15 de Octubre de 1524
De Hernán Cosrtés al Emperador Carlos V. Tenuxtitlan.
Muy alto, muy poderoso y excelentísimo príncipe; muy católico, invictísimo emperador, rey y señor
En la relación que envié a vuestra majestad con Juan de Ribera, de las cosas que en estas partes me habían sucedido después de la segunda que de ellas a vuestra alteza envié, dije como por apaciguar y reducir al real servicio de vuestra majestad las provincias de Guatusco, Tustepeque y Guaxaca y las otras a ellas comarcanas que son en la mar del Norte, que desde el alzamiento de esta ciudad estaban rebeladas, había enviado al alguacil mayor con cierta gente, y lo que en su camino les había pasado, y cómo le habían mandado que poblase en las dichas provincias y que pusiese nombre al pueblo la villa de Medellín; resta que vuestra alteza sepa cómo se pobló la dicha villa, y se apaciguó toda aquella tierra y provincias.
Luego, como todo aquello se pacificó, le envié más gente, y le mandé que fuese la costa arriba hasta la provincia de Guazacualco, que está de adonde se pobló esta dicha villa cincuenta leguas, y de esta ciudad ciento y veinte; porque cuando yo en esta ciudad estaba, como siempre trabajé de saber todos los más secretos de estas partes que me fue posible, para hacer de ellos entera relación a vuestra majestad, había enviado a Diego de Ordaz, que en esta corte de vuestra majestad reside, y los señor es y naturales de la dicha provincia le habían recibido de muy buena voluntad, y se habían ofrecido por vasallos y súbditos de vuestra alteza, y tenía noticia cómo en un muy grande río que la dicha provincia pasa y sale a la mar, había muy buen puerto para navíos, porque el dicho Ordaz y los que con él fueron lo habían rondado, y la tierra era muy aparejada para poblar en ella; y por la falta que en esta costa, hay de puertos, deseaba hallar alguno que fuese bueno y poblar en él.
Y mandé al dicho alguacil mayor que antes que entrase en la provincia, desde la raya de ella enviase ciertos mensajeros, que yo le di, naturales de esta ciudad, a les hacer saber cómo iba por mi mandado, y que supiesen de ellos si tenían aquella voluntad al servicio de vuestra majestad, y a nuestra amistad que antes había mostrado y ofrecido; y que les hiciese saber cómo Por las guerras que yo había tenido con el señor de esta ciudad y sus tierras, no los había enviado a visitar tanto tiempo había; pero que yo siempre los había tenido por mis amigos y vasallos de vuestra alteza, y como tales creyesen hallarían en mí buena voluntad para cualquier cosa que les cumpliese; y que para favorecerlos y ayudarlos en cualquiera necesidad que tuviesen, enviaba allí aquella gente para que poblasen aquella provincia. El dicho alguacil mayor y gente fueron, y se hizo lo que yo le mandé, y no hallaron en ellos la voluntad que antes habían publicado; antes, la gente puesta a punto de guerra para no les consentir entrar en su tierra; y él tuvo tan buena orden, que con saltear una noche un pueblo, donde prendió una señora a quien todos en aquellas partes obedecían, se apaciguó, porque ella envió a llamar todos los señores y les mandó que obedeciesen todo lo que se les quisiese mandar en nombre de vuestra majestad, porque ella así lo había de hacer. Así llegaron hasta el dicho río, y a cuatro leguas de la boca de él, que sale a la mar, porque mas cerca no se halló asiento, se pobló y fundó una villa, a la cual se puso nombre el Espíritu Santo, y allí residió el dicho alguacil mayor algunos días, hasta que se apaciguaron y trajeron al servicio de vuestra católica majestad otras muchas provincias comarcanas, que fueron las de Tabasco, que es en el río de la Victoria o de Grijalva, que dicen, y la de Chimaclán y Quechula y Quizaltepeque, y otras que por ser pequeñas no expreso; y los naturales de ellas se depositaron y encomendaron a los vecinos de la dicha villa, y los han servido y sirven hasta ahora, aunque algunas de ellas, digo la de Chimaclán, Tabasco y Quizaltepeque, se tomaron a rebelar; y habrá un mes que yo envié un capitán y gente de esta ciudad a las reducir al servicio de vuestra majestad y castigar su rebelión, y hasta ahora no he sabido nuevas de él; creo, queriendo Nuestro Señor, que harán mucho, porque llevaron buen aderezo de artillería, y munición, y ballesteros, y gente de caballo.
También, muy católico Señor, en la relación que el dicho Juan de Ribera llevó, hice saber a vuestra cesárea y católica majestad cómo una gran provincia que se dice Mechiacán, que el señor de ella se llama Casulci, se había ofrecido por sus mensajeros, el dicho señor y sus naturales de ella, por súbditos y vasallos de vuestra cesárea majestad, y que había traído cierto presente, el cual envié con los procuradores que de esta Nueva España fueron a vuestra alteza; y porque la provincia y señorío de aquel señor Casulci, según tuve relación de ciertos españoles que yo allá envié, era grande y se habían visto muestras de haber en ella muchas riquezas, y por ser tan cercana a esta gran ciudad, después que me rehice de alguna más gente y caballos, envié un capitán con setenta de caballo y doscientos peones bien aderezados de sus armas y artillería, para que viesen toda la dicha provincia y secretos de ella; y si tal fuese, que poblasen en la ciudad principal, Huicicila. Idos, fueron bien recibidos del señor y naturales de la dicha provincia y aposentados en la dicha ciudad, y demás de proveerlos de lo que tenían necesidad para su mantenimiento, les dieron hasta tres mil marcos de plata envuelta en cobre, que sería media plata, y hasta cinco mil pesos de oro, asimismo envuelto con plata, que no se le ha dado ley, y ropa de algodón y otras cosillas de las que ellos tienen; lo cual, sacado el quinto de vuestra majestad, se repartió por los españoles que a ella fueron; y como a ellos no les satisficiese mucho la tierra para poblar, mostraron para ello mala voluntad, y aun movieron algunas cosillas, por donde algunos fueron castigados, y por esto los mandé volver a los que volver se quisieron, y a los demás mandé que fuesen con un capitán a la mar del Sur, adonde yo tenía y tengo poblada una villa que se dice Zacatula, que hay desde la dicha ciudad de Huicicila cien leguas, y allí tengo en astillero cuatro navíos para descubrir por la mar del Sur todo lo que a mí fuere posible, y Dios Nuestro Señor fuere servido. Yendo este dicho capitán y gente a la dicha ciudad de Zacatula, tuvieron noticia de una provincia que se dice Colimán, que está apartada del camino que habían de llevar sobre la mano derecha, que es al poniente, cincuenta leguas; y con la gente que lleva y con mucha de los amigos de aquella provincia de Mechuacán, fue allá sin mi licencia, y entró algunas jornadas, donde hubo con los naturales algunos reencuentros; y aunque eran cuarenta de caballo y más de cien peones, ballesteros y rodeleros, los desbarataron y echaron fuera de la tierra, y les mataron tres españoles y mucha gente de los amigos. y se fueron a la dicha ciudad de Zacatula; y sabido por mí, mandé traer preso al capitán, y le castigué su inobediencia.
Porque en la relación que a vuestra cesárea majestad hice de cómo había enviado a Pedro de Alvarado a la provincia de Tututepeque, que es en la mar del Sur, no hubo más que decir de cómo había llegado a ella y tenía presos al señor y a un hijo suyo, y de cierto oro que le presentaron, y de ciertas muestras de oro de minas y perlas que asimismo hubo. Porque hasta aquel tiempo no había más que escribir; sabrá vuestra excelsitud que, en respuesta de estas nuevas que me envió, le mandé que luego en aquella provincia buscase un sitio conveniente y poblase en él; y mandé también que los vecinos de la villa de Segura de la Frontera se pasasen a aquel pueblo, porque ya del que estaba hecho allí no había necesidad, por ser tan cerca de aquí; y así se hizo, y se llamó el pueblo Segura de la Frontera, como el que antes estaba hecho; y los naturales de aquella provincia, y de la de Guaxaca, y Coaclán, y Coasclahuaca, y Tachquiaco, y otras allí comarcas, se repartieron en los vecinos de aquella villa, y los servían y aprovechaban con toda voluntad; y quedó en ella por justicia y capitán, en mi lugar, el dicho Pedro de Alvarado. Y acaeció que, estando yo conquistando la provincia de Pánuco, como adelante a vuestra majestad diré, los alcaldes y regidores de aquella villa le rogaron al dicho Pedro de Alvarado que él los remitiese con su poder, a negociar conmigo ciertas cosas que ellos le encomendaron, lo cual él aceptó; y venidos, los dichos alcaldes y regidores hicieron cierta liga y monipodio, convocando la comunidad, y hicieron alcaldes, y contra la voluntad de otro que allí el dicho Pedro de Alvarado había dejado por capitán, despoblaron la dicha villa y se vinieron a la provincia de Guaxaca, que fue causa de mucho desasosiego y alboroto en aquellas partes.
Y como el que allí quedó por capitán me lo hizo saber, envié a Diego de Ocampo, alcalde mayor, para que hubiese la información de lo que pasaba y castigase los culpados. Sabido por ello, se ausentaron y anduvieron ausentes algunos días, hasta que yo los prendí; por manera que el dicho alcalde mayor no pudo haber más de al uno de los rebeldes, el cual sentenció a muerte natural, y apeló para ante mí; y después que yo prendí a los otros, los mandé entregar al dicho al calde mayor, el cual asimismo procedió contra ellos y los sentenció como al otro, y apelaron también. Ya los pleitos están conclusos para los sentenciar en segunda instancia ante mí, y los he visto. Pienso, aunque fue tan grave su yerro, habiendo respeto al mucho tiempo que ha que están presos, comutarles la pena de la muerte, a que fueron sentenciados, en muerte civil, que es desterrarlos de estas partes y mandarles que no entren en ellas sin licencia de vuestra majestad, so pena que incurran en la de la primera sentencia.
En este medio tiempo murió el señor de la dicha provincia de Tututepeque, y ella y las otras comarcanas se rebelaron, y envíe al dicho Pedro de Alvarado con gente y con un hijo del dicho señor que yo tenía en mi poder; y aunque hubieron algunos reencuentros y mataron algunos españoles, las tornó a rendir al servicio de vuestra majestad, y están ahora pacíficas y sirven a los españoles, en que están depositadas muy pacíficas y seguramente, aunque no se tornó a poblar la villa, por falta de gente y porque al presente no hay de ello necesidad; porque domados de manera que hasta esta ciudad vienen a lo que les mandan.
Luego como se recobró esta ciudad de Temixtitan y lo a ella sujeto, fueron reducidas a la imperial corona de vuestra cesárea majestad dos provincias que están a cuarenta leguas de ella al Norte, que confinan con la provincia de Pánuco, que se llaman Tututepeque y Mezclitán, de tierra asaz fuerte, bien usitada en el ejercicio de las armas, por los contrarios que de todas partes tienen. Viendo lo que con esta gente se había hecho, y como a vuestra alteza ninguna cosa le estorbaba, me enviaron por sus súbditos y vasallos; y yo los recibí en el real nombre de vuestra majestad, y por tales quedaron y estuvieron siempre, hasta después de la venida de Cristóbal de Tapia, que con los bullicios y desasosiegos que en estas otras gentes causó, ellos no sólo dejaron de prestar la obediencia que antes habían ofrecido, mas aun hicieron muchos daños en los comarcanos a su tierra, que eran vasallos de vuestra católica majestad, quemando muchos pueblos y matando mucha gente; y aunque en aquella coyuntura yo no tenía mucha sobra de gente, por la tener en tantas partes dividida, viendo que dejar de proveer en esto era gran daño, temiendo que aquellas gentes que confiaban con aquellas provincias no se juntasen con aquellos por temor al daño que recibían, y aun porque yo no estaba satisfecho de su voluntad, envíe un capitán con treinta de cabailo y cien peones, ballesteros y escopeteros y rodeleros, y con mucha gente de los amigos, los cuales fueron y hubieron con ellos ciertos reencuentros, en que les mataron alguna gente de nuestros amigos y dos españoles. Plugo a nuestro Señor que ellos de su voluntad volvieron de paz y me trajeron los señores, a los cuales yo perdoné por haberse ellos venido sin haberlos prendido.
Después, estando yo en la provincia de Pánuco, los naturales de estas partes echaron fama que yo me iba a Castilla, que causó harto alboroto; y una de estas dos provincias, que se dice Tututepeque, se tornó a rebelar, y bajó de su tierra el señor con mucha gente, y quemó más de veinte pueblos de los de nuestros amigos, y mató y prendió mucha gente de ellos; y por esto, viniéndome yo de camino de aquella provincia de Pánuco, los torné a conquistar. Y aunque a la entrada mataron alguna gente de nuestros amigos que quedaba rezagada, y por las sierras reventaron diez o doce caballos, por el aspereza de ellas, se conquistó toda la provincia, y fue preso el señor y un hermano suyo muchacho, y otro capitán general suyo que tenía la una frontera de la tierra; y el cual dicho señor y su capitán fueron luego ahorcados, y todos los que se prendieron en la guerra hechos esclavos, que serán hasta doscientas personas; los cuales se herraron y vendieron en almonedas, y pagado el quinto que de ello perteneció a vuestra majestad, lo demás se repartió entre los que se hallaron en la guerra; aunque no hubo para pagar el tercio de los caballos que murieron, porque, por ser la tierra pobre, no se hubo otro despojo. La demás gente que en la dicha provincia quedó, vino de paz y lo está, y por señor de ella aquel muchacho hermano del señor que murió; aunque al presente no sirve ni aprovecha de nada, por ser, como es, la tierra pobre, como dije, mas de tener seguridad de ella que no nos alborote los que sirven; y aun para más seguridad, he puesto en ella algunos naturales de los de esta tierra.
