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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Las tropas invasoras norteamericanas ocupan la capital de la República.

Septiembre 14 de 1847

 

Tras ocupar ayer Chapultepec, los norteamericanos avanzan hasta las garitas de Belem y San Cosme. "Esa noche, los estadounidenses dispusieron su artillería pesada cerca de la puerta de San Cosme y dispararon algunos morteros contra el Centro de la ciudad. El mensaje estaba implícito, pero fue entendido por todos: los estadounidenses se encontraban ya lo bastante cerca de la urbe densamente poblada como para hacer lo que habían hecho en Veracruz, es decir, obligar a la capitulación por medio del bombardeo de la población civil.” (Guardino Peter. La marcha fúnebre).

La ciudad de México está indefensa pues Santa Anna se ha retirado con el ejército a la ciudad de Guadalupe Hidalgo.

En la madrugada de este día martes 14 de septiembre, enviados de la Ciudadela, con bandera blanca, invitan al general Quitman a tomar la plaza, en la que todavía encuentra quince piezas de cañón montadas. A continuación envía una columna sostenida por una batería ligera a recorrer las principales calles de la ciudad hasta la plaza mayor.

“… las tropas estadounidenses ingresaron en la ciudad, marchando en forma precavida por las silenciosas calles hacia el centro de la capital del país… la mayoría de ellos no sabía que las tropas mexicanas habían abandonado la ciudad… para muchos de ellos, era la ciudad más grande que habían visto en su vida... la mayoría de los habitantes tampoco sabía que el ejército mexicano había partido... sin embargo, pronto se reunió más y más gente y empezaron los murmullos y, cuando las tropas estadounidenses se acercaban a la plaza principal, un disparo hirió a uno de sus oficiales. A ese disparo, pronto siguieron otros; una lluvia de piedras cayó sobre esos soldados desde las llanas azoteas de la ciudad y las multitudes hicieron frente a los estadounidenses. Cuando éstos ingresaban en la plaza, la multitud gritaba " [Mueran los americanos!" y "¡Muera Santa Anna!"… (Guardino, ya citado)

El capitán Roberts, del regimiento de rifleros, entra al Palacio Nacional, que había sido saqueado, y a las siete de la mañana de hoy coloca en su asta la bandera de las barras y las estrellas. Guillermo Prieto (Memorias de mis Tiempos) relata que un francotirador mexicano disparó certero contra el primer soldado norteamericano que trató de izar esa bandera.

“Después de que los estadounidenses ocuparon Palacio Nacional, Winfield Scott salió a un balcón para felicitar a sus tropas, pero varias mujeres interrumpieron al general, particularmente corpulento, gritándole "¡Cállate costalón!" y los enfrentamientos se sucedieron… los violentos combates se prolongaron a lo largo de todo el 14 y gran parte del 15 de septiembre. Los mexicanos disparaban con mosquetes y pistolas desde las entradas y las azoteas de las casas y siguieron arrojando piedras también desde lo alto; algunos grupos enfrentaron a los estadounidenses en las calles con cuchillos y garrotes, y algunos habitantes se expusieron intencionadamente para atraer a los estadounidenses a emboscadas… Los estadounidenses, que apenas unos minutos antes habían creído haber capturado una de las ciudades más grandes del mundo, se vieron envueltos en un encarnizado combate urbano”. (Guardiano, ya citado)

“Entre tanto, el combate se había generalizado ya: en todas las calles que había ocupado el ejército enemigo, se peleaba con arrojo y entusiasmo. La parte del pueblo que combatía, lo hacía en su mayoría sin armas de guerra, a escepcion de unos cuantos, que más dichosos que los demás, contaban con una carabina o un fusil, sirviéndose el resto, para ofender al enemigo, de piedras y palos, de lo que resultó que hicieran en los mexicanos un estrago considerable las fuerzas americanas.

