Vasco de Quiroga. Julio 24 de 1535
[Contra la provisión de la Corona de 1534 en la que se permitía la esclavitud en caso de guerra justa o rescate]
CAPÍTULO I
Muy magnífico señor: Por las cartas que a vuestra merced escribí con los postreros navíos que de estas partes partieron antes de éste, y también con el padre prior de San Agustín, fray Francisco de la Cruz, me ofrecí, demás de lo que esta Audiencia Real escribía, tomar trabajo de avisar más largo y particular sobre algunas provisiones que de ese Real Consejo de las Indias han emanado por siniestras relaciones de personas que, en la verdad, no tienen tanta experiencia, o tan buen entendimiento de las cosas cuanto convendría, o, por ventura, no estarían tan libres de algunas pasioncillas, de codicias y otros intereses particulares cuanto sería menester, o quizá de alguna ilusión del antiguo adversario de toda buena obra que les imprime en la fantasía, de manera que viendo no vean y oyendo no entiendan.
Una cosa cierto sé, que parece que hay más razón de ser creídos los que el apóstol de esta tierra, que es su Majestad y ése su Real Consejo de las Indias, tiene puestos en su mano para velar e informar sobre todo, tan fielmente como deben, a los cuales, por el lugar y mano que tienen en esto por su Majestad, creo yo y no tengo duda, sino que el verdadero pastor los informa, para que informen y hagan bien la guardia del ganado a ellos encomendado. «Pastor que también haces, como dice el evangelista San Lucas, que los pastores velen por aquella región, haciendo centinela de noche sobre su rebaño»; y como lo dice San Ambrosio sobre estas mismas palabras:
Contemplad el inicio de la Iglesia que surge: Cristo nace y comienzan a vigilar los pastores, aquéllos que habrían de congregar en el aprisco del Señor los rebaños de las naciones que antes vivían a manera de brutos, a fin de protegerlos en la oscuridad de la noche contra incursiones de bestias espirituales. Y en verdad vigilan bien aquellos pastores a quienes mantiene informados el buen pastor.
Porque, de otra manera, quien pensare atinar el gran negocio de esta tierra bien cierto soy que vigila en vano.
Y porque querría cumplir lo que prometí, y se comiencen ya a describir algunos de los muchos malos engaños que de esta cosa de esta tierra la buena fe de quien en ausencia y aun en presencia le gobierna recibe, como testigo de vista y experiencia cierta, diré lo que siento.
Y digo, con el acatamiento que debo y sometiéndome a todo mejor parecer, que la nueva provisión revocatoria de aquella santa y bendita primera que, a mi ver, por gracia e inspiración del Espíritu Santo, tan justa y católicamente se había dado y proveído, allá y acá pregonado y guardado sin querella de nadie, que yo acá sepa (porque, ante quien la cosa entienda, no se osan quejar de semejante cosa, seyendo contra equidad y justicia) los que tienen minas y no tuvieren ánimas ni ánimos de poblar la alaben; que los verdaderos pobladores, cierto soy, ven claro lo que es: la total perdición de toda la tierra. Porque, aunque a aquéllos hincha las bolsas y pueble las minas, a estos verdaderos pobladores destruye y despuebla los pueblos; y a estos miserables que por ella, como rebaños de ovejas, han de ser herrados quita las vidas con las libertades; digo a aquestos pobrecillos maceoales, que son casi toda la gente común, que de tan buena gana entran en esta gran cena, que en este Nuevo Mundo se apareja y guisa, sin se excusar ni fingir cristiandad, como sus caciques y principales (o tiranos por ventura) lo hacen, a quien se da ahora por esta nueva provisión facultad que los vendan e hierren, lo que fuera por ventura mejor empleado que en ellos se hiciera; porque, quitándoles a estos caciques y principales el ser y costumbre de tiranos que tenían, y de ser casi adorados y reverencias por dioses, como lo eran, no creo que les haga la cena, por donde esto se les quita, tan buen estómago como a estos maceoales y gente común que, juntamente con la religión cristiana y salud de las ánimas, sanan y salen también de tantas tiranías.
Por do parece que los unos, según razón, han de aborrecer, y los otros entrañablemente amar la religión cristiana; y así se ha visto y ve de cada día más por la experiencia, y, por esta razón entre otras y por los secretos juicios de Dios, se esperaba entre aquestos pobrecillos (que así se quiere y se ordena que ahora se hierren), en estas partes, muy grande Iglesia y perfecta cristiandad, por quien lo sabe y entiende como se debe saber y entender. Como no se espera sino todo lo contrario de aquestos otros sus principales, tales como tengo dicho, favorecidos ahora más contra ellos por la nueva provisión, que permite el hierro de rescate que dicen; ni se debe esperar otra cosa, sino que los han de herrar y vender sin piedad todos, así por sus intereses como por se vengar de los que, en la verdad, convenía mucho ser favorecidos contra ellos así por la seguridad que hay en favorecer a los que están tan bien con nuestra religión cristiana, y la aman y quieren tanto por los intereses que con ella se les siguen a las ánimas y a los cuerpos, como porque les descubren sus idolatrías y borracheras y fingidas cristiandades por algunas de las cuales, que así se han denunciado y descubierto por éstos que han de ser ahora así herrados, ya sus amos han sido castigados, quedando ellos por ello amenazados de ellos.
De manera que ya la cosa de esta tierra se iba mucho asegurando y entendiendo, porque ya los mayores y principales, con estas y otras semejantes cosas, temían de hacer cosas que no se deban delante de los maceoales, que son la gente común de quien éstos se sirven, que son los que a título de esclavos, sin serlo más que yo, como adelante se dirá, ahora por la nueva provisión, han de ser herrados y vendidos y comprados, como tengo dicho, sin ninguna piedad, para que mueran de mala muerte en las minas, y no para ser doctrinados, como allá siniestramente se informa, y casi de balde y a manera de decir treinta por un dinero, por vengarse o salir de entre ellos, o sacarlos de entre sí y no ser de ellos así descubiertos, engañándolos y forzándoles y atemorizándolos para ello, y para que confiesen ser esclavos con su bárbara crueldad e inhumanidad, y sin ninguna contradicción y resistencia de parte de estos miserables, que no la saben ni osan tener, porque los temen, acatan y obedecen como a dioses o como a tiranos; que todo, al fin, es una fuerza y violencia y tiranía. Pero no que sea esto de manera que se pueda probar, ni cosa que pueda así luego averiguarse, como la provisión lo presupone con otros presupuestos al hecho y práctica de ellos imposibles (en que está el engaño manifiesto), que es presuponer, como se presuponen, cosas por hacederas que son imposibles efectuarse por la grande humildad, sujeción, opresión y obediencia de aquestos pobres maceoales, y por la condición, manera y codicia desenfrenada de nuestra nación, que en ninguna manera esto allá se podría imaginar cuánto y de la manera que sea.
Lo cual todo, con el auxilio y favor divino, iba ya cesando y la cosa se entendiendo y se desentiranizando, y la gente maceoal se animando y esforzando, y pidiendo su justicia y libertades (por sus libelos de pinturas), por tan buena manera y con tanto silencio (que es el culto de la justicia), que esto es cosa increíble a quien no lo ve, y tanta consolación y gozo del ánima para quien en ello entiende, que no se siente el trabajo del cuerpo que se recibe ni el quedar defraudado en las horas del comer y reposo, porque sus intenciones, simplecillas y buenas, no queden defraudadas en sus libertades; y en la notoria justicia y derecho que en ello, a mi ver, tienen, pretenden y piden, con tan buenos modos y maneras y medios, reposo y razonamientos que tienen en lo pedir, que cierto es, a mi ver, gran vergüenza y confusión para la soberbia nuestra; y también porque no se estén ni perseveren en sus tiranías pasadas en tiempo de Majestad tan católica; si el antiguo conturbador Satanás así ahora con esta nueva provisión todo no lo contaminara y conturbara.
Con que se ha quitado y conturbado casi toda la esperanza del bien espiritual y temporal que de aquestas gentes en esta tierra se esperaba, y defraudado a algunos santos varones, que en ella (por la ganancia de sus ánimas y de las de estos pobrecillos) residen, de casi todo el interés que en ella pretendían, que es instruirlos y encaminarlos cómo salven sus ánimas; y hagan con el favor divino y de su Majestad, por arte y buena y católica industria y policía, como esta pobre gente se hagan bastantes en los cuerpos para sufrir y llevar adelante la carga y no gemir y, al fin, morir debajo de ella. Y para todo esto algo mejor escuela sería, a mi ver, la de mi parecer, que ya debe estar menospreciado o a lo menos olvidado, que no la confusión e infierno de las minas, donde no hay orden alguno, sino habita un horror sempiterno, donde estos pobrecillos miserables, que así han de ser herrados, han de ir a maldecir el día en que nacieron. Pues, quitándoles a estos tales varones, que tantos sudores, vigilias y trabajos y cansancios han sufrido y sufren por este su solo y santo interés que así en esta gente pretenden, todo su bien y toda su gloria y esperanza, ya vuestra merced podrá pensar lo que harán, que será por ventura, desampararlo todo, por no ver ante sus ojos lástima tan grande, y retirarse afuera a los montes a llorarla toda su vida, y decir lo de Salomón en el Eclesiatés, 4.° capítulo:
Vi las calumnias que se levantan debajo del sol y las lágrimas de los inocentes, sin haber nadie que los consuele; y la imposibilidad en que se hallan de resistir a la violencia, estando destituidos de todo socorro. Por lo que preferí el estado de los muertos al de los vivos; y juzgué más feliz que unos y otros al hombre que no ha nacido ni ha visto los males que se hacen debajo del sol.
Pues do tantos inconvenientes y perjuicios hay, razón es de abrir los ojos y las puertas al remedio, y con ello también la voluntad y el entendimiento a la verdad y existencia de los casos y de las cosas, y no a las apariencias; y que se haga en todo de manera que no sea dar ley a solas las palabras; y dejar sin ley las cosas, y sin remedio posible, probable y practicable, porque el que no es posible ni practicable no es remedio, sino color para el mal; y en esto y en todo se tenga toda circunspección y mucho recatamiento y miramiento. Porque, donde entre gentes mayormente bárbaras se han de enjerir e introducir de nuevo buenas costumbres y desarraigar las malas y plantarse la fe de nuestra cristiana religión con la esperanza y caridad de ella, y esto en tierra tan extraña y ajena de semejantes virtudes, y no por sola voluntad, sino por una muy fuerte y firme obligación de la bula del Papa Alejandro, concedida a los Reyes Católicos, de la gloriosa memoria, que me parece que trae más que aparejada ejecución, cierto gran miramiento y recatamiento y diligencia es menester. Y la bula en dos partes, entre otras, dice estas palabras:
Que vosotros estéis decididos y obligados a inducir diligentemente esos pueblos, islas y tierras a que reciban la religión cristiana (y lo repite un poco después). Además os mandamos en virtud de santa obediencia que, tal como lo tenéis prometido y no dudamos que lo haréis, conforme a la extremada grandeza de vuestra devoción y de vuestro real ánimo, que, empeñando en ello toda la debida diligencia, habéis de enviar con destino a las dichas tierras firmes e islas, varones santos y temerosos de Dios, doctos, perfectos, [para] imbuir[las] en la fe católica yen buenas costumbres.
Y así que cierto, sin duda, a mi ver, donde tantas cosas y circunstancias se han de mirar y proveer, a que se ha de tener respecto, no basta mediana diligencia, ni mirarlo así como quiera y como de paso, porque de este poco miramiento y recatamiento nace el error en las cosas, como cierto no poco notablemente lo dice el cristianísimo doctor Juan Gerson, partida 2ª, partícula XVI, De solicitudine ecclesiasticorum, en estas palabras, que, sin embargo de la prolijidad, no me pareció que se debían dejar de poner aquí, por ser cierto a mi ver muy notables, que dicen así:
En este asunto se comprende de dónde proviene el error tan frecuente en los juicios que se refieren al hombre y a sus costumbres. Hay quienes se fundan sólo en reglas generales, como son las sentencias proverbiales y los dichos autorizados de los santos; hay quienes se dedican completa y únicamente a examinar lo singular sin llegar a ninguna resolución que alcance los principios, o por ignorantes o por negligentes, bien porque atienden únicamente a la letra y a la materialidad sin espíritu, bien porque tal o cual malicia suya les pone venda en los ojos. Hay otros hombres, discretos y prudentes, que con cuidadosa experiencia van juntando y componiendo las cosas singulares y con sabiduría las sintetizan en reglas generales, apuntando igualmente la razón de la ley encontrada; lo cual tiene efecto, a veces, elevando la mente a ordenamientos divinos; a veces, recurriendo a reglas humanas. Lo primero se realiza por la virtud que Aristóteles llama gnómica; lo segundo, por la epikeya, que podemos nombrar buena equidad. Y, puesto que son rarísimos tales hombres discretos, ya que se requiere una larga aplicación de la experiencia junto con erudición, no conviene andar buscando en todos los individuos juicio sólido para esos asuntos relativos al hombre y a sus costumbres, ni tampoco hay que presuponer que cualquiera deba dar ese juicio sólido, sobre todo, sin tener la verdadera información que se exige sobre tal caso con todas sus circunstancias.
Y pues por razón del lugar que indignamente tengo, y por así mandarlo su Majestad por sus provisiones y vuestra merced por sus cartas, es necesario dar parecer, más por obedecer y descargar que no por presumir ni osar, entonces procederá y se hará esto menos mal, según lo dicho, cuando, miradas bien todas las circunstancias y hechas todas experiencias, se haga.
CAPÍTULO II
Que los inconvenientes que parece que hay en estas partes en los esclavos de guerra son, en los ya pacíficos, la codicia desenfrenada de nuestra nación; y, en los por pacificar, su defensa natural, que parece que naturalmente tienen contra nuestras violencias, fuerzas, opresiones y mala manera que tenemos con ellos en su pacificación por nuestra codicia, para que, vistos, se vea cómo no se deben permitir en esta tierra esclavos de guerra ni de rescate, estaba muy bien santa y justamente prohibido por la Primera Provisión.
Y así digo que, atento y bien mirado y recatado todo esto, en cuanto a la primera provisión y consideraciones que tuvo, según que por ella parece, a qué me refiero, que la experiencia cierta muestra y ha mostrado ser y hasta haber sido muy justas, santas y verdaderas, cierto, a mi ver, no merecía ser revocada, sino muchas veces confirmada como cosa justa, santa y honesta, y muy cierta y verdadera y notoriamente buena. Porque así pasa, en hecho de verdad, como en ella se contiene, y la desenfrenada codicia de los que acá pasan lo causa, que por cautivar para echar en las minas a estos miserables; en cuya conservación, después de Dios, está la suya propia de ellos mismos, porque sin estos naturales no se pueden sufrir ni conservar día: a los ya pacíficos y asentados los levantan, y siempre han de levantar que rabian, y los han de hacer levantadizos, aunque no quieran ni les pase por pensamiento, inventando que se quieren rebelar, o haciéndoles obras para ello y para que las piedras no las puedan sufrir, como no ha mucho que se vio por la experiencia, y no con poco escándalo de todos y más de estas plantas tiernas en la fe, y de la buena conversión de esta tierra, que yo no sé cómo ésta en ella se haga, ni cómo crezcan y convalezcan, ni vengan en conocimiento de ella, si en nosotros no hallan fe ni seguridad alguna para con ellos, y, si de nosotros estas gentes no se fían, por nuestro poco sosiego y desenfrenada codicia, ni sienten que nos fiamos de ellos.
Y así fue cosa de mucha lástima lo que pocos días ha aconteció sobre otro tanto que les levantaban que se querían levantar, que, como los inocentes indios sentían el levantamiento no suyo contra los españoles, sino de los españoles contra ellos y contra razón (como después pareció, porque nunca se halló cosa alguna contra ellos por muchas diligencias que se hicieron, salvo toda inocencia), tomaban algunos sus hijos y mujeres y pobre ajuar, y se iban, desnudos y desarmados como andan, a guarecer a las casas de los mismos españoles (y porque viesen su inocencia), temblando, que no sabían dónde se meter; y otros, de miedo, se salían secretamente de esta ciudad.
Y a la sazón aconteció cerca de esta ciudad, en Tezcuco, andando la gente española entendiendo en esto, a mi ver, como león que ruge rondando a quién devorar, una cosa de notar, que pareció como presagio de lo que andaba y después aconteció, o, por mejor decir, permisión divina, si es verdad, como lo es y lo dice San Juan Crisóstomo, comentando el Evangelio de San Mateo: «En todos los acontecimientos rige una misma plenitud de orden y sentido, para que no se piense que suceden al acaso, sino que se entienda que han sido dispuestos por la providencia de Dios»; que un león asaz grande salió del monte y tomó un muchacho indio en las uñas, y, andando jugando con él el juego del gato con el ratón, para después le comer, a las voces y lágrimas del muchacho, que estaba en los brazos del león, acudió otro indio leñador, que estaba cerca y veía lo que pasaba, y, arrojando al león la hacha de cobre que traía, le acertó en la boca y en los dientes, y así el león, lastimado y enfrenado de la boca y de la codicia, dejó al muchacho, sin le hacer mal, y se fue. Y otro día volvió al regosto hasta las casas o bohío de la morada del padre del mismo muchacho, donde hirió y rasguñó a otros muchos indios, los cuales, así heridos y mal rasguñados, nos trajeron el león muerto al acuerdo, muy alegres, y decían y afirmaban que nunca se había querido ir, ni dejar de molestarlos y hacerles mal, hasta que, a palos con las cosas, le mataron.
El guardián de Tezcuco, fray Luis de Fuensalida, maravillado de tal caso, y a tal coyuntura en que andaban los españoles contra estos indios, levantándoles que rabiaban y que se querían levantar para dar sobre ellos, cuando así los indios nos trajeron el león muerto, nos escribió maravillándose de ello y no sabiendo a qué lo atribuir. Lo que entonces aconteció fue que, si no se pusiera el freno que se puso en aquel desenfrenamiento de españoles que a la sazón andaba, esto vieran hoy muy gran parte de estos naturales no sólo en las uñas del león, pero en papos de buitres y en la buitrera de las minas; porque aquéste es el fin de estos alborotos y, al fin, ha de ser el fin y el cabo, y destrucción también de toda esta tierra, como lo fue en las Islas y Tierra Firme, si Dios no lo remedia por su piedad.
También, demás de esto, en días pasados vi que vinieron al acuerdo de esta Audiencia los principales de Michoacán, y traían consigo a dos hijos pequeños del Cazonci, cacique y señor principal que era de toda aquella tierra de Michoacán y su provincia, y casi tan grande como Moctezuma, ya difunto, y a otro hijo de don Pedro, el que gobierna ahora aquella provincia en nombre de su Majestad, que es el más principal de ella; porque también les levantaban los españoles que se querían levantar, y sobre ello habían estado presos y corrido asaz peligro de sus personas, y tanto, que fue maravilla ser vivos y no ahorcados sin culpa alguna.
Y traían consigo un naguatato de la lengua de México y de Michoacán, por quien nos hablaron, que las lástimas y buenas razones que dijo y propuso, si yo las supiera aquí contar, por ventura holgara vuestra merced tanto aquí de las oír, y tuviera tanta razón después de las alabar, como el razonamiento del villano del Danubio, que una vez le vi mucho alabar, yendo con la corte camino de Burgos a Madrid, antes que se imprimieses; porque, en la verdad, parecía mucho a él, iba casi por aquellos términos, y, para le decir, no había por ventura menos causa ni razón, porque lo que se me acuerda es que, después que nos hubo en el acuerdo muy bien relatado y referido su mala dicha que siempre tenían con sus amos los españoles, en recibir mal por el mucho amor que les tenían y servicios que les deseaban hacer, yen no fiar de ellos, cuanto más entendían en los servir y más los deseaban tener contentos, y que aquello ellos veían que lo hacían pensando sacarles así el oro que ellos no tenían, que así era verdad que ellos no se fiaban de ellos, que no era menester prenderlos ni levantarles, lo que no hacían, que allí eran venidos aquéllos de quien los españoles decían que se temían, que eran los que presentes estaban, para que les cortasen las cabezas, porque sus hermanos y amos, los españoles, viviesen sin recelo, que ellos eran de ello muy contentos; y, si esto no quisieren, que también allí traían a los hijos del Cazonci y a un hijo de don Pedro, que era lumbre de sus ojos, para que estuviesen en prisión o rehenes, con que se asegurasen; y de ellos también y de todos hiciesen lo que más quisieren; que desde allí, para ello se ponían en nuestras manos, con tantas lástimas y encarecimientos y buenas maneras de decir, que hizo la plática llorar al naguatato, que suelen ser para con indios más crueles que Nerón, y de lágrimas no nos lo podía referir, ni tampoco, después de referido, algunos de nosotros sufrirse sin ellas; y de tal arte, que entonces allí algunos de los que allí estábamos, acordándose de ella, comparamos aquella plática a la del villano del Danubio. En tanta manera fue buena y nos contentó.
Y en la verdad, después informados bien de todo, pareció estar inocentes y sin culpa alguna de lo que les habían levantado, y así se volvieron de esta Real Audiencia consolados y alegres en sus tierras, donde al presente están, tan buenos cristianos y tan leales vasallos de su Majestad, y de tan buena voluntad, que es para darse muchas gracias a Dios. Aprovecholes mucho la idea que allí fui, y el pueblohospital de Santa Fe que yo allí dejé comenzado, al cual ha dado y da Dios tal acrecentamiento de cristiandad, que, en la verdad, no parece obra de hombres, sino de sólo El, como yo creo cierto que lo es, pues que El solo lo sustenta, al parecer maravillosamente, y aquello pienso que es gran parte de la bondad no creída ni pensada, antes muy desconfiada de la gente de aquella tierra. A Dios se den las gracias de todo, pues a El solo se deben.
Lo que he dicho ha sido a fin que por las experiencias se ve el peligro que corren los indios que ya están pacíficos y sujetos, pudiéndose hacer esclavos de guerra por la nueva provisión y facultad.
En cuanto a los que nunca fueron sujetos ni requeridos ni pacificados, si queremos también en esto estar recatados y mirar bien lo que pasa, no hay duda sino que aquéstos no nos infestan, ni molestan, ni resisten a la predicación del Santo Evangelio, sino defiéndense contra las fuerzas y violencias y robos, que llevan delante de sí, por nuestras y por adalides, los españoles de guerra, que dicen que los van a pacificar.
Y éstos son los requerimientos que se les dan a entender, y que ellos entienden y ven claramente, que son que los van robando y destruyendo las personas, haciendas y vidas, casas, hijos y mujeres; porque lo ven al ojo y por obra, que es su manera de entender, mayormente en defecto de lenguas; que obras de la predicación del Santo Evangelio éstas no las ven, que, a mi ver, habían de ser las catorce de misericordia que manda el Evangelio, muy contrarias a las que ven y se les hacen y van haciendo; con que, sin duda alguna, muy mejor vendrían al conocimiento de Dios, y se allanarían y pacificarían sin otro golpe de espada ni lanza ni saeta ni otros aparatos de guerra que los alborota y espanta. Porque a las obras de paz y amor responderían con paz y buena voluntad, y a las fuerzas y violencias de guerra, naturalmente, han de responder con defensa; porque la defensa es de derecho natural, y también les compete a ellos como a nosotros.
Porque las palabras y requerimientos que les dicen, aunque se los digan y hagan los españoles, ellos no los entienden, o no se los saben, o no se los quieren o no se los pueden dar a entender como deben así por falta de lenguas como de voluntades de parte de los nuestros para ello; porque no les falte el interés de esclavos para las minas que pretenden por la resistencia, a que tienen más ojo y respecto que no a que entiendan la predicación o requerimientos. Y, aunque lo entiendan, no creen sino que es engaño y ardid de guerra, viendo la gente en el campo tan apercibida y a punto para dar sobre ellos, y las obras y muestras tan contrarias a la paz que les dicen y requieren. Y, aunque lo crean, tienen mucha razón de no se fiar así luego de gente tan extraña a ellos y tan brava y que tantos males y daños les va haciendo.
Pero entonces vendrían de paz, sin recelo, y se haría, cuando confinásemos y conversásemos con ellos, y viesen y sintiesen nuestras buenas obras y conversación de cristianos, si en nosotros las hubiese, y no sólo así se pacificarían, pero conocerían y glorificarían por ello a nuestro Dios y nuestro padre universal y suyo y de todos, que está en los cielos.
Y de esto no se tenga duda que Evangelio es y no puede faltar; y palabra de Dios es que puede el cielo y la tierra faltar y ella no; y de aquesto hay en esta tierra muchas y muy ciertas experiencias. Una sola de muchas diré, porque me la acaban ahora de decir, y pasa así: que en la provincia de Guajaca hay una gente de indios que llaman lo mijes, gente dispuesta y no cobarde en su defensa (porque para mí, en esta tierra, de parte de los indios contra españoles no hay guerra, que todo lo tengo por defensa natural, bien mirado y entendido lo que pasa); éstos fueron guerreados, y en la guerra tomaron al cacique de ellos, y en la toma le dieron una gran cuchillada (como las suelen dar los españoles por solamente probar en ello cómo cortan sus espadas), y después se soltó y se fue a los montes, donde sus maceoales siempre le sirven y andan con él amontonados mucha parte de ellos y jamás nunca después acá han querido, o por mejor decir, nunca han osado servir a derechas. Este, según parece, desea mucho la conversación y habla de españoles y cristianos, y, por el gran miedo que les cobró y las nuevas de crueldades que de ellos oye hasta hoy no se osa fiar de ellos, y, por gozar de su habla y conversación al seguro, a las cuales es aficionado, tiene este estilo: tiene puestas atalayas y, cuando viene por el camino algún español que venga solo, sale él al camino con muchos halagos y comida que le hace traer; y se huelga con él un rato y le envía como mejor puede y se vuelve después al monte; y, si vienen muchos españoles juntos, todo el mundo no le hará bajar, ni les osa hacer bien alguno, porque no se le convierta en mal, resabiado del miedo que concibió de ellos.
Yo creo cierto que aquesta gente de toda esta tierra y Nuevo Mundo, que casi toda es de una calidad muy mansa y humilde, tímida y obediente, naturalmente más convendría que se atrajesen y cazasen con cebo de buena y cristiana conversación, que no que se espantasen con temores de guerra ni espantos de ella, porque, de no se fiar de nosotros ni de nuestra mala jacilla y conversación que tenemos, les viene el huir y alzarse a los montes por evitar los daños, que es defensa natural, a que nosotros llamamos resistencia pertinaz y queremos hacer ofensa. Y por esto se les hace la guerra, que más justamente había de ser compasión de los males y daños, que por no los saber atraer ni pacificar, como el Evangelio y la bula lo mandan, por nuestra gran culpa y negligencia o malicia y codicia reciben; y de aquí les proceden cuantos males ellos tienen y tendrán, que, al fin, todos se han de tomar sobre las cabezas de los españoles que lo causan y no lo miran, como se debía mirar.
Esto digo, porque al cabo por estas inadvertencias y malicias e inhumanidades esto de esta tierra temo se ha de acabar todo, que no nos ha de quedar sino el cargo que no tiene descargo ni restitución ante Dios, si Él no lo remedia y la lástima de haberse asolado una tierra y nuevo mundo tal como éste. Y, si la verdad se ha de decir, necesario es que así se diga; que untar el casco y quebrar el ojo, o colorar y disimular lo malo y callar la verdad, yo no sé si es de prudentes y discretos; pero cierto sé que no es de mi condición, ni cosa que callando yo haya de disimular, aprobar ni consentir, mientras a hablar me obligare el cargo.
Y esto, en cuanto a los esclavos que dicen de guerra, baste y plugiese a Dios que bastase.
Pues, en cuanto a los esclavos de rescate que dicen, cuán santa, justa, buena y verdadera sea la consideración que acerca de ello se tuvo en la primera provisión, inspirada, cierto, sin duda, por el Espíritu Santo (que ahora se revoca por esta segunda), para que no los hubiese ni se hiciesen ni herrasen ni rescatasen, porque por esta vía se hacían muchos esclavos que no lo eran, y cuánta verdad esto sea, y cuánto de equidad y justicia consigo tenga y cómo entre esta gente ningún esclavo que pierda libertad ni ingenuidad haya, y cómo todos sean ingenuos, abajo se dirá asaz largo.
Pues Dios permitió que yo, por experiencia cierta, lo viese y entendiese y supiese no como privado, sino como en la audiencia de sus libertades, que me está cometida por esta Real Audiencia, que hago cada día con sencillez y llaneza entre estos indios naturales sobre sus libertades, donde concurren de muchas y diversas partes gentes muchas a pedir sus libertades y otras cosas, como quien sale y se escapa de una tan gran tiranía, como era en la que hasta ahora (que se ha entendido la cosa) siempre estaban, donde están conmigo cuatro jueces de los mayores suyos, que ellos entre sí tenían, para que vean lo que pasa e informen de sus costumbres, y sepan rechazar lo malo y escoger lo bueno, y donde se les da razón de todo, y de las tiranías y corrupciones de costumbres que tenían, y se les alaban las buenas, lo cual ellos todo reciben con mucha voluntad y gozo, y confiesan públicamente sus errores, y corrigen mucho sus costumbres, y huelgan de ser corregidos, y no solamente huelgan, pero aun lo tienen en gran merced y favor que en ello su Majestad por sus ministros les manda hacer, como todo así se les da a entender, y ellos lo sienten y reconocen mucho y nunca acaban de hacer gracias sobre ello.
¿Pero qué [significa esto] entre tantos? Más vale algo que nada, aunque para que este bien de policía y justicia pueda ser y sea más universal y general y alcance a todos parte, vea vuestra merced bien el remedio que ya está dicho en mi parece? que allá envié, que por ventura no se hallará tan presto otro que sea tan bastante, ni tan necesario, ni tan universal, ni tan fácil a estos naturales, atenta la calidad y manera de la tierra y naturales de éste en todo Nuevo Mundo, si bien se mirase y no se menospreciase, ni tan aplicado para todo lo necesario.
Pero, entretanto, ya siquiera parecía haberse en esto hallado algún camino por donde estas gentes viniesen en algún buen conocimiento de las cosas divinas y humanas, y del bien que es ser sujetos a su Majestad católica y a su justicia, y del amparo que en ella tienen de la tiranía en que estaban, si esta nueva provisión todo no lo turbara, de lo cual, hasta ahora, poco caso o ninguno se hacía, porque en cuanto a esto, hasta ahora, salvo solamente en cuanto a saberlos muy bien esquilmar hasta sacar sangre y raer hasta lo vivo, casi ningún caso se hacía de ellos. Y no sé por qué, siendo como son por naturaleza tan dóciles; aunque miento, que sí sé por qué no les conviene que sean tenidos por hombres sino por bestias: por servirse de ellos como de tales a rienda suelta y más a su placer, sin impedimento alguno; y así también estarán siempre muy lejos de este bien de policía todos los que estuvieren derramados por los campos, que son casi todos, salvo éstos de esta comarca en derredor de México, que están algo más juntos y concurren algunos, como tengo dicho, a estas cosas de justicia, hasta que, placiendo a Dios, se junten en pueblos de ciudades grandes, donde se les puedan dar ordenanzas buenas, que sepan y entiendan y en que vivan, y se pueda tener cuenta y razón con ellos.
Y no se debe vuestra merced descuidar en cosa de tanto momento e importancia, porque, sin ella, dudo yo en estas partes poderse hacer cosa buena, ni poderse conservar estos naturales; y en esto se haría más de lo que se piensa, porque, a causa de estar así derramados y solos por los campos, padecen cuantos agravios y necesidades padecen; y no son bastantes ni suficientes para poder sustentarse así y llevar las cargas que tienen a cuestas. Porque para esto, como tengo dicho en mi parecer, que dice San Cirilo, fueron halladas y recogidas las ciudades y policías de ellos, «para que, con la comunicación deferente de los miembros de la sociedad, las cosas humanas marcharan no sólo con suficiencia sino también de manera altamente apacible», como más largamente allí dije. Porque mal puede estar seguro el solo y mal puede ser bastante para sí, ni para otros, el que ninguna arte ni industria tiene, ni tuvo, ni se le da para ello que bastante sea; sino que por falta de ésta, muchos y por ventura los más de esta gente, se mantienen de raíces y de las yerbas, y, aunque quieran ganarlo con los ingenios y con los cuerpos, no hallan a dónde ni tienen arte ni manera para ello, y así, de necesidad, unos a otros se venden: veces hay, por un puño o celemín o chicubí de maíz; y otros hay comen mosquitos y gusanos y otras cosas semejantes, por falta de esta buena industria y policía, siendo en la verdad ingeniosísimos por naturaleza para toda arte y grandes vividores, tanto que no se podría creer.
Y no reciba pesadumbre vuestra merced, que esto téngolo de inculcar cuantas veces se ofreciere y pudiere, porque sé de cierto que en solo esto está la salud sola y toda de esta tierra y naturales de ella, y no menos de los españoles, si lo quisiesen mirar y ver conservada en espiritual y temporal en el servicio de Dios y de su Majestad, y a provecho general y común de todos así españoles como naturales, esta tierra asaz digna de ser conservada.
CAPÍTULO III
Cómo y por qué a estos naturales no se les puede hacer justa guerra ni toma, sino pacificación e instrucción en la fe y buenas costumbres, y cómo éstas comodísimamente se harían a servicio de Dios y su Majestad y a provecho de todos y sin perjuicio ni agravio del derecho de estos naturales
En cuanto a las consideraciones que se tuvieron en la segunda provisión, así como no tengo duda de la verdad, equidad y santidad de las consideraciones de la primera, así también no dudo del gran engaño que se ha recibido en esta provisión segunda, revocatoria de ella. Las consideraciones y causas que parece que la quieren justificar, y ella con ellas, cierto santas y buenas y justas serían, como lo parecen en las palabras y apariencias, si así también tuviesen las existencias, quiero decir, si así tan fácilmente se pudiesen justificar en la obra como se justifican en la palabra y como se muestran las razones, y si posible fuesen las condiciones y limitaciones, modificaciones y circunstancias con que se justifica.
Pero, si, como dicen, obras son amores, que no buenas razones; y los presupuestos sobre que se fundan faltan, y las condiciones y limitaciones con que se justifica son imposibles, que no se pueden efectuar ni aplicar al hecho, ni han de servir a más de bien parecer y untar el casco y quebrar el ojo y dar autoridad y color al mal recaudo sin remediarlo y mayor licencia, facultad y atrevimiento e incentivo de herrar en ello, no sé para qué se colore y permita con limitaciones y modificaciones imposibles, lo que sin ella ni se permitiría, ni se podría justificar ni sufrir; pues no es esto dar ley ni limitación ni remedio ni orden posible a las cosas, sino solamente a las palabras. Y nada y lo inútil todo es nada, sino es para que tengan los codiciosos más ocasión y aparejo de se atrever y herrar a rienda suelta y a codicia desenfrenada, sin temor de la pena del alma ni del cuerpo, como tengo dicho.
Porque en cuanto a los esclavos de guerra, no se hallará, en hecho de verdad, para que se pueda justificar la guerra contra estos naturales, como la provisión lo requiere, que ellos nos infesten, molesten ni impidan paso, ni recobranza de cosa nuestra, ni se rebelen, ni resistan la predicación evangélica, si ésta les fuese ofrecida con los requisitos necesarios y como tengo dicho: yendo a ellos como vino Cristo a nosotros, haciéndoles bienes y no males, piedades y no crueldades, predicándoles, sanándoles y curando los enfermos, y, en fin, las otras obras de misericordia y de la bondad y piedad cristiana; de manera que ellos en nosotros las viesen: consolando al triste, socorriendo al pobre, curando al enfermo y enseñando al que no sabe y animando al que teme y se escandaliza y de miedo huye; y le levantan que resiste y que rabia; y, quitando las causas y ocasiones del temor y escándalo que reciben, porque así escandalizados no huyan a los montes, y defiéndense en hecho de verdad, naturalmente de defensa natural, huyendo los agravios y males que se les van haciendo, no les levanten que resisten ofendiendo; porque de ver esta bondad se admirasen, y admirándose creyesen, y creyendo se convirtiesen y edificasen, y glorifiquen a nuestro Padre celestial, y no pensasen, viendo las obras de guerra, tan contrarias a las palabras de la predicación de la paz cristiana que se les dice y predica, que se les trataba engaño; antes conociesen y viesen claro que se les traía verdad, salud y salvación, y provecho para los cuerpos y para las ánimas.
Porque, si así se pacificasen y persuadiesen, y requiriesen antes de hacerles guerra, no digo yo el infiel gentil, tan dócil y hecho de cera para todo bien como estos naturales son, pero las piedras duras con sólo esto se convertirían, sin menester otro golpe de lanza ni espada ni otro desasosiego ni espanto de guerra alguno ni cautividad de gente libre y tan mansa y doméstica como aquésta, y tan poco infesta, ni molesta ni dañosa, antes toda provechosa como enjambre de abejas para nosotros como en la verdad lo son en tantas maneras, que no se podría decir ni creer, si, como conviene, los supiésemos conservar, atraer y convertir.
«Deberían ser enviados, como dice por otro tanto como esto el Cayetano, 2a, 2ac y 66, artículo octavo, a los tales [indígenas] predicadores que, siendo santos varones, los conviertan a Dios con la palabra y el ejemplo; y no que los opriman, despojen, escandalicen, sometan y a la manera de los fariseos los hagan doblemente hijos del infierno». Pues que éstos no eran ni son enemigos nuestros, pues no nos molestaban, antes amicísimos de todos los sacramentos de la Iglesia, después que una vez se los dan a entender: ni tampoco éstos tales se pueden decir hostes ni enemigos del nombre cristiano, sino solamente infieles que nunca habían tenido noticia de él, que no merecen, por sólo ser infieles, ser guerreados por fuerza de armas ni violencias, ni otros malos tratamientos, sino con buenos ejemplos de obras y persuasiones y predicación de palabras convidados y atraídos como lo dice la autoridad dicha:
Para cuya evidencia, como el mismo cardenal de San Sixto, Cayetano, allí dice sacado aquí a la letra, hay que saber que los fieles respecto a los príncipes cristianos se catalogan en tres grupos: Hay algunos que son súbditos de los cristianos de hecho y de derecho, como los judíos, herejes y moros que están en tierras de cristianos. A los tales se les priva, como a los herejes, o de unas cosas o de tener esclavos, mujeres, etc., conforme a los sagrados cánones, según aparece en los títulos De Judaeis et Sarracenis yen los Decretos, distinción 5, 4. Y no solamente la Iglesia, sino también los príncipes a quienes civilmente estén sujetos pueden establecer leyes contrarias a ellos; en favor del nombre cristiano, tal como lo pueden hacer por diversas causas piadosas.