A esa sazón, invictísimo César, llegó al puerto y villa del Espíritu Santo, de que ya en los capítulos antes de éste he hecho mención, un bergantinejo harto pequeño, que venía de Cuba, y en él un Juan Bono de Quejo, que con el armada que Pánfilo de Narváez trajo, había venido a esta tierra por maestre de un navío de los que en la dicha armada vinieron; y según pareció por despachos que traían, venía oir mandado de don Juan de Fonseca, obispo de Burgos, creyendo que Cristóbal de Tapia, que él había rodeado que viniese por gobernador a esta tierra, estaba en ella; y para que si en su recibimiento hubiese contradicción, como él temía por la notoria razón que a temerlo le incitaba; y envióle por la isla de Cuba para que lo comunicase con Diego Velázquez, como lo hizo, y él le dio el bergantín en que pasase. Traía el dicho Juan Bono hasta cien cartas de un mismo tenor, firmadas del dicho obispo, y aun creo que en blanco, para que diese a las personas que acá estaban, que al dicho Juan Bono le pareciese, diciéndoles que servirían mucho a vuestra cesárea majestad en que el dicho Tapia fuese recibido, y que por ello les prometía muy crecidas mercedes; y que supiesen que en mi compañía estaban contra la voluntad de vuestra excelencia y otras muchas cosas harto incitadoras a bullicio y desasosiego. Y a mí me escribió otra carta diciéndome lo mismo, y que si yo obedeciese al dicho Tapia, que él haría con vuestra alteza que me hiciese señaladas mercedes; donde no, que tuviese por cierto que me había de ser mortal enemigo. Y la venida de este Juan Bono, y las cartas que trajo, pusieron tanta alteración en la gente de mi compañía, que certifico a vuestra majestad que si yo no los asegurara diciendo la causa porque el obispo aquello les escribía, y que no temiesen sus amenazas, y que el mayor servicio que vuestra católica majestad recibiría, y por donde más mercedes les mandaría hacer, era por no consentir que el obispo ni cosa suya se entrometiese en estas partes, porque era con intención de esconder la verdad de ellas a vuestra alteza y pedir mercedes en ellas sin que vuestra majestad supiese lo que daba, que. hubiera harto que hacer en los apaciguar. En especial que fui informado, aunque lo disimulé por el tiempo, que algunos habían puesto en plática que, pues en pago de sus servicios se les ponían temores, que era bien, pues había comunidad en Castilla, que la hiciesen acá, hasta que vuestra majestad fuese informado de la verdad, pues el obispo tenía tanta mano en esta negociación, que hacía que sus relaciones no viniesen a noticia de vuestra alteza, y que tenía los oficios de la casa de la contratación de Sevilla de su mano, y que allí eran maltratados sus mensajeros y tomadas sus relaciones y cartas y sus dineros, y se les defendía que no les viniese socorro de gente ni armas ni bastimentos.
Pero con hacerles yo saber lo que arriba digo, y que vuestra majestad de ninguna cosa era sabedor, y que tuviesen por cierto, que, sabido por vuestra alteza, serían gratificados sus servicios y hechos por ellos aquellas mercedes que los buenos y leales vasallos que a su rey y señor sirven como ellos han servido merecen, se aseguraron, y con la merced que vuestra excelsitud tuvo por bien de me mandar hacer con sus reales provisiones, han estado y están tan contentos, y sirven con tanta voluntad, cual el fruto de sus servicios da testimonio; y por ellos merecen que vuestra alteza les mandase hacer mercedes, pues tan bien lo han servido y sirven y tienen voluntad de servir; y yo por mi parte muy humildemente a vuestra majestad lo suplico, porque no en menos merced yo recibiré la que a cualquiera de ellos mandare hacer que si a mí se hiciese, pues yo sin ellos no podría haber servido a vuestra alteza como lo he hecho. En especial suplico a vuestra alteza muy humildemente les mande escribir, teniéndoles en servicio los trabajos que en su servicio han puesto, y ofreciéndoles, por ello mercedes; porque, demás de pagar deuda que en esto vuestra majestad debe, es animarlos para que de aquí adelante con muy mejor voluntad lo hagan.
Por una cédula que vuestra cesárea majestad, a pedimento de Juan de Ribera, mandó proveer en lo que tocaba al adelantado Francisco de Garay, parece que vuestra alteza fue informado cómo yo estaba para ir o enviar al río de Pánuco a santificarlo, a causa que en aquel río se decía haber buen puerto y porque en él habían muerto muchos españoles, así de los de un capitán que a él envió el dicho Francisco de Garay, como de otra nao que después con mal tiempo dio en aquella costa, que no dejaron alguno vivo. Porque algunos de los naturales de aquellas partes habían venido a mí a disculparse de aquellas muertes, diciéndome que ellos lo habían hecho porque supieron que no eran de mi compañía y porque habían sido ellos maltratados y que si yo quisiese allí enviar gente de mi compañía, que ellos los tendrían en mucho y los servirían en todo lo que ellos pudiesen y que me agradecerían mucho en que los enviase, porque temían que aquella gente con quien ellos habían peleado volverían sobre ellos a vengarse, como porque tenían ciertos comarcanos sus enemigos de quien recibían daño y que con los españoles que yo les diese se favorecerían.
Y porque cuando éstos vinieron yo tenía falta de gente, no pude cumplir lo que me pedían, pero les prometí que lo haría lo más brevemente que yo pudiese y con esto se fueron contentos, quedando ofrecidos por vasallos de vuestra majestad diez o doce pueblos de los más comarcanos a la raya de los súbditos a esta ciudad y desde a pocos días tornaron a venir, ahincándome mucho que, pues que yo enviaba españoles a poblar a muchas partes, que enviase a poblar allí con ellos, porque recibían mucho daño de aquellos sus contrarios y de los del mismo río que están a la costa de la mar; que aunque eran todos unos, por haberse venido a mí les hacían mal tratamiento. Y por cumplir con éstos y por poblar aquella tierra y también porque ya tenía alguna más gente, señalé un capitán con ciertos compañeros para que fuesen al dicho río y estando para partir supe, de un navío que vino de la isla de Cuba, cómo el almirante don Diego Colón y los adelantados Diego Velázquez y Francisco de Garay quedaban juntos en la isla y muy confederados para entrar por allí como mis enemigos y hacerme todo el daño que pudiesen y porque su mala voluntad no hubiese efecto y por excusar que con su venida no se ofreciese semejante alboroto y desconcierto como el que se ofreció con la venida de Narváez, me determiné, dejando en esta ciudad el mejor recado que yo pude, de ir yo por mi persona, porque si allí ellos o algunos de ellos viniese, se encontrasen conmigo antes que con otro, porque podría yo mejor excusar el daño. Y así me partí con ciento veinte de caballo y con trescientos peones y alguna artillería y hasta cuarenta mil hombres de guerra de los naturales de esta ciudad y sus comarcas; y llegado a la raya de su tierra, bien veinticinco leguas antes de llegar al puerto, en una gran población que se dice Aintuscotaclán, me salieron al camino mucha gente de guerra y peleamos con ellos y así por tener yo tanta gente de los amigos como ellos venían, como por ser el lugar llano y aparejado para los caballos, no duró mucho la batalla; aunque me hirieron algunos caballos y españoles y murieron algunos de nuestros amigos, fue suya la peor parte, porque fueron muertos muchos de ellos y desbaratados.
Allí en aquel pueblo me estuve dos o tres días, así por curar los heridos como porque vinieron allí a mí los que acá se me habían venido a ofrecer por vasallos de vuestra alteza. Y desde allí me siguieron hasta llegar al puerto y desde allí adelante sirviendo en todo lo que podían. Yo fui por mis jornadas hasta llegar al puerto y en ninguna parte tuve reencuentros con ellos; antes los del camino por donde yo iba salieron a pedir perdón de su yerro y a ofrecerse al real servicio de vuestra alteza. Llegado al dicho puerto y río, me aposenté en un pueblo, cinco leguas de la mar, que se dice Chita, que estaba despoblado y quemado, porque allí fue donde desbarataron al capitán y gente de Francisco de Garay y de allí envié mensajeros de la otra parte del no y por aquellas lagunas que todas están pobladas de grandes pueblos de gente, a decirles que no temiesen que por lo pasado yo les haría ningún daño; que bien sabía que por el mal tratamiento que habían recibido de aquella gente se habían alzado contra ellos y que no tenían culpa y nunca quisieron venir, antes maltrataron los mensajeros y aun mataron algunos de ellos y porque de la otra parte del río estaba el agua dulce de donde nos bastecíamos, poníanse allí y salteaban a los que iban por ella.
Estuve así más de quince días, creyendo podría atraerlos por bien, que viendo que los que venido habían eran bien tratados y ellos asimismo lo harían; mas tenían tanta confianza en la fortaleza de aquellas lagunas donde estaban, que nunca quisieron. Viendo que por bien ninguna cosa me aprovechaba, comencé a buscar remedio y con unas canoas que al principio allí habíamos habido se tomaron más y con ellas una noche comencé a pasar ciertos caballos de la otra parte del río y gente y cuando amaneció ya había copia de gente y caballos de la otra parte sin ser sentidos y yo pasé dejando en mi real buen recaudo y como nos sintieron de la otra parte, vino mucha copia de gente y dieron tan reciamente sobre nosotros, que después que yo estoy en estas partes no he visto acometer en el campo tan denodadamente como aquéllos nos acometieron y matáronnos dos caballos e hirieron más de otros diez caballos tan malamente, que no pudieron ir. En aquella jornada y con ayuda de Nuestro Señor, ellos fueron desbaratados y se siguió el alcance cerca de una legua, donde murieron muchos de ellos y con hasta treinta de caballo que me quedaron y con cien peones seguí todavía mi camino y aquel día dormí en un pueblo, tres leguas del real, que hallé despoblado y en las mezquitas de este pueblo se hallaron muchas cosas de los españoles que mataron, de los de Francisco de Garay.
Otro día comencé a caminar por la costa de una laguna adelante, por buscar paso para pasar a la otra parte de ella, porque parecía gente y pueblos y anduve todo el día sin hallar cabo ni por dónde pasar y ya que era hora de vísperas vimos a vista un pueblo muy hermoso y tomamos el camino para allá que todavía era por la costa de aquella laguna y llegados cerca, era ya tarde y no parecía en él gente y para más asegurar, mandé diez de caballo que entrasen en el pueblo por el camino derecho y yo con otros diez tomé la falda de él hacia la laguna, porque los otros diez traían la retaguardia y no eran llegados. Yen entrando por el pueblo pareció mucha cantidad de gente que estaban escondidos en celada dentro de las casas para tomarnos descuidados y pelearon tan reciamente, que nos mataron un caballo e hirieron casi todos los otros y muchos de los españoles y tuvieron tanto tesón en pelear y duró gran rato y fueron rotos tres o cuatro veces y tantas se tornaban a rehacer y hechos una muela, hincaban las rodillas en el suelo y sin hablar y dar grita, como lo suelen hacer los otros, nos esperaban y ninguna vez entrábamos por ellos que no empleasen muchas flechas y tantas, que si no fuéramos bien armados se aprovecharan harto de nosotros y aun creo no escapara ninguno. Y quiso Nuestro Señor que a un río que pasaba junto y entraba en aquella laguna que yo había seguido todo el día, algunos de los que más cercanos estaban a él se comenzaron a echar al agua y tras aquéllos comenzaron a huir los otros al mismo rió y así se desbarataron, aunque no huyeron más de hasta pasar el río y ellos de la una parte y nosotros de la otra nos estuvimos hasta que cerré la noche, porque, por ser muy hondo el río, no podíamos pasar a ellos y aun también no nos pesó cuando ellos le pasaron y así, nos volvimos al pueblo, que estaría un tiro de honda del río y allí, con la mejor guarda que pudimos, estuvimos aquella noche y comimos el caballo que nos mataron, porque no había otro bastimento.
Otro día siguiente salimos por un camino, porque ya no parecía gente de la del día pasado y por él fuimos a dar en tres o cuatro pueblos, donde no se halló gente ninguna ni otra cosa, si no eran algunas bodegas del vino que ellos hacen, donde hallamos asaz tinajas de ello. Aquel día pasamos sin topar gente ninguna dormimos en el campo, porque hallamos unos maizales donde la gente y los caballos tuvieron algún refresco y de esta manera anduve dos o tres días sin hallar gente ninguna, aunque pasamos muchos pueblos y porque la necesidad del bastimento nos aquejaba, que en todo este tiempo, entre todos no hubo cincuenta libras de pan, nos volvimos al real y hallé la gente que en él había dejado, muy buena y sin haber habido reencuentro ninguno y luego, porque me pareció que toda la gente quedaba de aquella parte de aquella laguna que yo no había podido pasar, hice una noche echar gente y caballos con las canoas de aquella parte y que fuese gente de ballesteros y escopeteros por la laguna arriba y la otra gente por la tierra. Y de esta manera dieron sobre un gran pueblo donde como los tomaron descuidados, mataron mucha gente y de aquel salto cobraron tanto temor, de ver que estando cercado de agua los habían salteado sin sentirlo, que luego comenzaron a venir la paz y en casi veinte días vino toda la tierra de paz y se ofrecieron por vasallos de vuestra majestad.