Algunos nacionales, de los que la noche anterior se habían visto obligados a abandonar sus puestos, salieron de sus casas a la calle, llevando consigo sus fusiles, para tomar parte en la refriega. Ocupáronse algunos edificios altos y varios templos, desde donde se podía hacer más daño a los enemigos. De los barrios de San Lázaro, San Pablo, la Palma y el Carmen, se veían brotar hombres decididos a buscar la muerte por defender su libertad; y muchos que a consecuencia de la distancia, no podían ofender a sus contrarios con sus armas improvisadas, salían a la mitad de las calles, sin otro objeto que provocarlos, para que se arrojaran sobre ellos, y pudiera el que tenía fusil dispararlo con buen éxito.

Multitud de víctimas en todo aquel día regaron con su sangre las calles y plazas de la ciudad. Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del pueblo bajo, fue en lo general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna, que veía con indiferencia la humillación de la patria, con tal de conservar sus intereses y su comodidad.

Todo el día resonó en la ciudad el ruido desolador de la fusilería; y la artillería, haciendo estremecer los edificios hasta en sus cimientos, difundía por todas partes el espanto y la muerte. Horas enteras se prolongó la lucha emprendida por una pequeña parte del pueblo, sin plan, sin orden, sin auxilio, sin ningún elemento que prometiera un buen resultado; pero lucha, sin embargo, terrible y digna de memoria

Aun en medio del combate, los enemigos se entregaron a los más infames escesos: horribles fueron los desastres que señalaron la ocupación de México. El que no haya visto a una población inocente presa de una soldadesca desenfrenada, que ataca al desarmado, que fractura las puertas de los hogares para saquearlos, asesinando a las pacíficas familias, no puede formarse una idea del aspecto que presentaba entonces la hermosa cuanto desgraciada capital de la República”. (Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos)

“… las bajas fueron numerosas. John Henshaw escribió que los estadounidenses perdieron más hombres en los combates callejeros que los que habían perdido en la batalla de Chapultepec y en las puertas de la ciudad el día anterior… en otras fuentes, se estimó que las bajas llegaron a 300… Los combates amainaron a la caída de la noche del día 14, pero se reiniciaron a la mañana siguiente y continuaron con variada intensidad a todo lo largo del día; no fue sino hasta el día 16 cuando los que habían disputado el dominio de las calles a los estadounidenses pasaron de la resistencia abierta a las actividades clandestinas, atacando por la noche a los estadounidenses aislados. Pasaron varios meses antes de que esos mortales ataques nocturnos disminuyeran y los estadounidenses se sintieran relativamente a salvo en la ciudad. (Guardino, ya citado).

La respuesta de los estadounidenses es una indicación de la severidad de la resistencia: rápidamente desplegaron su artillería y destruyeron las casas desde las que los mexicanos disparaban sus armas o arrojaban piedras; asimismo, apuntaron la artillería contra las multitudes, usando metralla, el tipo de munición que se usaba durante las batallas para atacar directamente a la infantería; además, se ordenó a los soldados que forzaran y saquearan todos los edificios desde donde les dispararan y que mataran o capturaran a sus habitantes. En ocasiones, con base en su particular interpretación de esas órdenes, los soldados afirmaban haber oído disparos desde algunas mansiones para después saquearlas. Los mexicanos que fueron capturados combatiendo a los estadounidenses fueron ejecutados en el acto y, en algunos casos, sus cadáveres fueron expuestos como advertencia. Hubo incluso mexicanos desarmados que fueron ejecutados; el 14 de septiembre, Ethan Allen Hitchcock escribió en su diario: "muchos mexicanos han sido asesinados [...]. Hace apenas unos momentos, vi que un mexicano desarmado era asesinado deliberadamente y me pareció horrible"; en palabras de Daniel Harvey Hill, fue "un día de tanto derramamiento de sangre y brutalidad como espero no volver a ver nunca".” (Guardino, ya citado).