Hay otros infieles que son súbditos de derecho, mas no de hecho, respecto a príncipes cristianos, como son los infieles que ocupan tierras de cristianos, a cuyos príncipes o sus herederos, si viven, aquellos infieles están sujetos de derecho, como quiera que se hallan en ajeno dominio. En caso de no sobrevivir ningún heredero, por derecho de la Iglesia romana han de sujetarse a algún otro cristiano (designado) por la Sede Apostólica, a quien atañe en este caso proveer lo concerniente al príncipe cristiano en favor de la fe. Ellos no sólo son infieles, sino enemigos de los cristianos; y, si tocante a sus cosas algo fue sancionado legalmente por los dichos príncipes, ha de efectuarse en su ejecución por pública autoridad, no dejándolo a la rapiña y a los hurtos de la iniciativa privada. Sin embargo, en cuanto a hacer la guerra a tales infieles, cualquier gobernante cristiano que tenga autoridad de declarar la guerra por la propia república puede hacerla a dichos infieles, contando con el voto común del pueblo cristiano, aunque sea tácito, y puede poseer lícitamente lo que llegue a obtener, siempre que no sobreviva algún heredero cristiano; pues, si sobrevive, ha de restituírsele lo suyo. Ese voto común de los cristianos lo manifiesta la solemnidad celebrada siempre en Roma nuestra común Iglesia por las victorias de cualesquier príncipes cristianos que hayan guerreado contra los mahometanos.
Pero hay otros infieles que ni de derecho ni de hecho están sujetos a los príncipes cristianos conforme a la jurisdicción civil. Tal es el caso de aquellos paganos que nunca fueron súbditos del Imperio Romano y que habitan tierras jamás nombradas como de cristianos. Las autoridades de esos lugares, aunque infieles, son legítimas autoridades, sea que se gobiernen de acuerdo al sistema regio, sea que se ajusten al régimen de participación ciudadana. En virtud de su infidelidad, no están privados de dominio sobre los suyos, toda vez que el dominio sea por derecho positivo, y la infidelidad se refiere al derecho divino, el cual no hace desaparecer el derecho positivo, como se trató en la cuestión. Sobre esto no conozco ley alguna tocante a lo secular.
Contra estos últimos infieles, ningún rey, ningún emperador, ni la Iglesia romana, puede mover guerra para ocupar sus tierras o para sujetarlos políticamente, puesto que no hay ninguna causa de guerra justa. Jesucristo, rey de reyes, a quien ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, envió para la conquista del mundo no soldados con armamento, sino predicadores santos, como ovejas entre lobos. Por eso, ni siquiera en el Antiguo Testamento, cuando había que tomar con mano armada la tierra de infieles, en ninguna parte leo que se haya declarado la guerra a alguien por el simple hecho de no ser creyente. Se hizo, bien porque les impedían el tránsito a los hebreos, bien porque los habían ofendido, como los madianitas, bien porque habían de recuperar lo suyo, otorgado por divina largueza.
En consecuencia, nosotros pecaríamos gravísimamente, si pretendiésemos dilatar la fe de Cristo Jesús por este camino. No llegaríamos a ser sus legítimos señores, sino cometeríamos grandes latrocinios y quedaríamos obligados a la restitución, como responsables de una guerra injusta.
Pero a mi ver esto se ha de entender en infieles políticos que a lo menos saben y guardan la ley natural y no honran muchos dioses, y tienen rey y Ley, y vida política y ordenada, como parece que el mismo Cayetano quiso sentir allí donde dice: Sea que se gobiernen de acuerdo al sistema regio, sea que se ajusten al régimen de participación ciudadana, y ordenanzas buenas por donde se rigen y gobiernen, puesto que no nos sean hostes ni molestos; y no en gente bárbara que carece de todo esto y viven derramados como animales por los campos sin buena policía, y se crían a esta causa malos, fieros, bestiales y crueles, perjudiciales, inhumanos e ignorantes y tiranos entre sí mismos, aunque no nos molesten a nosotros ni impidan paso ni nos tengan tomada cosa nuestra ni que nos pertenezca ni sean enemigos del nombre cristiano. Pues que basta vivir en notoria ofensa de Dios su Criador, y en culto de muchos y diversos dioses, y contra ley natural y en tiranía de sí mismos, como gente bárbara y cruel, y en ignorancia de las cosas y del buen vivir político, y sin ley ni rey, como son estos naturales, que, además y allende de su infidelidad, eran entre sí mismos crueles, bárbaros, feroces, y aún son bárbaras naciones y sus principales tiranos contra los menores y maceoales que poco pueden y tienen opresos, sin tener entre sí policía alguna que fuese libre y buena como debe tener todo hombre razonable humano, de tres maneras en que se divide y puede dividir toda buena policía, según que las pone Aristóteles y las refiere Juan Gerson, doctor cristianísimo, [en] De origine juris, en la consideración décima tercera.
Porque yo no veo entre estos naturales que tengan la primera, que se llama real, que es una unión y congregación de muchos perfecta, debajo de obediencia o sujeción de uno, según sus leyes y ordenanzas, para el pro y bien común de la cosa pública, y éste uno bueno se dice y llama rey o emperador o monarca, el cual no tenga intento principalmente al bien propio particular suyo en su principado, sino al pro y bien común de todos.
Ni tampoco la segunda, que se dice aristocracia, que es congregación perfecta, so obediencia de pocos que entienden y pretendan principalmente el bien de la cosa pública y la rijan y ordenen por sus leyes y ordenanza, como es senado.
Y menos la tercera, que se nombra timocracia, que, propiamente hablando, se dice policía, que es congregación de comunidad perfecta, so la obediencia y gobernación de muchos que entiendan y pretendan principalmente la utilidad, pro y bien común de la cosa pública por sus leyes y ordenanzas. Dícese perfecta, a diferencia de la económica conversación humana, como en otra tengo dicho, que perfectamente no basta ni es bastante para sí (que es para los que están en ella). Dícese según sus propias leyes, porque en esto se ve y conoce el principado del que señorea y reina, si de su libre y agradable voluntad rigiere la policía sin obligación ni reconocimiento ni mando ajenos.
Puesto que entre algunos de ellos haya algunas policías serviles y malas, si policías se pueden llamar, las cuales, no por libre albedrío ni con paternal regimiento son guiadas, como las pasadas, sino como por fuerza traídas con yugo despótico y servil o, permitiéndolo Dios, por propios deméritos de las tales: que hace y permite que reine el hipócrita, como lo dice Job, por los pecados del pueblo o por la ignorancia de las cosas y falta de buenas ciencias y disciplinas, y de la buena granjería de ellas y sobra de abundancia de la malicia de naturaleza humana, que, después del pecado de Adán, siempre quedó inclinada a mal, y por otros secretos y justos juicios de ese mismo Dios. Llámalas a estas tales policías Aristóteles: a la primera tiranía; a la segunda, oligarcia [sic], y, a la tercera, democracia.
En la tiranía preside uno que busca y pretende su solo bien y provecho y particular interés, y quiere y trabaja que los súbditos ni sepan ni entiendan ni puedan, y siempre estén divisos y discordes entre sí. En la oligarcia presiden pocos de aquesta semejante manera y condición sobre otros. En la democracia preside asimismo la multitud mala y desordenada, confusa y viciosa, donde cada cual busca y pretende para sí y para su bien e interés propio particular y no para el común.
Estas maneras todas de policías buenas y malas, que pone Aristóteles y refiere en el lugar dicho Gerson, yo las tengo cotejadas con las que he visto entre estos naturales, y las primeras tres libres y buenas, a mi ver, no las hay entre ellos, y las otras postreras tres, serviles y malas, todas las tienen, que ninguna les falta, si no me engaño; y entre algunos ni buenas ni malas, sino que están como bestias por los campos, siendo en la verdad naturalmente tan capaces los unos como los otros.
Porque yo veo que Moctezuma, que fue el que presidía entre ellos cuando esta tierra se ganó, a quien acataban y tenían como a Dios, tenía las condiciones del uno malo, y no del uno bueno que Gerson dice, porque así acontecía que él era adorado y tenido y reverenciado no como hombre humano, de gente libre, sino casi como Dios de gente cautiva, opresa y servil, que son las condiciones del uno malo y tirano; y quería y trabajaba que sus súbditos ni pudiesen ni supiesen ni entendiesen, ni tuviesen libertad de alzar los ojos a mirarle, ni traer buenas mantas ni calzado delante de él ni aun oler, según todos afirman, ciertas rosas, porque eran buenas y olorosas, ni de comer gallinas y cosas buenas semejantes. Y la pena de quien así no le acataba y obedecía, dicen, era sacrificarle y matarle o cosa semejante, como ahora también se manifiesta a quien ve la manera y sujeción de los que eran sus súbditos, y su opresión servil y tiránica que aún les queda, en la cual los españoles los procuran tener y tienen; y peor, si pueden, por servirse y aprovecharse de ellos más a su placer. De manera que se puede decir con verdad que, aunque los libraron del tirano y bárbaro, pero no de la tiranía y barbarie en que estaban, pues parece que todo se les queda y se les deja estar en casa; y ya pluguiese a Dios que no fuese doblado y más acrecentado; y esto porque no tenemos intento a lo que manda Dios, ni el Rey ni sus instrucciones; ni a la bula de la concesión de esta tierra, sino a sólo nuestro interés y codicia desenfrenada, que no me maravillo que haga errar en esto, pues también hace errar en la fe, y que, viniéndoles nosotros a quitar sus costumbres malas e ídolos, no nos hagamos a nosotros servidumbre de ellos.
Cierto, gran ceguera es la nuestra, si esto no vemos y si esto no remediamos, habiendo manera tan fácil, tan útil y tan buena para cumplir con todo y gozar de todo y que gozasen todos; y todo con buena, santa y católica conciencia. Y no alarga los testigos quien a la obra se remite, y tomaría a cuestas cualquier trabajo y experiencia que necesario para ello fuese, mandándose de allá, por vía de mandamiento real y por las claras, sin encubrimientos, como era menester y como en otras tengo dicho.
Pues tampoco veo ni alcanzo que tuvieren la policía de los pocos buenos, que procurasen no el bien propio, sino el común; antes veo que tenían y tienen la de los pocos malos, que procuraban y procuran el bien propio, y destruían y destruyen el bien y la gente común, que son los principalejos que éstos tienen entre sí y sobre sí; que, según muchos, se quejan aún ahora so color de recoger de la gente maceoal, que es de la gente común de que tienen cargo, los tributos para su Majestad y para sus amos y comenderos españoles. Se quejan los cobran para sí más acrecentados que solían y los alquilan por tamemes, hasta que mueren por los caminos, por beberse ellos las botijas de vino que los españoles les dan por ello.
Con otras cosas peores, muchas que en perjuicio del común de esta pobre gente maceoal se cree y tiene por muy cierto que hacen; y no se entiende ni se pueden remediar por estar como están así bárbaros y derramados: así de prenderlos por su autoridad en cepos y cárceles y prisiones endiabladas que tienen, donde nunca parecen, según dicen, más algunos de ellos, sin poderse averiguar, por más diligencias que haya, qué se hizo de ellos, como haciéndolos esclavos, porque no les pueden acudir tan presto con el tributo incomportable por su gran miseria, o porque los hallaron malos y los curaron o los dieron algo con que se curasen, o por otras cosas semejantes, cosa de mucha lástima e inhumanidad. Aunque en la verdad, como adelante diré, éstos no son esclavos verdaderos ni lo pueden ser, antes se quedan en su libertad, lugar y familia, y lo retienen todo, salvo cuanto les acuden solamente con algún género de servicio o tributo en cada un año, o de ciertos en ciertos días con algunas obras como gente alquilada.
Y menos veo entre ellos la policía de los muchos buenos, que principalmente procuren y pretendan el bien común y no el propio suyo particular; antes me parece veo la de los muchos malos que lo hacen todo al contrario. Y pues donde hay cabezas entre ellos, como en esta provincia de México y su comarca, es tal la policía, piense vuestra merced qué será donde no tienen cabezas a quienes reconozcan entre gente tan bárbara, que nunca tuvieron ni tienen ley ni ordenanza ni costumbre buena alguna ni ciencias donde lo puedan saber ni deprender, sino que todo está puesto en ignorancia y bestialidad y corrupción de costumbres (como dicen que es de esa parte de Xalisco y otras partes donde no hay entre ellas cabeza) o que pueda ser, sino multitud confusa.
Y si esta buena policía es necesaria para la buena gobernación en la solamente seglar, qué será en la policía que es y ha de ser de necesidad de obligación policía mixta, que en todo ha de poner orden y concierto de nuevo así en lo espiritual como en lo temporal, en que de necesidad se ha de proveer en esta tierra y Nuevo Mundo por su Majestad y sus ministros, pues Dios le ha hecho apóstol de lo uno y rey de lo otro, y dar para en todo no muy buen estado y corte de república cristiana y católica, en que haya buena y general conversión y bastante sustentación para todos, españoles y naturales, con conservación de ellos y de la tierra; y esto que sea por tales modos, medios y arte, y por tales leyes y ordenanzas, que se adapten a la calidad y manera y condición de la tierra y de los naturales de ella, de manera que ellos las puedan saber, entender y usar, y guardar y ser capaces de ellas; y de esta manera son las de mi parecer, sin los entrincamientos y oscuridad y multitud de las nuestras, que no las sabrán ni entenderán ni serán capaces de ellas de aquí al fin del mundo, ni se las adaptarán cuantos son nacidos.
Porque no en vano, sino con mucha causa y razón, éste de acá se llama Nuevo Mundo (y es lo Nuevo Mundo no porque se halló nuevo, sino porque es en gentes y casi en todo como fue aquél de la edad primera y de oro, que ya por nuestra malicia y gran codicia de nuestra nación ha venido a ser de hierro y peor, y por tanto no se pueden bien conformar nuestras cosas con las suyas, ni adaptárseles nuestra manera de leyes ni de gobernación, como adelante más largo se dirá, si de nuevo no se les ordena que conforme con la de este Mundo Nuevo y de sus naturales, y esto hace que en éstos sea fácil lo que en nosotros sería imposible), porque en la verdad lo es en todo, y así en todo para el remedio de él se habían de proveer y ordenar las cosas de nueva manera, conforme a la manera y condición y complexiones e inclinaciones y usos y costumbres buenos de sus naturales, donde no debería ser tenido por reprehensible si, según la diversidad y variedad de las tierras y gente, se variasen y diversificasen también los estatutos y ordenanzas humanas. Porque, por ventura, no acontezca lo que al médico ignorante, que quería curar todas las enfermedades con un remedio y colirio; y al otro, que tenía las recetas en el cántaro, y la que primero sacaba ésa aplicaba a los males que curaba, sin hacer otra distinción ni diferencia en ello, debiendo saber que con lo que Domingo sana dicen que Pedro adolece.
Pues de aquestos tales bárbaros hallo que dice Atanasio sobre la epístola de San Pablo a Timoteo:
Se dan entre nosotros tres géneros de guerra: el primero, cuando peleamos contra los bárbaros; el segundo, que se nos hace por alguna privada enemistad; el tercero, que es intestino y que alientan a nuestro daño poblaciones bárbaras. Todo ello se apacigua gracias al cuidado de los emperadores. Por nuestra parte, es preciso que, cuando ellos pelean, colaboremos con nuestros votos y plegarias.
Así que por la sujeción y pacificación y sosiego de aquestos bárbaros tales, debajo de poder de príncipes católicos cristianos para instruirlos, ruega la Iglesia, pero no para destruirlos, sino para humillarlos de su fuerza y bestialidad, y, humillados, convertirlos y traerlos al gremio y misterios de ella y al verdadero conocimiento de su criador y de las cosas criadas.
Contra éstos tales y para este fin y efecto, cuando fuerzas hubiese, por justa, lícita y santa, guardada la debida proporción tendría yo la guerra, o, por mejor decir, la pacificación o compulsión de aquéstos, «no para su destrucción sino para su edificación», como lo dice San Pablo, 2º a los Corintios, y San Agustín, según lo refiere San Antonino, arzobispo de Florencia en la parte 1a, título 6, capítulo 2º, párrafo 6, en las partes historiales, en estas palabras:
Advierte aquí que, según Agustín, donde hay autoridad debe prohibirse que los inicuos hagan el mal y ha de obligárseles al bien, conforme al ejemplo por citar; pues, si la voluntad maleada fuese dejada a su propio arbitrio, ¿por qué a Pablo no se le dejó persiguiendo a la Iglesia? Más bien se le derribó para deslumbrarlo y, una vez deslumbrado, para transformarlo y, ya transformado, para enviarlo. Fue enviado para que así como había cometido errores así se entregara a la causa de la verdad. XXIII, cuestión 4° Quién no puede....
Y como conviene que lo haga y mande hacer todo doctor e instruidor y apóstol, mayormente de gente bárbara como ésta, como por la divina clemencia y suma providencia y concesión apostólica, su Majestad lo es de aqueste Nuevo Mundo, y lo debe y puede muy bien hacer y le sobran las fuerzas para ello, no para destruirlos, como nosotros lo entendemos, sino para edificarlos como su Majestad y el Sumo Pontífice lo entienden, como parece por la bula e instrucciones de ello, y como también lo dice Juan Gerson, doctor cristianísimo, de potestate ecclesiastica et origine juris, consideración vigésima segunda en estas palabras: «Dicho poder es tan grande, cuanto Cristo, legislador sapientísimo, previó que bastaría para la continua edificación de la Iglesia, su esposa amadísima, a quien fortaleció y dotó con su propia muerte. Arrebatarle ese poder sería impiedad sacrílega y muy indigna».
Puesto que en nuestro caso, como el mismo Gerson en el mismo lugar dice, no para determinación, sino para inquisición de la verdad de ello y dar materia de pensar, como aquí también se dice, así la Iglesia y cristiandad y cabezas de ella debe refrenar este poder así dado por Dios para edificación de su Iglesia y miembros de ella y no para destrucción; que se acuerde también, acerca de infieles y no infieles, haberleá quedado sus propios derechos, dignidades, leyes y jurisdicción:
Puesto que, como él allí dice, entre infieles e injustos pecadores existe justamente tal dominio, porque no se funda en la caridad ni en la fe, y permanece en ellos, guárdese o no la caridad; pues el dominio civil o político es un dominio introducido con ocasión del pecado. Y, [si] la potestad eclesiástica papal, como él allí dice en su consideración duodécima, no tiene el dominio y los derechos terrenales, como sí tiene los del reino celestial, de tal suerte que no pueda disponer a su arbitrio de los bienes del clero, cuánto menos de los bienes de los laicos; bien que haya de concederse el que tenga sobre ellos cierto dominio regitivo y directivo, regulativo y ordinativo.
Esto dice Gerson:
Y si así es, que lo que era propio suyo de estos naturales no se les puede quitar, puesto que sean infieles y se puedan y deban pacificar para bien los instruir y ordenar, y que de sólo lo que daban a Moctezuma, que es lo que su Majestad ha de haber por suceder en su lugar, se puede disponer, cómo sea que cada español de los que algo gastan tenga tanto gasto así como Moctezuma y haya menester casi todo lo que a él se deba; lo cual entonces estando en toda su prosperidad esta miserable gente, aun apenas podía cumplir por su poca arte y mucha necesidad y defecto de policía del vivir humano, habiendo como hoy hay tantos Moctezumas que mantener en esta tierra, yo no siento cómo se puede sufrir, mayormente acrecentándoseles éstos y no disminuyéndoseles los otros que solían dar a sus principales, antes, según los españoles se quejan, dándoselos ahora más cumplidos so color de los que cobran para los españoles. Así que, si alguna buena orden no se les da y ordena que sea bastante, yo no sabría decir cómo esto se pudiese sustentar ni llevar con buena conciencia en destrucción y no en edificación.
Pero para una tal orden y policía como la de mi parecer, aunque otro poder y facultad faltase, no podría a lo menos faltar el poder y dominio regitivo, regulativo y ordenativo que dice Gerson, que la cristiandad y sus cabezas tienen en caso de necesidad y de evidente utilidad como ésta sería; y es así para su conservación como para su buena conversión e instrucción, como para la bastante sustentación de la gente española que ha de residir en la guarda y defensa de la tierra y para la suya de ellos, como lo pone allí Gerson. Porque quererse ordenar de manera que los súbditos quedando miserables, agrestes, bárbaros, divisos y derramados, indoctos, salvajes como de antes, por aprovechamos de ellos y para que mejor nos sirvamos de ellos, como de bestias y animales sin razón, hasta acabarlos con trabajos, vejaciones y servicios excesivos, sería una especie de tiranía de las que pone allí Gerson, y peor, porque, no lo pudiendo sufrir, habrán de perecer todos de necesidad que no se excusaría.
Y pues su Majestad, como rey y señor y apóstol de este Nuevo Mundo, a cuyo cargo está todo el gran negocio de él en temporal y espiritual, por Dios y por el Sumo Pontífice a él concedido, tiene todo el poder y el señorío que es menester para los regir y encaminar, gobernar y ordenar, no solamente se les puede, pero aun se les debe (como lo manda y encarga la bula), por su Majestad mandar, dar una tal orden y estado de vivir, en que los naturales para sí y para los que han de mantener sean bastantes y suficientes, y en que se conserven y se conviertan bien como deben, y vivan y no mueran ni perezcan como mueren y perecen, padeciendo como padecen agravios y fuerzas grandes por falta de esta buena policía que no tiene y por el derramamiento y soledad en que viven. Porque todo se ordenaría y remediaría y cesaría ordenándose ésta, y todo bien y descanso vendría juntamente con ella a todos.
Porque tengo por muy cierto para mí que sin este recogimiento de ciudades grandes que estén ordenadas y cumplidas de todo lo necesario, en buena y católica policía y conforme a la manera de esto, ninguna buena conversión general ni aun casi particular ni perpetuidad ni conservación ni buen tratamiento ni ejecución de las ordenanzas ni de justicia en esta tierra ni entre estos naturales se puede esperar ni haber, atenta la calidad de ellos y de ella, ni con esta buena policía y estado de república, dejarlo de haber todo muy cumplido y aventajado y abastado, como más largo está dicho en mi parecer a que me refiero; porque cada día le hallo más cierto y más posible, y más probable y más necesario por la experiencia.
Y es cosa de mucha lástima: gente tan dócil y capaz y tan apta nata para todo esto y para todo cuanto se les mandare por su Majestad y por ese su Real Consejo de las Indias, sin resistencia alguna, y tan humilde y obediente, vivir tan salvajes y derramada y miserable y bestial por falta de esta buena policía y recogimiento de ciudades y de juntarlos y recogerlos en ellas. Pues es más que verosímil que, mientras de otra manera vivieren, nunca lo dejarán de ser ni de acabarse y consumirse de cada día, como se han acabado y consumido en las Islas y Tierra Firme por lo mismo. Porque esta sola causa y dolencia les basta para que todos en breve se consuman por estar así solos y derramados, por no ser bastante manera la que al presente tienen para sufrir mucho tiempo la carga que llevan a las cuestas, de trabajos y tributos y servicios; pues que sin ella no bastaban a cumplir con sus miserias y flacos y miserables mantenimientos en tiempo de toda su prosperidad, sin venderse a celemín de maíz o casi los unos a los otros, como se vendían, para cumplir con sus extremas necesidades (no digo que se vendiesen las libertades, que en la verdad no las vendían ni perdían, pues vemos que las retenían, como adelante se dirá, con sus lugares, ciudades y familias donde vivían), cuánto más ahora, con tantas cargas y sobrecargas debajo de las cuales gimen, caen y perecen y acabarán en breve, si otra mayor industria y arte y otro mejor estado de vivir no se les da del que al presente tienen, con que puedan cumplir consigo y con todos, y ser bastantes y suficientes para los unos y para los otros, y sin recibir los malos tratamientos que reciben, incomportables a causa de estar solos por los campos; y de manera que, si cayeren, como de cada día caen, haya quien los ayude a levantar, y testigos y juez y justicia para ello, y ellos la osen y puedan pedir a quien les pueda dar remedio de lo que por estar así derramados ni se sabe, ni se ve, ni se entiende, ni se puede remediar, sino recogiéndose como está dicho en buena orden y policía de ciudades y grandes.
Porque como ya otras muchas veces tengo dicho que dice San Cirilo en su Cuadripartito:
¿Con qué objeto se erigieron las ciudades, se agruparon las sociedades y políticamente se compusieron leyes mediante alianzas, sino para que con la comunicación diferente de los miembros de la sociedad las cosas humanas marcharan no sólo con suficiencia sino también de manera altamente apacible? ¿Qué hemos, pues, de decir, si no ¡ay del solo! que engreído sobre resbaladizo pie de soberbia infaliblemente caerá? (Como éstos lo son del pie de la soberbia y codicia de españoles y de las tiranías de sus propios caciques y principales), privado de compañía, no tendrá la ayuda que lo levante. Y, aunque los animales en cautiverio viven desordenadamente, los demás, habitando la naturaleza, se agrupan en cierta sociedad, según sus posibilidades. Así, pues, el que huye de la sociedad o es un loco rabioso o un ermitaño; mas el ermitaño en realidad no huye, pues se asocia con los dioses.
Esto dice Círilo:
Y como se canta en el divino oficio de Pentecostés: «Tú, Señor, reunificaste las creencias y el mundo dividido por las lenguas; tú, el mejor de los maestros, haces que los idólatras vuelvan al culto de Dios, etc.».
Así que, faltándoles esto del juntarse en buena compañía y policía, yo no sé qué conversión podrá ser la suya ni qué les pueda bastar para sustentarse y sustentar a tantos, dándonos de cada día como nos dan su sangre y su vida y sus sudores y sus trabajos, vendiendo como venden para ellos padres a hijos y parientes a parientes, como tantas veces tengo dicho; los cuales, así comprados y vendidos entre ellos, se llevan después a vender a españoles por los tianguis de Guatemala y otras partes donde se ha permitido el hierro del rescate que dicen; y ahora con esta nueva provisión generalmente se hará por todas partes. Y todo es para echarlos en la sepultura de las minas a estos miserables que así con necesidad son vendidos; aunque en la verdad entre ellos así vendidos no perdían ni pierden libertades ni lugares ni familias, sino que son como gente alquilada a perpetuidad, que alquilan y venden solamente sus obras y no sus libertades, como está dicho y se dirá más largo adelante.
Porque otros esclavos yo no los veo ni los siento entre ellos, ni creo que los hay más de estos miserables así alquilados o vendidos, que no son más esclavos que yo ni yo más libre e ingenuo que ellos, y éste es el rescate que nosotros llamamos, siendo en la verdad duro y verdadero cautiverio, sacados de entre ellos y vendidos a nuestro poder, porque no es más llamar a esto rescate que querer llamar al negro Juan blanco, como abajo se dirá.
Y por esto habrán de ser, según temo, esta gente natural de poca dura; y con semejantes desaguaderos la cosa de esta tierra se ha de acabar muy en breve, si no se remedia como conviene; porque esto tengo yo por la fuente de su perdición y miseria, no mirada ni considerada ni remediada como debería, por atribuirlo a otras enfermedades y no a ésta de su gran miseria que les procede de faltarles esta buena policía y recogimiento y de vivir solos como salvajes, fuera de buena compañía de ciudades en que se pudiesen ayudar los unos a los otros a llevar sus cargas, y por los inconvenientes que de esta falta les nacen, que es a mi ver la verdadera pestilencia que los acaba a todos por no haberles caído en la cuenta, como afirman que lo dijo un endemoniado al tiempo que se descubrió esta tierra: que diz que, conjurándole, se paró muy triste y dijo que estaba muy triste, porque Cristo venía a echar a los demonios de esta tierra; pero que una cosa se consolaba, que en estos cien años no les caerían en la cuenta ni manera de cómo se habían de conservar y bien convertir esta gente natural de ella. Y esto supe de un religioso muy antiguo en estas partes y de no pequeña autoridad, que había sido prior en ellas.
Y así vemos que todos los remedios que se les han aplicado y dado fuera de éste y de cada día se les dan les aprovecha poco, antes vemos que todos se les convierten en peor a mi ver, no por su reprobación como algunos han querido decir por allá, sino por ventura por no les conocer ni haber conocido de dónde les nace la enfermedad y la dolencia que en la verdad padecen y no se les remedia, sino, todo al contrario, aplicándoles remedios contrarios a ella, que es repartirlos y darlos de repartimiento, debiéndoles primero haber dado arte y manera y policía de vivir en que se pudiesen conservar y sustentar y hacerse bastantes y suficientes para llevar adelante la carga que tienen a cuestas, porque no mueran y se acaben debajo de ella, que aún no es tarde; pues más tarde se vinieron a acabar en las Islas y Tierra Firme, siendo Tierra tanto por tanto tan poblada de gente natural como ésta, por no les haber conocido el mal ni acertado en la cura, y no les haber puesto remedios competentes a su enfermedad, mal conocida y peor remediada, de donde les proceden todas las otras dolencias.
Demás de esto, estando escribiendo esto, entraron en el acuerdo de esta Real Audiencia los caciques y principales de Otumba, que por muerte del cacique y principal del dicho pueblo habían elegido a otro por cacique, habiendo quedado hijo del muerto y otro pariente más propinco que el elegido, y notificaron su elección por tanto concierto y orden, y con tan buenos y concertados razonamientos, que no se podría creer, diciendo que aquél habían escogido por su cacique y principal, el cual estaba allí presente, vestido de una manta diferenciada de los otros; y que aquél pedían y querían todos de una concordia y que en dárseles por tal recibirían merced, porque lo habían escogido, porque los sabría y podía mejor gobernar que otro. Y, después de habérselo confirmado esta audiencia en nombre de su Majestad, se despidieron por la misma orden y concierto de hablar, dando las gracias cada uno por sí hasta cuatro o cinco de los más principales de ellos y, después, a la postre de todos, el elegido, con tan buena manera como si hubieran deprendido oratoria toda su vida.
Y, según la manera en ello tuvieron, parece ser su manera de suceder en semejantes mandos electiva y no de sucesión legítima: y por tanto, en cuanto a lo del mando y señorío y derecho de estos indios naturales y caciques en esta tierra y Nuevo Mundo, pienso que entre ellos ni se habían ni sucedían como reyes ni señores legítimos ni su mando era de tales, sino como de personas a quien los otros elegían y tomaban y levantaban para servirlos y obedecerlos, no solamente como a caciques, pero aun casi como a dioses, y ser regidos por ellos, por hombres o más sabios o más cuerdos o más bien hablados, de que ellos hacen mucho caudal y caso o más valientes hombres o más poderosos, y a éstos tenían como a sus jueces mayores y superiores de todos o por sus caciques, aunque tenían otros menores jueces y principales oficiales que mandaban y juzgaban, puestos por estos mayores que así elegían.
Y esto parece ser así verdad, porque comúnmente no sucedían los hijos a los padres en los mandos ni cacicazgos, sino que elegían o levantaban por tal principal, cacique, juez o señor, muerto el que tenían que habían elegido, al que les parecía que era más hábil y suficiente y que tenía las calidades dichas o algunas de ellas; y, si algunas veces tomaban y elegían al hijo, era porque concurrían en él las calidades dichas, y no sólo por ser hijo del difunto, aunque algo ayudase y fuese calidad ser hijo o hermano o pariente propinco para lo elegir antes que a otro que no lo fuese. Pero, si no concurrían las otras calidades, dejaban al hijo y elegían a otros que las tuviesen, y a éstos así elegidos tenían como por señores y como por dioses, y se dejaban tiranizar de ellos sin resistencia alguna y con paciencia increíbles, especialmente si eran valientes hombres, y acerca de ellos, sabios y bien razonados; lo que no suele ser donde hay reyes y señores legítimos y sucesores, porque éstos tienen leyes y suelen suceder los hijos a los padres como cosa propia, así en el poder y mando como en el reino y señorío, lo que no parece ni se halla que era entre estos naturales ni lo es, porque no tenían leyes ni sucedían como sucesión propia y legítima, sino como por vía electiva.
Y lo que el difunto hacía, si dejaba hijos, según yo he sido certificado, mayormente en la provincia de Michoacán, era dejarlos encomendados al que así había de ser elegido por cacique o el difunto le nombraba; y el que así era y sucedía por esta vía de elección tomaba y había de tomar en sí todas las mujeres del cacique difunto por suyas con todo lo demás que él tenía, y enterraban vivas con él las que el difunto mandaba, que eran las que más quería; y luego diz que había como por posesión de hacer guerra a los comarcanos, y todos los que entonces tomaban los sacrificaban.
Así que para mí, por lo que tengo visto y entendido de las cosas de estas tierras, casi por cierto tengo que entre éstos no había reinado ni señorío ni sucesión ni posesión legítima ni razonable, sino tiranía; y que lo que había por la mayor parte era por la vía electiva, y así parece que no se les hacía agravio; pues también la orden de mi parecer va también por esta vía electiva muy conforme a la suya; como también parece que no se les haría a estos naturales agravio en su derecho por la orden de mi parecer u otra semejante, según que parece por estos versos de Sebastián Bran, famoso letrado jurista que hallé en otro libro que se intitula Navis stultifera, que acaso hube también a las manos con sus cotas en las márgenes, como aquí va, aunque no tuve espacio de verlas: Vuestra merced las podrá ver más despacio, pues esto no es para más de cómo dicen: poner al sabio en el camino.
Todas esas monarquías mantuvieron bajo sus cetros muchos reinos en orden preciso; sin embargo, no llegaron a dominar ininterrumpidamente en todo el orbe ni su mano autoritaria se extendió tan dilatadamente por doquier.
Hasta que todo el universo bajo el principado de Cristo retornó por derecho propio a Dios, quien, una vez que caducaron todos los reinados y monarquías, entregó sólo a Cristo las insignias de la realeza. Esa potestad sobre todo el mundo regresó a El, a quien han sido dadas todas las cosas en el cielo yen la tierra. De esta suerte también se acabaron los reinos que habían sido usurpados por tiranos, puesto que Él tomó en título el reino de todos. Y en verdad la tierra es del Señor y por El gobiernan los reyes y todo le pertenece sólo a Él.
De aquí se desprende que nadie en ninguna parte se haya adjudicado derechos ajenos, sino con vicio y mala fe. Por tanto, sea que pienses en los primeros reinos, que, prescindiendo de Dios, se dieron principio de autoridad a sí mismos, no podían tener título para ello ni un fundamento justo; y no los excusan del todo los tiempos que por entonces corrían; sea que nos remontemos a un gobernante tirano, a sólo Cristo se debe el cetro real del mundo. Habiendo tal Rey, ningún otro podía con principio válido asumir nombre y título de rey. Y que no nos impresione César con sus sucesores, que por dilatado tiempo retuvieron reinos y dominios, puesto que eran fruto de usurpación, poseídos por inconfesables caminos, sin título bueno ni modo legítimo. Por lo mismo, aunque retomes el hilo desde Augusto o de toda la familia Julia o desde los Flavios o bien desde los Píos Antoninos, todos éstos hasta la época de Constantino Magno se robaron ilícitamente los reinos de Cristo.
Porque Cristo fue el único verdadero rey y por derecho suyo se le debe la fábrica del universo: El mismo, como pontífice de las generaciones venideras, El mismo como sacerdote según el orden de Melquisedec y engendrado por Dios antes de los siglos. De lo cual resulta que la potestad del cielo y tierra, así como todos los reinos, le pertenezcan sólo a Cristo.
El cual encomendó todas estas funciones a Pedro y a sus sucesores para todo tiempo. Le dijo: «Gratísimo Pedro, todo lo que atares en la tierra también llevará firme cadena en los cielos, y cuanto desligares o desatares eso mismo, créemelo, quedará desatado en el cielo». El emperador Constantino lo sabía. Aceptó y enalteció esa buena, fe recibiendo la corona y el imperio de un sucesor de Pedro. Entonces retornó el orden del legítimo reinado. Entonces Cristo comenzó a reinar efectivamente y a ser la cabeza de los hombres y de los que gobiernan. Entonces el fin se adecuaba con su principio, y, reunida alfa con omega, vuelve la ley y la medida justa. Y así, se tuvo por cierto que Cristo es la cabeza y que mantiene extendida la espada de doble filo ahora y siempre.
De ese modo han sido verdaderos reyes y príncipes aquéllos que de Pedro recibieron sus cetros. Si acaso alguno tomó el reino prescindiendo de Pedro, ha sido usurpador, pirata y ladrón; pues no entró con orden al redil por la verdadera puerta, sino por camino vergonzoso y a la manera del lobo. Conforme a ese orden, ya se habían mantenido los cetros romanos a lo largo de mil años, de quinientos en quinientos...
Éste es el orden de las cosas; ésta es la jerarquía correcta, suprema ley de quien habla con voz de trueno: que en cualquier parte el inferior esté sujeto a su superior y quien contraviene o resiste al poder desagrada a quien puso Dios, orden supremo.
Así que la conclusión más cierta y más segura que yo en esta materia hallo a mi ver, en pocas palabras, es que para juntarlos, ordenarlos, encaminarlos y enderezarlos, y darles leyes y reglas y ordenanzas en que vivan en buena y católica policía y conversación, con que se conviertan y conserven y se hagan bastantes y suficientes con buena industria para sí y para todos, y vivan como católicos cristianos y no perezcan, y se conserven y sean preservados y dejen de ser gente bárbara, tirana, ruda y salvaje, todo poder, y aun también obligación, hallo que hay, por razón de la grande y notoria, evidente utilidad y necesidad, que veo notoriamente por vista de ojos, que de ello tienen.
Pero para dejarlos así, mal ordenados y bárbaros y en vida salvaje y bestial, indoctados, derramados, insuficientes y no bastantes, y miserables y silvestres como están, siendo de sí docilísimos por naturaleza, y sobre todo no sólo quitarles lo suyo, pero repartirlos y hacer atajos de ellos como de otros ganados y animales irracionales, para los esquilmar hasta sacarles la sangre que no tienen ni pueden dar, y, en fin, hasta acabarlos como se hace, yo no sé cierto poder que baste entre cristianos.
Por tanto, por un solo Dios, vuestra merced lo vea ponerles y revea y recate todo mucho; pues la cosa es de tanta importancia, que no puede ser más: donde van las vidas y conciencias y almas de tantos y una tan gran conversión y toda la conservación de este Nuevo Mundo. Y así yo por mi parte, humildemente, a vuestra merced lo suplico, porque con tanto pienso que descargo mucho de lo que debo.
