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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Juárez llega a la Capital. El pueblo le hace homenaje, grita vítores y lanza flores al Presidente y a su reducido gabinete

15 de Julio de 1867

El presidente Benito Juárez entra a la Ciudad de México, después de cuatro años de lucha contra la intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Llega por el rumbo de la garita de Belén y Bucareli.

Una vez muerto Maximiliano, tomados los últimos reductos de los conservadores y la ciudad de México desocupada, Juárez decidió reasentar el Gobierno en la Capital. Salió de San Luis Potosí e hizo escala varios días en Querétaro y el 11 de julio se detuvo en Tepeji del Río. Al día siguiente, llegó a Tlanepantla, donde le recibió Porfirio Díaz, por la tarde se localizó en Chapultepec, donde pernoctó por varios días pues el Ayuntamiento de la ciudad de México le pidió que le diera tiempo para terminar los preparativos para la recepción que sería el lunes 15 de julio.

Los periódicos liberales “El Siglo diez y nueve” y “El País”, vuelven a circular y describen la entrada triunfal del Gobierno por las calles de la Capital y el homenaje que el pueblo le hace con vítores y flores. El desfile del Presidente Juárez y su reducido gabinete -Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias e Ignacio Mejía- había iniciado a las nueve de la mañana; en un landó-carruaje abierto- avanzan por la calzada de Chapultepec, siguen por el Paseo Nuevo de Bucareli; más adelante la autoridad civil encabezada por el Jefe Político Juan José Baz y el Consejo Municipal provisional, presidido por Antonio Martínez de Castro, lo saludan; el presidente Juárez responde a sus discursos y dice “tengo la convicción de no haber más que llenado los deberes de cualquier ciudadano que hubiera estado en mi puesto al ser agredida la Nación por un ejército extranjero. Cumplía a mi deber resistir sin descanso hasta salvar las instituciones y la independencia que el pueblo mexicano había confiado a mi custodia”. Le entregan un laurel de oro.

En seguida, Juárez y su comitiva depositan ofrendas florales en el altar a la Patria. La comitiva sigue por la calle que hoy se llama “Avenida Juárez”; continúan por la que hoy se llama “Avenida Madero”… finalmente entran a la Plaza de la Constitución, por arco triunfal. Le entregan una Bandera Nacional, que iza en el mástil central de la Plaza.

Al medio día el Presidente Juárez, y los miembros de su gabinete reciben las felicitaciones del pueblo en los salones de Palacio Nacional.

Había prevista para la una de la tarde una comida popular. El periódico “El Siglo Diez y Nueve”, publicará que "El banquete de la Alameda fue interrumpido por un furioso aguacero, que también impidió la iluminación preparada por las comisiones de la Junta patriótica y del Ayuntamiento. A pesar de todo, los balcones de la ciudad estaban llenos de luces; y no faltó ni un convidado a la comida con que el Gral. Díaz, el Jefe Político y el Municipio obsequiaron al Presidente, en el salón de actos del Colegio Nacional de Minas.

"Sería imposible enumerar los brindis que allí se pronunciaron… las más notables de esas alocuciones, fueron sin duda la del Presidente y la del ciudadano Lerdo de Tejada, Ministro de Relaciones… Habló de la necesidad imperiosa de castigar a los traidores con la equidad que exige la paz de la República; del deber en que se halla el Gobierno de hacer comprender a los trastornadores del orden que hay leyes en el país y dijo que la obra de la pacificación es fácil, siempre que tenga por fundamento la justicia”.

Una vez instalado en las oficinas del Palacio Nacional, Juárez redactará un manifiesto que lanzó a la Nación que será dado a conocer hasta el día siguiente:

“Mexicanos: El Gobierno nacional vuelve hoy a establecer su residencia en la ciudad de México, de la que salió hace cuatro años. Llevó entonces la resolución de no abandonar jamás el cumplimiento de sus deberes, tanto más sagrados, cuanto mayor era el conflicto de la nación. Fue con la segura confianza de que el pueblo mexicano lucharía sin cesar contra la inicua invasión extranjera, en defensa de sus derechos y de su libertad. Salió el Gobierno para seguir sosteniendo la bandera de la patria por todo el tiempo que fuera necesario, hasta obtener el triunfo de la causa santa de la independencia y de las instituciones de la República.