Por otra parte, los regidores Urbano Fonseca y José María Saldívar, acompañados por el oficial mayor del ayuntamiento, Leandro Estrada y por el intérprete Juan Palacios viaja a Tacubaya a pedir a Scott garantías para la ciudad, y éste responde que no firmará capitulación alguna; sin embargo, les da la garantía de honor de que se respetará a la población civil. Nombra al general Quitman gobernador civil y militar de la ciudad. Por su parte, el obispo hizo cantar un Te Deum para celebrar la victoria; muchos ricos lo apoyaron, aplaudiendo a los invasores, y algunos vieron con agrado la idea de la anexión a Estados Unidos.

Sin embargo, ante la tenaz resistencia de los grupos más pobres de la población, Winfield Scott, que los consideraba incapaces de cualquier sentimiento patriótico y meros delincuentes y presos liberados a propósito, envió sus emisarios al arzobispo y al ayuntamiento de la ciudad a advertirles que ordenaría a sus soldados el saqueo de todas las iglesias y las casas si la resistencia continuaba. Asimismo, ordenó que fueran voladas todas las casas desde donde se agrediera a sus soldados y los vecinos fusilados sin mayor formalidad.

Este mismo día, el Ayuntamiento publica un manifiesto exhortando a mantener la tranquilidad, pues mientras siguiera la acción de los francotiradores, los norteamericanos no garantizarían los derechos naturales y de gentes. Pero la resistencia del pueblo continúa. No sirve para el desánimo, la noticia de que las tropas mexicanas que estaban en la Villa de Guadalupe, en vez de venir a defender la capital, se alejan cada vez más sin combatir.

Culmina así la guerra con el terror y espanto de la población de la capital de la República, inerme ante la soldadesca desenfrenada por su "victoria". Una guerra planeada muchos años atrás por los gobiernos norteamericanos en la que se cubrieron todos los frentes con un admirable, si hubiera sido para fines distintos, grado de racionalidad estratégica para sacar ventaja y asegurar la derrota aplastante de los mexicanos. La presa fue cuidadosamente acorralada sin ninguna escapatoria.

“La mayor ventaja que Estados Unidos tenía era su prosperidad; cuando se examina la historia social y cultural de la guerra, queda muy claro que las diferencias económicas entre los dos países contribuyeron mucho más a la victoria estadounidense que las diferencias políticas. Los políticos de México fueron capaces de atraer a sus compatriotas para que se integraran a las filas de sus ejércitos, pero esos ejércitos estaban mal equipados y aprovisionados: con frecuencia, los soldados mexicanos carecían de uniformes adecuados y casi siempre enfrentaron a los estadounidenses con armas gastadas y frágiles. La falta de alimentos hizo que su experiencia fuera aún más dramática: los soldados y las mujeres que los acompañaban solían marchar con hambre y luchar con hambre… La principal ventaja de Winfield Scott a todo lo largo de la campaña fue que siempre pudo pagar y alimentar a sus soldados, algo que el ejército mexicano sólo podía soñar con hacer. (Además). los estadounidenses no tuvieron que transportar alimentos, la necesidad más constante de un ejército, porque pudieron comprárselos a los mexicanos… (Guardino, ya citado)

Desde la independencia de España, el gobierno mexicano era incapaz de sostener una guerra dados sus graves problemas financieros y como escribió Raymundo de Montecucculi: “Para sostener una guerra se necesitan sólo tres cosas: dinero, dinero y más dinero”. (Dell’arte della guerra).

Desde años antes del rompimiento de las hostilidades los gobiernos estadounidenses persuadieron a su pueblo de la necesidad de la guerra con México mediante el uso eficaz de propaganda patriótica, lo que generó legitimidad y voluntarios para el esfuerzo bélico.