Porque, si la desorden y vida salvaje y tiranía de aquestos naturales se mandase por su Majestad ordenar conforme a lo contenido en mi parecer particular sobre la discreción, ellos no serían en ello agraviados, aunque reyes y señores legítimos y naturales fuesen, antes los muy bien librados y los que más en ello ganarían; y no sería quitarles, sino y conmutarles, ordenada la cosa, en muy mejor y más utilidad y provecho y al de todos. Ni se les haría agravio alguno, como lo dice San Agustín en sus Quinquagenas, salmo segundo, en estas palabras:
No os pongáis tristes, reyes de la tierra, como si os hubieran quitado vuestro bien. Mejor parad mientes y comprended: os conviene estar sujetos a Aquél de quien se os otorga el entendimiento y la comprensión. Esto os conviene, para que no os comportéis como señores que dominan con temeridad, sino para que con temor seáis servidores del Señor de todos y os regocijéis bajo la muy cierta y auténtica felicidad, discretos y atentos para no caer de ella por soberbia.
El Inocencio, hablando en lo mismo, en el capítulo Quod superest de voto, dice: «En razón de peligro, el que es dueño de algo, aun en caso de no ser creyente, puede ser obligado a recibir el precio de lo suyo o una conmutación. Pues en verdad frecuentemente alguien pierde sus cosas sin culpa, pero no sin causa. Ahora bien, la causa que mira por la religión es digna de mayor favor».
Y así se podría cumplir con los que dicen que no se les pueden quitar sus derechos, dominios y jurisdicciones, pues que, haciéndose conforme a mi parecer, o a otro semejante, no era quitárselo, sino ordenárselo, dárselo y confirmárselo, y trocárselo y conmutárselo todo en muy mejor, sin comparación, lo cual todo, sin que nadie discrepe, tienen por lícito, justo, santo y honesto; y que no sólo se puede, pero aun se debe de obligación, y así podría cesar todo escrúpulo y darse la concordia con justa y buena paz y sosiego, reposo y abundancia de todo y con gran sobra para la sustentación de españoles, conquistadores y pobladores, y con gran perpetuidad y conservación, y buena y general conversión para toda la tierra y naturales de ella.
Pero, llevando delante de sí por adalides y muestra de la pacificación, instrucción y buena conversión, y de la predicación y denunciación del Santo Evangelio, los conquistadores o pacificadores de estas bárbaras naciones (que así deben ser instruidas en buenas costumbres y convertidas a nuestra fe y para ello pacificadas), según y cómo y de la manera que les tengo dicho que les van a requerir y persuadir o, por mejor decir, a confundir y enredar y enlazar como a pájaros en la red, para dar con ellos en las minas y espantarlos y escandalizarlos, de manera que nunca osen fiarse ni venir de paz, porque haya más lugar su deseo que es éste de poblar las minas: rapiñas, robos, fuerzas, opresiones, tomas y violencias, tomándoles, talándoles y comiéndoles y destruyéndoles lo que tienen, y casas y hijos y mujeres, sin ellos saber ni entender ni aun merecer por qué; y, demás de esto, la miserable y dura cautividad en que nosotros los españoles los ponemos no para mejor aprender la doctrina y servir en nuestras casas, con que allá los malos informadores untan el casco y quiebran el ojo, sino para echarlos en las minas, donde muy en breve mueran mala muerte, y vivan muriendo y mueran viviendo como desesperados, y, en lugar de aprender la doctrina, desprendan a maldecir el día en que nacieron y la leche que mamaron; y siendo cosa cierta que, si ellos entendiesen la cosa como su Majestad manda que se les dé a entender y de estas fuerzas y violencias no se resabiasen y el miedo de ellas los dejase en su libertad, de manera que a ellos se les diese tiempo y espacio y lugar para que lo pudiesen saber y entender, que no solamente vendrían de paz, según su gran humildad y obediencia y docilidad y buena simplicidad, pero aun de rodillas vendrían besando la tierra que los cristianos españoles hollasen; y, siendo esto cosa cierta y averiguada, que pasa así en el hecho, querría yo saber, de derecho, en huir y se esconder como las ovejas delante de los lobos, cuya natural defensa es el huir, como aquéstos huyen, alzándose a los montes de miedo, espanto y temor de todo esto, y más que no digo, qué rebelión o resistencia sea ésta que hacen o puedan hacer, que no sea toda defensa justa y natural, lícita y permitida de todo derecho humano, divino y natural. Pues todas las leyes y derecho proclaman que es lícito repeler la fuerza con la fuerza, aunque en ello interviniesen muertes de hombres, algunos de los ofensores que, so color de pacificadores e instruidores, les andan haciendo estos robos, fuerzas y violencias, y males y daños y crueles tratamientos, tomas, robos y crueldades, que es lo que ellos ven, y se les da muy bien a entender y a sentir, y se predica y platica entre los españoles y cristianos de nuestros tiempos en estas partes para con ellos, y se ejecuta en estos tristes miserables.
Que de lo demás que se les debería y manda requerir y amonestar y dar a entender o no se les dice cosa alguna, o si se les dice no lo entienden ni saben qué cosa es ni hay lenguas suficientes por quien se les diga, o, si lo entienden, como ven las obras contrarias a las palabras, piensan que es engaño o no se fían, o no les dejan lugar para acordar ni responder con el miedo que ven delante los ojos, y menos les dejan libertad para que luego, así de presto con el juicio libre y no impedido del temor, lo puedan entender y conocer. Pues piadosamente se puede creer que será tal el temor, que baste a excusarlos de culpa de resistencia o de tardanza de no venir luego de paz, mayormente sin lo entender primero; y también al español no está bien que lo entiendan por no perder el interés del resistir o del no venir luego de paz que pretenden por ello. Y, si estos tales que pretenden en ello su interés de hacerlos esclavos de guerra han de ser jueces, partes y testigos en declarar la guerra por justa en estas partes contra ellos, yo digo que nunca tendrá mal pleito el español, ni bueno el pobre indio, y yo veo su libertad en peligro.
Y, por tanto, me parece que dice muy bien el Inocencio, que esta tal declaración de guerra no la pueda hacer hombre que en ella pretenda interés o provecho, sino que la ha de hacer el Papa. Pues cómo y de qué manera aquesto que para justificar estas guerras está proveído y mandado por el Papa por su bula, y por su Majestad y ése su Real Consejo de las Indias por sus reales instrucciones, sea guardado y guarde, vuestra merced lo vea, que yo no lo veo ni lo creo que se hace, sino todo al contrario, en efecto, de como se manda.
Así que, habiendo en esto el tal interés, nunca han de faltar en ello formas y maneras y cautelas exquisitas e infernales; porque claro es que, dándoles bien a entender y persuadiéndoles muy como debe lo que se manda y lo que se requiere, de manera que ellos lo entiendan y vengan de paz sin resistencia alguna, que se pierde este interés que así pretenden y que por la provisión nueva ahora se les concede en caso de resistencia. Por manera que, tarde, mal y nunca, por no le perder, se ha de hallar manera ni voluntad en los que han de hacer las diligencias de las amonestaciones y requerimientos que les han de ser hechos para que los hagan a las derechas y de manera que los indios lo entiendan. Pues, si no se les dice cómo lo entiendan, ¿cómo lo han de entender?; y, si nunca lo oyeron, ¿cómo lo han de creer?, pues que nunca se lo dijeron, a lo menos de manera que lo entendiesen ni señales ni obras de ello vieron, sino todo al contrario. Por donde antes, con más razón, podrán entender y creer que se les trata engaño, que no se les busque su provecho. Y esto es lo que quieren y buscan los españoles, porque resistan o huyan de miedo y no vengan de paz; porque, si no resistiesen y luego viniesen, paréceles que se les pierde su derecho, trabajo e interés, y que decaen de su intento, que es poblar no la tierra, sino las minas de estos tales, de que les parece que les viene más provecho que no de la población y buena conversión ni conservación de la tierra, de que tienen poco cuidado. Porque en esto de este interés lo tienen puesto todo, y el que es amigo de su particular interés ha de ser de necesidad enemigo del bien común de la república.
Y en cuanto al entregarse y pagarse de la costa que ellos allá dicen que hacen en estas guerras, que es uno de los principales motivos de la nueva provisión revocatoria de la primera, siendo en hecho de verdad las guerras de acá casi como monterías de allá, y la costa propiamente comer a discreción de tierras sin costa suya alguna, y todo a costa de estos miserables, porque la tierra por donde andan tiene cargo de mantenerlos a todos los españoles a descripción o sin ella, mal que les pese, de balde y en mucha sobra y abundancia; y no solamente mantienen a ellos, pero también les curan y mantienen los caballos sin pagar paja ni cebada ni posada ni a mozo soldada; y no solamente mantenerlos, pero llevarlos en hombros en hamacas, porque no sientan el camino; y no solamente a ellos y a sus caballos, pero también a sus perros. Pues para hacer leña y acarrear lo que han menester no tienen necesidad de comprar ni mantener acémilas, que estos pobres indios (a quien ellos tanto aborrecen, que, en pago de estos y otros beneficios y servicios que de ellos reciben, los quieren hacer esclavos para matarlos en las minas) les son todas las cosas y les sirven de todo y les hacen toda la costa, y aun con todo, no les pueden tener contentos; y no hagan allá entender otra cosa en esto, pues no la hay.
Solamente los caballos y herrajes y ropas de sus personas compran, y aun en los caballos ganan tanto por valer mucho y mantenérselos los indios de balde o casi, sin costa alguna suya, que se hacen ricos de ello; y todos en esta tierra a esta causa de no hacerles costa y de valer, como valen, mucho lo tienen por ganancia y granjería principal, tenerlos y tratar en ellos. Y así tienen cuantos pueden comprar y haber, porque el mantenerlos les ha de costar tan poco o nada, como tengo dicho; y, si algo gastan, que no puede ser sino muy poco, para ello y para la paga del trabajo tienen sus sueldos ordinarios de buenos y muy largos repartimientos que algunos tienen. Y otros tienen corregimientos y alguacilazgos que se les dan,
con que pienso deberían ser contentos, si contentamiento alguno en nosotros y en esta nuestra nación pudiese haber; pues es harto más cumplido sueldo que lo que se gana en Italia, no en montería de indios, sino en batallas campales de franceses entre las pelotas de arcabuces, escopetas y lombardas, o si cada cual no tuviese respectos de duque o conde, o si hubiese miramiento alguno de aquestas cosas, o tuviese puertas o riendas o límites la codicia desenfrenada o soberbia grande nuestra, que parece que nace y pasa acá juntamente con los que acá pasan en estas partes muy más desaforada que en ninguna otra parte de todo el mundo, a lo que pienso.
Deberían pues, como dije, ser contentos estos tales con tantos y tales provechos y sacaliñas y tributos y sueldos y salarios, como han y sacan y tienen y gozan de una tan pobre y miserable gente como es ésta, que aun para sí, y comiendo yerbas y andan en carnes, no es bastante (por lo que muchas veces tengo dicho) sin querer también, demás y allende de esto y en pago de tanto servicio y beneficio recibido y por recibir, y no nos debiendo en la verdad nada, salvo en cuanto les fuéremos útiles y provechosos, y nos ocupáremos en su buena conversión e instrucción, conforme a derecho y al tenor de la bula de la concesión de esta tierra, concedida a los Reyes Católicos, como está dicho, quitarles ahora sus libertades naturales, que les son tan caras como las vidas, que no las tienen en tan poco como algunos así allá como acá quieren decir; lo cual sé, porque se las veo pedir ante mí a quien esta cosa está más especialmente cometida con tanta voluntad y lágrimas cuanto cualquier otro de nosotros, y muy sensible y delicado de estas cosas las sabría y podría pedir y encarecer, y por ventura más.
Y las abominaciones de que quieren infamarlos nunca las vi averiguadas, ni las creo como las publican ni las pude averiguar jamás con personas sin sospecha, que no pretendan su interés en la causa y que no traigan en la frente aquesta tacha de propio interés y no pequeño, y de enemistad y odio capital y natural que parece que les tienen; ni aun con ellas, cuanto más que, como dice la historia eclesiástica, como otras veces tengo dicho, por procederles de falta de policía, y de la vida y derramamiento silvestre y salvaje en que están, más como animales irracionales que no como hombres de razón, sin leyes ni ordenanzas ni ciencias buenas que les quitasen la ignorancia de las cosas en que están y les pusiesen la vergüenza y les trajesen al buen conocimiento de ellas, no sería tan grave ni de tantos quilates su culpa como la encarecemos nosotros, por traer el agua a nuestro molino, buscando causas de sotierra para hacerlos culpados y aborrecidos y privarles de su libertad.
Porque ser tenidos estos miserables en algo y hacerles caso de ellos, como de hombres humanos y dóciles y redimidos por la misma sangre que nosotros, parece que repugna a los propios intereses de nuestros españoles, porque los tienen todos puestos en servirse de ellos, no como de hombres, sino como de bestias y peor; cuanto más que, sin más hacerlos esclavos, después de una vez sujetos por bien y haciéndoles buenos tratamientos, ellos, aunque sean libres, les son tanto en utilidad como si fuesen esclavos; y así sirven siempre y les dan tanto cuanto han menester hasta que les sobra, sin resistencia alguna por doquiera que van y quieren ir los españoles, en tiempo de paz y de guerra y en sus casas a quien sirven y están encomendados o dados en corregimiento, que también les debiera abastar hasta darse asiento en la tierra y manera cierta como ellos tengan honradamente cada cual lo que haya menester, y los naturales sean bastantes para llevar y sufrir la carga que es forzado que lleven por la forma y manera que más largo tengo dicho en mi parecer, o por otra que mejor fuese, que no sé si fácilmente se hallará, que sea tan bastante y tan perpetua y tan sin perjuicio de nadie y tan fácil y tan al común provecho de todos así españoles como naturales, sin armarles buitreras para dar con casi todos ellos en la sepultura de las minas, como se les arman, y sin volver al vómito que ya una vez tan santa y católicamente había cesado por la provisión revocada.
Por donde, de necesidad, estos naturales, ola mucha mayor y mejor parte de toda la suma de ellos, han de ir de necesidad a parar a la buitrera del hierro de guerra o de rescate, como dicen, de cangas o de mangas, y de ahí consumirse en la sepultura de las minas, como tengo dicho, sin embargo de todas las ordenanzas sobre ello hechas, y que se harán, pues ningún remedio de éstos basta, que todos quedan cojos y cortos y llegan muy tardíos o nunca, si las ocasiones y raíces, de donde tantos males y pestilencias que los acaban nacen, no se cortan. Porque sin esto, en esta tierra, todo otro remedio y toda otra ordenanza es imposible y es dar ley solamente a las palabras;
porque en las obras, permitida una vez la cosa y dada la ocasión, hay imposibilidad en el cumplimiento de las justificaciones, modos, maneras, condiciones y limitaciones con que se permite, y mucha licencia y facultad y atrevimiento y soltura en las tiranías, fuerzas y robos y agravios y malos tratamientos, que a causa del gran derramamiento de los indios y de estar así como están por los campos solos, donde no les dejan de hacer males y daños, robos y violencias, y tomas de tamemes y comidas, y de hijos y mujeres, sino solamente el que no quiere, porque el que quiere, que son casi todos los españoles, bien sabe que no tiene de qué se temer.
Porque el pobre indio está solo en su bohío y desarmado y des. nudo; quejarse ni osa ni tiene a quién, aunque tiene harto de qué; y ansí, sufre y calla y padece el miserable y desventurado cualquier fuerza y opresión que se le hace y se le quiera hacer así por el español como por su negro y naboría, como por cualquier indio principal y tirano que se le antoje, sin remedio alguno ni reparo ni enmienda que lleve tal daño; y, aunque quiera quejarse, a causa de estar por los campos solo y de no haber juez ni testigo para ello, le es imposible; y así cada uno hace y se sale con cuanto quiere facilísimamente; y todo remedio y justificación que en ello se ponga es imposible a esta causa. Y, si alguna vez halla a quien se queje y se queja, como lo suelen hacer algunas veces algunos de éstos que están al abrigo y amparo y calor de esta audiencia, en la comarca cerca de ella, luego el español dice que osarse quejar el indio a la audiencia del territorio es grande desacato y señal de levantamiento, como en la verdad sea de seguridad y sosiego, pues pide la justicia de su injuria a los ministros de su rey, que es señal de no la querer él tomar por sus manos; y que ya los indios se les atreven y se quieren levantar, y así luego los levantan que rabian.
De manera que, si estaban antes de la venida de los españoles en una tiranía puestos, opresos y tiranizados, ahora, después de venidos, los veo que están en ciento entre nosotros, debiendo ser todo al contrario, pues que para que alabasen y conociesen a Dios en la libertad cristiana y saliesen de opresiones y tiranías se concedió la bula de esta tierra y no para ponerlos en dobladas, como habrán de ser puestos de necesidad por causa y ocasión de esta nueva provisión revocatoria de la más santa y justa que para el bien de esta tierra se pudo sobre tal caso dar ni pensar, habiéndose todo de volver sobre las cabezas de quien hace allá entender lo que a ellos ni a nadie conviene, y lo que les daña más que aprovecha, si piensan residir y permanecer en la tierra. Pues es muy cierto que, acabados por esta intención del hierro los indios (porque para esto se inventa, para dar con todos al través en las minas, como muchas veces tengo dicho), también juntamente con ellos todo lo de esta tierra, que depende de la conservación de ellos, se acaba; porque sin indios ninguno en ella se puede ni podrá conservar ni aun sabe ni puede vivir.
Y, si no piensan estos tales informadores permanecer en ella, no deberían ser creídos los enemigos de la tierra y amigos de su interés en cosas del pro y bien común de ella: que no la quieren ni están en ella sino para destruir y esquilmar, y después la dejar perdida y buscar otra que destruir de nuevo, o para ir a esas partes a descansar y triunfar, como ellos dicen; con las lágrimas y gemidos de los miserables y pérdidas ajenas, como lo dice y llora San Ambrosio en un sermón, LX, en que propiamente parece que habla con los cristianos españoles de esta tierra, como si viera todo lo que pasa en ella, porque, en la verdad, así pasa como él lo dice en estas palabras:
Así, pues, el avaro codicioso siempre se aprovecha de lo ajeno, se nutre con el daño de los demás. La indigencia de otro es botín para él y las lágrimas de su semejante le sirven de regocijo. Hace poco lo hemos comprobado: mientras unos lamentan pérdidas, otros se congratulan sobre la devastación. Ahí está un anciano padre que llora a su hijo cautivo y tú ya te felicitas por tenerlo como esclavo. Un ingenuo campesino deplora su novillo perdido y tú ya estás disponiendo explotar el campo con ese animal. ¡Te imaginas que puedes percibir ganancia con los gemidos ajenos! Ahí está una viuda piadosa que se duele porque su casa ha sido despojada de todo el mobiliario, y tú te frotas las manos porque tu casa ya está amueblada con eso mismo. Dime, oh cristiano, ¿que acaso no sientes que el corazón se te oprime, al ver que estás alojando en tu casa las lágrimas ajenas? La Sagrada Escritura manda esto a los hijos de Israel: «No tocaréis lo capturado por una bestia», pues cuanto agarró una fiera sanguinaria está manchado y contaminado, y, por ello, quien quiera que toma lo que la bestia ha dejado es peor que una bestia. Dime entonces, ¿por qué te llevaste a tu residencia lo que tú mismo juzgas envilecido y sucio; por qué devoraste lo que abandonó el animal hostil, convirtiéndote en animal más cruel?
Cuentan muchos que las hienas suelen seguir el rastro de los leones y que no discurren lejos de sus cacerías para saciar su furioso apetito con la rapiña ajena; de manera que el sobrante del hartazgo de los leones es consumido por la rapacidad de las hienas. De la misma forma, estos avaros codiciosos como hienas han seguido el rastro de los bandidos, para que caigan en su fiera ambición lo que dejó la rapacidad del bandidaje. Pero tal vez te vas a defender diciendo que lo que tienes lo has comprado y así eludes el crimen de la codicia. Mas te equivocas, pues la compraventa no se constituye justamente así porque sí. Es bueno comprar, pero lo que se vende por propia voluntad, tranquilamente, no lo que se vende por pillaje. Fíjate bien en las causales del contrato, en el autor de la venta, en la cantidad del precio; y te darás cuenta que eres comprador de despojos y no de lo que verdaderamente es vendible. Pues yo pregunto: ¿De dónde provienen en realidad los collares de oro y las joyas que adquieres de un bárbaro; de dónde los vestidos de seda que tomas de un sardo; de dónde los esclavos romanos? Sabemos que todo ello es de nuestros paisanos o conciudadanos. Así, pues, es preciso que el ciudadano cristiano, si compró uno, lo devuelva.
Así que no debería darse crédito a hombre codicioso ni sospechoso, ni a su desenfrenada codicia, pues sabemos de cierto que no solamente ciega, pero aun hace errar de la fe a quien una vez cegó, como el mismo San Ambrosio en el mismo lugar lo dice.
Pues, si es porque teman a los españoles y no tomen osadía ni atrevimiento, viendo que no los hacen esclavos, que es otra de las consideraciones que se tuvieron en la provisión revocatoria de la primen, según por ella parece, mucho más escarmentarían y mucho menos se atreverían y muy mejor Dios lo guardaría, como lo guarda todo, cuando a los principales culpados les quitasen las vidas natural o civilmente, haciéndolos cuartos o echándolos en las minas por sentencia ejecutada con público a pregón, para que la entendiesen y a ellos fuese castigo y a los otros ejemplo, según y por el tiempo que mereciese su culpa, que no a humo muerto y a río vuelto y a ojos ciegos y albedrío de codicia desenfrenada y a medida de boca codiciosa, como dicen, echar el hierro a tantos inocentes y quitar la libertad a tantos libres, como de aquí adelante en esta tierra se hará tomada ocasión de la nueva provisión; que ni tendrán culpa ni resistencia alguna ni sabrán ni entenderán qué cosa es hierro de guerra ni de rescate ni qué cosa es ser esclavos entre nosotros, ni si es pena ni si es gloria, hasta que después, cuando ya la cosa no tenga remedio, lo sientan y padezcan sin ejemplo de otros y sin culpa suya y no sin gran cargo de conciencia nuestro.
Pues demás de esto, esta manera y género de esclavos que nosotros tenemos que pierden la libertad e ingenuidad, ciudad y familia, que es la máxima civil disminución y lo que se requiere que concurra en ellos de necesidad para ser verdaderos esclavos entre nosotros, que son reputados nada de derecho civil, y para que los hijos de la madre esclava sean esclavos y para que estén en poder del señor y no puedan testar ni disponer, ni tener hacienda ni cosa alguna que sea suya, como son los que son esclavos acerca de nosotros y como lo eran cerca de los ciudadanos romanos, cuyas leyes en esto nosotros tenemos, aunque no como leyes, sino como razones de sabios, yo entre éstos no la veo, antes lo veo todo al contrario y que lo retienen todo: libertad, familia y ciudad o lugar, y que no mudan estado ni condición, y que no pierden cosa de él, ni concurren en ellos las condiciones de esclavos, sino de libres, que es señal e indicio grande que no son verdaderos esclavos, porque, si lo fuesen, tendrían las condiciones de ellos. Pues que los esclavos son de derecho de gentes, como lo dice el [parágrafo] In potestate de la Instituta sobre aquéllos que se pertenecen a sí mismos o a otros. Y en la condición de esclavos no haya diferencia: [parágrafo] In servorum de la Instituta, acerca del estado de las personas.
Pero la manera y género de esclavos o servidores que por la mayor parte entre ellos yo he visto y veo es muy diferente de la nuestra, y de la que tenían por sus leyes los ciudadanos romanos. Porque, en la verdad, a mi ver, casi no es ni más ni menos, en efecto, según yo muchas veces por la experiencia he visto y averiguado, y de cada día veo y averiguo entre ello, llamadas y oídas las partes en contradictorio juicio en semejantes pleitos sobre sus libertades, que son muchos y diversos y de diversas partes venidos, que alquiler de obras a perpetuidad por la vida del alquilado, que en derecho se llama alquiler del trabajo a perpetuidad, que usan mucho entre sí estos naturales para servirse unos de otros, porque no tienen ni saben usar del alquiler de obras a tiempo, como nosotros; en el cual género no se pone ni asienta ni constituye la servidumbre en la persona, sino solamente en las obras del que así se alquila a perpetuidad, ni se pierde por ello libertad ni ingenuidad ni ciudad ni familia.
Y estas obras se pueden de derecho muy bien alquilar y vender, que también se puede llamar y llama en derecho venta del trabajo, sin perjuicio alguno de la libertad natural ni de la ingenuidad, con dos condiciones que se entienden, aunque no se digan en, tal contrato, que son: que cada y cuando que el así alquilado o vendido quisiera pagar el interés o subrogar y sustituir otro en su lugar, hijo o pariente u otra persona, y así servir por sustituto, aunque sea contra la voluntad de su alquilador, lo puede y podrá muy bien hacer cada y cuando que quisiere; y, aunque se alquile a perpetuidad, que es por toda su vida, no queda inútil ni defraudada la libertad.
Y este género y manera de esclavos y servidumbre, si tales nombres merecen, que en la verdad no merecen, sino que traemos corrupto el vocablo, por ventura por falta de naguatatos o por sobra de malicia o por inadvertencia nuestra, es el que entre estos naturales se usaba y usa mucho, y así, cada cuando se enojan de servir a sus amos sustituyen otro en su lugar y los amos o alquiladores los reciben y ellos quedan libres de la obligación de servir por sus personas y en sus casas y familias y pueblos que nunca perdieron como de antes; ni son esclavos sus hijos, antes retienen todas las condiciones de hombres libres e ingenuos que son, salvo solamente cuanto les acuden con aquel género de obras y servicios que así vendieron y alquilaron, y son a las veces mejores y más ricos y más honrados y tienen mejor casa y familia y ajuar que no aquéllos a quien sirven, y a las veces se casan los unos con los otros: ellos con sus amas y ellas con sus amos o con sus hijos o hijas o con sus hermanos o hermanas de sus amos, como gente libre.
Yen este género, a mi ver, parece que de derecho hay y debe haber tal distinción y diferencia: que, si las obras que así se alquilan son ciertas y señaladas en el contrato, puédense enajenar, trocar y cambiar, y pasan a sus herederos en vida y en muerte del alquilador, y no se extinguen como usufructo. Pero, si son inciertas, muerto el alquilante, se extinguen y expiran las obras y se consolidan con la propiedad de la libertad e ingenuidad del alquilado a manera de usufructo, que, muerto el usufructuario, se consolida con la propiedad, por ventura por razón que en las obras ciertas y señaladas al tiempo del contrato entre las partes no hay necesidad de voluntad del alquilante para explicarlas ni declararlas, ni se puede en ella recibir agravio ni perjuicio; y en las inciertas y no nombradas ni señaladas al tiempo del contrato sí, porque se varían según la voluntad del alquilante, y ésta siempre es menester que las pida y declare. Y esta voluntad no parece ser justo que pase en otro sucesor por ningún título que sea, así particular como universal, porque en el alquilante pudo ser una muy humana y benigna y muy noble y amigable y de buen contentamiento y conversación, como suele ser en hombres de buena voluntad y buenos de servir y contentar, a que cuando el alquilado se alquiló se pudo haber tenido respecto, en tal manera que, si tal no la sintiera, por ventura así no se alquilara; y en el sucesor, cualquiera que sea, del alquilante puede ser otra y muy diferente y diversa de ésta y toda al contrario, porque podría ser que fuese por ventura el tal sucesor incomportable y cruel y riguroso y mal contentadizo y malo de servir; lo cual, si el alquilado supiera, en ninguna manera así se alquilara; y esta buena voluntad en el alquilante expira juntamente con la vida, y no es justo ni ecuo ni razonable que pase al sucesor particular ni universal.
Y por esto y también por ser unos hombres y naciones de gentes mejores de servir que otros y por tener como tienen las gentes muy diferentes maneras de servicios y servidumbres entre sí y muy extrañas unas de otras, a lo que pienso procede y debe proceder la prohibición y vedamiento que hay, que no se pueden vender ni transportar las semejantes personas, obligadas a semejantes servicios, que no pierden ingenuidad (como son los hijos que venden los padres en tiempo de necesidad y otros semejantes), en gentes extrañas, como son la gente de nuestra nación española, muy extraña, así en nación como en maneras de servicios, usos y costumbres y servidumbres de esclavos y sirvientes ni en lugares transmarinos, como lo dice una ley en la suma de las leyes mandadas sacar por el rey Alarico, cristiano y godo, y a lo que pienso por ventura de las Españas, que parece que las hace de ser de más autoridad, demás de ser sacadas del cuerpo de las leyes del cristianísimo emperador Teodosio y de las novelas del emperador Valentiniano Augusto y de otros emperadores, a quien tanto San Ambrosio alaba en sus epístolas, y de las sentencias y pareceres de los juriconsultos Cayo Julio y Paulo, no de menor autoridad por ventura que las otras leyes del cuerpo del derecho común de los emperadores que tenemos, de donde estas sumas o las más de ellas se sacan. Pues, según leyes del reino, tampoco se pueden alegar las otras incorporadas en el cuerpo del derecho civil, sino solamente por razones naturales de sabios varones, antes, si no me engaño, de mayor, por ser sacadas y sumadas y corregidas y enmendadas como grano más limpio y más puro y más claro, ahechado y apartado de la paja de lo superfluo, inicuo y ambiguo de ellas, como parece por este autorizamiento y prefación que está en el principio del libro, sin el cual libro vuestra merced no esté si no le tiene, por ser muy breve y bueno y corregido, y de las leyes y Novelas de tales emperadores cristianísimos sacado, y por bueno, breve y compendioso estilo puesto lo que dice. Y por tal, pienso en lo que diré ayudarme de él, antes que de otra parte.
Y es la autoridad de estas sumas y argumentos de leyes la siguiente a la letra, porque, si acaso vuestra merced no las tuviere, por ser libro poco acá impreso, y, aunque de asaz antiguo arquetipo sacado, no sea menester buscarlo en otra parte, poniéndose aquí los originales que hicieren a este propósito, y comienza así:
En el nombre de Cristo comienza el prefacio de las leyes romanas: Autoridad del rey Alarico.
Al tratar con el favor divino el bienestar de nuestro pueblo, hemos corregido con mejor acuerdo incluso aquello que parecía indebido en las leyes, a fin de que cualquier obscuridad de las leyes romanas, llevada a la luz de una mejor inteligencia con la asistencia de sacerdotes y nobles, llegue a resplandecer y se deje toda ambigüedad, de donde se levantan prolijas o diversas dificultades por parte de los que litigan. Una vez aclaradas todas estas leyes; y recogidas en un solo libro con mayor prudencia selectiva éstas que fueron escogidas, bien porque las arregló una interpretación más lúcida de venerables obispos, bien porque las confirmó al asentimiento de nuestros electores de provincia, nuestra clemencia ha mandado que este libro, presentado en el archivo al conde Gojarico, se destine a dirimir los asuntos forenses de manera que, conforme a su enlistado de todas causas, se lleve a término cada acción y no se permita a nadie anteponer ningún otro libro de legislación o derecho, sino lo que directamente comprende la secuencia de este libro escrito a mano, como lo hemos ordenado, por Arriano, hombre notable.
Así, pues, te vendrá bien que tomes providencias para que en tu juzgado no se pretenda invocar o aceptar ninguna otra ley ni fórmula jurídica. Si se llegare a presentar un caso que conduzca a peligro de muerte o a gasto excesivo, tendrás en cuenta tus facultades. Mandamos, por otra parte, que esta disposición se adhiera a los libros públicos, para que todos se orienten con la instrucción de nuestro mandato y se contengan con sus penas.
Arriano, hombre notable:
Por encargo del glorioso rey Alarico, el año vigésimo segundo de su reinado, saqué a luz y escribí en Doria este códice de leyes teodosianas y disposiciones jurídicas, seleccionado de diversos libros.
Y la suma es la que se sigue a la letra, bajo el título XI de las Novelas de Valentiniano Augusto: De patribus qui filios per necessitatem distraxerunt.
En caso de que alguien, quienquiera que sea, siendo libre, haya vendido a sus propios hilos, el comprador [una vez que se rediman], si pagó cinco monedas de oro, reciba seis; si pagó diez, reciba doce; mas, si presume ofrecer en venta tales personas a gentes del extranjero o los destina en alguna forma a ultramar, tenga presente que será multado con seis onzas de oro.
Y otra, que es de Paulo, jurisconsulto, so el título de Liberali causa en la dicha summa de leyes, que dice así: Quien vende sus propios hijos por extrema necesidad no perjudica su estado de seres libres, puesto que el hombre libre no se tasa a ningún precios.
Y pues esta razón y otra, que el hombre libre no es mercancía, y otra, que el hombre libre no es dueño de sus miembros, parece que son las mismas en el hombre libre e ingenuo que sufre ser vendido para tener parte en el precios, no siento por qué deba haber en él diferente disposición, pues que no hay culpa ni poquedad ni voluntad libre, sino constreñida de la necesidad, ni paciencia que dañe donde concurra extrema necesidad que no tiene ley, sino la misma, que es que no pierda libertad ni ingenuidad, salvo solamente en caso que concunan las calidades y condiciones que el derecho requiere, que son seis: edad de veinte años arriba en el vendido; en el vendedor, que sepa que vende libre; y otro tanto en el vendido, que sepa y no ignore su condición de libre, y así tengan mala fe; y en el comprador, que lo ignore y así tenga buena fe, creyendo que compra siervo; y en el vendido, que, demás de lo dicho, no se engañe ni yerre en la condición de su estado, sufra ser vendido para participar del precio; y que, en hecho de verdad, lo participe y lo reciba y goce.
Y juntamente con todas éstas, otras dos condiciones, demás de ellas, que a mi ver parece que se deben añadir a éstas, si no me engaño, para concordia y claridad de las opiniones que en esta materia parece que hay entre los doctores, que, a mi ver, proceden de no haber mirado ni advertido bien a las razones de las decisiones de los derechos que en esto hablan o por no se usar en sus tiempos los casos que se usaban entre la gente bárbara que debiera de haber en los tiempos que las leyes de ellos se hicieron, como se usan ahora entre la gente de este Nuevo Mundo, que nos hace a los que lo vemos advertir y caer en la cuenta de ellos, o también, por ser materia olvidada y menospreciada.
Y son las condiciones, tal vez, que esto no se haga ni consienta por el vendido y vendedor por necesidad extrema que tengan, sino, para aprovechándose así, engañar y defraudar al comprador de buena fe y gozar de sus dineros y después proclamar en libertad el vendido cuando quisiese, diciendo ser libre y que no pudo ser vendido, por ser como era ingenuo y libre antes y al tiempo que fue vendido y de su nacimiento; y así, el comprador quedase burlado y defraudado y engañado, y el vendedor y vendido, ricos y aprovechados con la pérdida ajena, habiendo intervenido en ello de su parte del vendedor y vendido fraude, dolo y mala fe; y que participasen en el engaño a fin de participar en el precio, maliciosa y cautelosamente y no por extrema necesidad. Y por esto, por ventura, dice la ley que ha de ser para tener parte en el precio, de donde se arguye dolo y fraude y engaño y mala fe de entrambos contra el comprador ignorante y de buena fe. Y porque esto es delito y manera de robo y engaño, y el fraude y dolo a ninguno es razón que aproveche, porque de su malicia no reporte provecho, podría ser buena y justa ley y disposición que éste que permite y sufre ser así vendido, queriendo engañar, quedase engañado y por esclavo irrevocablemente en pena de su maleficio, porque a él fuese castigo y a otros ejemplo, que no se atreviesen a cometer semejantes delitos.
Pero en caso que esto se hiciese, no por engañar, ni con dolo, sino con extrema necesidad, no sé por qué había de haber otra y diversa disposición de la que hay cuando el padre, en caso de necesidad extrema, vende el hijo, que no se pierde por ello ingenuidad, pues parece que hay la misma razón y mayor, pues cada cual sería más obligado a remediar su propia necesidad que no la del padre, pues toda ordenada caridad comienza de sí mismo, y parece que hay tanta razón y mayor de no se perder por ello ingenuidad en tal caso, que en caso cuando el hijo es vendido por el padre. Y, si se requieren menos requisitos en la venta del hijo que en la del que consiente ser vendido para tener parte en el precio, es por lo que abajo se dirá y no por quitar la ingenuidad ni libertad más al uno que al otro; y, si es porque parezca que en éste así vendido hay consentimiento y voluntad libre y en el hijo vendido por el padre no, digo que el padre, de derecho, puede vender el hijo sobre quien tiene poder, y ninguno puede vender asimismo sobre quien no tiene poder, ni el derecho le da voluntad ni albedrío para ello, antes se lo veda y quita expresamente, pues que estatuye y tiene estatuido que el hombre libre no es señor de sí, ni de su ingenuidad ni libertad para las enajenar, y que el hombre libre no puede ser vendido... ni cae en nuestro comercio... ni recibe estimación... ni es señor de sus miembros; puesto que la venta en sí de su natura valga porque no se obliga a dar, que es hacer [lo] de quien recibe, sino a entregar, que no es hacer [lo] de quien recibe, que consiste en hecho, si participó del precio; y, por tanto, no puede proclamar en libertad ni ingenuidad hasta que pague al comprador el precio, y, pagándole, queda libre e ingenuo, como en la verdad lo era; y es porque, como dicho es, no tiene en sí poder ni facultad ni voluntad de derecho para se lo quitar asimismo, ni perjudicarse en ello, como cosa prohibida por derecho enajenarse por ningún pacto ni consentimiento que sea; y también porque como el que venda de natura del contrato se obligue a entregar, que consiste en hecho, y no a dar ni a pasar señorío de la cosa vendida, que consiste en derecho, en las obligaciones de hecho sucede la obligación solamente al interés, el cual, pagado, de necesidad ha de quedar libre el que es vendido, como lo es y era de antes, pues que de derecho, por paga de aquello que se debe, se quita toda obligación.
Y, aunque sea muy gran verdad, como lo es, que el hombre libre no puede ser vendido, ni reciba estimación, ni caya en comercio nuestro, ni sea señor de sí ni sus miembros; pero, si de su espontánea y agradable voluntad permitió ser vendido al comprador de buena fe que pensaba que compraba esclavo, y, siendo el vendido mayor de veinte años y recibiendo el precio y concurriendo los otros requisitos que se requieren de derecho y pudiéndose entregar, aunque no dar, porque es hacerse del señorío del comprador, que esto ni lo puede ni es obligado a lo hacer, porque él no es señor de sí ni puede pasar en otro el señorío que él de sí mismo no tiene, ni la natura del contrato le obliga a ello, hácese esclavo, pero de manera revocable.
