10 de Junio de 1971
La manifestación de estudiantes politécnicos que el 10 de junio de 1971, avanza por la calle Instituto Técnico Industrial y la calzada México –Tacuba, es atacada por jóvenes armados con largas varas de otate y bambú.
Los agresores llegan por San Cosme en camiones grises y en camionetas panel; al grito de ¡Viva el Che Guevara!, se lanzan corriendo hacia la vanguardia estudiantil, mientras por la retaguardia otros grupos realizan una maniobra envolvente para copar al núcleo de manifestantes. Los estudiantes se atrincheran en la Normal y de inmediato responden la agresión, pero indefensos en su mayoría, son golpeados salvajemente. La policía uniformada, pasiva y complaciente, contempla los hechos. Simultáneamente, individuos vestidos de civiles y que traen un distintivo con la faz del Che Guevara, disparan pistolas, aparentemente calibre 45, sobre los jóvenes manifestantes, que corren despavoridos. Algunos francotiradores también disparan sus carabinas 30 M-2 contra la multitud parapetados en patrullas policíacas, desde camiones de granaderos y algunas azoteas. La desorganización del ataque y el fuego cruzado, hace que los mismos agresores se causen bajas entre sí.
Por todos lados se oyen las ráfagas de rifles automáticos y descargas de pistolas, el ulular de las ambulancias y los gritos de dolor de la gente, aun mujeres y niños, que marchaban acompañando a los manifestantes y todavía llenan las calles aledañas a la Escuela Normal. Decenas de jóvenes sobrevivientes al ataque son subidos a golpes a las patrullas y camiones de la policía. Los heridos son llevados a los hospitales de la Cruz Verde y Rubén Leñero, pero hasta allí continúa la agresión en su mismo lecho. Finalmente, los granaderos lanzan gas lacrimógeno sobre la multitud para que termine por disolverse.
Por la noche, el Jefe del DDF, Alfonso Martínez Domínguez, atribuye el enfrentamiento a grupos “empeñados en provocar, contra toda razón, conflictos con la autoridad y entre ellos mismos”. Dice que entre los estudiantes había diferencias sobre la manifestación y por eso se agredieron entre ellos. “No existen Los Halcones. Esa es una leyenda...”
La manifestación había salido del Caso de Santo Tomás del Instituto Politécnico Nacional a las 17 horas con demandas muy diversas:
1) Derogación de la nueva Ley Orgánica de la Universidad de Nuevo León y promulgación del proyecto elaborado por maestros y estudiante;
2) Democratización de la enseñanza;
3) Desaparición de todas las Juntas de Gobierno de las Universidades del país y de todas sus actuales leyes orgánicas;
4) Derogación del reglamento del IPN;
5) Representación paritaria de maestros y alumnos en los consejos técnicos de la UNAM;
6) Desaparición de las fatídicas porras y del llamado grupo "Francisco Villa" de la UNAM;
7) Libertad a todos los presos políticos;
8) Destino del 12% del Producto Nacional Bruto a la educación; y
9) Poner bajo el control de los estudiantes y maestros los presupuestos destinados a las Universidades.
Momentos antes del ataque, en las calles de Salvador Díaz Mirón, un grupo de granaderos les había cerrado el paso y su comandante les había ordenado: "¡Jóvenes! Disuelvan esta manifestación, porque no está autorizada."
No se sabe cuántos muertos y heridos hay. Algunos diarios dirán que al menos 16 muertos. En otros, se asegurará que fueron vistos cerca de 30 cadáveres en el anfiteatro del hospital Rubén Leñero. Un mes más tarde El Universal publicará una lista de 27 nombres, pero se afirmará que hay por lo menos otros 13 muertos cuya identidad nunca será aclarada.
El 15 de junio siguiente, Alfonso Martínez Domínguez renunciará junto con el jefe de la policía general Rogelio Flores Curiel; en agosto también renunciará Julio Sánchez Vargas, Procurador General de la República.
Señala Raúl Trejo Delarbre: “No se sabe cuántos murieron el 10 de junio de 1971. Los culpables nunca fueron castigados. Varios funcionarios renunciaron, el entonces presidente Luis Echeverría profundizó su política de “apertura democrática” y aseguró que él era ajeno a la emboscada que había sido tendida contra una manifestación estudiantil. La organización de los estudiantes que apenas se levantaba después de la represión de 1968 cayó en un aislamiento del que tardaría mucho en recuperarse. El miedo y la desconfianza se intensificaron en una generación que vería al poder político con avidez o sospecha pero pocas veces como espacio de servicio público… La emboscada del 10 de junio de 1971 mostró, para algunos, que la apertura política tenía enemigos dentro del mismo sistema político. Para otros, fue evidencia de que el presidente Echeverría no era tan sincero cuando hablaba de una nueva flexibilidad política”.
De los documentos que aparecen en el libro de Scherer y Monsivais (Los Patriotas) puede desprenderse que los “halcones” fueron un grupo de más de ochocientos golpeadores y karatekas al mando del militar Manuel Díaz Escobar Figueroa, “El Maestro”, entonces Subdirector de Servicios Generales del DDF, que durante los dos años anteriores a la tragedia, recibió instrucción de box, judo, karate y bojun-su. Que antes del 10 de junio, los “halcones” habían reventado mítines en el IPN y la Preparatoria Popular, y que tras la represión, desmantelaron su campo de entrenamiento de San Juan de Aragón, se concentraron en el Palacio de los Deportes y fueron pagados y disueltos con la consigna de realizar acciones terroristas y asaltos para distraer a la opinión pública. Díaz Escobar, su jefe, renunció a su cargo de subdirector en el DDF después de la matanza, fue comisionado a la embajada mexicana en Santiago de Chile y el 1º de junio de 1979, fue ascendido por el presidente José López Portillo a general de brigada diplomado del estado mayor.
Investigaciones del Canal 6 de Julio, basadas en documentos desclasificados de la CIA norteamericana, señalan que años antes de este suceso y en el marco de la guerra fría, los jefes militares del grupo de los Halcones recibieron entrenamiento antimotines en Estados Unidos a solicitud del gobierno mexicano y que después del 10 de junio de 1971, el general Díaz Escobar estuvo implicado en el golpe de estado contra el presidente Salvador Allende y colaboró en la organización de la policía secreta del dictador Pinochet.
Por su parte, a más de treinta años de la tragedia, la Suprema Corte de Justicia de la Nación exoneró a Luis Echeverría Alvarez, entonces presidente de México, de la responsabilidad de esta matanza.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
|