Ya que la tierra estaba pacífica, envié por todas las partes de ella personas que la visitasen y me trajesen relación de los pueblos y gente y traída, busqué el mejor asiento que por allí me pareció y fundé en él una villa, a que puse nombre Santisteban del Puerto y a los que allí quisieron quedar por vecinos les deposité en nombre de vuestra majestad aquellos pueblos, con que se sostuviesen y hechos alcaldes y regidores y dejando allí un mi lugarteniente de capitán, quedaron en la dicha villa de un mi los vecinos treinta de caballo y cien peones y les dejé un barco y un chinchorro, que me habían traído de la Villa de la Vera Cruz, para bastimento y asimismo me envió de la dicha villa un criado mío que allí estaba, una navío cargado de bastimentos de carne, pan, vino, aceite, vinagre y otras cosas, el cual se perdió con todo y aun dejó en una isleta en la mar, que está cinco leguas de la tierra, tres hombres, por los cuales yo envié después en un barco y los hallaron vivos y manteníanse de muchos lobos marinos que hay en la isleta y de una fruta que decían era como higos. Certifico a vuestra majestad que esta ida me costó a mí solo más de treinta mil pesos de oro, como podrá vuestra majestad mandar ver, si fuere servido, por las cuentas de ello y a los que conmigo fueron, otros tantos de costas de caballos, bastimentos, armas y herraje, porque a la sazón lo pesaban a oro o dos veces a plata; mas por verse vuestra majestad servido en aquel camino tanto, todos lo tuvimos por bien, aunque más gasto se nos ofreciera, porque, además de quedar aquellos indios debajo del imperial yugo de vuestra majestad, hizo mucho fruto vuestra ida, porque luego aportó allí un navío con mucha gente y bastimentos y dieron allí en tierra, que no pudieron hacer otra cosa y si la tierra no estuviera en paz, no escapara ninguno, como los del otro que antes habían muerto y hallamos las caras propias de los españoles desolladas en sus oratorios, digo los cueros de ellas, curados en tal manera que muchos de ellos se conocieron; aun cuando el adelantado Francisco de Garay llegó a la dicha tierra, como adelanté a vuestra cesárea majestad haré relación, no quedara con él ni ninguno de los que con él venían, a vida, porque con mal tiempo fueron a dar treinta leguas abajo del dicho río de Pánuco y perdieron algunos navíos y salieron todos a tierra muy destrozados, si la gente no hallaran en paz que los trajeron a cuestas y los sirvieron hasta ponerlos en el pueblo de los españoles; que sin otra guerra se murieran todos. Así que no fue poco bien estar aquella tierra de paz.
En los capítulos antes de éste, excelentísimo príncipe, dije cómo viniendo de camino, después de haber pacificado la provincia de Pánuco, se conquistó la provincia de Tututepeque, que estaba rebelada y todo lo que en ella se hizo; porque tenía nueva que una provincia que está cerca de la mar del Sur, que se llama Impilcingo, que es de la cualidad de esta de Tututepeque en fortaleza de sierras y aspereza de la sierra y de gente no menos belicosa, los naturales de ella hacían mucho daño en los vasallos de vuestra cesárea majestad que confinan con su tierra y de ellos se me habían venido a quejar y pedir socorro, aunque la gente que conmigo venía no estaba muy descansaba, porque hay de una mar a otra doscientas leguas por aquel camino. Junté luego veinticinco de caballo y setenta u ochenta peones y con un capitán los mandé ir a la dicha provincia y en la instrucción que llevaba le mandé que trabajase de atraerlos al real servicio de vuestra alteza por bien y si no quisiesen, les hiciese la guerra; el cual fue y hubo con ellos ciertos reencuentros y por ser la tierra tan áspera no pudo dejarla del todo conquistada y porque yo le mandé en la dicha su instrucción que he hecho aquello que se fuese a la ciudad de Zacatula y con la gente que llevaba y con la que más de allí pudiese sacar, fuese a la provincia de Colimán, donde en los capítulos pasados dije que habían desbaratado aquel capitán y gente que iba de la provincia de Mechuacán para la dicha ciudad y que trabajase de atraerlos por bien y si no, les conquistase.
El se fue y de la gente que llevaba y de la que allá tomó junto cincuenta de caballo y ciento cincuenta peones y se fue a la dicha provincia que está de la ciudad de Zacatula, costa del mar del Sur abajo, sesenta leguas y por el camino pacificó algunos pueblos que no estaban pacíficos y llegó a la dicha provincia y en la parte que al otro capitán habían desbaratado halló mucha gente de guerra que le estaba esperando, creyendo haberse con él como con el otro y así rompieron los unos y los otros y plugo y Nuestro Señor que la victoria fue por los nuestros, sin morir ninguno de ellos, aunque a muchos y a los caballos hirieron y los enemigos pagaron bien el daño que habían hecho. Y fue tan bueno este castigo, que sin mas guerra se dio luego toda la tierra de paz y no solamente esta provincia, mas aun otras muchas cercanas a ella vinieron a ofrecerse por vasallos de vuestra cesárea majestad, que fueron Alimón, Colimonte y Ceguatán; y de allí me escribió todo lo que le había sucedido y le enviaba mandar que buscase un asiento que fuese bueno y en él se fundase una villa y que le pusiese nombre Colimán, como la dicha provincia y le envié nombramiento de alcaldes y regidores para ella.
Y le mandé que hiciese la visitación de los pueblos y gentes de aquellas provincias y me la trajese con toda la más relación y secretos de la tierra que pudiese saber; el cual vino y la trajo y cierta muestra de perlas que halló y yo repartí en nombre de vuestra majestad a los pueblos de aquellas provincias a los vecinos que allá quedaron, que fueron veinticinco de caballo y ciento veinte peones. Y entre la relación que de aquellas provincias hizo, trajo nueva de un muy buen puerto que en aquella costa se había hallado, de que holgué mucho, porque hay pocos y asimismo me trajo relación de los señores de la provincia de Ciguatán, que se afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón alguno y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan y si hombres los echan de su compañía y que esta isla está diez jornadas de esta provincia y que muchos de ellos han ido allá y la han visto. Dícenme asimismo que es muy rica de perlas y oro; yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer de ello larga relación a vuestra majestad.
Viniendo de la provincia de Pánuco, en una ciudad que se dice Tuzapan, llegaron dos hombres españoles que yo había enviado con algunas personas de los naturales de la ciudad de Temixtitan y con otros de la provincia de Soconusco, que es en la mar del Sur la costa arriba, hacia donde Pedrarias Dávila, gobernador de vuestra alteza, doscientas leguas de esta gran ciudad de Temixtitan, a unas ciudades de que muchos días había que yo tengo noticia, que se llaman Uclaclán y Guatemala y están de esta provincia de Soconusco otras sesenta leguas, con los cuales dichos españoles vinieron hasta cien personas de los naturales de aquellas ciudades, por mandado de los señores de ellas, ofreciéndose por vasallos y súbditos de vuestra cesárea majestad y yo los recibí en su real nombre y les certifiqué que queriendo ellos y haciendo lo que allí ofrecían, serían de mí y de los de mi compañía, en el real nombre de vuestra alteza, muy bien tratados y favorecidos y les di, así a ellos como para que llevasen a sus señores, algunas cosas de las que yo tenía y ellos en algo estiman y torné a enviar con ellos otros dos españoles para que los proveyesen de las cosas necesarias por los caminos.
Después acá he sido informado de ciertos españoles que yo tengo en la provincia de Soconusco, como aquestas ciudades con sus provincias y otra que se dice de Chiapa, que está cerca de ellas, no tienen aquella voluntad que primero mostraron y ofrecieron; antes diez que hacen daño en aquellos pueblos de Soconusco, porque son nuestros amigos y por otra parte me escriben los cristianos, que envían allí siempre mensajeros y que se disculpan que ellos no lo hacen, sino otros y para saber la verdad de esto yo tenía a Pedro de Alvarado despachado con ochenta y tantos de caballo y doscientos peones, en que iban muchos ballesteros y escopeteros y cuatro tiros de artillería con mucha munición y pólvora. Y asimismo tenía hecha cierta armada de navíos, de que enviaba por capitán un Cristóbal de Olid, que pasó en mi compañía, para enviarle por la costa del Norte a poblar la punta o cabo de Hibueras, que está sesenta leguas de la bahía de la Ascensión, que es a barlovento de lo que llaman Yucatán, la costa arriba de la tierra firme, hacia el Darién; así porque tengo mucha información que aquella tierra es muy rica, como porque hay opinión de muchos pilotos que por aquella bahía sale estrecho a la otra mar, que es la cosa que yo en este mundo más deseo topar, por el gran servicio que se me representa que de ello vuestra cesárea majestad recibiría.
Y estando estos dos capitanes a punto con todo lo necesario al camino, de cada uno vino un mensajero de Santisteban del Puerto, que yo poblé en el río de Pánuco, por el cual los alcaldes de ella me hacían saber cómo el adelantado Francisco de Garay había llegado al dicho río con ciento veinte de caballo y cuatrocientos peones y mucha artillería, que se intitulaba de gobernador de aquella tierra y que así se lo hacía decir a los naturales de aquella tierra con una lengua que consigo traía y que les decía que los vengaría de los daños que en la guerra pasada de mí habían recibido y que fuesen con él para echar de allí aquellos españoles que yo allí tenía y a los que más yo enviase y que los ayudaría a ello y otras muchas cosas de escándalo y que los naturales estaban algo alborotados. Y para más certificarme a mí de la sospecha que yo tenía de la confederación suya con el almirante y con Diego Velázquez, desde a pocos días llegó al dicho río una carabela de la isla de Cuba y en ella venían ciertos amigos y criados de Diego Velázquez y un criado del obispo de Burgos, que dizque venía proveído de factor de Yucatán y toda la más compañía eran criados y parientes de Diego Velázquez y criados del almirante. Sabida por mí esta nueva, aunque estaba manco de un brazo de una caída de un caballo, y en la cama, me determiné de ir allá a verme con él, para excusar aquel alboroto y luego envié delante al dicho Pedro de Alvarado con toda la gente que tenía hecha para su camino y yo había de partir dende a dos días y ya que mi cama y todo era ido camino y estaba diez leguas de esta ciudad, donde yo había de ir otro día a dormir, llegó un mensajero de la Villa de la Vera Cruz casi medianoche y me trajo cartas de un navío que era llegado de España ycon ellas una cédula firmada del real nombre de vuestra majestad y por ella mandaba al dicho adelantado Francisco de Garay que no se entrometiese en el dicho río ni en ninguna cosa que yo tuviese poblado, porque vuestra majestad era servido que yo lo tuviese en su real nombre; por lo cual cien mil veces los reales pies de vuestra cesárea majestad beso.
Con la venida de esta cédula cesó mi camino, que no fue poco provechoso a mi salud, porque había sesenta días que no dormía y estaba con mucho trabajo y a partirme a aquella sazón no había de mi vida mucha seguridad; mas posponíalo todo y tenía por mejor morir en esta jornada que por guardar mi vida ser causa de muchos escándalos y alborotos y otras muertes, que estaban muy notorias. Despaché luego a Diego de Ocampo, alcalde mayor, con la dicha cédula para que siguiese a Pedro de Alvarado y yo le di una carta para el, mandándole que en ninguna manera se acercase adonde la gente del adelantado estaba, porque no se revolviese y mandé al dicho alcalde mayor que notificase aquella cédula al adelantado y que luego me respondiese lo que decía; el cual partió a la más prisa que pudo y llegó a la provincia de los Guatescas, adonde había estado Pedro de Alvarado, el cual se había ya entrado en la provincia adentro. Como supo que iba el alcalde mayor y yo me quedaba, le hizo saber luego cómo el dicho Pedro de Alvarado había sabido que un capitán de Francisco de Garay, que se llama Gonzalo Dovalle, que andaba con veintidos de caballo haciendo daño por algunos pueblos de aquella provincia y alterando la gente de ella y que había sido avisado el dicho Pedro de Alvarado cómo el dicho capitán Gonzalo Dovalle tenía puestas ciertas atalayas en el camino por donde él había de pasar; de lo cual se alteró el dicho Alvarado, creyendo que le quería ofender el dicho Gonzalo Dovalle y por esto Llevó concertada toda su gente, hasta que llegó a un pueblo que se dice el de las Lajas, adonde halló al dicho Gonzalo Dovalle con su gente. Y allí llegado, procuró de hablar con el dicho capitán Gonzalo Dovalle y le dijo lo que había sabido y le habían dicho que andaba haciendo y que se maravillaba de él, porque la intención del gobernador y sus capitanes no era ni había sido de ofenderlos ni hacer daño alguno; antes había mandado que los favoreciesen y proveyesen de todo lo que tuviesen necesidad Y que pues aquello así pasaba, que para que ellos estuviesen seguros que no hubiese escándalo ni daño entre la gente de una parte ni otra, que les pedía por merced no tuviese a mal que las armas y caballos de aquella ente que consigo traía estuviesen depositadas hasta tanto que se diese asiento en aquellas cosas. Y el dicho Gonzalo Dovalle se disculpaba diciendo que no pasaba así como le habían informado, pero que él tenía por bien de hacer lo que le rogaba y así, estuvieron juntos los unos y los otros comiendo y holgando, los dichos capitanes y toda la más gente, sin que entre ellos hubiese enojo ni cuestión ninguna.
Luego que esto supo el alcalde mayor, proveyó con un secretario mío que consigo llevaba, que se llama Francisco de Orduña, fuese donde estaban los capitánes Pedro Alvarado y Gonzalo Dovalle y llevó mandamiento para que se alzase el dicho depósito y les volviese sus armas y caballos a cada uno y los hiciese saber que la intención mía era de favorecerlos y ayudar en todo lo que tuviesen necesidad, no desconcertándose ellos en escandalizarnos la tierra y envió asimismo otro mandamiento al dicho Alvarado Para que los favoreciese y no se entrometiese en tocar en cosa alguna de ellos y en enojarlos; el cual lo cumplió así.
