12 de Junio de 1864
Hacen su entrada triunfal a las 10 de la mañana entre una valla de soldados, franceses en su mayor parte, y el repique incesante de las iglesias engalanadas.
En las calles se levantan arcos triunfales gigantescos y columnas con ramos y coronas, con algunas inscripciones en náhuatl. En los edificios cuelgan banderas y estandartes entrelazados con guirnaldas de flores. En la plaza mayor el palacio está suntuosamente adornado y de las ventanas de los edificios públicos penden numerosos retratos de los emperadores.
La multitud se concentra en las calles tras la valla de soldados. En los balcones y las ventanas de las casas situadas sobre la ruta del cortejo se aglomera la gente que ha pagado precios fabulosos por ocuparlos. Cuando el Emperador y la Emperatriz llegan en un carruaje abierto, su presencia es anunciada con salvas de artillería desde el frente de los portales y las damas desde los balcones y azoteas arrojan sobre ellos gran profusión de pétalos de rosas y hojas doradas y plateadas. Otras mujeres ondean pañuelos o pequeñas banderas francesas y mexicanas. Las calles congestionadas obligan al cortejo a hacer frecuentes altos y entonces el Emperador saluda con una inclinación a los presentes. Abunda el colorido, pero el entusiasmo es demostrado exclusivamente por los residentes franceses, sus amigos y por los numerosos empleados del Gobierno; el pueblo ve con curiosidad e indiferencia la llegada de los monarcas.
El Emperador se dirige a la Catedral por las calles de San Francisco y de Potrero y de allí es recibido por el Arzobispo para conducirlo al trono especialmente erigido. En la mañana, Pelagio Antonio de Labastida, ha publicado su salutación: “La Iglesia mexicana, en cuyo nombre tengo la honra de dirigirme a VV. MM. se congratula llena de un santo júbilo como el profeta con Jerusalem cuando estaba para venir el Salvador del mundo. Ella ve en VV. MM. a los enviados del cielo para enjugar sus lágrimas, para reparar todas las ruinas y estragos que han sufrido aquí la creencia y la moral, para que vuelva Dios a recibir un culto en espíritu y en verdad y el homenaje continuo de la virtud reparada en la justicia”. Los prelados mexicanos han hecho una carta pastoral en el mismo sentido. Los oficios comienzan con el Domine salvum fac Imperatorum entonado por el Arzobispo Labastida y demás dignatarios presentes.
Al terminar los oficios el Emperador se dirige a los grandes salones del Cabildo donde lo recibe el Prefecto político de México, Sr. Villar de Bocanegra, acompañado por el Gral. Bazaine, el Barón Neigré, el Gral. Almonte, el Ministro Velázquez de León, el Marqués Montholon, Arzobispos y Obispos, damas de honor y muchos otros miembros de la Casa Imperial. En el ahora Palacio Imperial, el Emperador recibe a sus amigos y partidarios, presenta a los más importantes a la Emperatriz, y tiene lugar el banquete de bienvenida. Por la tarde, da un paseo por la Alameda y por las arboledas de las orillas.
En la noche la ciudad se ilumina, “las residencias situadas en las principales calles se transforman en palacios llenos de luz y belleza. La luz y el color reinaban por doquier. La gran plaza, frente al Palacio, fue engalanada e iluminada con excelente gusto; en el centro fueron instalados los fuegos de artificio que serían encendidos más tarde. El Palacio, el Montepío, los portales, el Museo y todos los edificios vecinos resplandecían. La Catedral, con sus viejas torres iluminadas por millares de luces, era lo más hermoso de todo el conjunto. En los portales, dentro de sus corredores y en la parte más alta del campanario fueron colocadas innumerables lámparas. Desde las ventanas de las torres totalmente iluminadas las campanas repicaban gravemente. El efecto de todo esto daba una sensación de belleza incomparable”. Destacan el Club Alemán, el Hotel Iturbide y las residencia de Barrón y Escandón.
La procesión de los indios es espectacular. Al frente marchan las bandas de música, compuestas de chirimías y tambores, en seguida vienen gran cantidad de niños engalanados con brillantes adornos de plumas y lentejuelas que desparraman pétalos de rosas a lo largo del camino. Siguen varios carros alegóricos donde niños y niñas disfrazados representaban la paz, la abundancia, y demás bienes anhelados.
La multitud llena la plaza, pero su ya escaso entusiasmo es disminuido aun más por la presencia entre ellos de soldados franceses armados, listos para entrar en acción, así como tropas mexicanas situadas en los alrededores. La excesiva seguridad obliga la gente a limitarse a contemplar el despliegue de los fuegos artificiales.
El pasado 14 de abril a las diez de la mañana, los emperadores habían salido del muelle engalanado de Miramar en la fragata Novara a recibir la bendición del Papa en Roma. El 21 de abril se embarcaron hacia las Islas Canarias y La Martinica y luego directamente a Veracruz, adonde llegaron el 28 de mayo. Ese día, todavía a bordo, Maximiliano lanzó un manifiesto al pueblo que viene a gobernar:
¡Mexicanos!
¡Vosotros me habéis deseado! ¡Vuestra noble Nación, por una mayoría espontánea, me ha designado para velar, de hoy en adelante, sobre vuestros destinos! Yo me entrego con alegría a este llamamiento.
¡Mexicanos! el porvenir de nuestro bello país está en vuestras manos. En cuanto a mí, os ofrezco una voluntad sincera, lealtad y una firme intención para respetar vuestras leyes y hacerlas respetar con una autoridad invariable...
Unámonos para llegar al objeto común; olvidemos las sombras pasadas; sepultemos el odio' de los partidos y la aurora de la paz y de la felicidad merecido renacerá radiante sobre el nuevo Imperio”.
Después, ante la frialdad de los veracruzanos habían desembarcado rumbo a Soledad, Córdoba y Puebla, adonde arribaron el día 5 de junio y celebraron el día 7 el cumpleaños de Carlota. El día 9 salieron a la Villa de Guadalupe a donde llegaron el día 11 por la noche. De ahí salieron a la capital.
A pesar de esta bienvenida en la ciudad de México, son pocos los estados que se encuentran realmente bajo el dominio de soldados y emisarios de los franceses. Por eso, Maximiliano, después de llegar a Veracruz, propuso secretamente una conferencia a los republicanos e invitó al Presidente Juárez a ir a México para que el nuevo Imperio se establezca sin derramamiento de sangre, dando al país una paz estable y duradera.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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