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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Se firma el Pacto de Teoloyucan por el que es disuelto el Ejército Federal

13 de Agosto de 1914

Durante los últimos lustros del gobierno de Porfirio Díaz, se comenzó a dar el nombre de Ejército Federal a las fuerzas militares mexicanas que al lado de los “rurales” y las “reservas” –creadas bajo el ministerio de Bernardo Reyes-, se fueron integrando con verdadero espíritu de cuerpo y del deber, al nivel de los ejércitos profesionales.

El Ejército Federal fue leal a los gobiernos emanados de la Constitución, defendió a Díaz contra la rebelión maderista; después a Madero contra zapatistas y orozquistas y, finalmente a Huerta contra los revolucionarios, aunque algunos de sus jefes, como Huerta, Mondragón, Reyes y Félix Díaz, faltando a su deber, participaron en el asesinato de Madero.

Sin embargo, “para fines de abril y principios de mayo de 1914, en los alrededores de Saltillo se observaban escenas dramáticas. En pleno desorden deambulaban como sonámbulos entre 9 mil y 10 mil soldados, restos de las divisiones del Nazas, Bravo y del Norte, las tres más importantes del Ejército federal, que semanas antes fueron masacradas por Francisco Villa en la batalla de Torreón.” (Ramírez Rancaño Mario. La disolución del Ejército Federal).

La toma de Zacatecas por las fuerzas villistas fue el golpe de muerte para el Ejército Federal. “Los efectivos militares de las cuatro divisiones restantes del Ejército federal, las del Distrito Federal, Sur, Oriente y la llamada Península, eran mínimos y de segundo nivel. Salvo la de Oriente, por la presión zapatista, el resto casi no tuvo acción militar.” (Ramírez Rancaño, ya citado). La derrota era completa.

El 20 de julio siguiente, Venustiano Carranza declaró que ordenaría la desaparición del Ejército Federal y aplicaría la pena de muerte a los militares que habían luchado en contra del Constitucionalismo, salvo que procedieran de inmediato a su rendición incondicional:

“El antiguo Ejército federal será licenciado sin que sea retenido en el servicio ni un solo soldado. Todos los que se han obstinado en la innoble tarea de defender al usurpador, serán juzgados sumariamente de acuerdo con la Ley del 25 de enero. Los que se rindan a tiempo quedan amnistiados; pero por el término de cinco años serán privados de sus derechos de ciudadanía. Y, sin excepción, todos los individuos que tomaron parte en el golpe de Estado y en la traición a Madero, serán castigados con todo el rigor que merecen."

Seis días después, el Lic. Francisco S. Carvajal, nuevo presidente de la República tras la renuncia del dictador Huerta, envió un telegrama al general Obregón con el ofrecimiento de entregarle el gobierno. Obregón lo remitió a Carranza y Carvajal envió a Coahuila al general Lauro Villar para proponer un alto al fuego e iniciar negociaciones de paz. El Primer Jefe ignoró la propuesta y ordenó a Obregón adelantarse a Villa en la toma de la capital de la República.

La moral del Ejército Federal comenzó a resquebrajarse, abundaron las deserciones y varios generales manifestaron al presidente Carvajal que el ejército había acordado ya no hacer resistencia. Se contaba con 38,600 hombres, 18 baterías de artillería, 29 secciones de ametralladoras, 50 millones de cartuchos y 6 mil granadas. Pero como no se podía descuidar la defensa de la ciudad contra los zapatistas, sólo la mitad de estos efectivos estaba disponible para resistir a Obregón.

Muchos jefes militares solicitaban su retiro y decenas de oficiales y centenares de soldados desertaban a diario envalentonados por la propaganda que hacían revolucionarios infiltrados en los cuarteles y campamentos federales. Ni el propio presidente Carvajal estaba convencido de que había otro camino distinto a la claudicación, angustiado ya por la posibilidad de ser condenado a muerte junto con su gabinete por los tribunales constitucionalistas. Temió también la traición de los suyos y ser entregado a los revolucionarios.

La mano de los Estados Unidos apresuró la decisión de los negociadores del gobierno federal encabezados por el general Refugio Velasco, cuando Alfredo Robles Domínguez, representante de Carranza, mostró un mensaje de Washington en el que se ordenaba a las tropas yanquis que ocupaban el puerto de Veracruz, avanzar a la capital si ahí combatían federales y rebeldes. La única opción para ambos bandos si se quería evitar la intervención norteamericana era entregar la plaza de México al general Obregón y disolver el Ejército Federal. A partir de entonces ya todo fue cumplir con las formalidades para pactar la entrada a la ciudad de México de los constitucionalistas y la disolución del Ejército Federal, salvo la resistencia del general José Refugio Velasco a asumir la disolución del Ejército Federal que según él correspondía a Carvajal quien se vio obligado a firmar un acuerdo al respecto.

Hoy este ejército profesional, destrozado por las fuerzas revolucionarias, firma sobre la salpicadera de un automóvil, el acuerdo por el que entrega la capital del país a los constitucionalistas y acepta su propia disolución. Horas antes, en la madrugada, el presidente Carvajal había salido al exilio en un tren junto con sus principales allegados hacia Veracruz.

En las semanas siguientes serán desarmados 10 generales de división y 61 de brigada, 1006 jefes, 2446 oficiales, 24,800 elementos de tropa y 21 cuerpos de rurales con 500 jinetes cada uno. Los generales, jefes y oficiales quedaron a disposición del Primer Jefe. La tropa fue dada de baja para regresar a sus hogares. Semanas después el general Velasco huyó al extranjero, lo mismo que otros militares que pudieron hacerlo, dada la hostilidad de los revolucionarios hacia ellos. Para algunos generales, como Félix Díaz, Velasco no debió disolver el Ejército Federal que aún estaba en condiciones de resistir y a falta de presidente debió asumir la primera magistratura.

“Con este acto simbólico culminó el colapso de un Estado penosamente construido durante el régimen de Porfirio Díaz. La revolución, finalmente, había subvertido todo el orden político de la nación. Habían desaparecido los tres poderes de la Unión; el personal ejecutivo de los cuatro niveles de gobierno había sido cambiado por completo, o iba a terminar de serio al aplicarse los Acuerdos; los partidos políticos, los periódicos nacionales, las organizaciones que respaldaban a la dictadura, el ejército federal, la marina, los rurales de la federación, en fin, todas las instituciones del Estado, fueron barridas por el huracán revolucionario y algunas estaban siendo sustituidas por otras nuevas.

El 13 de agosto de 1914 la revolución se erguía triunfante sobre los restos del antiguo régimen, pero la victoria se empañaba por las diferencias personales y de proyecto que dividían a los vencedores. La más evidente era la que separaba al Ejército Constitucionalista del Ejército Libertador del Sur: aparecía incluso en los Acuerdos de Teoloyucan, donde se especificaba que fuerzas constitucionalistas relevarían a las guarniciones federales que defendían el sur del Distrito Federal frente a la ofensiva del Ejército Libertador. El movimiento suriano nunca había aceptado la preeminencia del Ejército Constitucionalista en la revolución, ni el liderazgo de su Primer Jefe, y ahora, destruido el antiguo régimen, los zapatistas veían frente a sus posiciones militares un nuevo enemigo”. Salmerón Pedro. Los Carrancistas).

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.