Estudiaron las características y capacidades del ejército mexicano y tuvieron conciencia de su debilidad y atraso: "No creo yo que los varones mexicanos tengan una fuerza muy superior a la que es común entre nuestras mujeres. Son por lo general de estatura muy baja y en su mayoría no están acostumbrados a hacer ningún trabajo ni ejercicio de ninguna clase. ¡Cuán ventajosa y asesina tenía que resultar esa desigualdad entre un cuerpo de caballería americana y un número igual de mexicanos!".

Con anticipación, analizaron las divisiones, conflictos y contradicciones políticas, económicas, sociales y religiosas de la sociedad mexicana para emplearlas a su favor, y enviaron agentes encubiertos a sobornar políticos y militares para agudizarlas. Además, escogieron la situación internacional más favorable a sus planes, en la que ninguna potencia como Francia o Inglaterra estuvieran dispuestas a acudir en ayuda de México, y mientras España intrigaba para cambiar el régimen republicano e imponer al infante Enrique como rey de la ex colonia reviviendo el Plan de Iguala.

Enseguida fueron escalando sus reclamaciones y provocaciones hasta que México no tuviera más opción que defenderse con las armas y entonces exhibirlo como país agresor y declararle la guerra con el apoyo patriótico popular.

Al decretarse el estado de guerra se apoderaron de inmediato de los territorios mexicanos del norte que ambicionaban incorporar a su país y en donde la resistencia probable era menor y la población mexicana escasa, así se garantizaba la toma del botín por anticipado, independientemente del resultado de la guerra.

A partir de estas acciones emprendieron con gran superioridad militar, sobre todo de su moderna artillería, una guerra despiadada y generalizada, de gran mortalidad, sobre todo entre la población civil, para provocar el terror y la desbandada, y obligar a los mexicanos a aceptar una indemnización, descontadas sus exorbitantes reclamaciones, por los territorios ya ocupados desde el principio del conflicto.

Para evitar el suministro bélico del exterior y que el ingreso de las aduanas sirviera para financiar al famélico y caduco ejército mexicano, la escuadra estadounidense, sin barcos mexicanos que se le enfrentaran porque prácticamente no existían, bloqueó los principales puertos  del Golfo y del Pacífico y en cuanto pudieron, los invasores tomaron las aduanas y cobraron los aranceles respectivos para cubrir parte, por lo menos, de la compra de alimentos para sus soldados, aprovechando la pobreza e ignorancia de la masa campesina indiferente a la guerra.

En prevención de que la defensa del catolicismo se convirtiera en motivo para alentar la resistencia de la población civil, el ejército norteamericano incluía capellanes católicos cuya encomienda era contactar con los sacerdotes mexicanos para convencerlos de que se respetaría su culto, sus iglesias y sus propiedades.

Además de la guerra convencional usaron lo que ahora se conoce como "guerra política", que trata de aprovechar los conflictos y contradicciones de una sociedad. Así fomentaron las disensiones mediante “oficiales discretos que hablaran español”, convertidos en agentes confidenciales. En una orden de Washington al general Taylor fechada el 7 de julio de 1846, se lee: "hay que aprovechar toda ocasión para enviar oficiales al cuartel general del enemigo con fines militares reales o aparentes, como ocurre de ordinario entre ejércitos, y que en tales oportunidades se hablase de la guerra misma diciendo que solamente se hacía para obtener justicia, y que esto preferiríamos conseguirlo mediante negociaciones a lograrlo por medio de la guerra…. Ya comprenderá usted que en un país tan dividido en razas, clases y partidos como México, y con tantas divisiones locales entre individuos, debe de haber magníficas oportunidades para influir en la mente y en los sentimientos de una gran parte de los habitantes e inducirlos a desear que tenga buen éxito nuestra invasión, la cual no tiene por objeto perjudicar a su país, y, al arrojar a sus opresores, puede beneficiarlos a ellos. Entre los españoles, que monopolizan la riqueza y el poder en el país, y la raza india mezclada que lleva su carga, debe de haber suspicacias y animosidades. Los mismos sentimientos deben de existir entre las bajas y las altas órdenes del clero, siendo estas últimas las que disfrutan de las dignidades y los ingresos, en tanto que las primeras tienen la pobreza y el trabajo. En todo este campo de división, en todos estos elementos de discordia social, política, personal y local, debe de haber manera de llegar a los intereses, las pasiones, los principios de algunos de los partidos, y conciliar de ese modo su buena voluntad, y convertirlos en cooperadores nuestros para hacer una paz pronta y honorable”.