Y así se entiendan todos los derechos, autoridades y glosas que dicen que este tal se hace siervo y no puede proclamar en libertad, pero, porque él no es parte, en la verdad, para perjudicarse ni privarse a sí mismo de su libertad, porque es enajenable y tal, que por pacto alguno nadie puede ser hecho esclavo irrevocablemente; y él y cualquiera de sus deudos lo pueden pedir y revocar y vindicar, y, como cosa que no fue ni pudo ser enajenada, ha de ser restituido a ella, pagando primeramente el precio, si lo recibió y participó o el interés y evicción a que se obliga por evicción el que así le vendió. Y así se entiendan todos los derechos que parecen contrarios y en la verdad no lo son, que dicen que, vuelto y pagado el precio, si lo recibió y participó el vendido, puede ser restituido en su libertad e ingenuidad, como es la ley segunda parágrafo. «Si el liberto se pueda llamar ingenuo»; y la glosa y doctores allí y en la ley __ después del principio. «A quienes no está permitido proclamar en libertad,. versículo Mas en el hombre libre»; y la glosa, junto Jasón, en las Adiciones a Cristóforo Freislebio, en el parágrafo Servi, en la glosa sobre la parte mayor, Instituta sobre el derecho de las personas, donde el Jasón concluye contra la glosa que este tal vendido pueda ser restituido por los parientes en la prístina y antigua libertad, aunque sea contra la voluntad del comprador; y la ley Si tibi liberan, en el Código de evicciones, dice y manda que aun lo pueda hacer el mismo vendedor que le vendió por favor de la libertad, porque en caso tan favorable como éste quiere y manda la dicha ley que la excepción en favor de la libertad no excluye al mismo actor a quien retiene la acción de evicción.
Pero, si este tal así vendido, que recibió y participó el precio, fuere manumitido y libertado por el comprador sin serle vuelto el precio, será libertino, no ingenuo como y por la misma razón que fuera siervo, no siendo manumitido ni habiéndole pagado el precio que el vendido recibió, y hasta tanto que le pagara, como dicho es: pero, si pagado el precio le manumitiera, no pudiera ser perjudicado por ello en su ingenuidad, que nunca de derecho perdió. La razón de la diferencia parece ser porque, cuando el vendido no paga el precio que recibió al comprador, se le haría agravio y daño en que el vendido así por el manumitido quedase por ingenuo y no libertino; porque, Si así fuese, no sería obligado a reconocerle por patrón ni alimentarle en tiempo de necesidad ni a darles las obras reverenciales y otras obras que todo libertino es obligado a dar a su patrón. Y por razón de este interés que al comprador se le sigue, y de la buena fe que tuvo en la compra del hombre libre, que así compró, y por el provecho que el vendido recibió por razón de la participación del precio que recibió y no volvió, permite la ley que quede por libertino y no por ingenuo en tal caso, porque, como tal, quede obligado al comprador a las tales obras como a patrón, como en lugar del precio que recibió y no volvió, a que el comprador parece que tuvo respecto cuando le manumitió, y que por razón de su liberalidad y buena fe no reciba daño alguno.
Lo que parece que cesa y no ha lugar en caso que le es pagado el precio o el interés de la evicción, conforme a la natura del contrato, y que así se entiende la ley Cum pacto, sobre causa de libertad y la ley Horno liber, sobre el estado de los hombres, según que más largamente se colige y puede y debe coligir bien mirado y entendido de las dichas leyes y otras que parecen contrarias; y de las leyes Et si servorum, sobre el estado de los hombres; Non ideo minus, sobre causa de libertad; Cum pacto, en el mismo parágrafo, 1, 1; A quiénes no se permite proclamar en libertad, Instituta sobre contratante comprador, parágrafo Loca sacra; la ley Et liben hominis y la ley Liben hominis; y la ley Si in emptione, parágrafo Omnium y parágrafo Item su emptor; y la ley Si ita distrahatur, parágrafo Eota, con la ley primera sobre causa de libertad ff, y el parágrafo Servi, y allí, la glosa y loan Fabro y Angelo de Areciona y Cristóforo Freislebio y Jasón Mayno en las adiciones al mismo Cristóforo, Instituta sobre el derecho de las personas con San Antonino, arzobispo de Florencia, en las partes canónicas, en la tercera parte, tít. ap. 6, parágrafo 581, con otros semejantes derechos y autoridades.
Esto digo en caso que uno por necesidad extrema y no por dolo ni malicia ni engaño consintiese ser vendido para tener parte en el precio, concurriendo todas las otras calidades y requisitos que se requieren de derecho arriba dichos, salvo solamente fraude y dolo que no concurra, sino necesidad extrema, como cuando el padre vende o puede vender al hijo en tiempo de tal necesidad, o como cuando acontece cada día que estos miserables de indios se venden a sí mismos o consienten ser vendidos, que en la verdad no se venden por engañar, sino por extremas necesidades y miserias que padecen, como y de la manera que muchos y casi todos entre sí se vendieron en la grande y extrema necesidad de la guerra pasada con los españoles y en otras grandes hambres que entre ellos ha habido antes y después, y por no tener otro remedio alguno para sustentar la vida y para pagar lo que les piden y reparten así de tributos como de otras cosas y necesidades extremas, que padecen muchas y muy grandes; y de éstos han de ser todos los que se han de herrar por virtud de la nueva provisión, que esclavos otros no los hay entre esta gente.
Cuanto más que, demás y allende de esto, tampoco veo que concurran ni hayan concurrido en ellos ni en alguno de ellos, ni es posible concurrir, según su arte, manera y calidad, los otros requisitos que de derecho se requieran arriba dichos, porque se requiere que concurran todos, que ninguno falte; cuanto más que, como tengo dicho y diré, esclavos que pierdan ingenuidad ni libertad ni familia entre ellos ni lugar ni ciudad no los hay, antes todas las retienen con sus cosas y casas y hijos y mujeres; y ley ni costumbre entre ellos otra no la hay, sino que son, según que por la experiencia parece, como alquileres o ventas de obras a perpetuidad que el derecho permite, sin perjuicio de ingenuidad alguna, con las dos condiciones de poder redimir este servicio, pagando el interés al comprador o subrogando y sustituyendo otros en su lugar, que a mi ver ha de saber la natura del subrogado y no durar más su servicio de lo que dure la vida de aquél en cuyo lugar se subrogó, según derecho; lo cual, de subrogarse y sustituir unos en lugar de otros y servir por sustitutos, usan muchos estos naturales y siempre entre sí lo usaron, aunque, por ser como son bárbaros, algunas veces algunos entre ellos lo usurpan y traen usurpado y no lo guardan, antes se sirven de él siempre, muerto el principal en cuyo lugar se subrogó, y aun algunos hay que, después de muertos los unos subrogados de quien se servían, tomaban y aún toman hoy en día por su propia autoridad otros de su linaje en su lugar para que los sirvan; pero éstos no son sino los más tiranos entre ellos, porque los más cuerdos no lo hacen, porque lo tienen por malo e injusto.
Y, así, veo que casi todas las condiciones y maneras y natura de este contrato de locación y alquiler de obras a perpetuidad se guardaba y guarda entre ellos; aunque con algunas corrupciones que en ello han tenido y tienen de gente bárbara que han sido y aún son y serán siempre, si no se les da otro mejor estado, orden y manera que al presente tienen, en que se junten y vivan juntos en buena conversación y policía, como tantas veces tengo dicho e inculcado por ser la cosa de grande importancia; y no veo que entre sí guarden y tengan las condiciones que tienen los esclavos verdaderos, que pierden libertad, ciudad y familia y son reputados nada de derecho civil.
Y para ser y poder tener por esclavos verdaderos los que de estos naturales a nuestro poder vienen, por vía del hierro de rescate, como nosotros los queremos y hacemos, venidos a nuestro poder, aunque ellos no lo sean en el suyo, habían de tener entre ellos la misma condición que tienen de derecho los verdaderos esclavos, que es la ya dicha; porque el que otra condición tiene no es esclavo verdadero, porque, como dice la ley Et servorum y el parágrafo In servorum ya dichos, en la condición de los siervos y los esclavos ninguna diferencia hay, porque todos son y han de ser de necesidad diminutós de la máxima disminución de ciudadanías y reputados por nada, y, como muertos, sin tener querer ni no querer, aunque en la condición de los libres haya, como hay, muchas diferencias, que son ingenuos y libertinos, que son los géneros de libres que hay, que contienen en sí muchas especies y diferencias, como eran y solían ser locatinos y dediticios, que ya están quitados del uso, que eran especies y diferencias de hombres libres libertinos, y como son de este género de hombres libres e ingenuos todos los que no son siervos verdaderos ni libertinos, como parece que son y serían los censitos y ascripticios, colonos y colegiatos con todos los vendidos por sus padres, que los tienen en poder en tiempo de necesidad, que los pueden de derecho vender, aunque no las madres ni los otros deudos, puesto que puedan alquilar y vender las obras de ellos, como entre estos naturales en esta tierra parece que lo usan mucho, con más todos los que venden y alquilan sus obras a tiempo o a perpetuidad y otras especies y diferencias de hombres libres que hay y puede haber, que se contienen todas debajo de este género de hombres libres, ingenuos, que no son siervos ni libertinos ni tienen la condición de alguno de ellos.
Y, como en la condición de los verdaderos siervos, como está dicho, no haya condición alguna, y en éstos, y en los de esta tierra, semejantes a estos alquilados a perpetuidad, haya otra y muy diferente manera y diferencia de la que hay y ha de haber en la condición de ellos, pues que vemos y nos consta que no pierden entre sí estos que así alquilan y venden sus obras a perpetuidad, que nosotros decimos que son esclavos, entre ellos ni pierden libertad, familia ni ciudad ni hijos ni mujeres ni casa ni hacienda ni ajuar, de necesidad se sigue que digamos que son especies y diferencias de hombres libres ingenuos, en quienes, como dicen los derechos alegados, muchas diferencias hay, y no de siervos ni esclavos verdaderos, en cuya condición no hay ni puede haber diferencia alguna, según los derechos que dichos son, y se colige de la glosa y el texto, y allí Jasón en las adiciones y los otros doctores bien vistos y concordados.
Mayormente, que sabemos por muy cierto que esclavos de guerra entre ellos no los hay ni entre ellos se hallan, y que los que hacían, luego los sacrificaban; y tampoco los podía haber de buena y justa guerra, siendo ellos gente bárbara y cruel entre sí, que no pueden tener esclavos que sean habidos de justa guerra. Pues ascripticios ni censitos y de otras diferencias tampoco parece que sean, pues que en la constitución de ellos no se guardó, ni se pudo guardar ni intervenir la forma y solemnidad de confesiones y libros y escritura que el derecho civil tiene ordenadas que en las tales especies y diferencias se hagan, para que sean constituidas y habidas por tales; los cuales requisitos y circunstancias entre estos naturales no concurrieron ni pudieron concurrir por ser tan ignorantes y remotos de las cosas y solemnidades del derecho civil para que los obligase a ellas; y menos es posible poder concurrir en ellos, atenta su calidad, ignorancia y rusticidad, tanta solemnidad como el mismo derecho civil introdujo en el hombre libre, que permite ser vendido para tener parte en el precio por la rusticidad e ignorancia que tienen de las cosas, no solamente de la manera de su estado y condición, que en tal caso se requieren que tengan y no las ignoren, sino también de las otras cosas que el derecho civil requiere que intervengan para que valga el tal contrato, para que los pueda obligar a esta servidumbre solamente de derecho civil hallada, que ellos nunca supieron ni entendieron, y contra el derecho natural y fuera del derecho de las gentes que parece que más les obligaba y más eran obligados a saber, del cual fueron hallados esclavos y siervos de buena guerra, que entre ellos no hay.
Por manera que yo no veo ni alcanzo otra especie de diferencia que sean ni puedan ser de derecho, sin ya dicha de hombres alquilados a perpetuidad, que caen y se contienen so el género de hombres libres e ingenuos, como es dicho; yen caso que en la condición y estado de aquéstos hubiese duda alguna, «en caso de duda debe juzgarse en favor de la libertad», como en la ley Libertas, sobre las reglas del derecho ff; y como lo tiene la glosa sobre la parte Aut servi, Instituta sobre el derecho de las personas.
Queda, pues, de lo dicho que no medianamente yerra quien a esta especie y diferencia de aquestos tales hombres libres ingenuos así alquilados los tiene y juzga y hierra por esclavos verdaderos con el hierro que dicen de rescate, que con más razón se podría llamar de cautiverio, por lo que está dicho; y por lo que claramente vemos que aquéstos que llamamos esclavos en esta tierra entre estos naturales no pierden ingenuidad, libertad ni ciudad ni familia ni casa ni hijos ni mujer ni hacienda ni ajuar, como está dicho, ni cosa alguna de cuantas antes tenían y después adquirían, salvo solamente cuando, en algunos tiempos del año, acudían y acuden algunas obras o tributillos a quien se lo compró o alquiló o les dio algo por ello en tiempo de alguna necesidad; y aun éstos son siempre tan templados y moderados, que los puedan muy bien pagar, y, sin embargo de ellos, sustentar su familia, como la sustentan y como está dicho.
Cuanto más que, aunque todo esto cesase, que no cesa, y todos los requisitos que el derecho requiere concurriesen en el que consiste ser vendido para tener parte en el precio, el mismo vendido a sus deudos podría pedir y vindicar la libertad, ofreciendo el precio al comprador de buena fe, según Jasón en las adiciones dichas a Cristóforo, Instituta sobre el derecho de las personas, hacia el final y según la glosa allí (y mejor a mi ver) proclamar en ingenuidad, porque, como muchas veces está dicho, ninguno es señor de sí, y el hombre libre no cae en comercio nuestro ni puede ser vendido ni recibe estimación ni se puede enajenar con efecto irrevocablemente; como el lugar sagrado o público tampoco se puede enajenar, lnstituta sobre compra y venta, parágrafo Si cum sim.; y también lo podrán hacer sus deudos y parientes, y también el vendedor, porque en tal caso, por favor de la libertad, como está dicho, el que es obligado de evicción no le repele de tan favorable demanda la excepción, y también porque no es obligado a dar el señorío de la cosa que no tiene para poderla así enajenar, sino a pagar el vendido el precio que recibió, y el vendedor el interés, como cosa enajenable que es la ingenuidad del hombre libre; ni tampoco le pudo pasar más derecho del que él en sí tuvo y el derecho le da, como está dicho. Y está dicho que ninguno es señor de sí mismo y que el hombre libre no cae en nuestro comercio.
De manera que no solamente el vendido, pero aun también, en defecto suyo, sus padres y otros parientes, por razón de su injuria y de lo que les toca, aunque el vendido no quisiese, pueden revocarle y restituirle al estado primero, ofreciendo el precio al comprador de buena fe y proclamando en libertad o en ingenuidad, como tiene Jasón en el lugar dicho, cuando el comprador fuere de mala fe, que sería y es siempre cuando sabe que compra hombre libre. Y no lo puede ignorar, ni deja de saber, cuando el mismo vendido es el que se vende a sí mismo, pues no se podría vender sin consentimiento de su amo, si no fuese libre; diga lo que diga a este propósito Ángel y la Glosa, que dice que, después que este tal mudó su estado, no puede ser revocado ni restituido a libertad. Porque en la verdad, por la tal venta nunca perdió la ingenuidad ni libertad, ni mudó estado, al menos irrevocablemente, porque el hombre libre no puede ser vendido para que pierda libertad ni ingenuidad ni mude estado; antes, en cuanto a esto es cosa enajenable, y de la manera que lo es la iglesia y la plaza pública, que no caen en nuestro comercio. Y, aunque en otros se mudase, en éstos de esta tierra vemos claramente que no muda, porque se quedan en el mismo estado de libres ingenuos que antes tenían, sin perder cosa alguna de ello, ni libertad ni ingenuidad ni ciudad ni lugar ni familia ni hacienda ni ajuar, como está dicho. Y no se dice mudar estado el que todo esto retiene, y así lo quiere sentir Jasón, aunque, como tengo dicho, a mi ver yo pienso cierto que ellos en ello los unos a los otros no se entienden bien o no se dan bien a entender, por ventura por ser materia olvidada y menospreciada entre ellos y no vista ni tenida tantas veces en plática como acá la tenemos entre esta gente cada día, que nos lo dan a entender tan claro, como si se viese, como en la verdad se ve al ojo cada día.
Y, por tanto, no es mucho si con el dedo lo adivine, como también no es maravilla que en esto los doctores y glosas vacilen y se contradigan los unos a los otros como se contradicen, porque tal arte de gente bárbara como ésta de estos naturales, que debe y parece ser como la que por ventura había en los tiempos antiguos, cuando se hicieron semejantes leyes, ellos nunca las vieron. Y, por tanto, no es de maravillar si por acaso no lo entendieron o yo no lo entiendo, que será lo más cierto.
Y, demás de esto, me parece también que se podría en esto por ventura decir, como tengo dicho, que la Glosa dijese verdad, que, mudando estado, no se podría restituir la libertad, cuando faltase buena fe y necesidad extrema, e interviniese fraude, dolo y engaño y malicia y poquedad de parte del vendido y vendedor para participar en el precio; y que entonces dijésemos que en pena de su maleficio quedase hecho siervo por derecho civil, y mudase estado irrevocablemente, y, queriendo engañar, quedase engañado, porque su fraude y dolo no les aprovechase, y que así esto se les diese por pena de su fraude y dolo; aunque, en la verdad, también esto parece que sea contra el parágrafo de la Instituto sobre compra y venta, que dice así:
En caso de que alguien a sabiendas compre lugares sagrados o religiosos, al igual que los bienes públicos como el foro o una basílica, en vano los compra; pero, si engañado por el vendedor, los compra como lugares profanos o privados, tendrá acción jurídica a partir de lo comprado; lo cual no le estaría permitido tener con objeto de conseguir su provecho, en caso de no haber sido engañado. Lo mismo ocurre jurídicamente, si compra hombre libre como esclavo.
Y lo que dice el Jasón, y todos los demás que dicen que puede ser restituido y revocado en su ingenuidad y libertad por los padres o parientes y deudos, sabiéndolo o ignorándolo, se entiende cuando no intervino el tal fraude ni dolo de parte del vendido, sino buena fe y extrema necesidad, o falta de otro remedio para sustentarse en la vida, como acontece en esta gente natural, misérrima en superlativo grado; porque entonces, en tal caso de buena fe, y aun en caso que el comprador hubiese sido engañado por el vendedor y vendido como parece por el parágrafo alegado, Ibideceptus a venditore, salvo si entendiésemos [la palabra] equivocado del parágrafo en realidad y no por fraude; mas de otro modo, en caso de duda, habría que interpretar a favor de la libertad, de tal modo que la libertad prevalezca y no se extinga, yo no veo por qué el estado de ese tal no se pueda revocar y restituir a su ingenuidad y libertad, que parece que nunca perdió, pagado el precio e interés al comprador que realmente y con efecto pagó el comprador y el vendido recibió, porque a mi ver se ha de entender según y de la manera que tengo dicho.
Y así es también de la natura del contrato de buena fe de venta, que es contento con la paga del interés, cuando la cosa vendida no está en poder ni señorío del que la vendió para la poder hacer el que la compró ni darle el señorío de ella, antes de su natura es enajenable y tal, que no cae en nuestro comercio, como no cae la cosa sagrada ni pública, en quien también vale la venta que de ella se hace para pagar el interés al comprador, pero no para que se mude el estado de la cosa. Porque ninguno se obliga a lo imposible ni da lo que no tiene ni cae en su poder para lo hacer de otro ni en comercio nuestro para se poder enajenar irrevocablemente; y así lo entrega, puédese revocar y restituir al estado primero, como de entrega que se hace de cosa enajenable y tal, que, entregándola, no se puede pasar el señorío de ella.
Y de aquí por ventura debe proceder que se requieran en este contrato tantas solemnidades, condiciones y requisitos como de derecho se requieren, porque, faltando alguno de ellos, no se podría argüir dolo ni consentimiento contra el vendido ni la buena fe que se requiere de parte del comprador, que son los requisitos, como está dicho: que el vendedor sepa la condición del vendido, que es ser hombre libre; y que el vendido no la ignore ni yerre en ello, creyendo que es esclavo, porque así se les puede imputar dolo y consentimiento; y que el vendido a lo menos de veinte años arriba, porque entonces esta edad para esto parece ser capaz de tal dolo y consentimiento.
El otro requisito y condición es que permita ser vendido para participar del precio, porque aquí está el provecho que nadie ha de reportar de su engaño y el precio ha de ser vuelto y restituido al comprador de buena fe, en caso que pida el vendido, por sí o por sus parientes, ser restituido en su ingenuidad o libertad, como está dicho, por el cual precio así participado por el vendido no puede proclamar en libertad en tal caso, salvo cuando hubiese tenido mala fe el comprador, sabiendo que compraba hombre libre, que entonces podría proclamar en ingenuidad y libertad.
Lo otro, que en la verdad lo participe y goce y venga a su poder; porque de otra manera no sería obligado a restituir al comprador por razón del precio lo que no hubiese recibido; antes podría, faltando esto, proclamar en libertad libremente sin restitución de precio alguno, porque faltaba este principal requisito, que es que reciba y participe realmente del precio, y así, a mi ver, se debe entender este paso, que es que este precio recibido impide esta proclamación en ingenuidad y libertad, junta la buena fe del comprador, y no otra cosa, porque vemos claro que el derecho permite y manda que pueda proclamar éste que así permite ser vendido para participar del precio, cuando en la verdad de hecho no lo recibió. Así se entiendan las leyes y glosas y doctores, que parecen que en este paso y materia son contrarios.
Es lo otro, que el comprador por el contrario ignore el estado y condición del vendido y crea que le venden y que compra hombre esclavo y no libre; porque, si esto no concurriese y no ignorase la condición del vendido, no podría comprar a sabiendas hombre libre por esclavo, ni tener en ello buena fe, pues sabe y debe saber que de derecho está prohibido; y también porque el que sabe la condición de la cosa no se puede quejar que se le haga engaño en ella; y de aquí de necesidad habemos de decir que no puede cumplirse ni concurrir este requisito de ignorar la condición del vendido en persona que compra libre e ingenuo que a sí mismo se vende, pues sabe o debe saber que el que es esclavo y está en poder de otro no se puede vender a sí mismo, pues no está en su poder, sino en poder del señor; y, si por libre él a sí mismo se vende, ya el comprador no puede tener buena fe ni dejar de saber que sea libre, ni creer que compra esclavo, y así ninguno de éstos que a sí mismo se venden, siendo libres antes de la venta, pueden ser esclavos después de ella, pues no puede concurrir en el comprador esta condición y requisito que se requiere de ignorar que sea libre el que se vende y creer que sea esclavo.
Y por cualquiera de los requisitos dichos que falte no se pierde ingenuidad ni vale el tal contrato; y así ninguno de éstos que a sí mismos se venden podrían ser esclavos por esta vía, faltando cualquiera de estas condiciones, aunque de hecho se venda, y podría proclamar en libertad, salvo si pasase a segundo o tercero comprador, que en la compra hubiese tenido la buena fe que al primero faltó, y tampoco en este caso para mudar estado ni perder ingenuidad ni libertad, sino para pagar el precio e interés al comprador de buena fe, que ignora la condición del que es vendido, porque no reciba pérdida del precio e interés ni engaño en contrato de buena fe, pues hay la misma razón para ello, y donde vale la misma razón vale el mismo derecho.
Y así también en pocos o ningunos de aquéstos de aquesta diferencia valdrá el contrato ni se puede cumplir el requisito que se requiere, que el vendido no ignore su condición ni yerre en ella, porque siempre, y por la mayor parte, esta gente bárbara e ignorante de semejantes cosas y sutilezas yerra en esto, creyendo que, por haberse vendido una vez a sí mismo a aquéllos a quien se vendieron una vez, los pueden tomar a vender a otros, y así siempre viven engañados, errados e ignorantes de su estado y condición de ingenuos y libres que son.
Resta (pues consta estos tales, concurriendo o no concurriendo los requisitos, no ser verdaderos esclavos, por lo que está dicho, y por lo que vemos, que concurren en ellos las señales de hombres libres, alquilados a perpetuidad con las dos condiciones dichas del derecho de poderse redimir, pagando el interés o subrogando y sustituyendo otro en su lugar, que sepa la natura del subrogado) que digamos por lo más cierto y seguro, pues que en caso de duda se ha de juzgar en favor de la libertad, que estas servidumbres o servicios que entre sí tienen estos naturales sean en efecto como son alquileres o ventas de obras a perpetuidad con las dichas dos condiciones que el derecho pone con que son permitidas, pues, demás de lo dicho, tampoco tienen las condiciones de esclavos, en la condición de los cuales ninguna diferencia hay, y vemos notoriamente que en éstos hay muchas diferencias, como la hay en hombres libres, pues que manifiestamente vemos y nos consta que retienen casas, hijos y mujeres y haciendas, que es lo mismo que en efecto el derecho llama libertad, ciudad y familia, como está muchas veces dicho, y solamente los vemos servir en toda libertad de algunas obras o tributos que buenamente puedan dar, y que redimen estas sus obras y servicios cada y cuando que quieren, subrogando y sustituyendo otros hijos o deudos, u otras personas que de la misma manera por ellos sirven en su lugar, conforme a los que según derecho alquilan sus obras a perpetuidad, lo que en ninguna manera cabe ni ha lugar en esclavos verdaderos, como está dicho. De donde se sigue y concluye que éstos son hombres ingenuos libres, pues no tienen la condición de hombres esclavos, en la cual no puede haber ni hay diferencia alguna.
Y también pienso que deben entrar y entran en esta cuenta todos los que son vendidos por sus padres, madres y deudos, que son casi toda la suma de los que hoy entre ellos hay, porque son del mismo jaez y condición, que ni pierden ingenuidad ni libertad de las personas, ni tienen servidumbre alguna asentada sobre ellos, salvo solamente sobre sus obras, que así alquilan y venden, y pueden muy bien vender y alquilar, que se llama en derecho alquiler o venta de trabajo, que se asientan sobre las obras y no sobre las personas, las cuales ellos entre sí unos con otros fácilmente trocan y cambian, venden y compran y revenden, y por muy poco precio, como cualquier otra mercadería, y sin recibir pesadumbre ni pena de ello, porque como la ingenuidad y libertad y lugar y familias, casas e hijos y haciendas se les queden y lo retengan, todo lo demás que es sus obras o la parte de ellas que pueden excusar, demás de las que han menester para la sustentación de su familia, estímanlo en poco y hacen poco caso de ello, y así fácilmente y sin recibir mucha pesadumbre lo venden, cambian y trocan; y de aquí procede tener en poco venderse y servir como se venden y sirven, y no de ser apocados ni tener en poco sus libertades, pues vemos que con tanta instancia y lágrimas las piden y vindican de quien se las tiene tiranizadas en achaque de estos alquileres que entre sí hacen.
Y también sólo el padre puede vender el hijo en tiempo de necesidad, y aun entonces, no para que el hijo pierda la ingenuidad, sino para que también, como cosa de alquiler o prenda, lo retenga el comprador, hasta que vuelva el padre o el hijo u otra cualquier persona lo que costó, o el interés, como lo dice la suma de leyes ya dicha, y como estos naturales muchas veces lo hacían, que vendían a sus hijos muy pequeños, como por prenda de lo que así recibían de sus acreedores, y servían los padres por los hijos a los que así de ellos los compraban, y aun a veces toda la parentela; por donde parece tenerse intento en esto a las obras y no a las personas, y asentarse esta manera de servidumbre sobre las obras y no sobre las libertades de las personas ni en perjuicio de ellas; y, aunque las madres u otros deudos los vendiesen por vía de venta que se asentase sobre las personas y libertades de ellas, no valdría la tal venta, aunque podría valer por esta vía de alquiler o venta de obras a perpetuidad con las dos condiciones ya dichas, y consintiéndolo el alquilado, y teniendo edad para lo consentir o teniendo poder sobre el alquilado el que así lo alquilase, como lo tiene el padre, aunque no entre gente bárbara como aquésta y como lo dice el parágrafo Jus autem potestatis... o alquilándose él; las cuales maneras parece que hayan tenido y tengan estos naturales entre sí para servirse unos de otros, en defecto de la otra mejor manera de alquilarse a tiempo cierto, que nosotros tenemos y usamos entre nosotros; la cual ellos no tenían ni usaban entre sí ni habían hallado hasta ahora que se les ha dicho, y les parece muy bien y la han alabado y dicen que la quieren usar entre sí; porque tiene esta gente esto muy bueno, entre algunas otras cosas buenas que tienen, que saben conocer muy bien lo que es bueno y estimarlo y alabarlo por tal.
Y, aunque todo esto cesase, que no cesa, siendo estos naturales bárbaros y tiranos como son, y estos esclavos de gente bárbara y tiránica, aunque lo fuesen, no lo podrían ser ni ser tenidos ni vendidos por tales esclavos de derecho, antes quien por tales los tuviese, juzgase y defendiese y permitiese ser tenidos caería en la pena de otra ley y suma de ella, que dice en esta manera en el cuerpo de las sumas de las dichas leyes, so el título De ingenuis, qui tempore tiranidis servierunt.
«Los que habiendo nacido libres son reducidos a esclavitud en tiempos de tiranía han de ser restituidos a su estado de libertad. Si alguno, informado de esta ley, retiene en la esclavitud al hombre libre, será multado muy severamente».
Y para que se vea mejor cómo éstos eran bárbaros y tiranos, y gente sin ley, hasta el tiempo que se sujetaron a su Majestad Católica, y simple e ignorante, y aun pienso que tarde o nunca lo dejarán de ser hasta que otra mejor manera se les dé la que al presente tienen, bastará, a mi ver, decir aquí algunas de las muchas bárbaras y tiranas costumbres que tenían acerca de esto, y se tienen hoy por la mayor parte; y son, que por una mazorca de maíz que uno tomase del maizal ajeno, no teniendo de qué lo pagar, se servían de él toda su vida como de esclavo por su propia autoridad, sin otra condenación.
Item, que el que se echaba con esclava o sirvienta de otro y era soltero y la empreñaba de hijo había de servir por ello toda su vida; y, si era casado y la empreñaba de hijo, había de dejar su mujer y casa y servir al amor de la que empreñó toda su vida como esclavo, y también le hacían esclavo, si la preñada de ello moría.
Item, cuando jugaban a la pelota y perdían y no tenían de qué pagar, los tomaban y se servían de ellos toda su vida los que ganaban; y, si eran los que le ganaban dos o más, y no les pagaba, le llevaban al templo o cuy le sacrificaban delante del ídolo que tenían.
Otros hurtaban muchachos y muchachas pequeños, hijos de otros, y los iban a vender lejos, y, si los padres lo sabían y podían, tomaban por su propia autoridad a los que así los hurtaban y vendían, y los daban y entregaban a los que así los habían de ellos comprado, y así rescataban sus hijos y quedaban por esclavos en su lugar los que así los habían vendido.
Pero de aquestas tres maneras y géneros de esclavos que parecen ser hechos por delito, ningún esclavo he visto ni sabido que entre ellos haya, porque ninguno de ellos ha parecido ante mí; y creo, si los hubiera, que hubieran parecido alguno de ellos como parecen los otros que está dicho que son por ventas y alquileres y trueques y cambios; sabio que lo dicen y afirman los padres religiosos que son lenguas y dignos de ser creídos, pero ellos no afirman que al presente haya algunos de aquéstos, sino dicen que algunas veces entre ellos se solía así hacer y acontecer; y puede ser que aconteciese pocas veces, y que fuesen tan pocos, que no hay alguno al presente de ellos, o porque, por ser tan pocos, no se echen de ver, como se ven estos otros que tengo dicho, que son casi de número infinito. O puede ser también que al presente no los haya, pues que no parecen, porque los que sacrificaban eran de éstos, hechos por delitos o por guerras, y así los acababan y por eso no parecen ni pienso que los haya.
También han parecido ante mí otros que hay entre ellos, y éstos no son pocos: que, cuando eran pequeños, siendo huérfanos, los hurtaban de los tiangues y de otros lugares donde los hallaban, y los transportaban y vendían en otras partes lejos de donde los tomaban o a los mercaderes de otros lugares, que andan por la tierra muchos; y en aquesto anda gran robo y tiranía hoy día en la tierra sin poderse remediar, a causa de su gran derramamiento; y de aquéstos así hurtados y robados parecen muchos a pedir sus libertades; y de éstos, y vendidos por padres, y más por madres, y también por otros parientes, son todos.
Item, cuando el padre y madre vendían a su hijo con necesidad, aunque le vendiesen por un cuartillo de maíz, si era pequeño, como algunas veces acontecía venderle en la cuna, el padre y la madre, y aun toda la parentela, servían al que le compraba; y también lo hacían, aunque el hijo vendido fuese grande. Y el que compraba a otro para que le sirviese, si se le iba o se le moría, por su propia autoridad tomada al vendedor, cuando se le iba el vendido, o algún pariente del que se le moría, o se le iba (cuando le había vendido pariente o padre o madre o hermano) el que mejor le parecía de su linaje, y, muerto éste que así tomaba, tomaba otro, y nunca este servicio quería que se acabase; y aun muchos tomaban así por su autoridad al que servía a su amigo después del amigo muerto.
Y todos éstos, así tomados, no tenían resistencia alguna, de hecho ni de dicho, para con tales tiranos. Y esto, a lo que pienso, procede de dos o tres cosas o causas: la una, de ser muy comportables y moderados y pequeños los servicios que daban y hacían, y de no perder ellos casas, hijos, mujeres ni libertades ni lugares, porque desde donde estaban les acudían o servían con algunos tributos u obras o servicios; o de ser gente tan humilde y obediente, que ninguna resistencia ponen en cosas que les manden sus mayores; o de ser gente bárbara y simple, aunque muy dócil, tan opresa y tiranizada de los que más podían, que no osaban resistir, ni contradecir ni alzar cabeza; y de ser gentes sin ley, ni justicia ordenada, de manera que cada uno se salía y acometía con lo que quería; aunque me dicen los cuatro jueces que están conmigo en la audiencia que entre ellos se hace, que, cuando a Moctezuma se quejaban, se deshacían semejantes agravios. Pero a lo que de ellos he sentido, no había en esto entre ellos justicia constante, ni perpetua voluntad ni leyes ni reglas ni ordenanzas ciertas para ello, sino como y cuando se les antojaba y les estaba bien; de manera que unas veces hacían justicia y castigos excesivos y crueles, y otras veces se disimulaban grandes crueldades y delitos; y por la mayor parte cada uno se tomaba la justicia o tiranía por sus manos como más podían; y otras veces, como no sabían, por hacer justicia, cuando algunas veces se les pedía, hacían grandes agravios, como me consta entre otros agravios de una que se me vino a quejar no ha muchos días, que la había otra india acusado ante un principal que le había hurtado cierta cosa, y que ella lo había negado, porque no era en culpa de ello, y que sin más averiguación el principal la había mandado que, pues lo negaba, que fuese esclava de la otra, y que por tal se había quedado; y, en fin, todo acontecía entre ellos como entre gente bárbara e ignorante y sin ley, y derramados sin tener orden de buena policía, que es la que todo lo ordena, y sin la cual ninguna cosa ni conversación humana puede haber bien ordenada y que no sea corrupción.
Hay otro género o diferencia de hombres libres entre ellos, que nosotros pensamos son esclavos: que, si uno está en necesidad y pobreza extrema, ó otro le presta algo o le halla enfermo y le cura, y no tiene después de qué pagarle, le toma, o el mismo que recibió el beneficio se da a sí mismo para servirle toda su vida; y otras veces piden prestado unos a otros con necesidad como a la cemina, y, cuando no pueden ni tienen de qué pagar, se dan a sus acreedores y ellos los toman a este servicio perpetuo de toda su vida; pero el servicio, según yo he hallado siempre, es muy comedido y moderado, quedándoles siempre su ingenuidad y libertad a salvo, y no perdiendo sus lugares y ciudades, ni familias ni casas ni hijos ni mujeres, como está dicho.
Pues no habiendo como no hay ni parecen entre ellos esclavos de buena guerra ni de mala, ni menos por delitos, si ahora a estos tales y semejantes géneros de hombres libres que dichos son, y que así están opresos y tiranizados entre esta gente bárbara, por ser tan humildes y obedientes y sujetos a quien los tiraniza, o por temor de mucha reverencia de ellos, o por ignorancia de no entender ni saber qué cosa sea esclavo acerca de nosotros y se engañar en pensar que sus maneras de servicios que entre sí tienen muy humanas y como de hombres libres como está dicho, es ser esclavo acerca de nosotros, o por no se lo saber interpretar ni dar a entender como debe por los naguatatos e impropiar el vocablo que ellos tienen en su lengua por estas maneras de servicio, por esta otra manera y género de esclavos nuestros, tan diferente, que pierden libertad, ciudad y familia, y son disminuidos entre nosotros de la máxima civil disminución que entre nosotros tenemos, y entre ellos no saben qué cosa sea ni lo entienden ni se les puede dar a entender, porque, como entre sí no lo usan, no hay vocablo propio para ello; si ahora como dije, por virtud de esta nueva provisión a estos tales se les preguntase y ellos o por temor o por inducimiento de sus principales amos a quienes sirven como libres, como dicho es, o por la gran obediencia y reverencia y sujeción increíble que les tienen, o por los engaños y errores e impropiedades dichas que en esto hay, confesasen y dijesen como todos confesarán y dirán sin recatamiento ni recelo alguno de esto por no saber, ni ver ni entender la celada que en ello hay, sino con toda simplicidad, como ellos en esto y en muchas cosas son simplicísimos, respondiesen que eran esclavos, porque ellos siempre dicen lo que conocen y coligen que sus amos, a quienes acatan, quieren que digan, y por estas tales sus confesiones les echasen el hierro por virtud de la nueva provisión, ¿por ventura no sería éste fraude, dolo y engaño manifiesto y muy peligroso?
Cierto, yo no alcanzo qué enmienda, ni satisfacción ni justificación ni reparo pueda llevar daño ni lástima tan grande, pues que no hay duda, sino que de esta manera vendrían a ser herrados por esclavos, siendo hombres libres, de tres partes las dos, de toda la suma de la gente común de esta Nueva España; porque, a causa de sus grandes miserias y pobrezas y necesidades, casi todos estos miserables (que en la verdad son los más aficionados y devotos a nuestra religión cristiana, como dicho está arriba, y de quien toda la esperanza de la buena cristiandad de los naturales de esta tierra se tiene) acuden y sirven a los otros más principales y a los mercaderes que más tienen con algunos tributillos u obras o servicios que pueden, que, si éstos se hubiesen de contar y herrar, sería casi número infinito y proceder a infinito. Y yo no veo ni pienso que haya otros, sino de éstos, y hurtados y robados, como dicho es.
