25 de Agosto de 1829
Joel Robert Poinsett, embajador norteamericano en México, ofrece al gobierno mexicano cinco millones de pesos por el territorio de Texas; el gobierno mexicano rechaza la oferta.
Cuando México apenas se había logrado la independencia de España, Estados Unidos, envió a Poinsett quien llegó con una carta de presentación del Secretario de Estado Henry Clay, su misión era: solicitar de Iturbide la cesión de territorio.
Iturbide, había instruido al representante en Washington, Manuel Zozaya, en el sentido que lo que debía prevalecer en el arreglo de un posible tratado de límites, era el Tratado Transcontinental de 22 de febrero de 1819 celebrado por Luis de Onis, (Ver Documento) entonces Ministro del Rey de España y John Quincy Adams Secretario de Estado de Estados Unidos.
Posteriormente, a través de la Logia Yorkina, Poinsett logró desplegar una influencia tal, que –según se dijo- logró la renuncia el 26 de septiembre de 1825 del Ministro de Relaciones Lucas Alamán, que se había atrevido a impedirle que planteara la cuestión de las fronteras.
Salvador Méndez Reyes, refiere en El hispanoamericanismo de Lucas Alamán, que Alamán tenía la idea de establecer un bloque económico latinoamericano y que su renuncia al ministerio de Relaciones facilitó la firma de un tratado con Inglaterra muy ventajoso y, además, el de comercio con Estados Unidos.
Durante la gestión de Guadalupe Victoria, Poinsett, tiene la encomienda de negociar un tratado de límites y comercio con el gobierno mexicano pero Alamán sostuvo que antes de firmar el tratado de límites era necesario que, partiendo de los límites establecidos en el tratado Onís-Adams –referido anteriormente-, “especialistas en la materia hicieran un reconocimiento técnico de las fronteras de ambos países, lo cual llevaría algún tiempo y por lo tanto era conveniente negociar en principio sólo un tratado de comercio, lo cual fue aceptado por el diplomático norteamericano”.
Así, el 22 de agosto de 1825 tuvo lugar la primera conferencia entre Lucas Alamán, ministro de Relaciones, y José Ignacio Esteva, ministro de Hacienda, por parte de México, y Joel R. Poinsett, por parte de Estados Unidos, para tratar el acuerdo. En la segunda conferencia, Alamán se opuso a la “'perfecta reciprocidad’ que quería imponer el estadounidense, ante lo cual los delegados mexicanos ‘...sostuvieron que, dado el mayor tonelaje de la marina norteamericana, ello sería imposible por lo cual propusieron que la reciprocidad se lograra a base de establecer normas de naciones más favorecidas’. Poinsett se opuso también a la idea Alamán, es decir al proyecto de don Lucas de formar un bloque económico latinoamericano, ya que el charlestoniano quería que su país recibiera el trato preferencial que México ofrecía a las repúblicas hermanas. A esto desde luego Alamán se opuso por el desarrollo económico tan desigual que existía entre éstas y los Estados Unidos. El enviado norteamericano postuló el concepto de la unidad de intereses continentales, es decir la creación de un sistema americano que preconizaban los estadistas de la joven potencia que representaba”. En este punto, Méndez Reyes cita a Esquivel Obregón ‘... lo que se quería con la doctrina Monroe era aislarnos de Europa, y con los tratados de comercio aislarnos de los pueblos hermanos; pero eso si, invocando la unión continental, que aún no se llamaba panamericanismo’.” El 19 de septiembre de 1825 fue realizada la tercera conferencia entre los delegados mexicanos y Poinsett, y fue una semana después, Alamán renunció al ministerio. “Parece ser que el influjo de Poinsett en el gobierno de Victoria, a través de los yorkinos, era mayor que el del ministro Alamán. Sin la incómoda presencia, para Poinsett, de éste se firmó el tratado de comercio entre ambos países el 10 de julio de 1826. Los signatarios fueron Sebastián Camacho, José Ignacio Esteva y Joel R. Poinsett. Sobra decir que no se incluyeron las medidas que privilegiaban el comercio de México con los países hermanos. Los norteamericanos nunca le perdonarían a don Lucas su actitud firme y un historiador de ese país lo llamó ‘the man with black brains’. Para otro escritor norteamericano la Idea Alamán ‘...-hispanización y liga de las colonias emancipadas de España- era un pensamiento satánico’. Sin embargo, la Idea Alamán de formar con Latinoamérica ‘...una comunidad de intereses con privilegios a que las otras naciones extranjeras para nosotros no tuviesen ningún derecho...’, ha merecido grandes elogios de americanistas de la talla de Vasconcelos, quien al respecto declaró: ‘Esta medida que naturalmente nos hubiera restituido las ventajas del Imperio español sin sus inconvenientes, dándonos una posición única en el mundo, fue derrotada por los gobiernos posteriores al servicio del poinsetismo’.” (Ver Documento)
En 1827, la primera versión del Tratado de Amistad y Comercio entre México y su vecino del norte pasó a revisión del Congreso, algunos diputados, entre ellos, Manuel Crescencio Rejón, insistían en que antes de ser discutido, debía exigirse que Estados Unidos reconociera la vigencia de esos acuerdos del año 1819, punto en el que Poinsett tendría que ceder. (Ver Documento) Sin embargo, Francisco de Paula y Arrangoiz, escribe “Informado el Gobierno de los Estados Unidos por Mr. Poinsett, de las buenas disposiciones en que se encontraban algunos patriotas mexicanos de su logia, le dio instrucciones el quince de marzo para que manifestara al de México, que los Estados Unidos deseaban variar la línea divisoria entre las dos Repúblicas, llevándola a la embocadura del río Grande, del Norte o Bravo, que los tres nombres tiene, siguiendo su orilla hasta el río Puerco, y la orilla de ésta hasta su nacimiento, que está en Nuevo México; de allí al Norte hasta el Arkansas, y de éste hasta los 42° de latitud Norte; por cuya variación, en que quedaba todo Texas dentro de los Estados Unidos, ofrecía UN MILLÓN de pesos su Gobierno, que ciertamente no podía ser acusado de despilfarrar los fondos públicos con tal proposición. A pesar de parecerle poca la suma, hizo indicaciones Poinsett al Gobierno a mediados de abril [de 1827], pero no fueron bien acogidas.”
Finalmente, en esta fecha, Poinsett, ofreció cinco millones por el territorio de Texas y tampoco fue admitida su propuesta Arrangoiz señala que “entonces, acudió a otro medio… el de proponer un préstamo de diez millones con hipoteca de Texas” propuesta que también fue rechazada. El 30 de diciembre siguiente, el Congreso expedirá un decreto en cuyo artículo tercero dirá: “Expedirá [el Supremo Gobierno] sin pérdida de tiempo el debido pasaporte al enviado cerca de la República mexicana por los Estados Unidos del Norte”.
Estados Unidos no cejaría en un afán expansionista, de modo que la Guerra de 1847, solamente fue un pretexto para apropiarse del territorio. En 1848, en sus observaciones a los Tratados de Guadalupe, Manuel Crescencio Rejón escribirá: “hace veinticuatro años que el gobierno de los Estados Unidos empezó a hacer diligencias porque le vendiéramos nuestra vasta provincia de Tejas; y cuando hasta ahora...le hemos visto proclamarse dueño de ella a la faz del mundo, extender sus límites alzándose con otra porción considerable de nuestros terrenos, declarar a la república la guerra... perdimos al fin la mitad de nuestro territorio... Rechazadas sus propuestas de compra que hizo en los años de 1825 y 1827... acudió a otro medio para hacerse de la referida provincia...”
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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