Con igual propósito usaron proclamas con grandes mentiras: “Venimos a derrocar a los tiranos que han destruido vuestras libertades, pero no venimos a hacer la guerra al pueblo de México ni a ningún Gobierno libre que los mexicanos escojan por sí mismos. Nuestro deseo es veros libertados de los déspotas, rechazar a los comanches bárbaros e impedir que renueven sus asaltos…”.

En los lugares que tenían planeado despojar a México, hicieron grandes promesas: “Es deseo e intención de los Estados Unidos dar a Nuevo México un gobierno libre, con la menor tardanza posible, semejante al gobierno de los Estados Unidos…”. El suscrito absuelve a todos los habitantes de California, por medio de la presente, de toda falta de lealtad a la República de México y los considera ciudadanos de los Estados Unidos. Las barras y las estrellas flotan ahora sobre California; y mientras el sol vierta su luz, seguirán ondeando sobre este territorio y sobre los naturales del país, así como sobre aquellos que quieran acogerse a su seno; y bajo la protección de esta bandera, la agricultura deberá progresar y las artes y las ciencias florecerán como semilla en fértil suelo. Los americanos y los californios forman de aquí en adelante un solo pueblo".

También utilizaron sus periódicos para desalentar la resistencia y convencer de las bondades de la posible anexión a Estados Unidos. La "Estrella Americana" a la vez que insultaba a Santa-Anna y su ejército y hería a los mexicanos, propugnaba por la paz. "El Norte-Americano", además de hacer lo mismo, difundía las ventajas que resultarían a los mexicanos con incorporarse a los Estados Unidos.

Ya habiendo tomado la capital mexicana, el ejército norteamericano exterminó con mano de hierro todo foco de resistencia calle por calle y casa por casa; utilizó presidiarios de Puebla para combatir a los guerrilleros que aun luchaban y estableció un sistema de espías mexicanos para infiltrarse en los grupos que resistían la invasión y denunciar a los participantes para que fueran aprehendidos y fusilados.

El general Scott asumirá el gobierno civil y militar de los territorios ocupados por sus fuerzas, se apoderará de todos los ingresos gubernamentales e impondrá cuantiosas cuotas a los Estados para financiar al ejército estadounidense. México será el primer país que se verá gobernado por un ejército norteamericano de ocupación.

La población sufrirá inmensas penalidades: desde la muerte por los crueles bombardeos, el hambre y la enfermedad por la suspensión de abastos, el aumento de la delincuencia que aprovechará la situación para dedicarse al robo y al saqueo, hasta el abuso de las tropas norteamericanas, especialmente los voluntarios, gente burda sin disciplina ni uniforme, a los que importaba más obtener un botín que el rumbo de la guerra que supuestamente peleaban.

Culminó así un pequeño ensayo de lo que serán las crueles guerras imperialistas de la mayor potencia militar de la historia de la humanidad. Sin embargo, la gloria militar de Estados Unidos en la guerra contra México nunca alcanzó las victorias obtenidas por generales franceses, ingleses o rusos en las guerras europeas de la época, en las que se enfrentaron ejércitos de cientos de miles de hombres con potencia de fuego similar. En México, en las escasas batallas libradas, nunca se enfrentaron entre sí ni diez mil soldados, independientemente de la franca superioridad de los estadounidenses y de la patética inferioridad de los mexicanos. Si se sumaran todos los efectivos participantes en todas las acciones bélicas efectuadas en México, no superarían el número de combatientes de una sola de aquellas grandes batallas.