Otras tiranías, según dicen los religiosos, lenguas que los confiesan y conversan, había y aún ahora hay (porque nuestras leyes y ellos no las entienden ni las pueden entender ni las entenderán, atenta su manera de aquí a la fin del mundo; y otras que entiendan, no veo que se les dan, y así no es de maravillar que se tengan sus tiranías) entre estos naturales, y eran: que, si uno servía a otro y no le quería servir y se huía en casa del señor o del cacique, el tal había de servir al dicho cacique, y el otro, a quien antes servía, le perdía.
Item, fallecía un principal y, aunque tuviese y dejase hijos y mujer, iba el cacique principal y se entraba en toda la hacienda y sin les dejar nada se la tomaba toda; lo mismo, pienso, hacían con los mercaderes. También afirman estos religiosos lenguas.
Item, afirman los mismos religiosos lenguas que los bienes que dejaba el difunto, los herederos de algunos de ellos luego se los llevaban al cacique; y, si traían sobre ellos alguna diferencia, en luga de concertarlos, se los tomaban y se quedaba con ellos, y los herederos sin nada; y algo de aquesto he yo hecho restituir.
Item, acostumbraban entre sí no suceder en los mandos o señoríos o cacicazgos, o que son por sucesión legítima, sino tomarlo el que más podía. Y esto afirman religiosos lenguas, y a mí me parece que he visto algo de ello; y también he visto que sucedían por vía electiva, eligiendo al más valiente hombre, o al más sabio y cuerdo y bien razonado, de que ellos se precian mucho; digo de bien razonary con mucho sosiego y reposo, y con buenos meneos y ademanes y compostura de cuerpo, manos y gesto, como oradores en forma; y también he visto de esto, y no ha de muchos días, como tengo dicho.
También afirman religiosos lenguas, que había entre ellos una orden u oficio o abominación o corrupción endiablada, que se llamaba de los telpuchetles, que eran unos mancebos que estaban diputados entre ellos para corromper las mozas vírgenes antes que se casasen con otros, entregándoselas al tiempo que se querían casar.
Demás de éstos, tenían otros desatinos de gente bárbara e ignorante, sin ley y sin rey, y sin ciencias ni disciplinas buenas, y sin la buena policía que pone orden en todas las conversaciones humanas, que no sean corrupciones; sin la cual y sin alguna buena orden que se les dé, que sea tal cual convenga para que esta buena policía ellos la puedan entender y comprender, y entre sí usar y guardar, pues que la nuestra no les arma por la muy diferente manera, estado, condición que tienen tan diferente y extraño del nuestro, que ni se pueden acá conformar ni allá imaginar, dudo poder cesar, ni se excusar que no haya o no acontezca siempre entre ellos muchos y semejantes desatinos, tiranías y corrupciones de éstas y peores. Dios por su clemencia nos lo dé esto bien a entender, como es menester, y la cosa lo requiere, y como ello es.
I Ordenanzas no las tenían, sino unas pinturas a manera de anales, que eran los casos y hechos como acontecían y pasaban justa o injustamente, y éstos pintaban y los tenían, no como leyes, sino como ejemplos de lo que otros hacían mal o bien, que en derecho es reprobado, pues no se ha de juzgar mediante ejemplos, sino con leyes; y de aquesta manera son a mi ver las que allá se enviaron pintadas.
Hay otro género de hombres libres, usurpados entre nosotros, de estos naturales, y hechos indirectamente esclavos perpetuos, a quien los españoles llaman naborías de por fuerza; de aquesto género yo no quiero más decir, sino lo que dice la regla: que no se debe permitir por una vía lo que por otra se niega, ni hacerse fraude a la ley ni a la libertad por indirectas. Y paréceme que esto es, en efecto, honestamente defraudar todas tres leyes, divina, natural y humana, porque yo no sé qué más tengan los siervos y esclavos verdaderos, en efecto, entre nosotros, que estos naborías de por fuerza, pues todos han de servir de por fuerza como esclavos hasta que mueran; y el morir está en la mano y muy en breve y a bien librar en las minas; y es un colorado y manifiesto engaño que se les hace esto de estos naborías. Y éstos son los que los indios de las Islas y Tierra Firme daban a la gente de guerra, más por fuerza que por grado, por tenerlos contentos. De aquéstos hasta ahora no sé yo que en esta tierra de esta Nueva España haya habido algunos, si la nueva provisión no introduce en ella uso nuevo, el cual plega a Dios no sea causa de los males que arriba tengo dichos que causa este diablo de codicia desenfrenada. De éstos ha de haber muchos que han de tomar los españoles por virtud de la provisión nueva: éstos, siendo hombres libres, suelen dar y rescatar los indios principales por esclavos a los españoles, a la vez por contentarlos y a las veces por lo que por ello les dan; y ellos no osan contradecir ni dejan de confesar lo que los principales, para que los hierren, les dicen que confiesen: que es que son esclavos de este género y de los otros géneros ya dichos. Asimismo son de los que los españoles suelen hacer presente al fisco por el hierro que se les echa, porque la suya esté más segura y más justificada.
Y de éstos y de otros semejantes también son por los que dicen en la suma de las leyes, so el título de Causa de libertad, libro 5°, en estas palabras:
El registro de hombres libres en la servidumbre anotada por el fisco no perjudica su estado de libertad. Tampoco perjudica su estado de libertad el pobre que coaccionado frente al poderoso acepte decir: «Soy tu esclavo». En caso de que el juez quisiere apartarse de la defensa, se ha determinado trasladar todo el juicio a otro juez.
Y la ley Nec si volens, bajo el mismo título, en estas otras: «Tampoco estarías causando lesión a tu derecho, aun cuando voluntariamente llegares a escribir con tu firma que eres esclavo y no libre. Cuanto más, en el caso que tú mismo atestiguas que fuiste obligado a dar esa
Así es que, si de aquéste o de aquestos géneros se hubieren algunos rescatado y herrado en poder de españoles, cualquiera podrá ver fácilmente si son esclavos verdaderos o no, pues dice la ley que no pudieron ser perjudicados por ello en su ingenuidad; y, presupuesto lo que arriba queda dicho por verdad, como lo es, que esclavos de guerra entre estos naturales no los hay, ni se hallan al presente, ni tampoco por delitos, y menos por sus confesiones, porque aquéstas, como está dicho, no les prejudican en sus ingenuidades, ni por se vender a sí mismos, ni consentir ser vendidos para tener parte en el precio, porque es imposible, atenta su manera y condición y calidad, concurrir en ellos todos los requisitos que de derecho se requieren, que ninguno falte; y también porque vemos que retienen su libertad y familia y casa e hijos y mujer y hacienda y ajuar, sin perder cosa alguna de ello, y que es más en ellos una manera de alquiler o venta de obras a perpetuidad, que no servidumbre que quite libertad, como está dicho.
Y, asimismo, presupuesto juntamente con esto que estas gentes son naciones bárbaras y que otras maneras de poderse hacer esclavos entre ellos en esta tierra no las hay, como arriba más largamente queda dicho, resulta por muy claro y averiguado que todos los que hasta hoy se han herrado por vía de rescate y venido a poder de españoles y de aquí adelante vinieren y se herraren por virtud de la nueva provisión han todos de necesidad de ser, a lo más riguroso, de este otro género, especie o diferencia de hombres libres que tengo dicho, que alquilan o venden sus obras a perpetuidad, que tampoco pierden de derecho libertad, ni ingenuidad ni lugar ni familia, ni mudan estado ni condición; antes, lo retienen todo y se redimen cuando quieren, subrogando y sustituyendo otros en su lugar. Y así lo usan y acostumbran entre sí, y así les había de ser guardado entre nosotros, ya que a nuestro poder viniesen por cualquier título que fuese; porque aquello que son lo son conforme a sus costumbres, y no a la nuestra, tan diferente de ella, en tanto prejudicio suyo; porque, como está dicho, no se asienta la servidumbre en estos tales que alquilan o venden sus obras sobre las personas, sino sobre las obras.
Y asimismo se ha de decir de los huérfanos y no huérfanos robados y hurtados siendo niños, y engañados siendo grandes, de que hay también mucha copia entre estos naturales, que tampoco son ni pueden ser esclavos por ningún transcurso del tiempo que sea, porque están en continua fuerza y violencia opresos, y puédense huir y ausentar de sus amos cada y cuando que vieren tiempo, según se ha dicho y dirá delante.
Y lo mismo se podrá decir de aquestos maceoales y gente común opresos y tiranizados de estos caciques y gente bárbara, como queda dicho; que también se dice de derecho estar en la misma fuerza y opresión continua, que no solamente hace inválida cualquier servidumbre y título de ella, pero aun se manda que sean restituidos en su ingenuidad, que nunca perdieron; y que el que a sabiendas tuviere en servidumbre al afligido que así hubiere perdido su libertad en tiempo de tiranía o de algún tirano (y la costumbre y la ley tirana es tirano) sea punido y castigado con pena severísima, como tengo dicho, y como dice en otra ley de la dicha suma de las leyes, so el título De ingenuis qui temporíbus tiranni servierunt, libro 5.°, que es sacada de las leyes del cristianísimo Teodosio en estas palabras: «Los que habiendo nacido libres son reducidos a esclavitud en tiempos de tiranía han de ser restituidos a su estado de libertad. Si alguno, informado de esta ley, retiene en la esclavitud al hombre libre, será multado muy severamente».
Y como le pone el cardenal de San Sixto, Cayetano, sobre la 2.a 2ae de Santo Tomás, artículo 8.°, cuestión 16, columna 2.a, en las que se siguen:
No distingo entre tiempo de guerra y tiempo de paz, porque de este capítulo f. no es necesario distinguir a los así oprimidos atendiendo a las ayudas para su liberación, ya que el oprimido mantiene continua guerra justa con su opresor. Y no es preciso buscar en este asunto autorización pública por otro camino que el de rechazar la fuerza con la fuerza, esto es, en virtud de autoridad privada, bien que se observen las debidas condiciones. Lo dicho acontece en relación al esclavo cristiano oprimido por amo infiel, diferentemente a como sucede con las cosas. El motivo consiste en que la liberación del esclavo tiene razón de recuperación que ha de hacerse de inmediato; pues al hombre libre se le hace violencia personal continuamente, mientras se le retiene como esclavo. Esto, pues, tratándose de amos infieles no sujetos de hecho a príncipes cristianos. Es evidente que, tratándose de infieles, como estos naturales, de hecho y por derecho sujetos a príncipes cristianos, éstos en virtud de dominio y los jueces a través de sentencia pueden liberar a los esclavos de dichos infieles.
Y, si de los infieles súbditos estos tales siervos cristianos opresos se pueden quitar por jueces competentes, con mayor razón parece que se podrían y deberían quitar de los que ya son súbditos fieles; pues más prohibido es a los fieles tener cosa opresa y mal habida, que no al bárbaro e infiel, mayormente libertad de hombre libre, que de preciosa no se puede estimar.
Hay otro género o diferencia de hombres libres entre estos naturales usurpados por esclavos entre nosotros, que son los que, después de la tierra ya pacificada y repartida en los españoles, estos tales caciques y principales bárbaros y tiranos daban a los españoles o de gracia por contentar o de temor por no padecer o por rescate de casi nada que les daban, o por ruego que les era más que mando. Estos tales venían avisados, persuadidos, atemorizados y mandados por sus caciques y principales, que, aunque fuesen libres, dijesen que eran esclavos; porque los españoles les pedían esclavos y ellos sabían que los examinadores españoles se lo habían de preguntar si lo eran, y, porque no los tomasen en mentira, que les daban libres por esclavos para los herrar y por cumplir con lo que les pedían los españoles. Y estos tales miserables, así avisados y atemorizados de sus caciques, a quien temían y tenían casi como a dioses, que habían de ser herrados, no osaban hacer ni decir ni boquear otra cosa más de lo que el cacique y principales les decían y mandaban.
Y por esto y porque también todos los más de ellos eran de este género de alquilados y hurtados que está dicho, y que ignorantes no entendían lo que les preguntaban, y pensaban que les hablaban de este género de servicio que usan entre ellos, que no pierden libertad, ni ciudad ni familia ni casa ni hijos ni ajuar, y no del género de nuestros esclavos, que lo pierden todo, que ellos no sabían ni entendían qué cosa era ni se les podía dar ni daba a entender; porque, como entre ellos no se daba, tampoco hay vocablo para ello ni para darlo a entender, y preguntándoselo por los términos y vocablos que tienen para su género de servir, no podían sino errar en la respuesta de ello y recibir muy grande engaño, daño y perjuicio; porque, siendo preguntados como se les preguntaba si eran hijos de madre esclava o esclavos, y entendiendo ellos por la manera de su servir y respondiendo que sí y echándoles por ello luego el hierro, como se les echaba y habrá de echar, si Dios no lo remedia, por la nueva provisión, y quedando por ello de aquesta manera entre nosotros por esclavos verdaderos, y para dar con ellos en las minas, siendo en la verdad libres, claro está de conocer que mayor agravio a nadie no se puede hacer, que a éstos se les ha hecho y hará.
Y de aquéstos que así han dado los principales a españoles, unos han sido de los que, antes que viniesen cristianos a estas partes, ellos entre sí tenían en este género de servicio, que es como alquiler de obras que está dicho, y otros han sido de los que, después de venidos cristianos y dada a su Majestad la obediencia y sujetos a nuestras leyes, entre sí habían y contrastaban y vendían y compraban de la misma manera que de antes; porque, aunque los ídolos se les hayan quitado a muchos de ellos, pero de quitarles las costumbres malas que tenían poco se ha curado; y así casi en todas se han quedado; y temo que tarde las perderán, si otra mejor orden y estado no se les da del que tienen y hasta aquí se les ha dado; que no es pequeño mal e inconveniente, conforme a lo que dice San Juan Crisóstomo, Sobre San Lucas, 3°, en estas palabras: «Cuando alguien permanece en su prístino estado, sin abandonar sus hábitos y costumbres, de ninguna manera se acerca al bautismo como es debido». Y, aunque plega a Dios que no se les añada a sus costumbres malas algunas peores nuestras, de que se haga alguna mala ensalada, por la poca manera y menos orden y poco cuidado y menos arte que para ello hay; no sé por qué ésta no se procure, pues nuestra manera a ellos no les arma, ni les es posible ni bastante ni aplicable ni practicable, sino que convendría que se les diese alguna otra mejor y más conforme y apropiada a su manera de vivir y entender, que es tan extraño y diferente de la nuestra, cuanto lo es la nación, como tantas veces tengo dicho y nunca lo dejaré de inculcar y tornar a decir, por lo mucho que importa y por la gran necesidad que me parece que hay de ello y de saberlo y de entenderlo.
Y, si es verdad, como cierto parece, que estos tales entre ellos o son libres e ingenuos, o a lo más, obras alquiladas y que retienen sus libertades y familias y lugares, u opresos o tiranizados, o hurtados o robados, o engañados por persuasiones o forzados o engañados en las confesiones que les piden, o voluntarios en ellas, que tampoco valen ni les perjudican, como está dicho, ni por guerra ni por delito ni por otras vías, no sabemos que haya entre ellos esclavos verdaderos que se puedan ni deban herrar, porque todos los sacrificaban, y tampoco nuestra manera de esclavos, que es la que era entre los ciudadanos romanos, en ellos, por ser gente bárbara, cabe ni la tienen ni pudieron tener. Y nuestra nación española en manera de servicios y servidumbres y costumbres es tan extraña y ajena y diferente de la suya, que ninguna conformidad ni comparación ni conveniencia tiene con ella. Cierto, yo no alcanzo ni veo estos tales así rescatados y herrados con qué ánima, ánimo ní conciencia se puedan retener por españoles y cristianos en tan dura servidumbre como es la nuestra, tan diferente y extraña de la suya, como dicho es; mayormente diciendo, como dice otra de las dichas sumas de leyes, so el título De patribus qui fijos suos per necessitatem distraxerunt, lo siguiente: «Pues, si alguno presume vender tales personas a gentes del extranjero o los destina a ultramar, tenga presente que será multado con seis onzas de oro».
Y, porque vuestra merced vea que estas dudas y dificultades no las levanto yo, sino que pasa así y otros primero las han apuntado, acordé de poner aquí un capítulo, de muchos, que un oficial de su Majestad de Tierra Firme, que se dice Cereceda, como hombre a mi ver agudo y experto en ello, envió a consultar, pienso que a la Isla Española, a un maestro Rojas, teólogo que allí estaba, que valiera por ventura más en parte que no le respondiera, porque eso fue, según pienso, a los principios del hierro de rescate que se permitió o se usó, y pienso que de su respuesta nació tanta inadvertencia y poco recatamiento en esta cosa, con tantos millares o millones como, conforme a la respuesta, se deben haber herrado, cerrándose o descuidándose por ventura con ella, los que no se habían así de descuidar ni cerrar en cosa de tanta importancia, que no sé cuándo se restituirá daño tan grande. Y estos errores, como dice Juan Gerson en el lugar dicho, proceden de no estar los hombres en las cosas circunspectos y muy recatados, y de no mirar todas las circunstancias y raíces y nacimientos y orígenes y fines de las cosas, sino regirse por las reglas generales, sin descender a particularizarlo todo y sin haber hecho experiencias de ello.
El capítulo de las dudas del Cereceda es el siguiente:
Porque se ha visto cómo los cristianos piden con importunidad a sus caciques esclavos, so color que son de los que ellos compran y venden por su autoridad de la manera ya dicha, han dado y dan piezas libres de sus plazas, y les mandan o les amenazan que digan que son de otra parte, y que son comprados por precio, y éstos pocas veces se averigua la verdad, sino después que están herrados, puesto que primeramente se recibe juramento del dueño que los trae, si sabe que no son esclavos o que haya en ello fraude o cautela, y el tal indio confiesa ser de otra parte; hase de ver cuál será menos mal, que se consienta herrar los de esta calidad todos o que se dejen por excusar estos engaños, pues que, no se pudiendo averiguar la verdad de lo que en ello pasa, dejándose de permitir herrar, pierde el Rey el quinto de los ciertos de limpia y buena contratación, y el dueño el todo.
Hasta aquí dice el capítulo de Cereceda. Los demás capítulos de que hace mención, con la respuesta que el dicho maestro de Rojas a ellos les dio, enviaré por su parte juntamente con ésta; la cual va apostillada en la margen de la respuesta, apuntando los yerros e inadvertencias que en ella parecen, porque de todo sea vuestra merced informado para cualquier menester. Porque, como tengo dicho, deseo cierto que esté para en todo tan bien armado de la verdad, que no le falte hebilla, que pienso que es y ha de ser bien todo menester.
A mí me parece que este perder del Rey y del dueño, que el Cereceda teme, es en la verdad el verdadero ganar, porque, perdiendo así, se gana y conserva la tierra y naturales de ella, y de otra manera perecería en breve todo; y, perdido y asolado esto de estas partes, se perderían juntamente con ello muchos otros quintos e intereses que, con conservar la tierra y naturales de ella, a la larga cada día se podrían justamente haber y adquirir para su Majestad y para todos; y, sobre todo, tantas ánimas para Dios que las crió y redimió. Y la que él dice que es limpia y buena contratación yo la tengo por mala y muy ciega, sucia y miserable; porque, como tengo dicho, éstos no se contratan entre sí como esclavos entre nosotros, sino como hombres libres que alquilan y venden sus obras, y retienen y guardan sus libertades y familias y lugares, casas, hijos y mujeres y haciendas y pobres ajuares, y salen y se redimen de esta servidumbre cada y cuando quieren, subrogando y sustituyendo otros en su lugar, como lo acostumbran hacer y hacen cada día; y se pueden también redimir pagando el interés, como de derecho está dispuesto; y estos tales o semejantes, que se alquilan a perpetuidad y no pierden sus naturalezas, ni reciben en sus personas la máxima ni la media ni aun la mínima civil disminución, que dice el derecho; lo que todo es y ha de ser al contrario cuando vienen a nuestro poder, demás de venir como vienen por tantas tiranías y engaños, como en la cosa se hacen, que no se pueden proveer ni remediar. Y, aunque esto no fuese así tan cierto y experimentado como es, y la cosa estuviese puesta en duda, como tengo dicho, tenemos por averiguado, en derecho, que, en duda, siempre por la libertad se ha de juzgar, por ser causa tan favorable y pía como es, tanto cuanto otra alguna puede ser, y así lo dicen las reglas del derecho.
Cuanto más que de derecho, como está dicho, «nadie es dueño de sí ni de sus miembros ni el hombre libre cae en nuestro comercio; y como dice la ley Liberos, capítulo De liberali causa: Es una certeza del derecho que no puedan hacerse esclavos, cambiada su condición, a los que son libres, en virtud de contratos privados o por cualquier acto administrativo», como la mudan los siervos verdaderos acerca de nosotros, que pierden libertad, ciudad y familia, y son reputados nada de derecho civil, en tanto que no tienen querer ni no querer, de manera que para mudar como mudan irrevocablemente condición y estado en tanta manera venidos a nuestro poder, por ningún pacto ni contrato se pueden enajenar en gente y nación tan extraña como somos nosotros, ni para manera de servirnos de ellos tan diferente de como los españoles se sirven en las minas de ellos, como dice la dicha suma de las leyes ya arriba dicha, bajo el título De patribus quí filios suos per necessitatem distraxerunt, en estas palabras: «Pues, si alguno presume vender tales personas a gentes del extranjero o los destina a ultramar, tenga presente que será multado con seis onzas de oro».
Y éstos que así han de ser herrados por la nueva provisión no pueden ser sino de aquéstos de aquesta manera y diferencia que son vendidos por sus padres o por sus madres y otros deudos; de los cuales los padres, aunque los puedan vender en tiempo de necesidad, pero no para que pierdan libertad ni ingenuidad; pero las madres, ni los otros deudos no los pueden vender, porque no los tienen en poder, aunque sus obras bien las podrían vender y alquilar, sin perjuicio de su ingenuidad y libertad; o del otro género o diferencia que está dicho arriba, de los que consienten ser vendidos o se venden a sí mismos para tener parte en el precio, en que se requieren tantas solemnidades y requisitos, que es casi imposible poder en ellos concurrir, atenta su manera y calidad; aunque de derecho civil, del cual esta diferencia se estableció, el cual derecho ellos nunca supieron ni entendieron de se obligar a ello; de los cuales requisitos es uno que se requiere, que de necesidad, realmente y con efecto, participe el vendido en el precio, y aun entonces, concurriendo todos los otros requisitos dichos, que han de ser y son por todos seis, según que lo recopila el arzobispo de Florencia en las partes 3t. 3° y 6° y parágrafo 5.0138, arriba dichos, aunque valga la venta cuanto al interés de la evicción, no vale ní puede valer cuanto a quedar estos tales esclavos perpetuos irrevocablemente, como quedarían y quedan venidos a nuestro poder; porque, aun entre nosotros, los tales, de derecho, pagada la parte del precio que realmente así participaron, por sí o por sus deudos, hombres o mujeres, puede ser restituido en su prístina ingenuidad y libertad y revocado a ellas y queda libre e ingenuo como siempre lo fue, a lo menos revocablemente; porque por la buena fe del comprador y por la mala del vendedor y por la participación del vendido vale la tal venta, y el vendedor es obligado a la evicción y saneamiento, o a pagar el interés, y el vendido no puede proclamar en libertad o ingenuidad sino pagado primero el precio, como está dicho.
Y lo mismo es y se ha de decir en el troque y cambio y donación que así del hombre libre se celebra, como en la ley Usufructum, ff, sobre causa de libertad junto con las semejantes; pero no se ha de entender de manera que le pueda parar ni pare perjuicio en su libertad, ni ingenuidad irrevocablemente, porque, aunque este vendido se convierte en esclavo, como dicen las leyes contrarias, para ser obligado a servir hasta que haya restituido al comprador la parte del precio que realmente y con efecto así recibió y participó (como se han de entender las dichas leyes), los actos de un funcionario no hacen que el hombre libre sea esclavo, como en la ley Liberos, capítulo sobre causa de libertad, y, sobre ese lugar, Saliceto: «Tampoco vale el contrato que atente contra la libertad, porque nadie es señor de sus miembros, aunque la venta sea válida, en tanto que por ella no se anula la libertad», así porque no se obliga el vendedor a pasar el señorío de la cosa de manera que la haga suya, sino a entregarla o a pagar el interés, como porque como el vendido no sea señor de sí mismo para consentir que se enajene su libertad e ingenuidad, de manera que la pierda irrevocablemente y mude estado, como está dicho arriba, tampoco puede consentir en que se dé a otro, ni pasar en el señorío de su ingenuidad que él no tuvo ni tiene, pues que ninguno da, ni pasa ni puede pasar el derecho que no tiene en su poder para lo poder enajenar, como es el hombre libre su propia libertad, de que no es señor para la enajenar.
Y así se entiendan todas las leyes que dicen que este tal se convierte en esclavo y no puede proclamar en libertad, porque el servicio y obras de éste bien pudieron ser vendidas, no mudada la condición y estado de hombre libre e ingenuo, al menos irrevocablemente. Y así está justamente hecho lo que así se hace, porque como está dicho, no se obliga a dar, que es hacerlo de quien lo recibe, sino a entregarlo, o a la evicción; y el vendido, pagado el precio que participó y recibió, puede pedir, y también sus deudos, serle restituida la íngenuídad y libertad, y reivindicar y revocarle en su prístina libertad, según algunos; y según otros, de los cuales es la Glosa, en su ingenuidad, lo cual impedía solamente, según pienso y tengo dicho, la participación y retención del precio que así participó, quizá porque nadie debe enriquecerse, etc. el cual impedimento cesa con la paga y restitución de él; y, así pagado y restituido éste, porque en esto está la fuerza de no poder reclamar, y no en haber perdido y mudado libertad y estado, que en la verdad no lo pudo mudar irrevocablemente, como dicho es, puede ser restituido. Pero, en caso que no lo participó ni recibió, puede proclamar en ingenuidad, porque no hay otra cosa que lo impida; y por razón de la venta que valió tendrá su recurso el comprador de buena fe contra el vendedor de mala fe, y, por tanto, requiere que sepa que vende hombre libre; y también porque el que así consiente ser vendido, donado o cambiado no pudo así vender ni enajenar su libertad ni ingenuidad ni hacer ni consentir en tal pacto, para que quede mudada su condición, irrevocablemente, como lo prohíbe la ley Liberos ya dicha con las otras semejantes, sino para servir no mudada condición al menos irrevocablemente o para pagar y restituir el precio que participó al comprador de buena fe, como a mi ver pueden también entender las leyes contrarias, salvo si no decimos, como arriba tengo dicho, que la ley quiera que éste quede esclavo verdadero irrevocablemente, en caso que interviniese fraude y dolo y mala fe de parte del vendido, y buena fe de parte del comprador; pero esto parece ser contra el parágrafo Si de la Instituta sobre compra y venta ya dicho, en el cual se dice que, no embargante que en la venta del hombre libre haya habido decepción y engaño, sucede la obligación al interés, por manera que, dando y pagando el vendedor este interés o vuelto y restituido por el vendido el precio que recibió y participó, quedaría libre sin embargo del engaño.
Y lo mismo parece que diga la ley Et liberi hominis, y la ley Si in emptione, 1º,2°, 3° y la ley Liberi hominis ff, sobre la compra por tratar, en todos los cuales lugares la venta y enajenación del hombre libre se compara a la que se hace del lugar o casa sacra o religiosa o pública, que de derecho todas son enajenables y no están ni caen en nuestro comercio; pero, sin embargo de esto, dice que vale la tal venta, y la razón es, como tantas veces tengo dicho, porque el que los vende no se obliga precisamente a darlos, de manera que los haga del que los recibe, sino a pagar el interés, y, pagando éste, se libra y no es obligado a más, sin quedar mudada ní prejudicada la cosa vendida en su condición ni calidad ni estado, pero en caso que este tal hombre libre así vendido fuere entregado al comprador, y estuviere en posesión de servidumbre y haya sido hecho siervo revocablemente, que es no mudada la condición y estado de su ingenuidad irrevocablemente, que esto por ningún pacto se puede hacer, salvo solamente para que sirva como esclavo (hasta que se redima pagando y volviendo el precio que recibió), al que con buena fe, creyendo que era esclavo le compró, concurriendo todos los otros requisitos que se requieren de derecho y el de mal condicionado, o por ventura por injuriar a su linaje, que de lo semejante en la verdad recibe injuria, o de apocado no quisiere pedir este beneficio ni usar de él ni redimirse pagando el precio que participó, sino dejarse estar en la tal servidumbre, sus padres y los otros sus deudos y parientes varones y mujeres lo podrán pedir, revocar y vindicar, como lo dice la ley 1.a, 2.a, 3.a, ya dichas sobre causa de libertad, en defecto de él, en caso que hayan concurrido todas las condiciones, y el vendido hubiere participado el precio (ahora fuesen sabedores de ello o no), como lo dice Jasón en las dichas adiciones. Esto entiendo yo sanamente pagando el precio por los tales deudos. De manera que el comprador que tuvo buena fe y una vez pagó el precio que el vendido participó y gozó no quede damnificado ni engañado, y deshaciéndose buenamente el engaño y daño; pero, en caso que no hayan concurrido los requisitos o alguno de ellos, o no haya participado el precio, que es el uno de ellos, podrá proclamar en libertad sin ofrecer ni pagar precio alguno que no recibió, porque, aunque por ello la venta no sea en sí ninguna, sino válida, queda el recurso de la evicción al comprador de buena fe contra el vendedor de mala fe, que es a lo que se le obliga y a este vendido no provecho alguno de la pérdida de su libertad, y donde no hay provecho no es razón que haya daño (Regla Ubi commodum).
Y así se debe entender a mi ver esta materia por los doctores mal entendida y peor recatada, por ventura, por ser olvidada y poco entre ellos practicada y ya desusada, por no haber en estos tiempos que los doctores sobre ella escribieron la manera de las gentes que había cuando estas leyes se hicieron, que debiera de ser casi la misma que hay al presente en estas partes entre estas gentes bárbaras (por ventura como aquéllas de aquellos tiempos en que se practicaban); de donde puede haber procedido no entenderlas y nacido las dudas que entre ellos parece que hay, que por lo dicho parece que se declaran, sí yo no me engaño en ello, que pienso con la ayuda de Dios que no me engaño.
Así que concluyo que el hombre libre que así consiente y sufre ser vendido, para tener parte en el precio, no concurriendo los otros requisitos que de derecho se requieren, sin faltar alguno de ellos, o a lo menos, no habiendo recibido ni participado el precio, puede proclamar en libertad sín ser obligado al precio que no participó ni recibió, porque no hay impedimento alguno que lo estorbe. Yen tal caso, por no le haber recibido ní al interés, por no se haber él vendido, sino sufrídolo y consentido, porque, si él siendo hombre libre se vendiera, el comprador no pudiera ignorar ser libre, ni tener buena fe en la compra de hombre libre, y así no valiera la venta del hombre libre, y faltara el requisito que es que ha de ignorar ser hombre libre. Y, habiendo participado y recibido el precio, y concurriendo todos los otros requisitos, aunque no pueda en tal caso proclamar en libertado ingenuidad, impidiéndolo el precio que así recibió y participó, porque no es justo que nadie enriquezca con pérdida ajena, y porque valió la venta y el comprador tuvo buena fe y es obligado al precio que recibió, o hasta que lo vuelva a servir, no se le quita ni puede quitar por esto que él o sus deudos, por él o por lo que les toca y atañe, no puedan (pagando el precio, quitado el impedimento que lo impedía, que es éste de haber recibido y participado el precio y no lo volver) pedir y revocar y vindicar su libertad e ingenuidad, que por ningún pacto particular, ni por algún servicio ni ministerio ni transcurso de tiempo se pudo perder ni enajenar ni darse ni venderse el hombre libre a sí mismo, por lo que dicho es y por las leyes dichas; así porque como tengo dicho no cae en comercio nuestro como porque nadie es señor de sus miembros, como porque ninguno es señor de sí para enajenarse en otro, mudada condición y estado irrevocablemente, ni para darse de manera que le pase el señorío de su libertad, que él no tiene, para le poder así dar ni enajenar en otro, puesto que muy bien puede sufrir y consentir ser vendido para tener parte en el precio, mudada revocablemente o no mudada condición o estado, concurriendo todos los requisitos sin faltar alguno de ellos, para lo servir hasta tanto como siervo, o pagar el precio y librarse y redimir su servidumbre y vejación de esta manera, y así revocablemente, cada cuando que quisiere y por bien tuviere, así él como sus padres y deudos en defecto de él o por él, y por ellos y por su injuria y por lo que les toca y atañe, sabiéndolo o ignorándolo ellos o cualquiera de ellos, como lo tiene Jasón en las adiciones dichas a Cristóforo.
Y de aquesto aquéstas son las circunstancias, enveses y traveses que se han, a mi ver, de mirar, y los recatamientos que se han de tener en esta materia, y lo que pienso sea jurídico y verdadero, sometiéndolo siempre a mejor parecer y conclusión en hecho y en derecho, cierta y verdadera, y en conciencia tuta y segura y bien mirada y entendida, clara, si yo no me engaño, digan lo que digan quienes no lo advierten de manera correcta ni por ventura bien y quizá por las causas dichas en ello se equivocan; pero ya que esto tuviese alguna duda, si éstos entre éstos eran o son esclavos o no, en caso de duda, siempre hay que juzgar en favor de la libertad como arriba [se dijo].
Y en cuanto a la otra consideración que se tuvo, de excusarles las muertes que las gentes de guerra les darían, cuando supiesen que guardándolos no se los habían de dar por esclavos, justa cosa esto sería, pues el derecho lo quiere y lo permite así en caso de justa guerra, si las causas de la guerra en estas partes y entre estas gentes naturales se pudiese y se quisiese así justificar, según y como y de la manera y con las condiciones y medio y fines que se mandan y permite por quien le da la autoridad, que es la bula del Papa, y las provisiones e instrucciones de su Majestad que para ello hay; o cuando la guerra con esta misma autoridad de su Majestad fuese pregonada a fuego y a sangre, y para matarlos y destruirlos, y no para pacificarlos e instruirlos, como la bula y su Majestad lo manda; o cuando este diablo de interés y codicia desenfrenada e increíble que ha de hacerlos esclavos hay en estas partes entre los más de los que la nueva provisión hace jueces de esta causa no fuese parte para corromper y defraudar y contaminar todas cuantas instrucciones se han dado y darán, que ninguna hay ni puede haber en que no se hagan grandes y muy dañosos y peligrosos fraudes, cautelas y engaños; o si al hecho también no fuesen imposibles y causa y ocasión y licencia para hacerse e inventarse y fingirse guerra justa, donde ninguna causa ni razón ni justicia para ello haya, y donde ninguna hubiere ni necesidad de ella, si este interés faltara, y el convite sangriento y miserable del que los mueve y convida y ha de mover y convidar a ello y a sacar de sotierra e inventar necesidades, causas e invenciones de guerra que nunca fueran ni se inventaran de otra manera; como parece que lo teme y avisa la primera instrucción y provisión de su Majestad, que de ese Real Consejo de las Indias se envió al Marqués, que acaso se halló en un proceso que se relataba en esta Audiencia, cuyo traslado yo hice sacar en pública forma para le enviar con ésta, como le envio a vuestra merced, para que pueda ser informado de todo y estar bien armado en este campo tan grande y tan dudoso y peligroso en que Dios a vuestra merced para ello puso.
Porque cierto yo deseo que no le faltase hebilla para la batalla de él, en que bien parece que se juntó y concurrió toda la santidad y religión y providencia y sapiencia que a la sazón se halló en esa corte a los principios del descubrimiento de esta tierra y pacificación de ella, y, antes que la malicia de las gentes codiciosísimas que acá pasan y allá informan hubiesen tanto encamado en fraudes y cautelas y en hacer siniestras y sofísticas razones y relaciones, e inventar invenciones de Satanás por cuantas vías pueden, para más presto acabar estos naturales, y para trabucar y engañar el bueno y sano entendimiento, que entonces y cuando se dio la provisión que por esta nueva ahora se revoca, se tuvo y ahora por algunos se tiene de esta cosa. Que, aunque parezca que tienen estos tales informadores informaciones las manos de Esaú, en la verdad tienen la voz de Jacobo y de engaño muy notorio y manifiesto y muy perjudicial e irreparable.
O también sería cosa justa, cuando este hierro fuese menos mal que perder la vida, o perder la vida fuese mayor o peor que caer en las manos de este hierro, como sea cierto que el herrado ha de ir de necesidad a parar en la sepultura de las minas, donde no solamente no morirá una vez, y ésa muy en breve, pero siempre eso poco que durare morirá viviendo como los que están en las penas infernales.
Demás de esto, Dios sabe cuánto estos naturales mejor vendrían, responderían, obedecerían, servirían, confiarían, se conservarían y se convertirían y con más esperanza, confianza, voluntad y fidelidad, sin hacerles guerra y sin hacerlos esclavos, y sin otras crueldades ni injurias de ella, y sin golpes de lanza ni espada, por la vía de darles a entender la bondad, piedad y verdad cristiana, y con las obras de ella, como tengo dicho, que no por estas crueldades y rigores que a mi ver les hace más espantadizos, indómitos, zahareños e inconversables e implacables, huyendo y escondiéndose y amontonándose por los montes y cavernas, ramblas y resquicios de peñas, de toda gente española como de la misma muerte y pestilencia, que parece que por doquiera que van españoles los sigue y va con ellos tras estos naturales, no levantándose ni rebelándose, como nosotros impropiamente decimos que se alzan y rebelan, sino tomando el huir y alzarse a los montes por defensa natural, como en la verdad lo es en esta gente, que no tienen otra para tantos agravios y fuerzas y daños como reciben de los españoles, sino las armas del conejo, que es huir a los montes y breñas, que va muy lejos de rebelión y levantamiento, que nosotros les queremos imputar y levantar, haciendo la defensa natural rebelión, no como ello pasa en la verdad, sino como a nosotros, ciegos de la codicia, nos parece, y mejor a nuestros propios y particulares intereses nos está sin tener respeto al bien y pro común de esta tierra y naturales de ella y al fin e intento que Dios y sus vicarios en espiritual y temporal, el Papa y el Emperador Rey nuestro señor, han mandado principalmente que se tenga en ella por la bula e instrucciones: que es edificarlos, conservarlos, convertirlos y pacificarlos, y no destruirlos ni irritarlos ní embravecerlos más que de antes con crueldades y malos tratamientos, sino amansándolos y trayéndolos la mano blanda y por el cerro, como dicen, halagándolos para ello, como dice el santo y gran Basilio en estas palabras originales en una epístola suya sacada poco ha de griego en latín por Guillermo Vudeo, que pocos días ha yo tuvo a las manos:
Pues como las bestias salvajes, tratándolas suavemente, se amansan sin grandes trabajos, así la concupiscencia, los temores, la tristeza y el envenenamiento del alma, una vez que se sosiegan los malos hábitos y que no se les alborota con provocación permanente, se tornan más fáciles de vencer gracias a la razón. Esto, el gran Basilio.