En este mismo tiempo, muy poderoso Señor, acaeció que estando las naos del dicho adelantado dentro de la mar a boca del río Pánuco, como en ofensa de todos los vecinos de la villa de Santisteban, que yo allí había fundado, puede haber tres leguas el río arriba donde suelen surgir todos los navíos que al dicho puerto arriban, a cuya causa Pedro de Vallejo, teniente mío en la dicha villa, por asegurarla del peligro que esperaba con la alteración de los dichos navíos hizo ciertos requerimientos a los capitanes y maestres de ellos para que subiesen al puerto y surgiesen en él de paz, sin que la tierra recibiese ningún agravio ni alteración, requiriéndoles asimismo que si algunas provisiones tenían de vuestra majestad para poblar o entrar en dicha tierra o en cualesquiera manera que fuese, las mostrasen, con protestación, que mostradas, se cumplirían en todo, según que por las dichas provisiones vuestra majestad lo enviase a mandar. Al cual requerimiento los capitánes y maestres respondieron en cierta forma, en que en efecto concluían que no querían hacer cosa alguna de lo por el teniente mandado y requerido; a cuya causa el teniente dio otro segundo mandamiento, dirigido a los dichos capitanes y maestres, concierta pena, para que todavía se hiciese lo mandado y requerido por el primer requerimiento; al cual mandamiento tornaron a responder lo que respondido tenían. Y fue así que viendo los maestres y capitánes de cómo de su estada con los navíos en la boca del río por espacio de dos meses y más tiempo y que de su estada resultaba escándalo, así entre los españoles que allí residían como entre los naturales de aquella provincia, un Castromocho, maestre de uno de los dichos navíos y Martín de San Juan, guipuzcoano, maestre asimismo de otro navío, secretamente enviaron al dicho teniente sus mensajeros, haciéndole saber que ellos querían paz y estar obedientes a los mandamientos de la justicia; que le requerían que fuese el dicho teniente a los dichos dos navíos y que le recibirían y cumplirían todo lo que les mandase, añadiendo que tenían forma para que los otros navíos que restaban asimismo se le entregarían de paz y cumplirían sus mandamientos.
A cuya causa el teniente se determinó de ir con sólo cinco hombres a los dichos navíos y llegado a ellos, fue recibido por los dichos maestres y de allí envió al capitán Juan de Grijalva, que era general de aquella armada, que estaba y residía en la nao capitana a la sazón, para que él cumpliese en todo los requerimientos y mandamientos pasados del dicho teniente, que le había antes mandado notificar y que el dicho capitán no solamente no quiso obedecer, pero mandó a las naos que estaban presentes se juntasen con la suya en que estaba y todas juntas, excepto las dos de que arriba se hace mención y así juntas al contorno de su nao capitana, mandó a los capitánes de ellas tirasen con la artillería que tenían a los dos navíos hasta echarlos a fondo. Y siendo este mandamiento público y tal que todos lo oyeron, el dicho teniente, en su defensa, mandó aprestar la artillería de los dos navíos que le habían obedecido. En este tiempo las naos que estaban alrededor de la capitana y maestres y capitanes de ellas, no quisieron obedecer a lo mandado por el dicho Juan de Grijalva y entre tanto el dicho capitán Grijalva envió un escribano, que se llama Vicente López, para que hablase al dicho teniente y habiendo explicado su mensaje, el teniente le respondió justificando esta dicha causa y que su venida era allí solamente por bien de paz y por evitar escándalos y otros bullicios que se seguían de estar los dichos navíos fuera del dicho puerto, adonde acostumbraban a surgir y como corsarios que estaban en lugar sospechoso para hacer algún salto en tierra de su majestad, que sonaba muy mal, con otras razones que acudían a este propósito; las cuales obraron tanto, que el dicho Vicente López, escribano, se volvió con la respuesta al capitán Grijalva y le informó de todo lo que había oído al teniente, atrayendo al dicho capitán para que le obedeciese, pues estaba claro que el dicho teniente era justicia en aquella provincia por vuestra majestad y el dicho capitán Grijalva sabía que hasta entonces por parte del adelantado Francisco de Garay ni por la suya, se habían presentado provisiones reales algunas a que el dicho teniente con los otros vecinos de la villa de Santisteban hubiesen de obedecer y que era cosa muy fea estar de la manera que estaban con los navíos, como corsarios, en tierra de vuestra majestad cesárea. Así, movido por estas razones, el capitán Grijalva, con los maestres y capitánes de los otros navíos, obedecieron al teniente y se subieron el río arriba donde suelen surgir los otros navíos y así, llegados al puerto, por la desobediencia que el dicho Juan de Grijalva había mostrado a los mandamientos del dicho teniente, le mandó prender y sabida esta prisión por el mi alcalde mayor, luego otro día dio su mandamiento para que el dicho Juan de Grijalva fuese suelto y favorecido con todos los demás que venían en los dichos navíos, sin que tocase en cosa alguna de ellos y así se hizo y se cumplió.
Asimismo escribió el dicho alcalde mayor a Francisco de Garay, que estaba en otro puerto diez o doce leguas de allí, haciéndole saber como yo no podía ir a verme con él y que le enviaba a él con poder mío, para que entre ellos se diese asiento en lo que se había de hacer y en ver las provisiones de la una parte y de la otra y dar conclusión en lo que mas servicio fuese de vuestra majestad y después que el dicho Francisco de Garay vio la carta del dicho alcalde mayor, se vino adonde el alcalde mayor estaba, adonde fue muy bien recibido y provisto él y toda su gente de lo necesario y así, juntos entre ambos, después de haber platicado y vistas las provisiones, se acordó; después de haber visto la cédula de que vuestra majestad me había hecho merced, el dicho adelantado, después de ser requerido con ella por el alcalde mayor, la obedeció y dijo que estaba presto de cumplirla. Y en cumplimiento de ella, que se quería recoger a sus navíos con su gente para ir a poblar a otra tierra fuera de la contenida en la cédula de vuestra majestad y que pues mi voluntad era favorecerle, que le rogaba al dicho alcalde mayor que le hiciese recoger toda su gente; porque muchos de los que consigo traía se le habían ausentado y le hiciese proveer de bastimentos, de que tenía necesidad, para los dichos navíos y gente. Y luego el dicho alcalde mayor lo proveyó todo como él lo pidió y se pregonó luego en el dicho puerto, adonde estaba la más gente de la una parte y de la otra que todas las personas que habían venido en el armada del adelantado Francisco de Garay lo siguiesen y se juntasen con él, so pena que el que así no lo hiciese, si fuese hombre de caballo que perdiese las armas y caballo y su persona se le entregase al dicho adelantado presa y al peón se le diesen cien azotes y asimismo se lo entregasen.
Asimismo pidió el dicho adelantado al dicho alcalde mayor que, porque algunos de los suyos habían vendido armas y caballos en el puerto de Santisteban y en el puerto donde estaban y en otras partes de aquella comarca, que se los hiciese volver, porque sin las dichas armas y caballos no se podría servir de su gente y el alcalde mayor preveyó de saber por todas las partes donde estuviesen caballos o armas de la dicha gente y a todos los hizo tomar las armas y caballos que habían comprado y volverlas todas al dicho adelantado.
Asimismo hizo poner el dicho alcalde mayor alguaciles por los caminos y prender todos cuantos se iban huyendo y se los entregó presos y le entregaron muchos que así tomaron. Asimismo envió al alguacil mayor a la villa e Santisteban, que es el puerto y a un secretario mío con el dicho alguacil mayor, para que en la dicha villa y puerto hiciesen las mismas diligencias y diesen los mismos pregones y recogiesen la gente que se le ausentaba y se le entregase y recogiese todo el bastimento que pudiesen proveyesen las naos del dicho adelantado y dio mandamiento para que también tomasen las armas y caballos que hubiesen vendido y se las diesen al dicho adelantado. Todo lo cual se hizo con mucha diligencia y el dicho adelantado partió al puerto para irse a embarcar y el alcalde mayor se quedó con su gente para no poner más en necesidad el puerto en que estaba y porque mejor se pudiesen proveer y estuvo allí seis o siete días para saber cómo se cumplía todo lo que yo había mandado y lo que él había provisto. Y porque había falta de bastimentos, el dicho alcalde mayor escribió al adelantado si mandaba alguna cosa, porque él se volvía a la ciudad de México donde yo resido y el adelantado le hizo luego mensajero, con el cual le hacía saber cómo él no hallaba aparejo para irse, por no haber hallado sus navíos perdidos, que se le habían perdido seis navíos y los que quedaron no estaban para navegar en ellos y que él quedaba haciendo una información para que a mí me constase lo susodicho, como él no tenía aparejo para poder salir de la tierra y que asimismo me hacía saber que su gente se ponía con él en debate y pleitos, diciendo que no eran obligados a seguirle y que habían apelado de los mandamientos que el alcalde mayor había dado, diciendo que no eran obligados a cumplirlos por dieciséis o diecisiete causas que asignaban. Una de ellas era que se habían muerto ciertas personas de hambre de las que en su compañía venían, con otras no muy honestas, que se enderezaban a su persona y asimismo le hizo saber que no bastaban todas las diligencias que se hacían para detenerle la gente, que anochecían y no amanecían, porque los que un día le entregaban presos, otro día se iban en poniéndolos en su libertad y que le aconteció desde la noche a la mañana faltarle doscientos hombres. Que por tanto, que le rogaba muy afectuosamente no se partiesen hasta que él llegase, porque el quería venir a verse conmigo a esta ciudad, porque si allí lo dejaban pensaría de ahoga se de enojo.
Y el alcalde mayor, vista su carta, acordó de aguardarlo y vino dende a dos días que le escribió y de allí despacharon mensajero para mí, por el cual el alcalde mayor me hacía saber cómo el adelantado veníase a ver conmigo a esta ciudad y porque ellos se venían poco a poco hasta un pueblo que se llama Cicoaque, que es la raya de estas provincias y que allí aguardaría mi respuesta. Y el dicho adelantado me escribió dándome relación del mal aparejo que de navíos tenía y de la mala voluntad que su gente le había mostrado y que porque creía que yo tenía aparejo para poderle remediar, así proveyéndole de la gente que yo tenía como los demás que él hubiese menester y que porque conocía por mano de otro no podía ser remediado ni ayudado; así, que había acordado de venirse a ver conmigo y que me ofrecía a su hijo mayor con todo lo que él tenía y esperaba dejarle para dármele por yerno y que se casase con una hija mía pequeña. Y en este medio tiempo, constándole al dicho alcalde mayor, al tiempo que se partían para venirse a esta ciudad, que habían venido en aquella armada de Francisco de Garay algunas personas muy sospechosas, amigos y criados de Diego Velázquez, que se habían mostrado muy contrarios a mis cosas y viendo que no quedaban bien en la dicha provincia y que de su conversación se esperaban algunos bullicios y desasosiegos en la tierra, conforme a cierta provisión real que vuestra majestad me mandó enviar para que las tales personas escandalosas salgan de la tierra, los mandó salir de ella, que fueron Gonzalo de Figueroa y Alonso de Mendoza y Antonio de la Cerda y Juan de ávila y Lorenzo de Ulloa y Taborda y Juan de Grijalva y Juan de Medina y otros.
Y esto hecho, se vinieron hasta el dicho pueblo de Cicoaque, donde les tomó mi respuesta que hacía yo a las cartas que me habían enviado, por lo cual les hacía saber holgaba mucho de la venida del dicho adelantado y que llegando a esta ciudad se entendería con mucha voluntad en todo lo que me había escrito y en cómo, conforme a su deseo, él fuese muy bien despachado y proveí asimismo para que su persona fuese muy bien provista por el camino, mandando a los señores de los pueblos le diesen muy cumplidamente todo lo necesario y llegado el dicho adelantado a esta ciudad, yo le recibí con toda la voluntad y buenas obras que se requerían y que yo pude hacerle, como lo haría con hermano verdadero; porque de verdad me peso mucho de la pérdida de sus navíos y desvío de su gente y le ofrecí mi voluntad como en la verdad yo la tuve de hacer por él todo lo que a mí posible fuese.
Y como el dicho adelantado tuviese mucho deseo que hubiese efecto lo que me había escrito cerca de los dichos casamientos, tomó con mucha instancia a importunarme a que lo concluyésemos y yo, por hacerle placer, acordé de hacer en todo lo que me rogaba y el dicho adelantado tanto deseaba, sobre lo cual se hicieron de consentimiento de ambas partes, con mucha certidumbre y juramentos, ciertos capítulos que concluían el dicho casamiento y lo que ambas partes para hacerse se había de cumplir con tanto que ante todas cosas, después que vuestra majestad fuese certificado de lo capitulado, de todo ello fuese muy servido. En manera que, de más de nuestra amistad antigua, quedamos con lo contratado y capitulado entre nosotros, juntamente con el deudo que habíamos tomado con los dichos nuestros hijos, tan conformes y de una voluntad y querer, que no se entendía entre nosotros en más de lo que a cada uno estaba bien en el despacho, principalmente del dicho adelantado.