Pero esta fue su primera guerra internacional, las siguientes guerras de Estados Unidos en el siglo XX tendrán dimensiones mundiales.

Durante todo el tiempo que durará la ocupación, el pueblo se mantendrá rebelado y una comisión militar, juzgará a los “rebeldes” y será frecuente que a pedradas, la gente impida la aplicación de los castigos impuestos. Como antes de la llegada de las tropas invasoras al valle de México, se habían desempedrado varias calles de la capital y colocadas las piedras en las azoteas para arrojarlas a los norteamericanos, las autoridades de la ocupación ordenarán bajarlas y regresarlas a sus sitios anteriores.

“Nada representa la derrota de un país de manera más convincente que su capital ocupada por el ejército invasor. El otoño de 1847 fue una estación amarga para la ciudad de México. Las negociaciones sobre la paz todavía no habían comenzado y la presencia de miles de soldados estadounidenses recordaba todo el tiempo a sus habitantes lo que ya habían perdido y lo que todavía podrían perder en el futuro. Los mexicanos conmemoran a sus muertos cada 2 de noviembre, el Día de Todos los Santos, conocido como Día de los Muertos o de los Fieles Difuntos: visitan los cementerios, adornan las tumbas, celebran la vida de los caídos y los lloran.

En 1847, en el editorial de un periódico de la ciudad de México, se decía que la presencia de los estadounidenses dio a la ocasión un tono diferente; el anónimo editorialista escribió:

‘Las familias en donde falta el padre, el hijo, el esposo, etc., gimen a la vista de sus asesinos, pues los deudos que lloran fueron sacrificados en Churubusco, Molino del Rey y otros puntos, y en un día en que se hace recuerdo de los fieles difuntos, ostentan sus armas y nos insultan con sus músicas militares, vienen a nuestra plaza de armas a ejecutar en nuestra presencia evoluciones prácticas, como para decir a nuestras mujeres: nosotros os hemos dejado viudas, huérfanas, y sin apoyo: pues bien, aún estamos aquí instruyéndonos en el manejo de las armas para seguir llenando de luto vuestras ciudades, si no condescendéis con nuestras ideas: vuestros hombres son menos fuertes que nosotros y vuestro territorio nos pertenece por herencia. La ley del más fuerte nos constituye en árbitros de vuestra suerte futura y presente’.

Como para demostrar el punto de vista del editorialista, las autoridades militares estadounidenses amenazaron de inmediato con clausurar el periódico si volvía a publicar otros artículos similares.

Con todo, lo principal era que los estadounidenses estaban actuando como conquistadores: robaban en las casas, les quitaban su mercancía a los vendedores callejeros de comida y se rehusaban a pagar por ella, obligaban a los propietarios de las tabernas a mantenerlas abiertas fuera del horario permitido, abusaban de los serenos y de los recogedores de la basura de los que el ayuntamiento dependía para mantener limpia la ciudad y con frecuencia provocaban reyertas con los mexicanos en las calles; muchos mexicanos creían que los estadounidenses mataban a sus compatriotas de manera arbitraria por el simple hecho de caminar cerca de los edificios utilizados para acuartelar a las tropas invasoras." (Guardino, ya citado).

La bandera del águila y la serpiente volverá a ondear en el Palacio Nacional hasta el 12 de junio de 1848.

El cabildo de la ciudad pedirá al ejército estadounidense que se marche sin llevar a cabo la ceremonia de cambio de banderas ante el temor de que resurja la violencia. Así, sólo unos pelotones simbólicos de los dos ejércitos se harán un saludo mutuo y será entregado a los mexicanos el gobierno de la capital.

Pero de todos modos la violencia popular se manifestará especialmente contra las mujeres que se relacionaron con los invasores llamadas “viuditas”, que serán sometidas a múltiples vejaciones: lo mismo serán rapadas que mutiladas, lapidadas, violadas, azotadas y asesinadas.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.