Faltan páginas 176 y 177
tidad, y cosa a ellos muy moderada y posible, de manera que a ellos les quedaba con qué se sustentar en su casa y familia, que retenían y no perdían, ni tampoco perdían entre ellos lugar y libertad, y cuando quieren se redimen, y dan otro en su lugar que sustituyen para que sirva por ellos, conforme a lo que en semejante caso está establecido en derechos en estos alquileres de obras que se hacen a perpetuidad.
Por donde parece, y se arguye muy claro, que este servicio de estos naturales en este alquiler y no servidumbre que quite libertad ni ciudad ni familia, como a los esclavos verdaderos entre nosotros y por nuestras propias leyes y no suyas, se les quita y lo pierden todo, como lo perdían los esclavos y mancipios romanos por las leyes romanas entre los romanos por privilegio especial, y no entre los bárbaros, que no tenían tal privilegio ni tal derecho, como los ciudadanos romanos, como lo dice San Ambrosio en el lugar dicho, porque, si éstos entre sí mismos fueran verdaderos esclavos, todo lo perdieran: libertad, ingenuidad, ciudad y familia; y nunca, dando otro en su lugar contra la voluntad de su amo, se rescataran o redimieran como se redimían y redimen y rescatan estos naturales entre sí cada día, cada y cuando que quieren, lo que no concurre en los verdaderamente siervos o esclavos según derecho.
Y sí dijéremos que este derecho para salvarlos no ha lugar en esta gente bárbara, también babemos de decir lo mismo en el derecho por do los queremos condenar y hacer y retener por verdaderos esclavos, pues tampoco se hizo para con ellos el uno como el otro; y habémosle de tomar en lo que daña, pues le queremos tomar en lo que aprovecha y no aceptarle en parte yen parte repudiarle. Y, si dijéremos que, si no son esclavos verdaderos según nuestras leyes, que lo son según las suyas, porque, si lo queremos según sus leyes y costumbres, no les guardamos y les quebrantamos las condiciones de ellas, que es servir como libres sin perder libertad, lugar, ciudad ni familia, y se lo trocamos todo en dura, cruel y verdadera y durísima servidumbre de las minas, en que todo esto pierden y cobran la muerte desesperada y muy cierta y muy temprana de las minas, sacándolos y desnaturándolos de sus pueblos, tierras, deudos y parientes y de su muy dulce aunque pobre familia, y echándolos como condenados en ellas como en galera, sin lo merecer, contra toda razón natural, divina y humana.
Y, si me dice y responde el español que, por razón de mantenerle a él, se ha de sufrir y disimular esto y más, que él no pasó en vano tantos mares y trabajos por la seguridad de la tierra como suelen decir y dicen, demás de que esta tan extrema necesidad yo no la veo ni la siento ni la creo, en esta tierra, es mucho de notar para respuesta de ello lo que sobre otro tanto como esto dice San Juan Crisóstomo, y verdaderamente Boca de Oro, en el quinto tomo y sermón XIII, en estas palabras:
Fíjate bien cuánto cuidado y diligencia puso San Pablo para que nadie se perturbara con su ejemplo. Afirma en efecto: «Si por el alimento que tomas tu hermano se escandaliza, es que aún no procedes conforme a la caridad»; pues, si no debe causarle pena, tampoco lo has de molestar; y poco después continúa: «Por un manjar no vas a destruir la obra de Dios». En efecto, si consideramos acción gravemente abominable derrumbar un edificio sagrado, cuánto más criminal es convertir en ruinas el templo espiritual, puesto que nos consta que la persona humana es mucho más sagrada que los edificios religiosos; ya que Cristo cubrió la santidad de este templo nuestro no con el arte de muros y bóvedas, sino con su propia muerte.
Y, por tanto, porque los inconvenientes dichos cesasen, y por razón de la diversidad y extrañeza de las gentes y de las maneras y de los servicios y costumbres de ellas, y de la mudanza de las tierras longíncas, las semejantes personas no recibiesen semejantes agravios y detrimentos, así en sus personas como en sus libertades, y estuviesen en sus tierras, donde fácilmente pudiesen ser redimidos y gozar de su libertad, proveyó, y muy bien, justa y santamente la ley del católico Teodosío, cuya suma en el cuerpo de las sumas de las leyes so el título de De patribus qui filios suos per necessitatem distraxerunt, libro XI, dice en estas ya dichas palabras: «Si alguno presume ofrecer en venta tales personas a gente del extranjero o los destina en alguna forma a ultramar, tenga presente que será multado con seis onzas de oro».
Así que yo no sé qué diablo de rescate sea éste, o quién primero le puso este nombre, que así le impropio en perjuicio de tantos miserables ignorantes que por él, al revés de lo que debiera ser, de hombres libres se han hecho y harán esclavos, y cuando por él tanto templo espiritual de Dios, que sois vosotros, oh naturales neófitos, como en esta renaciente iglesia de este Nuevo Mundo se edificaba, ha sido y será asolado y destruido.
Porque lo que yo sé es que los que el derecho dice que se rescataban eran de poder de bárbaros, que eran infieles y enemigos al pueblo romano que en las guerras habían sido cautivados; y éstos, después de rescatados, tenían y gozaban del jus post liminio, y contra su voluntad no podían ser detenidos en cautividad ni servidumbre del que los rescataba, ní de otra persona alguna, sino que, pagando el rescate que había costado el rescatado, no le podía el que así le rescataba más retener en servidumbre alguna; y. si era pobre y no tenía de qué pagar el rescate, bastaba en lugar de pagar haber servido cinco años, y con tanto quedaba libre, como lo dice a la larga la ley Si captus... dedit post liminio redisse, y en suma, la suma de las leyes so el mismo título en estas palabras:
Quienes fueron reducidos a esclavitud no por voluntad propia sino por pillaje de enemigos reivindiquen y reasuman a su vuelta, sin que nadie se los contradiga, cuanto les perteneció antes en terrenos o en propiedades. A nadie se le retenga a la fuerza como esclavo cautivo, de suerte que, si el bandolero de esclavos vende su esclavo cautivo, devuelva éste el precio al comprador; y, si no tuviere la cantidad, sírvale por cinco años. Pasado ese tiempo, ha de restituirse a su estado de libertad. Tengan entendido todos los jueces que, si no cumplen las ordenanzas de esta ley, habrán de pagar al fisco diez libras de oro.
Y lo mismo dice la ley Sí captus... post liminio redisse, y también, casi en efecto, lo que dice San Ambrosio en el lugar dicho, que a mi ver no es de menospreciar ni olvidar ni dejar pasar por alto, porque me parece que esto solo bastaba, sin más, para saber y conocer el estado de éstos después de venidos a nuestro poder, que tal debería ser, aunque fuesen esclavos entre estos bárbaros naturales y no alquilados a perpetuidad, como tengo dicho que son.
Pero en este género de rescate que entre nosotros se usa en esta tierra, y lo veo todo al contrario, o no lo entiendo, porque veo clara y notoriamente que éstos son cristianos ingenuos, y que de libres alquilados que son los hacen esclavos y más que esclavos, y aun como condenados a las minas, siendo libres e inocentes, y también que los que los venden y los compran, por la mayor parte, son cristianos, mayormente los que los rescatan; y, sin embargo de esto, los hierran en las caras por tales esclavos y se las aran y escriben con los letreros de los nombres de cuantos los van comprando, unos de otros, de mano en mano. Y algunos hay que tienen tres y cuatro letreros, y unos vivos y otros muertos, como ellos llaman los borrados. De manera que la cara del hombre que fue criado a imagen de Dios se ha tomado en esta tierra, por nuestros pecados, papel no de necios, sino de codiciosos, que son peores que ellos y más perjudiciales.
Y así, escritas las caras, los envían a las minas, en lugar del beneficio del derecho del postliminio que debieran gozar, pues son cristianos todos por la mayor parte y los llaman rescatados, donde no se les recibe paga del rescate ni hay memoria de ello; y antes que cumplan los cinco años del servicio que dice la ley, y aun los dos, por maravilla es el que queda vivo, o con la vida, cuanto más con la libertad a que ningún respecto se tiene. Ni hay memoria de tal ley ni facultad de libertarse, aunque sirvan ciento; y menos les reciben el precio, porque así los rescataron; el cual precio, si esto de la nueva provisión del hierro ha de pasar adelante y no se ataja, es y será tan poco, que habrá tantos, que casi de balde los hallarán y se los darán y venderán esta gente bárbara y tirana, porque no les cuesta más de mandarles confesar que son esclavos, y así los darán, como los solían dar, por tres o cuatro mantillas, y a las veces a celemín de maíz, mayormente aquéllos que no les cuesta más de hurtarlos de pequeños para después rescatarlos a los cristianos españoles. Y éstos no serán los menos ni los españoles saben qué cosa sea este volver de rescate ni nunca lo vieron y oyeron decir ni a la verdad los rescatan para eso, ni para los doctrinar en las cosas de nuestra fe ni para los instruir en buenas costumbres, como la nueva provisión lo presupone por máxima y verdad, sino para, como tengo dicho, matarlos en las minas. Ni los tienen por menos esclavos que si los hubieran habido de buena y justa guerra contra turcos y moros, que son no solamente infieles, pero también enemigos de nuestra santa fe católica y religión cristiana; y éstos, siendo como son fieles y cristianos por la mayor parte, y los que no lo son, no quedando por ellos, sino estando muy prontos y aparejados para serlo, sin resistencia ni molestia alguna que nos hagan; y, si alguna vez han hecho, no se hallará que se haya hecho al nombre cristiano, sino a las intolerables fuerzas y violencias que les hacen los cristianos españoles, llevándolas por adalides delante de los requerimientos, persuasiones y apercibimientos que se les manda por las instrucciones que llevan que les hagan primero que la guerra, y nunca como débeseles hacer.
Al margen: otro presupuesto y consideración que estuvo en la nueva provisión.
Y, demás de esto, siendo habidos y rescatados en tierra de cristianos y sujeta a Rey cristianísimo y tan católico como sabemos, donde se publica y predica y recibe sin resistencia la palabra y denunciación del Santo Evangelio, y donde sin ser menester hacerlos esclavos ni extorsiones algunas para ello, llega y ha llegado y podrá llegar a su noticia, sin que estos naturales piensen que sea robo y engaño lo que les decimos y les traemos, como de otra manera de necesidad, y con mucha razón, lo piensan y podrán pensar y sospechar, mayormente viéndose echados en las minas, no con poca irreverencia y vilipendio del santo sacramento del bautismo que nuevamente recibieron, y por ventura por algunas personas sospechosas de él, donde, en lugar de alabar y conocer a Dios y ver y experimentar la bondad y piedad cristiana, verán y experimentarán la crueldad de los malos y codiciosos cristianos, y deprenderán a maldecir el día en que nacieron y la leche que mamaron; y también donde, en lugar de las exhortaciones, limosnas, socorros y favores que, como otras veces tengo dicho, el Concilio General Basiliense, en la sesión XIX, les hace y manda hacer a semejantes gentes pobres neófitos que nuevamente se convierten, en estas palabras:
Que los obispos extiendan su mano protectora a los recién convertidos, y no sólo exhorten a los cristianos para que los socorran, sino que además no descuiden sustentar a tales neófitos mediante los réditos de las iglesias, según sus posibilidades, y mediante el fondo revolvente destinado al provecho de los pobres. Defiéndanlos también con amor de padres contra robos y ultrajes.
Les sacan las vidas y la sangre y les destruyen las almas. Y ésta es y ha de ser la mejoría y la doctrina cristiana que, después de sacados de la libertad que entre los indios tenían, y puestos en nuestro poder por esta vía del hierro del rescate que ahora de nuevo por la nueva provisión se permite, han de tener y sentir y se les ha de dar y enseñar, y no otra.
Así que no es esto a mi ver, como otras muchas veces tengo dicho, lo que el Concilio General tanto nos exhorta y persuade, por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, etc., que hagamos, y lo que se debería hacer siquiera por reverencia del santo bautismo que recibieron y por no se dar lugar a que vengan en vilipendio, y también porque entre ellos ya se enseña muy mejor sin comparación la doctrina cristiana, que no en las casas ni entre la conversación de los españoles, con los cuales, por ventura, sería mejor que no conversasen, según los malos ejemplos de obras así de soberbia como de lujuria, como de codicia, que es servidumbre de ídolos, como de tráfagos y todo género de profanidades que les damos, sin verse casi en nosotros obras que sean de verdaderos cristianos en tanta manera, que temo que piensan, y aún no sé si algunas veces lo han dicho y dicen, que jugar y lujuria y alcahuetar es oficio propio de cristianos, y cosa en que ellos piensan mucho, los sirven y procuran contentar, no pensando que yerran sino que aciertan, por ver, como ven los que con españoles conversan, la disolución que anda en esto de pedirles indias hermosas a docenas y medias docenas, y tenerlas en sus casas paridas y preñadas, y traerlos a muchos de ellos por alcahuetes de ellas, y otras muchas cosas de aqueste jaez y de otros malos ejemplos que les damos, que sería largo de contar, que ven hacer a malos cristianos, en que mucho les daña y nada les aprovecha nuestra conversación, y donde no alcanza la doctrina y predicación cristiana que entre ellos anda, que es en partes longincas y viviendas ásperas.
Allí no son menos dóciles ni serían menos obedientes ni es por su culpa ní queda por ellos, sino por nosotros o por negligencia nuestra, o por no poder con todo por falta de ministros y de alguna buena manera de que hay muy gran necesidad que se les dé que sea general para que por todas partes se conviertan, sin quedar tantos rincones como quedan sin granjearse para Dios y aun para nos, haciéndolos bastantes (pues todo, como tengo dicho en mi parecer, se sufre y compadece, y lo uno a lo otro se ayuda) no por su culpa, que harto muchos de ellos lo piden, diciendo que por qué no los van a ellos a predicar y bautizar y doctrinar, y rogándolo pidiéndolo, cuando ven algún español con mucha instancia, según soy informado, y pidiéndoles y aun dándoles bastimentos y lo que han menester, porque les muestren las oraciones del Pater Noster y Ave María.
Así que de su parte ya no queda por ellos, ni por estar menos prontos y aparejados para la predicación y doctrina cristiana que estos otros de México y sus comarcas; antes queda por nosotros, y porque, en lugar de los atraer y convertir y procurarles esto, les procuramos cómo vengan herrados por esclavos a las minas, donde maldigan a sí y al nombre cristiano. Y pienso, según la gran docilidad general que en todos se muestra, qué los que por allá dicen y piensan que son los peores son los mejores, porque se están en más buena simplicidad y no están redomados como ya lo están muchos de aquestos resabidos, y aun resabiados de nuestra conversación poco cristiana, si ya pluguiese a Dios que para remedio de todos se diese aquella orden que la cosa demanda o requiere, o si la ya dada por mi parecer no se despreciase.
Así que, si se permite el hierro de rescate ahora de nuevo por esto, que es por sacarlos de poder de infieles y traerlos a poder de cristianos, para que sean mejor tratados y doctrinados, que es la color e ilusión con que por ventura el antiguo engañador Satanás suele desbaratar y subvertir semejantes edificios de una tan grande iglesia nueva como es ésta de este Nuevo Mundo, que comienza a pulular, cierto grande engaño es el que así se recibe en ello, por lo que tengo dicho. Y también, porque la tierra es de cristianos y sujeta a rey tan católico, y los naturales de ella ya casi todos cristianos; pues por ellos no queda, si nosotros les diéremos la orden tan bastante, cuanto Dios nos tiene dado y otorgado el poder y el mando y el palo para ello, y por medios tan notables y misteriosos para quien bien lo quiere mirar. Y también, por ser como es la gente tan dispuesta, y tan de cera y aparejada para las cosas de nuestra religión cristiana sin resistencia alguna, y por ser, como es este otro mundo nuevo muy diferente del de allá, donde todo cuanto se quiere y cuanto se mande y cuanto se desee en estoy en todo bien se puede fácilmente efectuar, sin ser necesaria nuestra conversación más de para lo que dicho tengo en mi parecer, que es para la guarda y defensa de la tierra, para no menester, como allí tengo dicho. Pues es claro que fuera de ello no han de ver ni conocer de nuestras obras que ellos saben muy bien mirar y notar, y con veinte ojos andan cada uno mirando y notando, sino todo al contrario de lo que oyen en los púlpitos y se les predica: que para gente ignorante y que no sabe más de lo que oyen y ven me parece que no será pequeño escándalo ver semejante contradicción y repugnancia de las obras a las palabras, por do fácilmente sospecharán y se persuadirán a sí mismos ser algún grande engaño encubierto el que les traemos, o lo que les predicamos, como tengo dicho muchas veces atrás, y no puedo acabar de decirlo bien como lo siento y como se debiera sentir y llorar. Así que también parece por lo dicho, y más que se podría decir, esta consideración que se tuvo en la provisión nueva ser colorada y aparente, pero no existente tan bien como las otras demás.
Por do digo, y pienso y tengo por cierto para mí según lo que he visto y veo que tanto mayor y más recia y fiera persecución es y ha ser la que recibe esta iglesia nueva y primitiva en estas partes de este Nuevo Mundo, de sus hijos los malos cristianos que en ella estamos, y la venimos a plantar, que la primitiva iglesia de este viejo mundo recibió en sus tiempos de sus enemigos y perseguidores los infieles, que, pensando destruirla con tanta sangre como derramaban de los santos mártires, más la edificaban. Y nosotros, viniendo a edificarla, con nuestros malos ejemplos y obras, peores que de infieles, así la destruimos, cuando es mayor la contradicción y repugnancia y el enemigo de dentro de casa, que no el de fuera. Porque, aunque andamos a descripción de tierra, comiendo y destruyendo la tierra, cierto no andamos con discreción en esta tierra ni con aquel recatamiento que debiera, cuanto a la buena conversión y edificación, ni conservación de ella; porque, si fuésemos infieles, podíase ya atribuir a enemistad, ceguedad e ignorancia nuestra, como en aquellos bienaventurados tiempos se les atribuía a aquellos infieles que la perseguían, y por eso no dañaba su persecución, contradicción, ceguedad ni repugnancia tanto; antes, aprovechaba a los fieles y católicos, y los confirmaba y edificaba más en la fe, y los movía a haber compasión de la ceguedad e ignorancia con que lo hacían hasta rogar y llorar por los que así los perseguían:. Señor, no se lo tomes como pecado; Señor, perdónales, porque no saben lo que hacen. Y, por tanto, muchos de ellos alcanzaban de Dios misericordia y perdón, porque por ignorancia lo hacían y perseguían la iglesia de Dios, como lo dice San Pablo: «Por eso alcancé misericordia, pues, ignorándolo, lo hice en la infidelidad».
Pero en nosotros, que somos como dicen, ladrones de casa y fieles de la misma profesión cristiana que a ellos les predicamos con las palabras y les despredicamos y deshacemos y destruimos con las obras, haciendo que parezca fraude, malicia y engaño todo cuanto traemos, viendo en nosotros las obras tan contrarias a las palabras de los sermones que se les predican, yo no siento qué otra cosa por esta gente, que al presente no sabe más de lo que ve, se pueda presumir y sospechar, sino que, viendo esta gran repugnancia y contrariedad que tienen las obras con las palabras, de necesidad nos han de tener por sospechosos y burladores y engañadores, y recatarse y escandalizarse en gran manera, y con mucha razón, de nuestras obras, sin osarse jamás fiar de nosotros ni de nuestras palabras.
De manera que por nosotros se podrá muy bien decir que del monte sale quien el monte quema, y ésta es la verdadera enfermedad que esta gente natural padece en lo espiritual y cosas de la fe, por do mucho desconfían los buenos y expertos médicos que les saben y conocen por experiencia la enfermedad (porque parece incurable) que no que las que allá dicen y han querido decir, contrarias de esto, diciendo que ésta es gente reprobada, ingrata, incrédula, siendo nosotros en la verdad la causa y ocasión de todo ello y demás que aquí no digo.
La cura y remedio bastante, y bien común y general de todo y para todo, a mi ver, podría ser y sería muy fácil, juntándolos a ellos a su parte en orden de muy buena policía mixta y muy buen estado, que fuese católico y muy útil y provechoso así para lo espiritual como para lo temporal; pues la cera y la materia está tan blanda y tan dispuesta, que ninguna resistencia de su parte tiene, como está más largamente dicho y apuntado por mi parecer, para meter al sabio en el camino, y todo conforme a su arte y manera de vivir y docilidad y a lo que requiere su capacidad y manera y condición de la tierra y naturales de ella, que, como muchas veces tengo dicho, va por otros términos y nortes muy diferentes de los de allá, y los de allá imaginables. De manera que oyesen nuestras palabras y no viesen la repugnancia de nuestra conversación y obras contrarias a ellas, y nosotros nos juntásemos y estuviésemos a la nuestra, sirviendo a Dios y sín tanta solicitud y codicia como ahora andamos entre ellos, y gozando de sus provechos sin perjuicio suyo y con gran descanso nuestro, rigiéndolos y gobernándolos y doctrinándolos, instruyéndolos y pacificándolos como apóstoles, y como todos somos obligados conforme a la bula e instrucciones que tenemos, y en la guarda y defensa de la tierra para no menester como caballeros católicos.
Porque, en la verdad, la verdadera guarda Dios la hace y ha de hacer, y esto deberíamos siempre advertir y no le enojar, y, después de esto, haciéndoles siempre buenos tratamientos y administrándoles y manteniéndoles en la buena recta administración de justicia, de manera que ellos sientan y conozcan y confíen que se les hace y ha de hacer, como ya lo van sintiendo, entendiendo y conociendo con este poco comienzo de ella que tengo dicho, que se les ha comenzado a administrar, con que se han asegurado y aseguran en tanta manera más cada día, que, aunque ya los principales y caciques quisiesen levantarse y levantar a la gente común, que son los maceoales, que son de las cuatro partes las tres de toda la suma de estos naturales, tenemos por cierto no podrían levantarlos ni hacerlos levantar a palos, antes ellos son y han de ser los exploradores y descubridores de cualquier ruin pensamiento que quisiesen poner por la obra contra quien saben y ven y tienen por muy cierto que los trata y ha de tratar bien, y que los mantienen y han de mantener en toda paz, quietud y justicia, y los saca y ha de sacar y librar de tantas y tan grandes tiranías en que estaban opresos y tiranizados, que sienten y conocen tan bien y con tanta cordura, reposo y discreción, como si fuesen letrados.
Lo cual estos naturales, ya muy bien sintiendo y el peligro que en estas sus libertades corren y se les ordena, corren y vienen a más andar, aunque temiendo y temblando, a pedir sus libertades o ingenuidades por mejor hablar, pues nunca, según dicho es, las perdieron, ofreciendo cada cual lo que costó y el interés, si lo tiene, a sus amos a quien sirven, y trayendo pintado todo lo que en el tiempo que han servido han dado a sus amos, y pidiendo siempre que se les descuente lo que así han dado y servido del precio que costaron, y que se tenga respeto en ello al mucho tiempo que han servido, tan bien dicho y alegado por sus pinturas como lo supieran hacer Bartulo y Baldo en sus tiempos por escrito. Lo cual he hallado que es muy conforme a la dicha suma y a la ley Si captus... dedit post limínio redisse, de que la dicha suma se sacó, y a lo que allí dice Baldo: «Que el asistir con servicio personal disminuye la cantidad que se debe». Por manera que el que rescata no puede retener al rescatado, ni el rescatado ser retenido en servidumbre contra su voluntad, siendo cristiano, pagando el rescate; o no se llame rescate, sino cautiverio; o en defecto de no poderlo pagar, sirviendo por el tal rescate cinco años. Por manera que el servicio menoscaba y se recompensa con la deuda del rescate, conforme a la dicha ley y a la dicha suma y al dicho de Baldo allí, pues que éstos que así se han de rescatar, y muchos que se han rescatado antes de ahora, son cristianos y se rescatan de gente bárbara.
Esto de oírlos a justicia a ellos entre ellos ha muy poco que se comenzó, que no se solía hacer, y ha parecido por la obra que se ha descubierto en ello, si no me engaño, la vía recta por do éstos han de venir y vienen a banderas desplegadas en el conocimiento de la verdad y bondad de Dios, y en el amor, equidad y fidelidad de su rey y de la fealdad y crueldad de sus tiranías y sin justicias que entre sí padecían y padecen por falta de la buena administración de justicia y del buen conocimiento de ella, y por la ignorancia que de ello tenían, si no les falta la buena orden que es menester entre ellos para ello y para que sea general el bien y todos puedan gozar de él, que es juntarlos en buena policía de que ellos sean capaces, y con ordenanzas pocas, claras, conforme a su calidad, manera y condición y simplicidad y capacidad que ellos pudiesen saber y comprender y, sabidas y entendidas, obrar. Porque, si, juntándolos y dándolos semejantes ordenanzas, ellos por ellas no se rigen y entienden y toman arte y buena manera de vivir, ninguno otro basta a los regir ni entender; de manera que todo no sea una muy grande confusión y caos ininteligible así para lo espiritual como para lo temporal.
Apuntan en sus pleitos muchas veces, como quien no hace nada, grandes y sutiles puntos y apuntamientos, como si lo hubiesen estudiado; y de muchos, quiero decir aquí uno que no ha mucho ante mí pasó. Y es que una india presentó por demanda su pintura y declarándola ella misma como todos muy bien saben hacer, y tan bien que no se podría así fácilmente creer, si no se viese el concierto, sosiego y el denuedo y los meneos y reposo y humildad con que lo hacen; en que en efecto pidió a su ama que, habiéndola ella comprado o alquilado para que la sirviese, en su servicio había enfermado y llegado a lo último de la vida; y, estando ella así muy al cabo, le había dicho que se fuese a do quisiese, que hedía con la enfermedad, y la había echado de su casa; y aún, demás de esto, le había tomado una camisa que le había dado; por lo cual era visto haberla desamparado y dejado en abandono; y después ella había sanado con la ayuda de Dios y sin la suya de su ama; y ahora que la había visto buena y sana, la quería tornar a tomar y a servirse de ella; por tanto, que le mandase yo que no la tomase ní molestase más sobre ello; su ama lo negó esto. Yo le dije si tenía testigos de cómo aquéllo había pasado como ella decía; ella respondió que sí, y le repliqué que mirase no fuesen sus parientes, porque serían sospechosos; ella, a osadas, lo trajo tales y tan buenos, que pareció ser mucha verdad, y así salió con victoria del pleito. Estas semejantes cosas cuánto edifiquen en esto en esta gente en todo, y cuán fieles y alegres los haga, y cómo lo notan, miran y entienden no fácilmente se podría decir, ní dicho creer, como ello es y pasa.
Y pues esta gente es tan dócil y viene ya en tanto conocimiento de Dios y de su Majestad, oyéndolos a justicia, y haciéndosela y guardándosela; y esto es así verdad que ninguna duda tiene, aunque les falta, en la verdad, el aparejo que convenía que hubiese, para que esto se hiciese como se debería hacer, y se dilatase y alcanzase a todas partes, y no a tan pocas, como tengo muchas veces dicho e inculcado por aquél que también por ellos, como por nosotros, murió y se puso en la cruz los brazos abiertos para recibir a todos, acerca del cual no hay acepción de personas: que vuestra merced y esos señores todos estén muy recatados y sobre el aviso, que por temor ni relato de alzamiento o despoblación de españoles que por allá les digan, como por acá también nos dicen, ni por males ni abominaciones que de esta gente natural les digan ni oigan no se altere ni revoque lo bueno ni se acobarde lo santo. Porque, mientras esto así se hiciere, no habrá causa ni razón por qué temer donde en la verdad no hay temor, antes le habría, con razón, donde por temor se hiciese lo contrario.
Y a mi ver, para no se recibir en esto engaño, se debe tener en lo que se ordenare principal fin e intento a que la principal población que ha de permanecer en estas partes para la sustentación de ellas ha de ser de la misma natural, como de la misma madera que es de los mismos indios naturales, haciéndolos tan fieles a nuestro Dios y a nuestro rey como a nosotros mismos. Y mejor, si mejor pudiésemos; y junto con esto, a que la guarda y defensa de ella sea de los españoles, a quien ellos siempre han de acatar y sustentar como a sus protectores e instructores por alguna muy buena orden que se les dé, con que todos vivan contentos y satisfechos y asosegados en mucho servicio de Dios y de su Majestad; y ordenar las cosas a este fin, de manera que éstos se hagan grandes fieles cristianos, y por ventura se reforme en su humildad y obediencia y paciencia grande increíble, lo que ya en nuestra soberbia mal se podría reformar, y sean impuestos en el servicio de Dios y de su Majestad y siempre conservados en ellos. Porque, siendo fieles a Dios, lo han de ser y sean de necesidad a su rey, dándoles artes y policía mixta, como tengo dicho, para todo ello y para hacerlos bastantes para sí y para todos, y para guardarlos y ampararlos de todos inconvenientes que de otra manera padecen.
Porque, si de otra manera este negocio se entiende y ha de entender, yo temo que, en breve, todo ha de ir a dar al través y que será imposible conservarse, como al tiempo doy por testigo en lo porvenir; y a las Islas y Tierra Firme, en lo pasado. Y así se perderá, por ventura, por mal recaudo, la mejor y más dócil y más templada gente y más aparejada para se reformar en ella la Iglesia de Dios de cuantas se han visto; ní pienso se verán, y no menos provechosa e importante al servicio de su Majestad.
Así que, concluyendo, digo que lo que la dicha nueva provisión dice y permite, en lo que toca a los requisitos y justificaciones de la guerra, jamás nunca se guardó ni guardará ni es posible guardarse, por lo que tengo dicho; pues, demás de esto, la ley y ordenanza ha de ser posible para ser guardada, y las justificaciones de aquésta y. aun de la otra provisión nueva de los tamemes que los permite y de otras semejantes yo las tengo por imposibles, como en la verdad lo son, si lo que dicen se ha de obrar y practicar y no ha de servir solamente de bien parecer. Porque mandar y proveer que los tamemes se tomen y alquilen y paguen por su voluntad y no de otra manera, justa cosa sería, si así fuese y si así se hiciese, y si en ellos, digo en los tamemes y naturales, hubiese voluntad alguna o atrevimiento para tenerla y decir de no, cuando le faltase voluntad y tuviesen en esto algún querer o no querer en lo que quieren o les mandan los españoles, y en los españoles hubiese comedimiento y templanza en ello, y, cuando no lo hubiese, pudiese haber testigos y juez y castigo y quien osase quejar de españoles. Pero, si todo esto, con todo lo demás que tengo dicho de las justificaciones y modificaciones, es imposible, atenta la calidad de la tierra y de la gente natural, y la manera y comodidad de su vivienda derramada, y la manera de los españoles y como a esta causa semejantes justificaciones y remedíos al hecho ní a estos naturales no se pueden aplicar, queda que habemos de decir que las tales justificaciones sirvan solamente de bien parecer, y no a los hechos, sino a las palabras, y que por esto tal se pueda decir que la ley ha sido aplicada a las palabras y no a la realidad.
Y así es y será en todas las justificaciones con que se quiere justificar esta postrera provisión, porque, como queda dicho arriba, ni las justificaciones de la guerra, pueden intervenir en hecho ni haber libre confesión ni voluntad ní aunque la pudiera haber, les prejudíca ní podría perjudicar ni dejar de haber en todo ello grandes fuerzas y violencias, fraudes, cautelas y engaños contra estos miserables, que ninguna resistencia ní contradicción osan tener así de parte de españoles como de parte de sus mismos principales indios. Porque todo ello ha de ser la misma fuerza y violencia, agravio y engaño: sin haber quien lo ose ni sepa hablar ní quejar ní resistir, de parte de los herrados, así forzados, engañados y opresos, en quien ni quien lo pueda remediar por parte de los jueces ni quien diga la verdad por falta de testigos ni quien lo sepa alegar de parte de los abogados, pues tienen pocos o ningunos y por contrarios a todos y a la codicia desenfrenada que es la que ciega a todos. Y son, en la verdad, justificaciones que nunca llegan ni se cumplen, y que sirven y han de servir solamente de bien parecer, como está dicho y no de más. Y remedios es imposible aplicarse en esta tierra ni guardarse, estando como están poblados, derramados los naturales de ella.
Así que, siendo esto como es, así sería lo seguro quitar la causa porque se quite el pecado. Y no digo más en esto, que harto he devaneado; pero, con todo, no dejaré siempre de decir cuánto mejor,
y más sin pena y menos trabajo se hace y corta la ropa a la voluntad de su dueño, que es Dios y el Rey, que no de estas piezas y remiendos con que se tapa un agujero y se hacen ciento, como son estas piezas y remiendos de leyes y ordenanzas, que ordenando nunca acaban de ordenar cosa que baste; antes, por tapar un agujero, hacen ciento, y por deshacer una gotera hacen cuatro, y por no acertar bien una vez en el camino y errarlo rodean y le andan muchas veces y nunca le acaban de andar ni llegar a la posada ni reposo que desean; y por cortar un inconveniente nacen siete o ciento, como cabezas de hidra.
Y acontece en aquesto como cuando para hacer un bueno y dulce son y dulce música toman en las manos la vihuela muy quebrada y destemplada, y trabajan y mueren por la templar y concertar, no haciendo caso de la muy suave y muy bien templada y concertada que tienen más a la mano; cosa mucho de admirar, como lo dice y se admira Prosper, y lo refiere San Antonino, arzobispo de Florencia en estas palabras.
¡Qué actitud increíble! Menospreciado el suave yugo del cristiano, aceptamos voluntariamente la férrea tiranía de la ambición desordenada; desechamos la carga leve de nuestro Señor, que no humilla a quien la lleva, sino lo honra; no lo deprime, sino lo enaltece; y, en cambio, nos echamos a cuestas un peso de plomo más fácil de tirar que de sobrellevar.
Pues, en tanta quiebra y desconcierto un solo remedio veo: que es dejar de remendar y de andar pidiendo votos de limosna, a mendigar en ello, y comenzar, por camino real y sin velámenes, a fundir la cosa de nuevo; pues, por la providencia divina, hay tanto y tan buen metal de gente en esta tierra y tan blanda la cera y tan rasa la tabla y tan buena la vasija en que nada hasta ahora se ha impreso, dibujado ni infundido, sino que me parece que está la materia tan dispuesta y bien condicionada, y de aquella simplicidad y manera en esta gente natural, como dicen que estaba y era aquélla de la edad dorada que tanto alaban los escritores de aquel siglo dorado antiguo, y ahora lloran los de esta edad de hierro nuestra por haberse perdido en ella la santa y buena simplicidad que entonces reinaba, y cobrado la malicia que ahora reina.
Donde, en esta tierra, atenta la calidad y disposición de ella y obediencia sin ninguna resistencia de esta gente natural, y su sujeción, y el católico y gran poder a quien están sujetos, se podría fácilmente hacer de toda ella una masa como de cera muy blanda, como en la verdad Dios, no sin gran milagro y misterio para mí, la ha amasado y dispuesto, y adaptado al final de la Iglesia que envejece para lo que El solo sabe, e imprimir en ella un muy buen estado de república, y buena policía mixta, que sea católico y utilísimo a todos, y conservativo de esta tierra y naturales, y preservativo de las injurias y fuerzas y agravios y opresiones que se les hacen en ella, sin poderse por otra vía alguna remediar ni estorbar que no se consuman y acaben en breve, como se han consumido y acabado los demás de Islas y Tierra Firme. Y esto no se dice ni se confía, atenta nuestra calidad, soberbia y codicia, que hace parecer esto imposible en ellos, como lo es en nosotros, sino atenta su humildad, obediencia, docilidad y calidad, que lo hace tener y confiar en Dios desde ahora por cosa hecha; porque, si Dios no lo resiste, no hay en ellos cosa que lo resista ni impida, salvo solamente en nosotros nuestra desconfianza, que basta a impedirlo todo; pero, quitada ésta aparte y vuelta en una gran confianza en Dios, yo no tengo duda alguna, sino que esto, que en nosotros con mucha razón verse hecho se desconfiaría, con mucha mayor en estos naturales se podría tener y contar ya por cosa hecha (por tan hecha y por tan sin duda para mí lo tengo).
Y ésta pienso haber sido la causa e intención del autor, no de menospreciar, que ordenó y compuso el muy buen estado y manera de república de que se sacó la de mi parecer en ponerla, contarla y afirmarla por cosa vista y hecha y experimentada, y porque, si esto una vez no se experimentase, parece que no se podría creer; pero quien lo tiene experimentado ninguna duda pone en ello. Esto hacen y pueden muy bien hacer las diferencias y climas y calidades y constelaciones, influencias de las tierras y sitios y complexiones de los naturales de ellas, y ser éste, como es en la verdad, con gran causa y razón, y como por divina inspiración, llamado Nuevo Mundo, como en la verdad en todo y por todo lo es, y por tal debe ser tenido para ser bien entendido, gobernado y ordenado, no a la manera y forma del nuestro (porque, en la verdad, no son forma), sino en cuanto justo y posible sea a su arte, manera y condición, convirtiéndoles lo malo en bueno y lo bueno en mejor (lo que a lo menos se debería hacer, también no está, sin sus imposibilidades para con nosotros y también inconvenientes).