En lo pasado, muy poderoso señor, hice relación a vuestra católica majestad de lo mucho que mi alcalde mayor trabajó para que la gente del dicho adelantado, que andaba derramada por la tierra, se juntase con el dicho adelantado y las diligencias que para esto intervinieron (las cuales, aunque fueron muchas, no bastaron para poder quitar el descontento que toda la gente traía con el dicho adelantado Francisco de Garay); antes creyendo que habían de ser compelidos que todavía habían de ir con él conforme lo mandado y pregonado, se metieron la tierra adentro por lugares y partes diversas, de tres en tres, de seis en seis y en esta manera escondidos, sin que pudiesen ser habidos ni poderse recoger, que fue causa principal que los indios naturales de aquella provincia se alterasen y así por ver a los españoles todos derramados por muchas partes, como por los muchos desórdenes que ellos cometían entre los naturales, tomándoles las mujeres y la comida por la fuerza, con otros desasosiegos y bullicios, que dieron causa a que toda la tierra se levantase, creyendo que entre los dichos españoles, según que el dicho adelantado había publicado, había división en diversos señores, según arriba se hizo relación a vuestra majestad y de lo que el dicho adelantado publicó al tiempo que en la tierra a los indios de ella con lengua que pudieron entender bien y fue así: que tuvieron tal astucia los dichos indios, siendo primeramente informados dónde y cómo yen qué partes estaban los dichos españoles, que de día y de noche dieron en ellos por todos los pueblos en que estaban derramados y a esta causa, como los hallaron desapercibidos y desarmados por los dichos pueblos, mataron mucho número de ellos y creció tanto su osadía, que llegaron a la dicha villa de Santisteban del Puerto, que tenía poblado en nombre de vuestra majestad, donde dieron tan recio combate, que pusieron a los vecinos de ella en grande necesidad, que pensaron ser perdidos y se perdieran si no fuera porque se hallaron apercibidos y juntos, donde pudieron hacerse fuertes y resistir a sus contrarios, hasta en tanto que salieron al campo muchas veces con ellos y los desbarataron.
Estando así las cosas en este estado, tuve nueva de lo sucedido y fue por un mensajero, hombre de pie, que escapó huyendo de los dichos desbaratos y me dijo cómo toda la provincia de Pánuco y naturales de ella se habían rebelado y habían matado mucha gente de los españoles que en ella habían quedado de la compañía del dicho adelantado, con algunos otros vecinos de la dicha villa, que yo allí en nombre de vuestra majestad fundé y creí que, según el grande desbarato había habido, que ninguno de los dichos castellanos era vivo; de lo cual Dios Nuestro Señor sabe lo que yo sentí y en ver que ninguna novedad semejante se ofrece en estas partes que no cueste mucho y las traiga a punto de perderse. Y el dicho adelantado sintió tanto esta nueva, que así por parecerle que había sido causa de ello, como porque tenía en la dicha provincia un hijo suyo, con todo lo que había traído, que del grande pesar que hubo adoleció y de esta enfermedad falleció de esta presente vida en espacio y término de tres días.
Y para que más en particular vuestra excelsitud se informe de lo que sucedió después de sabida esta primera nueva, fue que después que aquel español trajo la nueva del alzamiento de aquella gente de Pánuco, porque no daba otra razón sino que en un pueblo que se dice Tacetuco, viniendo él y otros tres de caballo y un peón, les habían salido al camino los naturales de él y habían peleado con ellos y muerto los dos de caballo y el peón y el caballo al otro y que ellos se habían escapado huyendo porque vino la noche y que habían visto un aposento del dicho pueblo, donde los había de esperar el teniente con quince de caballo y cuarenta peones, quemando el dicho aposento y que creían, por las muestras que allí habían visto, que los habían matado a todos.
Esperé seis o siete días, por ver si viniera otra nueva y en este tiempo Llegó otro mensajero del dicho teniente, que quedaba en un pueblo que se dice Teneztequipa, que es de los sujetos a esta ciudad y parte términos con aquella provincia y por su carta me hacía saber cómo estando en aquel pueblo de Tacetuco con quince de caballo y cuarenta peones, esperando más gente que se había de juntar con él, porque iba de la otra parte del río a apaciguar ciertos pueblos que aun no estaban pacíficos; una noche, al cuarto del alba, los habían cercado el aposento mucha copia de gente y puéstoles fuego a él y por presto que cabalgaron, como estaban descuidados, por tener la gente tan segura como hasta allí había estado, les habían dado tanta prisa que los habían matado todos, salvo a él y a otros dos de caballo, que huyendo se escaparon aunque a él le habían matado su caballo y otro le sacó a las ancas. Y que se habían escapado porque dos leguas de allí hallaron un alcalde de la dicha villa con cierta gente, el cual los amparó, aunque no se detuvieron mucho; que ellos y él salieron huyendo de la provincia y que de la gente que en la villa había quedado, ni de la otra del adelantado Francisco de Garay, que estaba en ciertas partes repartida, no tenían nueva ni sabían de ellos y que creían que no había ninguno vivo; porque, como a vuestra majestad tengo dicho, después que el dicho adelantado allí había venido con aquella gente y había hablado a los naturales de aquella provincia, diciéndoles que yo no había de tener qué hacer con el os, porque él era gobernador y a quien habían de obedecer y que juntándose ellos con él echarían todos aquellos españoles que yo tenía en aquel pueblo y a los que más yo enviase, se habían alborotado y nunca más quisieron servir bien a ningún español. Antes habían muerto algunos que topaban solos por los caminos y que creía que todos se habían concertado para hacer lo que hicieron y como habían dado en él y en la gente que con él estaba, así creía que habían dado en la gente que estaba en el pueblo y en todos los demás que estaban derramados por los pueblos; porque estaban muy sin sospecha de tal alzamiento, viendo cuán sin ningún resabio hasta allí los habían servido.
Habiéndome certificado más por esta nueva de la rebelión de los naturales de aquella provincia y sabiendo las muertes de aquellos españoles, a la mayor prisa que yo pude despaché luego cincuenta de caballo, cien peones ballesteros, escopeteros y cuatro tiros de artillería con mucha pólvora y munición, con un capitán español y otros dos de los naturales de esta ciudad con cada quince mil hombres de ellos; al cual dicho capitán mandé que con la más prisa que pudiese llegase a la dicha provincia y trabajase de entrar por ella sin detener en ninguna parte, no siendo muy forzosa necesidad, hasta llegar a la villa de Santisteban del Puerto, a saber nuevas de los vecinos y gentes que en ella habían quedado, porque podría ser que estuviesen cercados en alguna parte y darles ya socorro y así fue y el dicho capitán se dio toda la más prisa que pudo y entró por la dicha provincia y en dos partes pelearon con él y dándole Dios Nuestro Señor la victoria, siguió todavía su camino hasta llegar a la dicha villa, adonde halló veintidós de caballo y cien peones, que allí los habían tenido cercados y los habían combatido seis o siete veces y con ciertos tiros de artillería que allí tenían, se habían defendido; aunque no bastaba su poder para más defenderse de allí y aun no con poco trabajo y si el capitán que yo envié se tardara tres días, no quedara ninguno de ellos, porque ya se morían todos de hambre y habían enviado un bergantín de los navíos que el adelantado allí trajo a la Villa de la Vera Cruz, para por allí hacerme saber la nueva, porque por otra parte no podían y para traer bastimento en él, como después se lo llevaron, aunque ya habían sido socorridos de la gente que yo envié.
Y allí supieron cómo la gente que el adelantado Francisco de Garay había dejado en un pueblo que se dice Tamiquil, que serían hasta cien españoles de pie y de caballo, los habían matado todos, sin escapar más de un indio de la isla de Jamaica, que escapó huyendo por los montes, del cual se informaron cómo los tornaron de noche y se halló por copia que de la gente del adelantado eran muertos doscientos diez hombres y de los vecinos que yo había dejado en aquella villa, cuarenta y tres, que andaban por sus pueblos que tenían encomendados. Y aun se cree que fueron más de los de la gente del adelantado, porque no se acuerdan de todos.
Con la gente que el capitán llevó y con la que el teniente y el alcalde tenían y con la que se halló en la villa, llegaron ochenta de caballo y repartiéronse en tres partes y dieron la guerra por ellas en aquella provincia en tal manera, que señores y personas principales se prendieron hasta cuatrocientos, sin otra gente baja, a los cuales todos, digo a los principales, quemaron por justicia, habiendo confesado ser ellos los movedores de toda aquella guerra y cada uno de ellos haber dado en muerte o haber matado los españoles. Y hecho esto, soltaron de los otros que tenían presos y con ellos recogieron toda la gente en los pueblos y el capitán, en nombre de vuestra majestad, proveyó de nuevos señores en los dichos pueblos a aquellas personas que les pertenecía por sucesión, según ellos suelen heredar. A esta sazón tuve cartas del dicho capitán y de otras personas que con él estaban, cómo ya (loado Nuestro Señor) estaba toda la provincia muy pacífica y segura y los naturales sirven muy bien y creo que será paz para todo el año la rencilla pasada.
Crea vuestra cesárea majestad que son estas gentes tan bulliciosas, que cualquier novedad o aparejo que vean de bullicio los mueve, porque ellos así lo tenían por costumbre de rebelarse y alzarse contra sus señores y ninguna vez verán para esto aparejo, que no lo hagan.
En los capítulos pasados, muy católico señor, dije cómo al tiempo que supe la nueva de la venida del adelantado Francisco de Garay a aquel río de Pánuco, tenía a punto cierta armada de navíos y de gente para enviar al cabo o punta de Hibueras y las causas que para ello me movían; por la venida del dicho adelantado cesó, creyendo que se quisiera poner en aposesionarse por su autoridad en la tierra. Y para resistírselo, si lo hiciera, hubo necesidad de toda la gente y después de haber dado fin en las cosas del dicho adelantado, aunque se me siguió asaz costa de sueldos de marineros y bastimentos de los navíos y gente que había de ir en ellos, pareciéndome que de ello vuestra majestad era muy servido, seguí todavía mi propósito comenzado y compré más navíos de los que antes tenía, que fueron por todos cinco navíos gruesos y un bergantín e hice cuatrocientos hombres y bastecidos de artillería, munición y armas y de otros bastimentos y vituallas y demás de lo que aquí se les proveyó, envié con dos criados míos ocho mil esos de oro a la isla de Cuba para que comprasen caballos y bastimentos, así para llevar en este primero viaje como para que estuviesen a punto para en volviendo los navíos cargarlos, porque por necesidad de cosa alguna no dejasen de hacer aquello para que yo los enviaba y también para que al principio, por falta de bastimentos, no fatigasen los naturales de la tierra y que antes les diesen ellos de lo que llevasen que tomarles de lo suyo.
Con este concierto se partieron del puerto de San Juan de Chalchiqueca, a once días del mes de enero de 1524 años y han de ir a la Habana, que es la punta de la isla de Cuba, adonde se han de bastecer de lo que les faltare, especialmente los caballos y recoger allí los navíos y de allí, con la bendición de Dios, seguir su camino para la dicha tierra. Y en llegando en el primero puerto de ella y caballos, bastimentos y todo lo demás que en los navíos llevaban, fuera de ellos yen el mejor asiento que al presente pareciere fortalecerse con su artillería, que llevaban mucha y buena y fundar su pueblo. Y luego los tres de los navíos mayores que llevan, despacharlos para la isla de Cuba, al puerto de la villa de la Trinidad, porque está en mejor paraje y derrota; porque allí ha de quedar el uno de aquellos criados míos para tenerles aparejada la carga de las cosas que fuesen menester y el capitán enviase a pedir. Los otros navíos mas pequeños y el bergantín, con el piloto mayor y un primo mío, que se dice Diego de Hurtado, por capitán de ellos, vayan a correr toda la costa de la bahía de la Ascensión en demanda de aquel estrecho que se cree que en ella hay y que estén allá hasta que ninguna cosa dejen por ver y visto, se vuelvan donde el dicho capitán Cristóbal de Olid estuviere y de allí, con el uno de los navíos, me hagan relación de lo que hallaren y lo que el dicho Cristóbal de Olid hubiese sabido de la tierra y en ella le hubiese sucedido, para que yo pueda enviar de ello larga cuenta y relación a vuestra católica majestad.
También dije cómo tenía cierta gente para enviar con Pedro de Alvarado a aquellas ciudades de Uclaclán y Guatemala, de que en los capítulos pasados he hecho mención y a otras provincias de que tengo noticia, que están adelante de ellas y como también había cesado por la venida del dicho adelantado Francisco de Garay y porque ya yo tenía mucha costa hecha, así de caballos, armas y artillería y munición, como de dineros, de socorro que se había dado a la gente y porque de ello tengo creído que Dios Nuestro Señor y vuestra sacra majestad han de ser muy servidos y porque por aquella parte, según tengo noticia, pienso descubrir muchas, muy ricas y extrañas tierras y de muchas y de muy diferentes gentes, torné todavía a insistir en mi primero propósito y demás de lo que al dicho camino estaba provisto, le torné a rehacer al dicho Pedro de Alvarado y le despaché de esta ciudad a seis días del mes de diciembre de 1523 años y llevó ciento veinte de caballo, en que, con las dobladuras que lleva, lleva ciento sesenta caballos y trescientos peones, en que son los ciento treinta ballesteros y escopeteros. Lleva cuatro tiros de artillería con mucha pólvora y munición y lleva algunas personas principales, así de los naturales de esta ciudad como de otras ciudades de esta comarca y con ellos alguna gente, aunque no mucha por ser el camino tan largo.
He tenido nuevas de ellos cómo habían llegado a doce días del mes de enero, de la provincia de Teguantepeque, que iban muy buenos; plega a Nuestro Señor de guiarlos a los unos y a los otros como él se sirva, porque bien creo que yendo enderezadas a su servicio y en el real nombre de vuestra cesárea majestad no puede carecer de bueno y próspero suceso.
También le encomendé al dicho Pedro de Alvarado tuviese siempre especial cuidado de hacerme larga y particular relación de las cosas que por allá le aviniesen, para que yo la envíe a vuestra alteza.
Y tengo por muy cierto, según las nuevas figuras de aquella tierra que yo tengo, que se han de juntar el dicho Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, si estrecho no los parte.
Muchos caminos de éstos se hubieran hecho en esta tierra y muchos secretos de ella tuviera yo sabidos, si estorbos de las armadas que han venido no los hubieran impedido. Y certifico a vuestra sacra majestad que ha recibido harto deservicio en ello, así en no tener descubiertas muchas tierras como en haberse dejado de adquirir para su real cámara mucha suma de oro y perlas; pero de aquí adelante, si otros más no vienen, yo trabajaré de restaurar lo que se ha perdido; porque por trabajo de mi persona, ni por dejar de gastar mi hacienda no quedará, porque certifico a vuestra cesárea y sacra majestad, que de más de haber gastado todo cuanto he tomado del oro que tengo de las rentas de vuestra majestad, para gastos, como parecerá por ellos al tiempo que vuestra majestad fuere servido de mandar tomar la cuenta, sesenta y tantos mil pesos de oro, sin más de otros doce mil que yo he tomado prestados de algunas personas para gastos de mi casa.
