de otro nombre de demonio que llamaban, tlaltecultli y otro que llamaban macuiltonal. Su operación era como la de los ya dichos planetas. Duraba la cuenta destos planetas docientos y tres días, y, acabados, comenzaban a contar desde cipactli. Este era el orden que tenían en su diabólica y falsa astrología, la cual quise escrebir para que más claramente constase el engaño en que estos miserables han vivido hasta estos nuestros tiempos, los cuales, para ellos, han sido más que adorados, así para la lumbre de sus almas como para la libertad de sus personas, la cual, aunque no fuese tanta, por lo mal que usan della, no les haría daño.
Capítulo XXX
De las obsequias y mortuorios de los indios.
Mucho hace al propósito desta nuestra historia, en este último capítulo, tractar de las obsequias y mortuorios de los indios: lo uno, porque se vea cómo en la muerte y después della el demonio no tenía menos cuidado de engañarlos y hacerse adorar dellos que en la vida; lo otro, porque los sacerdotes y religiosos que de nuevo vinieren a predicarles la ley evangélica, estén advertidos para quitarles muchas destas cirimonias de que aún hasta ahora usan, especialmente en partes donde no son muy visitados.
La manera, pues, de enterrarse no era una, sino diferente, como entre nosotros, según el estado y calidad de las personas, y, entre otras cosas, tenían sus demonios, que llamaban dioses de los muertos, a los cuales, en los entierros, hacían sus sacrificios. A los señores, después de muertos, amortajaban sentados en cuclillas, de la manera que los indios se sientan, y alderredor, sus parientes le ponían mucha leña, quemándole y haciéndole polvos, como antiguamente solían los romanos. Sacrificaban luego delante dél dos esclavos suyos, para que, como ellos falsamente decían, tuviese servicio para el camino. Los polvos del señor ponían en un vaso rico o sepoltura cavada de piedra. En otras partes no quemaban a los señores, sino, como se ha visto en nuestros días en algunos entierros que se han descubierto, los componían y adornaban con penaches y plumajes y piedras preciosas, las mejores que tenían; poníanles bezotes de oro, anillos y orejeras, que son de hechura de cañón de candelero; poníanles también brazaletes de oro y plata; enterraban con ellos a sus esclavos, aunque algunos dellos pedían primero la muerte para seguir a sus señores, presciándose de fieles, y entendiendo que por esta fidelidad habían de ser en la otra vida muy honrados. A éstos daban a beber los casquillos de las flechas, con que luego se ahogaban; a otros, dándoles a entender que iban a descansar con sus señores, de su voluntad y con mucho contento se ahorcaban. Para estas obsequias se juntaban los parientes y amigos del muerto y otros sus conoscidos que venían de otros pueblos, y poniéndose en torno delante del muerto, ponían las ropas que en vida vestía y puesto cacao y brevaje y otros sahumerios, comenzaban, con tono muy triste, a cantar diabólicos cantares ordenados por el demonio, su maestro, en los cuales, entre otras cosas, que del muerto contaban, decían cómo había sido valiente en las guerras y diestro en las armas, gran compañero, amigo de convites y que a sus mujeres había tractado con mucho regalo y auctoridad, y que había dado joyas y hecho mercedes a los servidores y amigos que tenía, y que de las preseas que había traído de la guerra había hecho servicio a los dioses. Acabado este canto, al cual las mujeres del muerto ayudaban con sollozos y otras señales de tristeza, echaban rosas sobre la sepoltura y unas mantas ricas, a las cuales hacían todos el mismo acatamiento que hicieran al muerto cuando vivo, las sillas y asientos del cual guardaban con tanto acatamiento, que no permitían sentarse en ellas sino al subcesor y heredero legítimo, de adonde es que todos los principales no comen con sus mujeres (que es una muy ruin costumbre), sino con los caciques y señores, lo cual hoy hacen, siguiendo su gentilidad.
Cuando enterraban algún Capitán señalado en la guerra, le ponían en la sepoltura armado de las más ricas armas que tenía, como cuando iba a la guerra, con mucha parte de los despojos. Puestos a los lados todos los caballeros y hombres de guerra, con lloroso canto celebraban sus proezas y valentías, diciendo: «Ya es muerto y va a descansar nuestro buen amigo y compañero y valeroso Capitán» y si el tal, como atrás dixe, había subido a ser señor por sus hazañosos hechos, por extenso contaban sus valentías y cómo de grado en grado había subido y tenido tanta fortuna, que meresciese en su muerte ser tan honrado; y uno de los más viejos, animando a los demás, estando el cuerpo delante, decía: «Mancebos y Capitanes: animaos y señalaos mientras viviéredes en la guerra, para que cuando muriéredes os enterremos con tanta honra como a este Capitán valeroso» cuyo entierro acababan con tanto ruido de música de caracoles y atabales y otros instrumentos de guerra.