Lo han alcanzado los buenos hijos de México, combatiendo solos, sin auxilio de nadie, sin recursos, sin los elementos necesarios para la guerra. Han derramado su sangre con sublime patriotismo, arrostrando todos los sacrificios, antes que consentir en la pérdida de la República y de la libertad.

En nombre de la patria agradecida, tributo del más alto reconocimiento á los buenos mexicanos que la han defendido, y á sus dignos caudillos. El triunfo de la patria, que ha sido el objeto de sus nobles aspiraciones, será siempre su mayor título de gloria y el mejor premio de sus heroicos esfuerzos.

Lleno de confianza en ellos, procuró el Gobierno cumplir sus deberes, sin concebir jamás un solo pensamiento de que le fuera lícito menoscabar ninguno de los derechos de la nación. Ha cumplido el Gobierno el primero de sus deberes, no contrayendo ningún compromiso en el exterior ni en el interior, que pudiera perjudicar en nada la independencia y soberanía de la República, la integridad de su territorio ó el respeto debido á la Constitución y á las leyes. Sus enemigos pretendieron establecer otro gobierno y otras leyes, sin haber podido consumar su intento criminal. Después de cuatro años, vuelve el Gobierno á la ciudad de México, con la banda de la Constitución y con las mismas leyes, sin haber dejado de existir un solo instante dentro del territorio nacional.

No ha querido, ni ha debido antes el gobierno, y menos debiera en la hora del triunfo completo de la República, dejarse inspirar por ningún sentimiento de pasión contra los que lo han combatido. Su deber ha sido, y es, pesarlas exigencias de la justicia con todas las consideraciones de la benignidad. La templanza de su conducta en todos los lugares donde ha residido, ha demostrado su deseo de moderar en lo posible el rigor de la justicia, conciliando la indulgencia con el estrecho deber de que se apliquen las leyes, en lo que sea indispensable para afianzar la paz y el porvenir de la nación.

Mexicanos: Encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos á obtener y á consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República.

Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.

Confiemos en que todos los mexicanos, aleccionados por la prolongada y dolorosa experiencia de las calamidades de la guerra, cooperaremos en lo de adelante al bienestar y á la prosperidad de la nación, que sólo pueden conseguirse con un inviolable respeto á las leyes, y con la obediencia á las autoridades elegidas por el pueblo.

En nuestras libres instituciones, el pueblo mexicano es el árbitro de su suerte. Con el único fin de sostener la causa del pueblo durante la guerra, mientras no podía elegir sus mandatarios, he debido, conforme al espíritu de la Constitución, conservar el poder que me había conferido. Terminada ya la lucha, mi deber es convocar desde luego al pueblo, para que sin ninguna presión de la fuerza y sin ninguna influencia legítima, elija con absoluta libertad á quien quiera confiar sus destinos.

Mexicanos: Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. Cooperemos todos para poder legarla á nuestros hijos en camino de prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra libertad”.

Los días siguientes, el presidente Juárez recibirá muchas felicitaciones, entre ellas, recibirá la de Francisco Zarco, despachada en Nueva York: en ella comentará que está enterado de los rumores en el sentido que renunciará a ser candidato a la Presidencia de la República, le pide enfáticamente que no renuncie “los hombres como usted no se pertenecen y tienen que consagrarse siempre a su Patria".

Culmina así, el triunfo de la República Federal y son enterradas las aspiraciones monárquicas de los conservadores. Juárez ha ganado “la gratitud de todos los pueblos americanos por su resistencia a la intervención extranjera y, en el proceso, merecido el respeto de las naciones europeas... Unidad, republicanismo y autodeterminación son los ideales por los que luchó (Cadenhead)”.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.