De las provincias comarcanas a la villa del Espíritu Santo y de las que servían a los vecinos de ella, dije en los capítulos pasados que algunas de ellas se habían rebelado y aun muerto ciertos españoles y así para reducir éstas al real servicio de vuestra majestad como para traer a él otras sus vecinas, porque la gente que en la villa está no bastaba para sostener lo ganado y conquistar éstas, envié un capitán con treinta de caballo y cien peones, algunos de ellos ballesteros y escopeteros y dos tiros de artillería, con recado de munición y pólvora. Los cuales partieron a 8 de diciembre de 1523 años.
Hasta ahora no he sabido nueva de ellos, pienso harán mucho fruto y que de este camino Dios Nuestro Señor y vuestra majestad serán muy servidos y se descubrirán hartos secretos; porque es un pedazo de tierra que queda entre la conquista de Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, lo que hasta ahora estaba pacífico, hacia la mar del Norte y conquistado esto y pacífico, que es muy poco, tiene vuestra sacra majestad por la parte del Norte más de cuatrocientas leguas de tierra pacífica y sujeta a su real servicio, sin haber cosa en medio y por la mar del Sur más de quinientas leguas y todo, de la una mar a la otra, que sirve sin ninguna contradicción, excepto dos provincias que están entre la provincia de Teguantepeque y la de Chinanta y Guaxaca y la de Guazacualco en medio de todas cuatro; que se llama la gente de la una los zapotecas y la otra los mixes. Las cuales, por ser tan ásperas que aun a pie no se pueden andar, puesto que he enviado dos veces gente a conquistarlas y no lo han podido hacer porque tienen muy recias fuerzas y áspera tierra y buenas armas, que pelean con lanzas de a veinticinco y treinta palmos y muy gruesas y bien hechas y las puntas de ellas son pedernales y con esto se han defendido y muerto algunos de los españoles que allá han ido. Y han hecho y hacen mucho daño en los vecinos que son vasallos de vuestra majestad, salteándolos de noche y quemándoles los pueblos y matando muchos de ellos; tanto, que han hecho que muchos de los pueblos cercanos a ellos se han alzado y confederado con ellos.
Y porque no llegue a más, aunque ahora no tenía sobra de gente, por haber salido a tantas partes, junté ciento cincuenta hombres de pie, porque de caballo no pueden aprovechar, todos los más ballesteros y escopeteros y cuatro tiros de artillería con la munición necesaria; los ballesteros y escopeteros provistos con mucho almacén y con ellos, por capitán, Rodrigo Rangel, alcalde de esta ciudad, que ahora ha un año había ido otra vez con gente sobre ellos y por ser en tiempo de muchas aguas no pudo hacer cosa ninguna y se volvió con haber estado allá dos meses. El cual dicho capitán y gente se partieron de esta ciudad a 5 de febrero de este año presente; creo, siendo Dios servido, que por llevar buen aderezo y por ir en buen tiempo y porque lleva mucha gente de guerra diestra, de los naturales de esta ciudad y sus comarcas, que darán fin a aquella demanda; de que no poco servicio redundará a la imperial corona de vuestra alteza, porque no sólo ellos no sirven, mas aun hacen mucho daño a los que tienen buena voluntad y la tierra es muy rica de minas de oro; estando éstos pacíficos, dicen aquellos vecinos que lo irán a sacar allá y éstos, por haber sido tan rebeldes, habiendo sido tantas veces requeridos y una vez ofreciéndose por vasallos de vuestra alteza y haber matado españoles y haber hecho tantos daños, pronunciarlos por esclavos y mandé que los que a vida se pudiesen tomar los herrasen del hierro e vuestra alteza y saca a la parte que a vuestra majestad pertenece, se repartiesen por aquellos que los fueron a conquistar. Bien puede, muy excelentísimo señor, tener vuestra real excelencia por muy cierto, que la menor de estas entradas que se van a hacer, me cuesta de mi casa más de cinco mil pesos de oro y que las dos de Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid me cuestan más de cincuenta en dineros, sin otros gastos de mis haciendas que no se cuentan ni asientan por memoria. Pero como sea todo para el servicio de vuestra cesárea majestad, si mi persona juntamente con ello se gastase, lo tendría por mayor merced y ninguna vez se ofrecerá en que en tal caso yo la pueda poner que no la ponga.
Así por la relación pasada como por ésta, he hecho a vuestra alteza mención de cuatro navíos que tengo comenzados a hacer en la mar del Sur y porque por haber mucho tiempo que se comenzáronle parecerá a vuestra real alteza que yo he tenido algún descuido en no haberse acabado hasta ahora, doy a vuestra sacra majestad cuenta de la causa y es que, como la mar del Sur, a lo menos aquella parte donde aquellos navíos hago, está de los puertos de la mar del Norte, donde todas las cosas que a esta Nueva España vienen se descargan, doscientas leguas y aun mas y en parte de muy fragosos puertos de sierras y en otros muy grandes y caudalosos ríos y como todas las cosas que para los dichos navíos son necesarias se hayan de llevar de allí, por no haber de otra parte donde se provean, se ha llevado y se lleva con mucha dificultad. Y aun sobrevino para esto, que ya que yo tenía en una casa en el puerto donde los dichos navíos se hacen, todo el aderezo que para ellos era menester, de velas, cables, jarcia, clavazón, áncoras, pez, sebo, estopa, betumen, aceite y otras cosas, una noche se puso fuego y se quemó todo, sin aprovecharse más de las áncoras, que no pudieron quemarse. Ahora de nuevo lo he tornado a proveer, porque habrá cuatro meses que me llegó una nao de Castilla, en que me trajeron todas las cosas necesarias para los dichos navíos, porque temiendo yo lo que me vino, lo tenía provisto y enviado a pedir. Y certifico a vuestra cesárea majestad que me cuestan hoy los navíos, sin haberlos echado al agua, más de ocho mil pesos de oro, sin otras cosas extraordinarias; pero ya, loado Nuestro Señor, están en tal estado, que para la pascua del Espíritu Santo primera o para el día de San Juan de junio, podrán navegar si betumen no me falta; porque, como se quemó lo que tenía, no he tenido de dónde proveerme, mas yo espero que para este tiempo me lo traerán de esos reinos, porque yo tengo provisto para que me envíen.
Tengo en tanto estos navíos, que no lo podría significar; porque tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo de ser causa que vuestra cesárea majestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que los que hasta hoy en nuestra nación se tiene noticia; a él plega encaminarlo como él se sirva y vuestra cesárea majestad consiga tanto bien, pues creo que con hacer yo esto no le quedará a vuestra excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo.
Después que Dios Nuestro Señor fue servido que esta gran ciudad de Temixtitan se ganase, me pareció por el presente no ser bien residir en ella, por muchos inconvenientes que había y me pasé con toda la gente a un pueblo que se dice Cuyoacán, que está en la costa de esta laguna, de que ya tengo hecha mención. Porque como siempre deseé que esta ciudad se reedificase, por la grandeza y maravilloso asiento de ella, trabajé de recoger todos los naturales, que por muchas artes estaban ausentados desde la guerra y aunque siempre he tenido y tengo al señor de ella preso, hice a un capitán general que en la guerra tenía y yo conocía del tiempo de Mutezuma, que tomase cargo de tornarla a poblar y para que más autoridad su persona tuviese, le torné a dar el mismo cargo que en tiempo del señor tenía, que es Ciguacoatl, que quiere tanto decir como lugarteniente el señor. A otras personas principales, que yo también asimismo de antes conocía, les encargué otros cargos de gobernación de esta ciudad, que entre ellos se solían hacer y a este Ciguacoatl y a los demás les di señorío de tierras y gente, en que se mantuviesen, aunque no tanto como ellos tenían, ni que pudiesen ofender con ellos en algún tiempo y he trabajado siempre de honrarlos y favorecerlos y ellos lo han trabajado y hecho también, que hay hoy en la ciudad poblados hasta treinta mil vecinos y se tiene en ella la orden que solía en sus mercados y contrataciones.
Y les he dado libertades y exenciones, que de cada día se puebla en mucha cantidad, porque vienen muy a su placer, que los oficiales de artes mecánicas, que hay muchos, viven por sus jornales, entre los españoles; así como carpinteros, albañiles, canteros, plateros y otros oficios; y los mercaderes tienen muy seguramente sus mercaderías y las venden y las otras gentes viven de ellos de pescadores, que es gran trato en esta ciudad y otros de agricultura, porque hay ya muchos de ellos que tienen sus huertas y siembran en ellas toda la hortaliza de España de que acá se ha podido haber simiente y certifico a vuestra cesárea majestad que si plantas y semillas de las de España tuviesen y vuestra alteza fuese servido de mandarnos proveer de ellas, como en la otra relación lo envié a suplicar, según los naturales de estas partes son amigos de cultivar las tierras y de traer arboledas, que en poco espacio de tiempo hubiese acá mucha abundancia de que no poco servicio pienso yo que redundaría a la imperial corona de vuestra alteza, porque sería causa de perpetuarse estas partes y de tener en ellas vuestra sacra majestad más rentas y mayor señor yo que en lo que ahora en el nombre de Dios Nuestro Señor vuestra alteza posee. Para esto puede vuestra alteza ser cierto que en mí no habrá falta y que lo trabajaré por mi parte cuanto las fuerzas y poder me bastare.
Puse luego por obra, como esta ciudad se ganó, de hacer en ella una fuerza en el agua, a una parte de esta ciudad en que pudiese tener los bergantines seguros y desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se pudiese y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez que yo quisiese e hízose. Está hecha tal, que aunque yo he visto algunas casas de atarazanas y fuerzas, no la he visto que la iguale y muchos que han visto otras más, afirman lo que yo y la manera que tiene esta casa es que a la parte de la laguna tiene dos torres muy fuertes con sus troneras en las partes necesarias y la una de estas torres sale fuera del lienzo hacia la una parte con troneras, que barre todo él un lienzo y la otra a la otra parte de la misma manera y desde estas dos torres va un cuerpo de casa de tres naves, donde están los bergantines y tienen la puerta para salir y entrar entre estas dos torres hacia el agua y todo este cuerpo tiene asimismo sus troneras y al cabo de este dicho cuerpo, hacia la ciudad, está otra muy gran torre y de muchos aposentos bajos y altos, con sus defensas y ofensas para la ciudad. Y porque la enviaré figurada a vuestra sacra majestad como mejor se entienda, no diré más particularidades de ella sino que es tal que con tenerla es en nuestra mano la paz y la guerra cuando la quisiéremos, teniendo en ella los navíos y artillería que ahora hay.
Hecha esta casa, porque me pareció que ya tenía seguridad para cumplir lo que deseaba, que era poblar dentro de esta ciudad, me pasé a ella con toda la gente de mi compañía y se repartieron los solares por los vecinos y a cada uno de los que fueron conquistadores, en nombre de vuestra real alteza, yo di un solar, por lo que en ella había trabajado, demás del que se les ha de dar como a vecinos, que han de servir, según orden de estas partes y se han dado tanta prisa en hacer las casas de los vecinos, que hay mucha cantidad de ellas hechas y otras que llevan ya buenos principios y porque hay mucho aparejo de piedra, cal, madera y de mucho ladrillo, que los naturales labran, que hacen todos tan buenas y grandes casas, que puede creer vuestra sacra majestad que de hoy en cinco años será la más noble y populosa ciudad que haya en lo poblado del mundo y de mejores edificios.
Es la población donde los españoles poblamos, distinta de la de los naturales, porque nos parte un brazo de agua, aunque en todas las calles que por ella atraviesan hay puentes de madera, por donde se contrata de la una parte a la otra. Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles; en éstos hay todas las cosas de bastimentos que en la tierra se pueden hallar, porque de toda ella lo vienen a vender y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad. Verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solfa; aunque algunas piececillas de oro y plata salen, pero no como antes.