Y, si alguna justificación esto sufre es, a mi ver, que a lo menos la provisión se limitase que los que rescatasen no se herrasen ni los echasen en las minas ni los cargasen, haciéndolos tamemes, ni quedasen sus hijos por esclavos ni perdiesen por ello ingenuidad ni libertad ni cosa alguna de su hacienda y familia, sino que fuesen en todo y por todo de la manera que el derecho permite el contrato de venta de alquiler o locación de obras a perpetuidad, con las dos condiciones y requisitos que se entienden en él para que el contrato valga y no sea reprobado, ni en perjuicio de la libertad; que son, de poder servir por sustituto el alquilado cada y cuando que quisiere y por bien tuviere; el cual servicio de tal sustituto se ha de acabar juntamente con la vida de aquél por quien sirve, pues sirve por él y no por sí; y que, viviendo el que le sustituyó y muriendo el sustituto, sea obligado en tanto cuanto viviere siempre sustituir otro en su lugar; o, si no quisiere servir por sí ni por sustituto, pueda, pagando el interés, quedar libre de la obligación de tal servicio, el cual se tase conforme a la suma de leyes arriba dicha; que son, a respecto de seis por cinco y doce por diez; y con tal que, cuando las obras así alquiladas fuesen inciertas, no pasasen como no pasan a los herederos ni otro sucesor particular, sino que se acabasen y consumiesen como se acaba y consume el usufructo, muerto el usufructuario, que se consolida con la propiedad, porque en esto de derecho es semejante a él, y, cuando las obras así alquiladas o vendidas fuesen ciertas, se pudiesen heredar, mandar, enajenar, trocar y cambiar como el alquilador y comprador quisiese y por bien tuviese; por cuanto, en tal caso, cesan los inconvenientes y agravios que siendo inciertas se podrían recibir, como se colige de lo que sobre esto arriba queda dicho.
Pero ¿quién de estos miserables y bárbaros e ignorantes tendrá y conocerá estos sentidos y condiciones?, o ¿quién los instruyó para que lo sepan o entiendan, y obren y resistan a nuestra malicia y codicia, que no entiende ni se desvela, sino en cómo por fas y por nefas se aprovecharán de ellos? Yo no lo sé; Dios sólo es el que lo sabe y entiende y lo puede remediar; y, si las ocasiones y raíces de estos males no se quitan, no pienso que bastarán justificaciones escritas y en práctica no aplicables, mas imposibles.
Y en cuanto a lo demás que la provisión dice de las mujeres y niños de catorce años abajo, que se tomen por naborías para servir en casa sin los vender y tratándolos bien, demás de lo que cerca de esto tengo dicho, querría saber quién tendrá la cuenta y razón de esto, o quién será el acusador contra el que así no lo guardare, donde todos en ello han de pretender interés, y han de ser juez, parte y testigo, y tienen o esperan tener semejantes causas, y que podrían ser acusados y culpados ello por ello, u otro tanto como ello, en algún tiempo y por semejantes delitos.
Y en cuanto a lo del sacarse y contratarse los esclavos en las islas y con gentes extrañas como son los españoles para con estos naturales, puesto que en los de buena guerra fuese justo (si algunos de buena guerra hubiese, que tarde o nunca pienso yo que será en estas partes) en los otros de rescate, que han de ser todos de los que tengo dicho, que no son más esclavos que yo, y no hay otros entre ellos, y de los que los padres y madres y otros parientes venden en tiempos de necesidades, no entiendo yo cómo esto con justicia se pueda hacer con parecer de los que dice la ordenanza y provisión nueva ni sin él, pues parece ser justísimo lo que en contrario dice la suma ya dicha de las leyes: Si... a gente del extranjero o de ultramar, etc, como está dicho.
Por reverencia de Dios, vuestra merced lo mire mucho esto, porque me parece que no va así poco en ello, y no se asegure ni descuide con pensar que se comete esto a parecer de tantos, y entre ellos a prelados y religiosos; porque yo sé de cierto que todos por la mayor parte abominan y aborrecen a estos miserables indios, sin los cuales, confiesan por otra parte, no poder ni saber vivir, salvo aquéllos que parece que Dios ha elegido para los defender, amparar e instruir y doctrinar y llevar el nombre de Cristo entre ellos; a quien Dios, creo yo, provee de su gracia para que tengan verdadero entendimiento de las cosas tocantes a ellos; y éstos a mi ver, no son muchos, sino bien pocos.
Y por tanto, es menester en todo estar recatados con todos, y no es de maravillar que esto acontezca ahora así en esta gentilidad de nuestros tiempos y en estas partes, pues lo mismo acontecía en el tiempo de la primitiva iglesia con la gentilidad de aquellos tiempos entre los apóstoles, que no puede ser nadie más santo que ellos, excepto San Pablo, a quien Dios hizo vaso de elección para que llevase su nombre entre ellos, sin embargo que estaba de Dios ordenado que en aquella gentilidad así abominada, menospreciada y aborrecida casi de todos se había de plantar la verdadera fe de su iglesia católica y apostólica como lo dice el santo Atanasio sobre la epístola de San Pablo Primera a Timoteo sobre estas palabras de ella:
Digo la verdad, no miento: doctor de los gentiles... con estas palabras ofrece aquí un testimonio fidedigno; pues,siendo los demás apóstoles algo apáticos en este asunto, en parte por el acostumbrado aborrecimiento hacia los gentiles, en parte porque éstos no los iban a aceptar, «yo mismo, continúa diciendo, he sido destinado para instruir a los gentiles; pues, si el Hijo de Dios padeció la muerte por ellos y yo mismo soy su misionero, te ruego no te descuides en favor de ellos».
Y por tanto, así como pienso y tengo por cierto que no ha de faltar, así allá como acá, quien a esta gente aborrezca y abomine y maldiga y murmure de ella, así también tengo por muy cierto y no dudo que tampoco ha de faltar quien los ame y favorezca siempre y diga e informe bien de ellos y de la verdad, y ponga hasta la vida y la sangre por ellos, si menester fuese, con la debida proporción, y todo por la suma bondad y providencia divina que así lo ordena, para lo que El solo sabe, pues lo compró y redimió por su sangre preciosa. Y pues sobre vuestra merced parece que cayó la suerte de ser la guía y amparo de aquéstos más particularmente que otro, no se debe a mi ver tener esto en poco ní descuidarse ni dejarse mucho de pensar y mirar sobre ello, para, después de bien pensado, obrar lo que pareciere mejor para el servicio de Dios Nuestro Señor y de su Majestad, y bien común de toda esta tierra y de los españoles y naturales de ella.
En cuanto a lo demás que se dice en la dicha provisión nueva, del hierro de rescate que se les eche por su confesión de los que han de ser herrados, demás de lo que tengo dicho, que todos ellos y los españoles y cuantos en ello entendieren han de andar errados y engañados en ello, creyendo que son esclavos y no lo siendo, también tengo por cosa cruel y muy inhumana que se crea y se esté en esto a su confesión, para que así les perjudique y por ella se les quiten las libertades, y se les eche el hierro, que tarde se les podrá quitar o nunca, sabiendo que de derecho no les perjudica, como está dicho, y que es imposible dejar de intervenir en esto muchas y muy grandes fuerzas y violencias, fraudes y engaños y tiranías así de parte de los españoles como de parte de sus propios tiranos, que son sus principales, que son todos los que les han de decir y mandarles que digan y confiesen que son sus esclavos, para, después de una vez herrados, rescatarlos y venderlos a españoles para las minas y aun dárselos medio de balde, por ser como son los más leales y más fieles a Dios y a su Majestad y a ellos sospechosos de descubrir lo que mal hacen y quisieren hacer, y por sacarlos a esta causa de entre sí y no los tener por testigos y acusadores como les tienen y han de tener; y es un grande bien y seguridad que los tengan de todos sus hechos y dichos e idolatrías y borracheras, como lo saben, y suelen muy bien y como buenos cristianos descubrir, y como no tengo duda que siempre lo harán y han de hacer.
Porque éstos son los que aman y desean mucho los santos sacramentos de la Iglesia, y los que confiesan y casan y hacen las disciplinas con fervor y devoción y humildad, y en número increíble a quien no lo ha visto, y los que aman a los cristianos y sustentan la tierra, y los que son de increíble obediencia y humildad y de quien se esperaba y espera en estas partes y Nuevo Mundo una muy grande y muy reformada iglesia, si nuestros pecados y las astucias y cautelas del antiguo Satanás que tanto los persigue los dejase vivir y no diese con todos al través.
Pues de los hijos de aquestos tales así herrados, que, como tengo dicho, son todos libres e ingenuos entre ellos y también lo habían de ser todos cuantos hijos tuviesen antes de ser venidos sus padres y madres por esta vía de rescate a ser herrados a nuestro poder, no sé yo cierto qué se haga ni quién estorbará que no sean también esclavos de españoles, después de una vez entrados en su poder y puestos en las minas también como sus padres, como habrá de ser.
Pues los hijos de las madres libres así herradas y hechas esclavas en poder de españoles, que en la verdad también entre ellos todos son libres sin tener obligación a servicio alguno, si de nuevo no los alquilan como está dicho, ¿quién estorbará, asimismo, que no sean entre españoles esclavos verdaderos, después de una vez entrados en su poder, o quién de ellos los reclamará o entenderá o los instruirá para ello?
Pues, habiendo de nacer y naciendo éstos entre nosotros verdaderos esclavos, como dicho es, como hijos de madre esclava herrada, aunque en verdad no lo sea como no lo es, y nosotros según nuestras leyes (aunque contra sus costumbres) de tenerlos por tales verdaderos esclavos, irreparable daño y agravio cierto a mi ver reciben y recibirán, y tan grande que yo no sé con qué se satisfaga ni qué restitución lleve ante Dios, que no se engaña, antes todo lo sabe, ve y entiende, aunque nosotros nos queramos en ello dejar engañar.
Pues, en lo de los chichimecas, ya tengo dicho que de su natura no son menos dóciles que estos otros y que muchos de ellos, según soy informado, querrían, desean y piden bautismo y doctrina y la buena paz, amor y conversación nuestra, si nosotros buenamente lo quisiésemos y se la diésemos y no los amonestásemos ni irritásemos ni los hiciésemos más zahareños ni los trajésemos tan espantados con ver obras tan crueles e inhumanas como ven, saben y entienden en nosotros para con ellos por doquiera que vamos, y muchas veces las experimentan y sienten. Y en algunas partes donde los hacen rebeldes e indómitos, por ventura todos habrían venido de obediencia y de paz, si los españoles los hubiesen querido recibir y pacificar conforme a la bula e instrucciones que de su Majestad para ello tienen, y, si no hubiesen querido y buscado y encaminado, así acá como allá, más su provecho propio particular que no la salvación y buena instrucción y conservación de la tierra. Y así no han querido, antes de venir el hierro y con esperanza de él, hasta ahora pacificarlos, sino ahora, después de venido, destruirlos y hacerlos esclavos, como ellos dicen, de guerra; y como yo digo y pienso que es más cierto y seguro de defensa y natural contra nuestras fuerzas, agravios y violencias, o de simplicidad e ignorancia, como es notorio, muchos de los cuales han vendido antes que los hagan.
Vea vuestra merced qué información se podrá haber que bastante sea para pronunciar la tal guerra por justa y los tomados en ella por verdaderos esclavos, pues se ha de hacer de personas y testigos tales, que tan partes son y tanto interés pretenden en la causa, y que tan capitales enemigos se les muestran y que con todo esto han de ser juez, parte y testigo contra ellos, y, habiéndose dejado estar muriendo de hambre, esperando el hierro que ahora les echan. De éstos después, y ahora poco ha, se vieron en esta ciudad muchos traídos a vender, y vendidos herrados en los carrillos con el hierro que ellos dicen de su Majestad, y sin esperar sentencia ni aprobación de esta Audiencia Real, y sin perdonar a mujeres ni a niños ni a niñas menores de catorce años, hasta los niños de teta de tres o cuatro meses, y todas y todos herrados con el dicho hierro tan grande, que apenas les cabe en los carrillos, y al fin todos pasados por un rasero sin distinción de edad ni de sexo. Y yo los vi y los secresté juntamente con otro oidor, sin ver hechas las justificaciones de la provisión que bien sospechaba yo que en esto habrán de parar, como habrán de parar en todo lo demás; y, aunque, a lo menos en esto, me hayan hecho verdadero, no lo quisiera yo salir tanto ni tan temprano, en tanto perjuicio de aquestos miserables.
Y en cuanto a lo que más manda y dice por justificación de la presencia del prelado de la provincia con dos religiosos, los más aprobados de ella pocas veces o ninguna éstos se hallarán en las gobernaciones, y siempre faltarán, que no se podrá cumplir esta justificación; y, faltando ésta, no podría haber cosa que justa sea, porque todo ha de quedar a disposición de aquéllos que tengo dicho que todo junto lo han de ser: jueces, partes y testigos.
Pues el cuarto capítulo de la dicha provisión tiene, a mi ver, otro no menor inconveniente, y es que, cuando vean que no hay justicia que baste para los dar por esclavos, ellos se darán tal espacio en que se vea por ese Consejo y por esta Audiencia, si son justos esclavos o no los que tomaren de guerra, conforme a la dicha provisión, que primero los matarán todos en las minas que ello se comience a ver; y, cuando ya se vea, que será tarde, mal o nunca, ya no habrá para qué sea menester verse esta tal justificación; cuanto más, que, habiendo sido hecho el proceso por personas que de necesidad han de ser partes formadas que pretendan tanto interés en la causa y en la cosa, y en fin la misma sospecha y ciegos de la codicia, yo no sé quién ose ver el tal proceso para confirmar lo hecho, sino que, pues de necesidad, según lo procesado lo habrá de confirmar, se verifica en esto lo que decía el otro, que le dejasen a él hacer el proceso y que después lo diesen a sentenciar a quien quisiesen. Y, si estos naturales por estas cosas con mucha razón podrán decir: Me han rodeado dolores de muerte, no con menor podremos nosotros los españoles temer y también decir: Los peligros del infierno me han cercado. Así que a los unos ni a los otros arriendo la ganancia.
En cuanto al quinto capítulo, parece que no disponga en los ya hechos entre ellos por causas livianas o injustas o inhumanas, y contra todo derecho natural, divino y humano, salvo solamente en cuanto a los por hacer; pero yo no siento por qué lo mal hecho y tiranizado en tiempos de tiranía o de alguna ley o costumbre tiránica, que también según derecho la ley o costumbre tirana es tirano, no se repare y enmiende en tiempo de justicia y de rey tan católico, conforme a derecho y a la suma alegada, y a lo que está dicho que dice Juan Gerson, doctor cristianísimo, que el siervo opreso siempre está en continua fuerza y opresión, y por ningún tiempo de ministerio ní servicio que haga puede ser prescrito, ni detenido, que no pueda libertarse y huir y aun resistir, pues que la fuerza con la fuerza, etc.
Demás de esto, casi todos éstos que así han de ser herrados ha días que son cristianos bautizados, y entre ellos se publica y predica el santo Evangelio y se enseña la doctrina cristiana tan bien y por ventura mejor y con más diligencia, que entre nosotros, y se administra el santo sacramento del bautismo como entre nosotros, sin resistencia ni impedimento alguno, antes con muy gran y muy mayor concurso de gente que concurren a ser enseñados y bautizados. Y, si algunos hay donde esto no se haga, no queda por ellos, sino por falta de ministros, como sabemos que muchos de ellos lo han pedido y piden, y no se les ha dado ni da a esta causa, que desean ser bautizados e instruidos, y piden a los españoles cristianos que por sus tierras caminan les enseñen las oraciones y el Ave María y la doctrina cristiana; y, cuando se lo enseñan, ellos de muy buena gana lo oyen y deprenden, como ha parecido en algunas partes remotas por do han pasado y estado de paso algunos religiosos que han atravesado a Guatemala y al Perú, y a otras partes de aquí y de allí acá, y recogido y enseñado algunos de ellos y hécholes algunos oratorios donde se recogiesen, donde se juntan y rezan lo que les enseñaron; los cuales, demás de agradecerlo y tomarlo de buena voluntad, después de dejados desamparados de los tales religiosos, se están y perseveran en aquella misma tradición que ellos les dejaron. Y esto, entre otros, lo sé de religioso letrado de crédito y autoridad, y prior que ha sido poco ha de la casa del señor Santo Domingo de esta ciudad, que fue y vino al Perú por allí, y después volvió y los halló que se recogían a rezar a su oratorio como los dejó, y con muy buena simplicidad y voluntad.
Así que, cuando el rescatado es cristiano y el que lo rescata también lo es y le rescata de entre gente bárbara e infiel, no permite la ley que este tal sea esclavo ni sea detenido contra su voluntad en servidumbre alguna, salvo hasta tanto que pague el precio del valor del rescate que costó el rescatado, pudiendo y teniendo de qué, o no lo teniendo, hasta que haya servido y sirva cinco años por el tal rescate, sin que se le descuente ni sea obligado a pagar cosa alguna al que así le rescató por razón de los vestidos ni ropas que le hubíese dado, según y como se colige y puede colegir de la ley final y suma ya dichas, Captus... dedit post liminío redísse y el arzobispo de Florencia dice:
Si [alguien] compra a quien ya era cristiano en el momento de su primera venta, aunque lo ignorase el comprador, pensando que era sarraceno, como no puede ser vendido un hombre así, tampoco lo pudo comprar aquél, y, en consecuencia, lo debe dejar libre sin exigirle precio, y, si por ventura le es posible, puede en cambio reclamar ese precio al vendedor.
Y primera venta se puede llamar y es aquélla antes de la cual ninguna otra precedió que le quitase libertad al vendido ni lugar ni familia ni casa ni hijos ni ajuar ni le mudase el estado ni condición de libre e ingenuo en que nació que de antes tenía entre ellos, como nada de esto entre sí pierden ni mudan, como lo mudan y han de mudar todo venido a poder del español comprador o rescatador, según y cómo y de la manera que arriba queda dicho. Así que esto no es rescatar ni redimir, sino cautivar de nuevo y traer los hombres libres en dura servidumbre.
Y también por ser como habrán de ser tantos los millones de indios de aquesta calidad que así se habrán de herrar y herrados matricular, conforme a la nueva provisión, también tengo por imposible poderse hacer matrícula de tantos, ya que se pudiese hacer, después de hecha poderse leer ni aprovecharse de ella entre tanta multitud y confusión de nombres, unos como otros, así de ellos como de sus padres y madres y amos y lugares y barrios como de haber, porque tengo por muy cierto que no ha de servir de más de hacer ricos a algunos que en ello habrán de entender, y habrán de llevar derechos por ello conforme a la provisión, porque éstos se habrán de llevar la mejor parte de aquestos que así habrán de ser herrados, según habrán de valer tan de balde como suelen valer en tiempo de aquestas sobras y abundancias de esclavos que dicen de guerras y de rescate. Si son justos o no, Dios lo sabe, y por lo dicho se ve; porque entonces suele valer más un perro que un hombre, y venderse a peso y a dos pesos y a tres pesos el hombre (en la verdad libre) por esclavo a los españoles; y, como le cuestan tan poco, tampoco se les da mucho que se acaben en las minas, donde pocos duran tres años, cuanto más cinco, porque quedan la ley y la suma ya dichas mejor defraudadas, cosa de mucha inhumanidad y lástima.
Así que, quedando solos éstos y los mineros, que casi de balde por los derechos y para las minas los han de haber y comprar ricos, que serán bien pocos, de necesidad todos los demás han de quedar más pobres, quitados de en medio los que labran y benefician y sustentan la tierra, que son los pobres maceoales labradores que así han de ser herrados, de que se sustentaban todos; y, despoblada la tierra de éstos, también se despuebla y ha de despoblar de los que se sustentaban de ellos, que son los españoles; y esta nueva iglesia de estas partes, defraudada de la esperanza y fruto que esperaba de ellos, de su buena simplicidad y mucha humildad y obediencia y paciencia y mansedumbre. Y así podrán quedar pobladas las minas y despoblados los pueblos de casi todos sus maceoales; y, destruida la tierra y asolado todo también, no se podrán sustentar las minas, y así sin sentirlo perecer todo.
Y cuando se siente el engaño, no hay lugar de dar la vuelta ni de deshacerle, cuando todo está deshecho: esto se entienda ser dicho a fin de dar a entender, si posible fuese, el daño de tantos millones de gente libre como, por virtud de la nueva provisión, se teme se habrán de herrar, y los grandes daños que, so color de provecho de ello, se recrecen, sín advertir ni mirar ni estar recatados en estas circunstancias y traveses dichos, y otros muchos que se podrían decir, que la cosa tiene, y sin hacerse caso alguno de ellos; que no es pequeño mal y descuido, sí no se ataja y remedia con tiempo, antes que este fuego y este cáncer que va ya cohundíendo pase más delante, pues aún está la cosa a tiempo de poderse remediar; lo que no pienso estará, si mucho se tarda.
Y también se entienda ser dicho para aviso del peligro y engaño que me parece en ello hay, y se ha recibido y recibe de las siniestras relaciones e informaciones de los que están ciegos e impedidos de codicia de interés propio particular, que, como dije, viendo no ven y oyendo no entienden cosa que sea pro y bien común de la tierra, pues no ven que son y debían ser tenidos por sospechosos y partes formadas, pretendiendo, como pretenden, tanto interés particular en la cosa, y que por eso, sin sentirlo, para allí lo dirigen y encaminan todo, y jurarán, sí necesario es, que su parecer y opinión es lo mejor para toda la república; siendo cosa muy cierta que todo hombre muy amigo de su interés ha de ser de necesidad enemigo de ella, y por el contrarío. Pero no me maravillo:
Pues la avaricia, como dice San Ambrosio, es una ceguera y hasta acarrea desviaciones en la religión. Digo, pues, que la codicia es ciega; mas se oculta con diversas artimañas y fraudes. El avaro no mira lo que pertenece a la divinidad, sino discurre lo que atañe a su ambición. Pues, aun cuando sea rico, siempre anda buscando de dónde tener más y más, no importa que sea por senderos torcidos. La codicia es un gran mal; incluso, el origen de todos los males. Esto dice Ambrosioos
Y tampoco me parece que, porque crezca el trato y comercio de hombres libres rescatados por esclavos, en que cuatro o cinco mineros enriquezcan con notable daño y detrimento de toda la república, se haya de permitir este hierro de rescate; porque, además que tenemos a Dios por atalaya, a mí ver «no es lícito poner en el tesoro tal provecho e interés ni comercio que es precio de sangre»; de modo que hemos de prevenir la causa, atendiendo nosotros mismos aun la más leve queja en daño de alguno por cualquier aspecto. Y de nuevo el Crisóstomo después de pocos [renglones dice]: «Tampoco hay que dar fe a la ignorancia, si nos ha de valer bastante para excusas. Por ella pagaremos penas, puesto que no amerita perdón.» Esto dice el Crisóstomo, Sermón.
Aunque en la verdad, quitado este temor y recelo, aparte de venir por esta vía esta gente simplicísima y docilísima y la mejor y más apta para nuestra religión cristiana en tan dura servidumbre como es la nuestra y la de las minas, tan diferente de la suya, y adelgazándolo esto más, cierto sin duda, a mi ver, su servidumbre entre ellos no es servidumbre, sino un servir natural en una misma igualdad de estado con sus amos, y tan honrados, libres y bien tratados de ellos como ellos mismos, sin haber otra diferencia alguna de entre ellos y sus amos, salvo la de aquel servicio natural muy igual, moderado y amigable que les prestan y dan cuando buenamente pueden, sin pesadumbre alguna, por alguna y muy poca cosa que por ello los unos de los otros reciben, con que remedian las miserias y necesidades, que, por estar solos y derramados por los campos, se les causan y recrecen ellos o sus padres y madres u otros sus deudos que parece que retira mucho a la obligación natural, de modo que hagamos el bien al benefactor.
Y casi, de la misma manera que he hallado que dice Luciano en sus Saturniales que eran los siervos entre aquellas gentes que llaman de oro y edad dorada de los tiempos de los reinos de Saturno, en que parece que había en todo y por todo la misma manera e igualdad, simplicidad, bondad, obediencia, humildad, fiestas, juegos, placeres, beberes, holgares, ocios, desnudez, pobre y menospreciado ajuar, vestir, y calzar y comer, según que la fertilidad de la tierra se lo daba, ofrecía y producía de gracia y casi sin trabajo, cuidado ni solicitud suya, que ahora en este Nuevo Mundo parece que hay y se ve en aquestos naturales con un descuido y menosprecio de todo lo superfluo con aquel mismo contentamiento y muy grande y libre libertad de las vidas y de los ánimos que gozan aquestos naturales, y con muy gran sosiego de ellos, que parece como que no estén obligados ní sujetos a los casos de fortuna, de puros, prudentes y simplicísimos, sin se les dar nada por cosa, antes se maravillan de nosotros y de nuestras cosas e inquietud y desasosiego que traemos, como algunos algunas veces ya lo han dicho a alguno de nosotros, maravillándose mucho de ello. Y casi, el mismo estado y manera y condición; no solamente en esto de los siervos, pero aun en la elección de los caciques o señores o principales que elegían, y también con el mismo contentarse con poco y con lo de hoy, aunque sea poco, sin ser solícitos por lo de mañana, y con un muy buen menosprecio y olvido de todas las otras cosas tan queridas y deseadas y codiciadas de este nuestro revoltoso mundo, cuanto por ellos olvidadas y menospreciadas en este dorado suyo, con todas las codicias, ambiciones, soberbias, faustos, vanaglorias, tráfagos y congojas de él, que claramente vemos que no hay ní se usan ni reinan ni se acostumbran entre estos naturales en este mundo nuevo, y, a mi ver, edad dorada entre ellos, que ya es vuelta entre nosotros de hierro y de acero y peor; y al fin en todo y por todo con los mismos usos y costumbres los unos que los otros, y los otros que los otros, como consta y parece por su buena simplicidad y voluntad, y grande humildad y obediencia e increíble paciencia y libertad de ánimo que gozan, y por sus grandes areítos, cantares, bailares y juegos del palo y de los voladores que en sus grandes fiestas y convites y placeres hacen, cosa cierto mucho de ver, y a quien quiera parecerá heroica y de mucha majestad, con otros juegos y fiestas todos dirigidos a placeres y beberes y holgares que estos naturales tienen y hacen con grande afición e intento que en ello ponen, con descuido y olvido de casi todo lo demás, hasta andar en estas sus fiestas y areítos y convites, bailando y cantando con admirable concierto y orden, con joyas y atavíos que para sólo esto tienen, días y noches embebecidos en ello sin cesar.
Como dice Luciano en el libro dicho de sus Saturniales que aquellas gentes de aquella edad dorada, tanto por todo en esto nuestros tiempos nombrada y alabada muy al propio y al natural de todo aquesto hacían y les acontecía y usaban, cuyas palabras originales me pareció que debía poner aquí, pues que nunca las vi ni oí, sino acaso al tiempo que esto escribía, y me pareció que Dios me las deparaba en tal tiempo y coyuntura tan bien, como las otras de la república de mi parecer, por ventura para echar el sello y poner contera y acabar de entender ésta, a mi ver, tan mal entendida cosa de las tierras y gentes, propiedades y calidades de este Nuevo Mundo y edad dorada de él entre sus naturales, que entre nosotros no es sino edad de hierro, como tengo dicho, y de su estado arte y manera y condición.
Porque hasta que esto una vez se entienda y acabe de entender como debe, por cosa imposible tengo entenderse y concebirse ni imaginarse ní darse ni enviarse desde allá ni desde acá el remedio cierto ni verdadero de ello, si Dios desde arriba no lo envía y revela, para que se convierta y conserve y viva y no perezca por mal recaudo una gente tan dócil, tan mansa, tan humilde, tan obediente, tan nueva, tan rasa y tan de cera blanda como aquésta para todo cuanto de ella hacerse quisiere; lo cual, bueno o malo, tal cual fuere, aquello ha de saber querer y entender, amar y desear, y no más ni otra cosa alguna.
¡Oh cuán gran culpa nuestra será, si supiere a la pega de nuestras malas y mal cristianas costumbres, y no a las buenas que entre ellos tan fácil se podrían introducir e injerir, como en plantas nuevas y tiernas, no embargante que en nosotros estas semejantes cosas y costumbres por nuestra gran soberbia y desenfrenada codicia y desmedida ambición parezcan ser imposibles y en la verdad no lo son, sino muy más fáciles en éstos, que las cosas que entre nosotros tenemos por hechas!
Y las palabras originales de Luciano, entre otras que allí dice, son las siguientes, que proceden en diálogo:
Sacerdote: ¿Pero qué te sucedió, Saturno, para que dejaras el mando?
Saturno: Te lo diré en resumen. Estando ya viejo y enfermo de gota por la misma edad (de lo cual algunos llegaron a figurarse que había cargado cadenas), no tenía ya fuerzas bastantes para castigar los excesivos delitos de esta edad, puesto que de continuo me asediaban por todas partes, armado como estaba del rayo con el que había de consumir a los sacrílegos, a los perjuros y a los ladrones, quehacer lleno de trabajo que requería gente joven. Viendo, pues, por mi salud, dejé el lugar a Júpiter, aunque también a otro que me parecía iba a obrar rectamente, en caso de haber repartido el imperio a los hijos (pues los había).
Paso, pues, la mayor parte de la vida en banquete y creo sin padecer necesidad, sin tener que atender a devotos ni sufrir la molestia de quienes piden lo contrario ni tener que echar truenos y rayos ni mandar de vez en cuando el granizo, sino viviendo una ancianidad felicísima (bebiendo el néctar puro) en conversación amigable con Japeto y los demás dioses compañeros. Reina, pues, aquél [Júpiter] entre mil asuntos engorrosos, excepto estos pocos días de que hablé, pues en ellos me ha parecido salir de mi retiro y retomar el mando, a fin de que los mortales recuerden cómo era la vida durante mi reinado, cuando todo el sustento les llegaba sin sembrar ni labrar la tierra. Entonces fluía el vino como los ríos y se servían magníficas viandas, cosas dispuestas no ciertamente por Aristeo sino por Pan. Entonces rebosaban las fuentes de miel y de leche. Los mortales eran buenos y de oro. Por eso ahora retomo el mando un cortísimo tiempo. Que haya, pues, por doquier aplausos, canciones, juegos, igualdad para todos: esclavos y libres, porque, cuando yo reinaba, nadie era esclavo.
Y poco después retorna el tema:
Por eso ahora, dejados de un lado esas cosas, animemos la fiesta, aplaudamos y llevemos una vida de libertad. Luego, como a la manera primitiva, apostando frutas, juguemos a los dados y por votación elijamos reyes a quienes habremos de obedecer en lo futuro. Obrando de tal suerte, resultará verdad el proverbio que corre: los viejos volvían a la infancia.
Y si así aquestos naturales son de aqueste mismo jaez de aquéllos que dice Luciano de la edad dorada, y casi en todo todos tienen las cosas unos como otros, bien se podrá argüir y sacar, demás de lo dicho de aquí, que estos naturales no tenían ni tuvieron entre sí rey ni señor ni otro sucesor legítimo, sino, como aquí dice Luciano, que aquéllos le tenían por la vía electiva, allí donde dice y por votación elijamos reyes a quienes habremos de obedecer en lo futuro, y que de aquesta manera sean las elecciones y creaciones que estos naturales hacían; y también que los que como dicho es tienen no eran ni son siervos ni esclavos verdaderos, sino sirvientes, como es permitido de derecho natural servirse unos a otros en igualdad con sus amos, y sin perjuicio de la libertad natural como también se colige de las otras palabras, allí donde dice igualdad para todos: esclavos y libres. Porque, dice allí Saturno, cuando yo reinaba, nadie era esclavo. Y así pasa entre estos naturales, que, aunque sirven y se alquilan o venden, no son esclavos sino a la manera de aquestos de la edad dorada que dice aquí Luciano, porque en todo y por todo, como tengo dicho, cierto esta edad de este Nuevo Mundo parece y remeda a aquélla, y a mi ver no lo vemos ni miramos.
Bienaventurados ellos, si se les acertare a dar y diere orden en que se sustenten y se conserven, así cuanto al cuerpo, haciéndolos bastantes, de tan insuficientes como su imbecilidad y ociosidad y poca industria los hace para sufrir tanta carga como con nosotros se les añade a su simplicidad y miseria, como en las cosas de la fe, de manera que no pierdan esta su buena simplicidad ni se les convierta en malicia nuestra: que, si esto bien hiciéremos, lo demás que es necesario para ser buenos y perfectos cristianos, que es esta buena simplicidad, humildad y obediencia, desnudez y descuido de todas las cosas y pasiones del mundo, ellos se las tienen más propias y naturales que se podrían creer, y como pluguiese a Dios que nosotros las tuviésemos. Y en esto de esta buena simplicidad yo confieso que en parte son como niños, pero en todo lo demás son cierto docílísimos, y por eso no son de estimar en menos, sino en más para las cosas de nuestra fe, que están fundadas en esta humildad, simplicidad y paciencia y obediencia que éstos a natura tienen.
Y así, como dice aquí Luciano, a fin de que los mortales recuerden cómo era la vida durante mi reinado, cuando todo el sustento les llegaba sin (sembrar) ni labrar la tierra, así casi de aquesta manera se mantenían y mantienen estos naturales con muy poco o ningún trabajo y se contentan con los frutos y raíces que les produce y cría la tierra, sin labrar o mal labrada y granjeada, la cual parece que los favorece con ciertos árboles cuya fruta dura casi todo el año, demás de ser muy sustancial, como son tunas y cerezas, y otras frutas muy sustanciosas y muy extrañas y de extraño sabor y mantenimiento: unas, que, abiertas lo de dentro, es como manjar blanco, que se llaman anonas, y otras, que parecen en sabor y color mantequilla y manteca de vaca fresca, especialmente echándoles azúcar por encima; y otras, de diversas y extrañas maneras de no menos ni menor sustancia; y el maíz, de que hacen muchos manjares, elotes, cañas que son como de azúcar, y vino y miel que sacan de ellas, y después el maíz en mazorca que guardan para todo el año, el cual nace a do quiera y como quiera que lo echan en unos hoyos que hacen con unas coas de palo, sin otro arado y sin labrar sobre la yerba por la mayor parte, aunque después con los palos lo desyerban; y de otra yerba, que se dice maguey, se visten, calzan y beben, y hacen mieles y arropes y les da leña y hacen sogas y cuerdas, y hasta de tejas para cubrir los bohíos, y loza en que echan el maíz que muelen, y de agujas con que cosen y de otras muchas cosas que no me acuerdo se sirven de ellas, y de otras muchas yerbas y raíces silvestres que nacen por los campos y montes, de que por la mayor parte la gente común se mantiene, que cogen por los campos y montes con que se contentan y satisfacen, sin querer ni demandar ni se fatigar por más.
Y de aqueste gran contentamiento y poco mantenimiento y de la mucha seguridad y fertilidad de la tierra les nace tanta ociosidad, flojedad y descuido, lo cual conviene que se les quite con alguna buena orden de república y policía, porque, aunque dejados así como ahora están, para su miseria y buen contentamiento sean bastantes, para nuestro fausto y soberbia cierto no lo son, y primero se acabarán que lo sean, si alguna grande industria no se les da.
Así que de aquesta suerte, manera y condición que dice este original de Luciano, que eran los hombres de aquella dorada edad, bien mirado y no de otra, se hallará que son o quieren ser estos naturales de este Nuevo Mundo en todo y por todo y casi sin faltar punto, en tanta manera que parece que con verdad por esto se pueda decir retornan los tiempos en que reinaba Saturno, y que en nuestros tiempos, aunque no entre nosotros, sino entre estos naturales que tienen y gozan de la simplicidad, mansedumbre y humildad y libertad de ánimo de aquéllos, sin soberbia ni codicia ni ambición alguna; pues si es verdad, como lo es, que la edad dorada de aquéllos entre estos naturales casi en todo y por todo la tenemos para poder introducir e imprimir en ellos como cera muy blanda, y hombres de tan buena, sana y simple voluntad y obediencia, todo cuanto bueno quisiéremos sin resistencia alguna y la doctrina cristiana y más propia y aparejada para injerirse en ella en gente de tal calidad por las condiciones que dichas son que más en ellas reinan, que no en gente de otra edad alguna que no tenga aquella simplicidad, humildad y obediencia y menosprecio de las cosas que tanto ama y quiere la gente de este nuestro envejecido mundo, no sé por qué se pierda confianza de poder fácilmente introducirse en aquéstos tal estado de república como el de mi parecer, aunque entre nosotros nuestra soberbia, al parecer de ella, le haga y parezca imposible.
Confiemos, pues, en Dios que todo lo puede, y de toda cosa que buena y conforme a su voluntad sea, ama y quiere, y pensemos siquiera que por ventura, permitiéndolo El por sus secretos juicios, en este Nuevo Mundo ya se envía desde lo alto del cielo un nuevo linaje, suplicándole y dándole orden y manera como en gente de tal calidad y propiedad, a quien es más propio, fácil y natural lo bueno y perfecto de nuestra religión cristiana, que no lo imperfecto de ella, se pudiese reformar y restaurar y legitimar, si posible fuese, la doctrina y vida cristiana, y su santa simplicidad, mansedumbre, humildad, piedad y caridad en esta renaciente Iglesia, en esta edad dorada, entre estos naturales, pues que en la nuestra de hierro lo repugna tanto nuestra y casi natural soberbia, códicia, ambición y malicia desenfrenadas, las cuales, a lo menos en éstos, sé de cierto no lo resistirán, porque no se halla en ellos ni aun Rastro de ellas, que no será pequeño fundamento y esperanza para semejante reformación, que se funda sobre aquesto. La cual reformación no deja de estar profetizada que la ha Dios de hacer en su santa Iglesia en estos tiempos de la Iglesia que ya envejece, con renovación de santos pastores, y no sabemos dónde ni cuándo ní cómo; pero sé que me parece, si no me engaño, y pienso cierto que no me engaño en esto, que muy fácil se podría hacer en una tierra y gente tal como ésta.
He dicho esto, porque vuestra merced más se anime y nos animemos, pues dice San Pablo en su epístola: «No apaguéis el espíritu, no desdeñéis las profecías», y, pues no se han de menospreciar, según dice el apóstol, no debe vuestra merced menospreciar ver aquí las que yo acaso he hallado, que parece que hablan en esta reformación de la santa Iglesia de Dios, que se hallarán la una en las partes historiales de San Antonino, arzobispo de Florencia, parte 2a, t. 17, capítulo I, parágrafo 12°; y la otra, parte 3.a, t. 23, capítulo XIV, parágrafo 9, que por su prolijidad no van aquí insertas.
