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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Estalla la rebelión indígena en Nuevo México que expulsará a los españoles de esta provincia los siguientes trece años.

10 de agosto de 1680

Popé, del poblado de San Juan Pueblo, Luís Tupatu y Antonio Malacate, de otros pueblos vecinos, la encabezan un día antes de la fecha prevista, porque son descubiertos. Por primera vez los pueblos indígenas de Nuevo México actúan de manera concertada mediante cuerdas cuyos nudos son mensajes sobre la fecha de la rebelión. Cuenta la leyenda que cada nudo equivalía a un día y cada día debía desatarse uno, y que cuando quedara el último nudo sería el momento del levantamiento.

Popé (“chayote maduro” en lengua tewua) fue uno de los 47 líderes religiosos que en 1675 fueron arrestados por los españoles bajo el cargo de brujería. Tres de ellos fueron ejecutados, uno cometió suicidio y los demás fueron azotados en Santa Fe y condenados a ser vendidos como esclavos. Los guerreros indígenas demandaron pacíficamente su liberación al gobernador español, quien accedió ante una posible revuelta, muy peligrosa ante el acoso intermitente de apaches y navajos.

Popé se retiró a Taos y preparó la rebelión que hoy se inicia y cuyo propósito es destruir todo lo español por cuanto significa opresión y explotación, y restaurar el anterior modo de vida que según él les había dado paz, prosperidad e independencia. La conjura pudo mantenerse en secreto mucho tiempo por el odio que la población sentía hacia los españoles y porque el mismo Popé sacrificó a su propio yerno, del que temía traición. Pero dos indígenas que distribuían las cuerdas anudadas fueron arrestados y la conjura fue descubierta.

Así comenzará una rebelión que para España significará una de sus mayores derrotas y el mayor retroceso de su expansión territorial durante su coloniaje en América.

La sorpresiva acción de los levantados tendrá tanto éxito que unos 400 españoles y 21 misioneros resultarán muertos en los siguientes enfrentamientos, y sólo el pueblo de Isleta sostendrá su alianza con los españoles, pero será vencido.

A la llegada de los españoles en el siglo XVI, Nuevo México estaba habitado por una cincuentena de diversos pueblos con unos sesenta mil habitantes, por lo que fueron llamados “indios de pueblo” (eran indígenas tano, keres, zuñi y uto-zateca), en contraste con los indígenas nómadas cazadores de búfalos, a los cuales nombraron “apaches”.

En 1598 la región fue ocupada por Juan de Oñate de manera pacífica por medio de acuerdos concertados con los pueblos, lo que hizo posible que se crearan asentamientos españoles como el de Santa Fe. Poco a poco se fueron estableciendo “encomiendas” y con la llegada de frailes franciscanos empezó la evangelización y la construcción de iglesias, ya bajo el dominio español.

Sin embargo, la vida se desarrollaba de manera muy inestable, tanto debido a la pobreza del lugar, como a la primitiva y frágil organización de los pueblos indígenas y al constante acoso de los apaches que incursionaban desde el norte. Por eso, para el gobierno virreinal no era redituable la ocupación de este territorio, en el que vivían unos tres mil españoles y una treintena de misioneros, que eran los más entusiastas en que la colonización se mantuviera.

Los españoles trajeron algo de bonanza a los indígenas, especialmente por sus semillas y sus métodos agrícolas, pero a la vez, la nueva prosperidad atrajo más la codicia de los encomenderos y el pillaje de los apaches sobre las mayores cosechas. Además de este abuso y despojo constantes, la intolerancia de los frailes a las prácticas religiosas de los indígenas, provocaron tal malestar entre los habitantes que periódicamente se originaban motines locales o el desplazamiento de los habitantes de unos pueblos a otros y hasta el abandono temporal de alguno de ellos. Esto hizo que la población indígena existente a la llegada de los españoles se redujera a la mitad al siguiente siglo.

Es en este contexto en que tiene lugar la rebelión de los indígenas de Nuevo México.

Ante el empuje de los alzados, durante los siguientes días, los españoles se irán retirando paulatinamente de la región y abandonarán los poblados. En Santa Fe serán sitiados, sin agua, mil españoles por un ejército indígena de más de 2500 elementos, y finalmente, el día 21 de agosto siguiente, se les permitirá huir a refugiarse en El Paso (hoy Ciudad Juárez).

En los próximos meses, la rebelión se extenderá  a otro grupos de la región, como los tobosos, janos, julimes, pimas, conchos y sumas, pero no con el mismo vigor.

En 1681 y 1687 los españoles intentarán, sin éxito, derrotar a Popé, y bajo su liderazgo, en Nuevo México se arrasará todo lo español y cristiano. Pero la expulsión de los españoles y la restauración del modo de vida anterior a su llegada, no harán realidad las promesas de Popé. Por el contrario, las lluvias escasearán y se incrementarán los ataques de los apaches, que de algún modo habían sido enfrentados por los españoles con mayor eficacia. Surgirá la división entre los pueblos ya de por sí debilitados, y Popé será acusado de intentar gobernar como tirano en toda la región y morirá probablemente en 1688.

Será hasta 1692 cuando el gobernador Diego de Vargas iniciará, con el apoyo de los guerreros que simpatizan con lo español y cristiano, la reocupación española de manera paulatina y pacífica, aunque persistirán revueltas limitadas y breves.

Sin embargo, Nuevo México ya no regresará a la situación anterior: desaparecerán las encomiendas, la evangelización se hará por medios persuasivos, disminuirá el grado de explotación contra los indígenas, y los Hopi, los más alejados, no volverán al dominio español; otras tribus se unirán a los apaches y navajos. En contraste, aumentará la presencia militar por el temor de la corona española de que ingleses y franceses se apoderen de estos vastos territorios que considera suyos.

Doralicia Carmona. Memoria Política de México.