Capítulo XXXI
Donde se prosiguen los entierros y obsequias de los indios.
A los mercaderes y tractantes enterraban con las alhajas y joyas en que tractaban, y porque el principal tracto dellos era en pieles de tigres y venados, echaban con ellos muchas de aquellas pieles, envueltas en ellas muchas piedras finas y vasos de oro en polvo, con gran copia de plumajes ricos, de manera que los que en vida no habían gozado de aquellas riquezas, paresce que morían con contento de saber que las llevaban consigo al lugar de los muertos, que creían ser de descanso, y como ninguno volvía a dar la nueva de la tierra de tormento donde iban, jamás se desengañaron hasta que Dios los alumbró.
A los mancebos, después de muertos, adereszaban de lo mejor que ellos poseían, y porque morían en su juventud y parescía a los que quedaban que tendrían nescesidad de comida, echábanles en la sepoltura muchos tamales, frisoles, xícaras de cacao y otras comidas. Poníanles en las espaldas, como carga, mucho papel y otro como rocadero, que servía de penacho hecho de papel, para que con todo este aparato fuese a rescebir al señor de la muerte.
El entierro de las mujeres se hacía casi por el mismo modo. A las señoras enterraban con grande majestad, vestidas ricamente, y algunas criadas, que se mataban por acompañar a sus señoras y hacerles algún servicio en la jornada, paresciéndoles que morirse era como pasar de una tierra a otra, y que lo que era nescesario en la vida había de ser nescesario en la muerte, y por esto, enterraban a las criadas cargadas de comida. Acabado el entierro, el marido y parientes, y todas las señoras, hacían un solemne llanto; el marido diciendo que le había sido buena mujer y texido buenas mantas y camisas; las señoras y mujeres principales decían que había sido muy honrada, que había bien criado sus hijos y hecho mercedes a sus criadas. De allí, después deste llanto, se iban al templo del dios de la muerte, donde hacían sus sacrificios y se la encomendaban.
A las otras mujeres de menos suerte enterraban con menos pompa y ruido, salvo que en los estados había diferencia, porque a las viudas enterraban diversamente que a las casadas, y esta diferencia también guardaban con las doncellas, que, con las casadas, echaban en la sepoltura los adereszos de la cocina y el exercicio principal en que solía entender, rueca o telar. En la sepoltura de la viuda echaban alguna comida y llevaba el tocado y traje diferente de la casada. La doncella iba vestida toda de blanco, con ciertos sartales de piedras a la garganta; echaban en la sepoltura rosas y flores; los padres hacían gran llanto, y de ahí a un poco se alegraban, diciendo que el sol la quería para sí, y encomendábanla luego a una diosa que se llamaba Atlacoaya, en cuya fiesta sacrificaban indias, las cuales daban a comer a los dioses, que, por número, eran cuarenta.
Estas y otras muchas cerimonias ordenadas por el demonio tenían los indios desta tierra, las cuales, por ser muy varias, e mi intento tractar del descubrimiento y conquista de la Nueva España, no las escribo, por extenso, contento con haber dado en este primero libro desta mi crónica alguna noticia de los rictos y costumbres que en esta tierra había; porque no era razón que habiendo de escrebir el descubrimiento y conquista della, no dixese primero algo de lo que a su inteligencia pertenescía, remitiéndome en lo demás a un libro que sobre esto está hecho, el cual, a lo que pienso, saldrá presto a luz, y porque, para tractar del descubrimiento y conquista desta tierra (que será en el segundo libro), abren el camino los muchos pronósticos que los indios tenían de la venida de los españoles decirlos he en el capítulo siguiente.
Capítulo XXXII
De los pronósticos que los indios tenían de la venida de los españoles a esta tierra.