Por do algunas veces me paro a pensar en este grande aparejo que veo, y me admiro, cierto, mucho conmigo, porque en esta edad dorada de este Nuevo Mundo y gente simplicísima, mansuetísima, humildísima, obedientísima de él, sin soberbia, ambición ni codicia alguna, que se contenta con tan poco y con lo de hoy, sin ser solícitos por lo de mañana ni tener cuidado ni congoja alguna por ello que les dé pena, como en la verdad no la reciben por cosa de esta vida; que viven en tanta libertad de ánimos con menosprecio y descuido de los atavíos y pompas de este nuestro, en este infeliz siglo, con cabezas descubiertas y casi en el desnudo de las carnes, y pies descalzos, sin tratar moneda entre sí y con gran menosprecio del oro y de la plata, sin aprovecharse del uso ni aprovechamiento de ello para más de solamente andar galanes en sus fiestas, hasta que los españoles vinieron, que por tenerlo ellos en tanto, ya lo van teniendo éstos en algo; y en verlos dormir como duermen en el suelo sobre petates y piedras por cabecera por la mayor parte, y no tener ni querer ni desear otro ajuar en su casa más de un petate en que duermen y una piedra en que muelen maíz y otras semillas que comen, y pagar con tanta simplicidad y verdad y buena voluntad lo que deben y lo que ponen, y cómo convidan e importunan con la paga de ello, aunque la persona a quien se debe no la quiera recibir, y en congojarse si no lo quiere venir a recibir; y en fin, de verles, casi en todo, en aquella buena simplicidad, obediencia y humildad y contentamiento de aquellos hombres de oro del siglo dorado de la primera edad, siendo, como son por otra parte, de tan ricos ingenios y pronta voluntad y docilísimos y muy blandos y hechos como de cera para cuanto de ellos se quiera hacer.
Me parece cierto que veo, si ya no me engaño en ello, en aquéstos una imagen de aquéllos, y en lo que leo de aquéllos, un traslado autorizado de aquéstos, y en esta primitiva, nueva y renaciente Iglesia de este Nuevo Mundo, una sombra y dibujo de aquella primitiva Iglesia de nuestro conocido mundo del tiempo de los santos apóstoles y de aquellos buenos cristianos, verdaderos imitadores de ellos, que vivieron so su santa y bendita disciplina y conversación. Porque yo no veo en ello ni en su manera de ellos cosa alguna que de su parte lo estorbe ni resista ni lo pueda estorbar ni resistir, si de nuestra parte no se impide y desconfía; porque, en quien nosotros lo desespera y hace que parezca ser imposible, sería y podría ser la desconfianza de ver todas estas cosas, que dichas son, que a ellos son tan propias y naturales, en nosotros tan ajenas y contrarias y casi como imposibles, causándolo todo esto nuestra gran soberbia, ambición y codicia. Pero aquestos naturales vémoslos todos naturalmente dados e inclinados a todas estas cosas, que son fundamento y propios de nuestra fe y religión cristiana, que son humildad, paciencia y obediencia y descuido y menosprecio de estas pompas, faustos de nuestro mundo, y de otras pasiones del ánima, y tan despojados de todo ello, que parece que no les falte sino la fe y saber las cosas de la instrucción cristiana para ser perfectos y verdaderos cristianos.
Y por esto, no sin mucha causa, éste se llama Nuevo Mundo, porque así como estos naturales de él aún se están a todo lo que en ellos parece en la edad dorada de él, así ya nosotros habemos venido decayendo de ella y de su simplicidad y buena voluntad, y venido a parar en esta edad de hierro y a tener todas las cosas al contrario de aquéllas de aquélla, y esto en todo extremo de malicia y corrupción.
Y, por tanto, no se puede ni deben, cierto, representar ni imaginar ni acertar ni entender sus cosas ni gentes, por las leyes ni imagen de las nuestras; pues ninguna concordia ni conveniencia, paz ni conformidad ni semejanza pueden tener ni tienen con ellas, pues que son en todo y por todo contrarias de ellas; pero tenerlas ya fácilmente con aquellas leyes, ordenanzas y costumbres que fuesen más conformes a las suyas, y a las de aquéllos de la edad dorada que tanto conforman con ellas, que cierto parece que tan sólo un punto discrepan, y no menos, sino muy mejor, con las de nuestra religión cristiana, que no van muy lejos de ellas.
Y por esto tengo para mí, por cierto, que sabido y entendido por el autor del muy buen estado de la república, de donde como de dechado se sacó el de mi parecer, varón ilustre y de genio más que humano, el arte y manera de las gentes simplicísimas de este Nuevo Mundo, y pareciéndole que en todo eran conformes y semejantes a aquéllas de aquella gente de oro de aquella primera edad dorada, sacó para el único remedio de él y de ellas, como inspirado del Espíritu Santo, de las costumbres de aquéllas, las ordenanzas y muy buen estado de república en que se podrían guardar, conservar e industriar muy mejor y más fácilmente sin comparación que por otra manera alguna ni estado que se les pueda dar, que no les sea tan natural ni tan conforme a su arte, manera y condición ni tan bastante para hacerlos bastantes para no se consumir ni acabar, y para introducirles la fe y policía mixta que solamente les falta; que lo demás parece que todo les sea propio y natural. Porque, aunque es así verdad, que sin la gracia y clemencia divina no se puede hacer ni edificar edificio que algo valga, pero mucho y no poco aprovecha y ayuda cuando ésta cae y dora sobre buenos propios naturales que conforman con el edificio.
Lo cual parece, porque este autor Tomás Moro fue gran griego y gran experto y de mucha autoridad, y tradujo algunas cosas de Luciano de griego en latín, donde, como dicho tengo, se ponen las leyes y ordenanzas y costumbres de aquella edad dorada y gentes simplícisimas y de oro de ella, según que parece y se colige por lo que en su república dice de éstos, y Luciano de aquéllos en sus Saturniales, y debiérale parecer a este varón prudentísimo, y con mucha cautela y razón, que para tal gente, tal arte y estado de república convenía y era menester, y que en sola ella y no en otra se podía conservar por las razones todas que dichas son.
Demás de esto, pues es muy cierto y notorio que nosotros que somos de tan diferente manera y condición de la suya, no nos contentamos ni habemos de contentar con aquello poco que ellos pueden, ya que baste, pues apenas bastan ni bastarían solamente para sustentarse así, si tan desnudos y tan sín costa y tan miserables como viven no viviesen, cosa razonable, probable y necesaria sería que se pensase y se entendiese en les ordenar de nuevo otra arte y manera y estado de vivir y de república en que viviesen en buena conversación y policía, en que se hiciesen bastantes y suficientes para sustentarse, así que no pereciesen y se acabasen de pura miseria, y para sustentamos a nosotros de nuestros faustos, soberbias y gastos excesivos e incomportables a gente de tanta miseria e imbecilidad, sin muerte ni destrucción suya, y de manera que, sustentándose a sí y a nosotros también, puedan juntamente con ello sustentar y conservar en su humildad, mansedumbre y simplicidad y en su buena voluntad e inocencia, y no lo perdiesen, pues no es cosa de perder, juntamente con lo que dicho es, por alguna buena orden y manera se les pudiese guardar y conservar, sin que se la puedan dañar nuestros tráfagos, codicias y ambiciones y otros malos ejemplos que se las dañan y destruyen y que trabajemos mucho conservarnos en ellas, y convertirlo todo en mejor con la doctrina cristiana, reformadora y restauradora de aquella santa inocencia que perdimos todos en Adán, quitándoles lo malo y guardándoles lo bueno; y, juntamente con esto, juntarlos en ciudades para hacerles bastantes tutos y seguros contra todas necesidades contrarias, adversidades y malos tratamientos, fuerzas y otras injurias e incomodidades en que los solos caen; porque, como muchas veces está dicho, para esto se juntaron los hombres y se hicieron las ciudades con buenas leyes y ordenanzas y policías, para que, con la comunicación deferente de los miembros de la sociedad, las cosas humanas marcharon no sólo con suficiencia, sino también de manera altamente apacible. ¿Que hemos, pues, de decir, sino ay del solo, etc.?, que dice San Cirilo en el lugar dicho; y darles tal orden y estado de república y de vivir en que se pierdan los vicios y se aumenten las virtudes, y no pueda haber flojedad ni ociosidad ni tiempo perdido alguno que les acarree necesidad y miseria y pierdan la mala costumbre de ocio dañoso en que están criados y acostumbrados, y de manera que no lo sientan ni pierdan, como dicho es, hora ni tiempo ni la gasten mal gastada ni la empleen mal empleada, y se ordene en todo de manera que para sí les baste poco, y, para cumplir con las cargas que han de llevar y tributos que han de pagar para la sustentación de todos, les sobre mucho, y juntamente con esto de su buena voluntad y simplicidad no pierdan nada, antes sean más guardados y conservados en ellas que de antes, convirtiéndoles todo lo bueno que tuviesen en mejor y no quitándoles lo bueno que tengan suyo que nosotros deberíamos tener como cristianos, que es su mucha humildad y poca codicia, poniéndoles lo nuestro malo, de que a ellos y a nosotros deberíamos apartar, en que hacemos más daño en esta nueva Iglesia con ejemplos malos que les damos, que por ventura hacían en la primitiva Iglesia los infieles con crueldades y martirios, porque aquéllos eran infieles y enemigos del nombre cristiano, y no era maravilla, y nosotros somos cristianos, y es cosa de grande escándalo y para fácilmente hacer creer y pensar a estos pequeñuelos y tiernos en la fe, que les traemos en todo engaño, mayormente cuando vean por una blanquilla y miseria de nuestro interés propio que ellos en nada tienen, quererles destruir los cuerpos que son templos vivos de Dios, y no tener con ellos ni nadie caridad alguna.
Así que entre tal gente, si la república y policía y estado de ella a estos fines no fueren ordenados, no creo yo que podrán mucho durar ni se conservar con los hierros de la guerra y de rescate que les vienen ni con tantos otros contrarios e incomodidades como tienen y de cada día les suceden y padecen. Esto se ha así dicho e incidido por razón que se crea ni piense nadie que entre aquesta gente tal y de tal arte y calidad que son y se han de imaginar como aquellas simplicísimas y hechas a buena parte de aquella edad primera que por su simplicidad la llamaban dorada, que tan poco vemos que trabajan, porque con poco se contentan y con casi nada se sustentan y ningunas artes ni policía para más tienen de cuanto les basta para sustentar su miseria, así desnudos y descalzos como andan comiendo yerbas y a tan poca costa como viven pueda haber bastante conservación y tampoco instrucción, si, juntándolos en ciudades grandes, no se les da alguna grande y bastante arte e industria que para todos y para todo baste y arme y se conforme, o que haya esclavos verdaderos algunos entre estos naturales que pierdan libertad, como en nuestra edad de hierro tan llena de malicias y de codicias e intereses entre nosotros la pierden.
Porque, si de otra manera esto se entendiese y libertad entre ellos verdaderamente se perdiese, cosa contra toda razón natural sería y no digna de tal edad ni de tal simplicidad, que el pariente se sirviese del pariente y el hermano del hermano y el tío del sobrino, y que por esclavos verdaderos los comprase y vendiese y por tales los tuviese, como vemos que entre ellos se sirven y se compran y se venden entre parientes por algo que, como dicho es, les dan, cómo y de la manera que se venden y compran entre los otros que no son parientes. Porque esto se ha de entender sanamente y como no traiga ni engendre tan grande absurdidad, y como ellos lo usan y entienden entre sí, como consta y parece por los modos y maneras que en ello tienen y acostumbran tener.
Porque, si esto se ha de entender y entiende en aquesta manera dicha, y según y como dicho es que se servían unos de otros en aquella dorada primera edad, semejante a ésta que éstos ahora tienen en este Nuevo Mundo, que es en toda libertad, igualdad con sus amos, sin perjuicio de la ingenuidad y libertad naturales, y sin padecer detrimento en ellas.
Así que, si todo esto así según y como dicho es se entiende, pienso con el ayuda de Dios que no se hará ni entenderá poco en lo que toca al bien y pro común de toda la república de este Nuevo Mundo, y principalmente a la república cristiana e Iglesia nueva de él, y al servicio de Dios Nuestro Señor y al de su Majestad, y a la utilidad de conquistadores y pobladores muy más crecida y perpetua, que por otra vía alguna se pueda dar, y al descargo de la conciencia de todos y a la claridad y sano entendimiento de un tan grande y entrincado negocio como éste, que no sé yo otro de más momento e importancia hay hoy en el mundo, aunque no dejo de conocer también que nada de esto ha de ser creído, si no fuese primero experimentado y visto.
Y, por tanto, no es de dejar ni de menospreciar el leerlo, verlo y reveerlo y procurar entenderlo bien de raíz todo cuanto sobre esta materia se escriba y diga, sin mirar a quién lo dice ni por qué orden lo diga, pues no se dice para más de poner a quien más sabe en el camino. Pero, si por otros nortes o por otras derrotas esta cosa se toma y guía, creyendo o presumiendo o imaginando que éstos sean réprobos o caídos en réprobo sentido o bestiales, porque no vemos que usen de nuestras malicias; o también, si se pensare que puedan éstos ser bastantes para llevar las cargas no livianas de la pesadumbre, soberbia y codicia desenfrenada nuestra que se les añade y ha añadido sobre su imbecilidad e inercia y miseria, siendo como son gente tan flaca e insuficiente y criados en mucha ociosidad y simplicidad y en juegos, fiestas y placeres, y tan sin alguna codicia ni cosa otra que les dé ni pueda dar pena, y tan desnudos, solos y derramados, y hombres de tan pocas pajuelas y ajuar y de no más industria de cuanto a gente tan simple y tan sencilla y de tan poca costa y gasto y mantenimiento y que con tan poco se contentan y mantienen, y a quien tan poco les basta, siendo contentos con lo de hoy sin pensar en lo de mañana, que tan dañoso y engañoso pensamiento y presupuesto y más sería éste, que no los otros, para la conservación y buena instrucción de estos naturales.
Para mí por cierto tengo que quien tal derrota llevare, que dará en breve con todo al través, si Dios no lo remediare. Y entonces pienso se verá, conocerá y creerá, aunque tarde y cuando ya no se pueda reparar, que en la conservación y buena instrucción de aquéstos, y en juntarlos y ordenarlos de manera que puedan ser bien, como deben, instruidos y disciplinados, así en las cosas de nuestra fe como en buenas costumbres, como en buenas artes y necesarias para el vivir humano, y que sean bastantes para llevar las cargas que se han de llevar de necesidad, está y consiste el servicio de Dios y de su Majestad en esta tierra, y el pro y bien común de ella y de los conquistadores y pobladores y naturales, y el descargo de la conciencia de todos, conforme a la bula del Papa y a las instrucciones y provisiones de su Majestad.
He hecho esta ensalada de lo que muchos días ha tenido sobre esto apuntado y pensado, y también por meter ese restillo que me quedaba en este juego que a mí ver no es de burla, sino de veras y de muy gran importancia y de muy gran pérdida, si una vez se errase y perdiese. Vuestra merced lo tenga y mire y estime por tal; pero no se ha de maravillar porque vaya mal guisada y sín sal, porque vuestra merced se la podrá poner para quien quedó reservada, si en ella hubiere alguna disposición para ello; y también porque esto y lo que más adelante fijere y diré se ha de entender y entienda que no se dice ní envía para determinación, sino solamente para dar aviso y materia de pensar y poner al sabio en el camino.
Resta también responder y añadir, a lo que algunos han dicho y podrían decir, que policía humana en tanta perfección no se podría conservar, sí todos no fuesen buenos, lo que parece imposible; porque, si el malo no fuese castigado, no podría en ella vivir el bueno ni tener paz ní sosiego, porque, según la perfección evangélica, parece que todos han de sufrir y poner un carrillo a quien hiriere el otro.
Y digo que esta falta e inconveniente en esta tal arte de república, como es la de mi parecer, no la habría ni podría haber, ní cabe ni ha lugar en ella, porque es arte de policía mixta, como la cosa de esta tierra lo requiere y ha menester; pues por ella se ordena y ha de ordenar todo, así en lo temporal como en lo espiritual, por el apóstol de ella, que es su Majestad. Y así se provee por ella en lo uno, que no se olvida ni descuida en lo otro, antes quedando ordenado lo de buena policía y conversaciones humanas, también quedan cortadas las raíces de toda discordia y desasosiego y de toda lujuria y codicia y ociosidad y pérdida de tiempo mal gastado, y se introduce la paz y justicia, y en ella se besan y abrazan con la equidad, y también los ministros de ellas perfectos y como han de ser y conviene que sean en toda república bien gobernada por tal orden y concierto, que una ciudad de seis mil familias, y cada familia de a diez hasta diez y seis casados familiares de ella, que son sobre sesenta mil vecinos, sea tan bien regida y gobernada en todo como si fuese sola una familia así en lo espiritual como en lo temporal. Y de manera que dos religiosos puedan en lo espiritual dar recaudo bastante a más gente que ahora, así como están derramados sin buena orden de policía, dan y pueden dar ciento, y todo sin dar ni recibir las pesadumbres y trabajos que, estando así derramados como están, se reciben; por manera que se ahorren muchos religiosos que de otra manera son menester y no bastarían; de que se sigue otro gran bien y provecho, que, bastando pocos, poderse y han [de] hallar muy buenos y perfectos de esta manera, y siendo menester tantos como de otra manera son menester, no sé yo cuándo ni cuántos, ni qué tales se podrían hallar.
Y, asimismo, de manera que cada familia tenga su padre y madre de familia a quien teman y acaten y obedezcan los de cada familia a los suyos, y que sean tales de quien reciban ejemplo y castigo y doctrina, y den cuenta cada cual de su familia y familiares de ella que estén a su cargo, y otros que han de ser como jurados de treinta en treinta familias, que han de ser a cargo de cada uno de estos jurados, a quien todos los de su juradería y parroquia obedezcan y acaten, y con quien se junten a proveer en todo lo necesario; sobre los cuales presidan y han de presidir los regidores, de cuatro en cuatro jurados, que han de ser a cargo de cada uno de los dichos regidores; demás de éstos, ha de haber dos alcaldes ordinarios y un tacatecle; todos los susodichos indios elegidos por la orden que más largamente pone el parecer de la república, que no será de los peores, sino la mejor de las mejores que yo he visto; y, sobre todos, un alcalde mayor o corregidor español puesto por su Majestad y esta Real Audiencia en su nombre, y, para lo supremo, esta Real Audiencia en lo temporal.
Y de aqueste muy buen estado de república, en suma, ésta es la orden loable, católica y muy útil y provechosa a todos y a todo, y demás de esto más fácil que otra alguna que se pueda dar, que no sea tal y tan provechosa como ella es; por la cual, con lo demás en el arte de ella contenido ni puede faltar la paz ni tampoco la justicia y equidad ni toda buena policía, sino todo agravio, opresión, fuerza, injuria ni ignorancia; ni podrá dejar de conservarse tal república, pues se da en ella remedio para los males y pestilencias que comúnmente suelen destruir las otras, como destruyeron a Troya y a Babilonia y a Roma y a otras semejantes repúblicas, que por ventura hoy duraran, si tales ordenanzas y leyes en ellas se guardaran, como son las contenidas en mi parecer.
Ni porque sea mixta la policía, como esta tierra y Nuevo Mundo y la buena simplicidad, humildad y obediencia e igualdad de él lo requiere, pues está la una y la otra a cargo de la conciencia real y católica de su Majestad en él, y asimismo mire por razón de esto también al fín supernatural, no por eso, a mi ver, se pierde ni destruye el fin temporal en tal arte y manera de república como ésta, puesto que se pierda o pudiese perder en la otra que algunos dicen simplemente buena en el fuero de la conciencia, porque la ponen meramente evangélica y simplicísima solamente para el fin sobrenatural, y no adaptada para entrambos fines supernatural y temporal, ni mixto, como es y conviene que sea aquésta de este Nuevo Mundo, si se ha de cumplir con lo que la bula apostólica pone por cargo y manda que se haga en la conquista y pacificación de estas partes para la instrucción de los naturales de ellas. Lo cual no solamente muy bien se compadece y puede compadecer lo uno con lo otro, pero aun se ayuda y favorece lo uno de lo otro, y lo otro de lo otro; porque, si dijésemos que esto no se pudiese compadecer, seguirse ya grande absurdidad e inconveniente que dijésemos también que la ley cristiana tuviese imposibilidad, lo que no es lícito decirse, porque, si así fuese, que no es, ninguno sería obligado a la guarda de ella como de cosa imposible, y seguirse ya también que, aunque no la guardásemos, no ofendiésemos por ello, lo que sería impío decir, como lo dice muy bien y católicamente San Juan Crisóstomo, tomo 4°, sermón 13, en estas palabras entre otras:
El gentil te va a plantear este problema: «¿En qué forma puedo estar cierto que lo que Dios ha mandado es en verdad practicable?» Pero tú, que has recibido la fe cristiana de tus padres y que has sido educado en esa religión tan aceptada, no has hecho nada digno de ella conforme a la voluntad de Dios; entonces ¿qué le vas a responder al no creyente? Quizás le digas esto: «Te mostraré a otros varios cristianos que moran en el desierto, llevando una vida tal como la que buscas y agradable a Dios». De manera que no te da vergüenza, habiendo confesado que eres cristiano, remitir al no creyente a otros, como no pudiendo mostrarte cristiano por algún indicio. Por eso, el no creyente va a objetar de inmediato: «¿Qué necesidad tengo yo de subir cerros y de andar por las soledades? Pues, si es imposible que un hombre avecindado en el corazón de la ciudad asuma la fe y la sabiduría de Cristo, entonces habrá que inculpar muy severamente esta vuestra cristiana sociedad; tanto más si llega a suceder que, abandonadas las ciudades, nosotros mismos tengamos que marchar a algún paraje solitario. Yo quisiera que en ese caso me mostraras un hombre que, teniendo casa, mujer e hijos, pueda practicar vuestra sabiduría». ¿Qué vas a contestar a esto? Frente a tales reclamos, no hay subterfugio donde escondas tu vergüenza; ya que los requerimientos divinos van por camino muy diverso, pues se establece: «Resplandezca vuestra luz delante de los hombres»; no dijo delante de las montañas en presencia de una soledad inaccesible. Digo esto no con objeto de menospreciar a los que han elegido los montes para vivir, sino con el fin de lamentar que los habitantes de las ciudades hayan echado fuera la virtud.
Así, pues, os conjuro para que aquel amor de la sabiduría que se practica en lugares remontados, lo traigamos hacia nosotros, al medio urbano; de modo que las ciudades y los lugares más poblados se perfeccionen por esa medida. Así los no creyentes podrán convertirse y los obstáculos podrán removerse, conforme a tu deseo, esto es, sin causarles agravio y con ventaja de gran recompensa para ti. Entonces habrás de reformar tu vida y de alumbrarla con la luz verdadera: los hombres verán tus obras encaminadas a lo mejor y tributarán alabanzas a Dios, padre de los cielos. Entonces podremos gozar nosotros de esa gloria que no puede explicarse con palabras: tal es su grandeza.
Y porque nadie piense ni diga que esta gente natural es simple, bárbara y bestial, e incapaz de tal arte y estado de república y doctrina católica como aquesta, y, como es la de mi parecer, suplico se vea y lea aquí también juntamente con esto este otro original del mismo autor, y en el mismo sermón, no sin causa llamado de todos, San Juan Boca de Oro, que dice así:
Dirás tal vez: «¿Por qué motivo puede llegar al conocimiento de Dios alguien que carece de conocimientos?» Ése, a quien tú juzgas como no sabio ni prudente, sino que lo llamas despistado e inútil, si anda dedicado a los bienes materiales, de lejos te das cuenta de tu propósito. Refiriéndonos a uno que así se afane y ambicione, si con igual cuidado se dedicara a las cosas espirituales, como suele hacerlo para lo demás, no sería tan despreciable delante de Dios; porque, siendo la verdad más resplandeciente que el sol, adonde quiera que alguien se dirija con un poco de mayor conciencia de sí mismo, alcanzará la salvación. Reflexión que no debe parecer superflua, puesto que las acciones de Cristo de ninguna manera quedan encerradas en lugares de Palestina o en un estrecho rincón de la tierra. ¿Acaso tú mismo no has escuchado en este sentido al profeta que anunciaba de Cristo: «Todos me han de conocer, desde el más humilde hasta el más grande»? ¿Acaso no sabes también que esas palabras se confirmaron con hechos? ¿Por qué entonces han de dispensarse quienes, viendo que las leyes de la verdad se exponen para que todos las aprendan, no se empeñen por imbuirse de ellas? Alguno contestará: «¿Podrás exigir tal cosa de un hombre rudo y bárbaro?» Ciertamente lo exigiré no sólo del bárbaro y del campesino, sino de quien supuestamente supera toda barbarie y fiereza. Pues dime por qué ese campesino, tratándose de causa legal y siendo él presunto reo, sabe rebatir las acusaciones, resistiendo a su adversario aun cuando trate de violentarlo y haciendo todas las diligencias con astucia y esfuerzo para no padecer daño por pequeño que sea; y por qué no ha de poder conducirse con semejante discreción en las cosas espirituales. Más aún: tomando en cuenta su escasa preparación, no ha de parecer tan ignorante o entorpecido, cuando con extrema religiosidad adora una piedra que tiene por dios, celebrándole fiestas, acuñando medallas y proclamando su veneración por él. Pero, cuando se trata de buscar al verdadero Dios, entonces me sales con que aquel hombre no es suficientemente sano ní discreto. En verdad las cosas no son como tú piensas. No lo son.
Con más lo que dice San Ambrosio: Sobre Lucas, 2°: «Ciertamente lo despreciable a los cálculos humanos es más valioso para la fe. El Señor no anduvo tras cenáculos rebosantes de sabios, sino buscó gente sencilla que no supiera aderezar con máscara lo conocido; pues se buscaba sencillez, no se pretendían ambiciones». Y el Cartujano, Vita Christi, parte 2.a, capítulo 14, que dice estas palabras:
Así pues, la simplicidad ignorante proclama la verdad; mas la hipocresía astuta de los poderosos busca la manera de cubrir la falsedad. Por eso Rabano dice que la sencilla ecuanimidad y la indocta rudeza de las gentes manifiesta frecuentemente la verdad de las cosas, tal como es, sin engaños; por lo contrario la habilidosa maldad procura hacer pasar lo falso por verdadero con palabras que simulan verdad. Esto dice Rabano.
Y hasta un libro de romance que se dice Espejo de religiosos, y, a mi ver, grave y profundo en sentencia, aunque humilde en estilo, que procede como en diálogo, también lo dice (y en fin, ninguno lo niega) en estas palabras:
¿Cómo, dijo Deseoso, cada uno que quiere puede entrar en su cámara, hablando de la cámara y cubículo secreto del Señor, y hablando con él? Sí, dijo él, si el hombre lleva en su compañía a humildad. Antes os digo que eso es su deleite y placer, que hombre expresamente venga a estarse con él, y que hombre le despierte. Ca de una condición es, que no quiere estar solo; y, por pequeño que sea cada uno y de baja suerte, quiere y se huelga que se esté con él departiendo, ca es tan noble y generoso, que no se cura de las personas ni hace diferencia; pues que el ánimo es humilde, ca a él tanto le cuesta una como otra, y a todas las ha hecho de una masa; antes cuanto más viles son las personas y más bajas, sí ellas se abajan, tanto más amor les muestra y más gracias les hace. Antes os digo que aquí en casa todos los más, sacando pocos, somos de baja suerte y de poco, ca el Señor ha elegido en su servicio las cosas menospreciadas de este mundo, porque no se piense nadie de los que aquí moran que él solo lo haya merecido estar en casa, sino por la bondad de Dios.
Y también porque nadie crea ni desconfíe que porque tal arte y estado de la república en nosotros no se esperaría ni se confiaría ni parece que habría lugar y se tenga por imposible, que tampoco y mucho menos se debe esperar ni confiar en aquesta gente simple o ignorante natural, porque a esto también digo lo que otras muchas veces tengo visto y experimentado, y, si necesario es, lo afirmo, porque cierto pienso que no me engaño por muchas experiencias que he habido y tenido de ello: que lo que en nosotros parece en tal caso más difícil, increíble e imposible, resistiéndonos para ello nuestra codicia y soberbia, vanagloria y ambición, en aquestos naturales he experimentado (que ninguna cosa tienen de aquesto, sino que están muy libres de ello) se halla y hallará todo al contrario de lo que nos parece que se halla en nosotros. Y por tan fácil y posible, y que no sólo se puede esperar y confiar, pero aun tenerse desde ahora por cosa hecha, si un poco de confianza en Dios hubiese, por parecer como claramente parece en ellos por lo dicho, que aún se están en aquella buena simplicidad, humildad, y obediencia e igualdad de aquella gente de oro y edad dorada que dije.
Y, también, por otorgarlo, asegurarlo y concederlo, certificarlo y persuadirlo por cosa casi sin duda y sin dificultad, como lo certifica y persuade su increíble humildad, obediencia y paciencia y muy grande docilidad y calidad, tan extraña y diferente de la nuestra y tan conforme a la manera de aquéllos de aquella edad dorada primera, en quien no se pusiera duda ni dificultad alguna para en tal estado de república, porque casi en todo parece se conformaba su vida con él, salvo solamente en cuanto les faltaba fe y doctrina cristiana; y la orden y policía que ahora por esta orden y estado de república de mi parecer a éstos se les da e introduce por vía tan conforme a la suya, que no sentirán en ello casi dificultad y novedad alguna para hacerlos cristianos católicos, fidelísimos a nuestro Dios y a nuestro Rey, y muy bastantes para sí y para todos de infieles; y muy sin arte y muy insuficientes para más de aquella poca miseria que les basta para sustentar su desnudez y muy pobre ajuar y mantenimiento, maíz, frutas, raíces y yerbas, que casi sin trabajo y sin solicitud suya la fertilidad y bondad y benignidad de la tierra les produce, que les causa junta su calidad, que es contentarse con poco, que, teniendo lo que les basta para hoy, no sean solícitos por lo de mañana. Y de aquí también les viene y procede ser flojos y muy ociosos y holgazanes; cuyo fruto es pobreza y miseria, de donde como de fuente les mana la que tienen, y asimismo ser muy dados, como son, a fiestas, juegos y placeres, areítos y beberes, como también por la misma causa parecen que lo eran aquéllos de aquella dorada edad primera. Y también les procede y nace de aquí el se acabar y consumir como se acaban y consumen, por no tener orden y manera buena y que bastante sea para llevar, sufrir y sustentar mucho tiempo las cargas incomportables nuestras y de nuestra soberbia y gran codicia y presunción, y que por no querer mirar a lo poco a que bastan y pueden no nos contentamos con poco, sino que siempre les pedimos lo que ni tienen ni pueden. Y así nos dan los hijos, las vidas y la sangre y todo por ser gente tan sin arte para ello.
Y ésta es la que se les ha de dar, procurar que tengan, conforme a su manera y condición por quien procurare y quisiere ver llevada adelante su conservación e instrucción, y el servicio de Dios y de su Majestad muy acrecentados en esta tierra, con acrecentamiento y prosperidad del pro y bien común y particular de conquistadores y pobladores de ella, y descargo legítimo y bastante de las conciencias de todos, conforme a la bula e instrucciones dichas.
Pero en caso que así fuese, que no dada otra orden, leyes simplemente buenas si quisieren dar, que no mirasen ni proveyesen a todas las circunstancias y fines que son necesarios, mirarse como ésta lo mira y provee en todo, y por ello pereciese la policía temporal (como en la verdad perecería, que no se podría conservar en tanta simplicidad sin otras buenas leyes, policías y ordenanzas que mirasen y concerniesen y se adaptasen también a esta conservación temporal y necesaria), habría lugar lo que algunos dicen que no se deben dar leyes simplemente buenas en el fuero de la conciencia, porque claro es que no podría haber paz ni conservarse la tal república, no habiendo castigo en los delitos ni temor en la pena de ellos.
Pero en tal arte y estado de república como éste, donde todo va dirigido principalmente a fin de que en ella siempre haya y se conserve esta paz, así espiritual como temporal en ella en todo y por todo, con mucha justicia y mucha caridad, con toda equidad y bondad y con bastante manera para que se pueda conservar y perpetuar por muy largos tiempos, sin que pueda recibir los reveses y contrastes que otras repúblicas han recibido y reciben, y estar y vivir los buenos en toda quietud y sosiego sin recelo de los malos, y los malos castigados y enmendados sin pérdida ni costa de tantas vidas como en otras repúblicas se hace, y con mayor satisfacción de los daños e injurias por ellos hechos en ellas, y donde también se disponen y ordenan todos los medíos para el efecto, de todo ello no me parece que podría haber lugar tal objeto, pues que en la verdad en tal república como ésta no cabe ni se hallará.
Tampoco obsta lo que se dice o podría decir en esto, que para esta tal orden simplemente buena, es menester gracia, y que la gracia no la puede dar otro sino Dios, porque así es verdad, que Dios solo y sola su gracia es el que lo hace e inspira y lo obra y lo puede hacer y en la verdad lo hace, cuando por algún instrumento y órgano suyo que para ello toma lo hace, y así lo podrá hacer esto por los medios e instrumentos que más será servido tomar para ello. Y así lo decía y confesaba San Pablo, cuando decía que no era él el que hacía lo que obraba y decía, sino la gracia de Dios que en él estaba.
De la misma manera podría Dios hacer y obrar ahora, pues no es más abreviada su divina mano que entonces, dando y prestando su gracia y favor por ello a los órganos e instrumentos que para ello escogiese y más fuese servido, aunque no fuesen de los más en el mundo estimados, sino por ventura como lo acostumbra a hacer de los más desechados y olvidados y en menos tenidos, como lo decía San Pablo, Epístola 1ª a los Corintios:
Parad mientes, hermanos, en vuestra vocación: pues que no hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos nobles; sino que Dios ha elegido la necedad del mundo para confundir a los sabios y Dios ha escogido la debilidad del mundo para confusión de los fuertes.
Porque lo en ellos para en ellos necesario, Dios maravillosamente en ellos lo obraría y supliría, como lo obró y suplió en los santos apóstoles y en otros santos para obras semejantes, porque todos viesen y conociesen que El solo es el que lo obra todo, sin poderse atribuir nada de ello a ingenio, saber, ni poder humano, para que ninguna creatura se gloríe en presencia de Dios. Y así tampoco faltaría para en esta tal república la gracia como la paz, y concurriría todo y con el favor y auxilio divino no podría faltar nada en obra que fuese tan conforme a su divina voluntad y tan puesta en las manos de él.
Y, con tanto, parece que quede respondido a éstos y a otros semejantes objetos, salvo mejor juicio, al cual en todo y por todo me someto, siempre salvo corrección de la Madre Santa, Católica y Apostólica Iglesia.
Aunque para mayor justificación de lo dicho, y para cumplimiento de lo que por otras tengo expuesto, suplico se vea también el preámbulo y razonamiento que aquí al fin de ésta envío, como lo prometí, donde se altera, a mi ver, éstas y otras dudas que en esto podría haber por otra parte, y avisos muchos que de él se pueden tomar para en ello, harto sabio y sutil, y aun a mí ver no menos verdaderamente, si no me engaño, y por asaz elegante estilo, a lo menos en el latín, donde yo a la letra lo saqué y traduje para este fin y efecto, y porque a todos fuese más familiar y no se les defendiese algún rato, como hizo a mí algo con todo quitado, aunque no de la sustancia e intento de la sentencia, para mejor aplicarlo a mi propósito; por el mismo Tomás Morus, autor de aqueste muy buen estado de república, en este preámbulo, trato y razonamiento que sobre ella hizo como en manera de diálogo, donde su intención parece que haya sido proponer, alegar, fundar y probar por razones las causas por que sentía por muy fácil, útil, probable y necesaria la tal república entre una gente tal que fuese de la cualidad de aquesta natural desde Nuevo Mundo, que en hecho de verdad es casi en todo y por todo como él allí sin haberlo visto lo pone, pinta y describe, en tanta manera que me hace muchas veces admirar.
Porque me parece que fue como por revelación del Espíritu Santo, para la orden que convendría y sería necesario que se diese en esta Nueva España y Nuevo Mundo, según parece como que se le revelaron toda la disposición, sitio y manera y condición y secretos de esta tierra y naturales de ella; y también para responder y satisfacer a todos los contrarios y tácitas objeciones que sintió este varón prudentísimo que se le podrían oponer en su república, que son las mismas que se le han opuesto y podrán oponer a la de mi parecer que allá envié, sacada de la suya, como de tal dechado, y como sobre ella dice Guillermo Budeo, honra y gloria en estos tiempos de la escuela de Francia: «es como un seminario de correctas y provechosas costumbres, de donde cada uno ha de sacar y acomodar tradiciones para su respectiva sociedad».
Solamente en lo que fue menester e hizo al caso presente de esta tierra que entre las manos tenemos, como tengo dicho, que me pareció también debía enviar juntamente con estoy al pie de ello para que vuestra merced también juntamente lo vea, y no así como quiera pase por ello, sino de su espacio, haciendo hincapié sobre ello, como dice Horacio: «Hay ciertas fatigas que podrán serte recreativas leyendo bien un librito por tres veces»; y también porque verá por ellos vuestra merced las verdaderas y capitales pestilencias que destruyen y adolecen esta tierra; juntamente con ellas el único y solo remedio y medicina, a mi ver, de ellas, que fácilmente se les podría aplicar, si solamente en nosotros confianza hubiese y quisiésemos esperar y no desesperar, y nos aprovechar del poder y saber de los médicos que para ello tenemos, a quien nada de esto es imposible, que es Dios y el Rey por la divina clemencia y suma prudencia de ese mismo Dios.
Querría, si pudiese, excusarme ahora, después del mal recaudo hecho y dicho, que me haya acontecido a mí en esta ensalada de cosas y avisos lo que a los abogados cautelosos en los pleitos y causas, que inculcan y redoblan y repiten las cosas disimuladamente por diversas maneras de decir en las posiciones y artículos que hacen, a fin que, si el testigo o la parte o el que examina se descuidasen en mirar y entender y estar atentos en lo uno, que no se puedan escapar y vengan a caer y a dar de rostro en lo otro, que es como aquello; porque la verdad de la causa salga delante y no se pierda por alguna inadvertencia. Y así yo, como piense en esto traer razón, verdad y justicia, confieso haber caído a sabiendas en este yerro, por usar de esta cautela; pero, por ser yerros que se hacen por el amor de esta tierra y de la buena y general conversión y conservación e instrucción de ella y de sus naturales, creo me serán perdonados, que los hierros, etc. Y, así, suplico a vuestra merced me perdone.
Y el Dios de la paz, que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre de una Alianza eterna, te disponga con toda clase de bienes para que cumplas su voluntad, realizando él en ti lo que es agradable a sus ojos, por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Y el Espíritu Santo, inspirando el pensamiento, enseñe a progresar en la obra, a fin de que la gracia de Dios no sea estéril en ti. Amén.
De México, a 24 de julio de 1535 años. De vuestra merced humilde servidor que sus manos beso. V. de Quiroga (Rúbrica).
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