Por las diferencias que Diego Velázquez ha querido tener conmigo y por la mala voluntad que a su causa y por su intercesión don Juan de Fonseca, obispo de Burgos, me ha tenido y por él y por su mandado los oficiales de la casa de la contratación de la ciudad de Sevilla, en especial Juan López de Recalde, contador de ella, de quien todo en el tiempo del obispo solfa pender, no he sido provisto de artillería ni armas, como tenía necesidad, aunque yo muchas veces he enviado dineros para ello. Y porque no hay cosa que más los ingenios de los hombres avive que la necesidad y como yo ésta tuviese tan extrema y sin esperanza de remedio, pues aquéllos no daban lugar que vuestra sacra majestad la supiese, trabajé de buscar orden para que por ella no se perdiese lo que con tanto trabajo y peligro se había ganado y de donde tanto deservicio a Dios Nuestro Señor y a vuestra cesárea majestad pudiera venir y peligro a todos los que acá estábamos. Y por algunas provincias de las de estas partes me di mucha prisa a buscar cobre y di para ello mucho rescate, para que más aína se hallase y como me trajeron cantidad, puse por obra con un maestro que por dicha aquí se halló, de hacer alguna artillería e hice dos tiros de medias culebrillas y salieron tan buenas que de su medida no pueden ser mejores y porque aunque tenía cobre faltaba estaño, porque no se pueden hacer sin ello y para aquellos tiros los había habido con mucha dificultad y me había costado mucho, de algunos que tenían platos y otras vasijas de ello y aun caro ni barato no lo hallaba, comencé a inquirir por todas partes si en alguna lo había y quiso Nuestro Señor, que tiene cuidado y siempre lo ha tenido, de proveer en la mayor prisa, que topé entre los naturales de una provincia que se dice Tachco, ciertas piecezuelas de ello, a manera de moneda muy delgada y procediendo de mi pesquisa, hallé que en la dicha provincia y aun en, otras, se trataba por moneda y llegándolo más al cabo, supe que se sacaba en a isla provincia de Tachco, que está veintiséis leguas de esta ciudad y luego supe las minas y envié herramientas y españoles y trajéronme muestras de ello. Y de allí adelante di orden como sacaron todo lo que fue menester y se sacará lo que más hubiere necesidad, aunque con harto trabajo y aun andando en busca de estos males se topó vena de hierro en mucha cantidad, según me informaron los que dicen que lo conocen. Topado este estaño he hecho y hago cada día algunas piezas y las que hasta ahora están hechas son cinco piezas, las dos medias culebrinas y las dos poco menos en medidas y un cañón serpentino y dos sacres que yo traje cuando vine a estas partes y otra media culebrina, que compré de los bienes del adelantado Juan Ponce de León. De los navíos que han venido, tendré por todas de metal, piezas chicas y grandes, de falconete arriba, treinta y cinco piezas y de hierro, entre lombardas y pasavolantes, versos y otras maneras de tiros de hierro colado, hasta setenta piezas. Así que ya, loado Nuestro Señor, nos podemos defender. Y para la munición no menos proveyó Dios, que hallamos tanto salitre y tan bueno, que podríamos proveer para otras necesidades, teniendo aparejo de calderas en que cocerlo, aunque se gasta acá harto en las muchas entradas que se hacen y para el azufre, ya a vuestra majestad he hecho mención de una sierra que está en esta provincia, que sale mucho humo y de allí, entrando un español setenta u ochenta brazas, atado a la boca abajo, se ha sacado con que hasta ahora nos habemos sostenido. Ya de aquí adelante no habrá necesidad de ponernos en este trabajo, porque es peligroso; y yo escribo siempre que nos provean de España y vuestra majestad ha sido servido que no haya ya obispo que nos lo impida.
Después de haber dejado asentada la villa de Santisteban, que en el río de Pánuco se pobló y haber dado fin en la conquista de la provincia de Tututepeque y de haber despachado al capitán que fue a los Impilcingos y a Coliman, que de todo en un capítulo de los pasados hice mención, antes de venir a esta ciudad fui a la Villa de la Vera Cruz y a la de Medellín, para visitarlas y proveer algunas cosas que en aquellos puertos hallé que a causa de no haber población de españoles más cerca del puerto de San Juan de Chalchiquecan que la Villa de la Vera Cruz, iban los navíos a descargar en ella y por no ser aquel puerto tan seguro como conviene, según los nortes en aquella costa reinan, se perdían muchos y fui al dicho puerto de San Juan a buscar cerca algún asiento para poblar. Aunque al tiempo que yo allí salté se buscó con harta diligencia y por ser todo sierra de arena que se mudan cada rato no se halló y de esta vez estuve allí algunos días buscándolo y quiso Nuestro Señor que dos leguas del dicho puerto se halló muy buen asiento con todas las cualidades que para asentar pueblo se requieren, porque tiene mucha leña, agua y pastos, salvo que madera ni piedra ni cosa para edificar no la hay sino muy lejos y se halló un estero junto al dicho asiento, por el cual yo hice salir con una canoa para ver si salía a la mar o por él podrían entrar barcas hasta el pueblo y se halló que iba a dar a un río que sale a la mar y en la boca del río se halló una braza de agua y más; por manera que, limpiándose aquel estero, que esta ocupado de mucha madera de árboles, podrán subir las barcas hasta descargar dentro en las casas del pueblo.
Y viendo este aparejo de asiento y la necesidad que había de remedio para los navíos, hice que la villa de Medellín, que estaba veinte leguas la tierra adentro, en la provincia de Tatactetelco, se pasase allí y así se ha hecho, que se han pasado ya casi todos los vecinos y tienen hechas sus casas y se da orden cómo se limpie aquel estero y se haga en aquella villa una casa de contratación, porque aunque los navíos se tarden en descargar, porque aunque han de subir dos leguas con las barcas aquel estero arriba, estarán seguros de perderse y tengo por cierto que aquel pueblo ha de ser, después de esta ciudad, el mejor que hubiera en esta Nueva España, porque después acá han descargado en él algunos navíos y suben las barcas con las mercaderías hasta las casas del dicho pueblo y aun asimismo bergantines y en esto yo trabajaré de tenerlo tan a punto que muy sin trabajo descarguen y los navíos desde aquí adelante estarán seguros, porque el puerto es muy bueno. Y asimismo se da mucha prisa en hacer los caminos que de aquella villa vienen a esta ciudad y con esto habrá mejor despacho en las mercaderías que hasta aquí, porque es mejor camino y se ataja una jornada.
En los capítulos pasados he dicho, muy poderoso señor, a vuestra excelencia las partes adonde he enviado gente, así por la mar como por la tierra, de que creo, guiándolo Nuestro Señor, vuestra majestad ha de ser muy servido y como tengo continuo cuidado y siempre me ocupo en pensar todas las maneras que se puedan tener para poner en ejecución y efectuar el deseo que yo al real servicio de vuestra majestad tengo, viendo que otra cosa no me quedaba para esto sino saber el secreto de la costa que está por descubrir entre el río Pánuco y la Florida, que es lo que descubrió el adelantado Juan Ponce de León y de allí la costa de la dicha Florida, por la parte del Norte, hasta llegar a los Bacallos, porque se tiene cierto que en aquella costa hay estrecho que pasa a la mar del Sur y se hallase, según cierta figura que yo tengo del paraje adonde está aquel archipiélago, que descubrió Magallanes por mandado de vuestra alteza, parece que saldría muy cerca de allí y siendo Dios Nuestro Señor servido que por allí se topase el dicho estrecho, sería la navegación desde la Especería para esos reinos de vuestra majestad muy buena y muy breve y tanto, que sería las dos tercias partes menos que por donde ahora se navega y sin ningún riesgo ni peligro de los navíos que fuesen y viniesen, porque irían siempre y vendrían por reinos y señoríos de vuestra majestad, que cada vez que alguna necesidad tuviesen se podrían reparar, sin ningún peligro, en cualquiera parte que quisiesen tomar puerto, como en tierra de vuestra alteza.
Y por representárseme el gran servicio que de aquí a vuestra majestad resulta, aunque yo estoy harto gastado y empeñado, por lo mucho que debo y he gastado en todas las otras armadas que he hecho, así por la tierra como por la mar y en sostener los pertrechos y artillería que tengo en esta ciudad y envío a todas partes y otros muchos gastos y costas que de cada día se me ofrecen, porque todo se ha hecho y hace a mi costa y todas las cosas de que nos hemos de proveer son tan caras y de tan excesivos precios, que aunque la tierra es rica no basta el interés que yo de ella puedo haber a las grandes costas y expensas que tengo; pero, con todo, habiendo respeto a lo que en este capítulo digo y posponiendo toda la necesidad que se me pueda ofrecer, aunque certifico a vuestra majestad que para ello tomo los dineros prestados, he determinado de enviar tres carabelas y dos bergantines en esta demanda, aunque pienso que me costará más de diez mil pesos de oro y juntar este servicio con los demás que he hecho, porque le tengo por el mayor si, como digo, se halla el estrecho y ya que no se halle, no es posible que no se descubran muy grandes y ricas tierras, donde vuestra cesárea majestad mucho se sirva y los reinos y señoríos de su real corona se ensanchen en mucha cantidad y síguese de esto más utilidad, ya que el dicho estrecho no se hallase; que tendrá vuestra alteza sabido que no lo hay y darse ha orden como por otra parte vuestra cesárea majestad se sirva de aquellas tierras de la Especería y de todas las otras que con ellas confinan y ésta yo me ofrezco a vuestra alteza que, siendo servido de mandármela dar, ya que falte el estrecho, la daré con que vuestra majestad mucho se sirva y a menos costa. Plega Nuestro Señor que la armada consiga el fin para que se hace, que es descubrir aquel estrecho, porque sería lo mejor; lo cual tengo muy creído, porque en la real ventura de vuestra majestad ninguna cosa se puede encubrir y a mí no me faltará diligencia, buen recaudo y voluntad para trabajarlo.
Asimismo pienso enviar los navíos que tengo hechos en la mar del Sur, que queriendo Nuestro Señor, navegarán en fin del mes de julio de este año de 524 por la misma costa abajo, en demanda del dicho estrecho; porque si lo hay, no se puede esconder a éstos por la mar del Sur y a los otros por la mar del Norte; porque estos del Sur llevarán la costa hasta hallar el dicho estrecho o juntar la tierra con la que descubrió Magallanes y los otros, del Norte, como he dicho, hasta juntarla con los Bacallaos. Así, por una parte y por otra no se deje de saber el secreto. Certifico a vuestra majestad que, según tengo información de tierras la costa de la mar del Sur arriba, que enviando por ella estos navíos yo hubiera muy grandes intereses y aun vuestra majestad se sirviera; mas como yo sea informado del deseo que vuestra majestad tiene de saber el secreto de este estrecho y el gran servicio que en descubrirle su real corona recibiría, dejo atrás todos los otros provechos e intereses que por acá me estaban muy notorios, por seguir este otro camino. Nuestro Señor lo guíe como sea más servido y vuestra majestad cumpla su deseo y yo asimismo cumpla mi deseo de servir.
Los oficiales que vuestra majestad mandó venir para entender en sus reales rentas y hacienda son llegados y han comenzado a tomar las cuentas a los que antes tenían este cargo, que yo en nombre de vuestra alteza para ello había señalado y porque los dichos oficiales harán relación a vuestra majestad del recado que en todo hasta aquí ha habido, no me detendré en dar de ello particular cuenta a vuestra majestad, mas de remitirme a la que ellos enviarán; que creo será tal que por ella vuestra alteza conozca la solicitud y vigilancia que yo siempre he tenido y que aunque la ocupación de las guerras, pacificación de esta tierra, haya sido tanta cuanta el suceso manifiesta, que no por eso me he olvidado de tener especial cuidado de guardar y allegar todo lo que ha sido posible de lo que a vuestra majestad ha pertenecido y yo he podido aplicar. Y porque por la carta cuenta que los dichos oficiales a vuestra cesárea majestad envían, parece y vera vuestra alteza, que yo he gastado de sus reales rentas en las cosas que para la pacificación de estas partes y ensanchamiento de los señoríos que en ellas vuestra cesárea majestad tiene, sesenta y dos mil y tantos pesos de oro, es bien que vuestra alteza sepa que no se pudo hacer otra cosa, porque cuando yo comencé a gastar de ello fue después de no haberme a mí quedado qué gastar y aun de estar empeñado en más de treinta mil pesos de oro, que tomé prestados de algunas personas y como no se pudiese hacer otra cosa, ni en el real servicio de vuestra alteza se pudiese cumplir lo necesario y mi deseo, fue forzado gastarlo y no creo que ha sido tan poco el fruto que de ello redunda y redundará que no sea más de mil por ciento de ganancia. Y porque los oficiales de vuestra majestad, puesto que les consta que de haberlo yo gastado ha sido muy servido, no lo reciben en cuenta, porque dicen que para ello no traen comisión ni poder, suplico a vuestra majestad mande que, pareciendo ello haber sido bien gastado, se me reciba y se me paguen otros cincuenta y tantos mil pesos de oro que yo he gastado de mi hacienda y que he tomado prestado de mis amigos. Porque si esto no se me pagase yo no podría cumplir con los que me lo han prestado y quedaría en mucha necesidad y no tengo yo pensamiento que vuestra católica majestad lo perita, sino que antes, demás de pagárseme, me ha de mandar hacer muchas y grandes mercedes; porque, demás de ser vuestra alteza tan católico y cristianísimo príncipe, mis servicios por su parte no lo desmerecen y el fruto que han hecho da de ello testimonio.
De los dichos oficiales y de otras personas que en su compaña vinieron y por algunas cartas que de esos reinos me han escrito, he sabido que las cosas que yo a vuestra cesárea majestad envié con Antonio de Quiñones y Alonso de ávila, que fueron por procuradores de esta Nueva España, no llegaron ante su real presencia, porque fueron tomados de los franceses, a causa del mal recado que los de la casa de la contratación de Sevilla enviaron para que los acompañase desde la isla de los Azores. Y aunque por ser todas las cosas que iban tan ricas y extrañas que deseaba yo mucho que vuestra majestad las viera, porque demás del servicio que con ellas vuestra alteza recibía, mis servicios fueran más manifiestos, me ha pesado mucho; mas también he holgado que las llevasen, porque a vuestra majestad harán poca falta y yo trabajaré de enviar otras muy más ricas y extrañas, según tengo nuevas de algunas provincias que ahora he enviado a conquistar y de otras que enviaré muy presto teniendo gente para ello. Y los franceses y los otros príncipes a quien aquellas cosas fueren notorias conocerán por ellas la razón que tienen de sujetarse a la imperial corona de vuestra cesárea majestad, pues demás de los muchos y grandes reinos y señoríos que en esas partes vuestra alteza tiene, de éstas tan diversas y apartadas, yo, el mejor de sus vasallos, tantos y tales servicios le puede hacer.