Muchos años antes que los españoles conquistasen esta tierra debaxo del nom y bandera del gran César don Carlos, Emperador quinto deste nombre, los indios tenían dello grandes agüeros y tan ciertos pronósticos, que, como si lo vieran lo afirmaban por muy cierto, y así los demás se recelaban, y de mano en mano venía el antiguo pronóstico a noticia de los presentes, aunque en cada edad tenían nuevas adevinanzas por sacerdotes y hombres sabios antiguos, a quien todos los demás daban mucho crédito. La primera profecía y adevinación desto fue de aquel Capitán y caudillo que de la antigua México traxeron cuando comenzaron a conquistar y poblar esta tierra, el cual, como dixe en el capítulo (en blanco), viendo que los suyos no querían volverse a su antigua tierra, les dixo: «Aunque pasen muchos años en medio, del occidente vendrán hombres barbudos y muy valientes, los cuales, por fuerza de armas, aunque no sean tantos como vosotros, os vencerán y subjectarán, poniéndoos debaxo del imperio y señorío de otro mejor y más provechoso señor que yo; tomaréis nueva ley, conosceréis un solo Dios y no muchos; cesarán los sacrificios de los hombres; en vuestro vivir siguiréis su manera y modo; quebrantarán y desharán los ídolos de piedra y madera que tenéis y no se derramará más sangre humana; porque el Dios que conosceréis es muy grande y piadoso. Esta gente vendrá después, poco a poco, a nosotros, y de ahí adelante se irá dilatando por muchas gentes y lugares de toda esta tierra; estad advertidos, aunque no faltará después quien os lo diga, y sed ciertos que será así.» Acabada esta breve plática, no sin lágrimas de los que bien le querían, se despidió y volvió a su tierra con algunos que le acompañaron.
Después deste pronóstico y adevinanza, luego que comenzaron los Reyes y Emperadores a gobernar y señorear esta tierra, por boca del demonio, que muchas veces se lo dixo por palabras no muy claras y por señales que vieron en el cielo y grandes agüeros en la tierra, barruntaron y entendieron que del occidente habían de venir hombres en traje, lengua, costumbre y ley diferentes, más poderosos que ellos, y así, algunos años después desto, un indio muy viejo, sacerdote de un demonio que se decía Ocilophclitli, muy poco antes que muriese, con palabras muy claras, dixo: «Vendrán del occidente hombres con largas barbas, que uno valdrá más que ciento de vosotros; vendrán por la mar en unos acales muy grandes, y, después que estén en tierra, pelearán en unos grandes animales, muy mayores que venados, y serán sus armas más fuertes que las nuestras; daros han nueva ley y desharán nuestros templos y edificarán otros de otra manera; no habrá en ellos más de un Dios, el cual adoraréis todos; no derramaréis vuestra sangre ni os sacarán los corazones; no tendréis muchas mujeres; viviréis libres del poder de los caciques que tanto os oprimen, y aunque al principio se os hará de mal, después entenderéis el gran bien que se os siguirá.» Acabado este razonamiento, ya que quería expirar, le oyeron hablando con el demonio, que decía: «Ya no más: vete, que también yo me voy.» Rindió el ánima con estas palabras. Dixeron los indios que de ahí adelante, mientras vivieron, nunca vieron en aquel pueblo señal de fuego ni oyeron voces en el aire como casi continuamente oían y vían. Sabido esto por toda la tierra, se comenzaron llantos generales que duraron muchos días.
Después destos pronósticos, adevinanzas y agüeros, en tiempo de Motezuma, el último Rey e Príncipe de los mexicanos, hubo muchos sacerdotes y hombres viejos que, hablando diversas veces con el demonio, supieron cómo unas tierras cercadas de agua (eran éstas las islas de Sancto Domingo, Puerto Rico y Cuba), lexos de estas tierras estaban conquistadas y pobladas de otra gente que había venido de una muy gran tierra, muy lexos de aquellas tierras cercadas de agua, y que esta gente vendría muy presto a esta tierra, y que aunque no fuese mucha, sería tan fuerte, que cada uno podría más que muchos dellos; llamarlos y, han, hijos del sol y teotles, que quiere decir «dioses», y que las señales que antes desto verían serían grandes humos por el aire y cometas por el cielo, andando de una parte a otra, y que del levante al poniente verían ir una llama de fuego a manera de hoz, yendo discurriendo como garza en el vuelo, y que oirían grande ruido y voces, aullidos y gritos por los aires de espíritus malos que lamentarían la venida de los nuevos hombres.
Estos pronósticos, agüeros y adevinanzas y otros muchos más que, por no tenerlos por tan ciertos como éstos no hago dellos aquí mención, publicaban los indios después que los nuestros entraron en esta tierra, variando y multiplicando más cosas de las que la verdad de la historia suele admitir, las cuales, aunque por su variedad fueran sabrosas de oír, remitiéndolas a su propio lugar, donde se tractará más o por extenso, pasaré al segundo libro, del cual comenzará el descubrimiento desta tierra.
Libro Segundo...
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