Y para principio de mi ofrecimiento, envío ahora con Diego de Soto, criado mío, ciertas cosillas que entonces quedaron por desecho y por no dignas de acompañar a las otras y algunas que después acá yo he hecho, que aunque, como digo quedaron por desechadas, tienen algún parecer. Con ellas envío asimismo una culebrina de plata, que entró en la fundición de ella veinticuatro quintales y dos arrobas, aunque creo entró en la fundición algo de oro, porque se hizo dos veces y aunque me fue asaz costosa, porque, demás de lo que me costó el metal, que fueron veinticuatro mil quinientos pesos de oro, a razón de a cinco pesos de oro el marco, con las otras cosas de fundidores y grabadores y de llevarlos hasta el puerto, me costó más de otros tres mil pesos de oro; pero por ser una cosa tan rica y tan de ver y digna de ir ante tan alto y excelentísimo príncipe, me puse a trabajarlo y gastarlo. Suplico a vuestra cesárea majestad reciba mi pequeño servicio, teniéndole en tanto cuanto la grandeza de mi voluntad para hacerle mayor, si pudiera merecer; porque aunque estaba adeudado, como a vuestra alteza arriba digo, me quise adeudar en más, deseando que vuestra majestad conozca el deseo que de servir tengo, porque he sido tan mal dichoso, que hasta ahora he tenido tantas contradicciones ante vuestra alteza que no han dado lugar a que este mi deseo se manifestase.
Asimismo envío a vuestra sacra majestad sesenta mil pesos de oro de lo que ha pertenecido a sus reales rentas, como vuestra alteza verá por la cuenta de que de ello los oficiales y yo enviamos y hemos tenido atrevimiento a enviar tanta suma junta, así por la necesidad que acá se nos representa que vuestra majestad debe tener con las guerras y otras cosas, como porque vuestra majestad no tenga en mucho la pérdida de lo pasado. Y después de esto se enviará cada vez que yo pudiere y crea vuestra sacra majestad que, según las cosas van enhiladas y por estas partes se ensanchan los reinos y señoríos de vuestra alteza, que tendrá en ellas más seguras rentas y sin costa que en ninguno de todos sus reinos y señoríos, si no se nos ofrecen algunos embarazos de los que hasta ahora aquí se nos han ofrecido. Digo esto, porque habrá dos días que Gonzalo de Salazar, factor de vuestra alteza, Llegó al puerto de San Juan de esta Nueva España, del cual he sabido que en la isla de Cuba, por donde pasó, le dijeron que Diego Velázquez, teniente de almirante de ella, había tenido formas con el capitán Cristóbal de Olid, que yo envié a poblar las Hibueras en nombre de vuestra majestad y que se habían concertado que se alzaría con la tierra por el dicho Diego Velázquez; aunque, por ser el caso tan feo y tan en deservicio de vuestra majestad, yo no lo puedo creer, aunque por otra parte lo creo, conociendo las mañas que el dicho Diego Velázquez siempre ha querido tener para dañarme y estorbar que no sirva; porque cuando otra cosa no puede hacer, trabaja que no pase gente en estas partes y como manda aquella isla, prende a los que van de acá por allí pasan y les hace muchas opresiones y tómales mucho de lo que llevan y después hace probanzas con ellos porque los dé libres y por verse libres de él hacen y dicen todo lo que quiere. Yo me informaré de la verdad y si hallo ser así, pienso enviar por el dicho Diego Velázquez y prenderle y preso, enviarle a vuestra majestad; porque cortando la raíz de todos males, que es este hombre, todas las otras ramas se secarán y yo podré más libremente efectuar mis servicios comenzados y los que pienso comenzar.
Todas las veces que a vuestra sacra majestad he escrito, he dicho a vuestra alteza el aparejo que hay en algunos de los naturales de estas partes para convertirse a nuestra santa fe católica y ser cristianos y he enviado a suplicar a vuestra cesárea majestad, para ello, mandase proveer de personas religiosas de buena vida y ejemplo. Y porque hasta ahora han venido muy pocos o casi ningunos y es cierto que harían grandísimo fruto, lo torno a traer a la memoria a vuestra alteza y le suplico lo mande proveer con toda brevedad, porque de ello Dios Nuestro Señor será muy servido y se cumplirá el deseo que vuestra alteza en este caso, como católico, tiene. Y porque con los dichos procuradores Antonio de Quiñones y Alonso Dávila, los concejos de las villas de esta Nueva España y yo enviamos a suplicar a vuestra majestad mandase proveer de obispos u otros prelados para la administración de los oficios y culto divino y entonces pareciéndonos que así convenía; ahora, mirándolo bien hame parecido que vuestra sacra majestad los debe mandar proveer de otra manera, para que los naturales de estas partes más aína se conviertan y puedan ser instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica. La manera que a mí, en este caso me parece que se debe tener, es que vuestra sacra majestad mande que vengan a estas partes muchas personas religiosas, como ya he dicho y muy celosas de este fin de la conversión de estas gentes y que éstos se hagan casas y monasterios por las provincias que acá nos pareciere que convienen y que a éstas se les dé de los diezmos para hacer sus casas y sostener sus vidas y lo demás que restare de ellos sea para las iglesias y ornamentos de los pueblos donde estuvieren los españoles y para clérigos que las sirvan. Y que estos diezmos los cobren los oficiales de vuestra majestad y tengan cuenta y razón de ellos y provean de ellos a los dichos monasterios e iglesias que bastará para todo y aun sobra harto, de que vuestra majestad se puede servir. Y que vuestra alteza suplique a Su Santidad conceda a vuestra majestad los diezmos de estas partes para este efecto, haciéndole entender el servicio que a Dios Nuestro Señor se hace en que esta gente se convierta y que esto no se podría hacer sino por esta vía. Porque habiendo obispos y otros prelados no dejarían de seguir la costumbre que, por nuestros pecados hoy tienen, en disponer de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios, en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes y aun sería otro mayor mal que, como los naturales de estas partes tenían en sus tiempos personas religiosas que entendían en sus ritos y ceremonias y éstos eran tan recogidos, así en honestidad como en castidad, que si alguna cosa fuera de esto a alguno se le sentía era punido con pena de muerte y si ahora viesen las cosas de la Iglesia y servicio de Dios en poder de canónigos u otras dignidades y supiesen que aquéllos eran ministros de Dios y los viesen usar de los vicios y profanidades que ahora en nuestros tiempos en esos reinos usan, sería menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla y sería tan gran daño, que no creo aprovecharía ninguna otra predicación que se les hiciese. Y pues que tanto en esto va y la principal intención de vuestra majestad es y debe ser que estas gentes se conviertan y los que acá en su real nombre residimos la debemos seguir y como cristianos tener de ellos especial cuidado, he querido en esto avisar a vuestra cesárea majestad y decir en ello mi parecer; el cual suplico a vuestra alteza reciba como de persona súbdita y vasallo suyo, que así como con las fuerzas corporales, trabajo y trabajaré que los reinos y señoríos de vuestra majestad por estas partes se ensanchen y su real fama y gran poder entre estas gentes se publique, que así deseo y trabajaré con el ánima para que vuestra alteza en ellas mande sembrar nuestra santa fe. Porque por ello merezco la bienaventuranza de la vida perpetua y porque para hacer órdenes y bendecir iglesias, ornamentos, óleo, crisma y otras cosas, no habiendo obispos, sería dificultoso ir a buscar el remedio de ellas a otras partes. Asimismo vuestra majestad debe suplicar a su Santidad que conceda su poder y sean sus subdelegados en estas partes las dos personas principales de religiosos que a estas partes vinieren, uno de la Orden de San Francisco y otro de la Orden de Santo Domingo, los cuales tengan los más largos poderes que vuestra majestad pudiere; porque, por ser estas tierras tan apartadas de la Iglesia romana y los cristianos que en ellas residimos y residieren tan lejos de los remedios de nuestras conciencias y como humanos, tan sujetos a pecado, hay necesidad que en esto Su Santidad con nosotros se extienda en dar a estas personas muy largos poderes y los tales poderes sucedan en las personas que siempre residan en estas partes, que sea en el general que fuere en estas tierras o en el provincial de cada una de estas órdenes.
Los diezmos de estas partes se han arrendado de algunas villas y de las otras andan en pregón y arriéndase desde el año de 23 a esta parte; porque de los demás no me pareció que se debía hacer, porque ellos en sí fueron pocos y porque en aquel tiempo los que algunas crianzas tenían, como eran en tiempo de guerras, gastaban más en sostenerlo que el provecho que de ello habían; si otra cosa vuestra majestad enviare a mandar, hacerse ha lo que más fuere su servicio.
Los diezmos de esta ciudad del dicho año de 23 y de este de 24 se remataron en cinco mil quinientos cincuenta pesos de oro y los de las villas de Medellín y la Vera Cruz andan en precio de mil pesos de oro; por los dichos años no están rematados; creo subirán más. Los de las otras villas no he sabido si están puestos en precio; porque, como están lejos, no he habido respuesta. De estos dineros se gastarán para hacer las iglesias y pagar los curas y sacristanes y ornamentos y otros gastos que fueren menester para las dichas iglesias y de todo tendrá cuenta el contador y tesorero de vuestra majestad, porque todo se entregará al dicho tesorero y lo que se gastare será por libramiento del contador y mío.
Asimismo, muy católico señor, he sido informado, de los navíos que ahora han venido de las islas, que los jueces y oficiales de vuestra majestad que en la isla Española residen han provisto y mandado a pregonar en la dicha isla y en todas las otras que no saquen yeguas ni otras cosas que pueden multiplicar para esta Nueva España, so pena de muerte. Y lo han hecho a fin que siempre tengamos necesidad de comprarles sus ganados y bestias y ellos nos lo vendan por excesivos precios y no lo debieran hacer así, por estar notorio del mucho deservicio que a vuestra majestad se hace en excusar que esta tierra se pueble y se pacifique; pues saben cuanta necesidad hay en esto que ellos defienden para sostener lo ganado y ganar lo que más hay, como por las buenas obras y mucho noble cimiento que aquellas islas de esta Nueva España han recibido y porque en la verdad ellos allá tienen poca necesidad de lo que defienden, suplico a vuestra majestad lo mande proveer, enviando a aquellas islas su provisión real para que todas las personas que lo quisieren sacar lo puedan hacer, sin pena alguna. Y a ellos, que no lo defiendan; porque, demás de no hacerles a ellos falta, vuestra majestad sería de ello muy deservido, porque no podríamos acá hacer nada en conquistar cosa de nuevo ni aun sostener lo conquistado.
Y yo me hubiera pagado bien de esto, de manera que ellos holgaran de reponer sus mandamientos y pregones, porque con dar yo otro para que ninguna cosa que de aquellas islas se trajese, se descargase en esta tierra, si no fuese las que ellos defienden, ellos holgarían de dejar traer lo uno porque se les recibiese lo otro, pues no tienen otro remedio para tener algo sino la contratación de esta tierra; que antes que la tuviesen no había entre todos los vecinos de las islas mil pesos de oro y ahora tienen más que en algún tiempo tuvieron. Mas por no dar lugar a que los que han querido mal decir puedan extender sus lenguas, lo he disimulado hasta manifestarlo a vuestra majestad, para que vuestra alteza lo mande proveer como convenga a su real servicio.
También he hecho saber a vuestra cesárea majestad la necesidad que hay que a esta tierra se traigan plantas de todas suertes y por el aparejo que en esta tierra hay de todo género de agricultura y porque hasta ahora ninguna cosa se ha provisto, torno a suplicar a vuestra majestad, porque de ello será muy servido, mande enviar su provisión a la Casa de la Contratación de Sevilla para que cada navío traiga cierta cantidad de plantas y que no pueda salir sin ellas, porque será mucha causa para la población y perpetuación de ella.
Como a mí me convenga buscar toda la buena orden que sea posible para que estas tierras se pueblen y los españoles pobladores y los naturales de ellas se conserven y perpetúen y nuestra santa fe en todo se arraigue, pues vuestra majestad me hizo merced de darme cuidado y Dios Nuestro Señor fue servido de hacerme medio por donde viniese en su conocimiento y debajo del imperial yugo de vuestra alteza, hice ciertas ordenanzas y las mandé pregonar y porque de ellas envío copia a vuestra majestad, no tendré que decir sino que, a todo lo que acá yo he podido sentir, es cosa muy conveniente que las dichas ordenanzas se cumplan.
De algunas de ellas los españoles que en estas partes residen no están muy satisfechos, en especial de aquellas que los obligan a arraigarse en la tierra; porque todos o los más, tienen pensamientos de haberse con estas tierras como se han habido con las Islas que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas y después dejarlas. Y porque me parece que sería muy gran culpa a los que de lo pasado tenemos experiencia, no remediar lo presente y por venir, proveyendo en aquellas cosas por donde nos es notorio haberse perdido las dichas islas, mayormente siendo esta tierra, como ya muchas veces a vuestra majestad he escrito, de tanta grandeza y nobleza y donde tanto Dios Nuestro Señor puede ser servido y las reales rentas de vuestra majestad acrecentadas, suplico a vuestra majestad las mande mirar y de aquello que es mas vuestra alteza fuere servido me envíe a mandar la orden que debo tener, así en el cumplimiento de estas dichas ordenanzas, como en las que más vuestra majestad fuere servido que se guarden y cumplan y siempre tendré cuidado de añadir lo que más me pareciere que conviene, porque como por la grandeza y diversidad de las tierras que cada día se descubren y por muchos secretos que cada día de lo descubierto conocemos, hay necesidad que a nuevos acontecimientos haya nuevos pareceres y consejos y si en algunos de los que he dicho, o de aquí adelante dijere a vuestra majestad, le pareciere que contradigo algunos de los pasados, crea vuestra excelencia que nuevo caso me hace dar nuevo parecer.
Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la imperial persona de vuestra majestad guarde y con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos, por muy largos tiempos en su santo servicio prospere y conserve, con todo lo demás que por vuestra alteza se desea. De la gran ciudad de Temixtitan de esta Nueva España, 15 días del mes de octubre de 1524 años. De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo, que los reales pies y manos de vuestra majestad besa. —Hernando Cortés.
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